Barro Policromado Izucar
Barro Policromado Izucar
Barro Policromado Izucar
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Traducción libre por Raúl Martínez Vázquez, diciembre de 2009.
Donde todo comenzó/Snoody-Rodríguez Traducción Libre Raúl Mtz. V.
como originario de “un pueblo desconocido en Guerrero”. Sin embargo, éste puede ser
reconocido por sus ángeles, conejos, hojas y flores que fueron hechos con los mismos
moldes usados en la actualidad por los artesanos más tradicionales de Izucar, la familia
Flores. La misma fotografía (ver Figura 5, p. 26) aparece posteriormente en un folleto
de piezas maestras de arte mexicano de 1953, y aquí el trabajo es correctamente
descrito como originario de Izúcar de Matamoros (Covarrubias 1953, 24). Estas piezas
son aún elaboradas regularmente por Francisco Flores en el viejo estilo –con una gran
figura alada del arcángel Gabriel estando en la base- y normalmente Adán y Eva con la
serpiente, ángeles, el cordero de Dios, aves y flores en los brazos. Los artesanos de
Izucar dicen que los “árboles” que no tienen a Adán y Eva no pueden propiamente ser
llamados Árboles de la Vida (Figura 2.5).
En el pasado, cuando los padres de un chico decidían que era tiempo de casarlo, ellos
iban (acompañados por un intermediario, alguien de mayor prestigio en la comunidad) a
la casa de la chica para pedir su mano en matrimonio. Los padres no hablaban hasta que
la petición era otorgada. Entonces los padres del chico discutirían la fecha de la boda y
los obsequios necesarios para ser intercambiados.
Después de la ceremonia de la boda la pareja se sentaría dentro de la puerta de la casa
del chico sobre un petate tejido con varios colores. Allí ellos esperarían a los padrinos
de bautizo de la chica. Los padres del chico tienen que proporcionar dos incensarios
(popoxcomitl) para que los padres los usen para incensar (echar humo con resina de
copal) a la pareja. Posteriormente el popoxcomitl será pasado a los cuatro padres,
quienes realizaran la misma acción, y luego a todos los parientes que estén presentes. En
gran parte del mundo incensar significa purificar y mandar al cielo el dulce olor del
humo. Los ceramistas de Izucar han sido reconocidos desde hace mucho tiempo por sus
amados Árboles de la Vida usados en las distintas ceremonias religiosas de la ciudad.
Fue responsabilidad de los padrinos de la boda, quienes estaban encargados de vigilar a
la joven pareja, darles a ellos un candelabro policromo con varias velas para asegurar
“una buena cosecha durante sus vidas”. El objetivo era, tanto en términos de sus futuros
descendientes como de sus medios de subsistencia; debemos recordar que ésta siempre
ha sido una comunidad agrícola.
Durante los funerales, los dolientes solían llevar candeleros negros que contenían solo
un hueco para la vela, al cementerio y dejarlos encendidos allí. Esta costumbre, sin
embargo, de acuerdo a la familia Flores, se terminó con la terrible epidemia de influenza
de 1918 –hubo muchos funerales sencillos. En otros tiempos estas piezas, sin decorar,
eran usadas en Izucar, en este caso incensarios para la hora en que Cristo murió (hora
santa), las tres de la tarde. Se dice que algunas personas de edad en la ciudad aun
continúan con esa costumbre y queman incienso cada día a esa hora (Armando García
Azcué, comunicación personal, 1998, 1999). Los incensarios de Árboles de la Vida, en
contraste, continúan siendo usados en la actualidad – como se pondrá en evidencia en
las siguientes líneas- y ellos parecen estar destinados a recordar una importante
característica de la vida religiosa de los barrios y especialmente de la cofradía.
En 1999 fuimos a Izucar para la fiesta de San Pedro y San Pablo, la “fiesta de la
cofradía”, la cual acontece el 29 de junio. (Estuvimos presentes desde el día 28 –día
conocido en México como la víspera, la noche anterior a la fiesta, la cual también tiene
un importante significado como la fiesta misma.) Ésta es una de las más importantes
fechas en el año para la gente de los barrios porque es el día en que las
responsabilidades principales de la cofradía pasan de uno de los siete barrios de un lado
del río a otro de los barrios del otro lado. En la práctica diez de los barrios reciben las
responsabilidades de la cofradía una vez cada diez años; cuatro de los barrios son
demasiado pequeños por lo que no tienen las personas suficientes para realizar todas las
tareas necesarias.
La visita resulto ser una experiencia muy recordable y emocional. De repente –después
de muchas conjeturas- los incensarios de los Árboles de la Vida aparecieron allí a la
vista de todos, aún siendo usados actualmente y varios al mismo tiempo (aunque
probablemente en una forma mucho más decorada) de lo que ha sido posible en más de
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400 años. Interesantemente, aunque la fiesta de San Pedro y San Pablo es de enorme
importancia en la vida religiosa de los barrios, nadie en el centro de la ciudad parece
estar consciente de esto –son dos mundos diferentes. Nosotros le preguntamos a la gente
del hotel sobre esto, al igual que a personas en restaurantes y tiendas, y ellos no tenían
idea de que iba ser la fiesta o que tuviera la menor importancia para la ciudad.
La más atesorada posesión de la cofradía de Izucar es el platito, un muy antiguo y
pequeño plato redondo de plata con diseños barrocos repujados y con una pieza
redondeada de plata al centro representando a la hostia. Dado que en la comunión el pan
consagrado, la hostia, es la representación del cuerpo del Cristo, el platito llega a ser por
extensión una representación de Cristo. Es llamado el Santísimo, el Santísimo
Sacramento, además el nombre de la cofradía, y es usado como receptáculo para la
colecta de limosnas. Como el platito es muy antiguo y necesita ser protegido de las
muchas monedas que son depositadas en el, éste es guardado en una funda redonda de
terciopelo que está bordeada con un cordón. El platito se lleva sobre un cojín de
terciopelo con borlas doradas, y es verdaderamente venerado.
Cada año el platito se guarda en una casa diferente del barrio, permaneciendo un mes en
cada una de la las casas de los doce oficiales de la cofradía. El primer mes permanece
con el mayordomo, el segundo con el primer diputado (dibutado mayor), y mes con mes
con cada uno de los otros diez dibutados, los hombres que ayudan en todos los asuntos
de la cofradía. Cada año este mayordomo es el responsable de todos los asuntos de la
cofradía. El es responsable de cuidar el platito y colectar dinero para Santo Domingo y
las fiestas religiosas. El platito es llevado a misa cada domingo, lunes y jueves. A
continuación estos oficiales del barrio recogen limosnas en los mercados y de puerta en
puerta. Ellos ocupan de dos a tres días completos de cada semana durante un año para
cumplir sus responsabilidades en la cofradía; afortunadamente tienen nueve años para
recuperarse antes de volver a asumir estas responsabilidades.
En la noche del 28 de junio de 2002, el platito dejó la casa del anciano don Victorio,
donde había estado durante el último mes, en el barrio de Santa Cruz Coatla, en el lado
oeste del río (figura 2.6). Después de varios discursos, el mayordomo y la mayordoma y
los dibutados y sus esposas, las dibutadas, guardan el platito en su funda de terciopelo
con borlas doradas, y muchas, muchas telas bordadas (gasnés). Todo esto lo
acompañará a su nueva casa en el otro lado del río.
Una pequeña procesión a la luz de las velas se dirige a la pequeña iglesia del barrio de
Santa Cruz Coatla, donde el platito, dentro de su funda de terciopelo fue puesto en el
altar. Los oficiales por turnos se arrodillan en frente del altar para incensar el platito, así
como los santos y velas en la parte delantera de la iglesia. Posteriormente en la parte
exterior de la iglesia, se sirvió comida a todos los participantes y finalmente, alrededor
de las tres de la mañana, la gente comenzó a irse a sus casas –excepto por dos hombres,
quienes por supuesto permanecieron toda la noche para que el platito no estuviera solo.
Este año la misa de medio día del 29 de junio en Santo Domingo se desarrolló afuera de
la iglesia en el atrio, debido que la bóveda de la nave se había cuarteado por el temblor
del 15 de junio. Los oficiales de Santa Cruz, usaron cadenas de flores rosas y sostenían
velas nuevas adornadas con las mismas flores, sentados en un lado del improvisado altar
y mirando al mismo numero de oficiales de San Juan Piaxtla. Al mismo tiempo que el
sacerdote leía sus nombres, cada uno de ellos, comenzando con el mayordomo, caminó
al frente y puso su collar de flores en el cuello de su contraparte y le dio su vela (pero no
todavía el platito). El sacerdote, entonces, leyó el reporte del tesorero de la cofradía
para el año, comentando como ellos habían gastado el dinero y cuanto estaría pasando a
las manos de Piaxtla.
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Gente de todos los barrios de Izúcar estuvo presente en la misa y para la larga procesión
al calor del sol del medio día, a través de la carretera y las calles se dirigieron hacia
San Juan Piaxtla. Las mujeres y las chicas al frente de la procesión llevaban pétalos de
flores (principalmente bugambilias de color fucsia) en recipientes laqueados del estado
de Michoacán. Estas eran regadas en la calle para servir de alfombra para la gente de la
procesión.
El recibimiento del platito y de la gente de Santa Cruz, tuvo lugar en una esquina en los
límites de Piaxtla. Hombres jóvenes del barrio estuvieron esperando allí con la imagen
adornada del santo patrón de su iglesia, San Juan, cargado en una litera bajo un dosel
con brocados dorados. Detrás de ellos se encontraban las doce dibutadas cargando doce
nuevos incensarios policromados, de los cuales salía una gran columna de humo y un
rico olor a incienso de copal (Figura 2.7).
Los doce incensarios de Árboles de la Vida habían sido ordenados por Magdalena
Anaya, la nueva mayordoma de San Juan Piaxtla, pero fueron pagados por las
dibutadas; ellas los guardarán en sus casas durante los doce meses que el platito se
encuentre en el barrio (Figura 2.8). Estos incensarios fueron hechos por Pablo Cuateta
Ramos, un ceramista que vive y trabaja en ese lado del río –la mayoría de los artesanos
viven del otro lado. Los oficiales de Santa Cruz, otra vez usando collares de flores y
todavía cargando el platito en su funda de terciopelo se arrodillaron en una fila, además
bajo el dosel, y todos los oficiales de San Juan, mujeres y hombres, por turnos
incensaron a cada uno con el humo. Posteriormente la procesión continuó a la bella y
pequeña iglesia del barrio, con la imagen de San Juan siendo cargada atrás de todos de
tal manera que no diera la espalda al platito.
Allí otra vez los hombres de Santa Cruz se arrodillaron adentró de la iglesia, y de allí la
multitud continuo hacia abajo de la calle por una cuadra hacia la casa del nuevo
mayordomo y la nueva mayordoma, para la gran comida de un día, a la cual todos
estuvieron invitados. Dentro de la casa, el platito fue finalmente dejado en las manos de
la gente de San Juan Piaxtla.
El platito cambia de una casa a la siguiente en el barrio en lo que se denomina la
mudada, a las ocho de la noche, el último día del mes. Y en ese momento es de nuevo
recibido en la puerta de su nueva casa con incienso de los Árboles de la Vida de las
dibutadas. Después de que el año acaba, ellas ya no tendrán algún cuidado sobre estos
incensarios. Nosotros intentamos localizar algunos incensarios antiguos pero con poca
suerte; el calor del incienso quemándose destruye la pintura de los recipientes. Cuando
se terminan de utilizar los incensarios acaban viéndose muy feos por lo cual ya no
tienen el mismo valor (el joven Tomás Hernández Báez intentó persuadir a la
mayordoma de un barrio para que le permitiera hacer incensarios para ella con un doble
recipiente, pero no estuvo de acuerdo –eso los habría hecho más costosos.).
Cada mes, antes de la mudada, hay otro muy importante evento para la cofradía –y para
los incensarios de Árboles de la Vida. Esta es la fiesta de Minerva, la cual tiene lugar el
tercer domingo de cada mes. Esta ceremonia viene de Madrid y de algunas otras partes
de España donde se celebra con una solemne misa con la presencia de la hostia
consagrada y una procesión con la custodia. Es llamada de Minerva porque tiene su
origen en Roma, en la iglesia de Santa María, la cual fue erigida sobre un antiguo
templo pagano dedicado a esta diosa (Selecciones 1980,2474).
En la tarde anterior a la Minerva hay otra comida en la casa donde el platito permanece
en residencia, con música la cual también acompañara la procesión del día siguiente. En
la noche hay más música y fuegos artificiales. La mañana del domingo los miembros de
la cofradía se reunieron otra vez para desayunar chocolate caliente hecho con agua y
tablillas redondas planas. A continuación ellos salieron en procesión para Santo
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Domingo a tiempo para llegar a la misa de medio día. Otra vez el dibutado mayor lleva
el platito dentro de su funda de terciopelo adornada con flores. Los dibutados cargan las
alcancías para la recolección de las limosnas. Todos fueron puestos sobre el altar, y
cuando la misa se termino hubo una gran procesión durante la cual el sacerdote llevó
cargando la hermosa custodia dorada de plata de la iglesia alrededor del atrio una y otra
vez.
La procesión con el platito regresó a la casa de su anfitrión, seguida por la banda y tres
jóvenes lanzando cohetones. La procesión fue esperada en la esquina anterior a la casa
donde se guarda el platito por las dibutadas, quienes habían corrido delante de ellos
para recoger sus incensarios. A continuación ellas incensaron a los hombres, al platito y
a las alcancías. Una vez más hubo una gran comida con mole con sus complementos así
como con los músicos tocando.
Uno de los resultados muy positivos de la cofradía en la vida de las personas de los
barrios es que, con todo esto del intercambio, ellos se consideran unos a otros como
compadres y comadres (padrinos y amigos cercanos), y estas relaciones en México son
en muchos casos más fuertes que las sanguíneas. Ellos dicen que podría haber
desacuerdos y peleas entre los barrios –o entre la misma gente de un barrio- pero esto no
puede darse entre los miembros de la cofradía.
La familia de artesanos en Izúcar que aún hace el trabajo más tradicional, elaborando
candelabros de Arboles de la Vida e incensarios, es la de Francisco Flores. Su padre
Aurelio Flores, quien murió en 1986 a la edad de ochenta y siete años, sigue siendo una
leyenda viva en el mundo del arte popular de México (Figuras 2.9, 2.10. y ver figura
2.5). En la edición de 1966 de una enciclopedia de México, bajo el encabezado “arte
popular” Aurelio es uno de los muy pocos artesanos enlistados y se dice que hace
“candeleros, muñecos y animales” (Álvarez 1977, 872). Los primeros años de Aurelio
en la elaboración de cerámica estuvieron llenos de interrupciones. Como él relata,
durante la Revolución Mexicana los ceramistas en Izucar detuvieron su trabajo como
resultado de la gran agitación social de la época; esto fue en los días de Francisco
Madero en 1910. Ellos comenzaron a trabajar otra vez en 1911. Entonces en 1912,
Venustiano Carranza y Emiliano Zapata estuvieron en el área, y hubo una epidemia
seria de tifo; otra vez los artesanos tuvieron que parar su trabajo. En 1918 la gran
epidemia de influenza golpeó México como lo hizo con muchas partes del mundo, y
muchas casas se cerraron pues familias completas habían muerto.
Los Flores viven en el barrio de Santa Catarina Contla, donde Francisco comenzó a
trabajar con su padre a la edad de diez años. Francisco viene de una larga línea de
ceramistas, su papá y su mamá, Aurelio y Rafaela Sánchez, sus abuelos, Cayetano
Flores y Rosa, y sus bisabuelos Hilario Flores e Ignacia. Además de trabajar con el
barro, Francisco siembra su tierra en las afueras de Izúcar; él va a sus campos en
bicicleta en lugar de en burro como lo hacía su padre. El también es músico y toca la
guitarra, el violín, y el guitarrón con un mariachi. Aurelio también fue músico y tocaba
casi cualquier instrumento –saxofón, trompeta, tambores, etc.- y en alguna ocasión tocó
el trombón en clubs nocturnos de la ciudad de México con el famoso compositor de
danzones, Carlos Campos.
Es de notar que, Aurelio tuvo aún otra fuente de ingresos además de la elaboración de
cerámica, el cultivo y la música; el fue un brujo o curandero, un shaman. No es raro
encontrar curanderos que trabajen en los barrios; existe todavía una gran creencia en la
ayuda que ellos pueden dar en caso de que un paciente aunque no este muy enfermo
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pero necesita tener su bienestar general bien recuperado, así como cuando alguien está
tan enfermo que los médicos han renunciado a curarlo.
Todos los hijos de Francisco Flores han recibido educación formal, y ninguno de ellos
planea continuar la tradición familiar de trabajar el barro (Francisco Flores,
comunicación personal, 1998). Sin embargo Casilda, la esposa de Francisco,
normalmente puede ser encontrada ayudándolo. (En México las mujeres normalmente
hacen una parte considerable del trabajo de formar y decorar la cerámica. Pero en una
ciudad donde la cerámica ha llegado a ser un riesgo comercial, en lugar de un medio
para hacer vajillas usadas por la familia y los vecinos, ésta llega a ser regularmente
dominada por hombres. Este es el caso de Izúcar, donde las mujeres son generalmente
relegadas al rol de ayudantes.)
La otra principal familia de ceramistas en Izúcar, los Castillo del barrio de San Martín
Huaquechula, surgieron mucho más tarde que la familia Flores. El hijo mayor de la
familia Castillo, Heriberto ha sido conocido durante más tiempo por su trabajo (Figuras
2.11-2.14). Sus abuelos maternos, los Orta, eran del barrio de la Magdalena Nihuacan,
donde un número importante de personas eran artesanos del barro; ellos también lo
trabajaron por un tiempo pero se detuvieron para dedicarse solamente al campo. No
obstante, la madre de Heriberto, Catalina Orta Urroza recordó el trabajo de sus padres
con el barro y comenzó a experimentar, primero haciendo solo pequeñas figurillas para
el Día de Muertos y entonces enseñándoles a sus seis hijos (Heriberto Castillo,
comunicación personal, 1968, 1999).
Heriberto todavía trabaja, como lo hacen su hermano Agustín y su hermana Isabel
(Figura 2.15). (Pablo Cuateta Ramos, quien hizo los incensarios de Arboles de la Vida
para la festividad de la cofradía descrita arriba, comenzó como un trabajador en el taller
de Isabel). El más joven de los hermanos, Andrés, también fue ceramista, pero emigró a
hacia Estados Unidos hace algunos años y allá permanece. Su hermana Gloria también
emigró y vive en Nueva York. (Una de las principales fuentes de ingresos de Izúcar es
el dinero que mandan a sus familias las personas que trabajan en Estados Unidos –la
ciudad está llena de casas de cambio de divisas.)
El siguiente más joven de los hermanos Castillo, Alfonso, se ha hecho un nombre por si
mismo y elabora un hermoso y creativo trabajo con la ayuda de su esposa Marta y sus
hijos (Figuras 2.16-2.22). Todos ellos han llegado a ser muy competitivos en la
elaboración de cerámica, aunque Alfonso se queja de que a ellos lo que les gusta es
pintar pero no estar preocupados con el duro trabajo de hacer las piezas. En 1996
Alfonso ganó el premio nacional de arte y tradiciones populares otorgado por el
Consejo Nacional para la Cultura y las Artes.
La característica que distingue el trabajo de la familia de Alfonso del resto de los
Castillo es su pintura –la decoración final de las piezas está hecha tan finamente que
casi parece filigrana. Alfonso dice que la gente de Izúcar le pregunta por que ellos hacen
“todo lleno de pequeñas líneas”. Aunque Alfonso hace muchas piezas bastante
increíbles y, a menudo grandes, el comenta que es lo más pequeño, las cosas más
simples, las que producen cada día, son mucho mas importante para ellos
económicamente (comunicación personal, 1998,1999). Esto es probablemente una
verdad para todos los artesanos del barro.
Es un deleite para cualquiera que trabaje con artesanos en cualquier parte ver a la
generación más joven llegando y continuando –o aún mejorando las antiguas
tradiciones. Esto parece estar sucediendo en Izúcar. Probablemente el mejor, y uno de
los que seguramente llegara a ser más conocido con el tiempo y se llegar establecer es
Tomás Hernández Báez. Tomás es el hermano de Marta Castillo y comenzó a trabajar
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con la familia, pero ahora él tiene su propio taller y está creando trabajos que no se
parecen a los de ningún otro.
Otro joven artista que esta haciendo trabajo interesante es Aniano Velásquez, el hijo de
la hermana de la esposa de Francisco Flores, y hermano de la esposa de Andrés Castillo;
el aprendió y trabajo con Andrés antes de que el se fuera a los Estados Unidos. Tomás y
Aniano son ejemplos de cómo las familias de artesanos se llegan a interconectar, pero
tristemente hay enorme desconfianza y celos entre ellos, aún entre los miembros de
familias muy cercanas. Este es el caso en muchas áreas de vida en pequeñas ciudades y
villas de México y es la razón de las cooperativas de artesanos –lo cual les sería útil a
ellos, especialmente en lo que se refiere a la compra de materiales y a la
comercialización- no tengan mucho éxito.
Los artesanos de Izucar tienen que comprar su barro, lo cual no es sorprendente en una
ciudad donde un muy pequeño porcentaje de la población trabaja en la producción de
cerámica. En los pueblos donde casi cualquiera está involucrado en alguna área del
comercio y la elaboración de cerámica, es porque existe una buena fuente de barro
cerca. Antes cuando los ceramistas de Izucar solo hacían pequeñas figurillas para el Día
de Muertos, ellos usaban el barro local, pero ellos dicen que ahora, desde que todos los
campos han sido sembrados, el suelo ha llegado a hacerse “muy mezclado y no es lo
suficientemente bueno para la cerámica (Harvey 1973, 155-66; Francisco Flores,
comunicación personal, 1998).
Aurelio Flores solía traer su barro de los campos a la entrada de la ciudad, en las afueras
del barrio de San Martín Alchichica. Le tomaba cuatro horas viajar allá en burro,
excavar el barro y traerlo a su casa. Esa buena fuente de barro está ahora plantada con
caña de azúcar. Además en todas partes de México los depósitos de barro están siendo
cubiertos por carreteras, desarrollos de casas y presas.
En la actualidad Francisco Flores compra su barro en San Andrés Ahuatelco, un
pequeño pueblo cercano a San Marcos Acteopan, Puebla. Al parecer todos los artesanos
obtienen su barro de esta fuente, comprándolo en costales a hombres que lo excavan y
se los traen en camionetas. Todos están de acuerdo en que es un buen barro para la
cerámica, es plástico y maleable.
El barro llega en trozos, los cuales los distintos artesanos manejas en diferentes formas.
La mayoría lo rompe con grandes mazos de madera y entonces lo cuelan a través de una
malla de alambre para eliminar guijarros y otras impurezas que causarían que explotara
en el horno. Francisco rompe el suyo con una piedra. Tomás Hernández parece haber
encontrado la forma más creativa para manejar el barro – el maneja su camioneta atrás y
adelante sobre éste (comunicación personal, 1999). A continuación los artesanos ponen
el barro en pequeños tanques con agua, donde reposa por uno o dos días hasta que este
totalmente saturado. Aquí otra vez Tomás difiere de los demás. A él le gusta dejar
descansar su barro en los tanques hasta por seis meses por lo cual desarrolla realmente
una suave y pegajosa consistencia.
Aurelio decía que para la siguiente fase de preparación del barro el solía pisar el barro
con los pies descalzos por cerca de seis horas para hacerlo más heterogéneo y libre de
cualquier sustancia extraña. Esto además le da al barro más cuerpo. La mayoría de los
artesanos amasan el barro con las manos, pero Francisco y su esposa todavía lo pisan
con la vieja técnica por alrededor de una hora y media.
Para entender las técnicas tradicionales para la elaboración de la cerámica seguidas en
Izucar, nosotros revisamos la forma en que Aurelio trabajó así como también los
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nuevos métodos desarrollados por otros ceramistas. Aurelio hacia su trabajo mientras
estaba de rodillas sobre un petate en el piso de tierra de su taller. El trabajaba sólo en las
mañanas de las seis hasta el medio día –lo suficiente para cansarse de sus pulmones y de
sentarse también, él decía. (Él además necesitaba parte del día para encargarse de sus
otras responsabilidades.) En cada paso el barro necesario para agregar a las nuevas
partes al árbol era amasado bien antes de formarlas. El barro podía ser amasado
correctamente delante de él sobre el petate, el cual servía también como una muy buena
superficie de trabajo.
Aurelio trabajó con las herramientas más simples –como es siempre en el caso de los
artesanos mestizos e indígenas de México- muchas de las cuales él mismo las hizo.
Usaba un molde de barro en forma de hongo para la base de los árboles y un molde
plano para el arcángel Gabriel quien estaba parado sobre la base; además él usaba
pequeños moldes para hojas y flores y algunos de animales y pequeños ángeles (sus
aves siempre fueron hechas a mano.) Algunos de estos moldes ya eran antiguos cuando
Aurelio los usaba, y actualmente Francisco los sigue usando. Los moldes regularmente
pasan de generación en generación entre las familias de artesanos. En Izúcar las partes
principales y más grandes de una pieza se hacen a mano con únicamente algunas
pequeñas partes formadas con un molde. En la mayoría de los lugares sucede
exactamente lo contrario.
El burro de Aurelio le proporcionó no solo la transportación a sus campos y un medio
para lograr traer el barro pero además el material para elaborar sus pinceles. El usaba
cabello de la cola para sus pinceles rígidos y de la melena para los más suaves,
atándolos a un pequeño palo con un hilo. Desde hace tiempo Francisco ya no es
propietario de un burro, pero él se detiene cuando ve alguno amarrado en alguna puerta
y pide permiso al dueño para recortar un poco de pelo – él dice que regularmente llega a
la casa con un puñado de pelo de burro. En muchos lugares de México los ceramistas
usan el pelo de sus animales. El perro que nosotros vimos con mechones de pelo
cortado, el rígido de la espalda y la cola y el suave de la panza, probablemente pertenece
a una familia de artesanos.
Además, partes del cuerpo de la artesanía sirven como herramientas. El molde en forma
de hongo para la base perteneciente a Aurelio tenía un asa adentro, y cuando él estaba
listo para hacer una base él solamente se quitaba los huaraches y mantenía el molde de
entre sus pies, usando sus dedos para darle vuelta como un torno de ceramista. De esta
forma él podía rápidamente hacer una base suave y uniforme. Además, sostenía un
alambre fino en su boca y, tirando lo tensaba, para poder cortar fácilmente el barro y
dejar los bordes, solo utilizando una mano.
Cuando hacía un Árbol de la Vida, Aurelio usaba alambre galvanizado para soportar el
tronco y las ramas principales del árbol. Además el alambre proporcionaba una red de
seguridad - si había una ruptura en el horneado (siempre la había), la pieza podría ser
salvada y reparada con una mezcla de un pegamento animal (cola) y yeso. Como las
piezas siempre estaban cubiertas con una capa blanca antes de la pintura final
polícroma, la reparación no se distinguía; de hecho esto hace a la pieza más resistente
debido a que la mezcla de pegamento era más fuerte que el barro.
Las piezas terminadas necesitan secarse lentamente y completamente antes de que
puedan ser horneadas. Aurelio utilizaba palos y ladrillos para apoyar el tronco y las
ramas de los arboles más grandes, hasta que estos pudieran soportar su propio peso. El
proceso entero de secado tomaba entre una y dos semanas, dependiendo del tamaño de
la pieza y si era temporada de secas o de lluvias. Alfonso Castillo, quien no usa
alambre en el tronco y las ramas, deja un árbol grande acostado hasta que se seca lo
suficiente para permanecer parado y soportar su peso.
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El horno de los Flores es muy primitivo y simple, hecho de piedras y ladrillos apilados
para formar las paredes y láminas galvanizadas para cubrir la parte superior y guardar el
calor. Aurelio usaba corteza como combustible, el decía que era mas caro pero que
hacía el fuego más fuerte. El primer horneado, desarrollado a la más alta temperatura,
tomaba seis horas y usaba mucha corteza. Las piezas entonces eran dejadas en el horno
por un día para gradualmente enfriarse antes de ser removidas. Actualmente Francisco
usa leña para hornear y solo una vez cuece las piezas. Los Castillo, quienes hornean
solo una vez, tienen un horno en forma de colmena con una abertura en la parte inferior
tanto para una tubería de gas como un espacio para colocar madera. Ellos cuecen las
piezas por una hora con gas, lo apagan y luego continúan el proceso por tres horas más
pero con madera (Marco Antonio Castillo, comunicación personal, 1999).
Hornos rústicos similares al usado por la familia Flores (o aun más primitivos) se
encuentran por todo el país, y es difícil imaginar como cerámica tan fina emerge de
estos. Los hornos no son más que los mismos hornos que se usan para hornear barro en
lugar de pan. Los países cuyo alimento básico ha sido siempre el pan
comprensiblemente desarrollan increíblemente sofisticados hornos para pan a través de
los siglos y por extensión más sofisticados hornos para cerámica. México, sin embargo,
que no tiene una tradición temprana de elaboración de pan –es el país de la tortilla, un
pan de maíz que es cocido encima de un horno o estufa.
Después de que las piezas de Aurelio salían del horno y las cenizas y el hollín eran
sacudidas de éstas, el podía ver que daño necesitaba ser reparado. Entonces el largo
proceso de restauración comenzaría con la cola y el yeso, pegando piezas rotas y
llenando agujeros. Los Castillo usan un producto acrílico comercial para esto. Muchos
de los artesanos dicen que esta es la parte menos favorita de su trabajo pues no hay nada
de creativo e interesante en esto. La mayoría dice que ellos disfrutan más el pintado de
piezas.
Una capa de color blanco es puesta sobre el barro rojo para que los colores del pintado
final sean claros y uniformes. Este color blanco era originalmente una mezcla de blanco
de zinc y blanco de España, probablemente revuelta con cola; estos son óxidos de zinc
y el blanco español todavía es usado para variados propósitos en México. Aurelio
posteriormente cocía las piezas por segunda vez para fortalecerlas y hacer que la capa
blanca se adhiriera fuertemente. Esto era con una temperatura de horneado mas baja,
con menos corteza y duraba solo dos horas. Esta capa cubría todas las imperfecciones
de los trabajos de reparación y dejaba listas las piezas para pintarse.
En la actualidad Francisco usa la misma capa blanca de base pero no da un segundo
horneado. Los Castillo solamente usan una capa blanca de pintura a base de agua para
este paso; ellos dicen que la capa blanca original a menudo forma copos. Muchas piezas
antiguas tienen secciones enteras donde la pintura ha formado copos; parece que la
pintura blanca puede funcionar igual de bien.
Aurelio encontraba sus colores en los campos de alrededor. Tres de los colores que el
mencionaba usar eran rojo y rosa del árbol de grana y de la fruta del nopalillo, y
amarillo de la corteza del colorín o tzompantle. El mezclaba los colores con agua y
tierra para obtener la consistencia adecuada. El prefería usar sus cepillos caseros con los
colores naturales, en su experiencia, los cepillos comerciales son para pinturas
comerciales pero no eran adecuados para colores naturales. (Por supuesto esto era un
tipo de bofetada hacia los artesanos de Izucar que se dignaban a utilizar pinturas
comerciales)
En 1968 Heriberto Castillo decía que el usaba colores vegetales en polvo que compraba
en el mercado de la Merced de la ciudad de México. Los mezclaba con cola para darles
más cuerpo y además los guardaba de la decoloración que resultaba de exponerlos a la
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luz. Actualmente Alfonso Castillo utiliza pinturas acrílicas y pinceles comerciales pero
dice que al menos tiene un cliente alemán que siempre pide colores naturales –el insecto
de la cochinilla para un tipo de rojo, la planta de índigo para el azul, palo de Brasil para
otro rojo y muicle para el púrpura.
Intentamos de muchas formas y varias veces averiguar que pinturas utiliza Francisco en
la actualidad pero no tuvimos suerte del todo. (Nosotros incluso nos asomamos
alrededor de su taller pero no había signo de pinturas en ningún lado) Él dice que usa
pinturas de agua, pero lo que quiso decir con eso es imposible de entender. Nosotros
concluimos que el debe usar algún tipo de pintura comercial, probablemente acrílica,
pero el se sentía avergonzado de admitir eso. El sabe que Don Aurelio lo debe estar
mirando desde arriba con gran desaprobación –y ¡que le podría jalar los pies en la
noche!
La fase final de la producción –el barnizado- es una de las características que distingue
el trabajo de Izúcar del de Acatlán y Metepec. Al principio Aurelio usaba su propio
barniz hecho por él. Los colorantes naturales del barro son demasiado fugitivos y el
barniz le ayudaba a preservar en algo su color. En la actualidad tanto Francisco como
los Castillo usan barnices comerciales para muebles y siempre buscan los más claros y
transparentes posible. Los antiguos barnices con el tiempo se ponían amarillentos y
cambiaban el color de las pinturas. La mayoría de las piezas antiguas de Izúcar tienen
una cubierta muy amarilla.
Los artesanos, por supuesto, además deben preocuparse por la comercialización de su
trabajo. Algunos pocos habitantes de Izúcar de Matamoros saben del trabajo de las
familias Flores y Castillo –o de Tomás Hernández, Aniano Velásquez o Pablo Cuateta-
al menos en el centro de la ciudad, pero afortunadamente ellos fueron descubiertos hace
largo tiempo por comerciantes de Puebla y la ciudad de México. El propietario de una
tienda en Puebla comenzó a venir con Aurelio tan temprano como en 1940 y se
mantuvo como un buen cliente hasta su muerte en 1968. Aurelio dijo que después de
eso ya no le continuó vendiendo a la tienda porque él “no podía soportar a la viuda del
hombre”. Pero para ese tiempo el gobierno había formado agencias para la promoción
de las artes populares, y eso abrió otra puerta al mundo para estas obras. Conocedores
de las artes mexicanas y de sus artesanías continuaron pidiendo a Francisco piezas
especiales hechas en el estilo tradicional, y uno podía regularmente ver Árboles de la
Vida esperando ser llevados a algún museo.
En 1968 Heriberto Castillo reportaba que estaban llegando comerciantes con el de
Puebla y Toluca, así como de la ciudad de México, y muchas de estas personas estaban
enviando sus piezas hacia los Estados Unidos. El mercado ha continuado abierto por la
familia Castillo desde esa época con clientes de Europa y Asia.
Esperemos que la elaboración de la cerámica continúe siendo una forma de vida por
muy largo tiempo, y que nosotros continuemos apreciando tanto su trabajo como a los
artesanos, dándoles el respeto y la admiración –y los beneficios económicos- que ellos
han ganado a través de los años.
Donde todo comenzó/Snoody-Rodríguez Traducción Libre Raúl Mtz. V.