C. S. Lewis - Angeles Tutelares
C. S. Lewis - Angeles Tutelares
C. S. Lewis - Angeles Tutelares
tutelares
C. S. Lewis
Biblioteca de formación para católicos
www.alexandriae.org
La única persona que no hacía nada, por decirlo así, cuando llegó el
grito, era el capitán. Para ser más exactos, diremos que trataba, como de
costumbre, de no pensar en Clare, y de continuar redactando el diario oficial.
Clare seguía interrumpiéndolo desde sesenta y cinco millones de kilómetros
2
Biblioteca de formación para católicos
www.alexandriae.org
Era uno de los dos jóvenes técnicos quien había gritado. Habían estado
juntos desde la cena. Paterson, de pie en el umbral de la cabina de Dickson,
se apoyaba en un pie y luego en otro, moviendo atrás y adelante la puerta,
mientras Dickson, sentado en la litera, esperaba a que Paterson se marchara.
- Oh, mira, mira, mira - dijo Paterson. Fue entonces cuando Dickson
gritó, y llegó el capitán y tocó la campana. Veinte segundos después, todos
se agrupaban detrás de la ventana principal, Una nave del espacio acababa
de posarse suavemente a ciento cincuenta metros del campamento.
Ferguson.
5
Biblioteca de formación para católicos
www.alexandriae.org
- Quiere decir que vas a tener con quien acostarte, precioso - explicó
la gorda a Dickson.
6
Biblioteca de formación para católicos
www.alexandriae.org
- Me parece muy bien - dijo Dickson con entusiasmo -. Más vale tarde
que nunca. Pienso, sin embargo, que no han podido traer muchas chicas en
esa nave. ¿Y por qué no están aquí? ¿Vienen en viaje?
7
Biblioteca de formación para católicos
www.alexandriae.org
Era de esperar que los dos hombres, luego de haber pasado tanto
tiempo encerrados, y que acababan de sacarse los trajes del espacio, se
resistieran a vestírselos de nuevo y a volver a la nave. Tal fue, desde luego,
la opinión de la gorda.
- Querido amigo - explicó el otro -, ¿no es todo muy claro? ¿Qué mujer
puede venir voluntariamente a este sitio espantoso, a alimentarse con
raciones cuarteleras y ofrecer sus encantos a media docena de desconocidos?
No las alegres chicas, amigas de la diversión, pues saben que no hay alegría
en Marte. Menos la prostituta profesional, mientras encuentre clientela en el
barrio más sórdido de Liverpool o Los Ángeles. La que vino ya no tiene esa
probabilidad. La otra es una chiflada de la nueva ética.
- Bien - dijo Dickson -, dejemos que los jefes libren la batalla. Pero
hay cosas que superan todos los límites. Esa maldita pedante...
- Nada de eso, padre. Nunca tuve mucha afición al oficio, Pero, mire,
padre, yo era atractiva en ese entonces, aunque ahora no pueda
imaginárselo... y esos caballeros disfrutaban tanto conmigo...
- Hija - sentenció el Monje -, no está usted muy lejos del Reino. Pero
cometió un error. El deseo de dar es meritorio. Pero, si da usted un billete
falso, no por eso lo hace bueno.
- Un momento.
El diálogo continuó.
Habían visto ya la nave. Era una maravilla. Nadie recordó luego quién
fue el primero en decir: «Cualquiera puede manejar una nave semejante.»
- Creo que esas dos horribles mujeres han aprendido ya una psicología
todavía más nueva, desde que llegaron. ¿Creen allí realmente que todos los
hombres son tan combustibles? ¿Que nos echaremos encima de cualquier
mujer?
- Ay, amigo, así es. Dirán que usted y su gente son todos anormales.
12
Biblioteca de formación para católicos
www.alexandriae.org
15