Teatro Político o Épico
Teatro Político o Épico
Teatro Político o Épico
BERTOLT BRECHT (1898−1956) ha legado una importante herencia en sus textos teóricos, que fue conformando a lo largo de su
vida, y que se atreve a presentar, ordenados, en 1948, en el conocido opúsculo “El pequeño organon”. Para Brecht, el teatro debía ser
consecuente con el momento histórico en que uno vive. Y su realidad exigía una escena racional, científica, precisa y objetiva. Su
propia vida le hace conocer directamente la injusticia social, a la que combate desde sus dramas. En el primer punto del “organon” da
esta definición: “El teatro consiste en representar figuraciones vivas de acontecimientos humanos ocurridos o inventados, con el fin de
divertir. Esto es, en todo caso, lo que damos por supuesto en este escrito, y tanto al hablar del teatro moderno como del antiguo”.
Brecht se va a plantear el fin mismo del drama y sus objetivos, más que su esencia. Es en lo único en que se aparta abiertamente de
Aristóteles, habida cuenta del sentido contemporáneo de la función del teatro en nuestro siglo. Si Nietzche denunciaba la
funcionalidad del fenómeno dramático como ilusión burguesa, Brecht, desde planteamientos basados en el materialismo histórico,
conduce aquella funcionalidad hacia el sentido político del teatro, a partir de criterios de utilidad y eficacia del arte. Ésta es la
encrucijada del discurso antiaristotélico de Brecht, ya que a partir de ahí, la catarsis se convierte en enajenación, cosa que rechaza y
cambia por la mirada extraña ante la fábula escénica. “El rechazo de la identificación –dice Brecht en sus Escritos sobre teatro− no
surge de un rechazo de las emociones, ni conduce a ese rechazo. Precisamente el deber de la dramática no aristotélica consiste en
demostrar la falsedad de las tesis de la estética vulgar, según la cual las emociones sólo pueden ser producidas por la vía de la
identificación. Sin embargo, una dramática no aristotélica debe someter a una cuidadosa crítica toda emoción condicionada por ella y
por ella materializada.”
El efecto de “extrañamiento” o “distanciamiento” brechtiano (Verfremdungseffect, en alemán) fue utilizado por primera vez, por
Brecht, en las notas a Cabeza redondas y cabezas puntiagudas, estrenada en 1936. En el punto 42 del “organon” describe el efecto:
“Representación distanciadora es aquella que permite reconocer el objeto, pero que lo muestra al propio tiempo como algo ajeno o
distante (fremd)”. Este tipo de teatro que pone en práctica Brecht, tras su muerte la mayoría de creadores europeos lo denominan
“épico”, para resaltar la necesidad de establecer una distancia semejante a la que los antiguos espectadores establecían con las
narraciones.
Finalmente, para explicar la experiencia brechtiana se suele usar un cuadro, que si bien reduce la riqueza expresiva del método,
también es didáctico en su esquema, para mejor comprender lo que separaba al autor del teatro dramático al uso. Aquí lo ofrecemos
abreviado:
1
César Oliva y Francisco Torres Monreal: Historia básica del arte escénico. Ediciones Cátedra, Madrid, 2003. Pp. 365-367.
TEATRO Y POLÍTICA
Desde sus orígenes, el teatro representa al hombre en su totalidad, y por lo tanto las obras dramáticas se refieren de alguna manera al
contexto social y político de sus personajes, a menudo veladamente y sin cuestionar el sistema, otras veces reaccionando contra ciertas
contradicciones e injusticias.
El teatro político contemporáneo tiene una connotación más restringida, ya que pone en tela de juicio el régimen político vigente y
critica la falsedad de ciertos principios aparentemente inmutables. El arte, además de entretener y agradar, cumple una función
didáctica y el artista puede convertirse en un personaje peligroso.
Así planteado, y prescindiendo de los numerosos matices que caracterizan a los diferentes autores, el teatro político no sería una
novedad si se considera que Aristófanes fustigó prejuicios sociales de su época, y que ya desde el tiempo de Platón se asociaba al arte
dramático con cierto elemento subversivo.
La característica que da su tono al así llamado teatro político contemporáneo y que lo distingue claramente de otros experimentos
anteriores, consiste en que los dramaturgos coinciden en atacar valores y principios burgueses de la sociedad capitalista occidental. En
cuanto a las condiciones que favorecieron esta importante corriente de la dramaturgia moderna, merecen mencionarse dos, muy
estrechamente ligadas entre sí: primero, una fuerte reacción contra la pasividad del teatro alienado, que incluye al teatro del absurdo y
de la crueldad y al expresionismo y surrealismo en sus distintas formas, y segundo, la vigencia del pensamiento de Marx y Lenin en el
medio intelectual contemporáneo.
El término alienación, aplicado al divorcio que existe entre el trabajador y los frutos y la trascendencia de su tarea en la sociedad
capitalista, sugiere además la imagen de un hombre agobiado por una civilización que lo reprime. Las obras alienadas expresan un
profundo deseo de encontrar una metáfora para este ser humano en su prístina soledad, transformado en número, creador y víctima de
la IBM. El artista alienado no participa de los problemas sociales y políticos de su época, sino que “espera a Godot” en actitud pasiva.
El teatro de Brecht es básicamente un entretenimiento, pero tiene también un fin didáctico. No se limita a
describir el sistema y hacer una denuncia de sus vicios, sino que más bien plantea un problema juntamente
con aquellos factores decisivos que lo determinan. Por lo tanto, la obra se prolonga en el espectador, ya que
éste debe dilucidar conflictos latentes en la obra misma. La actitud crítica frente a una pieza de teatro está
íntimamente vinculada con el efecto de distanciamiento o Verfremdung−Effeckt, una importante
característica del teatro épico de Brecht, según el cual el público no se identifica con el protagonista sino que
se aleja de él para analizar racionalmente lo que está presenciando.
Isabel Cárdenas de Becu: Teatro de vanguardia, polémica y vida. Ediciones Búsqueda, Argentina, 1975. Pp. 79, 80,
81, 86, 87.