Van - Der - Veer - El Mundo de Tensiones de Pierre Janet
Van - Der - Veer - El Mundo de Tensiones de Pierre Janet
Van - Der - Veer - El Mundo de Tensiones de Pierre Janet
Fuente: Jaan Valsiner y Rene van der Veer, The Social Mind: Construction of the Idea,
Nueva York: Cambridge University Press, 2000; cap. “Pierre Janet’s world of tensions”
Traducción: Azucena Galettini, Laura Lucila García, Mayra Cavilla y Ariana Eterovich.
Trabajo final de Residencia en Traducción IES en Lenguas Vivas "Juan Ramón Fernández",
Buenos Aires, 2012, bajo la tutoría de la Prof. Elena Marengo.
Mesdames, messieurs: con frecuencia hemos comentado que en la investigación científica también
existe la moda, al igual que en el diseño de sombreros y vestidos femeninos. Sin que haya razón
aparente, a veces un estudio minúsculo pasa estar a la orden del día en determinada época. Todos se
sienten obligados a escribir un artículo sobre ese problema. Se acumulan obras, libros, publicaciones
durante diez o quince años. Y entonces, de nuevo sin razón aparente, el viento cambia y ese problema,
que parecía tan apasionante, deja de serlo con notoria rapidez. En realidad no se lo ha solucionado,
pero eso no importa. Se pierde el interés porque en esa época ya se ha dicho todo lo que podía decirse
al respecto, dados los métodos y los puntos de vista existentes. Lo cual no quiere decir que el
problema se haya eliminado de manera absoluta y definitiva. Por lo general, vuelve a ponerse de
moda, veinte o veinticinco años después. Así es como se alcanza el progreso científico.
Janet, en una conferencia del Collège de France, véase Janet, 1928a, p.321.
En la actualidad, son pocos los investigadores anglosajones que poseen algo más que un vago
conocimiento de la obra de Pierre Janet, y sólo nos queda tener la esperanza de que la
afirmación anterior –en los problemas de la ciencia el interés es cíclico– se cumpla para el
estudio de las teorías científicas y también para sus defensores, pues Janet fue una de las
figuras más importantes de la historia de la psicología y la psiquiatría, y su obra merece que
cada nueva generación de investigadores vuelva a revisarla y analizarla. Renovar el estudio de
los escritos de Janet y de su importancia para la teoría de la psicología aportará nuevas y
diversas valoraciones de su obra, permitirá complementar la bibliografía existente (por
ejemplo Allen,1937; Barrucand, 1967; Ellenberger, 1970; 1978; Horton, 1924; Mayo, 1952;
Prévost 1973a: 1973b; Sjöwall 1967) y será un interesante reflejo de cómo se comprenden en
nuestra época los problemas de la psicología.
La falta de interés actual con respecto a las teorías de Janet y el escaso conocimiento que se
tiene de su obra contrastan notablemente con lo que ocurría hace sesenta u ochenta años. A
comienzos del siglo XX, Janet era muy conocido fuera de Francia y se lo invitaba con
frecuencia a dar conferencias en el extranjero. Buena parte de su obra fue traducida a otros
idiomas: inglés, alemán, español, ruso (por ejemplo: Janet, 1894c, 1903b,
1911,1913b,1925,1926a). Gracias a los congresos y las giras para dar conferencias, Janet
realizó una gran cantidad de viajes. En el período comprendido entre 1904 y 1936 visitó los
Estados Unidos (Atlantic City, Boston, Baltimore, Chicago, Nueva York, Niagara Falls,
Filadelfia, Princeton, Springfield, Saint Louis), América Latina (Argentina, Brasil, México) y
diversas ciudades europeas (Ámsterdam, Ginebra, Londres, Oxford, Roma, Viena, Zúrich).
Por consiguiente, el autor de De la angustia al éxtasis era muy conocido y respetado por
todos fuera de su propio país (Ellenberger, 1978).
Dado que en la actualidad la obra de Janet es poco conocida fuera de Francia y en vista de que
la bibliografía con la que se cuenta lo señala principalmente como uno de los fundadores de la
psiquiatría dinámica (por ejemplo Ellenberger,1970; Van der Hart y Friedman, 1989; Van der
Hart y Horst, 1989; Van der Hart, Brown y Van der Kolk, 1989), es de interés destacar otro
aspecto crucial del pensamiento de Janet, concretamente, sus ideas sociogenéticas. Pues este
autor francés fue –junto con Royce, Baldwin, Mead, Vygotsky y las otras figuras analizadas
en este libro– uno de los creadores de la perspectiva sociogenética en psicología (Van der
1
Veer, 1994; Van der Veer y Valsiner, 1988; 1991a). En este capítulo ofreceremos un
panorama general de los temas sociogenéticos presentes en la obra de Janet, pero
comenzaremos con una breve descripción de su vida. Se verá que la teoría sociogenética de
este autor francés suponía la idea fundamental de que las funciones mentales superiores del
ser humano se desarrollan –y por lo tanto se vuelven más socializadas y más
individualizadas– de manera gradual, a medida que los individuos actúan en contextos
pertenecientes al ámbito social.
La vida de Janet
Pierre Janet (1859-1947) tuvo la típica carrera de un intelectual francés. Después de recibirse
en la École Normale Supérieure (1879-1882), a la cual asistió al mismo tiempo que Durkheim
y un año después que Bergson, enseñó en diversas instituciones: los Lycées de Châteauroux
(1882-1883) y de Le Havre (1883-1889). Ese periodo fue parte de los diez años de enseñanza
a los que los estudiantes de la École Normale Supérieure se comprometían (Ellenberger,
1970, p. 336). Janet era profesor de filosofía en el Lycée de Le Havre, pero aparentemente
tenía tiempo suficiente para explorar sus otros intereses. Durante su estadía en Le Havre viajó
con frecuencia a París, donde acostumbraba ver pacientes junto con su hermano Jules, quien
inicialmente compartía su interés por las neurosis y el hipnotismo (Jules Janet, 1888; 1889),
pero luego de algunos años se abocó a la urología y la microbiología (véase Janet, 1910b). En
Le Havre, Janet trabajó como voluntario en el hospital. Se observan interesantes paralelismos
entre su vida y la de Vygotsky (véase el Capítulo 8). Al igual que Vygotsky, comenzó su
carrera como profesor en una ciudad de provincia (Janet,1946, p.82) que tenía, sin embargo,
una vida cultural propia y donde era posible estar informado de los más recientes
acontecimientos científicos y culturales que ocurrían en la capital. En ambos casos, la
actividad laboral les dejaba una gran cantidad de tiempo para llevar a cabo pequeñas
investigaciones científicas. Al igual que Vygotsky, la formación de Janet fue principalmente
filosófica y literaria; sin embargo, su interés viró pronto hacia la psicología. Por último, al
igual que lo haría Vygotsky muchos años después, Janet se dio cuenta muy pronto de que era
indispensable poseer formación en medicina, porque era esencial para sus investigaciones y
porque otorgaba prestigio académico.
Fue en 1886, cuando estaba en Le Havre, que Janet por primera vez se interesó activamente
por la psicología, sin duda inspirado por los escritos de su tío, el filósofo Paul Janet, quien
había tratado el tema de la doble personalidad (Paul Janet, 1876) en relación con los famosos
artículos de Azam (1876a; 1876b; 1876c) sobre Félida X, y quien ya había tratado el tema de
la sugestión en el estado hipnótico en una serie de artículos publicados en una revista literaria
(Paul Janet, 1884a; 1884b; 1884c; 1884d; 1897). Paul Janet estaba muy interesado en la
sugestión hipnótica: estudió la bibliografía existente y fue testigo de muchas de las sesiones
de hipnosis que llevaban a cabo Charcot, Bidet y otros en la Salpêtrière. Su actitud era la del
científico positivista que, después de investigar cuidadosamente, concluía que muchos de los
datos empíricos eran indiscutibles pero dudaba de la interpretación que se hacía de ellos. Paul
Janet (1884d, p.199) planteó el interrogante de hasta qué punto las acciones de un sujeto
somnámbulo pueden ser consideradas repeticiones automáticas de hábitos y recuerdos más
antiguos, pero su respuesta fue que se trataba de un tema que excedía sus artículos y requería
un estudio completamente nuevo. Uno se pregunta qué habrá pensado de la respuesta a ese
interrogante que dio su sobrino cinco años después, en una disertación pública.
Pierre Janet inició su carrera en psicología investigando el caso de la Señorita B., una joven
que caía en estado hipnótico (o sonámbulo) repetidamente y de manera espontánea. La
muchacha se volvió sujeto de las experimentaciones de Janet y el médico Gilbert, quienes
descubrieron que era extremadamente sensible y podía ser hipnotizada en pocos segundos. Al
tratar de descubrir qué era exactamente lo que había en la actitud del hipnotizador que hacía
2
que la paciente fuera hipnotizada, Gilbert y Janet pronto se dieron cuenta de que no era
necesario darle instrucciones verbales específicas. De hecho, con el tiempo fue posible probar
que se la podía hipnotizar sin usar palabras e incluso sin tocarla. Algo que, naturalmente, los
llevó a la idea de que tal vez ni siquiera fuera necesaria la presencia física del hipnotizador.
Sorprendentemente, Gibert, y Janet en menor medida, consiguieron hipnotizar a la Señorita B.
desde cuartos contiguos (la mayoría de las veces induciéndola a dormirse) y, por último,
desde distancias más grandes, hasta alcanzar casi el kilómetro. La publicación de estos
resultados algo extraños en la Revue Philosophique (Janet, 1886a; 1886b) fue bien recibida
por los expertos en ese campo por entonces popular, quienes relataban casos similares –e
incluso más espectaculares– desde su propia experiencia (Beaunis, 1886; Gley, 1886;
Héricourt; 1886; Richet, 1886).
En 1889 Janet presentó su tesis principal sobre el automatismo psicológico en la Sorbona
(Janet, 1889a), además de otra menor, obligatoria, de sesenta páginas en latín (1889b). Esta
última trataba sobre Bacon y los alquimistas, y en ella Janet describía a Bacon como una
figura que estaba a medio camino entre el pensamiento alquimista tradicional y la nueva
ciencia experimental (Ellenberger, 1970, p.339). En es mismo año, Janet se trasladó a París y
fue uno de los organizadores del Congreso Internacional de Hipnotismo Experimental y
Terapéutico, lo cual le permitió conocer colegas de la talla de William James. Janet enseñaba
en ese momento en el Lycée Louis-le-Grand, donde estudió medicina hasta 1893, año en el
que se graduó con honores. Durante ese período dividió su tiempo entre sus compromisos
docentes en el Lycée, los estudios de medicina y el examen de pacientes histéricos en varios
hospitales y en las salas de Charcot en la Salpêtrière (Reuchlin, 1986).
Ya entonces Janet se había vuelto un habitante de dos mundos: por un lado tenía sólidos
conocimientos de filosofía (materia que había enseñado durante varios años en diferentes
Lycées y sobre la cual había publicado un manual, véase Janet, 1896b); por el otro, tenía la
formación de un naturalista. Según su propia opinión, esta circunstancia fue decisiva para el
desarrollo de su pensamiento, ya que, según lo escribiría él mismo muchos años después
(Janet, 1930c, p. 123; 1946, p. 85), sus teorías pudieron surgir gracias a una curiosa
combinación de intereses. Por un lado, siempre sintió inclinación por las ciencias naturales;
por el otro, tenía profundos sentimientos religiosos y místicos (lo cual recuerda la
combinación de intereses de William James y de George Herbert Mead). Su meta final era
reconciliar la razón con la fe por medio de la filosofía, meta que acabó por transformarse en
una suerte de milagro inalcanzable, como el mismo Janet reconoció años después. Sin
embargo, gracias a ella, se abocó a estudiar los fenómenos psicológicos superiores –algunos
francamente curiosos– con la prudencia y el rigor del naturalista.
En 1893, Charcot abrió un laboratorio de psicología experimental en la Salpêtrière y le pidió a
Janet que lo dirigiera (Janet, 1895a). Ese mismo año, Charcot falleció, pero su sucesor, el
neurólogo Raymond, le permitió a Janet continuar con su investigación en psicología. Juntos
publicaron varios libros y numerosos artículos (por ejemplo, Raymond y Janet, 1898; 1903;
1904) aunque el aporte de Raymond parece haber sido mínimo. Cinco años después, Janet fue
nombrado profesor en la Sorbona y en 1902 sucedió a Ribot como titular de psicología
experimental en el Collège de France. Su competidor era Binet, pero la candidatura de Janet
fue respaldada por Bergson, con quien el autor de De la angustia al éxtasis pasó a tener
frecuente contacto profesional y personal durante el resto de su vida, y cuyas ideas sin duda
influyeron en el enfoque orientado a la acción de Janet. A partir de ese momento, el Collège
de France se volvió el centro de sus actividades (véase Ellenberger, 1970, p. 343), y muchos
de sus libros posteriores se basaron en las conferencias semanales que daba en esa institución.
Janet se jubiló del Collège de France en 1935, a la edad de setenta y cinco años, pero continuó
activo en el campo de la psicología clínica hasta su muerte, en 1947.
En 1910, Raymond, el superior de Janet en la Salpêtrièrie, falleció, y su sucesor, Déjerine, a
quien por algún motivo no le gustaban las investigaciones de Janet (tal vez porque éste
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parecía seguir la línea trazada por Charcot, cuyos estudios sobre hipnosis ya habían caído en
desgracia) logró excluirlo de su laboratorio y de las salas de Charcot. Janet encontró refugio
en las salas de su amigo Nageotte, neurólogo, especialista en histología del cerebro y colega
en el Collège de France. Sin embargo, como ya no formaba parte del laboratorio fundado por
Charcot, Janet tenía a su disposición una cantidad mucho menor de pacientes (aunque además
atendía en su consultorio privado) y no tenía posibilidad de ejercer la docencia clínica.
Aproximadamente en esa misma época, y tal vez debido en parte a los acontecimientos antes
mencionados, Janet comenzó a crear sistemas jerárquicos cada vez más complejos para
explicar el funcionamiento mental. La minuciosa descripción de casos individuales de locura
gradualmente le cedió paso al razonamiento hipotético, especulativo, respecto a la evolución
de la mente y la psicología de la conducta. Pero el asidero de esas ideas más o menos
especulativas fue el vasto conocimiento que Janet tenía sobre la historia clínica de pacientes a
quienes siguió durante años. Ya en 1920 había acumulado registros de aproximadamente
3500 casos (Janet, 1925, p. 15) y después de su muerte al menos 5000 archivos de sus
pacientes fueron incinerados, conforme a su voluntad (Ellenberger, 1970, p. 352; cf. Prévost,
1973b, p. 35). Él mismo (Janet, 1930c, p.124) comparó esa enorme colección de
descripciones de casos con el herbario que había comenzado en su infancia y que fue
enriqueciendo a lo largo de su vida.
El hecho de que no pudiera formar a sus propios alumnos y de que enseñara en el Collège de
France, institución muy prestigiosa pero que atraía, en líneas generales, a un público lego,
contribuyó a que Janet no crease una “escuela” propia. Sin duda su personalidad también
influyó. Sin embargo, aun cuando en algunos aspectos pudiera considerárselo mero testigo y
no partícipe de los acontecimientos, nunca fue una figura aislada (véase Prévost, 1973b, p.
51). A lo largo de su carrera, Janet fue miembro activo de varios consejos científicos, revistas
especializadas, etcétera, y en 1904, fundó junto con George Dumas el Journal de
Psychologie. También tenía amigos cercanos que eran intelectuales, entre ellos Morton
Prince, Hack Tuke, Macfie Campbell, Weir Mitchell, Frederic Myers y James Mark Baldwin,
y mantuvo correspondencia, entre otros, con William James (véase James, 1890/1983, p.
1071; Janet 1889a, p.215; 1893d).
Los contactos entre Janet y Baldwin parecen datar al menos de 1892, año en que Baldwin
visitó a su colega francés en París (Baldwin 1892c; 1892d) y en que Janet (1892c) reseñó
favorablemente el artículo del “profesor Baldwin de la Universidad de Toronto”, presentado
en el Congreso Internacional del Psicología Experimental de Londres. Según se dice, en su
primera conversación, estos estudiosos utilizaron una suerte de latín, único idioma que tenían
en común en aquella época (Ellenberger, 1970, p. 352; véase también el Capítulo 4). En los
años siguientes, sin embargo, Janet habría aprendido a hablar un inglés aceptable
(Ellenberger, 1978).
Aparentemente, Janet era un hombre tímido, reservado, que no revelaba con facilidad sus
sentimientos pero que tenía un agudo ingenio y era un gran conversador (el lector interesado
en un relato biográfico de Janet y una descripción de su personalidad, puede consultar
Ellenberger, 1970, pp. 347-353; cf. Ey, 1968; Germain, 1960; Minkowski, 1960). Pero por
sobre todo, parece haberse destacado en el arte de escuchar. Sus libros desbordan de
descripciones detalladas, llenas de empatía, acerca de los sufrimientos de cientos de pacientes
(cf. Crocq y De Verbizier, 1988). Como era muy meticuloso para tomar notas, pronto sus
pacientes lo apodaron el “Dr. Lápiz” (Schwartz, 1951). Sus cursos en el Collège de France
eran apreciados por todos y sus libros y artículos estaban escritos en un estilo elegante, a
veces brillante, lleno de ironía e ingenio. Su crítica a las ideas psicoanalíticas de Freud (Janet,
1914a; véase también 1919; 1925), por ejemplo, es una obra maestra de la retórica, en la que
alaba a los psicoanalistas por sus audaces y arriesgadas ideas y, al mismo tiempo, deja
absolutamente en claro que para él el juego de símbolos del psicoanálisis (cf. Lyman Wells,
1912), su metodología y supuesto método terapéutico son del todo inadecuados desde el punto
4
de vista científico. Como es natural, esas críticas no fueron bien recibidas por los
psicoanalistas (cf. Barraud, 1971; Ellenberger, 1970; Perry y Laurance, 1984; Prévost,
1973b). Janet (1914a, pp. 119, 121) llegó incluso a comparar el movimiento psicoanalítico
con un movimiento religioso, el cual también excomulgaba a los herejes. Sin embargo, el
psicoanálisis fue la corriente que se puso de moda, eclipsando de manera total la “psicología
analítica” de Janet. En años posteriores, el autor francés se volvió en cierta medida una figura
aislada en los círculos psicoterapéuticos. Sin embargo, estaba acostumbrado a ese papel, que
hasta cierto punto puede haber sido afín a su personalidad. Cuando comenzó a publicar sus
estudios sobre la hipnosis, se vio inmerso en la disputa planteada entre Berheim y Charcot
(véase el Capítulo 2 y siguientes), pero intentó mantener su propio punto de vista. Cuando la
escuela de Charcot fue derrotada, defendió algunas de las ideas de éste contra Bernheim
(Bernheim, 1892; Janet, 1892c; 1892d). Por último, cuando la hipnosis dejó de ser
considerada un aceptable medio terapéutico de intervención, Janet mantuvo su interés en ella
y afirmó audazmente: “[...] la pérdida de prestigio del hipnotismo no significa nada. Ha
ocurrido por causas accidentales, por la desilusión y la reacción que le siguió a un entusiasmo
desmedido. Es apenas un incidente pasajero en la historia del sonambulismo inducido” (Janet,
1925, p. 207).
El impresionante conocimiento que Janet poseía sobre la historia de la filosofía y de la
psicología debe haberlo ayudado a evaluar de manera tan impasible los acontecimientos de
los que él personalmente formaba parte. A lo largo de los años reunió una nutrida colección
de antiguos escritos sobre magnetismo, mesmerismo, espiritismo, etcétera, lo cual le permitió
entender que muchos de los supuestos descubrimientos e invenciones de su época en materia
de psicoterapia, habían sido, en realidad, de conocimiento común en períodos anteriores
(véase en particular Janet, 1919; 1925). Según relata él mismo (Janet, 1889a, p.397), una vez
encontró un folleto anónimo en una librería de usados que, unos cuarenta años antes,
anticipaba muchas de sus teorías sobre la disociación. Su propia manera de describir su
actitud intelectual es muy reveladora y vuelve a llevarnos a la cita del comienzo de este
capítulo.
Siempre tuve la desgracia de ser partidario de las opiniones moderadas y he detestado las
exageraciones groseras de los extremistas. Es por ello que, hace veinte años, fui despreciado
al decir que la sugestión hipnótica no lo era todo, y es por ello que hoy corro el riesgo de que
se rían de mí al decir que el hipnotismo tiene, después de todo, su mérito. No importa,
considero que esta posición modesta es la más fructífera si uno quiere descubrir algunas
verdades. Si actualmente mi libro es ignorado, se lo leerá en el futuro, cuando haya girado la
rueda de la moda y traído de nuevo la sugestión hipnótica como tratamiento, así como se
volverán a usar los sombreros de nuestras abuelas (Janet, 1925, p. 151 * ; cf. Janet 1907a/1965,
p. 138).
Si bien no podemos afirmar que en sus primeras obras Janet defendiera explícitamente el
punto de vista sociogenético que se esbozará a continuación, al cual adhirió más adelante en
su carrera, ciertas características de esas obras son de gran interés para el presente libro. Un
buen ejemplo son sus primeros experimentos hipnóticos con L(éonie). A Janet lo sorprendía
el hecho, aparentemente ilógico, de que, pese a cumplir a la perfección sus instrucciones, la
paciente no las recordaba –es más, parecía no saber que se las habían dado–, ni siquiera
durante el estado hipnótico. Janet le sugirió a Léonie que respondiera algunas de sus
preguntas por escrito, lo cual ella hizo mientras realizaba otras actividades, por ejemplo
mantener una conversación con otras personas. Por medio de este método de “escritura
*
Por discrepancias en la traducción al inglés citada por los autores, se sigue el original en francés: Janet, P.
(1919). Les médications psychologiques. Paris: Félix Alcan. Vol I, p.137 [N. de las Trads.].
5
automática” se hizo evidente que Léonie estaba perfectamente al tanto de las instrucciones de
Janet, es decir, alguna parte de su personalidad las registraba y otra no. La Léonie normal
decía que no había oído ninguna de las instrucciones de Janet, mientras que la parte de ella
que escribía admitía que sí las había oído. Por sugerencia de Janet, esa otra parte recibió un
nombre (primero Blanche, después Adrienne) y el psicólogo se abocó a descubrir las
diferencias entre las respuestas de Léonie y las de su alter ego. De esa forma, se descubrió que
Adrienne sentía el dolor que Léonie afirmaba no sentir y que Adrienne veía los objetos que
Léonie decía no haber visto después de una sugestión poshipnótica. Janet llegó a la
conclusión de que era un caso de cierta disociación o dédoublement * de la personalidad, que
podía originarse en experiencias traumáticas de la infancia (Janet, 1886c; 1888). Según él, en
estos casos, las diferentes partes de la personalidad están perfectamente al tanto de todo lo que
ocurre, pero algunos acontecimientos no son percibidos/aceptados por el “yo” [moi] normal y
son relegados a otro grupo de fenómenos u a otra personalidad. El sujeto normal parece no
estar al tanto de diversos acontecimientos, pero en realidad esos sucesos están “meramente
separados del conjunto de fenómenos psíquicos de cuya síntesis surge la idea de “yo” [moi].
(Janet, 1887, p. 471).
Así, Janet anticipa el trabajo posterior de Hilgard (1977) sobre el “observador oculto” y los
textos actuales que postulan que el origen de la personalidad múltiple se encuentra en las
experiencias de la infancia. Pero lo que es más importante para el presente libro es que Janet
demostró tener una profunda comprensión de la compleja naturaleza de la personalidad, que
es inducida por la sociedad. Era más que consciente del hecho de que, como hipnotista, era
co-constructor de lo que ocurría (Janet, 1886c, p. 248) y pronto se dio cuenta de que los
supuestos médiums de las sesiones espiritistas pueden ser personas con una mente disociada,
que le asignan las emociones, ideas, etcétera, de su “no yo” [non-moi] a una persona muerta,
porque eso es lo esperado socialmente en esa situación (Janet, 1886c, p. 589; 1888, p. 257).
Los sujetos experimentan, en todo caso, sus propios sentimientos y emociones de un modo
socialmente aceptado. Por eso Janet siguió con interés y sentido del humor lo que ocurría en
los círculos espiritistas (por ejemplo, Janet 1889a; 1892b; 1897b; 1909a; 1909b). Así, lo
vemos quejarse de que, por algún motivo, los discursos de personajes históricos famosos se
volvían algo mediocres cuando salían de la boca de los médiums (cf. James, 1890/1983, p.
223). Filósofos de la talla de Leibniz no hacían más que decir obviedades, y poetas clásicos
componían versos que eran puro ripio. En cierta ocasión, durante una sesión espiritista, una
mesa señaló que la esencia del amor es el sufrimiento, y Janet (1889a, p. 390) comentó que no
se trataba de una observación novedosa “pero, de todas formas, que lo diga una mesa es
curioso”.
En segundo lugar, Janet comprendía que la personalidad es una construcción extremadamente
compleja que consiste de varias capas que se interrelacionan de manera jerárquica o
asimétrica, y esas interrelaciones evolucionan en la continua interacción social con otras
personas. No mostraba inclinación alguna por atribuir esa totalidad compleja a factores
genéticos o a procesos cerebrales, porque no consideraba que sirviera de algo introducir
“fantasías fisiológicas que tienen menos poesía sin por eso ser más valederas” (Janet, 1888, p.
278; cf. Janet, 1893a, p. 194; 1898, pp. 250, 283).
En tercer lugar, dio por sentado que las particularidades de esas construcciones se debían a
acontecimientos específicos en la vida de la persona y, a veces, se originaban en hechos
traumáticos acaecidos en la infancia. En otros términos, esa visión sociogenética de la mente
humana y de su naturaleza, que era compleja, social y evolutiva, estaba presente, aunque de
manera implícita, en los escritos del primer Janet.
Con esos resultados, el joven psicólogo se situó firmemente en el entonces muy popular
campo de la hipnosis y despertó el interés de académicos franceses (por ejemplo, Charles
*
En francés en el original [N. de las Trads.].
6
Richet, Charcot) y también extranjeros (por ejemplo, Arthur y Frederic Myers), que fueron a
visitar Le Havre para ver con sus propios ojos a los pacientes de Janet y los extraños síntomas
que presentaban (Hishelwood, 1991; Janet, 1946). La Society for Psychical Research de
Londres (dirigida por Frederic Myers) le pidió a Janet que reprodujera sus experimentos de
hipnosis a distancia en presencia de un comité de investigación de Londres. Curiosamente,
una vez más Janet logró dormir a su sujeto a un kilómetro de distancia “16 veces de 20”. A
partir de ese momento, Janet parece haber mantenido asiduo contacto con algunos miembros
de la Society for Psychical Research, conformada, entre otros, por figuras tan notables como
Max Dessoir, F. Stanley Hall, William James, Morton Prince y Theodule Ribot (cf. Milne
Bramwell, 1903/1956, p. 35), y en sus escritos a menudo se refería a las publicaciones de esa
sociedad. Mucho tiempo después, en su presentación autobiográfica (Janet, 1930c; 1946),
confesó que se había sentido algo horrorizado por la publicidad que generaron esos resultados
y que no confiaba plenamente en ellos. Lo cierto es que pronto se abocó al estudio exhaustivo
de los diversos estados de sonambulismo que los pacientes histéricos pueden alcanzar y el
papel fundamental que la memoria desempeña en esos estados. En ese sentido, dio con la
historia, en gran medida olvidada, del mesmerismo o “magnetismo animal”. En una
oportunidad, cuando indujo un profundo estado de sonambulismo en una paciente, ella
declaró que ya había alcanzado ese mismo estado antes. Después de investigar, Janet
descubrió que, veinte años atrás, esa mujer había sido sujeto de un “magnetizador”. Esa
experiencia hizo que, por un lado, Janet tomara conciencia de la necesidad de tener sujetos
“limpios” y/o de poseer un conocimiento detallado de su historia de vida; por otro lado, lo
llevó a estudiar la historia del hipnotismo y la sugestión, a partir de lo cual se convenció de
que, hasta cierto punto, él y sus contemporáneos estaban solamente redescubriendo
fenómenos ya bien conocidos por Mesmer, Betrand y muchos otros. Al leer esos escritos
históricos, pudo ver que en el pasado se reproducían y confirmaban sus propios resultados.
Las primeras conclusiones de los estudios históricos de Janet y las nuevas interpretaciones de
sus conclusiones con respecto al sonambulismo se publicaron en su tesis sobre el
“automatismo psicológico” (Janet, 1889a).
Comportamiento automático
7
porque da la esperanza de que uno haya sido o será capaz de detectar la verdad sobre algún
otro hecho. Las hipótesis generales de la filosofía no son pasibles de error [...] Por ello, no
debemos detenernos en esas teorías, que, por su naturaleza misma, están más allá de cualquier
análisis preciso (Janet, 1889a, p.479, énfasis agregado).
Es de interés notar que a Janet le resultaba necesario defender el método indirecto en la
psicología, es decir, argumentaba que es posible inferir la existencia de fenómenos
psicológicos en otras personas por medio de sus gestos, palabras, etcétera, “como el químico
determina los elementos de las estrellas por medio de las franjas del espectro” (Janet 1889a, p.
5).
Esa última cita nos recuerda algunas palabras de Vygotsky, escritas varias décadas después.
En concordancia con Janet, el autor ruso sostenía que los historiadores y los geólogos, más
que observar directamente los hechos, los reconstruyen, y que el psicólogo “actúa como un
detective que desvela un crimen del cual nunca fue testigo” (véase Van der Veer y Valsiner,
1994; p. 44; véase también el Capítulo 8). A su vez, Janet hacía hincapié en que sus sujetos
eran personas que padecían enfermedades mentales (en su mayoría mujeres que sufrían de
histeria) y que eran muy sugestionables, por lo que interrogarlas en público sólo produciría
resultados espúreos generados por el mismo procedimiento utilizado. Por lo tanto, para
estudiar a sus pacientes prefería que estuvieran aislados. Asimismo, subrayaba la necesidad de
realizar esos estudios durante un tiempo prolongado, para que el psicólogo pudiera llegar a
conocer en detalle al paciente y su historia. Con ello se distanció de inmediato de la Escuela
de París, cuya figura principal era Charcot (allí el interrogatorio público de los pacientes era la
norma), y de la Escuela de Nancy, encabezada por Bernheim (según la cual cualquier sujeto, y
no sólo las mujeres histéricas, podía alcanzar todos los estados de sonambulismo) (véase el
Capítulo 2: cf. Janet, 1886d, p. 586; 1889a, pp. 47, 456; 1895a, pp. 601-602).
En cuanto a estructura, el libro se dividía en dos partes. En la primera, Janet analizaba lo que
denominaba “automatismo total” (automatisme total) y describía el fenómeno de la catalepsia,
varios estados de sonambulismo y la sugestión. Coherente con sus teorías, describía esas tres
fases como estados que requerían capacidades mentales cada vez más complejas y eran etapas
en los orígenes de la psiquis. Una vez más, en esa concepción podemos notar que Janet se
oponía tanto a la escuela de Nancy como a la de París. Esta última remarcaba la existencia de
tres estados de hipnotismo cualitativamente distintos, mientras que la de Nancy afirmaba que
los tres estados no eran tales sino que surgían como producto del procedimiento, que existía
un número infinito de estados que sólo diferían en grado (véase el Capítulo 2). Ahora bien,
Janet postulaba que los tres estados existían, pero que también existían otros estados
intermedios, y que se los podía interpretar como etapas en el desarrollo de la mente (véase
Janet, 1886d). Otra posibilidad es imaginar esas etapas como capas que se superponen una
sobre otra y que las inferiores pueden volverse a poner en funcionamiento con independencia
de las superiores cuando éstas, por algún motivo, se “desconectan”. Así, vemos que ya en el
comienzo de su carrera Janet defendía un punto de vista jerárquico, evolutivo, lo cual le
permitió ocupar un lugar independiente en el debate entre las escuelas de hipnotismo de París
y de Nancy. En la segunda parte, Janet describía diversos fenómenos de automatismo parcial
(automatisme partiel), que ocurren cuando la mente del sujeto se disocia, es decir, cuando el
sujeto es consciente de una parte de su mente pero no de otra, que es automática.
Janet sostenía que la forma más primitiva de automatismo total es la catalepsia, cuyas
características describió clínicamente en gran detalle (fue capaz de inducir catalepsia en
varios de sus pacientes, mientras estaban hipnotizados). A su vez, la comparó con el estado
hipotético descripto por Maine de Biran; sostuvo que la catalepsia es un estado psicológico, y
la diferenció de (otros) estados sonámbulos. Desde su perspectiva, la catalepsia es un estado
mental en el cual la mente se ve completamente dominada por sensaciones o movimientos
aislados, que pueden causar respuestas de larga duración, y que adoptan la forma de
movimientos, porque no hay cosa alguna en la mente que le permita a ésta contrarrestarlos o
8
impedirlos. La catalepsia es una suerte de conciencia naciente comparable con el estado que
uno padece después de haberse desmayado (Janet, 1889a, p. 54), durante el cual aún está
ausente la idea de “yo” [moi]; “la noción de yo [moi] es sin duda un fenómeno muy complejo
que comprende los recuerdos de las acciones pasadas, la noción de nuestra situación presente,
nuestras capacidades, nuestro cuerpo, incluso nuestro nombre y que, al combinar todas esas
ideas dispersas, desempeña un papel importante en el conocimiento de nuestra personalidad”
(ibíd., p.39). Janet sostenía que en ese estado rudimentario (y también en estados ontogénicos
tempranos, véase ibíd. pp. 60-61) las sensaciones están intrínsecamente unidas al movimiento
o la acción. Afirmaba que sus resultados confirmaban el pensamiento de Fouillée (1884, p. 3)
y refutaban el famoso experimento mental de Condillac en el que, de a uno por vez, se va
dotando de sentidos a una estatua: Condillac olvidó que la estatua se movería (Janet, 1889a, p.
55). Por consiguiente, vemos que en esa descripción inicial del estado cataléptico ya se hallan
presentes varias de las ideas fundamentales y constantes del pensamiento de Janet: la idea de
evolución, la idea de la mente como un complejo sistema jerárquico y la idea de la
predominancia de la acción en la mente (primitiva).
Más adelante, Janet analizó las características del estado hipnótico (de sonambulismo). En su
opinión, todas las definiciones anteriores eran inadecuadas, por lo que propuso definir el
estado hipnótico de acuerdo con las siguientes características: a) amnesia del estado hipnótico
(más profundo); b) recuerdo, bajo hipnosis, de haber estado en estados hipnóticos similares, y
c) recuerdo, bajo hipnosis, del estado normal de vigilia y de estados hipnóticos menos
“profundos”. Janet describe minuciosamente su descubrimiento de que los sujetos que se
encuentran en estado hipnótico pueden, si son nuevamente hipnotizados, alcanzar un grado
más profundo de hipnosis. Habiendo definido los diversos estados hipnóticos según la
desaparición y reaparición de la memoria de determinados acontecimientos, Janet aventuró
una explicación para ese fenómeno de alternancia en la memoria. Según su punto de vista, la
memoria está vinculada con la sensibilidad (cf. James, 1890/1983, pp. 368-369). Todos los
pacientes histéricos que examinó presentaron diversos signos de reducción de la sensibilidad
auditiva, táctil o visual; y Janet pudo demostrar que esa sensibilidad variaba con la memoria,
es decir, al manipular la sensibilidad (por ejemplo, usando corrientes eléctricas bajas) podía
generar otros recuerdos y viceversa. La memoria compleja se apoya en ciertas imágenes
elementales que, a su vez, se apoyan en las sensaciones que el sujeto percibe o no puede
percibir debido a la anestesia histérica. La alternancia de la memoria, entonces, se debe a una
periódica modificación de la sensibilidad. Cuando los pacientes están repetidamente en
determinado estado hipnótico, esos recuerdos se aglutinan para formar una segunda o tercera
personalidad. La mente se disocia, hecho que −como el propio Janet menciona− ya todos los
magnetizadores habían descrito. Así, podemos ver que, según Janet, los diversos estados
hipnóticos se caracterizan por presentar distintos grados de sensibilidad y diferentes
recuerdos, y conforman una estructura jerárquica.
Una tercera categoría de fenómenos de automatismo total (estados similares a la catalepsia,
alucinaciones, etcétera) se pueden inducir por medio de la sugestión. Por “sugestión” Janet
entendía la influencia que una persona ejerce sobre otra por medios verbales, sin que haya
consentimiento voluntario de la persona que se ve influenciada. El psicólogo francés se tomó
grandes molestias para diferenciar la sugestión del hipnotismo, algo que continuaría haciendo
a lo largo de su carrera. Uno de sus argumentos principales era que los sujetos hipnotizados
no necesariamente son sugestionables, idea que lo hizo ser muy crítico de la posibilidad de
que se produjera una “sugestión criminal”, tema de acalorado debate en la época (ibíd., pp.
176-177; véase el Capítulo 2). Al respecto, se oponía tajantemente a las ideas que Berheim
sostenía con pasión. Éste último insistía en la posibilidad de la sugestión criminal y postulaba
que el hipnotismo no era otra cosa que sugestión (cf. Bernheim, 1911-1912). En oposición a
las teorías contemporáneas, pero en concordancia con una idea que Lasège fue el primero en
postular, Janet propuso que la sugestión es posible gracias a algún tipo de desatención natural
9
y constante que evita que los pacientes adviertan cualquier cosa que esté fuera de su campo
inmediato de conciencia. Ante una gran reducción de su campo de conciencia, las sugestiones
son inmediata y automáticamente capturadas y transformadas en acciones, alucinaciones,
etcétera. Esa misma desatención hace que los pacientes tengan amnesia total de lo que está
fuera de su campo de conciencia reducido. Janet concluyó que la sugestión es una forma
particular de automatismo psicológico generado por el lenguaje y la percepción (ibíd., p. 218).
De todas formas, es muy interesante notar cómo Janet, utilizando métodos baconianos, intentó
descartar otras posibles explicaciones del fenómeno que investigaba. Para dar un ejemplo, al
intentar determinar el papel del magnetismo a la hora de producir sugestión, le pidió al
profesor de física Rousseaux que encendiera y apagara un electroimán en el cuarto contiguo.
Ni Janet ni su paciente sabían cuándo el electroimán estaba encendido. La conclusión de ese
experimento de doble ciego avant la lettre * fue que la sugestión no dependía en absoluto del
funcionamiento del electroimán (ibíd., p. 156).
En la segunda parte de su libro, Janet analizaba los diversos fenómenos que pueden ocurrir
durante el estado normal de vigilia (por ejemplo, catalepsia parcial, escritura automática,
sugestión poshipnótica, anestesia, médiums espiritistas, ideas fijas), y postuló que podemos
explicarlos suponiendo la existencia de actos subconscientes, de una conciencia que se halla
por debajo o por fuera de la conciencia normal. Su hipótesis era que la persona experimenta
gran cantidad de sensaciones que deben ser integradas o sintetizadas en una percepción
personal y significativa. Con el paso del tiempo, la continua síntesis de sensaciones hace que
se desarrollen la memoria y la personalidad. Si, por algún motivo, las personas ignoran
constantemente (es decir, no logran sintetizar) una gran cantidad de sensaciones, puede que
éstas se aglutinen para formar una segunda personalidad o self, que posea su memoria propia,
sus sentimientos propios, etcétera. (ibíd., p. 317; cf. Janet, 1894b, p. 217). Ese tipo de
incapacidad para sintetizar todas las sensaciones −o, en otros términos, ese campo de
conciencia reducido−, puede producirse espontáneamente, o bien generarse durante el estado
de sonambulismo; por ejemplo, cuando se pide al sujeto ignorar ciertas partes del entorno. El
resultado es que la mente se disocia, es decir, pueden existir simultánea o alternativamente
dos o más personalidades en la misma mente.
Si bien la imposibilidad de sintetizar es muy frecuente en pacientes histéricos, esa incapacidad
no está relacionada exclusivamente con la histeria, y Janet sostenía que otros pacientes, y las
personas normales, podían, a veces, presentar también síntomas de disociación (por ejemplo,
en caso de fatiga o pasión). En última instancia, la incapacidad de sintetizar se debe a cierta
debilidad que Janet denominaba “la misère psychologique”, * cuyo origen, según tendía a
considerar, estaba en factores hereditarios y/o constitucionales. Las personalidades fuertes son
capaces de sintetizar los fenómenos en niveles cada vez más altos, mientras que las
personalidades débiles no pueden hacerlo y se disocian en varias personalidades y/o se
vuelven víctimas de diversos comportamientos automáticos. Según consideraba Janet (cf.
1898, p. 469), el hecho de que la falta de síntesis condujera al surgimiento de acciones
automáticas que se habían formado en el pasado, era una “ley fundamental de las
enfermedades mentales” que se le podía atribuir a Joseph Moreau de Tours (1859; cf.
Delacroix, 1924). En una línea más filosófica, Janet (ibíd., pp. 481-485) afirmaba que su tesis
había demostrado (siguiendo a Fouillée) que acción y pensamiento están inextricablemente
ligados y que la psicología y la fisiología podrían converger en un futuro lejano. Asimismo,
sostenía que, para mantener la salud mental, los pacientes deberían tratar de encontrar un
equilibro entre las “actividades conservadoras” (por ejemplo, la memoria) y las “actividades
innovadoras” (por ejemplo, la síntesis).
L'automatisme psychologique tuvo muy buena recepción dentro y fuera de Francia, y para
muchos Janet sería el autor de ese único libro. En general, los especialistas reaccionaron
*
En francés en el original [N. de las Trads.].
*
En francés en el original [N. de las Trads.].
10
favorablemente a los experimentos de Janet y a su interpretación de los datos. Binet (1890),
por ejemplo, escribió una reseña larga y positiva del libro en la Revue Philosophique. Por su
parte, en sus Principles of Psychology * , William James (1890/1983, pp. 220-210; 222-224;
363-369) analizó de manera extensa y favorable las conclusiones de Janet (y las de su
hermano Jules) y aceptó, desde luego, buena parte de la teoría de la disociación del psicólogo
francés.
L’automatisme psychologique y artículos anteriores y posteriores también hicieron que Janet
fuera considerado como uno de los fundadores de la psiquiatría dinámica, junto con Freud,
Jung y Adler. De hecho, las ideas de Janet anticipaban en buena medida las del primer Freud
(el lector interesado en una lista de las ideas de Janet y sus equivalentes en el pensamiento de
Freud puede referirse a Ellenberger, 1970, p. 539) y de Jung (Haule, 1983; 1984), como le
resulta evidente a quienes están familiarizados con la bibliografía alemana y francesa.
Ellenberger (1970, 539-540) cita con aprobación a Régis y Hesnard, quienes sostenían que
“Los métodos y conceptos de Freud tenían como modelo los de Janet, en quien el psicólogo
alemán parece haberse inspirado de forma constante”. Aparentemente Janet compartía esa
opinión, pero, dado su precavido enfoque experimental, fue, al mismo tiempo, muy crítico de
las ideas freudianas, más especulativas, lo cual lo llevó a señalar en varios de sus trabajos a lo
largo de su carrera que Freud había tomado muchas de sus ideas y de sus métodos y los había
pervertido para adaptarlos a un sistema que se cimentaba en poco más que la pura fantasía.
Como era de esperarse, Freud y sus discípulos se ofendieron por esa manera de presentar los
hechos; así surgió una amarga disputa, más bien soterrada pero con sorpresivas situaciones
explosivas (cf. Perry Laurence, 1984; Sulloway, 1992, pp. 474-476). Excede a este capítulo
hacer una descripción pormenorizada de esa disputa por establecer quién fue el primero en
postular las teorías (rencilla en la que la ironía de Janet recibió como respuesta la agresión
brutal de los discípulos de Freud). De todas formas, vale la pena mencionar una de esas
situaciones explosivas y sus consecuencias: fue provocada por la larga reseña sobre el
psicoanálisis que hizo Janet en el XVII Congreso de Medicina, el 8 de agosto de 1913. En su
exposición, una vez más –y con justificación– Janet afirmó que él había sido el primero en
plantear varios temas y con gran ironía analizó los últimos avances dentro del psicoanálisis
(Janet, 1913a; 1914a; 1914b; 1915b; 1915c; cf. 1917b).
Según todas las versiones (cf. Ellenberger, 1970, Prévost, 1973b) la exposición de Janet
(1914a) causó conmoción entre los presentes. No se hicieron esperar los ataques de Carl Jung
(“Por desgracia, suele ocurrir que ciertas personas se sienten con el derecho de juzgar el
psicoanálisis cuando ni siquiera pueden leer en alemán”); los de de Ernest Jones (“[…] una
larga serie de errores, distorsiones y tergiversaciones”) y de varios otros (cf. Coriat, 1945,
p.4). Tiempo después, Jones afirmó que su respuesta en aquel momento “[…] puso fin a sus
pretensiones [las de Janet] de haber fundado el psicoanálisis para después ver cómo Freud
arruinaba sus teorías”. Inmediatamente le informó a Freud de su intervención y éste le
agradeció en una carta diciéndole: “No puedo poner en palabras cuánto me alegra que […]
haya derrotado a Janet ante los ojos de sus compatriotas” (véase Jones, 1974, p. 112). En su
autobiografía Jones da una descripción todavía más heroica de ese debate.
En el Congreso, el profesor Janet se valió de ese importante encuentro para hacer un ataque
mordaz y satírico de Freud y su obra, ataque que, ejecutado con su inimitable histrionismo,
impresionó visiblemente al público, en especial a aquellos que mostraban predisposición a
aceptar sus afirmaciones sin analizarlas. No obstante, dada mi práctica en ese tipo de debates,
me resultó sencillo demostrarle al público no sólo la profunda ignorancia de Janet sobre
psicoanálisis, sino también su falta de escrúpulos para inventar, de la manera más desleal.
hombres de paja a los cuales ridiculizar. Ofreció la pobre excusa de que no podía leer en
alemán, pero en el Journal of Abnormal Psychology publiqué mis comentarios a su
*
Existe traducción al español: James, W. (1994). Principios de Psicología, México: Fondo de Cultura
Económica [N. de las Trads.].
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exposición y estoy seguro de que su reputación de hombre objetivo no ha vuelto a ser la
misma desde entonces (Jones, 1959, pp.241-242).
Sin embargo, descripciones algo más sobrias de lo ocurrido no confirman que Jones haya
tenido un papel tan heroico. De hecho, su participación durante el debate posterior a la
exposición de Janet parece haber sido mucho más modesta (véase Ellenberger, 1970, p. 819).
Sólo en un artículo publicado poco tiempo después del congreso Jones escribió lo que hubiera
querido decir en aquel momento (Jones, 1914-1915). Citando a Janet (1915c), Jones intentó
demostrar que el autor francés había sido deliberadamente injusto y que “[...] se había
permitido caer en una crasa falta de objetividad”. Jones se sentía evidentemente muy molesto
por cómo Janet ridiculizaba el énfasis psicoanalítico en el papel que desempeña la sexualidad
en las patologías mentales, y en particular por la afirmación de Janet con respecto a que los
freudianos sostenían que los problemas sexuales eran la causa única y esencial de toda
neurosis. Una injusta distorsión, según Jones, quien con agudeza respondió que, según la
teoría psicoanalítica, las perturbaciones sexuales son la causa específica de las neurosis pero
que también pueden operar otras causas. A Jones tampoco le complacía que Janet sostuviera
que las interpretaciones psicoanalíticas son más bien arbitrarias y que “[...] con gran facilidad
se las puede hacer variar hasta el infinito”. En cuanto a la afirmación de Janet (1915c, p.179)
de que utilizando métodos psicoanalíticos podría demostrar que “[...] la tuberculosis y el
cáncer eran la consecuencia indirecta e imprevista de la masturbación en los niños pequeños”,
Jones la consideró tan ridícula que ni siquiera juzgó necesario decir algo al respecto. Para
Jones, era claro que “[Janet] sencillamente no sabe que las interpretaciones [psicoanalíticas]
son el opuesto exacto de lo que él describe: se apoyan sobre principios objetivos que no
refieren en absoluto a la opinión individual, sino a las pruebas que los mismos hechos
aportan” (Jones, 1914-1915, p. 406).
Después de dar una buena cantidad de ejemplos de lo que él consideraba una descripción
tendenciosa del psicoanálisis por parte de Janet, Jones pasó a describir cómo la idea que el
psicólogo francés tenía sobre el origen de esa teoría era errónea. Sostuvo que los puntos de
contacto entre la obra de Janet y la de Freud no eran en absoluto consecuencia de la
asimilación y expansión de varias ideas de Janet por parte de Freud. Según explicaba (Jones,
1914-1915, p. 409), la primera publicación de Janet sí precedió en siete años a las de Breuer y
Freud, pero ellos habían postergado sus primeras publicaciones al menos diez años. Janet,
entonces, había sido el primero nada más que en publicar ciertas ideas, mientras que Breuer y
Freud fueron los primeros en descubrir esas mismas ideas. Jones terminaba su contundente
aunque algo simplista relato afirmando que “[...] el psicoanálisis surgió y avanzó de manera
completamente independiente del tipo de análisis psicológico que propone Janet, no recibió
de éste influencia alguna durante todo su desarrollo y no habría diferido en un ápice si la obra
del profesor Janet no hubiera existido” (Jones, 1914-1915, p. 409).
Según parece, la burlona exposición de Janet y las vehementes reacciones que generó hicieron
que fuera imposible cualquier tipo de reconciliación entre Janet y el movimiento
psicoanalítico, a pesar de que en los años siguientes el psicólogo francés llegó a defender a
Freud de sus críticos en varias oportunidades (Ellenberger, 1970, p.821; Janet, 1915b;
Prévost, 1973b, p.86). De hecho, cuando en 1937 el yerno de Janet, Edouard Pichon, también
psicoanalista, le escribió a Freud, que ya tenía ochenta y un años, para proponerle un
encuentro de conciliación en una fecha específica, Freud optó por no contestarle. Jones relata
que Freud le escribió en esa ocasión a Marie Bonaparte:
No, no veré a Janet. No podría evitar reprocharle su injusto comportamiento con el
psicoanálisis y también con mi propia persona, actitud que nunca corrigió. Fue tan estúpido
que llegó a decir que la idea de una etiología sexual de las neurosis sólo podía surgir en una
ciudad como Viena. Después, cuando los escritores franceses propagaron la calumnia de que
yo había escuchado las ponencias de Janet y le había robado sus ideas, él podría haber puesto
fin a los rumores con una palabra, puesto que, de hecho, yo nunca lo había visto ni había oído
12
su nombre en la época de Charcot; pero nunca dijo nada. Puede usted darse una idea de su
nivel científico por el hecho de que afirmara que el inconsciente es une façon de parler. * No,
no lo veré. Primero pensé ahorrarle la descortesía poniendo como excusa que no me siento
bien o que ya no hablo francés, y es claro que él no entiende ni una palabra de alemán. Pero
he decidido no hacerlo. No hay razón para hacer ningún sacrificio en su honor. La honestidad
es el único camino posible, y este caso amerita ser grosero (en Jones, 1980, pp. 228-229).
Así que, deliberadamente, Freud no le advirtió a Pichon que no iba a recibir a Janet. En
consecuencia, Janet, que en aquella época tenía setenta y ocho años, tomó el tren a Viena,
tocó el timbre en 19 Bergasse, sólo para que un sirviente le dijera que de ninguna manera
Freud iba a recibirlo (Prèvost, 1973b, p.89). No es poco frecuente que los debates sobre quién
ha sido el primero en plantear una teoría terminen con puertas que se nos cierran en la cara.
Estudios sobre la histeria
En los años que siguieron, Janet estudió a pacientes histéricos en diferentes hospitales de
París y publicó artículos y libros (Janet, 1890; 1891; 1892a; 1892e; 1892f; 1893a; 1893b;
1893c; 1894b) que describían los síntomas en forma muy detallada. Nuevamente, su método
fue el de la observación y la descripción, y más de una vez se refirió explícitamente a las
ventajas de ese enfoque frente a las desventajas de otros.
No hemos intentado hacer que nuestro estudio fuera más profundo mediante el uso de
aparatos o fórmulas matemáticas de una precisión a menudo engañosa. Para nosotros, la
psicología no parece haber avanzado lo suficiente para someterla a mediciones de ese tipo; la
naturaleza general de los fenómenos, sus variaciones innumerables, sus condiciones
cambiantes no se conocen lo suficiente para sostener que es posible medir uno de esos hechos
aislado de los otros. Es inútil –y hasta peligroso– usar un microscopio para estudiar anatomía
macroscópica; uno corre el riesgo de no saber qué es lo que está viendo. Para nosotros, la
psicología experimental todavía es una disciplina mucho más simple: consiste, sobre todo, en
conocer a fondo al paciente, en conocer su vida, sus estudios, su personalidad, sus ideas,
etcétera, y en estar convencido de que uno nunca sabe demasiado. Debemos, entonces,
colocar a esa persona en circunstancias simples y bien definidas, y anotar de manera exacta
las cosas que hace y dice. Analizar las acciones y las palabras: ese sigue siendo el mejor
método para conocer a una persona, y no nos resulta superfluo ni tedioso tomar nota de los
delirios de un lunático, palabra por palabra. (Janet, 1891, p. 406; cf. 1893a, p.3; 1930c, p.
126).
Janet compendió sus conclusiones preliminares sobre la histeria en dos libros. En el primero
(Janet, 1893a), describió los llamados “estigmas” de los pacientes histéricos. Se trataba de
síntomas esenciales de la enfermedad, más o menos permanentes, que los pacientes trataban
con indiferencia y parecían no sufrir (por ejemplo, abulia, amnesia, anestesia; cf. Janet,
1895d; 1895e; 1895f). En el segundo libro (1894b), Janet analizó los llamados “accidentes
mentales” (les accidents mentaux), es decir, los síntomas accidentales, pasajeros, de la
enfermedad, que los pacientes sí sentían y sufrían (por ejemplo, ataques, ideas fijas, delirios).
La distinción entre estigmas y accidentes provenía de la concepción clásica de Charcot sobre
la histeria (Dumas, 1924b, p.918). En ambos libros, Janet partía del supuesto, defendido por el
Charcot tardío, de que los síntomas de la histeria son causados fundamentalmente por
problemas mentales (Libbrecht y Quackelbeen 1995; Janet, 1895a. p. 596).
En el intento de explicar los diferentes síntomas de la histeria, Janet esbozó el concepto de
“percepción personal” o “personificación” (Janet, 1893b). Sostenía que la expresión “yo
siento” denota un fenómeno muy complejo (Janet, 1893a, pp. 38-44; cf. 1894b pp. 38-39). En
la base de la percepción personal se encuentran las sensaciones que se registran en el cerebro:
éstas corresponden a la parte “siento” de la expresión “yo siento”. Janet intentó visualizar la
*
En francés en el original [N. de las Trads.].
13
manera en que esas sensaciones se registraban en el cerebro evocando una imagen utilizada
por el fisiólogo Herzen, que comparaba el cerebro con una habitación grande llena de una
enorme cantidad de lámparas de gas. De vez en cuando, cada vez que los objetos se “sienten”
o se “ven”, algunas de esas lámparas se encienden. Curiosamente, Janet (1893a, p. 38) rastrea
el origen de esa comparación en otra aún más antigua, realizada por Beard en 1881. El lector
actual sabe que Pavlov (1928/1963, 221-222), con el fin de visualizar el proceso de la
conciencia, también utilizaría la metáfora de un punto luminoso que se mueve sobre la
superficie del hemisferio cerebral debido a la estimulación nerviosa. Pero para Janet, esas
lámparas luminosas, esas sensaciones, no eran más que el primer paso, incompleto, de la
percepción personal, porque para que sea posible decir “yo siento” o “yo veo”, esas
sensaciones o fenómenos psicológicos elementales tienen que vincularse con la idea de
personalidad:
[…] la personalidad, es decir, el conjunto de las sensaciones presentes, la memoria de todas
las impresiones pasadas, la imaginación de los fenómenos futuros, es la noción de mi cuerpo,
de mis capacidades, mi nombre, mi situación social, es un conjunto de ideas morales,
políticas, religiosas, etcétera; es un mundo de ideas, el más importante que jamás podremos
conocer, ya que estamos lejos de haber catalogado todo. Por lo tanto, tenemos dos elementos
en “yo siento”: un hecho psicológico nuevo y pequeño, una pequeña luz que se enciende,
“siento”, y una enorme masa de ideas que ya forman un sistema, “yo”. Esos dos elementos se
entremezclan, se combinan, y decir “yo siento” equivale a decir que la ya tan vasta
personalidad ha captado y absorbido esa sensación pequeña y nueva que acaba de ocurrir [...]
Esa operación de asimilación y síntesis se repite con cada sensación nueva (Janet, 1893a, p.
39; énfasis del original).
Janet explicaba a continuación que los histéricos son incapaces de asimilar las numerosas
sensaciones visuales, táctiles, musculares y demás, que no pueden aglutinar esas sensaciones
en una totalidad única y vincularlas con la personalidad existente. Sin embargo, ese proceso
es absolutamente indispensable para que la persona pueda hacer de esas sensaciones una
“propiedad privada”, para que pueda decir “yo siento”. Una característica típica de los
pacientes histéricos es que tienen un “campo de conciencia restringido”, es decir, son
incapaces de asimilar la cantidad de sensaciones elementales que asimilan las personas
normales, y, en consecuencia, sufren de anestesia, amnesia, etcétera (ibíd., p. 108, 120). El
análisis de Janet sobre la falta de voluntad particular que a menudo muestran los histéricos
(por ejemplo, la incapacidad de tomar cualquier decisión o de llevar a cabo cualquier acción),
anticipaba su trabajo posterior de manera interesante. Janet observó que para esos pacientes es
el principio de la acción lo que les resulta más difícil:
Me refiero a la formación de ese complejo conjunto de ideas e imágenes que uno tiene que
imaginar para poder captar un objeto específico. Esa síntesis no es exactamente la misma para
cada objeto, y es la formación de esa síntesis lo que le resulta difícil a Marcelle, mientras que
la repetición de la misma síntesis, una vez que ha sido realizada, es fácil. (ibíd., p.148).
Así, Janet explicaba por qué en los pacientes histéricos es común que las acciones
automáticas se conserven, mientras que las acciones voluntarias, nuevas, que requieren una
adaptación activa a nuevas circunstancias y una nueva síntesis de ideas e imágenes, resultan
extremadamente difíciles. Las acciones automáticas se basan en síntesis anteriores y ya no
necesitan la participación de la totalidad de la personalidad. Como las acciones automáticas
no requieren de la percepción personal, no se ven afectadas por la histeria.
Como no pueden llevar a cabo ninguna acción voluntaria, los pacientes dependen cada vez
más del consejo y el estímulo del psicoterapeuta. Necesitan a alguien que “dirija” su vida,
pueden llegar a sentir mucha devoción por su “director” y, al mismo tiempo, hacerle reclamos
desmesurados. Janet advirtió que ese fenómeno se da con mayor intensidad cuando los
pacientes son hipnotizados con regularidad, y manifestó explícitamente que esa “pasión
sonámbula” por el hipnotizador, o esa “necesidad de dirección”, no debe confundirse con la
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pasión erótica. Para ilustrar ese punto, mencionó varios casos de pacientes que eran muy
dependientes de él, que buscaban su compañía constantemente y que, al mismo tiempo,
amaban apasionadamente a otra persona. En consecuencia, Janet (ibíd., pp. 159-160, 226)
advirtió sobre los peligros de “las interpretaciones apresuradas e infantiles” del fenómeno,
que obviamente parece estar vinculado a la noción anterior de “rapport” de los hipnotizadores
(Gauld, 1992 pp. 442-443) y a la noción posterior de “transferencia” de los psicoanalistas
(Ellenberger, 1970, p.539).
Fue Charcot quien, siguiendo a Brodie y Reynolds (cf. Janet, 1898, pp. 213-214), hizo
hincapié en el papel de las ideas fijas en la histeria. Sin embargo, fue Janet quien formuló la
noción de ideas fijas subconscientes (por ejemplo, 1891, 1894b) en la histeria y en otros
síndromes. Definió las ideas fijas como ideas que surgen espontáneamente y que
gradualmente llegan a dominar la mente. El término “idea fija” no se refiere necesariamente a
ideas obsesivas de naturaleza intelectual, sino que también puede designar estados
emocionales persistentes que permanecen inalterados durante períodos largos (cf. Janet 1898,
p. ii). Dado que los histéricos raramente llevan al plano consciente las ideas fijas que los
obsesionan, se puede decir que se trata de ideas subconscientes. La existencia de ideas fijas
subconscientes se puede comprobar escuchando las palabras que los sujetos pronuncian
mientras sueñan, observándolos cuando tienen un ataque, cuando están en estado hipnótico, y
mediante diversos métodos para acceder a la mente subconsciente tales como la desatención,
la escritura automática, lo que los pacientes dicen ver cuando contemplan la superficie de un
objeto cristalino, etcétera. Janet expuso muchos casos para demostrar que los problemas de
los pacientes se originan en accidentes reales y concretos. Por ejemplo, a una mujer le hacen
un chiste de mal gusto: le dicen que su esposo ha muerto. Una vez que supera la primera
conmoción emocional, la mujer no tiene ningún recuerdo del suceso, pero posteriormente
sufre pesadillas terribles, alucinaciones y problemas de memoria (cf. Janet, 1893b, p.70), que
después se desarrollan hasta convertirse en ideas fijas subconscientes. Como tales, esas ideas
coexisten con la mente consciente y normal del sujeto, y provocan muchos de los síntomas
que padece (por ejemplo, diversos tics, pérdida de la visión en un ojo, etcétera). A veces,
durante los ataques, el estado de sonambulismo o los delirios, las ideas fijas invaden la mente
entera.
Los acontecimientos que provocaron el surgimiento de ideas fijas son casi siempre accidentes
que de por sí no causaron traumatismos físicos graves pero fueron acompañados por una
emoción intensa. Los síntomas histéricos se desarrollan pasado un tiempo (el “período de
meditación”, Janet, 1894b, p. 115, o “período de incubación”, Janet, 1898, p.368), y pueden
adoptar muchas formas. En su análisis sobre el origen de la parálisis histérica, Janet (ibíd., pp.
128-134) resumió muy bien su modelo:
1. Al principio, ocurre un accidente real que provoca una emoción. Por ejemplo, puede que
un hombre sea atropellado por un auto y no pueda mover el brazo durante un tiempo.
2. Surge una idea fija que hace que los síntomas persistan. Así, puede que el hombre empiece
a tener la idea fija de que los nervios del brazo se lesionaron y, en consecuencia, se sienta
incapaz de mover el brazo. Es típico de tales casos que la zona afectada por la parálisis
corresponda a la concepción vulgar de la inervación de los brazos, que difiere muchísimo de
la verdadera.
3. Esa idea fija es más que nada subconsciente, es decir, los pacientes no saben que son ellos
mismos los que producen o perpetúan los síntomas, que pueden desaparecer mediante la
hipnosis. A través de la hipnosis y otros métodos de distinta naturaleza, el terapeuta puede
acceder a la idea fija, porque alguna parte de la personalidad del paciente se la revelará.
15
4. En la parálisis histérica, la idea fija generalmente se reduce a la idea de no poder hacer
nada, de estar agotado y paralizado, pero otras ideas fijas pueden provocar el mismo
resultado.
Janet señalaba que los “accidentes mentales” provocados por las ideas fijas difieren en varios
aspectos de los estigmas (como la visión reducida, la amnesia parcial –que solamente afecta a
ciertos acontecimientos o períodos–, o el estado anestésico de alguna parte del cuerpo). Los
estigmas no necesariamente se manifiestan de manera consciente, ni siquiera en el estado
hipnótico, y es posible que no se advierta ningún acontecimiento específico en la historia del
paciente que los haya provocado. Por último, los estigmas no parecen variar a lo largo del
tiempo ni de individuo a individuo, y son previos a la génesis de la enfermedad. Las ideas
fijas, no obstante, tienen una influencia indirecta sobre los estigmas. Por ejemplo, es posible
determinar su influencia sobre la amnesia parcial que afecta a un determinado período
suprimiendo la idea fija (por ejemplo, en el estado hipnótico) y observando la recuperación de
la memoria (ibíd., pp. 140-141). Janet conjeturó que la amnesia histérica se produce porque
ciertas ideas fijas llegan a dominar la mente de los sujetos y les impiden almacenar o
recuperar recuerdos pertinentes. Además, debido a la fatiga que sufre la mayoría de los
pacientes, las ideas fijas pueden llegar a ocupar la totalidad del campo de consciencia
reducido de los sujetos. La enorme disminución de la atención y la volición de los pacientes
menoscaba la posibilidad de realizar la síntesis psicológica (ibíd., p.187; cf. Janet, 1895g).
Mientras todo vaya bien, es probable que el paciente no tenga problemas graves, pero la idea
fija tiene una existencia latente en el subconsciente hasta que ataca con fuerza cuando la
resistencia del sujeto es más baja (cf. Janet, 1898, p.346). Así, tal vez el sujeto no se vea muy
afectado por un recuerdo traumático, pero después de una enfermedad o en un momento de
gran fatiga, la idea fija subconsciente puede manifestarse súbitamente en sueños, tics y demás,
o en la conciencia normal. Los sujetos que recién empiezan a desarrollar ideas fijas todavía
son susceptibles al contagio. Por ejemplo, si se encuentran internados junto a otros pacientes,
suelen copiar las idiosincrasias de los otros. Los que llevan más tiempo internados ya no lo
hacen: sus síntomas se han fijado y se repiten automáticamente cuando la conciencia normal
se vuelve inoperante (ibíd., p.185). Al respecto, Janet (ibíd., p. 181) comentó que fue capaz de
reconocer a una paciente por sus ideas fijas, ya que seguían siendo iguales desde su primera
descripción en la literatura científica quince años antes.
Podemos ver, pues, que Janet utilizó el modelo que desarrolló en L'automatisme
psychologique para explicar los distintos síntomas de la histeria, y que, junto con Charcot (cf.
Gauld, 1992, pp. 312-313), consideraba que la histeria, el hipnotismo y la disociación eran
fenómenos estrechamente vinculados. Definió la histeria como una forma de desintegración
mental caracterizada por una tendencia a la disociación total y permanente de la personalidad
(Janet, 1894b, p.301). Debido a diversos factores, los pacientes histéricos se vuelven
incapaces de sintetizar todos los fenómenos de su experiencia, y esos fenómenos que no
pueden ser comprendidos en la “percepción personal” se aglutinan para formar una segunda –
o una tercera– personalidad. Lo que agregó Janet fue el concepto de ideas fijas
subconscientes. Propuso que, en determinadas circunstancias, en algunos sujetos, los
acontecimientos que provocan una emoción intensa pueden hacer surgir ideas fijas que
empiezan a tener una existencia subconsciente, que causa algunos de los síntomas que
padecen los histéricos durante los períodos de bienestar relativo. A veces, esas ideas emergen
completamente a la superficie para provocar ataques y delirios. La fuerza de las ideas fijas
subconscientes está ligada a su aislamiento en la mente del sujeto. Justamente porque están
aisladas y son subconscientes, el paciente no tiene forma de resistirse a las ideas fijas, que
siguen desarrollándose y provocándole problemas (Janet, 1898, p. 226). El análisis
retrospectivo de las sucesivas formas que toman las ideas fijas puede utilizarse con fines
terapéuticos, ya que puede revelar el acontecimiento emocional original. El papel de las ideas
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fijas subconscientes en la personalidad histérica es muy parecido al de la sugestión, idea que
Charcot había formulado de manera similar (cf. Janet, 1895a, p. 599). Como en el caso de la
sugestión, el terapeuta puede utilizar la hipnosis o inducir el estado de sonambulismo para
tratar de descubrir y suprimir las ideas fijas (cf. Janet, 1898, pp. 213-233).
Dicho sea de paso, resulta irónico que la noción de ideas fijas haya sido utilizada por
Egas Moniz, ganador del Premio Nobel, en las décadas de 1930 y 1940 para justificar la
tristemente célebre leucotomía prefrontal. Partiendo de la hipótesis de que las ideas fijas se
preservan en las vías nerviosas de los lóbulos frontales, Moniz decidió destruir esas vías que
habían alcanzado una “estabilidad anormal” (Valenstein, 1986, p. 84). Janet, que no se
cansaba de señalar los peligros y la inutilidad de traducir prematuramente la psicología a
términos fisiológicos, hubiera estado absolutamente horrorizado.
El caso de Justine
Durante esos mismos años, Janet (1894a; cf. 1898) publicó un caso largo y fascinante que nos
acerca una imagen más cabal de su labor como psicoterapeuta. La paciente en cuestión era
Justine, una mujer de cuarenta años que había desarrollado un temor muy fuerte a contraer
cólera. Janet la atendió durante cerca de tres años, al principio cada ocho días, después con
menos frecuencia y, finalmente, consideró que la paciente había alcanzado una estabilidad
que le permitía describir su caso. Descubrió que, a los diecisiete años, Justine había visto los
cadáveres de dos personas que habían muerto de cólera, y quedó tan impresionada por esa
imagen que desde entonces pensaba constantemente en enfermedades y en la muerte. Una
fiebre tifoidea al año siguiente empeoró los síntomas, y Justine empezó a sufrir ataques
nerviosos. Durante los años que siguieron, sus síntomas no sólo no disminuyeron sino que se
agravaron y, cuando su marido la llevó por primera vez a la Salpêtrière, Justine ya tenía
verdaderos ataques histéricos en los que gritaba: “¡El cólera va a venir y me va a atrapar!”, y
sufría de vómitos, contracciones y otras dolencias durante varias horas. Una vez que los
ataques habían pasado, no recordaba nada de lo sucedido. Al principio, Janet aprovechó los
ataques para establecer el rapport hipnótico con la paciente; por ejemplo, cuando Justine
gritaba que el cólera la iba a atrapar, él le contestaba que ya le estaba agarrando la pierna
derecha, a lo que la paciente respondía con una reacción violenta que demostraba que había
escuchado y entendido el comentario de Janet. Una vez capturada la atención de la paciente,
Janet conseguía entablar, poco a poco, una conversación con ella. En un estadio más avanzado
del tratamiento, empezó a hipnotizar a Justine con más regularidad.
Janet pensaba que la idea fija era una síntesis muy compleja, formada por componentes
visuales, olfativos y otros. Durante la hipnosis, en primer lugar intentaba descomponer esa
totalidad compleja, sugestionando a la paciente para que creyera que los acontecimientos no
habían ocurrido de la manera que ella recordaba. Así, Janet seguía el principio según el cual
las ideas fijas se pueden destruir si se las subdivide en los componentes que las constituyen y
se los deja inoperantes. Las memorias visuales, sin embargo, resultaron ser muy resistentes, y
como no podía eliminar los recuerdos visuales de los cadáveres de la mente de Justine, Janet
se pasó varias sesiones alterando esas imágenes. Después de muchas de esas sesiones, el
temor intenso que sentía Justine desapareció totalmente junto con sus ataques.
Desafortunadamente, la idea fija del cólera había empezado a ocupar constantemente la mente
consciente de Justine y, en consecuencia, su malestar era mayor que antes, cuando los
repentinos ataques violentos irrumpían en una vida por lo demás tolerable. Lo que entonces
empezó a obsesionar a Justine era la idea consciente del cólera. Sin embargo, como Janet ya
le había quitado la mayoría de sus cualidades concretas (olfativas, visuales, etcétera), la idea
se había vuelto muy abstracta, era poco más que una palabra. Entonces, Janet se dispuso a
atacar la palabra misma, descomponiéndola en elementos neutrales. Así, pues, durante el
17
estado hipnótico, Janet, utilizando la sugestión, le hizo creer a Justine que “cholèra” * era el
nombre propio de un general chino, Cho-Le-Ra. También le hizo escribir palabras como
“chocolat”, que empiezan con la misma sílaba pero tienen un significado mucho más
agradable. Utilizando varios procedimientos similares –que se abstuvo de describir porque
podían parecer “un poco infantiles” (1894a, p. 132)–, Janet logró neutralizar la palabra
“cholèra”. De hecho, la palabra ya había dejado de suscitar todo tipo de emoción en Justine.
Janet señaló que conseguir ese resultado le había llevado diez meses pero que, para una idea
fija que había existido durante más de veinte años, podría considerarse un tiempo aceptable.
Desafortunadamente, la realidad era que Justine todavía estaba lejos de curarse. Habían
empezado a surgir muchas ideas fijas secundarias, que Janet clasificó en tres grupos:
1. Ideas fijas derivadas, es decir, ideas fijas secundarias que guardan algún tipo de relación
con la idea fija original. Así, de repente, Justine se negaba a comer, lo que se vinculaba a su
temor original de contraer cólera. También surgió en ella la idea fija de que tenía alguna otra
enfermedad horrible, y así sucesivamente.
2. Ideas fijas estratificadas, es decir, ideas fijas secundarias que anteceden ontogenéticamente
a las primarias y que solamente se manifiestan cuando uno consigue eliminarlas. Janet
comenta que, en algunos casos, tuvo que pasar por todas las ideas fijas en orden inverso hasta
que llegaba a la primera, la idea fija primordial (cf. Janet, 1894b, p.183).
3. Ideas fijas accidentales, es decir, ideas fijas secundarias que no guardan ninguna relación
con la idea fija primaria. Así, entre otras cosas, Justine empezó a tener la idea de estrangular a
su perro, tenía temor de cambiar de ropa, no quería encender la luz, la perseguía la idea de
que, diez años antes, le había negado una bebida a su esposo. La idea fija original que había
dominado su vida durante más de veinte años había dado lugar a un sinnúmero de pequeñas
ideas fijas, y cada una amenazaba con ocupar la totalidad de su mente.
Janet planteó la hipótesis de que los pacientes como Justine todavía se encuentran muy
débiles cuando se destruye la idea fija original (en su caso, la del cólera), por lo que quedan
expuestos a la formación de nuevas ideas fijas que se apoderan de su mente sin ningún
obstáculo. Justine era extremadamente sugestionable, fenómeno que Janet atribuía a su
incapacidad para sintetizar su experiencia. En consecuencia, tenía muchas dificultades para
leer y memorizar de manera consciente, sufría de visión borrosa y otros síntomas que, junto a
algunos problemas de índole más física (por ejemplo, digestivos y menstruales), formaban un
todo intrincado que Janet describió como “la disociación de funciones, la pérdida de unidad,
la disminución de esa síntesis continua que conforma la vida y el pensamiento” (ibíd. p. 150).
A consecuencia de esa desintegración o disociación de la mente, los pacientes quedan
indefensos ante las ideas fijas, que invaden su organismo como parásitos.
No parece muy lógico, pues, suprimir las ideas fijas una tras otra, porque bien podría
convertirse en una tarea sin fin. Entonces, ¿cómo curar a Justine? Janet señaló que se habían
sugerido muchos tratamientos, ante lo cual comentó lacónicamente que “la cantidad no
garantiza la calidad” (ibíd. p. 151), observación que, de todas formas, no es tan pesimista
como una similar formulada por Chéjov, que una vez escribió que cuando se indican muchos
remedios para una enfermedad, se puede concluir sin temor a equivocarse que se trata de una
enfermedad incurable. Por su parte, Janet recurrió a lo que llamaba “entrenamiento mental”:
Justine tenía que realizar tareas intelectuales simples, como leer oraciones en el periódico,
explicar frases, hacer cuentas, etcétera. El tratamiento duró dos años en los que las sesiones se
fueron extendiendo de manera gradual y, al final, Justine recuperó su salud mental. Su
sugestionabilidad se redujo de manera considerable, y ya podía lidiar con ataques menores por
*
Utilizamos las palabras “cholera” y “chocolate” (en inglés en el original) en francés ya que en esa lengua la
primera sílaba de las palabras es la misma, y el método utilizado por Janet para la curación de Justine se basa en
esa coincidencia [N. de las Trads.].
18
su cuenta. De manera bastante sorprendente, sus síntomas físicos también desaparecieron.
Además, Janet suspendió todos los remedios a los que Justine había recurrido en los últimos
veinte años, a excepción de la hidroterapia (es decir, tomar duchas). También hizo algunos
comentarios reveladores sobre el valor de la hipnoterapia, en los que sostenía que no es
posible inducir por sugestión la fuerza de voluntad y la libertad, y señalaba que existe un
verdadero peligro de que los pacientes se vuelvan dependientes del terapeuta:
En pocas palabras, la sugestión –al igual que cualquier remedio peligroso– es útil en ciertos
casos, puede servir para alcanzar y suprimir las ideas fijas que se han vuelto subconscientes,
sobre las que el paciente ya no tiene ningún poder, y que obstruyen cualquier posibilidad de
restituir la actividad mental. Pero, más allá de su utilidad, la sugestión es extremadamente
dañina, ya que no hace sino aumentar la desintegración mental, principio que subyace a todos
los accidentes (Janet, 1894a, p. 152).
Después de tres años de tratamiento, el estado de Justine había mejorado considerablemente,
pero Janet dejó bien en claro que no todos los síntomas habían desaparecido. Un problema era
que la hipnosis se había convertido en una necesidad que para Janet (ibíd., p. 165; cf. 1898,
pp. 429, 455) era tan peligrosa como la de consumir morfina, y en realidad respondía a la
necesidad de seguir la guía de una autoridad, un directeur de conscience * . Así, Janet contó
que, no sin dificultades, logró extender la frecuencia de las sesiones con Justine a una vez por
mes. Era imposible establecer intervalos más largos porque la paciente sufría recaídas. Esas
recaídas hicieron que Janet sospechara que las influencias genéticas pudieran tener un papel
en la enfermedad y, de hecho, cuando investigó el árbol genealógico de Justine, descubrió una
terrible incidencia de muertes prematuras y demencia. Así, aventuró la opinión de que algunas
enfermedades sobreviven al paciente. Cuando una “lesión hereditaria” se forma en el
transcurso de varias generaciones, no puede esperarse una curación completa en una de ellas
(ibíd., p. 168; cf. Capítulo 7 en Janet, 1898, donde señala que, después de dos años de relativa
estabilidad, Justine sufrió una recaída y volvió a presentar síntomas histéricos, aunque más
leves). Dicho sea de paso, cabe señalar que Janet –que desde todo punto de vista parece haber
sido un excelente terapeuta– nunca se jactó de obtener resultados terapéuticos brillantes, y a
menudo publicaba relatos de tratamientos que habían fracasado, en los que describía
detalladamente los diversos métodos utilizados y los modestos resultados que había alcanzado
(por ejemplo, en 1895c; 1897c).
Vemos, pues, que Janet consideraba que una explicación completa de la idea fija de Justine
debía incluir la búsqueda de factores hereditarios, enfermedades graves (tales como la fiebre
tifoidea o la meningitis), entre otros factores que podrían actuar como catalizadores o agents
provocateurs * –por ejemplo, la pubertad en tanto fenómeno biológico y cultural– (Janet,
1894b, p. 299), además del rastreo del acontecimiento traumático que en última instancia
provocaba el desarrollo de la idea fija en todas sus formas sucesivas. La supresión de ideas
fijas, o bien su expresión libre y consciente, parecía ser relativamente inútil –al menos en
algunos casos– porque probablemente surjan ideas fijas nuevas y de naturaleza diversa.
Teniendo en cuenta ese resultado, es bastante comprensible que Janet no estuviera del todo de
acuerdo con lo que sostenían Breuer y Freud en “Sobre el mecanismo psíquico de fenómenos
histéricos: Comunicación preliminar” (1893; Etcheverry, 1978), donde, después de confirmar
los primeros estudios de Janet sobre el papel de las ideas fijas subconscientes (1889a; 1891),
los autores sostenían que para lograr la curación no hace falta más que la expresión consciente
y la “reelaboración” de esas ideas fijas subconscientes. A partir del caso de Justine y de otros
pacientes que había tratado, Janet tenía razones de sobra para dudar de la eficacia general de
semejante cura “catártica” y en ese sentido señaló que en los comentarios “un tanto teóricos”
de Breuer y Freud “hay algunos puntos que nos parecen muy atinados […] Pero, por
desgracia, esa no es más que la primera parte del trabajo, y la más simple, pues una idea fija
*
En francés en el original [N. de las Trads.].
*
En francés en el original [N. de las Trads.].
19
no se cura cuando es expresada, sino todo lo contrario” (1894a; p. 127 cf. Janet, 1894b, p.
190).
Análisis posteriores confirmarían, desde luego, las dudas de Janet sobre la eficacia de la cura
catártica. Actualmente sabemos que la paciente más conocida de Breuer y Freud, Anna O.
(cuyo verdadero nombre era Bertha Pappenheim) sufrió muchas recaídas y finalmente tuvo
que ser internada, si bien en sus Estudios sobre la histeria los autores habían anunciado el
éxito del tratamiento. Breuer mismo, después de abandonar el caso, expresó la esperanza de
que la paciente muriera para que se viera librada de su sufrimiento. No obstante, Breuer y
Freud incluyeron el caso de Anna O. entre las descripciones de tratamientos que dieron
buenos resultados (Ellenberger, 1970, pp. 480-484; Sulloway, 1992, p. 57).
Es posible advertir en una nota al pie que Breuer y Freud eran conscientes de que sus casos
tenían mucho en común con los publicados por Janet. Allí señalaron: “En el interesante
estudio de Pierre Janet sobre el automatismo psicológico (1889) hallamos descrita una
curación de una muchacha histérica, obtenida por aplicación de un procedimiento análogo al
nuestro” (en Etcheverry, 1978, p. 33) * . Sin embargo, esa referencia no deja en claro las
semejanzas entre ambos enfoques. Como Janet, Breuer y Freud atribuyeron la causa detonante
de los síntomas histéricos a acontecimientos traumáticos que los pacientes no recuerdan.
Como Janet, se dieron cuenta de que en el estado hipnótico esos recuerdos emergen de una
manera increíblemente vívida. Como Janet, se dieron cuenta también de que ese proceso
implica el fenómeno de la disociación:
Mientras más nos ocupábamos de estos fenómenos, más seguro se volvía nuestro
convencimiento de que aquella escisión de la conciencia, tan llamativa como double
conscience en los casos clásicos consabidos, existe de manera rudimentaria en toda histeria;
entonces, la inclinación a disociar y, con ello, al surgimiento de estados anormales de
conciencia [...] sería el fenómeno básico de esta neurosis. En esta opinión coincidimos con
Binet y con los dos Janet. (en Etcheverry, 1978, p. 37).
Breuer y Freud no dieron ninguna explicación sobre “la escisión de grupos de
representaciones” (ibíd., p. 38), pero utilizaron las mismas técnicas que Janet para determinar
su naturaleza (por ejemplo, establecer el rapport con el paciente durante un ataque histérico).
Sin duda, esas y otras sorprendentes similitudes se explican parcialmente por el hecho de que
Freud se haya formado con Charcot y Bernheim. Es más, a menudo utilizaba los términos
franceses para designar los fenómenos del hipnotismo, la histeria y la disociación (por
ejemplo, agents provocateurs, double conscience, condition seconde * , entre otros). Sin
embargo, sigue siendo un tanto insatisfactorio que, en su célebre “Comunicación preliminar”,
Breuer y Freud no señalaran con más precisión los límites de su aporte original. Podrían
haberlo hecho, por ejemplo, comparándolo con los de Moritz Benedikt, Joseph Delbouef, Paul
Möbious y Pierre y Jules Janet (cf. Andersson, 1962; Chertok, 1960; Crocq y Verbizier, 1988;
Ellenberger, 1970, pp. 488-489; Hesnard, 1960; Libbrecht y Quackelbeen, 1995; Macmillan,
1979; Sulloway, 1992, pp. 67-68).
Unos años después, en el Capítulo III de sus posteriores Estudios sobre la histeria (1895),
Breuer sí tuvo en cuenta el pensamiento de Janet, y reconoció que la teoría de la histeria le
debía muchísimo. Sin embargo, no estaba de acuerdo con lo que él llamaba el énfasis de Janet
en que “la predisposición a la histeria descansa en una endeblez psíquica innata”. (Breuer, en
Etcheverry, p. 240, p. 250). Tampoco coincidía en que los pacientes histéricos fueran
incapaces de realizar síntesis, y sostuvo que “Janet ha formado su concepción, en lo esencial,
sobre el estudio profundizado de aquellos histéricos débiles mentales que están en el hospital
*
Tomamos todas las citas de Breur y Freud de Estudios sobre la histeria, en el Tomo II de las Obras completas
de Sigmund Freud, Amorrortu, Buenos Aires, 1978. Traducción directa del alemán: José L. Etcheverry.
Traducción de la Introducción, las notas y los comentarios de James Strachey: Leandro Wolfson [N. de las
Trads.].
*
En francés en el original [N. de las Trads.].
20
o el manicomio porque no pudieron sobrellevar en su vida ordinaria su enfermedad ni la
debilidad mental por ella condicionada” (ibíd., p. 242).
En cambio, las observaciones del propio Breuer, realizadas sobre “histéricos cultos”, lo
llevaron a otras conclusiones. Este no es el lugar apropiado para abrir un debate sobre las
teorías de Breuer y Freud, por lo que nos limitaremos a señalar que la exposición de Breuer
sobre el pensamiento de Janet deja algo que desear, y es posible conjeturar que la
combinación de una explicación insuficiente de la estrecha afinidad entre el psicoanálisis y el
pensamiento francés, por un lado, con la crítica un tanto superficial al pensamiento de Janet,
por el otro, no crearon terreno propicio para que surgiera el diálogo interesante que podría
haberse entablado entre los dos sistemas de psicología dinámica que se estaban formando.
En los años que siguieron, Janet continuó estudiando pacientes histéricos y publicando
historias detalladas de los casos (Janet, 1898; Raymond y Janet, 1898). Por otro lado, su
campo de estudio se amplió de manera gradual y empezó a publicar también sobre otros
síndromes patológicos. Además, empezó a hacer afirmaciones cada vez más generales –
sobre todo en las conferencias para el público lego– sobre la relación entre el comportamiento
normal y el patológico, sobre el método más adecuado para la psicología, sobre la naturaleza
de la vida psíquica, sobre las ventajas y desventajas de la hipnoterapia, y otros temas. Si bien
conservaba las ideas básicas presentadas en L'automatisme psychologique, Janet había
empezado a construir su propio sistema de psicología, un sistema que refinaría y
perfeccionaría durante el resto de su vida. Es interesante señalar que ese sistema se volvía
cada vez más metafísico, si bien, al mismo tiempo, Janet no dejaba de prevenir contra los
peligros de los sistemas teóricos que son puramente metafísicos y no se apoyan en una base
fáctica sólida.
Los dos volúmenes dedicados a “la neurosis y las ideas fijas” tenían ejes distintos. El que
escribió Janet (1898), contiene varias descripciones extensas de casos y un estudio teórico
sobre la necesidad de orientación que tienen los pacientes con problemas mentales. El
volumen publicado por Raymond y Janet (1898) es una recopilación de descripciones cortas
de muchos casos diversos, sin especial atención a la explicación teórica. Como manifestaban
los autores, el estudio longitudinal y profundo de una cantidad considerable de casos es
esencial porque nos permite penetrar en el pensamiento de los sujetos, llegar a conocer su
inteligencia y personalidad, descubrir cuáles eran realmente sus experiencias y hacer un
seguimiento de los resultados de largo plazo de los tratamientos terapéuticos. También es
cierto que los estudios longitudinales de ese tipo pueden inducir al investigador a otorgarle
demasiada importancia a fenómenos que son simplemente rasgos característicos de algunos
pacientes. Por otra parte, se corre el riesgo de que el observador y el sujeto estén en cierto
sentido condicionándose mutuamente: si el observador le otorga mucha importancia a un
rasgo particular, los pacientes más sugestionables lo presentarán con más frecuencia, y así el
observador verá confirmadas sus ideas originales. También es posible que el sujeto tenga un
papel más activo. Varios años antes, Janet ya había señalado que “el sujeto a quien uno
interroga no es un objeto inerte, como ocurre en una investigación física, sino un ser pensante
que analiza sus propios fenómenos psicológicos y formula una teoría a partir de ellos.
Interpreta su enfermedad a su manera y lo que nos describe no es el hecho crudo, sino la
forma en que lo concibe” (1891, p. 263).
Así, es posible que sujeto y observador empiecen a compartir una teoría implícita sobre los
orígenes y la naturaleza de la enfermedad, teoría que posteriormente verán confirmada en
hechos nuevos. Sin darse cuenta, sujeto y observador crean y corroboran, pues, la misma
teoría. Para contrarrestar ese riesgo, y por temor a crear teorías generales a partir de unos
21
pocos casos, Raymond y Janet consideraron que también era útil estudiar además una gran
cantidad de casos diversos de manera menos exhaustiva (Raymond y Janet, 1898, p. vi).
Uno de los casos más interesantes que presenta Janet (1894d, publicado nuevamente en 1898)
es el de Achille, un hombre joven que había cometido adulterio durante un viaje realizado por
razones de trabajo. Después de volver, se arrepintió profundamente de lo que había hecho y
empezó a tener diversos síntomas mentales que se fueron haciendo cada vez más graves.
Primero, se volvió taciturno y perdió el apetito, después empezó a mostrar síntomas que
sugerían un problema coronario, finalmente presentó síntomas psicóticos y aseguraba que el
diablo se había apoderado de su mente.
Cuando Achille fue derivado a Janet, el demonio hablaba por su boca, lanzaba insultos y
maldiciones, y se resistía a cualquier intento de cura. Janet contó que al principio le pidió al
capellán de la Salpêtrière que se ocupara de ese caso peculiar, pero el capellán señaló que no
podía hacer nada porque el paciente estaba demente. Así, pues, Janet tuvo que llevar a cabo su
propio método moderno de exorcismo. El demonio se resistía a cualquier intento de hipnosis
directa, así que Janet tuvo que recurrir al método de la distracción, que con otros pacientes
había dado buenos resultados. De pie, detrás de Achille, hablando en voz baja, estableció el
rapport con el demonio. “No todo el mundo ha tenido ocasión de hablar con un demonio, así
que tenía que aprovechar la oportunidad. Para hacer que me obedeciera, ataqué el que siempre
fue punto débil de los demonios, la vanidad. 'No creo en tu poder', le dije, 'y no voy a creerte a
menos que me des una prueba'” (Janet, 1898, p.387).
Cuando el demonio le preguntó qué podía hacer para probar su poder, Janet le pidió que
hiciera que Achille levantara el brazo. Después de que lo hiciera, siguió asignándole otras
tareas. Janet señaló que la conversación con el demonio fue bastante tradicional, pero que un
detalle reveló la influencia del período histórico-cultural que estaban viviendo. Mientras los
exorcistas medievales preferían hablar en un latín más o menos correcto o en una suerte de
griego inventado que las personas religiosas de esa época entendían bastante bien, Janet
enseguida recurrió al francés: “Del mismo modo, logré hacerle al demonio de Achille algunas
sugerencias muy simples en un latín improvisado, que al final no salieron tan mal: 'da mihi
dextram manum, applica digitum tuum super nasum'. Pero después de algunos intentos se
hizo evidente que tanto el demonio como yo preferíamos conversar en francés” (ibíd. p. 389).
El siguiente paso fue pedirle al demonio que hiciera que Achille se quedara dormido (“No se
imaginaba en qué trampa lo había metido”), después de lo cual Achille entró en una especie
de estado sonámbulo en el que Janet podía empezar a interrogarlo. Así, descubrió que el
remordimiento y el recuerdo de su comportamiento durante el viaje lo estaban torturando.
Para ayudar a Achille, Janet utilizó los mismos métodos que había utilizado en la curación de
Justine, es decir, destruyó parte por parte el recuerdo del acontecimiento subdividiéndolo
durante el estado de sonambulismo. Ese procedimiento tuvo un efecto benéfico inmediato
durante el estado de vigilia de Achille, y después de un tiempo, Janet también logró destruir
las ideas fijas que seguían hostigando al paciente cuando dormía. Los otros signos de
disociación, como el sonambulismo y la escritura automática, desaparecieron al mismo
tiempo, y Janet pudo afirmar que, ocho años después de la cura, Achille no había sufrido
ninguna recaída.
En su relato sobre la curación de Achille había una digresión interesante que trascendía los
límites estrictos del caso particular y que, por su tema y estilo, adelantaba las ideas que más
tarde serían importantes para Janet. Por primera vez, había observado que en las personas
normales también se advierte una forma leve de disociación. Según Janet, todas las personas
se cuentan una historia a sí mismas continuamente, sobre todo cuando realizan tareas que no
requieren mucha atención. Se trata de esa suerte de ensoñación interna que tantos conocen:
“Gracias a ese trabajo subconsciente nos encontramos con que los problemas que unos
momentos antes no entendíamos están completamente resueltos. Así, a menudo sucede que
uno se encuentra trabajando en un libro o en una conferencia y un buen día el trabajo aparece
22
totalmente terminado sin que uno llegue a comprender cómo sucedió el prodigio” (Janet 1898,
p. 394).
Janet afirmó que esas historias que las personas se cuentan a sí mismas (por ejemplo, que son
famosos y admirados) son vagamente conscientes y semi-automáticas, y cambian muy poco y
muy lentamente a lo largo de los años. En cuanto la mente del sujeto se debilita de alguna
forma, uno advierte que esas ensoñaciones aumentan enormemente y empiezan a ser más
involuntarias y subconscientes.
Janet (1897a; publicado nuevamente en 1898) también había empezado a elaborar sus ideas
con respecto a la necesidad de ser dirigidos que se manifiesta tan claramente en muchos
pacientes. Observó que cuando un sujeto ha sido hipnotizado reiteradamente por un mismo y
único hipnotizador, uno puede distinguir tres estadios diferentes en el período posthipnótico:
1. Un estadio corto de fatiga que puede durar varias horas o, incluso, alrededor de un día.
2. Un estadio, mucho más prolongado, de bienestar o “influencia sonámbula” en el que los
pacientes no presentan ningún síntoma ni sienten la necesidad de ver a su hipnotizador.
3. Un estadio vinculado a lo que Janet llamó “pasión sonámbula”, en el que los pacientes se
sienten cada vez peor y empiezan a sentir una necesidad creciente de ver a su hipnotizador.
La duración del segundo estadio, el de relativo bienestar, variaba muchísimo: Janet mencionó
que algunos de sus pacientes necesitaban hasta una sesión larga de hipnosis por día, mientras
a otros les bastaba con una sesión por semana o cada dos semanas. Se preguntó en qué medida
la sugestión posthipnótica causaba el estadio de bienestar, y advirtió que la extensión del
período durante el cual la ésta tenía efecto era equivalente a lo que llamó período de
influencia sonámbula, pero no creía que la sugestión fuera lo único que provocaba ese estado.
Janet notó que durante el estadio de bienestar muchos pacientes piensan constantemente en su
hipnotizador –que los aconseja sobre lo que tienen que hacer–, y llegan al extremo de alucinar
su voz o su presencia física. De hecho, el fin de ese estadio se caracteriza por la pérdida de las
características distintivas de la idea del hipnotizador en la mente de los pacientes. Así, los
sujetos ingresan en el tercer estadio, el de “influencia sonámbula”, caracterizado por la
persistencia consciente o subconsciente de la idea del hipnotizador. Janet hizo hincapié en que
esos fenómenos no son resultado de la sugestión. Si bien derivan por asociación de las
sugestiones realizadas por el hipnotizador, presuponen un gran trabajo mental. Así, Janet
concluyó: “Parece, pues, que la idea del hipnotizador tiene un papel considerable, dirige la
conducta del sujeto, ejerce una acción inhibidora sobre las ideas fijas, estimula la actividad y
en consecuencia determina de manera indirecta la recuperación de la salud, el desarrollo de la
sensibilidad, la inteligencia y la voluntad que parecen caracterizar ese período” (Janet, 1898,
p. 455).
En el intento de explicar el fenómeno de la influencia sonámbula, Janet la comparó con otros
fenómenos, de tipo normal. Una vez más, hizo hincapié en que los sentimientos de los
pacientes no necesariamente, ni de manera predominante, se basan en el amor erótico, sino
que también se dan variaciones tales como el amor filial o paternal. Además, esos
sentimientos aparecen y desaparecen con un intervalo de alrededor de una o dos semanas y
pueden coexistir con un genuino amor erótico hacia otra persona. Janet advirtió que otros
pacientes que no son hipnotizados presentan un comportamiento similar: después de una
consulta con su médico, puede ser que al principio se sientan cansados, que después muestren
una mejoría y que, finalmente, sientan la necesidad de volver a verlo. Según Janet, esos
pacientes necesitan sobre todo una persona que los guíe, que resuma y sintetice sus
sentimientos, que les confirme que tienen motivos para tener tal o cual sentimiento, que tome
decisiones por ellos, y demás. Ese apoyo hace que se sientan mejor por períodos más o menos
largos. Un fenómeno similar encontramos en los pacientes que sufren de soledad (por
ejemplo, después de haber perdido a alguien). Se sienten aislados y abandonados, y necesitan
23
una voluntad ajena, una autoridad que los guíe. De algún modo, sus síntomas se asemejan a
los de los pacientes hipnotizados.
Janet concluyó que la clave no es la sugestión ni la hipnosis sino la necesidad de ser dirigidos
o guiados. El terapeuta puede hacer lo que los pacientes abúlicos no pueden hacer por sí
mismos: realizar síntesis, tomar decisiones y hacer el trabajo mental que los sujetos son
incapaces de hacer. La hipnosis y la sugestión son apenas medios, aunque poderosos, para
alcanzar ese objetivo. Con o sin hipnosis, es posible que el sujeto piense en su “director” y en
sus consejos, y pueda así resolver sus problemas por algún tiempo.
¿Por qué esa influencia del terapeuta no es duradera? Al respecto, Janet señaló inicialmente el
efecto destructor de las emociones fuertes. En su opinión, las emociones que inevitablemente
experimentan los sujetos tienen un efecto disociador que destruye el trabajo de síntesis
logrado por el terapeuta. Los elementos del pensamiento siguen existiendo pero disociados,
aislados, y el “director” debe reanudar su trabajo de síntesis y construcción: “Creo que el
pensamiento, como el cuerpo, oscila perpetuamente entre estos dos grandes fenómenos: la
asimilación, la organización y el crecimiento y, por otro lado, la desasimilación, la
disociación y la destrucción” (ibíd., p. 476).
Sin embargo, la influencia del terapeuta no puede sino tener una vida corta, incluso si el
sujeto no vive ninguna emoción fuerte. ¿Cómo podemos dar cuenta de esa duración limitada?
Janet explicó que es imposible que un sujeto siga viviendo sin modificar su comportamiento,
sin adaptarse a circunstancias nuevas. Incesantemente, el tiempo nos coloca ante situaciones
nuevas, e incesantemente exige adaptaciones y decisiones. Lo que los pacientes no saben
hacer es adaptarse al mundo cambiante y por eso necesitan recurrir a la ayuda del terapeuta
con regularidad. Por la misma razón, una paciente, de manera muy acertada, llamó a Janet “le
remonteur de pendules” * , el hombre que da cuerda a los relojes (ibíd., pp. 476-477).
Esas consideraciones llevaron a Janet a sostener que las curas rápidas y fáciles a menudo son
imposibles. El terapeuta prácticamente tiene que reeducar al paciente, un proceso complicado
que supone dos partes: (1) un primer paso, esencial, en el que se debe orientar de manera total
la mente del sujeto, y (2) un paso igualmente esencial que consiste en reducir de manera
gradual esa orientación al mínimo (ibíd., pp. 478-479). El primer paso es fundamental, ya que
la influencia del terapeuta no será beneficiosa en tanto sea superficial. El segundo paso es
fundamental porque sin lugar a duda los pacientes tienen que desarrollar la capacidad de
llevar las riendas de su propia vida. Janet señalaba con frecuencia que ese segundo paso era a
menudo bastante difícil, y esa dificultad lo llevó a reflexionar sobre la necesidad de
orientación en individuos normales. En un pasaje que revela mucho sobre su propia
personalidad, Janet señaló que la necesidad de recibir consejo y orientación varía
enormemente de individuo a individuo: algunos no pueden trabajar solos, necesitan
orientación con frecuencia, son imitadores en la ciencia y en el arte, no pueden entretenerse en
soledad y necesitan compañía constantemente, mientras que otros no buscan compañía social,
son independientes, toman sus propias decisiones y son innovadores en la ciencia y en el arte.
Janet se inclinaba a ver la necesidad de estar acompañado como un signo de debilidad o, en
todo caso, la capacidad de entretenerse en soledad como un signo de fortaleza. En su opinión,
los individuos que constantemente buscan la compañía de otros responden, de hecho, a una
necesidad imperiosa de obedecer, de someter su voluntad a la voluntad ajena (ibíd., p. 479).
Desean seguir patrones de comportamiento más o menos automáticos y dejar el trabajo
mental de síntesis, más complicado, en manos ajenas. Es como si la división entre
automatismo y síntesis que Janet analizaba en la mente individual tuviera una continuación en
la sociedad y diera lugar a la dominación de unos individuos sobre otros. Si eso es cierto,
señaló Janet, “entonces ese pequeño fenómeno curioso de 'rapport magnético' no es
insignificante, tal vez nos permita estudiar un elemento importante de las relaciones sociales,
*
En francés en el original [N. de las Trads].
24
entender el origen de la dependencia y la jerarquía, vincular la necesidad de obedecer de unos
y la autoridad de otros con la disminución y el aumento de la fuerza vital ('la puissance
vitale')” (ibíd. p. 480).
Así, vemos que Janet permaneció fiel a sus análisis originales de los mecanismos psíquicos y
a la preponderancia que le otorgaba a los fenómenos del automatismo, la síntesis y la
disociación. Si bien siguió publicando casos detallados que confirmaban la utilidad de su
enfoque tanto en el campo de la teoría como en el de la terapia, fue dándole cada vez más
espacio a las reflexiones sobre la sociedad en general y sobre los fenómenos del
comportamiento de las personas que no buscan el consejo del terapeuta. También siguió
replanteando algunas cuestiones teóricas básicas tales como la relación entre sugestión,
hipnosis e influencia. Aquí, su gran oponente era Bernheim; ya tendremos ocasión de volver
sobre su controversia teórica (cf. Bernheim, 1911-12; Forel, 1927; Janet, 1910-11;
Ochorowicz, 1909; ver el Capítulo 2). Lo que le permitió a Janet hacer afirmaciones cada vez
más generales sobre asuntos metodológicos y teóricos, y sobre la cuestión de la mente y la
sociedad en general fue, en primer lugar, su conocimiento cada vez mayor de la patología
mental y, en segundo lugar, su sólida formación filosófica. También cabe pensar que la
tendencia a hacer generalizaciones amplias sobre el hombre y la sociedad se vio limitada al
principio de su carrera por la necesidad de hacerse una reputación como pensador científico
en un campo plagado de fenómenos extraños y teorías incluso más extravagantes.
1. La psicofísica, que determina y mide la relación que existe entre los fenómenos físicos y
las sensaciones que percibimos.
2. La psicología comparativa, que compara al hombre adulto occidental con los animales, los
niños y otras razas.
3. La psicofisiología, que estudia las relaciones entre el cerebro y la mente.
4. La psicopatología, que nos revela los secretos de la mente normal.
Las últimas dos ramas de la psicología objetiva estaban muy desarrolladas en Francia, y Janet
sin duda continuó con esa tradición (Beauchesne, 1986). Es bastante evidente que desde un
25
principio Janet compartía en esencia el punto de vista de Charcot. Ya a principios de su
carrera, por ejemplo, sostuvo que ya existía una novedosa psicología objetiva a la par de la
más antigua psicología subjetiva:
En lugar de limitarse al estudio y a la descripción de sus propios sentimientos, lo que sin duda
es fundamental pero no muy exacto y muy incompleto, el psicólogo cada vez más ha ido
examinando a las personas que lo rodean y, guiándose por las actitudes, acciones, palabras y
escritos de ellas, ha hecho un intento de analizar los sentimientos e ideas de las personas. Así,
una psicología más o menos objetiva se ha sumado a la psicología puramente subjetiva de
nuestros antiguos maestros (Janet, 1894d, reimpreso en 1898, p. 375).
En su libro Névroses et idées fixes, Janet (1898, p. 406) recalcó que la antigua psicología
subjetiva todavía era necesaria para el estudio del pensamiento humano y que de ninguna
manera sería reemplazada por la psicología objetiva, que no tiene ninguna aspiración
metafísica ni religiosa y que no ataca ninguna creencia respetable. Janet entonces subdividió
esa psicología objetiva en las ramas que Charcot ya había delineado. Compartía el interés por
la rama patológica de la psicología objetiva y creía, al igual que Charcot y Claude Bernard,
que los casos patológicos pueden enseñarnos algo fundamental sobre el funcionamiento
psíquico normal, ya que ambos se rigen por las mismas leyes (Reuchlin, 1986, p. 63). Para
estudiar la naturaleza de la personalidad, uno debe estudiar sus condiciones, es decir, uno
debe estudiar en la otra persona los diversos tipos de personalidad que existen y,
preferentemente, las formas extremas (cf. Janet, 1896a). A este respecto, Janet realizó esta
interesante comparación: “Estas enfermedades nos muestran singulares exageraciones de
fenómenos normales y nos permiten estudiar los hechos de la mente como con una gran lupa,
así como el microscopio amplifica los objetos físicos” (Janet, 1894d, en 1898, p. 376). 1
La convicción de que la psicopatología puede revelar los secretos de la mente normal
responde a una larga tradición francesa, desde Ribot, pasando por Bernard y Comte, hasta
Broussais y Maine de Biran (Delacroix, 1927; Dumas, 1924d; Janet, 1896a; 1926b). Es una
concepción que Ribot, de hecho, expresó abiertamente al decir que “las perturbaciones
morbosas del organismo que causan los trastornos intelectuales, las anomalías, los monstruos
en el orden psicológico, son para nosotros como experimentos preparados por la naturaleza”
(Ribot citado por Janet, 1917, pp. 276-277).
Para Ribot y Charcot, las enfermedades eran instrumentos de análisis y disección que
revelaban la estructura oculta de la mente normal. A este respecto, Ribot postuló su conocida
ley de desintegración o disolución psicológica:
La enfermedad desintegra todas las funciones psicológicas siguiendo un orden y respetando
una ley [...] en los reinos de la biología es sabido que las estructuras que se formaron últimas
son las primeras en degenerarse [...] en el campo de la biología, la disolución sigue un orden
inverso al de la evolución, va de lo complejo a lo simple: las adquisiciones más antiguas son
las más simples, y por ese motivo son las más estables (Ribot citado por Janet, 1917, p. 277).
En sí, esa ley de disolución y las nociones asociadas de evolución, jerarquía y regresión
spencerianas pueden rastrearse hasta Hughlings Jackson, cuya obra fue estudiada en
profundidad por Ribot (Ey, 1960; 1968; Reuchlin, 1986, pp. 63-64). En el Capítulo 8 veremos
cómo Vygotsky (y Luria) usaron un enfoque jacksoniano y spenceriano similar para explicar
el desarrollo del pensamiento conceptual maduro y su disolución en los casos de
esquizofrenia.
Así vemos que Janet formaba parte de una tradición francesa en psicopatología que hacía
hincapié en el estudio objetivo de los síntomas y acciones conductuales. Al mismo tiempo,
Janet había dejado muy en claro que no creía en una psicología que intentara parecer objetiva
1
Lo mismo dijo James varios años más tarde: “Las enfermedades mentales tienen la ventaja de aislar factores
particulares de la vida mental, y así nos permiten inspeccionarlos sin que estén enmascarados por su entorno
más habitual. Tienen el mismo papel para la anatomía mental que el escarpelo y el microscopio para la
anatomía del cuerpo” (James, 1902/1985, p. 22).
26
al traducir sus descubrimientos a términos fisiológicos (“la burda explicación simbólica que
hace referencia al juego imaginario de fibras nerviosas y células”, Janet, 1917, p. 275). Como
ya hemos visto en varias oportunidades, Janet sostuvo con frecuencia que tal traducción era
prematura, ya que nuestro conocimiento del cerebro todavía es muy insuficiente y, en
consecuencia, no se obtiene nada al sustituir descubrimientos psicológicos por mecanismos
cerebrales hipotéticos (cf. Janet, 1898, p. 440). Aquí, nuevamente, Janet seguía las ideas de
Ribot, quien había intentado diferenciar la psicología de la metafísica, por un lado, y de la
fisiología, por el otro. Una muestra particularmente clara de la posición de Janet puede
encontrarse en su reseña del diccionario de medicina psicológica de Tuke:
[…] si los fenómenos físicos y psíquicos forman dos series de hechos paralelos, será
necesario estudiar cada serie por separado con un proceso que se adapte a cada una; a los
primeros debemos estudiarlos utilizando métodos fisiológicos, y debemos esforzarnos por
llegar a los hechos psicológicos mediante la introspección, la observación de las acciones y el
lenguaje, la medición del tiempo, etcétera Sólo después de realizar una investigación
completa e independiente deberían yuxtaponerse esas dos series de hechos. Un hecho
fisiológico que ha sido demostrado con claridad utilizando los métodos apropiados podría
luego corregirse y compararse provechosamente con un hecho psicológico que haya sido
comprobado utilizando el proceso adecuado, como en el caso anterior. Si hay un error que nos
resulta intolerable es el de inventar, construir con la imaginación cualquiera de esos dos
hechos y yuxtaponerlo luego con el otro. A algunos autores les encanta intentar explicar un
hecho moral mediante la invención de algún proceso fisiológico, que luego comparan con un
fenómeno psíquico. Así, en el caso de la asociación de ideas o de cualquier otro hecho
psicológico bien confirmado, en lugar de describir con precisión su naturaleza exacta, hablan
de una intercomunicación entre fibras nerviosas que ocurre en ese momento, o de contacto
entre las ramificaciones de células nerviosas, o de que se ha producido una corriente nerviosa,
etcétera, etcétera ¿Han observado con un microscopio esa comunicación, ese contacto, esa
corriente en el momento en que sucedió, o han siquiera establecido la existencia de una
asociación de ideas? Si no lo han hecho, entonces ¿por qué lo mencionan? Esos modos de
expresarse son meras traducciones verbales sin sentido. Se hace desaparecer al hecho
comprobadamente psicológico al traducirlo a otro lenguaje; no se suma nada a nuestro
conocimiento concreto, y sería lo mismo hablar usando metáforas poéticas que dejarse llevar
por esta tan inútil y vacía metafísica (Janet, 1893d, pp. 297-298).
Parecería, entonces, que el tipo de conductismo propuesto por Thorndike y Watson, que hacía
hincapié en el estudio de acciones objetivas y que detestaba las referencias a mecanismos
mentales o neurológicos desconocidos, dio sus frutos con Janet. Sin embargo, la mismísima
tradición de la psicología francesa que haría que la aceptación incondicional del conductismo
pareciera lógica también proporcionó las armas para luchar en su contra. La psicología
francesa, definida por personas como Charcot, Ribot y Renan, tenía, como hemos visto, un
alcance mucho más amplio que el que tendría el conductismo. Incluía el estudio del
desarrollo, de los animales, del hombre primitivo, de los niños y de la patología mental. El
estudio de la patología mental en particular –que comprendía una intrincada interacción de
factores hereditarios y factores ambientales, fenómenos de desarrollo, pérdida y regresión,
complejos fenómenos sociales de transferencia, sugestión y rapport– evitó que Janet le
atribuyera demasiado valor al estudio obsesivo de las incontables aventuras de la rata blanca
de laboratorio, Rattus norvegicus experimentalis. Como veremos a continuación, el concepto
de “conducta” [conduct] que tenía Janet era mucho más abarcador que el concepto de
“comportamiento” [behavior] de los conductistas, e incluía procesos mentales superiores
como la “conducta de triunfo” y otros fenómenos que todavía necesitamos abordar. En esta
sección nos hemos limitado a hacer un breve resumen de algunas de las raíces francesas de la
psicología de la conducta de Janet que deberían ayudar a entender por qué el Janet más tardío
pudo incorporar sin problemas el enfoque metodológico básico del conductismo
27
estadounidense y al mismo tiempo evitar las afirmaciones y prácticas más extravagantes de
esa corriente.
1. Las obsesiones propiamente dichas, es decir, ciertas ideas bien definidas (por ejemplo, el
miedo de exhibir los genitales en público).
2. Las agitaciones compulsivas, es decir, las cavilaciones, los tics u operaciones mentales
inútiles que sufren los pacientes (por ejemplo, la necesidad de verificar una y otra vez si la
puerta está cerrada, etcétera).
3. Las insuficiencias, es decir, las sensaciones de irrealidad, impotencia, incompletud,
etcétera. El problema es decidir cuál de esos grupos es el más importante y puede explicar los
otros dos.
Se obtienen distintas teorías según qué grupo de síntomas se considere primario y cuál
derivado. Janet no se sentía muy cautivado por las teorías que él llamaba intelectuales, es
decir, las que consideraban como primarias ciertas ideas bien definidas. Sostenía que había
conocido a muchos pacientes con tics, ansiedades, etcétera pero que no tenían ni una sola idea
obsesiva definida, y argumentaba que la idea no era sino la etapa final de la enfermedad (ibíd.,
p.452). Las llamadas teorías emocionales que consideran que las agitaciones compulsivas son
primarias le resultaban a Janet un poco más afines. Sin embargo, sostenía que sabía de
pacientes que eran obsesivos pero que no tenían ningún problema emocional, ni lo habían
tenido. Claramente, entonces, muchas de las obsesiones tienen un origen intelectual (ibíd., pp.
457-461). Por lo tanto, el grupo de las insuficiencias es el grupo de importancia primaria, del
cual deberíamos poder derivar los síntomas de los otros dos. Según Janet, las insuficiencias
aparecen porque el individuo pierde de alguna forma la capacidad de concentrarse, de
sintetizar sus experiencias concretas. En consecuencia, el individuo siente que el mundo ha
cambiado, o que él mismo ha cambiado, lo que produce sensaciones de extrañamiento,
impotencia, etcétera. Fue por eso que Janet postuló una jerarquía de operaciones mentales,
llegando a la conclusión de que las operaciones mentales se pierden con la enfermedad según
el nivel de complejidad que tengan: “En resumen, las operaciones mentales parecen estar
organizadas siguiendo una jerarquía, en la cual los niveles superiores son complejos, difíciles
28
de alcanzar e inaccesibles para nuestros pacientes, mientras que los niveles inferiores son
fáciles y están a su disposición” (ibíd., p. 475).
Sin embargo, si usamos el criterio de pérdida en la enfermedad mental como único criterio
para juzgar el nivel de complejidad de las operaciones mentales, obtenemos resultados
contraintuitivos. Los psicasténicos pueden llevar a cabo acciones comúnmente consideradas
complejas, como la realización de operaciones matemáticas abstractas, hasta bien avanzada la
enfermedad, mientras que operaciones concretas en apariencia muy simples, como visitar a
otra persona, pueden convertirse en algo imposible en una etapa muy temprana. Janet se dio
cuenta perfectamente de la naturaleza paradójica de sus conclusiones y sostuvo que nuestras
ideas intuitivas acerca del nivel de dificultad de las funciones mentales son por lo general
erróneas. Hizo una comparación con la historia de la biología, disciplina en la que la
clasificación original arbitraria de los animales según su supuesto grado de perfección fue
reemplazada por la clasificación objetiva según la teoría de la evolución, y propuso reordenar
las funciones mentales según su frecuencia y orden de desaparición en los pacientes mentales.
Así surgieron los niveles que se muestran en la tabla 3.1.
29
compleja es la función de lo real (la fonction du réel), que supone la “aprehensión de la
realidad en todas sus formas”, o en palabras de Bergson, la “attention à la vie presente”.
Supone la habilidad de actuar en respuesta a la realidad exterior y cambiarla, que es lo más
difícil cuando esa realidad incluye a otras personas. Comer en público o tocar un instrumento
en público exige mucho más que hacer esas mismas actividades en privado. Una de las
operaciones sociales más difíciles es el acto sexual, en particular cuando se realiza por
primera vez. Según Janet, muchos factores contribuyen a que sea difícil: el hecho de que uno
no conozca a su pareja muy bien, el temor a las consecuencias, la preocupación por el futuro,
etcétera. Es natural, entonces, que los psicasténicos a menudo tengan problemas con esa
operación. Las acciones también son difíciles cuando requieren una adaptación precisa, como
en el caso de la actividad manual profesional o cuando una actividad es nueva, es decir,
cuando implica libertad. Un tanto más abajo en la jerarquía encontramos la atención que nos
permite percibir la realidad y la creencia (la croyance) de que es la realidad. También
aproximadamente en ese mismo nivel encontramos la memoria y la conciencia de nuestros
propios estados internos y la percepción de nuestra propia personalidad. Un poco más abajo
encontramos la operación de “presentificación”, que está relacionada con la formación del
presente en la mente del sujeto. La tendencia natural de la mente es deambular por el pasado y
el futuro, y requiere mucho esfuerzo poner la atención en la acción presente. Según Janet, el
presente psicológico es un hecho de cierta complejidad que entraña cierta duración pero que
se percibe como un estado de conciencia único (cf. Ellenberger, 1970). Por debajo del primer
nivel encontramos un segundo nivel a cuyas funciones Janet les dio el nombre de funciones
inmotivadas (opérations désintéressées). Son las mismas funciones anteriores pero
desprovistas de su perfección, es decir, de la sensación de realidad. Eso implica que no están
adaptadas a hechos nuevos, no están coordinadas, son vagas, imprecisas, indiferentes a la
realidad. Dichas acciones son más fáciles de llevar a cabo, y es por ese motivo que a veces
sirve distraer a los pacientes. También por ese motivo los psicasténicos a menudo pueden dar
excelentes consejos a otros en cuanto a sus problemas psicológicos: los problemas de las otras
personas son menos reales para ellos. No es que tales funciones inmotivadas no sean
conscientes, sino que son menos conscientes y no tienen precisión ni concentración.
Cuando los problemas de los psicasténicos se vuelven más graves, llegamos al tercer nivel de
complejidad, en el que los pacientes todavía tienen la capacidad de razonar acerca de ideas. A
este respecto, Janet (ibíd., p. 484) recalca que el razonamiento abstracto es mucho más simple
que la acción concreta y que los pacientes conservan esa capacidad inferior de razonamiento
durante largo tiempo. En ese nivel también encontramos la capacidad de auto-observación y
las operaciones de representación relacionadas con las imágenes, la memoria y la
imaginación. Los psicasténicos tienen tendencia a la auto-observación continua y Janet
consideraba que “esa aptitud para la introspección psicológica era meramente una
consecuencia de la debilidad de su mente”. Agregó que ese tipo de introspección no requiere
ningún tipo de precisión, y roza el rumiar y el ensueño. En el cuarto y quinto nivel, aún más
bajos, ubicamos las emociones que no se adaptan a la situación, como las ansiedades difusas y
los movimientos inútiles.
Janet (ibíd., p. 487) notó que los hechos psicológicos quedaban así organizados según lo que
Spencer llamaba su “coeficiente de realidad”, pero se dio cuenta de que su esquema era en
gran medida empírico (es decir, basado en los fenómenos de pérdida de funciones o
disfunción patológica) y se preguntó qué diferenciaba en realidad a esos diversos niveles.
¿Qué elementos requieren las operaciones mentales superiores que las inferiores no exigen?
Habiendo descartado varias hipótesis, llegó a la conclusión de que lo que importaba era la
concentración y el número de fenómenos a los que el sujeto tiene que prestar atención: “La
conjunción de esos dos fenómenos, una nueva síntesis, una profunda concentración y
muchísimos hechos de la conciencia, constituye una característica que debe ser esencial en
psicología y a la que, por convención, podemos llamar tensión psicológica” (ibíd., p. 495).
30
Entonces, la capacidad para concentrarse y la cantidad de fenómenos que uno puede mantener
en la conciencia definen la tensión psicológica de la que uno es capaz en cierto momento.
Janet observó que ese concepto de tensión no era muy distinto a conceptos similares
propuestos por Maudsley, Spencer, Höffding y Bergson. Algo característico de la tensión
psicológica es que varía según las personas y según los distintos momentos del ciclo de vida
de una persona. Las enfermedades, la fatiga y ciertas emociones pueden ocasionar una
disminución de la tensión psicológica, que a su vez ocasiona la desaparición de ciertas
operaciones mentales superiores, porque éstas requieren mayor tensión psicológica. La
tensión puede aumentar a causa de, entre otras cosas, ciertos medicamentos, el embarazo, el
ejercicio físico y ciertas emociones placenteras, en particular aquellas causadas por una
relación sexual satisfactoria (ibíd., p. 534). Janet observó que, paradójicamente, incluso un
shock emocional desagradable, como enterarse de que un familiar sufre de una enfermedad
grave, podría permitir que las personas recuperen tensión o fuerza psicológicas. Personas que
durante un largo tiempo han sufrido de depresión y que han estado letárgicas y sin poder
vestirse por la mañana podrían encontrar de repente la fuerza y el impulso necesarios para
cuidar a un padre que sufrió un derrame cerebral.
Janet sostenía que la tensión psicológica de los psicasténicos era por lo general muy baja y
que difícilmente eran capaces de llevar a cabo las operaciones de la sección intermedia de su
jerarquía. Sin embargo, se dio cuenta de que, por lo menos para algunos observadores, el
obsesivo rumiar ciertas ideas de los psicasténicos parecían requerir una cantidad considerable
de energía. Para explicar esa aparente paradoja, Janet (ibíd., p. 557) planteó que la pérdida de
las operaciones superiores produce insuficiencias que hacen que el paciente sufra. Ese
sufrimiento se transforma a su vez en una fuente de energía (casi como en el caso del pariente
cercano que se enferma y eso hace que se libere una considerable cantidad de energía extra;
véase el párrafo anterior) y alimenta las interminables cavilaciones.
Con las oscilaciones naturales y no tan naturales de la tensión psicológica Janet parecía así en
condiciones de dar una explicación de varios de los síntomas de los psicasténicos. Agregó la
noción de derivación: cuando una fuerza destinada originalmente para cierto objetivo no se
utiliza porque ese objetivo se hizo inalcanzable, se utilizará para producir otros fenómenos
inútiles. Janet citó a investigadores como Cabanis, Spencer, Ribot, Jackson, Tuke y Freud
para mostrar que conceptos similares no eran poco comunes, pero se apresuró a explicar que
su noción de derivación era algo diferente. Así, sostuvo que cualquier operación mental que
requiera mucha tensión y cuya ejecución se vea frustrada, porque el sujeto no puede movilizar
una cantidad suficiente de tensión psicológica, producirá derivación. Esa concepción era
opuesta a la de Freud, quien sostenía que la disfunción sexual es la causa de las reacciones
patológicas viscerales que se perciben subjetivamente como ansiedad. En general, al abordar
el fenómeno de la derivación de la tensión psicológica, queda bastante claro que para Janet
tensión psicológica era equivalente a energía psicológica. Así, el autor realiza una
comparación con el voltaje de una lámpara eléctrica. Una corriente de 110 voltios podría no
ser suficiente para una lámpara grande pero alcanza para muchas lámparas pequeñas. Esa
analogía explica por qué los sujetos que no son capaces de llevar a cabo un acto de la parte
superior de la jerarquía (véase la Tabla 3.1) podrían, no obstante, mantenerse ocupados
durante largos períodos con actos de los niveles inferiores.
En resumen, los psicasténicos intentan llevar a cabo operaciones mentales que exigen gran
tensión psicológica (por ejemplo, los actos sociales). No pueden realizarlas porque no pueden
movilizar una cantidad de tensión suficiente, y luego la tensión o energía movilizada se disipa
y produce cavilaciones, movimientos inútiles, insuficiencias, tics, etcétera. Según Janet, (ibíd.,
p. 567) es como si fuéramos testigos de “una excitación que debe ser canalizada de una u otra
forma”.
Janet se dio cuenta de que esa teoría todavía no explicaba por qué los psicasténicos se
obsesionan con operaciones específicas, por qué le tienen temor a situaciones, animales, u
31
otras cosas específicas. Según él, muchos no saben que carecen de tensión psicológica hasta
que intentan llevar a cabo una acción determinada con una atención particular porque por
alguna razón la consideran muy importante. Por ejemplo, muchos de los pacientes de Janet
sufrían de obsesiones religiosas, porque, según Janet, se les había enseñado que los rituales
religiosos eran extraordinariamente importantes, y en consecuencia hacían el mayor esfuerzo
cumplirlos a la perfección. Así, la deficiencia de tensión psicológica se manifiesta sólo
cuando la cultura, la educación o circunstancias específicas exigen que los sujetos lleven a
cabo alguna operación mentalmente difícil, y los síntomas de los pacientes varían porque
varía su cultura, su educación y sus circunstancias personales.
En cuanto a la etiología de los síntomas, Janet observó que muchísimos factores tenían un rol
nefasto. Estudiando en profundidad sus registros de alrededor de 170 casos, encontró que la
herencia era importante en el sentido de que los padres de muchos pacientes tenían síntomas
de inestabilidad mental. Las mujeres estaban sobrerrepresentadas en su muestra (75 por
ciento), lo que llevó a Janet a concluir que las mujeres eran el sexo más débil según su
jerarquía. Además, ciertos tipos de personalidad podrían estar predispuestos a la psicastenia.
En la mayor parte de los casos, los síntomas comienzan antes de los veinte o treinta años
(siendo la pubertad un período riesgoso), pero Janet agregó que la edad de aparición de la
enfermedad era difícil de determinar. Hay diversas enfermedades que podrían agravar la
situación. Janet (ibíd., p. 644) sostuvo que en la mayor parte de los casos la enfermedad
comienza con insuficiencias psicofisiológicas que son seguidas por crisis de psicolepsia (es
decir, un descenso repentino de la tensión psicológica) y, finalmente, por las obsesiones
propiamente dichas. La enfermedad puede extenderse durante toda la vida pero en una buena
cantidad de casos es posible al menos una recuperación parcial finalizada la juventud (“el
período más difícil de la vida”) del paciente (ibíd., pp. 668-669).
Janet consideraba que la psicastenia era una enfermedad grave con antecedentes hereditarios,
como hemos visto, y no era demasiado optimista sobre las posibilidades de curarla. Creía que
debería alentarse a los niños que de alguna forma corren el riesgo de contraer esa enfermedad
a practicar ejercicio físico, a evitar las tareas intelectuales abstractas y monótonas, a superar
los obstáculos y a luchar con sus pares (“Creo que es muy importante instar a nuestros
jóvenes psicasténicos a luchar”, ibíd., p. 687). Pero si todas esas cosas resultan vanas,
entonces el médico debe actuar con rapidez y sin dudar. Por naturaleza, el psicasténico cree
que su estado es extraordinario, único, y que nadie –menos aún un médico– ha visto un
síndrome tan curioso. La labor del médico es contrarrestar esa actitud mostrando una gran
confianza y dando la impresión de que la enfermedad del paciente es perfectamente conocida
y trivial, y que su tratamiento y cura (parcial) es una cuestión de rutina. Para convencer al
paciente del conocimiento que el médico tiene y de lo trillada que es la enfermedad el médico
debería dar preferentemente una descripción detallada de varios de los síntomas del paciente
antes de que éste tenga oportunidad de contarlos él mismo, algo que es relativamente fácil,
según Janet, porque los síntomas siguen, en general, patrones estándar (ibíd., p. 689).
La terapia de Janet consistía por sobre todo en una verdadera reeducación del sujeto (ibíd., p.
723): recomendaba hacer una dieta (vegetariana), tener un ciclo fijo de sueño-vigilia, tomar
duchas de agua fría, simplificar el estilo de vida del paciente (lo cual, como observó Janet,
algunas veces hacía que el divorcio fuera necesario), y así sucesivamente. Janet creía mucho
menos en los medicamentos pero, no obstante, utilizaba en algunas ocasiones sedantes y (rara
vez) morfina. Por encima de todo, el psicólogo francés tenía en cuenta lo que llamaba la
“orientación moral”: debe aconsejarse a los pacientes cuál es el camino que deben seguir (que
en casi todos los casos ya conocen pero no pueden hacer realidad); es necesario consolar,
alentar a los pacientes, incluso hacerlos enojar, etcétera, según los casos. Además, el terapeuta
debe darles tareas que pueden llevar a cabo (con facilidad), para aumentar su confianza y para
entrenar su voluntad y atención.
32
Janet consideraba que la psicastenia era una enfermedad bien definida, que no obstante estaba
vinculada con otras. Creía que hasta cierto punto estaba relacionada con la epilepsia (cuya
causa, según Janet, eran los cambios repentinos de la tensión psicológica) e incluso sostenía
que podría verse a la psicastenia como una forma leve y crónica de epilepsia (ibíd., p. 734).
Tras discutir algunas similitudes entre la psicastenia y la histeria (véase la siguiente sección),
llegó a la conclusión de que la psicastenia se encuentra ubicada en algún punto entre la
epilepsia y la histeria y que, como todas las psiconeurosis, se caracteriza por problemas con la
tensión psicológica.
Mientras tanto, Janet seguía puliendo y revisando su teoría de la histeria. En The Major
Symptoms of Hysteria * (primera edición 1907) podemos observar los cambios que realizó el
autor desde la primera vez que postuló su teoría, en 1889. Habiendo abordado los que ahora
consideraba los principales síntomas de la histeria –diversas formas de sonambulismo, fugas,
doble personalidad, ataques, convulsiones, anorexia, bulimia, etcétera–, Janet se dedicó al
tema de los estigmas. Con la palabra estigmas, sin embargo, Janet ya no se refería a los
síntomas más o menos esenciales y permanentes de la enfermedad, que los pacientes tratan
con indiferencia y que parecen no padecer, como se decía en Janet 1893a. En cambio, propuso
usar la palabra estigma para referirse a: (a) las características que servían para diagnosticar la
histeria o (b) las características que están relacionadas causalmente con otros síntomas de la
enfermedad y que pueden explicarlos. Afirmaba además que la anestesia que sufrían los
histéricos no se ajustaba a la segunda definición, más fuerte, de un estigma, y que
anteriormente, “por influencia de la Salpêtrière”, había exagerado su importancia (Janet,
1907a/1963, p. 275). Sin embargo, aún creía que la anestesia tenía una gran importancia
práctica porque estaba presente en una gran cantidad de accidentes histéricos. Janet también
hizo una distinción entre (a) estigmas específicos de la histeria y (b) estigmas comunes o
generales, que los pacientes histéricos comparten con otros enfermos mentales. Usando esa
clasificación, distinguió tres estigmas específicos de la histeria: la sugestibilidad, la
desatención y la alternancia.
Janet (ibíd., pp. 279, 292) consideraba que la sugestibilidad era el más importante estigma
mental de la histeria pero se apresuró a explicar qué entendía por sugestión y por
sugestibilidad. Cuando hablaba de sugestión se refería al desarrollo completo y extremo de
una idea que tiene lugar sin ninguna participación de la voluntad ni de la percepción personal
ni la conciencia del sujeto. Definida de esa forma, la sugestión es un fenómeno muy poco
frecuente, que Janet observó sólo en pacientes histéricos y que desaparece cuando el paciente
se cura. Esos pacientes sienten vívidamente el calor del sol, ven el agua del mar y oyen los
sonidos de las gaviotas cuando se les pide que imaginen una playa, y están completamente
ajenos a su entorno real durante la sugestión. Su estado representa una forma de
sonambulismo o hipnotismo artificiales y, como tal, exige la disminución de la síntesis
personal y la preservación de ciertos automatismos.
Para Janet (1907a/1963, p. 296), la desatención exagerada era otro de los estigmas específicos
de la histeria. Sostenía que la exageración de ese estado provocaría el fenómeno de la
subconsciencia pues una gran cantidad de cosas existirían fuera de la conciencia personal.
Janet hacía hincapié en que el estado de distracción que sufrían los histéricos no era falta de
atención sino una supresión activa de todo lo que no se mira directamente. La anestesia de un
histérico, por ejemplo, se apoya en una “decisión inconsciente” del sujeto de no sentir los
estímulos en ciertas partes del cuerpo, es decir, el sujeto debe discernir entre diversas partes y
percibir el estímulo para no sentirlo. Janet demostró ese hecho paradójico varias veces,
*
Ese libro fue publicado originalmente en inglés por la editorial Macmillan. Es una compilación de quince
conferencias que dio Janet en la Universidad de Harvard [N. de las Trads.].
33
pidiéndoles a pacientes que tenían los ojos vendados que dijeran “sí” cuando sintieran el
estímulo y “no” en el caso contrario, y como era de esperarse, así lo hacían.
Para Janet (ibíd., pp. 298-302), el tercer y último estigma específico de la histeria era el
fenómeno de la alternancia o transferencia. Con esos términos se refería a la tendencia
frecuente en los pacientes histéricos de reemplazar repentinamente un accidente por otro; por
ejemplo: el terapeuta podía creer que había “curado” una parálisis del brazo izquierdo sólo
para descubrir que había sido reemplazada por una parálisis idéntica del brazo derecho al día
siguiente.
Janet explicó los tres síntomas principales de la histeria basándose en su antigua concepción
de la retracción del campo de la conciencia postulada por primera vez en (Janet, 1889a). Una
vez más indicó que ser consciente de un hecho es una cuestión de asimilación o percepción
personal de estímulos externos, a los que en su segunda versión, sin embargo, ya no
comparaba con lámparas de gas sino con lámparas eléctricas. Esa concepción aún explicaba
perfectamente los tres estigmas principales de la histeria. La sugestibilidad extrema del sujeto
histérico se debe al hecho de que la persona no tiene control sobre las ideas que se le sugieren
y que de alguna forma la abruman. Pero según Janet, eso es lo mismo que decir que la idea no
encuentra oposición por parte de otras ideas reunidas en la misma conciencia porque la mente
es demasiado estrecha para contener diversas ideas que se oponen entre sí. La desatención, y
en los casos extremos la anestesia, también provienen de la incapacidad del sujeto para
mantener diversas ideas en la conciencia al mismo tiempo. El sujeto debe necesariamente
ignorar ciertas excitaciones para poder percibir otras. Finalmente, la alternancia puede
explicarse con la misma concepción de la retracción del campo de la conciencia. Lo que
sucede es que a los sujetos se les anestesian ciertas partes del cuerpo porque simplemente no
pueden retener en la mente una cantidad de estímulos suficiente. Al tener que concentrarse en
el brazo izquierdo que estaba anestesiado, pierden la capacidad de sentir el brazo derecho o,
en palabras de Janet (ibíd., p. 311), “pierden de un lado lo que parecían haber ganado en el
otro”.
Hasta ese entonces la descripción y la explicación de Janet sobre los síntomas de la histeria se
mantuvo fundamentalmente sin cambios. Su comprensión y selección de los estigmas
principales había cambiado pero la concepción básica de la (falta de) percepción personal, de
síntesis y del consiguiente estado de subconsciencia no había cambiado. En ese momento, sin
embargo, Janet añadió que no bastaba con describir y explicar los estigmas específicos de la
histeria, porque los histéricos comparten diversos estigmas comunes o generales con otros
pacientes mentales, notablemente con los neurópatas, sujetos que muestran una disminución
de la fuerza nerviosa. Entre esos estigmas generales, el autor consideraba la ausencia de
sentimiento y de voluntad, y las “sensaciones de incompletud” mencionadas con anterioridad
(cf. Janet, 1903a). Janet concluyó que la relación entre los síntomas de los neurópatas y los
histéricos era la siguiente:
Es fácil hacer un resumen en pocas palabras de los trastornos generales de los neurópatas. La
neuropatía es una depresión mental que se caracteriza por la desaparición de las funciones
superiores de la mente y por la conservación, y a menudo la exageración, de las funciones
inferiores; es una disminución del nivel mental. Entonces podríamos decir que, en síntesis, los
histéricos presentan el siguiente estigma: una depresión, una disminución del nivel mental,
que toma la forma particular de un estrechamiento del campo de la conciencia (Janet,
1907/1963, p. 316).
Así, Janet relacionó los estigmas específicos de la histeria con la retracción del campo de la
conciencia, y los estigmas generales con la disminución del nivel mental o la fuerza nerviosa.
La histeria seguía siendo (cf. Janet, ibíd., p. 332) un trastorno de la síntesis personal
caracterizado por la retracción del campo de la conciencia personal y por una tendencia a la
disociación y emancipación de los sistemas de ideas y funciones que constituyen la
personalidad. Pero además se había convertido en un caso especial de depresión nerviosa,
34
producto del agotamiento de las “funciones del encéfalo”. Según las explicaciones de Janet,
las funciones más complejas, superiores y ontogenéticamente más nuevas serán las que sufran
más dicha disminución de la fuerza nerviosa; las simples y más antiguas podrían funcionar
más o menos con normalidad. Nuestra fuerza nerviosa oscila; disminuye a causa de
predisposiciones hereditarias, enfermedades, fatiga y diversas emociones. Esa disminución de
la tensión nerviosa podría ocasionar una disminución general de todas las funciones, pero en
particular de las funciones superiores.
Podríamos concluir, entonces, que la noción de nivel mental y sus oscilaciones a causa de
factores internos y externos se convirtió poco a poco en una idea dominante en el
pensamiento de Janet. Esa noción le permitió al autor comparar a sujetos normales con
enfermos mentales en términos de fuerza nerviosa y hacer observaciones cada vez más
generales sobre los sujetos normales. También le permitió considerar que la histeria era
simplemente un caso, aunque muy particular, de enfermedad caracterizada por una
disminución del nivel mental.
Casualmente, el hecho de que Janet haya considerado a la anorexia y la bulimia entre los
males histéricos nos permite llegar a comprender mejor la naturaleza histórica de esa
enfermedad, o más bien, de su diagnóstico. Puede verse que la observación de Sulloway
(1992, p. 59) de que la histeria ha desaparecido misteriosamente en el transcurso del siglo XX
y que en la actualidad los neurólogos ven esa enfermedad sólo una o dos veces en su carrera
es correcta sólo parcialmente. Sin duda, síntomas como la parálisis y los ataques se han vuelto
cada vez menos frecuentes, algo que es difícil de explicar (Libbrecht y Quackelbeen, 1995;
Micale, 1995) y que Janet desde un punto de vista teórico podría haber lamentado. Pues Janet
(por ejemplo, 1907a/1963, p. 185) siempre hizo hincapié en el poder analítico de esa
enfermedad, que descompone funciones complejas en sus partes componentes, y no estaba
muy alejado de la afirmación de Féré de que los histéricos son “los conejillos de Indias de la
psicología experimental”. Pero la otra faz de esta cuestión de la virtual desaparición de la
histeria es un asunto de diagnóstico y clasificación. Hoy en día, los médicos no clasificarían
de inmediato a sujetos que sufren de anorexia o bulimia como histéricos, ni tampoco
considerarían que una depresión grave es potencialmente histérica. En la época de Freud y
Janet, sin embargo, tales síndromes aún se clasificaban como histéricos. Parecería, entonces,
que el primer Janet (1930c/1961, p. 127) tenía razón, aunque sea parcialmente, cuando
afirmaba que la misteriosa disminución de la enfermedad era producto de una reclasificación
de síndromes patológicos aún existentes. La continuidad entre las teorías y las clasificaciones
más antiguas de la enfermedad y el conocimiento médico actual es, por supuesto, una cuestión
fascinante que no podemos explorar en el contexto actual (cf. Alam y Merskey, 1992; Micale,
1993a; 1995; Pope, Hudson y Mialet, 1985; Shoenberg, 1975). Basta con decir que en un
nivel muy general la teoría de la histeria de Janet hace uso de ideas mucho más antiguas sobre
el origen de la enfermedad que sobrevivieron en alguna medida en nuestras concepciones
actuales. Por otro lado, cuando Janet habla de una disminución del nivel mental, sus causas
(las emociones, la fatiga) y sus consecuencias directas (aumento de la propensión a patologías
mentales), uno no puede evitar pensar en las teorías actuales sobre la relación entre diversas
formas de estrés, el sistema inmune y las enfermedades.
De la angustia al éxtasis
Durante las dos décadas siguientes Janet (1910a) publicó por primera vez un libro sobre las
neurosis (refiriéndose a la psicastenia y a la histeria) en el que resumía algunas de sus
opiniones anteriores. Allí consideraba que las neurosis eran una forma de atrofia del
desarrollo de una función o grupo de funciones. En la neurosis, o bien no se llega a alcanzar el
aspecto superior de una función, es decir, la adaptación de la función a la realidad
momentánea, o bien se pierde ese aspecto superior a causa de una enfermedad, de
35
circunstancias estresantes, etcétera. Por lo tanto, la neurosis es una “enfermedad del
desarrollo” (Janet, 1910a, p. 387). Según Janet, eso explicaba por qué la anatomía no puede
hallar aún el vínculo entre el cerebro y los trastornos neuróticos:
La anatomía, de hecho, estudia particular y necesariamente los órganos más antiguos, que
están bien delimitados y son idénticos en todos los seres humanos. En resumen, estudia los
órganos de las funciones que ya son estables; no puede conocer los órganos futuros, aquellos
que existen por ahora sólo en forma rudimentaria, que todavía están formándose y que, en
consecuencia, no pueden percibirse con claridad ni están bien delimitados ni son idénticos en
todos los seres humanos (Janet, 1910a, p. 389).
Con esa afirmación, Janet optó decididamente por un punto de vista funcional y evolutivo de
la enfermedad mental. Las funciones mentales superiores no están necesariamente localizadas
en órganos específicos, pueden ser llevadas a cabo de diversas formas y son el resultado de un
desarrollo que puede atrofiarse en ocasiones particulares. Esa afirmación habría sido del
agrado de Vygotsky, quien tenía un punto de vista similar en cuanto a la localización de los
procesos mentales superiores (Van der Veer & Valsiner, 1991, véase el Capítulo 8).
El siguiente proyecto de Janet fue un estudio pormenorizado de (la historia de) las diversas
formas de psicoterapias existentes, las ideas fundamentales en las que se basaban y sus
posibilidades de éxito, estudio que se concretó en un extenso, magnífico e ingenioso libro, Les
médications psychologiques (Janet, 1919), traducido al inglés como Psychological Healing
(Janet, 1925). A continuación escribió La médicine psychologique (Janet, 1923a/1980), que
puede verse como un resumen de su obra histórica sobre diversas psicoterapias. Intercalados
entre esos libros escribió una gran cantidad de artículos sobre historias clínicas (por ejemplo,
Janet, 1910b), sobre los dominios de lo psíquico (por ejemplo, el subconsciente; Janet, 1910c;
1910d; 1910e), sobre teorías (por ejemplo, el psicoanálisis; Janet, 1913a; 1914a; 1915c) y
sobre conceptos (por ejemplo, la noción de tensión psicológica y sus oscilaciones; Janet,
1915a; 1920a; 1920b; 1921a; 1921b; 1921c; 1923b).
Por último, Janet publicó un libro que fácilmente podríamos considerar uno de los más
notables de la historia de la psicología: un estudio de 1225 páginas escrito para explicar los
síntomas de una paciente, llamada Madeleine, publicado con el título De la angustia al
éxtasis * (Charpentier, 1927; Janet, 1926b; 1928b; Wallon, 1928). Janet había seguido ese caso
durante veintidós años, desde la década de 1890, y lo describió muy detalladamente.
Madeleine había sido una niña sensible, tímida y enfermiza que rápidamente desarrolló
síntomas neuróticos y obsesiones religiosas. A medida que pasaban los años, los síntomas y
las obsesiones se agravaron, hasta que mostró todos los síntomas de una mística religiosa en
su máxima expresión. Pasaba por estados de éxtasis y beatitud en los que se sentía unida a
Dios y se identificaba con Dios, Jesús y María. Esos estados se alternaban con otros menos
benignos durante los cuales se sentía abandonada por Dios, tenía sensaciones de vacío y
aburrimiento profundo, o la carcomían dudas relacionadas con todo tipo de asuntos morales y
religiosos. Por último, atravesaba períodos de relativa tranquilidad y equilibrio, en los que ya
no estaba obsesionada con cuestiones religiosas –aunque seguía siendo una mujer muy
creyente– y tenía intereses más mundanos y sociales. En ese estado pudo finalmente dejar la
Salpêtrière, donde Janet la trató durante varios años.
En su libro, Janet analizó con gran detalle los diversos estados mentales de la paciente, los
relacionó con los problemas físicos que tenía y describió la evolución de la enfermedad a lo
largo de su vida. Durante los estados de éxtasis, por ejemplo, Madeleine mostraba una gran
inactividad física, combinada con abundancia de habla interior. Sólo Janet podía llegar a ella
(“despertarla”), y mostraba síntomas de catatonia, es decir, podía estar con los brazos en una
posición fija durante muy largos períodos. En ese estado, no reaccionaba a los estímulos del
entorno pero al mismo tiempo era completamente consciente de lo que sucedía a su alrededor.
*
Existe traducción al español: Pierre, J. (1991). De la angustia al éxtasis (dos tomos), México: Fondo de Cultura
Económica [N. de las Trads.].
36
El objeto de sus pensamientos era Dios o, más bien, Dios y Madeleine. Dios le hablaba, la
aconsejaba en cuestiones morales y exponía ideas filosóficas y religiosas (que a Janet le
parecieron bastante burdas e ingenuas). Los sentimientos de unión total con Dios a veces
tenían un trasfondo sexual bastante explícito y también la llevaban a adoptar la posición de
alguien crucificado, y causaban la aparición de estigmas en pies y manos. Tenía visiones
religiosas y revivía escenas de la vida de Jesús, y sentía con gran confianza que Dios la
inspiraba. En términos más generales, tenía la sensación de comprender profundamente
verdades absolutas y una sensación de pureza y júbilo que era imposible en otros estados. En
resumen, comentaba Janet, Madeleine mostraba todos los fenómenos conocidos desde las
descripciones de los místicos religiosos clásicos como Santa Teresa de Ávila (Janet, 1926b; p.
197).
En su intento por explicar esos fenómenos (que describió con su característico estilo mordaz y
algo irónico, comparándolos con los síntomas de diversas enfermedades mentales), Janet le
prestó atención en primer lugar a las creencias (croyances) de Madeleine. Afirmó que en los
períodos de éxtasis Madeleine estaba en un estado de delirio bastante común en otros
pacientes, que no eran religiosos, y en el cual la creencia reflexiva queda reemplazada por una
creencia asertiva (inferior). En el nivel de la creencia asertiva, los sujetos simplemente
consideran que lo que se afirma es verdadero sin cuestionarlo. Palabras como “inspiración”,
“revelación”, “milagro” y “magia” no son “sino la expresión de una creencia absoluta que se
impone sin reflexión ni razonamiento” (Janet, 1926b; p. 373). Las descripciones de Janet
sobre sus intentos de detectar los orígenes y la naturaleza de los estigmas de Madeleine eran
fascinantes. Durante meses había intentado descartar la posibilidad de factores externos (por
ejemplo, que Madeleine se rasguñara, que se aplicara vendajes, etcétera) hasta que finalmente
se dio por vencido y concluyó que durante períodos largos no había forma de evitar que un
paciente hospitalario se hiciera daño. Finalmente, llegó a la conclusión de que los estigmas de
Madeleine eran el resultado de una combinación de factores externos (que la paciente aplicara
presión sobre sus extremidades) y factores internos (diferencias en la circulación sanguínea
relacionadas con el ciclo menstrual). En cuanto a la unión de Madeleine con Dios, Janet llegó
a la conclusión de que a fin de cuentas era una relación amorosa normal. Los neuróticos
necesitan amor, orientación y certeza en el amor. El amor que Madeleine buscó toda su vida
era el de una persona que la protegiera, que tomara decisiones por ella, que la consolara,
etcétera. Al ser tan tímida, ansiaba ese amor pero no podía hacerlo realidad. En tales
circunstancias, las ventajas de Dios son muy claras: es invisible y todopoderoso y hace lo que
Madeleine desea que haga. Madeleine no necesita adaptar su conducta a Él, como tendría que
haberlo hecho con alguien de carne y hueso. Dios no requiere energía, da amor y verdad, y
conoce a la perfección los deseos más íntimos de Madeleine. En consecuencia, sus consejos
se adaptan perfectamente a los deseos de ella, y su amor está garantizado para siempre. En
resumen, Dios satisface todas las necesidades de los psicasténicos de este mundo, que carecen
de la energía o de la fuerza suficiente para tomar parte en la lucha por el amor y por el
posicionamiento social. Él da excelentes consejos y consuela a muy bajo costo: uno
meramente debe quedarse quieto y contemplar Su ser. A causa de su falta crónica de energía,
sus enfermedades y su timidez, Madeleine era incapaz de afrontar el mundo real, que requiere
adaptación y un gasto de energía constantes. Sus fantasías religiosas compensaban su
incapacidad para establecer lazos sociales con personas reales. En resumen, “Madeleine, que
toda su vida había tenido la aspiración de amar y la incapacidad de establecer relaciones
sociales de amor, había logrado hacer real ese amor a través de un delirio” (Janet, 1926b; p.
519).
Los diferentes estados (de duda, de éxtasis, etcétera) que había atravesado Madeleine se
conocen en profundidad gracias a otras enfermedades psiquiátricas. El estado de éxtasis
religioso, por ejemplo, es sorprendentemente similar al estado de intoxicación con morfina
(Janet, 1928b, p. 655). Lo que hacía que Madeleine (y otros místicos religiosos) fueran más o
37
menos excepcionales era la combinación y la sucesión de diversos síntomas. Como siempre,
Janet argumentó que el rol causativo más importante en la sucesión de diversos estados
mentales (como en las enfermedades bipolares) era la cantidad de fuerza o energía psicológica
disponible. El estado de éxtasis, por ejemplo, aparecía siempre cuando el sujeto estaba
considerablemente cansado: todos los movimientos y las acciones que consumen energía
quedan suprimidos y los sujetos se concentran en acciones mentales muy simples. Los estados
de éxtasis ocurren también en los pacientes que no son religiosos y, de hecho, puede
concluirse que aunque los síntomas de Madeleine tomaban una forma religiosa, no había nada
en ellos que fuera específicamente religioso. Tampoco podemos decir que la educación
religiosa fuera un factor influyente en la aparición de los síntomas (Janet, 1928b, p. 665).
De forma implícita, el análisis que hizo Janet de los síntomas de Madeleine implicaba una
mirada sobre la religión, que no fue muy bien recibida entre los creyentes (Ellenberger, 1970,
p. 396). Horton (1924), que asistió al curso de Janet sobre “La evolución de la conducta moral
y religiosa” en el Collège de France en el invierno de 1921-1922, ha expuesto muy
pormenorizadamente la concepción del francés sobre el origen de la religión. Janet situó a los
precursores de la religión propiamente dicha en todos los niveles de su jerarquía mental pero
ubicó el advenimiento de la idea de espíritus invisibles o dioses en el nivel de la reflexión.
Para él era un factor determinante que el habla se independizara de la acción (el caso del
“lenguaje inconsistente”, que se aborda a continuación). Una vez que sucediera eso la
duplicidad, o la doble conducta, era posible porque las acciones de las personas ya no
coincidían necesariamente con sus palabras (Janet, 1926b, p. 252). En palabras de Horton: “El
animismo surge espontáneamente en el momento en que uno comprende la necesidad de
distinguir entre la persona que habla y actúa como si fuera un amigo, y el enemigo invisible e
inaudible que se esconde detrás. Antes de que surgiera esa idea, no podía existir la concepción
del espíritu humano como algo diferente del cuerpo” (Horton, 1924, p. 30).
Los seres humanos desearon aliarse con esos espíritus incorpóreos porque suelen tener una
fuerte necesidad de ser guiados y amados. Los amigos o los terapeutas pueden satisfacer esa
necesidad hasta cierto punto pero por lo general no pueden competir con un guía y amigo
ideal, todopoderoso, que comprende todo.
Sin embargo, en el nivel superior racional y experimental de la jerarquía de Janet (véanse las
páginas siguientes), distintos factores contribuyen a la decadencia de la religión. Lo más
dañino para la creencia religiosa fueron la lógica y la filosofía pero, por sobre todo, la ciencia
experimental, esa “cultura consciente del éxito, el esfuerzo de someter todas las creencias al
escrutinio imparcial y riguroso de la naturaleza externa” (Horton, 1924, p. 43). La filosofía no
puede ocupar el lugar de la religión, porque lleva al análisis y a la disección y no satisface la
necesidad de ser guiado e inspirado. Pero Janet sostenía que el espiritismo (las conversaciones
con espíritus a través de médiums) y el romanticismo (el culto a ciertas emociones, naciones,
razas, etcétera) podían satisfacer las necesidades básicas de las personas en cierta medida. La
psicoterapia también podría ocupar el lugar de la religión, pues a menudo es mucho más
capaz de remediar los estados de depresión mental para los que tradicionalmente se creía que
la religión era el mejor remedio. Otro sustituto de la religión –muy difundido entre los
científicos– podría ser el culto al progreso. Quienes son realmente fuertes y están
mentalmente sanos, sin embargo, no necesitan la religión; confían en sí mismos y en el
mundo (Horton, 1924, p. 48).
De la angustia al éxtasis fue el último libro en el que Janet describió de manera detallada y
extensa los diferentes síntomas de un paciente psiquiátrico. En los libros posteriores, en
cambio, intentó esbozar su enfoque general de la psicología: la teoría de la conducta. Se
pueden encontrar elementos de dicha teoría hacia finales de siglo (Ducret, 1984 p. 604; Janet,
38
1898; 1903a), pero su forma semidefinitiva recién aparece hacia fines de 1920 (por ejemplo,
Janet, 1928a; 1928b; 1929; 1930a; 1932; 1935; 1936). La teoría de la conducta de Janet se
caracteriza por tres temas interrelacionados que en conjunto ofrecen una explicación
sociogenética del origen y de la naturaleza de la mente. Hacia finales de los años veinte y
principios de los treinta, esos temas estaban presentes en casi todos los libros y artículos que
Janet publicaba. De hecho, para estudiar sus opiniones sociogenéticas, no importa demasiado
si uno se refiere a una u otra publicación.
A continuación, analizaremos, en principio, esos tres temas generales. Dada su íntima
relación, será inevitable cierto grado de redundancia. Los temas en cuestión son: (a) la idea de
que todos los actos psíquicos tienen un origen social; (b) la idea de que toda conducta humana
está originalmente relacionada con acciones y (c) la idea de la naturaleza evolutiva de la
conducta.
El origen social de los actos psíquicos
La idea de que todos los actos psíquicos privados tienen un origen social ocupó un lugar muy
destacado en los últimos trabajos de Janet (por ejemplo, Janet, 1928, pp. 148, 172; 1935, pp.
71, 81; 1936, pp. 55-56). A lo largo de su carrera, él ya había estudiado el tema de la
influencia social (por ejemplo, el uso de la hipnosis, el debate sobre el rol de la sugestión),
pero luego, influenciado por Baldwin, Hoffding, James y Royce entre otros, comenzó a
resaltar que son los otros sociales quienes desempeñan un rol constitutivo en la génesis de la
personalidad. A pesar de que, en sí mismo, tal punto de vista carece aún de demasiado valor,
es importante mostrar hasta qué punto ese enunciado general podría ser verdad y cuáles son
sus implicancias.
Janet expuso ese tema de diferentes maneras. Explícitamente, mediante la llamada ley de
desarrollo psicológico y, menos explícitamente, mediante afirmaciones sobre el origen de los
procesos mentales superiores de los seres humanos, tales como la memoria, el pensamiento y
el lenguaje. El tema también es evidente en su teoría sobre la estructura jerárquica de la mente
humana (véase más adelante).
En su forma explícita, la tesis de Janet se refleja con claridad en la siguiente cita de
L'évolution de la mémoire et de la notion du temps:
Durante mucho tiempo, hemos estudiado el pensamiento interior del hombre y hemos
arribado a conclusiones que, a mi parecer, son, en gran parte, verdaderas y útiles, aunque de
alguna manera reducen lo que se denomina la dignidad del pensamiento: el pensamiento
interior es una forma de hablarnos y de informarnos a nosotros mismos. Todas las formas de
conducta social llevadas a cabo frente a otros, tienen sus repercusiones privadas. Todas las
cosas que hacemos frente a otros, las hacemos frente a nosotros mismos; nos tratamos a
nosotros mismos como si fuéramos otro (Janet, 1928a, p. 22).
El tema vuelve a aparecer en L'évolution psychologique de la personalité. Uno de los planteos
fundamentales del libro es que las personas no nacen con una personalidad (cf. Levitin, 1982),
sino que la personalidad es una construcción o invención humana. Por esa razón, Janet se
resistió a explicar la personalidad vinculándola a descubrimientos biológicos, o asociativos,
únicamente. Sostenía que la personalidad se desarrolla a medida que nos atribuimos
exactamente las mismas características y actitudes que primero les atribuimos a otros, y que
otros nos atribuyen a nosotros (cf. Janet, 1919, p. 268; 1935, p. 225). En palabras de Janet:
Los estudios de dos filósofos estadounidenses, Josiah Royce y William James, han
contribuido a establecer que la personalidad es, por sobre todas las cosas, un producto social.
Sus obras consisten, en especial, en demostrar que la noción de la personalidad comienza,
principalmente, con la personalidad de otros, que nosotros construimos antes que nuestra
propia personalidad o, para ser más preciso, que tanto la personalidad propia como la de otros
se construyen juntas y se influencian mutuamente todo el tiempo. El niño distingue primero a
su madre, a su niñera, a las personas que lo rodean; les asigna diferentes roles; espera
39
diferentes formas de conducta de ellas y reacciona de manera diferente ante cada una de esas
formas de conducta. La separación de las personas (es decir, hacer distinciones entre una y
otra persona; Jaan Valsiner y René Van Der Veer) es primero un fenómeno social, sólo
después (según la ley de Baldwin) aplicamos a nosotros mismos lo que ya hemos aplicado a
otros.
Las personas entre las que vivimos nos asignan una determinada función social y nos obligan
a cumplirla. Nos atribuyen un carácter particular y, con frecuencia, nos educan para que lo
conservemos. Por último, y lo más importante, nos dan un nombre exclusivo, nos obligan a
conservarlo, a diferenciarnos de otras personas que tienen otros nombres, a vincular ese
nombre con las acciones e intenciones que se originan en nuestro organismo y a vincular los
nombres de otros con las acciones e intenciones que dependen de sus organismos en la
historia que construimos tanto de ellos como de nosotros mismos (Janet, 1936, pp. 55-56).
En esa cita se distinguen tres aspectos interrelacionados que se superponen en parte con los
tres temas mencionados con anterioridad (la psiquis tiene un origen social; evolutivo y basado
en la acción). En primer lugar, existe un claro elemento del constructivismo (véase la cita de
Kant, más adelante). Se dice que las personas edifican o construyen su propia personalidad a
partir de las oportunidades que les ofrece el entorno social (en el sentido de entorno social
interactivo). Janet no describió en detalle cómo podría llevarse a cabo ese proceso. Sin
embargo, es evidente que le dio mucha importancia a las diferentes formas de imitación
descriptas detalladamente por Baldwin, Guillaume (1925) y Tarde en particular, a cuyos
trabajos se refirió con frecuencia (por ejemplo, Janet, 1926c; 1935; 1936; 1937a). En segundo
lugar, en muchas oportunidades, aunque no en la última cita, Janet sugirió claramente la
existencia de alguna cronología, en el sentido de que primero acontece lo social y luego lo
individual (por ejemplo, "No olvidemos [...] la regla general [...]: después de haber construido
el personaje de nuestro prójimo, construimos nuestro propio personaje de la misma manera",
Janet, 1929, p. 334; énfasis agregado).
Más adelante, ese punto de vista se haría famoso entre los psicólogos como una de las
opiniones más típicas de Vygotsky, a pesar de que, explícitamente y en varias ocasiones,
Vygotsky la llamó "la ley de Janet" (véase el Capítulo 8). La opinión de Janet, de que los
procesos mentales superiores e individuales surgen de la interacción social implicaba que
hasta los procesos mentales más íntimos y privados (por ejemplo, las fantasías, los deseos)
tienen un origen social y que llevan la marca de ese origen (véase más adelante). En tercer
lugar, y en estrecha relación con el segundo punto, Janet dio a entender que las funciones
sociales superiores, como la memorización, primero se llevan a cabo externamente y que sólo
después se encuentran disponibles como funciones internas (por ejemplo, "todas las leyes
psicológicas sociales tienen dos aspectos: uno exterior que concierne a otras personas y uno
interior que nos concierne a nosotros mismos. Casi siempre [...] el segundo aspecto es
posterior al primero" (Janet, 1929, p. 521). Aquí, la noción de cronología se combina con la
distinción entre lo interno y lo externo. Los procesos mentales superiores se llevan a cabo
primero en el plano interpersonal, externo, y recién después en el plano interno
(intrapersonal). Los niños pequeños no saben esconder los sentimientos, no son capaces de
guardar secretos, llevan el corazón a flor de piel. Sólo con el paso del tiempo aprenden a
esconder los sentimientos, a guardar secretos, a desarrollar una esfera privada e íntima de
fantasías, deseos y creencias (cf. Elias, 1991).
Sin embargo, esos eran postulados aún muy generales que tendrían que ser defendidos con
argumentos teóricos o empíricos. Como se verá más adelante, muy a menudo, Janet empleaba
argumentos teóricos (por ejemplo, inventaba historias míticas sobre el origen de las acciones
en la historia de la humanidad), pero a veces también se refería a descubrimientos clínicos
para ilustrar su punto de vista. Ello resulta evidente, por ejemplo, en sus estudios sobre la
naturaleza social de la memoria humana. Una y otra vez, afirmó que la memorización se
adapta a las circunstancias, es una conducta social. Sostenía que la memoria es necesaria sólo
40
cuando hay otras personas a las que les podemos comunicar los acontecimientos vividos. Al
comentar el caso de una paciente llamada Irène, Janet dijo que a menudo había notado que los
pacientes adaptaban las versiones de los acontecimientos al oyente. Eso sucede porque la
memoria es un acontecimiento social, es una conducta del paciente hacia el médico que lo
está interrogando. "Sabemos –sostenía Janet– que Irène repetirá para sí misma la conducta
que tuvo conmigo y, de la misma manera, se interrogará a sí misma como yo la interrogué a
ella". Llegó a la conclusión de que la conducta de esa paciente era enteramente social todo el
tiempo: "a pesar de que pueda estar sola, sigue siendo una conducta social" (Janet, 1928a, p.
213; cf. 1935, p. 87; véase el Capítulo 2).
La naturaleza social de la memoria humana también se puede deducir de la explicación que da
Janet sobre su desarrollo ontogenético. Como ya hemos dicho, su postura era que la memoria
no sería necesaria si no hubiera otras personas a las que contarles los acontecimientos
memorizados. En su opinión, los niños comienzan a memorizar sus experiencias porque
desean contarle a su madre lo que ha sucedido. Ese es el principal motivo para memorizar
cosas y es propio de los seres humanos. Por lo tanto, para Janet, la memoria humana no debe
ser equiparada con la memoria de los animales, ya que consideraba que esta última difiere en
calidad y depende, en gran medida, de la formación de asociaciones (Janet, 1936, pp. 159-
169; véase también más adelante). En términos más generales, Janet sostenía que el desarrollo
del pensamiento humano estaba, por sobre todas las cosas, dirigido por necesidades sociales,
es decir, por la necesidad de entendernos con los demás y por la necesidad de comunicarnos.
En repetidas ocasiones, ilustró el tema contando la historia de los centinelas. Según dicho
símil, un grupo de personas vive en un lugar silvestre, en algún momento del pasado remoto
de la humanidad. Para protegerse de los depredadores y de los enemigos, el grupo elige a
algunas personas para que actúen de centinelas. Los centinelas se ubican a cierta distancia de
donde vive el grupo. Cuando el enemigo se acerca, pueden pasar dos cosas: si los centinelas
están cerca del grupo, gritarán y así, advertirán a su gente; si, por el contrario, están lejos del
grupo, gritar sería un suicidio sin sentido. En cambio, memorizan lo que ven y corren en
silencio hacia donde se encuentra el campamento. En ambos casos, concluyó Janet, la
organización social extiende sobremanera el poder de los sentidos. Los centinelas son
literalmente los ojos y los oídos del grupo. Así, la sociedad logra superar el tiempo y la
ausencia. Específicamente, la memoria es una invención social para superar el tiempo y la
ausencia (Janet, 1928a, p. 233).
Para generalizar, se podría decir que todas las funciones psicológicas aparentemente privadas,
como el lenguaje y la memoria, tienen un origen y una esencia social. Todas ellas surgieron
de la necesidad de comunicarse con otros. En el caso de la memoria, los niños llevan un
registro de su propia conducta para poder relatársela a su madre. El hecho mismo de llevar un
registro cumple una función muy importante para el niño pues hace posible un
comportamiento coherente y organizado en el ámbito individual (Janet, 1936, p. 121). Ese
ejemplo es otra ilustración del postulado fundamental de Janet –que Vygotsky hizo famoso
(véase el Capítulo 8)– de que todas las formas de conducta superiores y propias de los seres
humanos tienen un origen social: primero existen entre las personas, como actos sociales,
interpsicológicos, y sólo después se transforman en procesos privados, intrapsicológicos.
41
reguladoras de acciones (cf. Janet, 1935, p. 100), y la memoria, porque es originalmente una
acción diferida (une action différeé). Al decir acciones (por ejemplo, Janet 1938), el psicólogo
francés quería decir movimientos observables del cuerpo humano, y su objetivo era relacionar
tantos procesos mentales como fuera posible con esos procesos objetivamente observables. En
ese aspecto, Janet se acercó al conductismo, a pesar de que rechazaba el enfoque conductista
porque no era útil para el estudio de los procesos mentales superiores, específicamente
humanos (Janet, 1926b; 1938; Subercaseaux, 1927; véanse páginas anteriores).
El caso del lenguaje –o mejor dicho del habla– es especialmente interesante. ¿Por qué el
origen del habla sería una orden? En realidad, esa sugerencia fue parte de un debate más
extenso sobre el origen de las acciones sociales. Janet consideraba que el dar órdenes era uno
de los actos sociales más importantes. En su opinión, tenía un carácter peculiar: en
circunstancias normales, nosotros mismos llevamos a cabo todas las partes de la acción
(iniciación, continuación y conclusión). Haciendo referencia a descubrimientos clínicos, Janet
afirmó que la iniciación de cualquier acción es siempre la etapa más difícil. En general, se
caracteriza por gestos, movimientos y gritos particulares que revelan el esfuerzo involucrado.
Janet imaginó que las órdenes humanas surgieron de esos gritos iniciales. En ese sentido, los
seres humanos son diferentes de los animales. El ladrido de los perros mientras persiguen una
presa es una señal para que otros perros lo sigan. En cambio, cuando los seres humanos dan
órdenes, se limitan al grito inicial y no ejecutan el resto de la acción. El perro que ladra
continúa corriendo, pero el líder humano da la señal –el grito de iniciación– y no continúa la
acción: sus subordinados se encargarán de continuarla y concluirla. Janet afirmaba que eso era
propio de las órdenes y, más en general, de todos los actos humanos sociales: son acciones
compartidas entre varios individuos en las que cada individuo lleva a cabo sólo una parte
(Janet, 1929, pp. 182-189).
El habla humana surgió de esas órdenes primitivas, sostenía Janet, y conservó su carácter
imperativo. Por esa misma razón, consideraba que el habla era una importante segunda fuente
de estimulación. En su opinión, las formas elementales de comportamiento pueden ser
explicadas haciendo referencia a estímulos externos del entorno, pero en un nivel más
avanzado de comportamiento el habla interfiere. Janet consideró que el habla era la forma de
estímulo social más importante, y concluyó que: "nuestras acciones están determinadas por
esas dos grandes fuentes: los estímulos que provienen del mundo exterior y los estímulos que
provienen de la sociedad" (Janet, 1929, p. 419).
En un sentido más amplio, Janet compartía la idea, también presente en la obra de Claparède
y de Piaget, de que primero llevamos a cabo acciones y sólo después –post factum– tenemos
conciencia de ellas. Según decía, arribó a ese principio independientemente de Claparède,
pero como la terminología de este último había tenido más eco en la comunidad científica, la
tomó prestada. Así, utilizó la expresión de Claparède prise de conscience * para referirse al
proceso de tomar conciencia del propio comportamiento (Janet, 1928a, pp. 163-234).
Es interesante observar que Janet defendía su enfoque orientado a la acción, en parte, con
fundamentos epistemológicos. Hasta se podría afirmar (cf. Ducret, 1984, p. 609; Prévost,
1973, p. 33) que el sistema de Janet fue, de alguna manera, una respuesta al pensamiento
epistemológico cartesiano. Mientras que Descartes construyó su sistema metafísico sobre la
premisa incuestionable de que yo pienso (cogito), y dedujo todos los otros fenómenos desde
ese primer principio, la psicología de Janet comenzó desde la vereda opuesta al afirmar que el
primer principio no es cogito sino ago (yo actúo), y que la conciencia se deduce de ese
principio. En las propias palabras de Janet, su razonamiento era el siguiente: "Comenzar el
estudio de la psicología con el pensamiento es […] correr el riesgo de volverse
incomprensible […] La psicología no es otra cosa que la ciencia de la acción humana. El
*
En francés en el original [N. de las Trads.].
42
pensamiento es sólo un ejemplo y una forma de esas acciones" (Janet, 1928a, p.23). Un año
después, se expresó en estos términos:
Los filósofos, creo yo, han cometido un gran error. Desde Platón, siempre consideraron que la
mente era algo completo, formado de una vez de manera definitiva, y donde todos los
fenómenos tenían el mismo valor y la misma realidad [...] y yo creo que el pensamiento no es,
como pensaba Descartes, el punto de partida de la vida intelectual. El pensamiento no existía
al comienzo; cobró existencia al final. Fue un desarrollo tardío. (Janet, 1929, pp. 403-404; cf.
1936, p. 33).
Por supuesto que Janet no fue, de ninguna manera, el primero en sostener que el
funcionamiento mental humano se desarrolla gradualmente mientras el individuo está
actuando dentro de un entorno social complejo; y no es difícil encontrar predecesores y
seguidores de ese punto de vista. Es interesante advertir que varios pensadores han invocado
como su punto de referencia el Evangelio según San Juan, en el que (según la tradición
mística griega) está escrito que “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el
Verbo era Dios” * . Goethe (1832/1975, p. 44), por ejemplo, fue uno de los primeros que
intentó mejorar la Biblia replicando con la frase obvia “en el principio fue el acto” (Im Anfang
war die Tat).
A su vez, Goethe inspiró a pensadores como Gutzmann (1922, p.72), Vygotsky (1934,
pp.317-318; véase el Capítulo 8) y Wallon (1942/1970, p. 5), todos los cuales desarrollaron
versiones de una psicología orientada a la acción. Prévost (1973, p. 55) sostenía que, para
Janet, agitur (es decir, se actúa, sin sujeto) podría incluso haber sido una fórmula más
apropiada que “ago”, dado que Janet veía la conducta como un acto común de la persona y
del objeto (cf. Capítulo 5). Janet consideraba que los objetos como tales eran construcciones
humanas (en repetidas ocasiones expresó dudas sobre si nuestras clasificaciones y
denominaciones correspondían, en realidad, a distinciones verdaderas) y que la persona (el
"yo" del "cogito" y el "ago") evolucionaba gradualmente. Parece ser que aceptaba la
existencia de una realidad "como tal", pero era una realidad cuyas cualidades podían ser
reveladas sólo de manera imperfecta por las acciones humanas (Subercaseaux, 1927). Sabía
que esa postura era afín a cierta forma de pensamiento kantiano (y a la metafísica de Bergson)
y en algunas oportunidades expresó esa afinidad explícitamente:
Ya lo dijo Kant: el tiempo y el espacio no son cosas; son formas de la mente [...] que se
aplican a las cosas. Creo que debemos ir un poco más lejos. No son formas [...] (sino)
construcciones de la mente. Todo en nuestro conocimiento humano es una construcción de la
mente [...] el espacio y el tiempo son también construcciones de la mente (Janet, 1928a, p.
619).
Parece entonces que Janet optó por un kantismo activo en el que las categorías o formas del
conocimiento humano –incluso el espacio y el tiempo– son inventadas gradualmente por el
individuo que actúa, tanto en la filogenia como en la ontogenia. Tal como lo observó Prévost
(1973), Piaget se hizo eco de esa posición epistemológica en su teoría del desarrollo cognitivo
(Atkinson, 1983; Kitchener, 1986). Más adelante, Ducret (1984, pp. 469-486; pp. 604-632)
demostró de manera concluyente que, de hecho, Piaget se basaba fuertemente en Janet en ese
sentido.
Se podría concluir que Janet defendió un enfoque psicológico orientado a la acción que tenía
fuertes raíces en sus opiniones epistemológicas y que se consolidó con sus análisis de casos
clínicos y sus especulaciones sobre el origen de los actos humanos. Históricamente, el
hincapié que hacía en el hecho de que los procesos mentales están relacionados con la acción
también se debía a su profundo conocimiento de la filosofía de Bergson, a quien hacía
referencia con frecuencia y a quien llamaba "uno de los fundadores más importantes de la
psicología de la acción" (Janet, 1936, p. 151).
*
Citamos según la versión al español de Casiodoro de Reina (1569) revisada por Cipriano de Valera
(1602), Sociedades Bíblicas Unidas, Guilford, 1952 [N. de las Trads.].
43
La naturaleza evolutiva de la conducta
En repetidas ocasiones, Janet sostuvo que los procesos mentales humanos han evolucionado a
lo largo de miles de años y que continuarán haciéndolo. Para los seres humanos, ese
desarrollo mental tiene raíces culturales y es independiente de las estructuras fisiológicas. Al
referirse a la transferencia de información de una generación a la siguiente, Janet afirmó que
la forma más primitiva de transferencia –característica de los organismos inferiores– es la
herencia. Los organismos superiores desarrollaron la capacidad de dar ejemplos y de
imitarlos, y, por último, con el comienzo de la humanidad, surgieron el lenguaje y las
instrucciones (Janet, 1928a, p. 15). Ese desarrollo mental "extracerebral" estaba, en principio,
abierto al futuro, como resulta evidente en las palabras de Janet en el mismo libro:
Nos encontramos en el comienzo de una revolución […] nuestros descendientes […] tendrán
concepciones psicológicas bastante diferentes y manifestarán fenómenos bastante diferentes
[...] El error de la psicología tradicional fue presentar las formas psicológicas de conducta
como hechos definitivos, como un estado adquirido [...] que existía de manera definitiva, que
siempre había existido y que siempre existiría (Janet, 1928a, p. 160; cf. p. 502).
Como ejemplos concretos de procesos que deben de haber llevado miles de años, Janet
mencionaba con frecuencia la manufactura y el uso de herramientas (discutió detalladamente
los descubrimientos de Köhler [1921b], Brainard [1930], y Guillaume y Meyerson [1930a;
1930b] sobre el uso de herramientas por parte de los animales); el habla (se refirió a los
trabajos sobre la afasia de Cassierer [1929], Delacroix [1927], Head [1920], y Mourgue
[1921]) y la habilidad más general de usar signos (Janet, 1928a, pp. 581-582); pero también
sostenía que las emociones se habían vuelto más complicadas e intelectualizadas (Janet,
1928a, pp. 173, 238). Por último, consideraba que la conciencia como tal era un invento
relativamente reciente que consistía en varias capas de fenómenos psicológicos organizadas
jerárquicamente (Janet, 1928a, p. 162). Es evidente que Janet pensaba que también en la
ontogenia el niño debe pasar por varias etapas de desarrollo, o enculturación, para convertirse
en una persona completamente consciente.
El tema de la naturaleza evolutiva del funcionamiento mental tal vez pueda ilustrarse mejor si
hacemos referencia a los estudios de Janet sobre el origen filogenético y ontogenético de la
memoria. Janet distinguió varias etapas (o niveles) en el desarrollo de la memorización y
afirmó que, al principio, la memorización se basaba en el simbolismo de los movimientos
corporales. En esa primera etapa, recordar consistía en actuar el acontecimiento
experimentado. Janet creía que esa forma original de recordar aún no había desaparecido
totalmente en los seres humanos contemporáneos y afirmaba que esas "imágenes todavía
existen para nosotros. Temo que no son más que restos fósiles […] de procedimientos
antiguos que tienden a desaparecer". Las etapas siguientes del desarrollo de la memoria
consistían en recordar a partir de diferentes niveles de "codificación" verbal, tales como la
(simple) descripción, la narración, y, por último, la fabulación (Janet, 1928a, pp. 240, 5).
Sorprendentemente, también reconoció otra línea de desarrollo de la memoria humana: la de
la memoria basada en objetos materiales. Muy probablemente inspirado por su amigo Lévy-
Bruhl (1910; 1922), sugirió que los primeros recuerdos humanos eran recuerdos de objetos y
del uso de esos objetos. Mencionó el uso de los nudos en los pañuelos y la compra de
souvenirs por parte de los turistas como ejemplos de objetos materiales que ayudan a la
memoria (Janet, 1928a, pp. 262-263; 1936, p. 204). También se refirió a la costumbre de
hacer dibujos especiales de esos objetos (inspirado por Flournoy) y sugirió que en esos
dibujos debíamos buscar el origen de la escritura (cf. Vygotsky y Luria, 1930, para encontrar
razonamientos similares). En síntesis, lo que llamamos memoria es un todo muy complejo de
operaciones intelectuales que se van superponiendo una a la otra (Janet, 1928a, p. 349).
44
En vista de lo que se ha dicho, no es sorprendente que Janet sostuviera que la memoria
humana es muy diferente de la memoria animal. Los animales –y los infantes, y algunas
personas con trastornos mentales– dependen de las asociaciones, y sus reminiscencias son
rígidas, no se adaptan a circunstancias variables (Janet, 1928a, pp. 213, 223). Janet llamó a
ese tipo de memoria restitutio ad integrum, lo que significa que un estímulo desencadena
otros estímulos, asociados al primero, y que eso lleva a la restitución del todo. Sin embargo,
todo ese proceso, según Janet, no tenía nada que ver con la memoria humana, que se puede
adaptar flexiblemente a las circunstancias y se basa en contar una historia (récit) para uno
mismo y para otros. La memoria, en su forma superior, consiste en contar una historia sobre
el pasado en el presente, es decir, contársela a una persona específica, con un objetivo
específico en mente. No tiene nada que ver con buscar una copia exacta de acontecimientos
pasados archivados en algún depósito, ni es simplemente una reconstrucción fundada en las
huellas mnémicas y el conocimiento actual. Es una reconstrucción con forma de relato,
destinada a una persona específica, desde una perspectiva también específica. Como tal, es un
proceso social bastante complicado que puede malograrse en diversas circunstancias. Por esas
razones, Janet criticaba bastante –como Bartlett (1932/1977) 2 – el artificioso enfoque
experimental de Ebbinghaus (1985). Frecuentemente, lo que las personas hacen –incluso
cuando aprenden listas de palabras– no es memorizar por medio de la simple repetición, sino
usar varios procedimientos inteligentes, como agrupar palabras con significado afín o formar
grupos de palabras que tengan cierto ritmo. Janet (1928a, pp.260-262) concluyó que incluso
en circunstancias de la vida real muy parecidas a las tareas de Ebbinghaus “la repetición es
sólo un procedimiento entre una multitud de otros”.
Naturalmente, esos diferentes niveles de memorización tienen que ser aprendidos por los
niños y tuvieron que ser aprendidos por la humanidad. Las formas de memorización
superiores y más poderosas dependen en gran medida del lenguaje. Por esa misma razón,
Janet afirmaba que los infantes no tienen recuerdos y no veía la necesidad de invocar teorías
psicoanalíticas sobre la represión para explicar la amnesia de acontecimientos de la infancia
(Janet, 1928a, p. 224).
A pesar de que, en general, la naturaleza y el orden de las etapas evolutivas de Janet parecen
haber surgido de su trabajo con pacientes psiquiátricos (cf. Ducret, 1984, p. 617), a menudo
utilizaba tres tipos de argumentos para justificar su explicación sobre la filogenia de la
conducta mental humana.
En primer lugar, se refería al estudio comparativo del animal y del hombre. Estaba muy al
tanto del trabajo empírico de sus contemporáneos (véanse las páginas anteriores), pero no
dejó de inventar historias ficticias para explicar el origen de comportamientos específicos.
Prévost (1973, p. 62) observó severamente que muchas de esas historias eran bastante irreales
–por ejemplo, las vacas son sorprendidas por tigres– y sugirió que Janet se inspiró en las
fábulas de La Fontaine.
En segundo lugar, Janet sugería –al igual que muchos de sus contemporáneos– que los niños
occidentales de hoy, las personas con trastornos mentales y las personas "primitivas" (es
decir, los que no son occidentales) son testimonio de la evolución mental del hombre
occidental (por ejemplo, Janet, 1928a, pp. 210, 240-241). Consideraba además (1935, p. 25)
que esas categorías eran "testimonios vivientes" del desarrollo filogenético que había
ocurrido.
2
Llamativamente, Bartlett (1932/1977, p. 293) leyó a Janet (1928a) y observó que: "Muchos de los planteos
de Janet tienen un gran parecido con el enfoque general que yo he adoptado en este volumen. Tal vez se me
permita decir que no hubo por parte de ninguno de los dos ninguna posibilidad de intercambiar ideas sobre el
tema, y que, aun cuando –al igual que los demás psicólogos– admiro desde hace mucho tiempo la obra
psicológica del profesor Janet, yo había completado esta parte de mis estudios antes de que se publicaran los
de Janet".
45
Por último, Janet sostenía que las etapas más tempranas de la evolución mental humana
estaban plasmadas en las herramientas (Janet, 1935, p. 205) y en lo que él llamó "objetos
mentales" (Janet, 1936, p. 28). En realidad, los objetos mentales eran comportamientos
típicos, basados en la cultura, tales como la conducta relacionada con el uso de una canasta de
manzanas que se explica más adelante. Para Janet, (Janet, 1936, p. 28) esos eran los
"testimonios no vivientes" de la evolución mental humana que están a nuestra disposición.
Se puede concluir que, desde el punto de vista de Janet, el desarrollo mental superior, tanto en
la filogenia como en la ontogenia, tiene lugar mediante la adquisición gradual de recursos que
con el tiempo se tornan disponibles en una cultura o sociedad específica.
Los estudios de Janet sobre esos tres temas sociogenéticos interconectados se acumularon
durante años y, finalmente, culminaron en su teoría de la estructura jerárquica de la mente.
Todos los libros que publicó sobre temas psicológicos generales a finales de los años veinte y
principios de los treinta (Charpentier, 1935; Janet, 1926c; 1928a; 1929; 1932; 1935; 1936)
trataban esos temas desde la perspectiva de esa teoría. Los libros mismos estaban basados en
las conferencias que Janet había dado en el Collège de France durante muchas décadas. Al
desarrollar temas específicos, Janet volvía una y otra vez a referirse a las conferencias que
había dado hacía una o dos décadas. No cabe duda de que parte de esas declaraciones tenían
el fin de confirmar afirmaciones previas, pero también reflejaban un hecho histórico genuino:
desde de 1905 más o menos, Janet había trabajado en una teoría de la mente elaborada y
organizada jerárquicamente. Siguiendo la tradición de Charcot sobre una psicología objetiva,
Janet intentó situar formas específicas de conducta en su sistema evolutivo analizándolas
desde diferentes puntos de vista. Esos puntos de vista tenían en cuenta la presencia de formas
específicas de conducta en animales (punto de vista filogenético; en repetidas ocasiones
analizaba los descubrimientos de Köhler), su presencia en niños (punto de vista ontogenético,
en años posteriores expuesto principalmente a través de Piaget), su presencia en personas
"primitivas" (punto de vista supuestamente "histórico" –en realidad, intercultural–; expuesto a
través de Lévy-Bruhl y Durkheim), y la pérdida de esas formas específicas de conducta en la
enfermedad (punto de vista patológico; reflejado principalmente en las historias de sus
propios casos y los descubrimientos de Head, Cassirer, Sherrington y otros). Mediante el
análisis de diferentes formas de conducta desde esos puntos de vista específicos, Janet intentó
determinar la edad evolutiva de esas formas de conducta y crear un sistema de conductas cada
vez más complejas y avanzadas evolutivamente.
Desde el punto de vista de Janet, la mente consiste en varias capas que se originan en
diferentes períodos de la filogenia humana. Resulta evidente de sus escritos que pensaba que
las funciones mentales superiores propias de los seres humanos se transmiten a través de la
cultura y deben ser adquiridas de nuevo por cada niño durante un largo proceso de
enculturación. Janet hacía una distinción entre las funciones psicológicas más antiguas
filogenéticamente, que están representadas por órganos definidos en el cuerpo humano, y las
funciones psicológicas más recientes filogenéticamente, que carecen de esos órganos, pero
que, de alguna manera, están representadas en distintos centros del sistema nervioso (véanse
las páginas anteriores). Así, las funciones psicológicas no son todas del mismo tipo ni tienen
el mismo valor, y es posible organizarlas jerárquicamente. Las funciones inferiores, más
antiguas –también llamadas tendencias en la terminología de Janet– no desaparecen cuando
los organismos se desarrollan, pero quedan subordinadas a las funciones más recientes y
superiores, y forman la base de nuestras estructuras psicológicas. Pueden volver a tomar el
control cuando las funciones superiores se ven afectadas por diferentes motivos (por ejemplo,
fatiga, patología) (Janet, 1936, pp. 122, 213). Sin embargo, las funciones superiores pueden
tener una independencia relativa. Por ejemplo, el hecho de que una persona pueda perder la
46
función elemental de la visión y aun así conservar la función superior de la reflexión era para
Janet (1930b, pp. 371-372) evidencia de ese hecho. Esa concepción puede haber inspirado a
Vygotsky cuando formuló sus ideas sobre el sustrato cerebral del funcionamiento mental
(Capítulo 8; cf. Vygotsky, 1934d/1960, pp. 364-383).
Entonces, ¿cuáles son esas capas de la mente? ¿En qué orden se adquieren las funciones
psicológicas? Janet dedicó mucho tiempo y energía a esas cuestiones. Revisaba
constantemente su sistema. A continuación, describiremos brevemente los diferentes niveles
recorriendo varias publicaciones de Janet (por ejemplo, 1921b; 1926b, pp. 201-243; 1928a,
202-243; 1938; 1936, pp. 30-31).
Finalmente, Janet distinguió nueve niveles, o tendencias de la mente, agrupados en tres
amplias categorías: las tendencias psicológicas inferiores, las tendencias psicológicas
intermedias y las tendencias psicológicas superiores (véase la tabla 3.2. Pueden verse
esquemas ligeramente diferentes, que incluyen ocho o diez niveles, en Janet, 1938; Bailey,
1928; y Subercaseaux, 1927).
Las tendencias psicológicas inferiores (les tendances psychologiques inférieures) son,
respectivamente: (a) las tendencias reflejas; (b) las tendencias perceptivas-suspensivas; (c) las
tendencias sociopersonales y (d) las tendencias intelectuales elementales. Janet llamó
"psicológicas" a esas tendencias para hacer hincapié en el hecho de que no debemos relegarlas
al plano fisiológico, e "inferiores" porque la cronología implica jerarquía.
Las "tendencias reflejas" de Janet eran equivalentes a lo que llamaríamos reflejos, o cadenas
de reflejos. Según Janet, tienen un carácter explosivo y se caracterizan porque las
desencadena un único estímulo. Son acciones explosivas y globales en las que todas las
fuerzas disponibles se utilizan a la vez. Como tales, los reflejos entrañan patrones de acción
fijos, es decir, el organismo no puede cambiar ni detener la respuesta ante la presencia del
estimulo desencadenante.
Una forma de comportamiento superior, de alguna manera, es la formada por las "tendencias
perceptivas-suspensivas", que requieren la presencia de dos estímulos para completarse: uno
para incitar la tendencia y el otro para completarla. Un típico ejemplo de la tendencia
perceptiva-suspensiva que da Janet es el caso de una fiera que ve, oye o huele a su posible
víctima (primer estímulo), pero que suspende la acción hasta que la presa está suficientemente
cerca (segundo estímulo). Esa suspensión implica una división del acto unitario primigenio:
47
las partes perceptivas y las partes motoras se separan una de la otra a la vez que los estímulos
del olfato, de la audición y de la visión se separan de la sensación de tener realmente la presa
en la boca. La división del acto conlleva cierta sensación primitiva de temporalidad y la
posibilidad de que las tendencias se vuelvan latentes. Esa latencia, ese posible período de
espera era, para Janet, el primer signo de inteligencia primitiva. En su opinión, en ese nivel, el
organismo agregaba una tercera opción, intermedia, a su repertorio de comportamientos que
hasta entonces había consistido sólo en reflejos primitivos y explosivos, y en la posibilidad de
no actuar en absoluto.
Las "tendencias sociopersonales" son, por supuesto, particularmente importantes para este
libro. Janet sostenía que en esa etapa el individuo y el grupo comenzaban a diferenciarse
gradualmente y distinguía dos tipos de conducta: una hacia el cuerpo propio y otra hacia los
demás. En ese nivel de desarrollo mental el sujeto comienza a adaptar sus actos a los actos del
otro social, o socius, lo que da lugar a los "actos dobles" (actes doubles), tales como imitar,
dar órdenes y obedecer. Como ya se ha dicho en páginas anteriores, según Janet, el individuo
primero aprende a reaccionar a los actos de su socii y sólo después aprende a aplicar las
mismas formas de conducta a sí mismo.
No siempre queda muy claro qué quería decir Janet con la expresión "acto doble" o "conducta
doble". Parece que usaba el término "doble" de varias maneras: a veces significaba
"recíproco" (véase más adelante), a veces, "dual" y otras veces significaba simplemente
"complicado". En este contexto, Janet explicó el concepto haciendo referencia al hecho de que
todas las conductas sociales requieren dos clases de estímulos. "Supongamos –decía (1928a,
p.221)– que quiero mostrarle una lámpara a una persona. En ese caso, se deben satisfacer dos
condiciones: la lámpara y la persona tienen que estar presentes. El hecho en sí de mirar a la
persona o al objeto sería sólo un simple acto de percepción, pero en presencia de otra persona,
puedo percibir la lámpara y hacer que la otra persona le preste atención. Mi acto está formado
entonces por dos partes: una parte física y externa (la percepción de la lámpara) y una parte
social (hacer que la otra persona le preste atención). También es posible –continuaba– llevar a
cabo un acto social en ausencia de la lámpara o de la persona. En ese caso, uno describe las
características de la lámpara (ausente) a la persona o las memoriza (para la persona ausente)".
Janet concluyó que todos los actos sociales constan de dos partes: una parte física y externa y
una parte social. Parece crucial para los actos sociales, entonces, el hecho de que la presencia
o la ausencia del socius transforma la conducta hacia los objetos. El sujeto lleva a cabo sus
acciones con la imagen del otro social en mente. En otras ocasiones, Janet explicó que el
comportamiento imitativo sólo es posible si la persona imitada lo tolera, es decir, si
deliberadamente se comporta de manera que permite a los imitadores copiar su
comportamiento.
Por último, el cuarto nivel del grupo inferior de tendencias es el de las "tendencias
intelectuales elementales" (véase Janet, 1935; 1936 para encontrar análisis exhaustivos y
muchos ejemplos). Es el nivel de la inteligencia preverbal y del inicio del habla, durante el
cual los individuos son capaces de crear objetos o formas de conducta intermedios e
inteligentes. Con frecuencia, Janet relataba la historia de la "canasta de manzanas" como
ejemplo de un acto inteligente muy elemental (por ejemplo, Janet, 1928a, pp. 252-255; 1936,
p. 14). La historia (la invención) de la canasta de manzanas es, al mismo tiempo, un buen
ejemplo de su forma peculiar y metafórica de explicar las cosas (para la audiencia lega que
escuchaba sus conferencias en el Collège de France) y por lo tanto la expondremos de manera
bastante extensa. La canasta de manzanas representa cualquier objeto en el que se puedan
recoger y transportar varios objetos. Janet pensaba que en un momento específico de la
historia ese objeto (o conducta) tuvo que haber sido inventado por alguna persona muy
inteligente y que ese objeto era específico de un cierto nivel de desarrollo intelectual. ¿Qué
tiene de tan inteligente el uso de canastas de manzanas? Lo más importante en el uso de una
canasta de manzanas, sostenía Janet, es que uno primero tiene que llenarla de manzanas que
48
sólo serán consumidas en algún momento futuro. Eso implica, en primer lugar, la
postergación de la acción de consumo y el uso de un objeto intermedio. En segundo lugar,
uno tiene que llenar la canasta previendo que después será vaciada, lo que requiere que se
comprenda el concepto de reversibilidad. Por ese motivo, Janet llamó a ese comportamiento
conducta "doble" o "recíproca". En su opinión, ejemplos de otras conductas recíprocas eran
atar y desatar un nudo, dibujar y reconocer un retrato, memorizar y recordar un
acontecimiento y comprar un pasaje de ida y vuelta. Él afirmaba –y Piaget intentaría
demostrarlo empíricamente– que ese carácter reversible de los actos inteligentes elementales
estaba más allá de la capacidad intelectual de los niños pequeños y de los animales.
El nivel de los actos intelectuales elementales es también el de los comienzos del habla, que,
según el enfoque de Janet (1936, p. 116), es también un acto doble que consiste en hablar y en
que otro nos hable. Para ejemplificar el poder singular del habla, Janet contaba a menudo la
parábola del centinela, relatada en páginas anteriores, y afirmaba que todas las formas de
conducta inferiores quedaban transformadas, o "intelectualizadas", por el habla (Janet, 1928a;
p. 217). Al igual que Potebnya y Vygostsky (véase el Capítulo 8), afirmaba de manera
explícita que el habla no tiene sólo una función comunicativa, también tiene una función
generalizadora (en el sentido de que una palabra puede hacer referencia a toda una clase de
objetos a veces muy diferentes).
El nivel de las "acciones inmediatas y las creencias asertivas" del grupo de tendencias
intermedias se caracteriza por el desarrollo completo del habla. El habla se disocia de la
acción y los sujetos comienzan a hablarles a los socii y hablarse a sí mismos. Como se ha
dicho en páginas anteriores, al principio la palabra hablada era parte del inicio de la acción,
pero en este nivel el habla se emancipa de la conducta corporal (Janet, 1928a; pp. 291-292).
Janet se refería a ese tipo de habla –es decir, el habla desconectada de la acción– utilizando
diferentes expresiones, como "el lenguaje de las conversaciones", "el juego del lenguaje" y
"lenguaje inconsistente" (por ejemplo, Janet, 1937b). Para él, el hecho de que el habla se
disociara de las acciones tenía consecuencias positivas y negativas. Una consecuencia positiva
era que implicaba la posibilidad de que los sujetos hablaran consigo mismos, lo que lleva al
comienzo del habla interna y del pensamiento. Los sujetos se vuelven conscientes de sus
acciones, y es posible alcanzar el cogito. Una consecuencia negativa era que daba lugar al
mito del "fantasma en la máquina" * (Ryle, 1949). Janet sostenía que "la idea de que un doble,
un espíritu, existiera invisiblemente detrás de las acciones visibles del individuo" podía
originarse porque el pensamiento es habla "desmaterializada". Otro efecto de la disociación de
la acción y del habla era que las personas podían comenzar a esconder sus intenciones y
desarrollar la capacidad de guardar secretos. Los individuos podían así crear un "personaje",
es decir, podían comenzar a actuar de acuerdo a la imagen que creaban de sí mismos y que
presentaban al prójimo. De hecho, en ese nivel, desempeñaban un papel y asignaban papeles a
otras personas.
Janet consideraba que el siguiente nivel era el de las "acciones y creencias reflexivas". La
reflexión, según Janet, surgía de las discusiones abiertas entre un individuo y varios socii (cf.
las opiniones similares de Bajtin, Piaget, Rignano y Vygotsky). Esa conducta colectiva
también da lugar a discusiones internas.
Por último, los seres humanos alcanzan el nivel de las tendencias superiores. Eso significa
primero –en el nivel de las "tendencias racionales-ergéticas"– la capacidad de trabajar, es
decir, de realizar tareas y de soportar la fatiga y el aburrimiento. Janet (1926b, p. 229; 1928a,
p. 229) opinaba que "el valor de un hombre se puede medir por su capacidad de realizar
tareas".
En el siguiente nivel –el de las "tendencias experimentales"–, los sujetos comienzan a tener en
cuenta los descubrimientos basados en la experiencia. Ya pueden experimentar de manera
*
Ryle, G. (2005). El concepto de lo mental, España: Ediciones Paidós Ibérica. [N. de las Trads.].
49
deliberada, teniendo en cuenta los resultados de sus experimentos de modo sistemático. Esa
nueva forma de experimentar marca, entonces, el nivel del pensamiento científico maduro,
pero esa actitud no es exclusiva de los científicos y puede encontrarse en cualquier persona.
En el tercer nivel, que es también el más alto de la jerarquía, los sujetos alcanzan la etapa de
individualidad plena. En esa etapa de "tendencias progresivas" se dan cuenta de que los seres
humanos están abiertos al futuro. Los sujetos intentan cumplir sus objetivos individuales
respetando los objetivos individuales del prójimo. Con respecto a eso, Janet escribió que no se
puede prever hasta dónde llegará el desarrollo de los seres humanos. Resumió su teoría
genética de la mente con estas enigmáticas palabras:
"Las plantas se limitan a crecer en el espacio; los primeros actos animales permitieron el
movimiento, [y] después de eso, el desplazamiento del cuerpo, que triunfó gradualmente
sobre el espacio. Las formas de conducta relacionadas con el tiempo fueron muy posteriores y
mucho menos afortunadas, dado que aún nos limitamos a crecer en el tiempo como las plantas
crecen en el espacio [...] ¿Acaso un día el hombre progresará en el tiempo de manera análoga
a como lo ha hecho en el espacio? La evolución aún no ha terminado y la acción humana ha
sido y aún seguirá siendo una fuente de maravillas. (Janet, 1926b, pp. 233-234).
En obras posteriores, Janet aclaró esa enigmática opinión con respecto a la conquista del
tiempo de los seres humanos. Consideró la construcción de la memoria humana como un
primer triunfo sobre el tiempo (Janet, 1936, p. 169) e imaginó la invención futura del
"paleoscopio": un instrumento para mirar hacia atrás en el tiempo y ver aquellas cosas del
pasado que nuestra memoria no pudo retener (Janet, 1936, p. 155). Por último, se aventuró a
decir que un día los seres humanos serían capaces de avanzar y retroceder en el tiempo, de
visitar su juventud y de ver a los que amaron y que dejaron atrás (Janet, 1935, p. 155).
En un artículo posterior publicado en una enciclopedia, Janet (1938) agregó que no es
suficiente conocer los niveles de las tendencias tal como fueron expuestos en la tabla 3.2:
también necesitamos saber por qué se activan algunas tendencias en particular y no otras. Para
ello, evocó los conceptos gemelos de fuerza psicológica (cf. Janet, 1937c; 1937d) y de tensión
psicológica, que había desarrollado durante las dos décadas anteriores. Admitió abiertamente
que esos conceptos son hipotéticos, que no sabemos nada de su posible trasfondo fisiológico,
pero insistió en que se refieren a fenómenos reales y observables. Sostenía que la fuerza
psicológica no estaba distribuida equitativamente entre los individuos y que variaba en el
tiempo. La presencia de ciertos otros sociales puede demandarnos mucha fuerza, mientras que
la presencia de otros puede darnos fuerza nueva. La ejecución de diferentes tareas requiere
diferentes cantidades de fuerza: las tareas que se han llevado a cabo muchas veces requieren
menos fuerza que las tareas nuevas, y las tendencias superiores requieren más fuerza que las
inferiores. La fuerza psicológica se puede gastar en segundos, pero también hay conductas
que requieren un gasto de fuerza sostenido y controlado durante períodos bastante
prolongados. Ese gasto de fuerza sostenido requiere una tensión psicológica alta; una tensión
psicológica baja causaría el agotamiento inmediato de toda la fuerza psicológica disponible.
Janet se aventuró a decir que las tendencias superiores requieren más fuerza y más tensión, y
su ejemplo favorito era el del trabajo (véanse las páginas anteriores; cf. Janet, 1937d). Los
niveles bajos de fuerza psicológica causan una tensión psicológica baja, pero también pueden
darse combinaciones como "mucha fuerza-tensión baja " y "poca fuerza-tensión alta". En el
primer caso, la fuerza se descarga inmediatamente mediante numerosas convulsiones, ataques,
entre otras cosas. En el segundo caso, observamos sujetos agitados cuyo estado mental
empeora cuanto más descansan y que, aparentemente, no son capaces de canalizar su fuerza
(energía) de maneras útiles. La conclusión que surge de los trabajos de Janet sobre la fuerza y
la tensión psicológicas es que el funcionamiento mental normal requiere un delicado
equilibrio energético (cf. Elmgren, 1967, pp. 64-73). Así, después de las reuniones que
consumen mucha energía con miembros de la burocracia universitaria uno debe asistir a
reuniones menos costosas con vecinos y, preferentemente, reuniones estimulantes y
50
generadoras de energía con "otros" sociales queridos. Los terapeutas deben intentar
recomponer el equilibrio energético recetando descanso y sugiriendo a los pacientes que
simplifiquen su vida para ahorrar acción (Janet, 1925; Subercaseaux, 1927). La persona
mentalmente sana sabe cómo equilibrar sus costos y ganancias psicológicos y controla su
presupuesto psicológico con la misma eficiencia que su presupuesto financiero.
Discusión y conclusiones
Janet propuso una gran cantidad de conceptos (por ejemplo, la reducción del campo de la
consciencia, la función de la síntesis, el papel de la tensión y la fuerza psicológicas, la función
de la realidad, la necesidad de dirección) y defendió una visión específica de la psicología
haciendo hincapié en la conducta objetivamente observable, en el papel del "otro" social y en
la evolución. Al final, sus ideas favoritas fueron las de fuerza y tensión psicológicas. Los
sujetos que por una u otra razón carecen de esa fuerza o energía son los que experimentan
regresiones a formas de conducta inferiores, los que no pueden lidiar con la realidad, los que
no pueden mantener relaciones que consumen energía con los "otros" sociales y los que
necesitan guía y dirección. En ese mundo de tensiones, necesitamos energía suficiente para
mantenernos a nosotros mismos y para realizar nuestras ambiciones. Por esa razón, la
psicología de Janet ha sido llamada dinámica y energética (por ejemplo, Subercauseaux,
1927, p. 214).
Como resulta claro de los párrafos anteriores, las ideas sociogenéticas de Janet estaban
íntimamente relacionadas con las ideas de sus predecesores y contemporáneos, y la naturaleza
a veces peculiar y exótica de esas ideas previas no debería ocultarnos cuánto les debía a ellos.
Por cuestiones de espacio, no podemos exponer exhaustivamente las raíces intelectuales de
Janet (cf. Ducret, 1984; Ellenberger, 1970; Elmgren, 1967; Valsiner y Van der Veer, 1988),
pero varias influencias merecen ser mencionadas en este contexto. El tema de que la conducta
humana está relacionada con la acción, por ejemplo, fue claramente producto de su lectura de
la obra de Bergson (1939; 1944a), como reconoció en repetidas ocasiones. Los otros temas de
la naturaleza social y evolutiva de la conducta humana se desarrollaron en el marco del
estrecho vínculo intelectual que mantenía con, por ejemplo, Durkheim, Guillaume, James,
Köhler, Lévy-Bruhl, Royce (por ejemplo, 1898b, pp. 169-177; 1901, pp. 245-266), Tarde y,
por sobre todo, Baldwin (por ejemplo, 1895, pp. 334-338; cf. Valsiner y Van der Veer,
1988) 3 . El enfoque evolutivo de Baldwin, el tratamiento que le dio a la imitación y su
concepto sobre el papel del otro social –el socius en los términos de Baldwin– ocuparon un
lugar destacado en la obra de Janet. Por último, el concepto de una estructura jerárquica de la
mente muestra una estrecha afinidad con las ideas de contemporáneos como Kretschmer
(1929) y Werner (1925); y le debe mucho a las teorías anteriores de Jackson y Head, y a las
aún más antiguas propuestas por Maine de Biran y Moreau de Tours (cf. Janet, 1895b, p.
453).
A su vez, Janet ejerció una profunda influencia sobre varios de los principales pensadores de
la historia de la psicología. El tema de la acción, por ejemplo, fue tomado por pensadores tan
diferentes como Piaget (que llamó a Janet su maître y adoptó, entre otras cosas, su posición
epistemológica kantiana; Bringuier, 1977, p. 17), por Wallon (cf. Van der Veer, 1996), y por
Leontiev (por ejemplo, su llamada Teoría de la Actividad). Las ideas de Janet sobre la
naturaleza evolutiva y social del funcionamiento mental humano fueron asimiladas por varios
pensadores, pero quizás de manera más activa por Vygotsky, quien difundió varios postulados
de Janet en la comunidad científica (Van der Veer y Valsiner, 1988). Recientemente, se ha
3
Cuando Piaget le preguntó, en 1942, cómo se las había ingeniado para leer los intrincados libros de Baldwin,
Janet contestó: "Por sobre todas las cosas, he compartido periódicamente cenas con él durante un lapso de
tiempo suficiente" (Prevost, 1973, p. 298).
51
renovado el interés en las primeras ideas de Janet sobre el automatismo en el grupo de
investigadores que estudian el síndrome de personalidad múltiple.
El hecho de que Janet ejerciera una profunda influencia sobre varios de los principales
pensadores del siglo veinte da testimonio del valor de su obra, pero no implica, por supuesto,
que una visión sociogenética moderna deba aceptar todas sus afirmaciones. Las
comparaciones que hacía atravesando diversos dominios evolutivos –por ejemplo, considerar
que las personas que no eran occidentales eran "testimonios vivientes" del pasado– son ahora
inaceptables (cf. Van der Veer y Valsiner, 1991). Sin embargo, los tres temas básicos de una
psicología sociogenética aún pueden ser defendidos con fundamentos teóricos y empíricos (cf.
Ratner, 1991) y eso, en sí mismo, hace que su obra merezca ser estudiada.
Buscar las raíces del pensamiento científico moderno en las obras de los clásicos de la
psicología, como hemos intentado hacer en este largo capítulo, es una lección de modestia y
hace que uno cuestione el valor de gran parte del trabajo empírico que se ha llevado a cabo en
las décadas transcurridas desde que Janet desarrolló su sistema. A juzgar por las publicaciones
de este autor, parecería que la percepción clínica, la especulación audaz y una filosofía sólida
son requisitos tan importantes para el progreso científico –si es que existe progreso en
psicología– como la experimentación empírica rigurosa. Es una conclusión que le habría
agradado a Janet (1936, p. 285; cf. Janet, 1895a, p. 574) quien consideraba que "la filosofía
era el hilo que debía ensartar las perlas de la observación".
52
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