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Fromm, Erich - Tener o Ser PDF

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Erich Fromm

¿TENER O SER?

Título original: To Have or to be?

Erich Fromm, 1976

Traducción: Carlos Valdes, 1978


La manera de hacer es ser.

LAO-TSE

El hombre no debe considerar tanto lo que hace, sino lo que es.

ECKHART

Cuanto menos es el individuo y cuanto menos expresa su vida, tanto más


tiene y más enajenada es su vida.

KARL MARX
PREFACIO

En este libro continúo dos tendencias de mis escritos anteriores. Primero,


prolongo el desarrollo del psicoanálisis radical y humanista, y me concentro en el
análisis del egoísmo y del altruismo como dos orientaciones básicas del carácter.
En la Tercera Parte de este libro amplío más el tema que traté en Psicoanálisis de la
sociedad contemporánea y en La revolución de la esperanza: la crisis de la sociedad
contemporánea y la posibilidad de encontrarle soluciones. Me fue inevitable
repetir algunos pensamientos expresados antes, mas espero que el nuevo punto de
vista desde el que escribo esta pequeña obra y los conceptos ampliados
compensarán a los lectores familiarizados con mis escritos anteriores.

En realidad, el título de este libro y los títulos de otras dos obras son casi
idénticos: Être et avoir de Gabriel Marcel, y Haben und Sein de Balthasar Staehelin.
Estos tres libros están escritos, con espíritu humanista, pero cada uno enfoca el
tema de modo muy distinto: Marcel escribe desde un punto de vista teológico y
filosófico; el libro de Stachelin es un examen constructivo del materialismo en la
ciencia moderna y una contribución al Wirklichkeitsanalyse; en este volumen hago
un análisis social y psicológico empírico de dos modos de existencia. Recomiendo
los libros de Marcel y Staehelin a los lectores interesados en este tema (hace poco
supe de la existencia de una traducción inglesa del libro de Marcel; pero yo había
leído una excelente traducción inglesa preparada para mi uso particular por
Beverly Hughes. La versión publicada es la que cito en la bibliografía).

Para hacer más ameno este libro, he reducido las notas al mínimo, tanto en
número como en tamaño. Algunas referencias a libros se hallan entre paréntesis en
el texto, pero las referencias exactas se encuentran en la bibliografía.

Deseo aclarar otro punto del estilo: el uso de las palabras “hombre” y “él”.
Creo que evité todo el lenguaje “orientado hacia el sexo masculino”, y le agradezco
a Marion Odomirok haberme convencido de que el uso del lenguaje en este
aspecto es más importante de lo que yo creía. Sólo en un punto no nos pusimos de
acuerdo: en el enfoque al sexismo en el lenguaje en relación con la palabra
“hombre” como término que designa a la especie Homo sapiens. El uso de “hombre”
en este contexto, sin diferenciación de sexo, tiene una antigua tradición en el
pensamiento humanista, y no creo que podamos prescindir de una palabra que
define claramente a la especie humana. Esta dificultad no existe en el idioma
alemán: se emplea Mensch para referirse al ser humano, sin diferencias sexuales.
Pero aun en inglés “man” (hombre) se usa de la misma manera sexualmente no
diferenciada que la palabra alemana Mensch, que significa un ser humano o la
especie humana, juzgo aconsejable reintegrarle su significado no sexual a la
palabra “hombre”, y no sustituirla por términos malsonantes. En este libro he
escrito “Hombre” con mayúscula para aclarar el empleo del término sin
diferenciación sexual.

Solamente me queda el agradable deber de expresar mi gratitud a las


personas que mejoraron el contenido y el estilo de este libro. Ante todo, deseo dar
las gracias a Rainer Funk, que me ayudó mucho en más de un aspecto: las largas
discusiones que sostuve con él me ayudaron a comprender algunos puntos
delicados de la teología cristiana; nunca se cansó de recomendarme pasajes
adecuados de la literatura teológica; leyó el manuscrito varias veces, y sus
excelentes sugestiones constructivas y sus críticas me ayudaron mucho a
enriquecer el manuscrito y a eliminar algunos errores. Estoy muy agradecido a
Marion Odomirok porque mejoró mucho este libro con su inteligente trabajo
editorial. También doy las gracias a Joan Hughes, que con mucho interés y
paciencia mecanografió una y otra vez las versiones del manuscrito, y me hizo
muchas sugestiones excelentes sobre el estilo y el lenguaje. Finalmente, doy gracias
a Annis Fromm, quien leyó el manuscrito en sus varias versiones y me ofreció
muchas ideas y sugestiones valiosas.

Nueva York, junio de 1976.

E. F.
INTRODUCCIÓN:
LA GRAN PROMESA, SU FRACASO Y NUEVAS
OPCIONES

EL FIN DE UNA ILUSIÓN

LA GRAN promesa de un Progreso Ilimitado (la promesa de dominar la


naturaleza, de abundancia material, de la mayor felicidad para el mayor número
de personas, y de libertad personal sin amenazas) ha sostenido la esperanza y la fe
de la gente desde el inicio de la época industrial. Desde luego, nuestra civilización
empezó cuando la especie humana comenzó a dominar la naturaleza en forma
activa; pero ese dominio fue limitado hasta el advenimiento de la época industrial.
El progreso industrial, que sustituyó la energía animal y la humana por la energía
mecánica y después por la nuclear, y que sustituye la mente humana por la
computadora, nos hizo creer que nos encontrábamos a punto de lograr una
producción ilimitada y, por consiguiente, un consumo ilimitado; que la técnica nos
haría Omnipotentes; que la ciencia nos volvería omniscientes. Estábamos en
camino de volvernos dioses, seres supremos que podríamos crear un segundo
mundo, usando el mundo natural tan sólo como bloques de construcción para
nuestra nueva creación.

Los hombres y, cada vez más, las mujeres tenían un nuevo sentimiento de
libertad; se convertían en amos de sus vidas: las cadenas feudales habían sido rotas
y el individuo podía hacer lo que deseara, libre de toda traba, o así lo creía la gente.
Aunque esto sólo era verdadero en relación con la clase alta y la media, sus logros
podían hacer que los demás tuvieran fe en que posteriormente la nueva libertad
llegaría a extenderse a todos los miembros de la sociedad, siempre que la
industrialización continuara progresando. El socialismo y el comunismo
rápidamente cambiaron, de movimientos cuya meta era una nueva sociedad y un
nuevo hombre en movimientos cuyo ideal era ofrecer a todos una vida burguesa,
una burguesía universalizada para los hombres y las mujeres del futuro. Se suponía
que lograr riquezas y comodidades para todos se traduciría en una felicidad sin
límites para todos. La trinidad “Producción ilimitada, libertad absoluta y felicidad
sin restricciones” formaba el núcleo de una nueva religión: el Progreso, y una
nueva Ciudad Terrenal del Progreso remplazaría a la Ciudad de Dios. No es
extraño que esta nueva religión infundiera energías, vitalidad y esperanzas a sus
creyentes.

Lo grandioso de la Gran Promesa, los maravillosos logros materiales e


intelectuales de la época industrial deben concebirse claramente para poder
comprender el trauma que produce hoy día considerar su fracaso. La época
industrial no ha podido cumplir su Gran Promesa, y cada vez más personas se dan
cuenta de lo siguiente:

La satisfacción ilimitada de los deseos no produce bienestar, no es el camino


de la felicidad ni aun del placer máximo.

El sueño de ser los amos independientes de nuestras vidas terminó cuando


empezamos a comprender que todos éramos engranajes de una máquina
burocrática, y que nuestros pensamientos, sentimientos y gustos los manipulaban
el gobierno, los industriales y los medios de comunicación para las masas que ellos
controlan.

El progreso económico ha seguido limitado a las naciones ricas, y el abismo


entre los países ricos y los pobres se agranda.

El progreso técnico ha creado peligros ecológicos y de guerra nuclear; ambos


pueden terminar con la civilización, y quizás con toda la vida.

Cuando fue a Oslo a recibir el Premio Nobel de la Paz (1952), Albert


Schweitzer desafió al mundo «a atreverse a enfrentar la situación… El hombre se
ha convertido en un superhombre… pero el superhombre con su poder
sobrehumano no ha alcanzado el nivel de la razón sobrehumana. En la medida en
que su poder aumente se convertirá cada vez más en un pobre hombre… Debe
despertar nuestra conciencia el hecho de que todos nos volvemos más inhumanos
a medida que nos convertimos en superhombres».
¿POR QUÉ FRACASÓ LA GRAN PROMESA?

El fracaso de la Gran Promesa, además de las contradicciones económicas


esenciales del industrialismo, surgió junto con el sistema industrial debido a sus
dos principales premisas psicológicas: 1) La meta de la vida es la felicidad; esto es,
el máximo de placer, que se define como la satisfacción de todo deseo o necesidad
subjetiva que una persona pueda tener (hedonismo radical); 2) El egotismo, el
egoísmo y la avaricia, que el sistema necesita fomentar para funcionar, producen
armonía y paz.

Es bien sabido que los ricos a través de la historia han practicado el


hedonismo radical. Los que contaban con recursos ilimitados, como la élite de
Roma, de las ciudades italianas del Renacimiento, y de Inglaterra y Francia en los
siglos XVII y XIX trataron de encontrar un sentido a la vida en el placer ilimitado;
pero aunque el máximo placer (el hedonismo radical) fue el objetivo de ciertos
grupos en determinadas épocas, con una sola excepción anterior al siglo XVII, la
teoría del bienestar no fue sustentada por los grandes Maestros de la Vida en
China, la India, el Cercano Oriente y Europa.

Esa única excepción es el filósofo griego Aristipo, discípulo de Sócrates


(primera mitad del siglo IV a. C.) quien enseñó que sentir el máximo placer
corporal constituye la meta de la vida, y que la felicidad es la suma total de los
placeres gozados. Lo poco que sabemos de este filósofo se lo debemos a Diógenes
Laercio, pero basta para mostrar a Aristipo como el único hedonista real, para el
que la existencia de un deseo era la base del derecho para satisfacerlo, y así
conseguir la meta de la vida: el placer.

Epicuro difícilmente puede ser considerado un representante del tipo del


hedonismo de Aristipo. Aunque para Epicuro el placer “puro” era la meta más
elevada, para él este placer significaba “ausencia de dolor” (aponia) y tranquilidad
del alma (ataraxia). Según Epicuro, el placer que significa la satisfacción de un
deseo no puede constituir la meta de la vida, porque este placer necesariamente es
seguido por algo no placentero, y esto aparta a la humanidad de su meta real: la
ausencia de dolor. (La teoría de Epicuro se semeja a la de Freud en muchos
aspectos). Sin embargo, parece que Epicuro representaba cierto tipo de
subjetivismo opuesto al pensamiento de Aristóteles, hasta donde los
contradictorios informes sobre la filosofía de Epicuro nos permiten hacer una
interpretación.
Ninguno de los otros grandes maestros enseñó que la existencia real de un
deseo constituyera una norma ética, sino que se interesaban por el bienestar óptimo de
la humanidad (vivere bene). El elemento esencial de su pensamiento era la
distinción entre aquellas necesidades (deseos) que sólo se sienten subjetivamente y
cuya satisfacción produce un placer momentáneo, y las necesidades que están
enraizadas en la naturaleza humana y cuya satisfacción fomenta el desarrollo
humano y produce eudaimonia, o sea, “bienestar”. En otras palabras, se
preocupaban por distinguir entre las necesidades puramente subjetivas y las necesidades
objetivamente válidas: la mayor parte de las primeras es dañosa para el desarrollo
humano, y las segundas están en armonía con los requerimientos de la naturaleza
humana.

La teoría de que la meta de la vida es satisfacer todos los deseos humanos


fue francamente proclamada, por primera vez desde Aristipo, por los filósofos de
los siglos XVII y XVIII. Este concepto pudo surgir fácilmente cuando “ganancia”
dejó de significar “ganancia del alma” (como en la Biblia, y más tarde en Spinoza)
y llegó a significar ganancia material, económica, en el periodo en que la clase
media se libró no sólo de sus grilletes políticos, sino de todos los vínculos con el
amor y con la solidaridad, y creyó que vivir sólo para uno mismo significaba ser
más y no menos. Hobbes consideraba que la felicidad es el progreso continuo de
una codicia (cupiditas); La Mettrie hasta recomendaba las drogas, que por lo menos
ofrecían la ilusión de la felicidad; para Sade la satisfacción de los impulsos crueles
era legítima, precisamente porque existían y debían ser satisfechos. Estos
pensadores vivieron en la época de la victoria final de la clase burguesa. La que
había sido práctica no filosófica de los aristócratas se convirtió en práctica y teoría
de la burguesía.

Desde el siglo XVIII se han desarrollado muchas teorías éticas: algunas


fueron formas más respetables del hedonismo, como el utilitarismo; otras fueron
sistemas estrictamente antihedonistas, como los de Kant, Marx, Thoreau y
Schweitzer. Sin embargo, en la época actual, en general desde el fin de la primera
Guerra Mundial, se ha regresado a la práctica y a la teoría del hedonismo radical.
El concepto de un placer ilimitado forma una extraña contradicción con el ideal de
un trabajo disciplinado, similar a la contradicción entre la aceptación de la ética de
un trabajo obsesivo y el ideal de pereza completa durante el resto del día y las
vacaciones. Por una parte, la línea de ensamble interminable y la rutina
burocrática, y por otra, la televisión, el auto y el sexo, forman una combinación
contradictoria. El trabajo obsesivo produce la locura, tanto como la pereza
completa, pero con esta combinación se puede vivir.
Además, ambas actitudes contradictorias corresponden a una necesidad
económica: el capitalismo del siglo XX se basa en el consumo de bienes y el uso de
servicios al máximo, y también en el rutinario trabajo de conjunto.

Las consideraciones teóricas demuestran que el hedonismo radical no puede


conducir a la felicidad, y explican por qué no puede hacerlo, dada la naturaleza
humana, pero aun sin un análisis teórico, los datos disponibles muestran muy
claramente que nuestra “busca de la felicidad” no produce bienestar. En nuestra
sociedad somos claramente infelices: solitarios, angustiados, deprimidos,
destructivos y dependientes: nos alegramos cuando podemos matar el tiempo que
hemos ahorrado con tanto trabajo.

Hemos realizado el experimento social más grande para contestar a la


pregunta: el placer (como experiencia pasiva opuesta al amor, el bienestar y la
alegría activos) ¿puede ser una respuesta satisfactoria al problema de la existencia
humana? Por primera vez en la historia la satisfacción del impulso del placer no
sólo es privilegio de una minoría, sino que es factible para más de la mitad de la
población. El experimento ya ha contestado la pregunta en forma negativa.

La segunda premisa psicológica de la época industrial (satisfacer el egoísmo


individual produce armonía y paz, y se traduce en bienestar para todos) es
igualmente errónea en el terreno teórico, y su falacia se demuestra con los datos
observables. ¿Por qué es verdadero este principio, que sólo rechazó uno de los
grandes economistas clásicos, David Ricardo? El egoísmo se relaciona no sólo con
mi conducta, sino con mi carácter. Significa que lo deseo todo para mí; que poseer
y no compartir me da placer; que debo ser avaro, porque mi meta es tener, y que
más soy cuanto más tengo; que debo sentir antagonismo a todos mis semejantes: a
mis dientes a los que deseo engañar, a mis competidores a los que deseo destruir, a
mis obreros a los que deseo explotar. Nunca puedo quedar satisfecho, porque mis
deseos no tienen límite; debo envidiar a los que tienen más, y temer a los que
tienen menos; pero debo reprimir estos sentimientos para presentarme (ante los
otros y ante mí mismo) como el individuo sonriente, sincero, amable que todos
simulan ser.

La pasión de tener debe producir una guerra de clases interminable. La


pretensión de los comunistas de que su sistema pondrá fin a la guerra de clases al
suprimir las clases, es una ficción, porque su sistema se basa en el principio de un
consumo ilimitado como meta de la vida. Mientras todo el mundo desee tener más,
se formarán clases, habrá guerra de clases, habrá una guerra internacional. La
avaricia y la paz se excluyen mutuamente.
El hedonismo radical y el egotismo ilimitado no habrían surgido como
principios orientadores de la conducta económica, de no haber ocurrido un cambio
radical en el siglo XVIII. En la sociedad medieval, como en muchas otras
sociedades muy desarrolladas y también en las primitivas, la conducta económica
estuvo determinada por los principios éticos. Por ello, para la teología escolástica,
categorías económicas como el precio y la propiedad privada formaban parte de
una teología moral. Reconocemos que los teólogos encontraron fórmulas para
adaptar su código moral a las nuevas demandas económicas (por ejemplo, las
condiciones puestas por Santo Tomás de Aquino al concepto de “precio justo”); sin
embargo, la conducta económica continuaba siendo humana y, por consiguiente,
estaba sujeta a los valores de la ética humanista. En varias etapas, el capitalismo
del siglo XVIII efectuó un cambio radical: la conducta económica se separó de la
ética y de los valores humanos. En realidad, se supuso que la máquina económica
era una entidad autónoma, independiente de las necesidades y de la voluntad
humanas. Era un sistema que funcionaba solo, y obedecía a sus propias leyes. El
sufrimiento de los obreros y la quiebra de un número cada vez mayor de empresas
pequeñas en bien del desarrollo de las empresas mayores era una necesidad
económica que podía lamentarse, pero que debía aceptarse como resultado de una
ley natural.

El desarrollo de este sistema económico ya no quedó determinado por la


pregunta: ¿Qué es bueno para el hombre?, sino la pregunta: ¿Qué es bueno para el
desarrollo del sistema? Se trataba de ocultar lo enconado de este conflicto
suponiendo que lo que era bueno para el desarrollo del sistema (o aun para una
sola gran empresa) también era bueno para la gente. Esta interpretación se vio
reforzada por una interpretación subsidiaria: que las cualidades mismas que el
sistema requería de los seres humanos (egotismo, egoísmo y avaricia) eran innatas
a la naturaleza humana; por ello, no sólo el sistema, sino la misma naturaleza
humana las fomentaba; se suponía que las sociedades en que no existía el
egotismo, el egoísmo y la avaricia, eran “primitivas”, y sus habitantes eran como
“niños”. La gente se negó a reconocer que estos rasgos que habían dado el ser a la
sociedad industrial no eran impulsos naturales, sino producto de las circunstancias
sociales.

No es menos importante este factor: la relación de la gente con la naturaleza


se volvió muy hostil. Por ser “caprichos de la naturaleza”, que por las condiciones
mismas de nuestra existencia estamos dentro de la naturaleza, y porque con el don
de nuestra razón la trascendemos, hemos tratado de resolver nuestro problema
existencial renunciando a la visión mesiánica de la armonía entre la humanidad y
la naturaleza, y al conquistar a la naturaleza, al transformarla para nuestros fines,
su conquista se ha convertido, cada vez más, en equivalente de destrucción.
Nuestro espíritu hostil y de conquista nos ciega al hecho de que los recursos
naturales tienen límites Y pueden agotarse, y que la naturaleza luchará contra la
rapacidad humana. La sociedad industrial desprecia la naturaleza, todas las cosas
que no están hechas por máquinas, y los pueblos que no son fabricantes de
máquinas (las razas no blancas, con las recientes excepciones de Japón y China).
Hoy día la gente se siente atraída por los objetos mecánicos, por el poder de las
máquinas, por lo que no tiene vida, y cada vez más por la destrucción.
LA NECESIDAD ECONÓMICA DE UN CAMBIO
HUMANO

Hasta ahora, el argumento que hemos expuesto aquí dice que los rasgos de
carácter engendrados por nuestro sistema socioeconómico, o por nuestra manera
de vivir, son patógenos y a la larga enferman al individuo y, por consiguiente, a la
sociedad. Sin embargo, hay un segundo argumento, desde un punto de vista
enteramente distinto, en favor de procurar cambios psicológicos profundos en el
Hombre como alternativa a una catástrofe económica y ecológica. Se encuentra en
dos informes encargados por el Club de Roma, uno a D. H. Meadows et al, y otro a
M. D. Mesarovic y E. Pestel1. Ambos informes se refieren a las tendencias
tecnológicas, económicas y demográficas en escala mundial. Mesarovic y Pestel
concluyen que sólo unos cambios tecnológicos y económicos radicales de nivel
mundial, que se apliquen según un plan maestro, pueden “evitar una catástrofe
mundial definitiva”. Los datos que ofrecen como prueba de su tesis se basan en la
investigación más universal y sistemática realizada hasta ahora. (Su libro tiene
ciertas ventajas metodológicas sobre el informe de Meadows; pero este estudio,
anterior, exige cambios económicos más radicales aún como alternativa a una
catástrofe). Mesarovic y Pestel concluyen, además, que estos cambios económicos
sólo son posibles «si ocurren cambios fundamentales de los valores y las actitudes del
hombre (o, como yo los llamaría, de la orientación del carácter humano) como una
nueva ética y una nueva actitud hacia la naturaleza» (las cursivas son mías). Lo que
ellos dicen confirma lo que otros afirmaron antes y después de que su informe fue
publicado: una nueva sociedad es posible sólo si, en el proceso de desarrollarla,
también se forma un nuevo ser humano, o en términos más modestos, si ocurre un
cambio fundamental de la estructura de carácter del Hombre contemporáneo.

Por desgracia, los dos informes fueron escritos con el espíritu cuantitativo,
abstracto e impersonal tan característico de nuestra época. Además, descuidan
completamente todos los factores políticos y sociales, sin los que no puede haber
un plan realista. Sin embargo, presentan datos valiosos, y por primera vez se
refieren a la situación económica de toda la especie humana, a sus posibilidades Y
a sus peligros. Su conclusión (es necesaria una nueva ética y una nueva actitud

1 Los límites del crecimiento, FCE, 2a reimpresión, 1975, y La humanidad en la encrucijada, FCE,
1975
hacia la naturaleza) resulta tanto más valiosa cuanto que es opuesta a sus premisas
filosóficas.

En el otro extremo de la escala se encuentra E. F. Schumacher, quien también


es economista, pero al mismo tiempo humanista radical. Su demanda de un
cambio humano radical se basa en dos argumentos: nuestro actual orden social nos
enferma; sufriremos una catástrofe económica a menos que cambiemos
radicalmente nuestro sistema social.

La necesidad de un profundo cambio humano no sólo es una demanda ética


o religiosa, ni sólo una demanda psicológica que impone la naturaleza patógena de
nuestro actual carácter social, sino que también es una condición para que
sobreviva la especie humana. Vivir correctamente ya no es sólo una demanda ética
o religiosa. Por primera vez en la historia, la supervivencia física de la especie humana
depende de un cambio radical del corazón humano. Sin embargo, esto sólo será posible
hasta el grado en que ocurran grandes cambios sociales y económicos que le den al
corazón humano la oportunidad de cambiar y el valor y la visión para lograrlo.
¿HAY UNA ALTERNATIVA PARA EVITAR LA
CATÁSTROFE?

Todos los datos mencionados aquí han sido publicados y son bien
conocidos. Lo casi increíble es que no se haya hecho un verdadero esfuerzo por
evitar lo que parece un decreto final del destino. Aunque en la vida privada nadie,
excepto un loco, permanecería pasivo ante una amenaza a su existencia, los
encargados de los asuntos públicos prácticamente no hacen nada, y los que les han
confiado su destino les permiten continuar inactivos.

¿Es posible que hayamos perdido el más fuerte de todos los instintos, el de
conservación? Una de las explicaciones más obvias es que los gobernantes hacen
muchas cosas que les permiten fingir que están actuando eficazmente para evitar
una catástrofe: sus interminables conferencias, sus resoluciones y conversaciones
sobre desarme causan la impresión de que los problemas se han identificado y que
están haciendo algo para resolverlos. Sin embargo, no hacen nada realmente
importante; pero gobernantes y gobernados anestesian sus conciencias y su
voluntad de sobrevivir, aparentando que conocen el camino y que avanzan en la
dirección correcta.

Otra explicación es que el egoísmo que genera el sistema hace que los
gobernantes antepongan su éxito personal a su responsabilidad social. Ya no nos
sorprende cuando los dirigentes políticos y los “ejecutivos” de los negocios toman
decisiones que parecen beneficiarlos, y que al mismo tiempo son nocivas y
peligrosas para la comunidad. Desde luego, si el egoísmo es un pilar de la ética
práctica contemporánea, ¿por qué habrían de actuar de otra manera? No parecen
saber que la avaricia (como la sumisión) vuelve a la gente estúpida aun en lo que
atañe a su verdadero interés, al interés de sus propias vidas y de las vidas de sus
esposas y sus hijos (cf. J. Piaget, El juicio moral del niño). Al mismo tiempo, el
público en general está tan egoístamente preocupado por sus asuntos particulares
que presta muy poca atención a los problemas que trascienden el terreno personal.

Sin embargo, hay otra explicación más del debilitamiento de nuestro instinto
de conservación: en la vida se requerirían cambios tan enormes que la gente
prefiere una catástrofe futura al sacrificio que tendría que hacer hoy día. La
descripción que hace Arthur Koestler de algo que le ocurrió durante la Guerra
Civil Española es un ejemplo notable de esta actitud común: Koestler se encontraba
en una cómoda quinta de un amigo cuando le informaron que avanzaban las
tropas de Franco; sin duda llegarían durante la noche, y muy probablemente lo
asesinarían; podía salvar su vida huyendo, pero la noche era fría y lluviosa, y la
casa tibia y cómoda. Se quedó, fue hecho prisionero, y casi milagrosamente salvó
su vida muchas semanas después gracias a los esfuerzos de algunos amigos
periodistas. Así también se comportan los que prefieren arriesgarse a morir a
soportar un examen que podría revelar una enfermedad grave, la cual requeriría
una gran operación quirúrgica.

Además de esta explicación de la fatal pasividad humana en cuestiones de


vida o muerte, hay otra, que es una de mis razones para escribir este libro. Me.
refiero al concepto de que no tenemos otras alternativas que los modelos del
capitalismo cooperativista, el socialismo socialdemócrata o soviético, o un
“fascismo (tecnocrático) con una cara sonriente”. La difusión de este concepto se
debe a que hemos hecho muy pocos esfuerzos por estudiar la posibilidad de crear
modelos sociales enteramente nuevos y de experimentar con éstos. Desde luego,
mientras los problemas de la reconstrucción social, aunque sólo sea parcialmente,
no preocupen a nuestros mejores científicos y técnicos, nos faltará imaginación
para crear alternativas nuevas y realistas.

El fin principal de este libro es analizar los dos modos básicos de la


existencia: tener y ser. En el Capítulo I presento algunas observaciones “a primera
vista” relativas a la diferencia entre estos dos modos. En el Capítulo II muestro la
diferencia, tomando varios ejemplos de la vida diaria que los lectores fácilmente
podrán relacionar con su experiencia personal. En el Capítulo III presento los
modos de tener y de ser que aparecen en el Antiguo y en el Nuevo Testamento, y
en los escritos del maestro Eckhart. En los capítulos siguientes me remito al
problema más difícil: el análisis de la diferencia entre tener y ser, e intento sacar
conclusiones teóricas basadas en datos empíricos. Hasta este punto, el libro trata
principalmente de los aspectos individuales de los dos modos básicos de la
existencia, pero en los capítulos finales me refiero a la importancia de estos modos
en la formación de un Hombre Nuevo y de una Sociedad Nueva, y estudio las
posibilidades de ofrecer alternativas al individuo enfermo y débil, y al catastrófico
desarrollo socioeconómico del mundo.
PRIMERA PARTE
LA DIFERENCIA ENTRE TENER Y SER

I.
UNA PRIMERA OJEADA

LA IMPORTANCIA DE LA DIFERENCIA ENTRE TENER Y SER

LA ALTERNATIVA entre tener que se opone a ser, no atrae al sentido


común. Parece que tener es una función normal de la vida: para vivir, debemos
tener cosas. Además, debemos tenerlas para gozarlas. En una cultura cuya meta
suprema es tener (cada vez más), y en la que se puede decir de alguien que “vale
un millón de dólares2”, ¿cómo puede haber una alternativa entre tener y ser? Al
contrario, parece que la misma esencia de ser consiste en tener; y si el individuo no
tiene nada, no es nadie.

Sin embargo, los grandes Maestros de la Vida han considerado la alternativa


entre tener y ser como el punto más importante de sus respectivos sistemas. Buda
enseña que para alcanzar la etapa más elevada del desarrollo humano, no debemos
anhelar posesiones. Jesucristo enseña: «Porque cualquiera que quisiera salvar su
vida, la perderá; y cualquiera que perdiere su vida por causa de mí, éste la salvará.
Porque ¿qué aprovecha al hombre, si se granjeara todo el mundo, y se pierda él a sí
mismo, o corra peligro de sí?» (San Lucas 9:24-25). El Maestro Eckhart enseñó que
no tener nada y permanecer abierto y “vacío”, no permitir al ego ser un estorbo en
nuestro camino, es la condición para lograr salud y fuerza espiritual. Marx enseñó
que el lujo es un defecto, tanto como la pobreza, y que nuestra meta debe consistir
en ser mucho, y no en tener mucho. (Me refiero aquí al verdadero Marx, al
humanista radical, y no a la falsificación vulgar que presenta el comunismo
soviético).

2 En inglés de los Estados Unidos, es la manera común de decir que tiene un millón de
dólares. [T.]
Durante muchos años he estado profundamente impresionado por esta
distinción, y he buscado su base empírica estudiando concretamente individuos y
grupos, mediante el método psicoanalítico. Lo que he observado me lleva a
concluir que esta distinción, junto con la del amor a la vida y el amor a la muerte,
representa el problema más crucial de la existencia. Los datos empíricos,
antropológicos y psicoanalíticos, tienden a demostrar que tener y ser son dos modos
fundamentales de la experiencia, las fuerzas que determinan la diferencia entre los
caracteres de los individuos y los diversos tipos de caracteres sociales.

EJEMPLOS EN VARIAS EXPRESIONES POÉTICAS

Como introducción para comprender la diferencia entre los modos de tener


y ser de la existencia, usaré como ejemplos dos poemas de contenido similar que el
extinto D. T. Suzuki cita en Lectures on Zen Budhism. Uno es el haikai del poeta
japonés Basho (1644-1694); el otro poema es de un poeta inglés del siglo XIX,
Tennyson. Cada poeta describe una experiencia similar: su reacción ante una flor
que ve durante un paseo. El verso de Tennyson dice así:

Flor en el muro agrietado,

te corté de las grietas.

Te tomo, con raíces y todo, en la mano.

Florecilla… si yo pudiera comprender

lo que eres, con raíces y todo lo demás,

sabría qué es Dios y qué es el hombre.

Traducido al español, el haikai de Basho dice más o menos así:

Cuando miro atentamente

¡veo florecer la nazuna

en la cerca!

La diferencia es notable. Tennyson reacciona ante la flor con el deseo de


tenerla. La “corta” con “raíces y todo”. Termina haciendo una especulación
intelectual sobre la posible utilidad de la flor para comprender la naturaleza de
Dios y del hombre, pero la flor muere como resultado de su interés por ella.
Tennyson, como lo vemos en su poema, puede compararse con el científico
occidental que busca la verdad desmembrando la vida.

La reacción de Basho ante la flor es enteramente distinta. No desea


arrancarla, ni aun tocarla. Sólo “la mira atentamente para verla”. Ésta es la
descripción de Suzuki:

Es probable que Basho paseara por una vereda en el campo cuando advirtió
algo casi escondido en una cerca. Al aproximarme más, miró atentamente, y
descubrió que sólo era una minúscula planta silvestre, generalmente no advertida
por los transeúntes. Es un hecho sencillo, descrito en el poema, y el sentimiento
específicamente poético sólo se expresa, quizás, en las dos últimas sílabas con lo
que en japonés se denomina kana. Esta partícula, frecuentemente vinculada con el
nombre, con el adjetivo o con el adverbio, expresa cierto sentimiento de
admiración o elogio, o tristeza o alegría, y a veces puede traducirse
apropiadamente con los signos de admiración. Este haikai termina con este signo.

Parece que Tennyson, en cambio, necesitaba poseer la flor para comprender


a la gente y a la naturaleza, y al tenerla, mató a la flor. Basho deseaba ver, y no sólo
observar la flor, sino identificarse con ésta y permitirle vivir. La diferencia entre
Tennyson y Basho queda plenamente explicada en este poema de Goethe:

Descubrimiento

Me paseaba por el bosque

completamente solo,

y no pensaba

buscar nada.

Vi en la sombra

una florecilla

brillante como las estrellas,

como unos bellos ojos.


Sentí deseo de cortarla,

pero me dijo suavemente:

¿deseas que me marchite

y muera?

La tomé

con raíces y todo

y la llevé al jardín

de una bella casa,

y la planté de nuevo

en un lugar tranquilo

donde ahora ha crecido

y florece.

Caminando sin ningún propósito, Goethe se siente atraído por una florecilla
brillante. Siente el mismo impulso que Tennyson: cortarla, pero a diferencia de
Tennyson, Goethe advierte que esto significaría matarla. Para Goethe, la flor está
tan viva que le habla; y resuelve el problema en forma diferente de Tennyson o
Basho. Toma la flor “con raíces y todo” y la planta de nuevo para no matarla.
Goethe se encuentra, por decirlo así, entre Tennyson y Basho. Para él, en el
momento crucial, la fuerza de la vida resulta más poderosa que la fuerza de la pura
curiosidad intelectual. Huelga decir que en este bello poema Goethe expresa el
meollo de su concepto de investigación de la naturaleza.

La relación de Tennyson con la flor es según el modo de tener o poseer: no


una posesión material, sino del conocimiento. La relación de Basho y de Goethe
con la flor es según el modo de ser, el modo de existencia en que no se tiene nada
ni se anhela tener algo, sino que se goza empleando productivamente las facultades,
identificándose con el mundo.

Goethe, el gran amante de la vida, uno de los más notables enemigos del
desmembramiento humano y de la mecanización, en muchos poemas expresó el
modo de ser, opuesto al de tener. Su Fausto es una descripción dramática del
conflicto entre ser y tener (esto último representado por Mefistófeles), y en el
siguiente poema breve expresa la cualidad de ser con la mayor simplicidad:

La propiedad

Sé que nada me pertenece

sino el pensamiento

que sin grilletes

fluye de mi alma,

y todo momento favorable

que el destino clemente

me permite gozar profundamente.

La diferencia entre ser y tener no es esencialmente la misma que hay entre


Oriente y Occidente. La diferencia está, antes bien, entre una sociedad interesada
principalmente en las personas, y otra interesada en las cosas. La orientación de
tener es característica de la sociedad industrial occidental, en que el afán de lucro,
fama y poder se han convertido en el problema dominante de la vida. Las
sociedades menos enajenadas (como la sociedad medieval, los indios zuni, las
sociedades tribales africanas que no se han visto afectadas por la idea del
“progreso” moderno) tienen sus propios Bashos. Quizá después de unas cuantas
décadas de industrialización, los japoneses producirán un Tennyson. No es que el
Hombre occidental no pueda comprender plenamente los sistemas orientales,
como el budismo zen (como creía Jung), sino que el Hombre moderno no puede
comprender el espíritu de una sociedad que no está centrada en la propiedad y en
la codicia. Desde luego, los escritos del Maestro Eckhart (tan difíciles de
comprender como los de Basho o el zen) y de Buda sólo son dos dialectos del
mismo idioma.

CAMBIOS IDIOMÁTICOS

Cierto cambio del hincapié en tener y ser resulta obvio en el creciente uso de
sustantivos y en el empleo cada vez menos frecuente de verbos en los idiomas
occidentales en los últimos siglos.

Un sustantivo es la denotación adecuada de una cosa. Puedo decir que tengo


cosas: por ejemplo, que tengo una mesa, una casa, un libro, un auto. La denotación
adecuada de una actividad, de un proceso, es un verbo: por ejemplo, soy amo,
deseo, odio, etc. Sin embargo, cada vez más frecuentemente una actividad se
expresa como tener; esto es, se usa un sustantivo en vez de un verbo; pero expresar
una actividad mediante el verbo tener en relación con un nombre es valerse mal
del idioma, porque los procesos y las actividades no pueden poseerse, sólo
realizarse.

Observaciones antiguas: Du Marais-Marx

Las consecuencias nefastas de esta confusión se reconocieron en el siglo


XVIII. Du Marais planteó con mucha precisión el problema en su obra póstuma Les
veritables principes de la grammaire (1769). Escribió: «En el ejemplo, tengo un reloj,
tengo debe entenderse en su sentido propio; pero si afirmo tengo una idea, tengo
sólo se dice de manera imitativa. Es una expresión prestada. Tengo una idea
significa pienso, concibo algo de esta manera o de esta otra. Tengo ganas significa deseo,
etc.» (le agradezco al Dr. Noam Chomsky la referencia a Du Marais).

Un siglo después de que Du Marais observó el fenómeno de la sustitución


de nombres por verbos, Marx y Engels se refirieron al mismo problema, pero en
forma más radical, en La sagrada familia. En su “Crítica crítica” a Edgar Bauer hay
un ensayo pequeño, pero importante, sobre el amor, en el que se hace referencia a
la siguiente afirmación de Bauer: «El amor… es un dios cruel que, como toda
deidad, aspira a adueñarse del hombre, en su totalidad y no se da por satisfecho
hasta que éste no le ha sacrificado no solamente su alma sino también su yo físico.
Su culto es la pasión, y el punto culminante de este culto el sacrificio de sí mismo,
el suicidio».

Marx y Engels comentan: Bauer «convierte al amor en un “dios”, y no en un


dios cualquiera, sino en un “dios cruel”, haciendo del hombre enamorado, del amor
del hombre, el hombre del amor, para lo cual separa al “amor” del hombre como un
ser aparte». Marx y Engels señalan aquí el factor decisivo en el uso del sustantivo
en vez del verbo. El sustantivo “amor”, que sólo es una abstracción de la actividad
de amar, se convierte en algo distinto del hombre. El amante se vuelve el hombre
del amor. El amor se convierte en un dios, en un ídolo en que el hombre proyecta
su amor; en este proceso de enajenación deja de sentir amor, y sólo está en contacto
con su capacidad de amar por su sometimiento al dios del amor. Ha dejado de ser
una persona activa que siente; se vuelve un adorador enajenado de un ídolo, y se
siente perdido cuando no está en contacto con su ídolo.

Uso contemporáneo

Durante 200 años desde Du Marais, esta tendencia a sustituir los sustantivos
por verbos ha aumentado en una proporción que él difícilmente podría haber
imaginado. Éste es un ejemplo típico, aunque levemente exagerado, del lenguaje
actual. Una persona que busca la ayuda del psicoanalista inicia la conversación con
la siguiente frase: «Doctor, tengo una preocupación; tengo insomnio. Tengo una
casa bonita, hijos hermosos y un matrimonio feliz, pero tengo muchas
preocupaciones». Hace algunas décadas, en vez de “tengo una preocupación”, el
pariente probablemente habría dicho: “Estoy preocupado”; en vez de “tengo
insomnio”, “no puedo dormir”; en vez de “tengo un matrimonio feliz”, habría dicho
“soy feliz en mi matrimonio”.

El modo de hablar más reciente indica el alto grado de enajenación


prevaleciente. Al decir “tengo una preocupación”, en vez de “me siento
preocupado”, se elimina la experiencia subjetiva: el yo de la experiencia se ve
remplazado por la posesión. Transformo mi sentimiento en algo que poseo: la
preocupación; pero “preocuparse” es una expresión abstracta que se aplica a todo
tipo de dificultades. No puedo tener una preocupación, porque no la puedo poseer;
sin embargo, ésta puede poseerme. Es decir, transformo mi yo en “una
preocupación” y soy poseído por mi creación. Esta manera de hablar revela una
alienación oculta, inconsciente.

Desde luego, se puede alegar que el insomnio es un síntoma físico, como el


dolor de garganta o de muelas, y que por consiguiente es legítimo afirmar que se
tiene insomnio, como se dice que se tiene un dolor de garganta. Sin embargo, hay
una diferencia: un dolor de garganta o de muelas es una sensación corporal más o
menos intensa, pero tiene poca calidad psíquica. Se puede tener un dolor de
garganta porque se tiene una garganta, o un dolor de muelas porque se tienen
muelas. Al contrario, el insomnio no es una sensación corporal, sino un estado
mental, el de no poder dormir. Si hablo de “tener insomnio” en vez de decir “no
puedo dormir”, revelo mi deseo de eliminar la experiencia de angustia, inquietud,
tensión, que me impide dormir, y tratar el fenómeno mental como si fuera un
síntoma corporal.

Veamos otro ejemplo: carece de sentido decir: “tengo un gran amor”. El


amor no es algo que se pueda tener, sino un proceso, una actividad interior a la que
se está sujeto. Puedo amar puedo estar enamorado, pero al amar, no tengo… nada.
De hecho, cuanto menos tenga, más puedo amar.

EL ORIGEN DE LOS TÉRMINOS

“Tener” es una expresión engañosamente sencilla. Todo ser humano tiene


algo: un cuerpo 3, ropas, casa, y el hombre y la mujer modernos tienen un auto, una
televisión, una lavadora, etc. Es virtualmente imposible vivir sin tener algo. ¿Por
qué, pues, tener constituye un problema? Sin embargo, la historia lingüística de
“tener” indica que esta palabra es un problema. A los que creen que tener
constituye la categoría más natural de la existencia humana puede sorprenderles
enterarse de que en muchos idiomas no hay palabra que signifique “tener”. Por
ejemplo, en hebreo “yo tengo” debe expresarse en la forma indirecta jesh li (“es
para mí”). De hecho, predominan los idiomas que expresan la posesión de esta
manera, y no con “tener”. Es interesante observar que en el desarrollo de muchas
lenguas la construcción “es para mí” más tarde se transforma en “tengo”; pero
como señaló Emile Benveniste, la evolución no ocurre en la dirección inversa 4. Este
hecho sugiere que la palabra tener se desarrolló en relación con la propiedad
privada, y ésta no existe en las sociedades en que la propiedad es
predominantemente funcional; esto es, una posesión sólo sirve para usarse. Los
futuros estudios sociolingüísticos deberán decidir si esta hipótesis resulta válida y
hasta qué grado.

Tener parece un concepto relativamente sencillo, pero ser constituye una


forma muy complicada y difícil. “Ser” se usa de diferentes maneras: 1) Como
cópula: como en “yo soy alta”, “yo soy blanco”, “yo soy pobre”, o sea, una
denotación gramatical de identidad (en muchos idiomas no se usa la palabra “ser”
en este sentido; en español se distinguen las cualidades permanentes que
pertenecen a la esencia del sujeto con el verbo ser, y las cualidades contingentes
que no son esenciales con el verbo estar); 2) Como forma pasiva de un verbo: por

3 Debe mencionarse aquí, por lo menos de paso, que también existe una relación del ser con
su propio cuerpo en la que siente el cuerpo como algo vivo, y que puede expresarse diciendo “yo
soy mi cuerpo”, y no “yo tengo mi cuerpo”; todas las prácticas de conciencia sensorial manifiestan
esta experiencia de ser del cuerpo.

4 Las citas lingüísticas están tomadas de Benveniste.


ejemplo, “soy golpeado” significa que soy objeto de la actividad de otra persona, y
no el sujeto de mi actividad, como en “golpeo”; 3) Con el significado existir: como
Benveniste mostró, “ser” cuando significa existir es un término diferente de “ser”
como cópula que expresa identidad: «Las dos palabras han coexistido y aún
pueden coexistir, aunque son totalmente distintas».

El estudio de Benveniste arroja una nueva luz sobre el significado de “ser”


como verbo por su propio derecho, y no como cópula. “Ser”, en las lenguas
indoeuropeas, se expresa con la raíz es, que significa “existir, encontrarse en la
realidad”. Existencia y realidad se definen como “lo auténtico, consistente,
verdadero”. (En sánscrito, sant significa “existente”, “un bien verdadero”,
“verdad”; el superlativo Sattama, significa “lo mejor”). “Ser” en su raíz etimológica
significa, pues, más que una afirmación de identidad entre el sujeto y el atributo.
Es más que un término descriptivo de un fenómeno. Denota la realidad de la
existencia de lo que es o quien es; afirma la autenticidad y la verdad (de él, de ella,
de ello). Al afirmar que alguien o algo es, nos referimos a la esencia de la persona o
de la cosa, y no a su apariencia.

Este examen preliminar del significado de tener y ser nos lleva a estas
conclusiones:

1. Con ser o tener no me refiero a ciertas cualidades o propiedades de un


sujeto en afirmaciones como éstas: “Tengo un auto” o “soy blanco” o “soy feliz”.
Me refiero a dos modos fundamentales de existencia, a dos tipos distintos de
orientación ante el yo y ante el mundo, a dos tipos distintos de estructura del
carácter cuyo predominio respectivo determina la totalidad del pensamiento, de
los sentimientos y de los actos de la persona.

2. En el modo de existencia de tener, mi relación con el mundo es de


posesión y propiedad, deseo convertir en mi propiedad todo el mundo y todas las
cosas, incluso a mí mismo.

3. En el modo de existencia de ser, debemos identificar dos formas de ser.


Una se opone a tener, como se ilustra en la afirmación de Du Marais, y significa una
relación viva y auténtica con el mundo. La otra forma de ser se opone a la
apariencia y se refiere a la verdadera naturaleza, a la verdadera realidad de una
persona o cosa que se opone a las apariencias engañosas, como se ilustra en la
etimología de ser (Benveniste).
LOS CONCEPTOS FILOSÓFICOS DE SER

La discusión del concepto de ser resulta más complicada, porque “ser” ha


sido tema de miles de libros filosóficos, y “¿qué es ser?” ha sido una de las
preguntas críticas de la filosofía occidental. El concepto de ser se tratará aquí desde
el punto de vista antropológico y psicológico, pero la discusión filosófica, desde
luego, también se relaciona con el problema antropológico. Como hasta una breve
presentación del desarrollo del concepto de ser en la historia de la filosofía, desde
los presocráticos hasta la filosofía moderna, rebasa los límites de este libro, sólo
mencionaré un punto crítico: el concepto de proceso, actividad y movimiento como
elemento de ser. Como ha señalado George Sirnmel, la idea de ser implica un
cambio, significa devenir, y tiene sus dos representantes más grandes y más firmes
en el inicio y en el cenit de la filosofía occidental: en Heráclito y en Hegel.

Afirmar que ser constituye una sustancia permanente, intemporal e


inmutable, y que es lo opuesto a devenir, como lo expresaron Parménides, Platón y
los escolásticos “realistas”, sólo tiene sentido basándose en la noción idealista de
que el pensamiento (idea) es la realidad última. Si la idea de amar (en el sentido
platónico) es más real que la experiencia de amar, se puede decir que el amor como
idea es permanente e inmutable; pero cuando nos basamos en la realidad de los
seres humanos que existen, aman, odian y sufren, entonces no existe un ser que al
mismo tiempo no se transforme y cambie. Las estructuras vivas sólo pueden existir
si se transforman y cambian. El cambio y el desarrollo son cualidades inherentes al
proceso vital.

El radical concepto de la vida de Hegel y Heráclito como proceso y no como


sustancia tiene un paralelo en el mundo oriental, en la filosofía de Buda. No hay
lugar en el pensamiento budista para el concepto de sustancia permanente y
durable, ni para las cosas ni para el yo. Nada es real, sino los procesos 5. El
pensamiento científico contemporáneo ha producido un renacimiento de los
conceptos filosóficos del pensamiento del proceso al descubrirlos y aplicarlos a las
ciencias naturales.

5 Z. Fiser, uno de los filósofos checoslovacos más sobresalientes, aunque poco conocido,
relacionó el concepto budista del proceso con la auténtica filosofía marxista. Por desgracia su obra
sólo se ha publicado en lengua checa y por ello es desconocida para la mayoría de los lectores
occidentales. (Lo conozco por una traducción inglesa inédita).
TENER Y CONSUMIR

Antes de examinar algunos ejemplos sencillos de los modos existenciales de


tener y de ser, debo mencionar otra manifestación de tener: incorporar. Incorporar
una cosa, por ejemplo, comiendo o bebiendo, es una forma arcaica de poseerla. En
cierto momento de su desarrollo, el niño tiende a meterse en la boca las cosas que
desea. Así el niño toma posesión, cuando su desarrollo corporal aún no le ofrece
otras formas de dominar sus posesiones. Descubrimos la misma relación entre
incorporación Y posesión en muchas formas de canibalismo. Por ejemplo, al
comerme a otro ser humano, adquiero sus poderes (el canibalismo puede ser el
equivalente mágico de adquirir esclavos); al comerme el corazón de un hombre
valiente, adquiero su valor; al comerme un animal totémico, adquiero la sustancia
divina que el animal totémico simboliza.

Desde luego, la mayoría de los objetos no pueden ser incorporados


físicamente (aunque fuera así, se perderían de nuevo en el proceso de eliminación);
pero también hay una incorporación simbólica y mágica. Si creo que he incorporado
la imagen de Dios, de un padre o de un animal, ésta no me puede ser arrancada ni
eliminada. Devoro el objeto simbólicamente, y creo en su presencia simbólica
dentro de mí. Por ejemplo, Freud explicó el superego afirmando que era la suma
total introyectada de las prohibiciones y las órdenes del padre. Una autoridad, una
institución, una idea, una imagen pueden introyectarse de la misma manera: las
tengo eternamente protegidas en mis entrañas, por decirlo así (“introyección” e
“identificación” a menudo se usan como sinónimos, pero es difícil determinar si
realmente constituyen el mismo proceso. De cualquier manera, la palabra
“identificación” no debe usarse descuidadamente cuando se quiere hablar de
imitación o subordinación).

Hay muchas otras formas de incorporación que no se relacionan con las


necesidades fisiológicas y que, por ello, no son limitadas. La actitud inherente al
consumismo es devorar todo el mundo. El consumidor es el eterno niño de pecho
que llora reclamando su biberón. Esto es obvio en los fenómenos patológicos, como
el alcoholismo y la adicción a las drogas. Evidentemente, destacamos estas
adicciones porque sus efectos afectan las obligaciones sociales de la persona adicta.
Fumar compulsivamente no se critica, porque, aun cuando también es una
adicción, no modifica las funciones sociales del fumador, sino posiblemente “sólo”
la duración de su vida.

Más adelante en este libro estudiaremos otras formas del consumismo


cotidiano. Aquí sólo señalaré que, en lo que al ocio se refiere, los automóviles, la
televisión, los viajes y el sexo son los principales objetos del consumismo actual, y
aunque los denominamos actividades de los momentos de ocio, sería mejor
llamarlos pasividades de los momentos de ocio.

En resumen, consumir es una forma de tener y quizá la más importante en


las actuales sociedades industriales ricas. Consumir tiene cualidades ambiguas:
alivia la angustia, porque lo que tiene el individuo no se lo pueden quitar; pero
también requiere consumir más, porque el consumo previo pronto pierde su
carácter satisfactorio. Los consumidores modernos pueden identificarse con la
fórmula siguiente: yo soy = lo que tengo y lo que consumo.
II.
TENER Y SER EN LA EXPERIENCIA COTIDIANA

Como la sociedad en que vivimos se dedica a adquirir propiedades y a


obtener ganancias, rara vez vemos una prueba del modo de existencia de ser, y la
mayoría considera el modo de tener como el modo más natural de existir, y hasta
como el único modo aceptable de vida. Esto hace especialmente difícil comprender
la naturaleza del modo de ser, y hasta entender que tener sólo es una de las
posibles orientaciones. Sin embargo, estos dos conceptos están enraizados en la
experiencia humana. Ninguno debe ni puede examinarse de manera puramente
abstracta e intelectual; ambos se reflejan en nuestra vida cotidiana y deben tratarse
concretamente. Los siguientes ejemplos bastante sencillos de cómo tener y ser
aparecen en la vida cotidiana pueden ayudar a los lectores a comprender estos dos
modos de existir.

EL APRENDIZAJE

En el modo de existencia de tener los estudiantes asisten a clases, escuchan


las palabras del maestro y comprenden su estructura lógica y su significado. De la
mejor manera posible, escriben en sus cuadernos de apuntes todas las palabras que
escuchan; así más tarde podrán aprender de memoria sus notas y ser aprobados en
el examen; pero el contenido no pasa a ser parte de su sistema individual de
pensamiento, ni lo enriquece ni lo amplía. En vez de ello, los alumnos transforman
las palabras que oyen en conjuntos fijos de pensamientos o teorías, y las
almacenan. Los estudiantes y el contenido de las clases continúan siendo extraños
entre sí, pero cada estudiante pasa a ser propietario de un conjunto de
afirmaciones hechas por alguien (que las creó o las tomó de otra fuente).

En el modo de tener, los estudiantes sólo tienen una meta: retener lo


“aprendido”. Con este fin lo depositan firmemente en su memoria, o lo guardan
cuidadosamente en sus notas. No deben producir ni crear algo nuevo. De hecho,
los individuos del tipo de tener se sienten perturbados por las ideas o los
pensamientos nuevos acerca de una materia, porque lo nuevo los hace dudar de la
suma fija de información que poseen. Desde luego, para quien tener es la forma
principal de relacionarse con el mundo, las ideas que no puede definir claramente
(o redactar) le causan temor, como cualquier cosa que se desarrolla y cambia y que
no puede controlarse.

En el modo de ser, el proceso de aprender es de una calidad enteramente


distinta para los estudiantes en su relación con el mundo. En primer lugar, no
asisten a las clases, ni aun a la primera clase, con la mente en blanco. De antemano
han pensado en los problemas que se tratan en las clases, y tienen en mente ciertas
cuestiones y problemas propios. Se han ocupado del tema, y les interesa. En vez de
ser recipientes pasivos de las palabras y de las ideas, escuchan, oyen, y lo que es
más importante, captan y responden de manera productiva y activa. Lo que
escuchan estimula la actividad de su pensamiento. En su mente surgen nuevas
preguntas, nuevas ideas y perspectivas. Para ellos oír es un proceso vital. Escuchan
con interés lo que dice el maestro, y espontáneamente le dan vida a lo que oyen.
No sólo adquieren conocimientos que pueden llevar a casa y recordar. El
estudiante se siente afectado y cambia: es distinto después de la clase. Desde luego,
este modo de aprender sólo puede existir si la clase ofrece material estimulante. En
el modo de ser, la charla vacía no ayuda, y en estas circunstancias, en el modo de
ser, los estudiantes descubren que es preferible no oír, y concentrarse en sus
propios pensamientos.

Por lo menos de paso debemos referimos a la palabra “interés”, que en el


lenguaje común se ha vuelto una expresión pálida y desgastada. Sin embargo, su
significado esencial se encuentra en su raíz latina: “inter-esse; estar en [o] entre”.
Este interés activo se expresaba en el inglés antiguo con el verbo “to list” (adjetivo,
listy; adverbio, listily). En el inglés moderno, “to list” sólo se usa en el sentido
espacial: “A ship lists” (un barco se inclina a la banda); el significado original en el
sentido psíquico sólo queda en la forma negativa “listless” (indiferente). “To list”
en una época significó “esforzarse activamente” o “estar genuinamente
interesado”. La raíz es la misma que la de “lust” (codicia), pero “to list” no es una
codicia que arrastra, sino un interés o esfuerzo activo y libre. “To list” es una, de las
expresiones básicas del autor anónimo (de mediados del siglo XIV) de The Cloud of
Unknowing (Evelyn Underhill, ed.). Que el lenguaje sólo haya conservado la
palabra en su sentido negativo es característico del cambio de espíritu de la
sociedad desde el siglo XIII hasta el XX.

LA MEMORIA

La memoria puede ejercerse en el modo de tener y en el de ser. Lo más


importante para la diferencia entre las dos formas de recordar es el tipo de relación
que se hace. En el modo de tener, recordar es una relación enteramente mecánica,
como cuando la relación entre una palabra y la siguiente está firmemente
establecida por la frecuencia con que aparece; o las relaciones pueden ser
puramente lógicas, como la relación entre los opuestos, o entre conceptos
convergentes, o de tiempo, espacio, tamaño, color, o dentro de un sistema dado de
pensamiento.

En el modo de ser, se recuerdan activamente las palabras, las ideas, las


escenas, las pinturas, la música; o sea, se relaciona un dato sencillo que se recuerda
con muchos otros datos con los que éste tiene relación. En el caso de ser, las
relaciones no son mecánicas ni puramente lógicas, sino vitales. Un concepto se
relaciona con otro mediante un acto productivo de pensar (o sentir) que se realiza
cuando se busca la palabra exacta. Un ejemplo sencillo: si asocio la palabra “dolor”
o “aspirina” con “dolor de cabeza”, me refiero a una asociación lógica y
tradicional; pero si asocio la palabra “tensión” o “ira” con “dolor de cabeza”,
relaciono el dato con sus posibles consecuencias, y obtengo este conocimiento
estudiando el fenómeno. Este último tipo de memoria constituye en sí un acto de
pensamiento productivo. El ejemplo más notable de este tipo de memoria vital es
“la asociación libre” descubierta por Freud.

Los que no se sienten inclinados a almacenar datos reconocen que su


memoria, para funcionar bien, necesita un interés poderoso e inmediato. Por
ejemplo, se sabe de individuos que recordaron palabras de una lengua extranjera
aunque hace mucho la habían olvidado, cuando tuvieron la necesidad vital de
hacerlo. Por experiencia sé que, aunque no estoy dotado de muy buena memoria,
recuerdo el sueño de alguien que he psicoanalizado dos semanas o cinco años
antes, cuando de nuevo me enfrento y me concentro en toda la personalidad de ese
paciente; pero, cinco minutos antes, en frío, por decirlo así, no puedo recordar ese
sueño.

En el modo de ser, recordar implica dar vida a algo que vimos u oímos
antes. Podemos ejercitar esta memoria productiva tratando de imaginar la cara de
una persona o un panorama que vimos en el pasado. No somos capaces de
recordar instantáneamente en ambos casos; debemos recrear el sujeto, darle vida
en nuestros pensamientos. Este tipo de memoria no siempre es fácil; para recordar
plenamente una cara o un panorama debemos haberlas observado con suficiente
concentración. Cuando se logra plenamente esta manera de recordar, la persona
cuya cara se recuerda es tan viva, el panorama recordado tan vívido, como si la
persona o el panorama realmente se encontraran físicamente presentes.

En el modo de tener, cómo se recuerda una cara o un panorama se


caracteriza por la manera como la mayoría de la gente reacciona ante una
fotografía. Ésta sólo sirve para ayudar a la memoria a identificar a una persona o
un panorama, y la reacción usual es afirmar: “Sí, éste es”, o “Sí, yo he estado allí”.
La fotografía se convierte, para la mayoría de la gente, en una memoria enajenada.

El recuerdo que se confía al papel es otra forma de memoria enajenada.


Cuando escribo lo que deseo recordar, estoy seguro de tener esa información, y no
trato de grabármela en la memoria. Estoy seguro de mi posesión; pero cuando
pierdo mis notas, también olvido la información. Pierdo mi capacidad de recordar,
porque mi banco de memoria (mis notas) se ha convertido en una parte
externalizada de mí.

Debido a la multitud de datos que en nuestra sociedad contemporánea


necesitamos recordar, es inevitable tomar apuntes y recurrir a la información
depositada en los libros; pero la tendencia a no ejercitar la memoria está
alimentando más allá de toda proporción razonable. Se puede observar fácilmente
que cuando apuntamos las cosas disminuye nuestra capacidad de recordar:
algunos ejemplos típicos pueden resultar útiles.

Un ejemplo cotidiano se advierte en las tiendas. Hoy día el empleado o la


empleada de una tienda rara vez hacen de memoria una suma sencilla de dos o
tres cantidades, sino que inmediatamente se vale de la máquina. El aula ofrece otro
ejemplo. Los maestros pueden observar que los estudiantes que escriben
cuidadosamente todas las palabras de una clase, muy probablemente comprenden
y recuerdan menos que los alumnos que confían en su capacidad de comprender y,
por consiguiente, de recordar al menos lo esencial. Además, los músicos saben que
los que más fácilmente leen una partitura tienen más dificultad para recordar la
música sin ella6. (Toscanini, cuya memoria era extraordinaria, es un buen ejemplo
de un músico con el modo de ser). Daré un último ejemplo: en México he
observado que los analfabetos o los que saben escribir muy poco tienen mejor
memoria que los habitantes cultos de los países industrializados. Entre otros
hechos, esto sugiere que saber leer no es una bendición, como se asegura
especialmente cuando se usa este conocimiento sólo para leer materiales que
disminuyen la capacidad de experimentar y de imaginar.

6 Me dio esta información el Dr. Moshe Budmor.


LA CONVERSACIÓN

La diferencia entre los modos de tener y ser puede observarse fácilmente en


dos ejemplos de comunicación verbal. Imaginemos una discusión típica entre dos
hombres, en la que A tiene una opinión X, y B tiene una opinión Y. Cada uno se
identifica con su propia opinión, y desea encontrar argumentos mejores, o sea más
razonables para defender su opinión. Ninguno espera cambiar su propia opinión,
ni la de su oponente. Cada uno teme modificar su opinión, porque es una de sus
posesiones y perderla significaría empobrecerse.

La situación es distinta en una conversación que no pretende ser un debate.


¿Quién no ha sido presentado a una persona distinguida o famosa o hasta con
cualidades reales, o a una persona de la que desea obtener algo: un buen empleo,
ser amado o admirado? En estas circunstancias, muchos individuos suelen sentirse
angustiados, y a menudo “se preparan” para el importante encuentro. Piensan en
los temas que podrían interesar al otro; planean de antemano cómo podrán iniciar
la conversación; algunos hasta determinan toda la parte que les corresponde de la
charla. O pueden animarse recordando lo que tienen: sus éxitos pasados, su
personalidad encantadora (o su personalidad: agresiva, si este papel es más eficaz),
su posición social, sus relaciones, su apariencia y su traje. En una palabra,
mentalmente hacen un balance de su valor, y basándose en esta evaluación,
exhiben sus mercancías en la conversación. El que es muy hábil en esto impresiona
a muchas personas, pero la impresión causada se debe sólo en parte al desempeño
individual, y más bien a la pobreza de juicio de la mayoría de la gente. Si el actor
no es tan bueno, su actuación parecerá rígida, artificial, aburrida, y no despertará
mucho interés.

En contraste, existen individuos que se enfrentan a una situación sin


prepararse, y no se valen de ningún recurso. En vez de esto, responden espontánea
y productivamente; se olvidan de sí mismos, de sus conocimientos y de su posición
social. Su ego no les estorba, y precisamente por ello pueden responder
plenamente a la otra persona y a sus ideas. Inventan ideas, porque no se aferran a
nada, y así pueden producir y dar. Mientras que en el modo de tener las personas
se apoyan en lo que tienen, en el modo de ser los individuos se basan en el hecho
de que son, de que están vivos y que algo nuevo surgirá si tienen el valor de
entregarse y responder. Se entregan plenamente a la conversación, y no se inhiben,
porque no les preocupa lo que tienen. Su vitalidad es contagiosa, y a menudo
ayuda al otro a trascender su egocentrismo. Así, la conversación deja de ser un
intercambio de mercancías (información, conocimientos, status) y se convierte en
un diálogo en que ya no importa quién tiene la razón. Los duelistas comienzan a
danzar juntos, y no se separan con un sentimiento de triunfo o de tristeza
(igualmente estériles), sino de alegría. (El factor esencial en la terapia psicoanalítica
es esta cualidad vivificante del terapeuta. Ninguna interpretación psicoanalítica
servirá si el ambiente psicoanalítico es pesado, aburrido y poco vital).

LA LECTURA

Lo que se aplica a la conversación igualmente puede decirse de la lectura,


que es, o debería ser, una conversación entre autor y lector. Desde luego, en la
lectura (como en una conversación) es importante a quien leo (o con quien habló).
Leer una novela mediocre, burda, es una forma de soñar despierto. No permite
una reacción productiva; el texto se devora como un programa de televisión o
como las papas fritas que se comen mientras se ve televisión; pero una buena
novela, por ejemplo de Balzac, puede leerse con una participación interior,
productivamente (esto es, en el modo de ser). Sin embargo, probablemente la
mayor parte del tiempo ésta también se lea según el modo de consumir, o de tener.
Después de que a los lectores se les despierta la curiosidad, desean conocer la
trama: si el héroe muere o vive, si la heroína es seducida o resiste. Los lectores
desean conocer las respuestas. La novela sirve como una especie de “avance” para
excitarles; el final feliz o infeliz es la culminación de su experiencia: cuando los
lectores conocen el final, poseen toda la historia, casi con tanta realidad como si
surgiera de su imaginación; pero no han aumentado su cultura; no han
comprendido a los personajes de la novela, no han ampliado su conocimiento de la
naturaleza humana, ni han logrado conocerse a sí mismos.

Los modos de leer se aplican igualmente a un libro de filosofía o de historia.


La manera de leer un libro de filosofía o de historia se forma (o mejor se deforma)
por la educación. La escuela intenta darles a los estudiantes cierta cantidad de
“propiedad cultural”, y al final de los cursos certifica que los estudiantes tienen por
lo menos una cantidad mínima. A los alumnos les enseñan a leer un libro para que
puedan repetir los principales pensamientos del autor. Así es como los estudiantes
“conocen” a Platón, Aristóteles, Descartes, Spinoza, Leibniz, Kant, Heidegger o
Sartre. La diferencia entre los diversos niveles de educación, desde la preparatoria
hasta la universidad, consiste principalmente en la cantidad de propiedad cultural
que se adquiere, que corresponde aproximadamente a la cantidad de propiedad
material que los alumnos esperan recibir en su vida posterior. Los llamados
estudiantes excelentes pueden repetir con mayor exactitud lo que ha dicho cada
uno de los filósofos. Son como un catálogo de museo bien documentado; pero no
aprenden lo que se encuentra más allá de este tipo de propiedad cultural. No
aprenden a cuestionar a los filósofos, a hablarles; no aprenden a advertir las
contradicciones de los filósofos, si eluden ciertos problemas o si evaden
determinados temas; no aprenden a distinguir lo que era nuevo y lo que los
autores no pudieron dejar de pensar porque era considerado de “sentido común”
en su época; no aprenden a oír para distinguir cuando los autores sólo hablan con
su cerebro, y cuando hablan con su cerebro y su corazón; no aprenden a descubrir
si los autores son auténticos o falsos; y muchas cosas más.

En el modo de ser, los lectores a menudo advierten que hasta un libro muy
admirado carece enteramente de valor o tiene un valor muy limitado; o logran
comprender plenamente un libro, a veces mejor que el autor, quien pudo haber
considerado que todo lo que escribió era igualmente importante.

EL EJERCICIO DE LA AUTORIDAD

Otro ejemplo de la diferencia entre los modos de tener y de ser es el ejercicio


de la autoridad. El punto crítico es la diferencia entre tener autoridad y ser una
autoridad. Casi todos ejercemos la autoridad por lo menos en alguna época de
nuestra vida. Los que crían a sus hijos deben ejercer la autoridad (deseen hacerlo o
no) para protegerlos de los peligros y darles por lo menos los consejos
indispensables para que sepan actuar en diferentes situaciones. En una sociedad
patriarcal, también las mujeres están sometidas a la autoridad de la mayoría de los
hombres. La mayor parte de los miembros de una sociedad burocrática organizada
jerárquicamente, como la nuestra, ejerce la autoridad, salvo la gente de los niveles
más bajos de la sociedad, que sólo está sometida a la autoridad.

Comprender la autoridad en los dos modos depende de reconocer que “la


autoridad” es un término amplio con dos significados totalmente distintos: puede
ser “racional” o “irracional”. La autoridad racional se basa en la capacidad, y
ayuda a desarrollarse a la persona que se apoya en ésta. La autoridad irracional se
basa en la fuerza y explota a la persona sujeta a ésta. (Ya he analizado esta
distinción en El miedo a la libertad).

En las sociedades más primitivas, las de los cazadores y recolectores, ejerce


la autoridad la persona generalmente reconocida con capacidad para esa tarea. Las
cualidades que integran esta capacidad dependen mucho de las circunstancias
específicas, pero hay la impresión de que deben incluir la experiencia, la sabiduría,
la generosidad, la habilidad, la “buena presencia”, el valor. No hay autoridades
permanentes en estas tribus, pero surgen en caso de necesidad. O hay diferentes
autoridades para distintas ocasiones: las guerras, los actos religiosos, la
conciliación de disputas. Cuando desaparecen o se debilitan las cualidades en que
se basa la autoridad, ésta también desaparece. Una forma muy similar de
autoridad puede observarse en muchas sociedades primitivas, en que la capacidad
a menudo no se basa en la fuerza física, sino en cualidades como la experiencia y la
“sabiduría”. En un experimento muy ingenioso con monos, J. M. R. Delgado (1967)
mostró que si el animal dominante pierde aun momentáneamente las cualidades
que le dan competencia, su autoridad termina.

Ser autoridad se basa no sólo en la capacidad para realizar ciertas funciones


sociales, sino igualmente en la esencia misma de una personalidad que ha
conseguido un alto grado de desarrollo e integración. Estas personas irradian
autoridad y no tienen que dar órdenes, amenazar ni sobornar. Son individuos muy
desarrollados que muestran por lo que son (y no principalmente por lo que hacen
o dicen) cómo pueden ser los humanos. Los grandes Maestros de la Vida tuvieron
este tipo de autoridad, y con un grado menor de perfección, individuos así pueden
encontrarse en todos los niveles culturales y en las culturas más diversas. (El
problema de la educación depende de este punto. Si los padres lograran un
desarrollo mayor y se apoyaran en sus propios centros, la contradicción entre la
educación autoritaria y la del tipo laissez-faire apenas existiría. Por necesitar la
autoridad, el niño reacciona ante ésta con gran avidez; por otra parte, el niño se
rebela contra las presiones, el descuido o “el exceso de cuidado” de la gente que
muestra con su conducta que no ha hecho los esfuerzos que el niño espera que
haga.

Cuando se formaron las sociedades basadas en un orden jerárquico, más


grandes y más complejas que las de cazadores y recolectores, la autoridad basada
en la capacidad fue sustituida por la autoridad basada en la posición social. Esto
no significa que la autoridad sea necesariamente incompetente, sino que la
capacidad no constituye un elemento esencial de la autoridad. Apenas hay relación
entre la capacidad y la autoridad en el caso de la autoridad monárquica (en la que
la lotería de los genes decide las cualidades de competencia), o de un criminal sin
escrúpulos que logra llegar a la autoridad mediante el crimen y la traición, o de la
democracia moderna, en que se elige al candidato, con frecuencia por su fisonomía
fotogénica o por el dinero que puede gastar en la elección.

Hay serios problemas en los casos de autoridad basada en alguna capacidad:


un dirigente puede ser competente en un campo, e incompetente en otro. Por
ejemplo, un estadista puede tener capacidad para dirigir una guerra y ser
incompetente en la paz; o un dirigente que es honrado y valiente al principio de su
carrera, pierde estas cualidades por la seducción del poder; o la edad y las
enfermedades pueden llevarlo a la decadencia. Finalmente, debemos considerar
que para los miembros de una pequeña tribu resulta mucho más fácil juzgar la
conducta de una autoridad que para millones de personas en nuestro sistema, que
sólo conocen a su candidato por la imagen artificial que le ofrecen los especialistas
en relaciones públicas.

Sean cuales fueren las razones de la pérdida de las cualidades que forman la
capacidad, en la mayoría de las sociedades más grandes y organizadas
jerárquicamente ocurre el fenómeno de la alienación de la autoridad. La capacidad
inicial, verdadera o supuesta, se transfiere al uniforme o al título de la autoridad. Si
ésta usa el uniforme adecuado u ostenta el título apropiado, su signo externo de
capacidad remplaza a la capacidad verdadera y sus cualidades. El rey (usamos este
título como símbolo de este tipo de autoridad) puede ser estúpido, vicioso, malo, o
sea totalmente incompetente para ser una autoridad; sin embargo, tiene autoridad.
Mientras conserve el título, se supondrá que tiene las cualidades de la capacidad.
Aunque el emperador esté desnudo, todo el mundo cree que usa bellas ropas.

La gente no confunde en forma espontánea los uniformes y los títulos con


las cualidades verdaderas de la capacidad. Los que tienen estos símbolos de
autoridad y los que se benefician con ellos deben embotar el pensamiento crítico y
realista de la gente para que crea la ficción. El que estudie esto advertirá las
maquinaciones de la propaganda, los métodos con que se destruye el juicio crítico,
cómo la mente es adormecida por medio de clichés para someterla, cómo la gente se
atonta al volverse dependiente y perder su capacidad de confiar en sus ojos y en su
juicio. La ficción en la que cree le oculta la realidad.

TENER CONOCIMIENTOS Y CONOCER

La diferencia entre el modo de tener y el modo de ser en la esfera del


conocimiento se expresa con dos fórmulas: “Tengo conocimiento” y “conozco”.
Tener conocimiento es tomar y conservar la posesión del conocimiento disponible
(la información); conocer es funcional y sólo sirve como medio en el proceso de
pensar productivamente.

Nuestra comprensión de la cualidad de conocer en el modo de existencia de


ser puede ampliarse con los pensamientos de Buda, de los profetas hebreos, de
Jesucristo, del Maestro Eckhart, de Sigmund Freud, de Karl Marx. Según su punto
de vista, el conocimiento empieza con la conciencia del engaño de lo que perciben
nuestros sentidos en el sentido de que nuestro panorama de la realidad física no
corresponde a lo que “realmente es” y, principalmente, en el sentido de que la
mayoría de la gente está semidespierta, semidormida, y no advierte que la mayor
parte de lo que cree verdadero y evidente es una ilusión producida por la
influencia sugestiva del mundo social en que vive. Así pues, el conocimiento
empieza con la destrucción de las ilusiones, con la desilusión (Enttäuschung).
Conocer significa penetrar a través de la superficie, llegar a las raíces, y por
consiguiente a las causas. Conocer significa “ver” la realidad desnuda, y no
significa poseer la verdad, sino penetrar bajo la superficie y esforzarse crítica y
activamente por acercarse más a la verdad.

Esta cualidad de la penetración creadora se expresa en la palabra hebrea


jadoa, que significa conocer y amar, en el sentido de la penetración sexual
masculina. Buda, el Despierto, pide a la gente que despierte y que se libere de la
ilusión de que codiciar cosas produce felicidad. Los profetas hebreos piden a la
gente que despierte y le dicen que sus ídolos no son sino obra de sus manos,
ilusiones. Jesucristo dice: “La verdad os hará libres”. El Maestro Eckhart muchas
veces expresa su concepto de conocer; por ejemplo, cuando habla de Dios afirma:
“El conocimiento no es un pensamiento particular, sino que arranca (todas las
cubiertas) y es desinteresado y corre desnudo hacia Dios, hasta que lo toca y lo
ase” (Blakney, p. 243). (“Desnudez” y “desnudo” son las expresiones favoritas del
Maestro Eckhart y también de su contemporáneo, el autor anónimo de The Cloud of
Unknowing). Según Marx, es necesario destruir las ilusiones para crear las
condiciones que las volverán innecesarias. El concepto freudiano del conocimiento
de sí mismo se basa en la idea de destruir las ilusiones (“racionalizaciones”) para
tener conciencia de la realidad inconsciente. (Último de los pensadores de la
Ilustración, Freud puede ser llamado un pensador revolucionario de acuerdo con
la filosofía de la Ilustración del siglo XVIII, y no con la del siglo XX).

A todos estos pensadores les preocupaba la salvación humana; todos


criticaban las pautas de pensamiento socialmente aceptadas. Consideraban que la
meta del conocimiento no era la certidumbre de “una verdad absoluta”, algo con lo
que es posible sentirse seguro, sino el proceso de afirmar la razón humana. Para
alguien que sabe, la ignorancia es tan buena como el conocimiento, ya que ambos
forman parte del proceso del saber, aunque la ignorancia de este tipo es distinta de
la ignorancia del que no reflexiona. En el modo de ser, el conocimiento óptimo es
conocer más profundamente. En el modo de tener, consiste en poseer más conocimientos.

Nuestra educación generalmente intenta preparar al estudiante para que


tenga conocimientos como posesión, que por lo general se evalúan por la cantidad
de propiedad o prestigio social que probablemente tendrá más tarde. El mínimo
que recibe el alumno es la cantidad que después necesitará para desempeñar
adecuadamente su trabajo. Además, a cada uno le dan “un paquete de
conocimientos de lujo” para aumentar su sentimiento de valor, y el tamaño de
cada paquete está de acuerdo con el probable prestigio social que tendrá la
persona. Las escuelas son las fábricas que producen estos paquetes de
conocimientos generales, aunque usualmente afirman que intentan poner a los
estudiantes en contacto con los logros más elevados del pensamiento humano.
Muchas universidades son especialmente hábiles para alimentar estas ilusiones.
Ofrecen una gran variedad de conocimientos, desde pensamiento y arte de la India
hasta existencialismo y surrealismo para que los estudiantes elijan un poco de cada
tema, y en nombre de la espontaneidad y la libertad no les exigen que se
concentren en una materia, y ni aun que terminen de leer un libro. (La crítica
radical de Ivan Hich al sistema escolar pone en relieve muchas de estas fallas).

LA FE

En un sentido religioso, político o personal, el concepto de la fe puede tener


dos significados totalmente distintos, si ésta se aplica en el modo de tener, o en el
modo de ser.

En el modo de tener, la fe es la posesión de una respuesta de la que no se


tiene una prueba racional. Consiste en fórmulas creadas por otros, que el individuo
acepta porque se somete a los otros, generalmente a una burocracia. Esto ofrece un
sentimiento de certidumbre debido al poder real (o sólo imaginario) de la
burocracia. Es un boleto de entrada para poder reunirse con un numeroso grupo
humano. Alivia al individuo de la pesada tarea de pensar por sí mismo y de tomar
decisiones. Así nos convertimos en uno de los beati possidentes, los felices
propietarios de la fe verdadera. En el modo de tener, la fe brinda certidumbre;
pretende ofrecer un conocimiento último, final, que es creíble porque parece muy
firme el poder de los que proclaman y protegen la fe. Desde luego, ¿por qué no
aceptar la certidumbre, si sólo requiere renunciar a la propia independencia?

Dios, originalmente el símbolo del valor más elevado que podemos


experimentar dentro de nosotros, se convierte, en el modo de tener, en un ídolo.
Según el concepto de los profetas, un ídolo es una cosa que hacemos nosotros y en
la que proyectamos nuestros poderes, y que por ello nos empobrece. Nos
sometemos a nuestra creación, y con nuestra sumisión nos ponemos en contacto
con nosotros mismos en una forma enajenada. Puedo tener un ídolo porque es una
cosa, pero al someterme a éste, simultáneamente él me posee. Después de que Dios
se convierte en un ídolo, las supuestas cualidades divinas tienen muy poca relación
con mi experiencia personal, como sucede con las doctrinas políticas enajenadas. El
ídolo puede ser proclamado Señor de la Misericordia; pero cualquier crueldad
puede someterse en su nombre, así como la fe enajenada en la solidaridad humana
justifica cometer los actos más inhumanos. En el modo de tener, la fe es un apoyo
para los que desean estar seguros, para los que desean una respuesta a la vida y no
se atreven a buscarla ellos mismos.

En el modo de ser, la fe constituye un fenómeno totalmente distinto.


¿Podemos vivir sin la fe? ¿No debe tener fe el niño de pecho en los senos
maternos? ¿No debemos tener fe en otros seres, en los que amamos y en nosotros
mismos? ¿Podemos vivir sin tener fe en la validez de las normas de nuestra vida?
En realidad, sin fe nos volvemos estériles, perdemos toda esperanza y le tememos
a la esencia misma de nuestro ser.

En el modo de ser, la fe no consiste, en primer término, en creer en ciertas


ideas (aunque también puede serlo), sino en una orientación interior, en una
actitud. Mejor sería decir que se está en la fe y no que se tiene fe. (La distinción
teológica entre la fe que es creencia —fides quae creditur— y la fe como creencia —
fides qua creditur— refleja una distinción similar entre el contenido y el acto de la fe).
Se puede estar en la fe hacia uno mismo y en los otros, y la persona religiosa puede
estar en la fe en Dios. El Dios del Antiguo Testamento es, ante todo, una negación
de los ídolos, de los dioses que podemos tener. Aunque concebido como analogía
con un rey oriental, el concepto de Dios se trasciende desde el mismo principio.
Dios no debe tener nombre, ni debemos hacer una imagen de Dios.

Más tarde, en el desarrollo judío y cristiano, se intentó eliminar totalmente la


idolatría a Dios, o luchar con el peligro de la idolatría postulando que ni aun las
cualidades de Dios pueden formularse. O más radicalmente en el misticismo
cristiano (desde el falso Dionisio Areopagita hasta el desconocido autor de The
Cloud of Unknowing y el Maestro Eckhart) el concepto de Dios tiende a ser el del
único, la “Divinidad” (la no-cosa), y así se unen los puntos de vista expresados en
los Vedas y en el pensamiento neoplatónico. Esta fe en Dios se ve confirmada por
la experiencia interior de las cualidades divinas que existen en uno mismo; es un
proceso continuo, activo, de una creación de sí mismo, o como dice el Maestro
Eckhart: de Cristo que eternamente renace en nosotros.

La fe en mí mismo, en los demás, en la humanidad, en nuestra capacidad de


llegar a ser plenamente humanos, también implica certidumbre, pero basada en mi
experiencia, y no en mi sumisión a una autoridad que impone una creencia dada.
Es la certidumbre de una verdad que no puede demostrarse con una evidencia
racionalmente concluyente; sin embargo es una verdad de la que estoy seguro
debido a mi evidencia subjetiva, experiencias. (La palabra hebrea que designa fe es
emunah “certidumbre”; amen significa “ciertamente”).

Aunque esté seguro de la integridad de un hombre, nunca podré demostrar


su integridad hasta su último día; estrictamente hablando, si su integridad
permanece inviolada hasta el momento de su muerte, ni aun esto excluye la idea
positivista de que quizá habría podido haber manchado su integridad si hubiera
vivido más tiempo. Mi certidumbre se basa en mi conocimiento profundo de los
otros y en mi experiencia del amor y de la integridad. Este tipo de conocimiento
sólo es posible en el grado en que pueda librarme de mi ego y ver a los otros
hombres en su mismidad, reconocer la estructura de sus poderes, verlos en su
individualidad y al mismo tiempo en su humanidad universal. Entonces sabré lo
que los otros pueden hacer, lo que no pueden hacer, y lo que no harán. Desde
luego, no quiero decir que yo pueda predecir toda su conducta futura, sino sólo las
líneas generales de su conducta que están enraizadas en los rasgos básicos del
carácter, como la integridad, la responsabilidad, etc. (Véase el capítulo “La fe como
un rasgo de carácter” en Ética y psicoanálisis).

Esta fe se basa en hechos; por consiguiente es racional; pero los hechos no


pueden reconocerse ni “demostrarse” según el método de la psicología positivista
convencional; yo, la persona viva, soy el único instrumento que puede
“registrarlos”.

EL AMOR

Amar también tiene dos significados, según se hable en el modo de tener o


en el modo de ser.

¿Es posible tener amor? Si se pudiera, el amor necesitaría ser una cosa, una
sustancia susceptible de tenerla y poseerla. La verdad es que no existe una cosa
concreta llamada “amor”. “El amor” es una abstracción, quizá una diosa o un ser
extraño aunque nadie ha visto a esa diosa. En realidad, sólo existe el acto de amar,
que es una actividad productiva. Implica cuidar, conocer, responder, afirmar,
gozar de una persona, de un árbol, de una pintura, de una idea. Significa dar vida,
aumentar su vitalidad. Es un proceso que se desarrolla y se intensifica a sí mismo.
Experimentar amor en el modo de tener implica encerrar, aprisionar o
dominar al objeto “amado”. Es sofocante, debilitador, mortal, no dador de vida. Lo
que la gente llama amor la mayoría de las veces es un mal uso de la palabra, para
ocultar que en realidad no ama. Puede dudarse de que muchos padres amen a sus
hijos. Lloyd de Mause afirmó que durante los pasados dos milenios de historia
occidental ha habido informes de crueldad para con los hijos, desde tortura física y
psíquica, descuido, franca posesividad y sadismo tan terribles que puede creerse
que los padres amantes son la excepción y no la regla.

Lo mismo puede afirmarse de los matrimonios. Ya sea que el matrimonio se


base en el amor, como el matrimonio tradicional del pasado, o en la conveniencia
social o en las costumbres, los esposos que verdaderamente se aman parecen ser la
excepción. La conveniencia social, la costumbre, el interés económico mutuo, el
interés compartido en los hijos, la dependencia mutua, o el odio o el temor mutuos
se experimentan conscientemente como “amor”, hasta el momento en que uno o
ambos esposos reconocen que no se aman, y que nunca se han amado. Hoy día se
pueden observar algunos progresos en este aspecto: las personas se han vuelto más
realistas y sinceras, y muchas ya no creen que sentirse sexualmente atraído
signifique amar, o que una relación amistosa, aunque distante, sea una
manifestación del amor. Este nuevo punto de vista ha impuesto mayor sinceridad,
y también más frecuentes cambios de pareja. Esto no necesariamente ha hecho que
se ame con más frecuencia, y los esposos modernos pueden amarse tan poco como
los antiguos.

El cambio de “rendirse al amor” a la ilusión de “tener” amor a menudo


puede observarse en detalles concretos en la historia de las parejas que “se rinden
al amor”. (En El arte de amar he señalado que la palabra “rendirse” en la frase
“rendirse al amor” es una contradicción. Como amar es una actividad productiva.
Sólo se puede estar enamorado o enamorarse; no es posible “rendirse” al amor,
porque esto denota pasividad).

Durante el noviazgo nadie está seguro todavía de su pareja, pero cada uno
trata de conquistar al otro. Ambos son vitales, atractivos, interesantes, y hasta
bellos, ya que la vitalidad embellece el rostro. Ninguno tiene al otro; por
consiguiente las energías de ambos están dirigidas a ser, es decir, a dar y a
estimular al otro. En el matrimonio, la situación con frecuencia cambia
fundamentalmente. El acta matrimonial le da a cada esposo la posesión exclusiva
del cuerpo, de los sentimientos y de las atenciones del otro. Ninguno de los dos
debe conquistar, porque el amor se ha convertido en algo que se tiene, en una
propiedad. Los esposos dejan de esforzarse por ser amables y dar amor, por ello se
aburren, y su belleza desaparece. Se sienten desilusionados y confundidos. ¿Ya no
son las mismas personas? ¿Cometieron un error al casarse? Cada cónyuge
generalmente busca en el otro la causa del cambio, y ambos se sienten
defraudados, pero no advierten que ya no son los mismos que cuando se amaban;
que el error de creer que se puede tener amor, ha hecho que dejen de amarse. En
vez de amarse, llegan a un acuerdo para compartir lo que tienen: el dinero, la
posición social, la casa, los hijos. Por ello, en algunos casos el matrimonio que se
inicia con amor, se transforma en una asociación amistosa, en una empresa en la
que dos egotismos se reúnen en uno solo: el de “la familia”.

Cuando una pareja no puede sobreponerse al anhelo de renovar el antiguo


sentimiento de amor, uno o ambos esposos puede tener la ilusión de que un nuevo
compañero (o compañeros) calmará su deseo vehemente. Creen que sólo desean
tener amor; pero para ellos el amor no es una expresión de su ser; es una diosa a la
que desean someterse. Necesariamente fracasan en el amor, porque “el amor es
hijo de la libertad” (como dice una antigua canción francesa), y el culto a la diosa
del amor llega a ser tan pasivo que causa aburrimiento, y él o ella pierden los
restos de su antiguo atractivo.

En esta descripción no intentamos implicar que el matrimonio no puede ser


la mejor solución para dos personas que se aman. La dificultad no reside en el
matrimonio, sino en la posesiva estructura existencias de los esposos y, en último
análisis, de su sociedad. Los partidarios de tan modernas formas de unión como el
matrimonio en grupo, el cambio de pareja, el sexo en grupos, etc., hasta donde
puedo advertir sólo tratan de evitar su dificultad de amar y aliviar el aburrimiento
con estímulos siempre nuevos y tratan de tener “amantes”, aunque no sean capaces
de amar a nadie. (Véase el análisis de la distinción entre estímulos “activos” y
“pasivos” en el Capítulo 10 de la Anatomía de la destructividad humana).
III.
TENER Y SER EN EL ANTIGUO Y EN EL NUEVO
TESTAMENTO Y EN LOS ESCRITOS DEL MAESTRO
ECKHART

EL ANTIGUO TESTAMENTO

Uno de los principales temas del Antiguo Testamento es: deja lo que tienes;
libérate de todas las cadenas, sé tú mismo.

La historia de las tribus hebreas comienza con la orden que Dios le da al


primer héroe hebreo, Abraham, de dejar su país y su clan: «Vete de tu tierra y de tu
parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré» (Génesis 12:1).
Abraham debe dejar lo que tiene (su tierra y su familia) y marcharse hacia lo
desconocido. Sin embargo, sus descendientes se establecen en una nueva tierra y
crean nuevos clanes. Este proceso los lleva a una esclavitud más severa.
Precisamente porque se vuelven ricos y poderosos en Egipto, se vuelven esclavos;
pierden la visión del Dios único, del Dios de sus antepasados nómadas, y adoran a
los ídolos, y los dioses de los ricos se vuelven sus amos.

El segundo héroe es Moisés. Dios le encarga que libere a su pueblo, que lo


saque del país que se ha convertido en su hogar (aunque posteriormente será un
hogar de esclavos) y que vayan al desierto a “celebrar”. De mala gana y con gran
desconfianza los hebreos siguen a su jefe Moisés, al desierto.

El desierto es el símbolo clave de esta liberación. El desierto no es un hogar,


no tiene ciudades ni ofrece riquezas; es el lugar de los nómadas que tienen lo que
necesitan; sólo requieren lo necesario para vivir, y no posesiones. Históricamente,
las tradiciones nómadas están entrelazadas en el informe del Éxodo, y quizá estas
tradiciones nómadas determinaran la tendencia a oponerse a las propiedades no
funcionales y a elegir vivir en el desierto como preparación para la vida libre; pero
estos factores históricos sólo fortalecen el significado del desierto como símbolo de
una vida sin trabas y sin propiedades. Algunos de los símbolos principales de las
fiestas judías tienen su origen en la relación con el desierto. El pan sin levadura es el
de los que tienen prisa por partir; es el pan de los vagabundos. El suka (“el
tabernáculo”) es el hogar de los nómadas: el equivalente a una tienda de campaña,
que fácilmente se levanta y se desarma. Como se define en el Talmud, es “la
morada transitoria”, para vivir, en vez de “la morada fija” que se posee.

Los hebreos anhelaban la abundancia de Egipto; tener un hogar fijo,


alimentos pobres pero seguros; ídolos visibles. Temían la incertidumbre de la vida
del desierto sin propiedades. Decían: «Ojalá hubiéramos muerto por mano de
Jehová en la tierra de Egipto, cuando nos sentábamos a las ollas de las carnes,
cuando comíamos pan en hartura; pues nos habéis sacado a este desierto; para
matar de hambre a toda esta multitud» (Éxodo 16:3). Dios, como en toda la historia
de la liberación, responde a la fragilidad moral del pueblo. Le promete alimentarlo:
en la mañana con “pan” y en la noche con “carne”. Añade dos importantes
mandamientos: cada individuo debe recoger de acuerdo a sus necesidades. «Y los
hijos de Israel lo hicieron así: y recogieron unos más, otros menos. Y medíanlo por
comer, y no sobraba al que había recogido mucho, ni faltaba al que había recogido
poco: cada uno recogió conforme a lo que había de comer» (Éxodo 16:17-18).

Por primera vez, aquí se formuló el principio que Marx hizo famoso: a cada
quien según sus necesidades. El derecho de alimentarse se estableció sin
cortapisas. Dios es aquí la madre que alimenta a sus hijos, que no deben hacer
nada para establecer su derecho de ser alimentados. El segundo mandamiento
condena la acumulación, la codicia y la posesividad. Al pueblo de Israel se le
ordenó que no guardara nada para la mañana siguiente: «Mas ellos no obedecieron
a Moisés, sino que algunos dejaron de ello para otro día, y crio gusanos, y
pudrióse; y enojóse contra ellos Moisés. Y recogíanlo cada mañana, cada uno según
lo que había de comer y luego que el sol calentaba, derretíase» (Éxodo 16:20-21).

En relación con la recolección del alimento, se introdujo la observación del


Shabbat (“Sabbath”). Moisés dijo a los hebreos que los viernes recogieran el doble
de la cantidad usual de alimento: «En los seis días lo recogeréis; mas el séptimo día
es sábado, en el cual no se hallará» (Éxodo 16:26).

El Shabbat fue el más importante de los conceptos bíblicos y posteriormente


del judaísmo. Era el único estrictamente religioso de los Diez Mandamientos: hasta
los profetas contrarios a los ritos insistieron en su cumplimiento; fue el
mandamiento más estrictamente observado durante los 2000 años de la Diáspora,
aunque su cumplimiento a menudo fue arduo y difícil. No se puede dudar de que
el Shabbat fue la fuente de vida para los judíos, quienes, dispersos, impotentes, y a
menudo despreciados y perseguidos, renovaban su orgullo y dignidad cuando,
como reyes, celebraban el Shabbat. ¿No es el Shabbat más que un día de descanso
en el sentido mundano de librar a la gente, por lo menos un día, del peso del
trabajo? Seguramente lo es, y esta función le confiere el rango de una de las más
grandes innovaciones de la evolución humana. Sin embargo, si esto fuera todo, el
Shabbat difícilmente habría desempeñado el importante papel que acabo de
describir.

Para comprender este papel debemos penetrar en la esencia de la institución


del Shabbat. No es el descanso per se, en el sentido de no hacer un esfuerzo físico o
mental, sino el reposo en el sentido de restablecer una armonía completa entre los
seres humanos y entre ellos y la naturaleza. Nada debe destruirse, y nada debe
construirse: el Shabbat es el día de la tregua en la batalla humana con el mundo.
Tampoco debe ocurrir ningún cambio social. Se considera que hasta arrancar una
hoja de hierba, rompe esta armonía, así como encender un fósforo. Por ello está
prohibido llevar algo en la calle (aunque sea tan pequeño como un pañuelo), pero
está permitido llevar un peso pesado en el propio jardín. No se prohíbe el esfuerzo
de llevar una carga, sino el de transportar cualquier objeto de una propiedad
privada a otra, porque esa transferencia constituía originalmente una transferencia
de propiedad. En el Shabbat se vive como si no se tuviera nada, sin perseguir otra
meta que ser, esto es, expresar nuestros poderes esenciales: rezar, estudiar, comer,
beber, cantar, hacer el amor.

El Shabbat es un día de alegría, porque ese día el individuo es plenamente él


mismo. Por ello el Talmud llama al Shabbat la anticipación del Tiempo Mesiánico,
y al Tiempo Mesiánico un Shabbat interminable: el día en que la propiedad, el
dinero y la aflicción y la tristeza son tabú; un día en que es abolido el tiempo, y
sólo domina el ser puro. Su predecesor histórico, el Shapatu babilónico, fue un día
de tristeza y temor. El domingo moderno es un día lleno de alegría, de consumo y
de huir de sí mismo. ¿No es tiempo de restablecer el Shabbat como día universal
de armonía y paz, como el día humano que anticipa el futuro humano?

La visión de un Tiempo Mesiánico es otra contribución específicamente


judía al mundo de la cultura, y esencialmente idéntica a la del Shabbat. Esta visión,
como el Shabbat, fue la esperanza vital de los judíos, que los mantuvo sin rendirse
a pesar de las graves desilusiones que les han producido los falsos Mesías, desde
Bar Kochba en el siglo II hasta nuestra época. Como el Shabbat, esta fue la visión
de un periodo histórico en que la propiedad no tendrá sentido, el temor y la guerra
terminarán, y expresar nuestros poderes esenciales se convertirá en meta de la
vida7.

La historia del Éxodo tiene un fin trágico. Los hebreos no pudieron soportar
vivir sin tener. Aunque pudieron vivir sin una morada fija, y sin otro alimento que
el que les enviaba Dios cada día, no pudieron vivir sin un “jefe” visible, presente.

Cuando Moisés desapareció en la montaña, los hebreos desesperados


pidieron a Aarón que les hiciera una representación visible de algo que pudieran
adorar: el Becerro de Oro. Se puede decir que pagaron el error de Dios de haberles
permitido conservar el oro y las joyas que habían llevado de Egipto. Con el oro,
llevaron el deseo de riqueza: y cuando llegó la hora de la desesperación, se
reafirmó la estructura posesiva de su existencia. Aarón hizo un becerro con el oro,
y la gente dijo: «Israel, éstos son tus dioses, que te sacaron de la tierra de Egipto»
(Éxodo 32:4).

Había muerto toda una generación, y ni aun a Moisés se le permitió entrar


en la nueva tierra; pero la nueva generación, como sus padres, tampoco fue capaz
de vivir sin trabas y de morar en una tierra sin tener vínculos con ésta.
Conquistaron nuevas tierras, exterminaron a sus enemigos, se establecieron en esos
territorios y adoraron sus ídolos. Transformaron su vida tribal democrática en un
despotismo oriental: lo hicieron en pequeña escala, pero deseosos de imitar a las
grandes potencias de esa época. La revolución había fracasado: su único logro fue,
si puede llamarse así, que los hebreos entonces eran amos y no esclavos. No serían
siquiera recordados hoy día más que como nota erudita de la historia del Cercano
Oriente, si el nuevo mensaje no hubiera sido expresado por pensadores y
visionarios revolucionarios que no fueron vencidos, como Moisés por el peso de la
autoridad y específicamente por la necesidad de usar métodos dictatoriales de
poder (por ejemplo, la destrucción total de los rebeldes en la época de Korach).

Estos pensadores revolucionarios, los Profetas hebreos, renovaron la visión


de la libertad humana: verse libres, de las cosas, protestar contra la sumisión a los
ídolos, que son obra de las manos del hombre. Fueron inflexibles y predijeron que
el pueblo tendría que ser nuevamente expulsado de su tierra, si incestuosamente se
fijaba en ésta y no podía vivir como pueblo libre, esto es, si no podía amarla sin
perderse en ésta. Para los Profetas, la expulsión de su patria fue una tragedia, pero
fue la única manera de encontrar una liberación final; no una generación sino

7Analicé el concepto del Tiempo Mesiánico en Seréis como dioses. También en ese libro
analicé el Shabbat, así como en el capítulo sobre “El rito del Sabbath” en El lenguaje olvidado.
muchas vivieron de nuevo en el desierto. Aun al predecir el nuevo desierto, los
Profetas estaban sosteniendo la fe de los judíos, y a la postre la de toda la especie
humana, con la visión mesiánica que prometía paz y abundancia sin requerir la
expulsión y el exterminio de los antiguos habitantes de la tierra.

Los verdaderos sucesores de los Profetas hebreos fueron los grandes sabios,
los rabinos, y ninguno más claramente que el fundador de la Diáspora: el rabino
Jochanan ben Sakai. Cuando los caudillos de la guerra contra los romanos (70 d.
C.) decidieron que era preferible morir que ser derrotados y perder su Estado, el
rabino Sakai cometió “traición”. Secretamente dejó Jerusalén, se rindió al general
romano, y le pidió permiso para fundar una escuela de cultura judía. Éste fue el
principio de la rica tradición judía y, al mismo tiempo, de la perdida de todo lo que
los judíos habían tenido: su Estado, su templo, su burocracia sacerdotal y militar,
sus animales para el sacrificio, y sus ritos. Todo se perdió y solamente les quedó
(como grupo) el ideal de ser: saber, aprender, pensar y esperar al Mesías.

EL NUEVO TESTAMENTO

El Nuevo Testamento continúa la protesta del Antiguo Testamento contra la


estructura de existencia de tener. Su protesta es aún más radical que la anterior
protesta judía. El Antiguo Testamento no fue producto de una clase pobre y
oprimida, sino que surgió de dueños de rebaños nómadas y de campesinos
independientes. Un milenio después, los fariseos, hombres ilustrados cuya obra
literaria fue el Talmud, representaban a la clase media; había algunos muy pobres
y otros muy ricos. Ambos grupos estaban imbuidos por el espíritu de justicia
social, la protección del pobre y la ayuda a todos los indefensos, como las viudas y
las minorías nacionales (gerim); pero la mayoría no condenaba la riqueza como un
mal o como incompatible con el principio de ser. (Véase el libro The Pharisees, de
Louis Finkelstein).

Los primeros cristianos, al contrario, principalmente eran un grupo de


pobres despreciados por la sociedad, de oprimidos y parias, quienes (como
algunos profetas del Antiguo Testamento condenaban la riqueza y el poder y
denunciaban inflexiblemente la riqueza y el poder secular sacerdotal como males
absolutos (véase El dogma de Cristo). En realidad, como dijo Max Weber, el Sermón
de la Montaña fue la proclama de una gran rebelión de esclavos. Característica de
los cristianos primitivos era una plena solidaridad humana, a veces expresada en
las ideas de un reparto comunal espontáneo de todos los bienes materiales. (A. F.
Utz examina la propiedad comunal de los cristianos primitivos y los ejemplos de
los griegos más antiguos, que probablemente conoció San Lucas).

Este espíritu revolucionario del cristianismo primitivo aparece con especial


claridad en las partes más antiguas de los Evangelios, tal como fueron conocidas
por las comunidades cristianas que aún no se separaban del judaísmo. (Las partes
más antiguas de los Evangelios pueden reconstruirse por la fuente común de San
Mateo y San Lucas, y fueron denominadas “Q” [del alemán Quelle, “fuente”] por
los especialistas en la historia del Nuevo Testamento. La obra de Siegried Schulz es
fundamental en este campo, y diferencia la antigua y la nueva tradición de la
“Q8”).

En estas afirmaciones encontramos el postulado principal de que la gente


debe librarse de la codicia y el deseo de posesión, y debe liberarse totalmente de la
estructura de tener, y al contrario, que todas las normas éticas positivas están
enraizadas en la ética de ser y compartir y en la solidaridad. Esta posición ética
fundamental se aplica a nuestra relación con los demás hombres y con las cosas. La
renuncia radical a los propios derechos (San Mateo 5:39-42; San Lucas 6:29 s.) y
también el mandamiento de amar a nuestros enemigos (San Mateo 5:44-48; San
Lucas 6:27 s., 32-36) subraya (aún más radicalmente que “el amor al prójimo” del
Antiguo Testamento) el interés en los otros seres humanos, y pide la renuncia total
del egoísmo “norma de ni siquiera juzgar al prójimo” (San Mateo 7:1-5 San Lucas
6:37 s., 41 s.) es una extensión del principio de olvidar nuestro ego y dedicarnos
totalmente a la comprensión y al bienestar de los demás.

En relación con las cosas, también se pide una total renuncia a la estructura
de tener. La comunidad más antigua insistía en la renuncia radical a la propiedad;
condenaba la acumulación de la riqueza. «No os hagáis tesoros en la tierra, donde
la polilla y el orín corrompe, y donde ladrones minan y hurtan; mas hacéos, tesoros
en el cielo, donde ni polilla ni orín corrompe, y donde ladrones no minan ni
hurtan; porque donde estuviera vuestro tesoro, allí estará vuestro corazón». (San
Mateo 6:19-21; San Lucas 12:33 s). Con el mismo espíritu Jesucristo dice:
«Bienaventurados vosotros los pobres, porque vuestro es el reino de Dios» (San
Lucas 6:20; San Mateo 5:3). Desde luego, el cristianismo primitivo fue una
comunidad de pobres que sufrían, mas tenían la convicción apocalíptica de que
había llegado el momento de la desaparición total del orden existente, según el
plan divino de salvación.

8 Agradezco a Rainer Funk su amplia información acerca de este tema, y sus valiosas
sugestiones.
El concepto apocalíptico del “juicio final” fue una versión de la idea
mesiánica, común en los círculos judíos de la época. La salvación y el juicio final
serían precedidos de un periodo de caos y destrucción, tan terrible que los rabinos
en el Talmud le pedían a Dios que los librara de vivir en el tiempo premesiánico.
Lo nuevo del cristianismo era que Jesucristo y sus seguidores creían que el tiempo
había llegado (o que se encontraba en un futuro cercano) y que ya se había iniciado
con la aparición de Jesucristo.

En realidad, no podemos dejar de relacionar la situación de los primeros


cristianos con lo que sucede en el mundo actual. Mucha gente, científicos más bien
que religiosos (con excepción de los Testigos de Jehová), cree que nos
aproximamos a la catástrofe final del mundo. Ésta es una visión sostenible
científica y racionalmente. La situación de los cristianos primitivos era muy
distinta. Vivían en una pequeña parte del Imperio Romano, por entonces en la
cumbre de su poder y de su gloria. No había señales alarmantes de una catástrofe.
Sin embargo, un pequeño grupo de judíos palestinos pobres estaba convencido de
que este poderoso mundo pronto sería destruido. Por lo que respecta a la realidad,
se equivocaron. Como resultado de que no reapareció Jesucristo, su muerte y
resurrección se interpretaron en los Evangelios como el principio de una nueva era,
y después de Constantino se intentó cambiar el papel mediador de Jesucristo por el
de la Iglesia papal. Finalmente, para todo fin práctico, la Iglesia se convirtió en el
sustituto (de hecho, pero no en teoría) de la nueva época.

Debemos tomar más en serio que la mayoría de la gente al cristianismo


primitivo, para comprender el radicalismo casi increíble de este pequeño grupo,
que pronunció su veredicto del mundo existente basado tan sólo en su convicción
moral. Por otra parte, la mayoría de los judíos que no pertenecían exclusivamente a
la parte más pobre y más oprimida de la población, pensaban de otra manera. Se
negaron a creer que había empezado la nueva época, y continuaron esperando al
Mesías que llegaría cuando la humanidad (y no sólo los judíos) alcanzara el reino
de la justicia, de la paz y del amor, y éste se realizara en un sentido histórico y no
escatológico.

La fuente “Q” más joven se originó en una etapa posterior del desarrollo del
cristianismo primitivo. Aquí también encontramos el mismo principio, y la historia
de Satanás que tienta a Jesucristo lo expresa de manera muy sucinta. En esa
historia se condena el afán de poseer cosas y la sed de poder, así como otras
manifestaciones de la estructura de tener. A la primera tentación (transformar las
piedras en pan, que simbólicamente expresa el deseo de cosas materiales)
Jesucristo contesta: «No con sólo el pan vivirá el hombre, mas con toda palabra que
sale de la boca de Dios» (San Mateo 4:4; San Lucas 4:4). Después Satanás tienta a
Jesucristo con la promesa de darle un poder completo sobre la naturaleza (cambiar
la ley de la gravedad), y finalmente, le ofrece un poder sin límites, el dominio, de
todos los reinos de la tierra; pero Jesucristo lo rechaza (San Mateo 4:5-10; San Lucas
4:5-12). (Rainer Funk me señaló el hecho de que las tentaciones se realizan en el
desierto, con lo que se repite el tema del Éxodo).

Jesucristo y Satanás aparecen aquí como representantes de dos principios


opuestos: Satanás representa el consumo material y el poder sobre la naturaleza y
el Hombre. Jesús representa la actividad de ser, y la idea de que no tener es la
premisa de ser. El mundo ha seguido los principios de Satanás, desde la época de
los Evangelios. Sin embargo, ni aun la victoria de estos principios pudo eliminar el
deseo de la realización plena de ser, expresado por Jesucristo y por otros muchos
grandes maestros que vivieron antes y después de él.

El rigorismo ético de rechazar la orientación de tener y buscar la orientación


de ser también se encuentra en las órdenes comunales judías, como la de los
esenios y la orden en la que se originaron los rollos del Mar Muerto. A través de la
historia del cristianismo, el rigor ético se continúa en las órdenes religiosas basadas
en el voto de pobreza y en la renuncia a las propiedades.

Otra manifestación de los conceptos radicales del cristianismo primitivo se


encuentra, en varios grados, en los escritos de los Padres de la Iglesia, que en este
aspecto también están influidos por el pensamiento filosófico griego sobre la
propiedad privada que se opone a la propiedad comunal. La falta de espacio no
me permite examinar detalladamente estos escritos, y aun menos la literatura
teológico y socióloga sobre este tema9. Con un grado de radicalismo diferente y con
cierta tendencia a un punto de vista menos radical, la mayor parte de la Iglesia se
convirtió en una institución poderosa; pero es innegable que los pensadores de la
Iglesia primitiva condenaban radicalmente el lujo y la codicia, y despreciaban las
riquezas.

San Justino escribió a mediados del siglo II: «Nosotros que amábamos la
riqueza (los bienes muebles) y las posesiones (las tierras) sobre todas las cosas, hoy
día tenemos propiedades comunales y las compartimos con los necesitados». En
una “Carta a Diogneto” (también del siglo II) hay un pasaje muy interesante que

9 Ver las contribuciones de A. F. Utz, O. Schilling, H. Schumacher y otros.


nos recuerda el pensamiento del Antiguo Testamento sobre los hombres sin hogar:
«Cualquier país extraño es su patria [de los cristianos], y cualquier patria les es
extraña». Tertuliano (siglo III) consideró que todo comercio era producto de la
codicia, y negó que fuera necesario para la gente que no siente codicia. Declaró que
el comercio encierra consigo el peligro de la idolatría. Llamó a la avaricia “la raíz
de todo mal10”.

Para San Basilio, como para los otros Padres de la Iglesia, el propósito de
todos los bienes materiales era servir a la gente; esta cita es característica suya: «Al
que se apodera del vestido de otra persona se le llama ladrón; pero el que no viste
al pobre y puede hacerlo, ¿no merece el mismo nombre?» (citado por Utz). San
Basilio hace hincapié en la comunidad original de los bienes, y algunos autores
sostienen que tenía tendencias comunistas. Concluiré este breve bosquejo con la
advertencia del Crisóstomo (siglo IV) de que no deben producirse ni consumirse
bienes superfluos: No digas «yo uso lo mío, porque usas lo que no es tuyo; el uso
egoísta, tolerante, convierte lo tuyo en algo ajeno; por eso lo llamo un bien ajeno,
porque lo usas con un corazón endurecido, y declaras que es justo, que sólo vives
de lo tuyo».

Podría continuar llenando muchas páginas con las opiniones de los Padres
de la Iglesia acerca de lo inmoral de la propiedad privada y el uso egoísta de
cualquier posesión. Sin Embargo, aun las pocas afirmaciones anteriores indican la
continuidad del rechazo de la orientación de tener, como lo encontramos en los
tiempos del Antiguo Testamento, en el cristianismo primitivo y en los siglos
posteriores. Hasta Santo Tomás de Aquino, que luchó abiertamente con las sectas
comunistas, concluyó que la institución de la propiedad privada sólo se justificaba
cuando se dedicaba a satisfacer el bienestar de todos.

El budismo clásico insiste aún más vigorosamente que los Testamentos


(Antiguo y Nuevo) en la gran importancia de renunciar al deseo de cualquier
posesión, incluso al propio ego, al concepto de una sustancia duradera, y aun al
deseo de la propia perfección11.

10 Los pasajes antes citados están tomados de la obra de Otto Schilling. Véanse también sus
citas de K. Farner y de T. Sommerlad.

11Los escritos de Nyanaponika Mahatera, en especial The Hearth of Buddhist Meditation y


Pathways of Buddhist Thought: Essays from the Wheel, muestran una penetrante comprensión del
budismo.
EL MAESTRO ECKHART (1260-1327)

Eckhart describió y analizó la diferencia entre los modos de la existencia de


tener y de ser con una penetración y una claridad no superada por ningún otro
maestro. Fue una importante figura de la orden de los dominicos en Alemania, un
gran teólogo y el representante más grande, profundo y radical del misticismo
alemán. Su mayor influencia proviene de sus sermones en alemán, que influyeron
no sólo en sus contemporáneos y en sus discípulos, sino también en los místicos
alemanes posteriores y, hoy día, en los que buscan una guía auténtica para una
filosofía no teísta y racional, pero religiosa.

Mi fuente para las siguientes citas de Eckhart es la gran obra de Joseph L.


Quint sobre Eckhart, Meister Eckhart, Die Deutschen Werke (citado aquí como “Quint
D. W.”), y su Meister Eckhart, Deutsche Predigten und Traktate (citado aquí como
“Quint D. P. T.”) y la traducción al inglés de Raymond B. Blakney, Meister Eckhart,
citada aquí como “Blakney”. Las ediciones de Quint sólo contienen pasajes que él
considera demostradamente auténticos, y el texto de Blakney (traducido del
alemán al inglés, edición Pfeiffer) incluye escritos cuya autenticidad no ha
reconocido Quint. Sin embargo, el mismo autor señala que su reconocimiento de la
autenticidad es provisional, que muy probablemente también son auténticas
muchas de las otras obras que se han atribuido al Maestro Eckhart. Los números en
cursiva que aparecen en las notas de la fuente se refieren a los sermones de Eckhart
tal como se identifican en las tres fuentes.

El concepto de tener según Eckhart

La fuente clásica de las ideas de Eckhart sobre el modo de tener, es su


sermón sobre la pobreza, basado en el texto de San Mateo 5:3: «Bienaventurados
los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos». En este sermón
Eckhart examina la pregunta: ¿Qué es la pobreza espiritual? Comienza afirmando
que no se refiere a la pobreza externa, a la pobreza de bienes, aunque ésta es buena
y recomendable, sino a la pobreza interior, citada en el versículo de los Evangelios,
que él define así: «Es un hombre pobre el que no desea nada, ni sabe nada, ni tiene
nada» (Blaknev 28; Quint D.W., 52; Quint D. P. T., 32).

¿Quién es el que no desea nada? Un hombre o una mujer que ha elegido la


vida ascética, es la respuesta común; pero Eckhart no se refiere a esto, y reprende a
los que creen que no desear nada es ejercitar el arrepentimiento y una práctica
religiosa externa. Considera que se aferran a su ego egoísta los que suscriben este
concepto. «Éstos tienen fama de santos por su apariencia externa, pero en su
interior son asnos; no comprenden el verdadero significado de la verdad divina».

Eckhart se interesa por el tipo de “deseo” que también es fundamental en el


pensamiento budista; esto es, la codicia, el anhelo de tener cosas y de satisfacer el
propio ego. El Buda considera que este deseo es la causa del sufrimiento humano,
y no de la alegría. Cuando Eckhart habla de no tener voluntad, no significa que el
individuo deba ser débil. La voluntad a la que se refiere es idéntica al anhelo, una
voluntad que nos arrastra, que no es, en un sentido verdadero, voluntad. Eckhart
llega a postular que el individuo no debe desear cumplir la voluntad de Dios, ya
que esto también es una forma de anhelo. El que no desea nada es el que no codicia
nada: esta es la esencia del concepto de desapego de Eckhart.

¿Quién es el que no sabe nada? ¿Determina Eckhart que es la criatura


ignorante, sin educación e inculta? ¿Cómo podría afirmar esto, si se esforzó tanto
por educar a los ignorantes, y él mismo fue un hombre de gran ilustración y
conocimientos, que no intentó ocultar o menospreciar?

El concepto de Eckhart de no saber nada se relaciona con la diferencia entre


tener conocimientos y el acto de conocer, o sea, penetrar en las raíces y, por
consiguiente, en las causas de las cosas. Eckhart distingue muy claramente entre
un pensamiento determinado y el proceso de pensar. Hace hincapié en que es
preferible conocer a Dios que amarlo, y escribe: “El amor tiene relación con el
deseo y la finalidad; en cambio, el conocimiento no es un pensamiento
determinado, sino que arranca todas las coberturas, es desinteresado y corre
desnudo hacia Dios, hasta que lo toca y lo ase”. (Blakney, Fragmento 27; Quint no
reconoce su autenticidad).

Pero Eckhart va más allá en otro nivel (y habla en varios niveles). Escribe:

Es un pobre que no sabe nada. A veces hemos dicho que el hombre debe
vivir como si no viviera, ni para su yo, ni para la verdad, ni para Dios12; pero en
este punto, diremos algo más, e iremos más allá. El hombre que quiera lograr esta
pobreza vivirá como un hombre que no sabe que vive, ni para sí mismo, ni para la
verdad, ni para dios. Es más; permanecerá libre y vacío de todo conocimiento, para
que no exista en él ningún conocimiento acerca de dios; porque cuando la

12 Blakney escribe con “D” mayúscula la palabra Dios cuando Eckhart se refiere a la
Divinidad, y una “d” minúscula cuando Eckhart se refiere al dios bíblico de la creación.
existencia del hombre es de la especie externa de Dios, no hay otra vida para él: su
vida es él mismo. Por ello, decimos que el hombre debe estar vacío de su propio
conocimiento, como cuando no existía, y que Dios haga su voluntad y el hombre
no tenga impedimentos. (Blakriey, 28; Quint, D. W., 52; Quint, D. P. T.; 32).

Para entender la postura de Eckhart es necesario captar el verdadero


significado de estas palabras. Cuando dice que “el hombre debe estar vacío de
conocimientos”, no significa que deba olvidar lo que sabe, sino que debe olvidar que
sabe. Es decir, no debemos considerar nuestros conocimientos como una posesión,
que nos ofrece seguridad y un sentimiento de identidad; no debemos estar “llenos”
de conocimientos, ni aferrarnos a éstos o codiciarlos. Los conocimientos no deben
constituirse en un dogma que nos esclaviza. Todo esto pertenece al modo de tener.
En el modo de ser, el conocimiento sólo es la actividad penetrante del
pensamiento, sin convertirse nunca en invitación a permanecer quieto para
encontrar la certidumbre. Continúa Eckhart:

¿Qué significa que el hombre no debe tener nada?

Ahora prestad mucha atención a esto: a menudo he dicho, y grandes


autoridades están de acuerdo, que para ser una morada propia para Dios y
adecuada para que Dios actúe, el hombre también debe verse libre de todas [sus]
cosas y [sus] acciones, interior y exteriormente. Ahora diremos algo más. Si un
hombre se encuentra vacío de cosas, de criaturas, de sí mismo y de dios, y si Dios
aún puede encontrar un lugar en él para actuar, entonces diremos: mientras este
[lugar] exista, el hombre no será un pobre que sufra la pobreza más íntima. Pues
Dios no intenta que el hombre tenga un lugar reservado para que Dios actúe en él,
ya que la verdadera pobreza de espíritu requiere que el hombre se vacíe de Dios y
de todas sus obras, para que si Dios desea actuar en el alma, él mismo puede ser el
lugar donde actúe, y si a él le place hacerlo… Por eso decimos que un hombre debe
ser tan pobre que no sea y no tenga un lugar para que Dios actúe en él. Reservar un
lugar sería conservar las distinciones. Por ello le ruego a Dios que me libre de dios
(Blakney, pp. 230-231).

Eckhart no podría haber expresado más radicalmente su concepto de no


tener. En primer lugar, debemos librarnos de nuestras cosas y de nuestras acciones.
Esto no significa que no debemos poseer ni hacer nada, sino no estar ligados,
atados, encadenados a lo que poseemos y a lo que tenemos, ni aun a Dios.

Eckhart enfoca los problemas de tener en otro nivel cuando examina la


relación entre la posesión y la libertad. La libertad humana se ve restringida en el
grado en que estamos atados a las posesiones, a nuestras obras y finalmente a
nuestros egos. Por estar atados a nuestros egos (Quint traduce el original alemán
medieval Eigenschaft como Ich-bindung o Ichsucht, “estar atado al ego” o
“egomanía”), nos estorbamos y no podemos dar frutos ni realizarnos plenamente
(Quint D. P. T., Introducción, p. 29). Creo que D. Mieth tiene razón cuando afirma
que la libertad como condición de la verdadera productividad sólo consiste en
renunciar al ego, como el amor en el sentido paulino se ve libre de toda atadura al
ego. La libertad en el sentido de no tener impedimentos, de verse libre del anhelo
de tener cosas y del propio ego, es la condición para amar y ser productivo.
Nuestra meta humana, según Eckhart, es librarnos de las cadenas que nos atan al
ego, al egocentrismo, es decir, al modo de tener de la existencia, para llegar a ser
plenamente. No conozco a ningún otro autor cuyo pensamiento sobre la naturaleza
de la orientación de tener en Eckhart, sea tan similar al mío como el de Mieth
(1971). Él habla de Besitzvtruklur des Menschen (“la estructura de la propiedad del
hombre”) en el mismo sentido, hasta donde puedo advertir, que yo hablo del
“modo de tener”, o de “la estructura de tener de la existencia”. Se refiere al
concepto marxista de “expropiación” cuando habla de romper con la estructura
interna de la propiedad, y añade que ésta es la forma más radical de expropiación.

En el modo de la existencia de tener, no importa qué objetos tenemos, sino


toda la actitud humana. Cualquier cosa puede convertirse en objeto de la codicia
las cosas que usamos en la vida diaria, las propiedades, los ritos, las buenas
acciones, el conocimiento y los pensamientos. No son en sí “malos”, pero se
vuelven malos cuando nos aferramos a éstos, cuando se vuelven cadenas que
afectan nuestra libertad e impiden nuestra realización.

Eckhart y su concepto de ser

Eckhart se vale del término ser en dos sentidos distintos, pero relacionados.
En un sentido estrecho y psicológico, ser denota las motivaciones genuinas y a
menudo inconscientes que impulsan a los seres humanos, en contraste con los
actos y las opiniones como tales, separados de la persona que actúa y piensa. Quint
acertadamente llama a Eckhart un extraordinario analista del alma (genialer
Seelenanalytiker): «Eckhart no se cansa de descubrir los nexos más secretos de la
conducta humana, los movimientos más ocultos del egoísmo, de las intenciones y
de las opiniones, de denunciar los apasionados anhelos de gratitud y recompensa»
(Quint D. P. T., Introducción, p. 29). Este atisbo de los motivos ocultos hace a
Eckhart muy atractivo para el lector posfreudiano, que ha superado la ingenuidad
de los prefreudianos y los puntos de vista conductistas que aún prevalecen, según
los cuales la conducta y la opinión son dos datos definitivos que no pueden
dividirse, como a principios de este siglo se suponía que el átomo no se dividía.
Eckhart expresa esta idea en numerosas afirmaciones, de las cuales es característica
la siguiente: «La gente no debe considerar tanto lo que debe hacer sino lo que es…
por ello procuremos hacer hincapié en ser buenos, y no en el número ni en la
calidad de las cosas que hacemos. Debemos hacer hincapié, en cambio, en los
fundamentos en que se apoya nuestro trabajo». Nuestro ser es la realidad, el
espíritu que nos mueve, el carácter que impulsa nuestra conducta; en cambio, los
hechos o las opiniones que están separados de nuestro centro dinámico no tienen
realidad.

El segundo significado es más amplio y fundamental: ser significa vivir,


permanecer activo, nacer, renovarse, derramarse, moverse, ser productivo. En este
sentido, ser se opone a tener, a permanecer atado al ego y a la egolatría. Para
Eckhart, ser significa estar activo en el sentido clásico de expresar productivamente
nuestros poderes humanos, no en el sentido moderno de estar ocupado. Para él,
estar activo significa “salir de sí mismo” (Quint D. P. T., 6); y lo expresa con
muchas imágenes: considera que ser constituye un proceso de “hervir”, “dar a
luz”, algo que “fluye y fluye en sí y más allá de sí mismo” (E. Benz et al., citado por
Quint D. P. T., p. 35). A veces usa como símbolo “correr” para indicar el carácter
activo: «¡Corre hacia la paz! El hombre que corre, que corre continuamente en pos
de la paz, es un bienaventurado. Continuamente corre, se desplaza, busca la paz
corriendo» (Quint D. P. T., 8). Otra definición de actividad es: El hombre vivo,
activo, es como «una vasija que aumenta de tamaño mientras se llena, y nunca se
llenará» (Blakney, p. 233; Quint no reconoce la autenticidad de este pasaje).

Librarse del modo de tener es la condición de toda actividad genuina. En el


sistema ético de Eckhart, la virtud suprema es el estado de actividad interior
productiva, y la premisa es superar todas las formas de estar atado al ego y a la
codicia.
SEGUNDA PARTE
ANÁLISIS DE LAS DIFERENCIAS
FUNDAMENTALES DE LOS MODOS DE
EXISTENCIA

IV.
¿QUÉ ES EL MODO DE TENER?

LA SOCIEDAD ADQUISITIVA: BASES DEL MODO DE TENER

Nuestros juicios se encuentran muy deformados porque vivimos en una


sociedad que tiene como pilares de su existencia la propiedad privada, el lucro y el
poder. Adquirir, poseer y lucrar son los derechos sagrados e inalienables del
individuo en la sociedad industrial 13. No importan los orígenes de la propiedad, y
la posesión no les impone obligaciones a los propietarios. El principio es: «A nadie
le importa en dónde y cómo adquirí mi propiedad ni lo que haga con ésta;
mientras no viole la ley, mi derecho es ilimitado y absoluto».

Este tipo de propiedad puede llamarse privada (del latín privare, “privar”,
porque la persona o personas que la poseen son sus dueños absolutos, y tienen
poder pleno para privar a los demás de su uso o gozo. Se supone que la propiedad
privada es una categoría universal y natural, pero, de hecho constituye la
excepción y no la regla, si consideramos toda la historia humana (incluso la
prehistoria), y en especial las culturas no europeas en que la economía no era la
principal preocupación del hombre. Además de la propiedad privada hay la
propiedad creada por sí misma, que es exclusivamente el resultado del propio trabajo;

13 La obra The Acquisitive Society (1920) de R. H. Tawney aún no ha sido superada en su


estudio del capitalismo moderno y en las opciones que ofrece para el cambio humano y social. Las
contribuciones de Max Weber, Brentano, Schapiro, Pascal, Sombart y Kraus contienen
pensamientos fundamentales para comprender la influencia de la sociedad industrial sobre los
seres humanos.
la propiedad limitada, que está limitada por la obligación de ayudar al prójimo; la
propiedad funcional o personal, que consiste en las herramientas para trabajar o los
objetos para divertirse; la propiedad común, que un grupo comparte con un espíritu
común, como los kibbutzim de Israel.

Las normas con que funciona la sociedad también moldean el carácter de sus
miembros (el carácter social). En una sociedad industrial, éstas son: el deseo de
adquirir propiedades, conservarlas y aumentarlas; o sea, obtener ganancias, y los
propietarios son admirados y envidiados como seres superiores; pero la vasta
mayoría no tiene propiedades en el sentido real del capital y de los bienes de
capital. Se plantea una pregunta desconcertante: ¿cómo pueden satisfacer o aun
enfrentarse a su pasión de adquirir y conservar las propiedades, o cómo pueden
creerse propietarios los que no tienen propiedades?

Desde luego, la respuesta obvia es que aun los que tienen pocas propiedades
poseen algo, y aprecian sus escasas posesiones tanto como los capitalistas aprecian
las suyas. Como los grandes propietarios, los pobres también sienten obsesión por
conservar lo que han conseguido y por aumentarlo, aunque sea en una cantidad
infinitesimal (por ejemplo, ahorrar algunos centavos todos los días).

Quizá el placer más grande no consiste en poseer cosas materiales, sino seres
vivos. En una sociedad patriarcal hasta el hombre más miserable de las clases más
pobres puede ser propietario de su esposa, de sus hijos, de sus animales, y cree ser
su dueño absoluto. Por lo menos para el hombre en una sociedad patriarcal,
engendrar muchos hijos es la única manera de poseer personas sin necesidad de
trabajar para conseguir su propiedad, y sin invertir capital. Como el peso total de
la crianza de los hijos recae sobre la mujer, difícil sería negar que la procreación de
los hijos en una sociedad patriarcal es una cruda explotación de las mujeres. Sin
embargo, a su vez las madres tienen su forma de propiedad: los hijos mientras son
pequeños. Esto es un eterno círculo vicioso: el marido explota a la esposa, ella
explota a los hijos pequeños, y los varones adolescentes pronto se unen a los
hombres adultos en la explotación de las mujeres, etcétera.

La hegemonía del varón en el orden patriarcal ha durado casi seis o siete


milenios, y aún prevalece en los países pobres y en las clases más pobres de la
sociedad. Sin embargo, declina lentamente en las sociedades o en los países más
ricos; y las mujeres, los niños y los adolescentes parecen conseguir su
emancipación en el grado en que asciende el nivel de vida de la sociedad. Con el
desplome del anticuado tipo patriarcal de propiedad de las personas, ¿cómo
pueden los ciudadanos más pobres y comunes de las sociedades industriales
plenamente desarrolladas satisfacer su pasión de adquirir, conservar y aumentar la
propiedad? La respuesta es: lo logran extendiendo el campo de la propiedad hasta
incluir amigos, amantes, salud, viajes, obras de arte, Dios y el propio yo. Max
Stirner ha ofrecido un brillante panorama de la obsesión burguesa por la
propiedad. Las personas se transforman en cosas; sus relaciones mutuas adquieren
el carácter de propiedades. El “individualismo”, que en su sentido positivo
significa liberarse de las cadenas sociales, en su sentido negativo significa “ser
propietario de sí mismo”, tener el derecho (y la obligación) de gastar nuestras
energías en alcanzar el éxito personal.

Nuestro yo es el objeto más importante para nuestro espíritu de propietario,


porque incluye muchas cosas: nuestro cuerpo, nuestro nombre, nuestra posición
social, nuestras posesiones (incluso nuestros conocimientos), la imagen que
tenemos de nosotros y la imagen que deseamos que los otros tengan de nosotros.
El yo es una mezcla de cualidades verdaderas, como conocimientos y facultades, y
de ciertas cualidades ficticias que colocamos en torno del núcleo de realidad; pero
el punto esencial no es cuál es el contenido del yo, sino que consideramos el yo
como algo que poseemos, Y esta “cosa” es la base de nuestro sentimiento de
identidad.

En este examen de la propiedad debemos notar que una importante forma


de apego a la propiedad que floreció en el siglo XIX ha disminuido en las últimas
décadas desde el fin de la primera Guerra Mundial, y es poco evidente hoy día. En
el periodo anterior, todo el mundo apreciaba sus propiedades, las cuidaba, y las
usaba hasta los límites de su utilidad. Se compraba para “conservar”, y el lema del
siglo XIX podía haber sido: “Lo antiguo es bello”. Hoy día se hace hincapié en el
consumo, no en la conservación, y adquirir se ha convertido en comprar para
“deshacerse” de las cosas. Si alguien compra un auto, un vestido o una baratija,
después de usarlo durante algún tiempo se siente aburrido, desecha el modelo
“viejo” y compra el último. Adquirir →tener y usar transitoriamente →desechar (o
si es posible, realizar un cambio provechoso para comprar un modelo mejor) →una
nueva adquisición, constituyen el círculo vicioso de consumir y comprar. Hoy día
el lema podría ser: “Lo nuevo es bello”.

Quizás el ejemplo más sorprendente del actual fenómeno de comprar y


consumir sea el automóvil particular. Nuestra época merece llamarse “la Edad del
Automóvil”, porque toda nuestra economía se basa en la fabricación de
automóviles, y nuestra vida en gran parte se ve determinada por las altas y bajas
del mercado de autos.
Para los que tienen auto, éste es una necesidad vital; para los que aún no lo
tienen, en especial la gente de los estados llamados socialistas, el auto es un
símbolo de gozo. Sin embargo, evidentemente el amor al propio auto no es
profundo ni duradero, sino una breve aventura amorosa, porque los propietarios
cambian con frecuencia de auto. Después de dos años, aun después de un año, el
propietario se cansa del “auto viejo”, y empieza a visitar las agencias para cerrar
“un buen trato” con un nuevo vehículo. Desde que se visitan las agencias hasta el
momento de la compra, toda la transacción parece un juego en que aun el engaño
parece un elemento básico, y un “buen trato” se goza tanto, si no más, que la
adquisición: el modelo nuevo.

Deben considerarse varios factores para resolver el enigma de la


contradicción aparentemente flagrante de la relación del propietario con su
automóvil y su breve interés en éste. En primer lugar, está el elemento de la
despersonalización en la relación del propietario con el auto; éste no es un objeto
amado por su dueño, sino un símbolo de posición, una extensión del poder, un
constructor del ego; al comprar un auto, el propietario realmente adquiere un
nuevo fragmento de ego. El segundo factor es que comprar un nuevo auto cada
dos años, en vez de cada seis, por ejemplo, aumenta la emoción del comprador. El
acto de poseer un nuevo auto es una especie de desfloración; aumenta el propio
sentimiento de poder, y cuanto más a menudo sucede más emoción se siente. El
tercer factor es que comprar con frecuencia un auto significa la oportunidad
frecuente de “cerrar un buen trato” (obtener una ganancia con el cambio),
satisfacción profundamente arraigada en los hombres y en las mujeres actuales. El
cuarto factor es muy importante: la necesidad de sentir nuevos estímulos, porque
los viejos estímulos se agotan después de poco tiempo. En un examen anterior de
los estímulos (Anatomía de la destructividad humana), distinguí entre los estímulos
“activantes” y los “pasivantes”, y sugerí la siguiente fórmula: “Cuanto más
“pasivante” es un estímulo, con más frecuencia debemos cambiar su intensidad o
su tipo o ambas cosas; cuando más “activante” es, tanto más se conserva su calidad
de estímulo, y es menos necesario cambiar su intensidad y su contenido”. El quinto
factor, y el más importante, es el cambio del carácter social que ocurrió en el
pasado siglo y medio, o sea, del carácter “acumulativo” al carácter “mercantil”. El
cambio no elimina la orientación de tener, pero sí la modifica considerablemente.
(Este desarrollo del carácter mercantil se examina en el Capítulo VII).

El espíritu de propietario también se manifiesta en otras relaciones, por


ejemplo con los médicos, los dentistas, los abogados, los patronos y los obreros. La
gente lo expresa diciendo: “mi médico”, “mi dentista”, “mis obreros”, etc.; pero
además de su actitud de propietario de los seres humanos, la gente considera que
son de su propiedad un número infinito de objetos y hasta de sentimientos. Por
ejemplo, la salud y la enfermedad. El que habla de su salud lo hace con espíritu de
propietario, y se refiere a sus enfermedades, sus operaciones, sus tratamientos, sus
dietas, sus medicinas. Los individuos evidentemente consideran que la salud y las
enfermedades son propiedades; su relación de propietario con su mala salud es
análoga, digamos, a la del accionista cuyas acciones pierden parte de su valor
original en una baja del mercado.

Las ideas, las creencias y hasta los hábitos pueden convertirse en


propiedades. Por ejemplo, el que toma un desayuno idéntico a la misma hora cada
mañana puede sentirse molesto si se introduce un ligero cambio en esa rutina,
porque su hábito se convierte en una propiedad, cuya pérdida pone en peligro su
seguridad.

El cuadro de la universalidad del modo de existencia de tener puede


impresionar a muchos lectores como demasiado negativo y unilateral; y desde
luego lo es. Primero, deseo describir la actitud que prevalece socialmente para
ofrecer el panorama más claro posible; pero hay otro elemento que puede dar a
este panorama cierto equilibrio, y es la actitud creciente de la generación joven, que
es muy distinta de la mayoría. Entre estos jóvenes podemos encontrar pautas de
consumo que no son formas ocultas de adquirir y de tener, sino expresiones de
gozo genuino de hacer lo que se desea sin esperar a cambio algo “duradero”. Estos
jóvenes recorren grandes distancias, a menudo sufriendo penalidades, para oír la
música que les agrada, para visitar un lugar que desean ver, o para conocer a una
persona. No está a discusión aquí si sus metas son tan valiosas como ellos creen.
Aunque no tienen suficiente seriedad, preparación ni concentración estos jóvenes
se atreven a ser, y no les interesa lo que obtienen a cambio, ni lo que pueden
conservar. Además, parecen mucho más sinceros que la generación de los adultos,
aunque a menudo son ingenuos en filosofía y en política. No pulen sus egos todo
el tiempo para ser “objetos” tentadores en el mercado. No protegen su imagen
mintiendo todo el tiempo, conscientemente o no; ni gastan sus energías en reprimir
la verdad, como lo hace la mayoría. Frecuentemente impresionan a los adultos con
su sinceridad, porque los adultos en secreto admiran a los que pueden ver o decir
la verdad. Entre ellos hay grupos políticos y religiosos de todo tipo, pero también
muchos no tienen una ideología o doctrina particular, y afirman que sólo están
“buscando”. Acaso no se han encontrado a sí mismos o una meta que los guíe en la
vida práctica; pero están buscándose a sí mismos en vez de dedicarse a tener y
consumir cosas.

Este elemento positivo del panorama necesita examen. Muchos de estos


jóvenes (su número ha disminuido notablemente desde fines de la década de 1960)
no han progresado de la libertad de a la libertad para; sencillamente se rebelaron sin
intentar encontrar una meta, excepto librarse de las limitaciones y la dependencia.
Como el de sus padres burgueses, su lema fue: “Lo nuevo es bello”, y sintieron
desinterés, casi fobia, contra todas las tradiciones, incluso las ideas de los grandes
pensadores. Con una especie de narcisismo ingenuo, creyeron que podrían
descubrir solos todo lo que vale la pena conocer. Básicamente, su ideal era
convertirse en niños pequeños, y los autores como Marcuse les inventaron una
ideología conveniente, según la cual retomar a la infancia (y no alcanzar la
madurez) era la meta última del socialismo y de la revolución. Se sintieron felices
mientras fueron lo bastante jóvenes para que les durara la euforia; pero muchos
que pasaron este periodo sintieron una gran desilusión, sin haber adquirido
convicciones sólidas, sin tener un centro dentro de sí mismos. A menudo
terminaron siendo personas desilusionadas, apáticas, o infelices fanáticos de la
destrucción.

No todos los que empezaron sintiendo grandes esperanzas terminaron


desilusionados, pero por desgracia es imposible saber cuántos son. Creo que no
disponemos de estimaciones sólidas ni de datos estadísticos válidos, y aunque los
tuviéramos, sería casi imposible saber con seguridad cómo calificar a los
individuos. Hoy día, millones de personas en los Estados Unidos y en Europa
tratan de ponerse en contacto con las tradiciones y con maestros que puedan
mostrarles el camino; pero en gran parte las doctrinas y los maestros son un
engaño o están viciados por el sensacionalismo de las relaciones públicas, o se
mezclan con los intereses financieros y el prestigio de los respectivos gurús. A
pesar de tanto engaño, algunos pueden beneficiarse realmente con estos métodos;
otros los utilizan sin la intención seria de realizar un cambio interior; pero sólo un
análisis cuantitativo y cualitativo detallado de los nuevos creyentes podría mostrar
cuántos pertenecen a cada grupo.

Personalmente, calculo que los jóvenes (y algunos adultos) que se


encuentran seriamente dedicados al cambio del modo de tener al modo de ser no
sólo son unos cuantos individuos dispersos. Creo que muchos grupos e individuos
se están desplazando hacia la dirección de ser, que representan una nueva
tendencia que trasciende la orientación mayoritaria de tener, y que no carecen de
importancia histórica. No sería la primera vez en la historia que una minoría
indicara el curso que seguirá el desarrollo histórico. La existencia de esta minoría
nos hace esperar que se produzca un cambio general de la actitud de tener a la de
ser. Esta esperanza es tanto más real cuanto que algunos de los factores que
hicieron posible el surgimiento de esta nueva actitud son cambios históricos que
difícilmente podrían invertirse: el desplome de la supremacía patriarcal sobre las
mujeres, y la desaparición del dominio de los padres sobre sus hijos. Aunque la
revolución política del siglo XX, la revolución rusa, ha fracasado (es demasiado
pronto para juzgar el logro final de la revolución china), las revoluciones
victoriosas de nuestro siglo, aunque sólo se encuentran en sus primeras etapas, son
la revolución de las mujeres, la de los hijos, y la del sexo. Sus principios ya han
sido aceptados por muchas conciencias, y a medida que transcurre el tiempo las
viejas ideologías parecen ser más ridículas.

LA NATURALEZA DE TENER

La naturaleza del modo de existencia de tener surge de la naturaleza de la


propiedad privada. En este modo de existencia, lo único importante es adquirir
propiedades y el derecho ilimitado de conservar lo adquirido. El modo de tener
excluye a los otros; no requiere que yo haga ningún otro esfuerzo por conservar
mis propiedades ni que haga un uso productivo de éstas. A este modo de conducta
el budismo lo denominó codicia, y las religiones judía y cristiana lo llamaron
ambición; esto transforma a todo el mundo y todas las cosas en algo muerto y
sometido al poder de otro.

La frase “yo tengo algo” expresa la relación entre el sujeto, yo (o él, nosotros,
usted, ellos), y el objeto. Esto implica que el sujeto y el objeto son permanentes;
pero ¿es permanente el sujeto?, o ¿lo es el objeto? Yo moriré; puedo perder la
posición social que me garantiza el tener algo. De modo similar, el objeto no es
permanente: puede destruirse, perderse, o perder su valor. Hablar de tener algo
permanentemente se basa en la ilusión de una sustancia permanente e
indestructible. Parece que lo tengo todo, pero (en realidad) no tengo nada, ya que
tener, poseer, dominar un objeto es sólo un momento transitorio en el proceso de
vivir.

En último término, la afirmación “yo (sujeto) tengo O (objeto)” expresa una


definición de yo mediante mi posesión de O. El sujeto no soy yo, sino que yo soy lo
que tengo. Mi propiedad constituye mi yo y mi identidad. El pensamiento
subyacente en la afirmación “yo soy yo”, es “yo soy yo porque tengo X”: X se
equipara aquí a todos los objetos naturales y las personas con que me relaciono
mediante mi capacidad de dominarlos, de hacerlos permanentemente míos.

En el modo de tener, no hay una relación viva entre mi yo y lo que tengo.


Las cosas y yo nos convertimos en objetos, y yo las tengo, porque tengo poder para
hacerlas mías; pero también existe una relación inversa: las cosas me tienen, debido a
que mi sentimiento de identidad, o sea, de cordura, se apoya en que yo tengo cosas
(tantas como me sea posible). El modo de existencia de tener no se establece
mediante un proceso vivo, productivo, entre el sujeto y el objeto; hace que objeto y
sujeto sean cosas. Su relación es de muerte, no de vida.

Tener, fuerza, rebelión

La tendencia a crecer según lo dicta su naturaleza es común a todos los seres


vivos. Por ello, resistimos todo intento de impedirnos crecer como lo determina
nuestra estructura. Para vencer esta resistencia, sea consciente o no, es necesario
tener energías físicas y mentales. Los objetos inanimados en varios grados se
resisten por medio de la energía inherente a su estructura atómica y molecular a
los intentos de modificar su composición física, pero no luchan contra ser
utilizados. El uso de la fuerza heterónoma contra los seres vivos (o sea, la fuerza
que nos impulsa en dirección opuesta a nuestra estructura y que perjudica nuestro
crecimiento) produce resistencia. Ésta adopta diversas formas, desde la resistencia
franca, eficaz, directa, activa, hasta la resistencia indirecta, ineficaz, y muy a
menudo, inconsciente.

Aquí se limita la expresión libre y espontánea de la voluntad del bebé, del


niño, del adolescente, y hasta del adulto, su sed de conocimientos y verdades, su
deseo de amor. La persona al crecer se ve forzada a renunciar a la mayoría de sus
deseos e intereses autónomos, genuinos, a su voluntad, y a adoptar una voluntad,
unos deseos y unos sentimientos no autónomos, sino impuestos por las pautas
sociales de pensamiento y sentimiento. La sociedad, y la familia como su agente
psicosocial, deben resolver un difícil problema: ¿cómo quebrantar la voluntad de la
persona sin que ella lo advierta? Sin embargo, mediante un complicado proceso de
adoctrinamiento, recompensas, castigos y una ideología adecuada, generalmente
se realiza esta tarea, tan bien que la mayoría cree que obedece a su propia
voluntad, y no advierte que su voluntad ha sido condicionada y manipulada.

El mayor obstáculo en esta supresión de la voluntad es la sexualidad,


porque nos enfrentamos aquí a una fuerte tendencia del orden natural que es
menos fácil de manipular que muchos otros deseos. Por ello la gente lucha con
todas sus fuerzas contra sus deseos sexuales más que contra ningún otro deseo
humano. No necesitamos citar las diversas formas de difamación al sexo que se
hacen por razones morales (su maldad) o de salud (la masturbación causa daños
físicos). La Iglesia tuvo que prohibir el control natal y el sexo extraconyugal, y aún
se aferra a estos principios hoy día, aunque la prudencia recomienda una actitud
más tolerante.

El esfuerzo hecho por suprimir la sexualidad estaría más allá de nuestra


comprensión si sólo se tratara del sexo como tal. Sin embargo, no se difama al sexo
por el sexo mismo, sino para quebrantar la voluntad humana. Sin embargo, en
muchas sociedades llamadas primitivas no hay tabúes sexuales. Funcionan sin
explotación ni dominio, porque no tienen que quebrantar la voluntad del
individuo. Pueden darse el lujo de no estigmatizar el sexo y de gozar el placer de
las relaciones sexuales sin remordimientos. Lo más notable de estas sociedades es
que la libertad sexual no produce codicia sexual; después de un periodo de
relaciones sexuales relativamente pasajeras, la pareja se adapta; entonces los
amantes no desean cambiar de compañero, pero son libres de separarse cuando
termina el amor. Estos grupos no orientados hacia la propiedad, consideran el
placer sexual como una expresión de ser, y no resultado de la posesividad sexual.
Con lo anterior no estoy dando a entender que deberíamos volver a vivir como las
sociedades primitivas, ya que no podríamos aunque lo deseáramos, por la sencilla
razón de que el proceso de individuación, de diferenciación individual y la
distancia que la civilización ha impuesto le da al amor individual una calidad
diferente de la que existe en la sociedad primitiva. No podemos regresar, sólo
podemos avanzar. Lo importante es que las nuevas tendencias a no tener
propiedades suprimirán la codicia sexual característica de las sociedades que
practican el modo de tener.

El deseo sexual es una expresión de independencia que aparece muy pronto


en la vida (la masturbación). Repudiarlo sirve para quebrantar la voluntad del
miro, hacer que se sienta culpable, y volverlo más sumiso. En gran parte, el
impulso de violar los tabúes sexuales básicamente es un intento de rebelión
dirigido a restaurar la propia libertad; pero volar los tabúes sexuales en sí no nos
hace gozar de mayor libertad; la rebelión se ahoga, por decirlo así, en la
satisfacción sexual… y en el consiguiente sentimiento de culpa. Sólo la
independencia interior conduce a la libertad, y termina con la necesidad de una
rebelión estéril. Lo mismo puede decirse de todo lo que anhela lo prohibido en un
intento de restaurar la propia libertad. En realidad, los tabúes producen obsesividad y
perversiones sexuales, pero éstas no producen libertad.

La rebelión de los hijos se manifiesta de muchas maneras: el niño no acepta


las reglas de limpieza; no come o come demasiado; se vale de la agresión y el
sadismo, y efectúa otras muchas acciones autodestructivas. A menudo la rebelión
se manifiesta en un tipo de “tortuguismo” general, en un desinterés del mundo, en
la pereza y la pasividad, hasta en las formas más patológicas de la autodestrucción
lenta. Los efectos de esta lucha por el poder entre hijos y padres es el tema del
ensayo “Infant Development” [El desarrollo del infante] de David E. Schecter.
Todos los datos indican que la interferencia heterónoma en el proceso de desarrollo del
niño y más tarde de la persona, es la raíz más profunda de la patología mental, en especial
de la destructividad.

Se debe entender claramente que la libertad no es laissez-faire ni


arbitrariedad. Los seres humanos tienen una estructura específica (como todas las
otras especies) y sólo pueden crecer según las normas de su estructura. Tener
libertad no significa liberarse de todos los principios guías, sino libertad para crecer
de acuerdo con las leyes de la estructura de la existencia humana (las restricciones
autónomas). Significa obedecer las leyes que gobiernan el desarrollo humano
óptimo. Toda autoridad que fomente esta meta es “racional” cuando este fomento
ayuda a impulsar la actividad del niño, su pensamiento crítico y su fe en la vida. Es
“una autoridad irracional” cuando impone al niño las normas heterónomas que
sirven a los fines de la autoridad, pero no a las finalidades de la estructura
específica del niño.

En el modo de existencia de tener, una actitud interesada en las propiedades


y en las ganancias necesariamente produce el deseo (y desde luego la necesidad)
de poder. Para dominar a otros seres humanos necesitamos usar el poder para
doblegar su resistencia. Para mantener el dominio sobre la propiedad privada
necesitamos el poder para protegerla de los que quisieran quitárnosla, porque
ellos, como nosotros, nunca tienen bastante; el deseo de tener propiedades
privadas produce el deseo de usar la violencia para robar a otras de maneras
abiertas u ocultas. En el modo de tener, nuestra felicidad depende de nuestra
superioridad sobre los demás, de nuestro poder, y en último término, de nuestra
capacidad para conquistar, robar y matar. En el modo de ser, la dicha depende de
amar, compartir y dar.

OTROS FACTORES QUE APOYAN EL MODO DE TENER

El idioma es un factor importante para vigorizar la orientación de tener. El


nombre de la persona (todos tenemos un nombre y quizá tendremos un número, si
continúa la actual tendencia a la despersonalización) crea la ilusión de que es
inmortal y eterno. La persona y su nombre se vuelven equivalentes; el nombre
demuestra que la persona es una sustancia duradera, indestructible, y no un
proceso. Los sustantivos comunes tienen la misma función; o sea, el amor, el
orgullo, el odio, la alegría causan la impresión de ser sustancias fijas, pero estos
nombres no tienen realidad y sólo oscurecen la idea de que nos enfrentamos a
procesos que se desarrollan en los seres humanos; pero hasta los sustantivos que
denominan cosas, como “mesa” o “lámpara”, son engañosos. Las palabras indican
que nos referimos a sustancias fijas, aunque las cosas sólo son procesos de energía
que causan ciertas sensaciones en nuestro sistema corpóreo, pero estas sensaciones
no son percepciones de cosas específicas, como una mesa o una lámpara, sino
resultado de un proceso cultural de aprendizaje, proceso que hace que ciertas
sensaciones adquieran la forma de representaciones mentales específicas.
Ingenuamente creemos que cosas como las mesas y las lámparas existen como
tales, y no advertimos que la sociedad nos enseña a transformar las sensaciones en
percepciones, que nos permiten manipular el mundo que nos rodea para
sobrevivir en una cultura dada. Después de que bautizamos estas representaciones
mentales, el nombre parece garantizar su realidad absoluta e inmutable.

La necesidad de tener posee otro fundamento: el deseo biológico de vivir.


Seamos felices o infelices, nuestro cuerpo nos impulsa a esforzamos por la
inmortalidad; pero por experiencia sabemos que moriremos y buscamos soluciones
que nos hagan creer que, a pesar de la evidencia empírica, somos inmortales. Este
deseo ha tomado muchas formas: la creencia de los faraones en que sus cuerpos
guardados como reliquias en las pirámides serían inmortales; muchas fantasías
religiosas de la vida después de la muerte, como los cotos de caza felices en que
creían las sociedades primitivas de cazadores; el paraíso cristiano y el islámico. En
la sociedad contemporánea, desde el siglo XVIII, la “historia” y “el futuro” se han
vuelto sustitutos del cielo cristiano: la fama, la celebridad, y hasta la publicidad
(cualquier cosa que parezca garantizar una nota de pie de página en los archivos
de la historia) constituyen un pedazo de inmortalidad. El anhelo de fama no es
sólo vanidad secular: tiene un carácter “religioso” para los que no creen en el
tradicional más allá. (Esto es particularmente notable en los dirigentes políticos).
La publicidad le allana el camino de la inmortalidad, y los agentes de relaciones
públicas se han convertido en los nuevos sacerdotes.

Pero quizá más que nada, poseer propiedades constituye la realización del
deseo de inmortalidad, y por ello la orientación de tener ha adquirido tal potencia.
Si mi yo está constituido por lo que tengo, si las cosas que tengo son indestructibles,
entonces soy inmortal. Desde el Antiguo Egipto hasta nuestros días (desde la
inmortalidad corporal, por medio de la momificación del cuerpo, hasta la
inmortalidad espiritual, por medio del testamento) la gente ha continuado
viviendo más allá de su existencia física y mental. Con el poder legal del
testamento determinamos el reparto de nuestras propiedades entre las
generaciones futuras; con las leyes de la herencia, yo (siempre que sea dueño de un
capital) me vuelvo inmortal.

EL MODO DE TENER Y EL CARÁCTER ANAL

Un enfoque útil para comprender el modo de tener, es recordar uno de los


hallazgos más importantes de Freud: después de pasar por su fase infantil de mera
receptividad pasiva, seguida por una etapa de receptividad y explotación agresiva,
todos los niños, antes de alcanzar la madurez, pasan por una etapa que Freud
denominó anal-erótica. Freud descubrió que esta etapa a menudo continúa
dominando el desarrollo de una persona, y que cuando esto sucede se desarrolla el
carácter anal, o sea el carácter de una persona cuyas energías vitales están dirigidas
principalmente a tener, ahorrar y acumular dinero y cosas materiales, y también
sentimientos, gestos, palabras y energías. Éste es el carácter del avaro, que
generalmente se relaciona con otros rasgos como el orden, la puntualidad, la
terquedad, que se manifiestan en grado extraordinario. Un aspecto importante del
concepto de Freud es la relación simbólica entre el dinero y las heces (el oro y el
excremento), de la que cita muchos ejemplos. Su concepto del carácter anal como el
del individuo que no ha alcanzado la madurez de hecho es una aguda crítica a la
sociedad burguesa del siglo XIX, en que los rasgos del carácter anal constituían las
normas de la conducta moral y eran considerados como una expresión de “la
naturaleza humana”. La ecuación de Freud: dinero = heces es una crítica implícita,
aunque no intencional, al funcionamiento de la sociedad burguesa y a su
posesividad, y puede compararse con el estudio del dinero hecho por Marx en los
Manuscritos económico-filosóficos.

No importa mucho en este contexto el que Freud creyera que una fase
especial del desarrollo de la libido era primaria, y la formación del carácter
secundaria (pero en mi opinión esto es producto de la constelación interpersonal
en la primera etapa de la vida y, sobre todo, de las condiciones sociales que la
forman). Lo que importa es la opinión freudiana de que la orientación predominante
en la posesión ocurre en el periodo anterior al logro de una plena madurez, y se vuelve
patológica si continúa permanentemente. En otras palabras, Freud considera que la
persona exclusivamente preocupada por tener y poseer es neurótico: mentalmente
enferma; por consiguiente, si la mayoría de los miembros de una sociedad tiene
carácter anal, se trata de una sociedad enferma.
ASCETISMO E IGUALDAD

Gran parte de la discusión moral y política se ha centrado en la pregunta:


¿Tener o no tener? En el nivel moral-religioso esto significa una alternativa entre la
vida ascética y la vida no ascética; esta última incluye el gozo productivo y el
placer ilimitado. Esta alternativa pierde la mayor parte de su sentido si no se hace
hincapié en un hecho aislado de la conducta, sino en la actitud subyacente. La
conducta ascética, con su constante preocupación por no gozar, puede ser tan sólo
la negación de los poderosos deseos de tener y de consumir. El asceta puede
reprimir estos deseos; sin embargo al intentar suprimir el tener y el consumir,
puede estar igualmente preocupado por tener y consumir. Esta negación por
sobrecompensación es, como lo muestran los datos psicoanalíticos, muy frecuente.
Ocurre en casos como los de los vegetarianos fanáticos que reprimen sus impulsos
destructivos, en los fanáticos enemigos del aborto que reprimen sus impulsos
asesinos, en los fanáticos de “la virtud” que reprimen sus impulsos
“pecaminosos”. Aquí no importa la convicción en sí, sino el fanatismo que la
apoya. Esto, como todos los fanatismos, nos hace sospechar que sirve para ocultar
otros impulsos, generalmente los opuestos.

En el campo económico y político, hay una alternativa igualmente errónea


entre la desigualdad sin limitaciones y la absoluta igualdad de ingresos. Si las
posesiones de todo el mundo son funcionales y personales, entonces si alguien
tiene más que otro, esto no constituye un problema social, porque como la
posesión no es esencial, no brota la envidia. Por otra parte, los que están
preocupados por la igualdad, en el sentido de que la parte de cada individuo sea
exactamente igual a la de los demás, muestran que su propia orientación de tener
es muy poderosa, aunque sea negada por su preocupación por una igualdad
exacta. Bajo esta preocupación es visible su motivación real: la envidia. Quienes
exigen que nadie tenga más que ellos se protegen así de la envidia que sentirían si
alguien tuviera aunque fuera un poco más. Lo que realmente importa es que sean
erradicados el lujo y la pobreza; la igualdad no debe significar la igualdad
cuantitativa de cada brizna de bienes materiales, sino que el ingreso no sea tan
diferente que produzca distintas experiencias vitales en grupos distintos. Marx en
sus Manuscritos económico-filosóficos señaló lo que llama “el comunismo vulgar”,
que “niega la personalidad del hombre en cada esfera”. Este tipo de comunismo
“sólo es la culminación de la envidia y de la nivelación basadas en un mínimo
preconcebido”.
EL TENER EXISTENCIAL

Para apreciar plenamente el modo de tener al que nos referimos aquí, parece
necesario otro examen más, el del funcionamiento del tener existencias; porque la
existencia humana requiere que tengamos, conservemos, cuidemos y usemos
ciertas cosas para sobrevivir. Esto también puede decirse de nuestros cuerpos, en
cuanto al alimento, la habitación y los vestidos, y en cuanto a los instrumentos
necesarios para satisfacer nuestras necesidades. Esta forma de tener puede
denominarse “existencias” porque está enraizada en la existencia humana. Es un
impulso racionalmente dirigido a sobrevivir, en contraste con el tener caracterológico
al que nos hemos referido hasta ahora, que es un impulso apasionado por
conservar y retener, que no es innato, sino que se ha desarrollado como
consecuencia de la repercusión de las condiciones sociales sobre la dotación
biológica de la especie humana.

El tener existencial no se encuentra en conflicto con el ser; el tener


caracterológico sí. Aun el “justo” y el “santo”, mientras sean humanos, deben
desear tener en el sentido existencias, mientras que la persona común desea tener
en el sentido existencial y en el caracterológico. (Véase el examen de la dicotomía
existencias y caracterológica en Ética y psicoanálisis).
V.
¿QUÉ ES EL MODO DE SER?

La mayoría de nosotros conoce más sobre el modo de tener que del modo de
ser, porque el primero se aplica con más frecuencia en nuestra cultura; pero algo
más importante que esto hace que definir el modo de ser resulte más difícil que
definir el modo de tener: la naturaleza misma de la diferencia entre estos dos
modos de existencia.

Tener se refiere a las cosas, y éstas son fijas y pueden describirse. Ser se refiere
a la experiencia, y la experiencia humana es, en principio, indescriptible. En cambio,
lo que es plenamente descriptible es nuestra persona (la máscara que usamos, el ego
que presentamos), pues esta persona es en sí una cosa. En cambio, el ser humano
vivo no es una imagen muerta, y no puede describirse como cosa. De hecho, el ser
humano no puede describirse. Desde luego, mucho puede decirse de mí, de mi
carácter, de mi orientación total en la vida. Este atisbo de conocimiento puede ir
muy lejos en la comprensión y en la descripción de mi estructura psicológica y en
la de los otros; pero mi yo total, toda mi individualidad, mi mismidad que es
única, como mis huellas digitales, nunca podrá ser plenamente comprendida, ni
aun por empatía, porque no hay dos seres humanos completamente iguales 14. Sólo
en el proceso de una vital relación mutua entre otra persona y yo podremos
superar la barrera de la separación, siempre que ambos participemos en la danza
de la vida. Sin embargo, nuestra plena identificación, mutua nunca podrá lograrse.

Ni siquiera un sencillo acto de la conducta puede ser descrito plenamente.


Se podrán escribir muchas páginas para intentar describir la sonrisa de la Mona
Lisa; sin embargo, no podrá ser captada con las palabras, pero no porque su
sonrisa sea especialmente “misteriosa”. La sonrisa de todo el mundo es misteriosa
(a menos que sea la sonrisa sintética, estereotipado del comerciante). Nadie puede
describir plenamente la expresión de interés, entusiasmo, biofilia, u odio o
narcisismo que se advierten en los ojos de una persona, o la variedad de
expresiones faciales, portes, posturas, entonaciones que existen en la gente.

14Ésta es la limitación hasta de la mejor psicología, punto que examiné con detalle,
comparando “la psicología negativa” con la “teología negativa” en un ensayo “On the Limitations
and Dangers of Psychology” (1959).
SER ACTIVO

El modo de ser tiene como requisitos previos la independencia, la libertad y


la presencia de la razón crítica. Su característica fundamental es estar activo, y no
en el sentido de una actividad exterior, de estar ocupado, sino de una actividad
interior, el uso productivo de nuestras facultades, el talento, y la riqueza de los
dones que tienen (aunque en varios grados) todos los seres humanos. Esto significa
renovarse, crecer, fluir, amar, trascender la prisión del ego aislado, estar
activamente interesado, dar. Sin embargo, ninguna de estas experiencias puede
expresarse plenamente con palabras. Éstas son recipientes que se llenan con la
experiencia que se derrama de los recipientes. Las palabras señalan una
experiencia, pero no son la experiencia. En el momento en que expreso lo que
siento, exclusivamente con el pensamiento y las palabras, la experiencia
desaparece, se seca, muere, es sólo una idea. Por ello ser constituye algo que no
puede describirse con palabras, y sólo es comunicable si alguien comparte mi
experiencia. En la estructura de tener, dominan las palabras muertas; en la
estructura de ser, domina la experiencia viva e inexpresable. (Desde luego, en el
modo de ser también hay un pensamiento vital y productivo).

Quizá la mejor manera de describir el modo de ser sea un símbolo que me


sugirió Max Hunziger: un cristal azul parece azul cuando la luz brilla a través de
él, porque absorbe todos los otros colores y no los deja pasar. Es decir, llamamos
“azul” al cristal precisamente porque no retiene las ondas azules. No se le nombra
por lo que posee, sino por lo que ofrece.

Sólo en el grado en que abandonemos el modo de tener, que es el de no ser


(o sea, que dejemos de buscar la seguridad y la identidad aferrándonos a lo que
tenemos, “echándonos” sobre ello, aferrándonos a nuestro ego y a nuestras
posesiones) puede surgir el modo de ser. Para “ser” se requiere renunciar al
egocentrismo y al egoísmo, o en las palabras que a menudo usan los místicos:
debemos “vaciarnos” y volvernos “pobres”.

Pero la mayoría encuentra demasiado difícil renunciar a la orientación de


tener; todo intento de hacerlo les produce una inmensa angustia, y sienten que
renunciar a toda seguridad es como si los arrojaran al océano y no supieran nadar.
No saben que cuando renuncian al apoyo de las propiedades pueden empezar a
usar sus fuerzas y caminar por sí mismos. Lo que los detiene es el engaño de que
no pueden caminar por sí mismos; creen que se arruinarán si no se apoyan en las
cosas que tienen. Son como el niño que, después de haberse caído por primera vez,
teme que nunca logrará caminar; pero la naturaleza y la ayuda humana
intervienen para impedir que los humanos se vuelvan inválidos. Los que creen que
se arruinarán si no usan el apoyo de tener, también necesitan la ayuda humana.

ACTIVIDAD Y PASIVIDAD

Ser, en el sentido que hemos descrito, implica la facultad de ser activo; la


pasividad la excluye. Sin embargo, “activo” y “pasivo” son de las palabras más
mal comprendidas, porque su significado es completamente distinto hoy día del
que tenía desde la antigüedad clásica y la Edad Media hasta el periodo que se
inició con el Renacimiento. Para comprender el concepto de ser, debemos aclarar
los conceptos de actividad y de pasividad.

En el uso moderno, la actividad generalmente se define como una cualidad


de la conducta que produce un efecto visible mediante el gasto de energías. Por
ejemplo, a los campesinos que cultivan sus tierras se les llama activos, o a los
obreros en la línea de ensamble, a los vendedores que persuaden a sus clientes a
que hagan compras, a los inversionistas que invierten su dinero o el ajeno, a los
médicos que atienden a sus pacientes, a los empleados que venden estampillas
postales, a los burócratas que archivan papeles. Aunque algunas de estas
actividades pueden requerir más interés o concentración que otras, esto no importa
en relación con la “actividad”. Generalmente la actividad es una conducta que tiene un
fin socialmente reconocido y que produce cambios socialmente útiles.

La actividad en el sentido moderno se refiere sólo a la conducta, y no a la


persona que hay tras la conducta. No tiene importancia si la gente está activa
porque es impulsada por una fuerza externa, como un esclavo, o por una
compulsión interna, como una persona movida por la angustia. No importa si los
individuos se interesan en su trabajo de carpintero, de literato creador, de científico
o jardinero; o si no tienen una relación interior (y una satisfacción) con lo que
hacen, como los obreros de la línea de ensamble o el empleado de correos.

El moderno sentido de actividad no distingue entre estar activo y estar


ocupado; pero hay una diferencia fundamental, que corresponde a los términos
“alienado” y “no alienado” en las actividades. En la actividad alienada no siento
ser el sujeto activo de mi actividad; en cambio, noto el producto de mi actividad,
algo que está “allí”, algo distinto de mí, que está encima de mí y que se opone a mí.
En la actividad alienada realmente no actúo; soy activado por fuerzas internas o
externas. Me vuelvo ajeno al resultado de mi actividad. El caso de actividad
alienada que puede observarse mejor en el campo de la psicopatología, es el de los
individuos compulsivos-obsesivos. Forzados por una necesidad interior a hacer
algo contra su voluntad (contar pasos, repetir determinadas frases, realizar ritos
privados) pueden mostrarse muy activos buscando esta meta; pero como lo ha
mostrado ampliamente la investigación psicoanalítica, son impulsados por una
fuerza interior de la que no están conscientes. Un ejemplo igualmente claro de
actividad enajenada es la conducta poshipnótica. Las personas que bajo sugestión
hipnótico hacen determinadas cosas después de despertar del trance hipnótico,
actúan sin darse cuenta de que no están haciendo lo que desean, y que en realidad
obedecen las órdenes hipnóticas que recibieron previamente.

En la actividad no alienada, yo siento ser el sujeto de mi actividad. U


actividad no alienada consiste en dar a luz algo, en producir algo y permanecer
vinculado con lo que se produce. Esto también implica que mi actividad es una
manifestación de mis poderes, y que yo, mi actividad y el resultado de ésta son lo
mismo. A esta actividad no alienada la denomino actividad productiva15.

“Productivo” como se usa aquí no se refiere a la capacidad de crear algo


nuevo u original, como la actividad creadora del artista o del científico. Tampoco
me refiero al producto de mi actividad, sino a su calidad. Una pintura o un tratado
científico pueden ser totalmente improductivos, o sea estériles. Por otra parte, el
proceso que se realiza en quienes tienen una conciencia profunda de sí mismas, o
que verdaderamente “ven” un árbol y no sólo lo miran, o que leen un poema y
sienten el movimiento de los sentimientos que el poeta expresó con sus palabras,
ese proceso puede ser muy productivo, aunque no “produzca” nada. La actividad
productiva denota un estado de actividad interior; no necesariamente implica una
conexión con la creación de una obra de arte, de ciencia, o algo “útil”. La
productividad es una orientación del carácter que pueden tener todos los seres
humanos, en el grado en que no se encuentren emocionalmente inválidos. Las
personas productivas animan lo que tocan. Hacen surgir sus propias facultades, y
dan vida a las personas y a las cosas.

“Actividad” y “pasividad” pueden tener dos significados completamente


distintos. La actividad alienada en el sentido de estar ocupado en realidad es
“pasiva” en el sentido de la productividad. En cambio la pasividad, como el no
estar ocupado, puede ser una actividad no enajenada. Esto es muy difícil de
comprender hoy día, porque la mayor parte de la actividad es “pasividad”

15 Usé los términos “actividad espontánea” en El miedo a la libertad y “actividad


productiva” en mis obras posteriores
alienada, y la pasividad productiva rara vez se practica.

Actividad-pasividad, según los maestros del pensamiento

“Actividad” y “pasividad” no se usaron en el sentido actual en la tradición


filosófica de la sociedad preindustrial. No podían usarse, ya que la alienación del
trabajo no había alcanzado el grado actual. Por ello los filósofos como Aristóteles,
no hicieron una clara distinción entre estar “activo” y estar “ocupado”. En Atenas,
el trabajo enajenado lo realizaban sólo los esclavos; el trabajo que implicaba labor
manual parece haber sido excluido del concepto de praxis (“práctica”), término que
se refiere sólo al tipo de actividad que realiza una persona libre, y esencialmente es
el término usado por Aristóteles para denominar la actividad de una persona libre.
(Véase Nicholas Lobkowicz, Theory and Practice). Considerando estos antecedentes,
el problema del trabajo puramente rutinario, alienado, sin sentido subjetivo, casi
no fue conocido por los atenienses libres. Su libertad implicaba precisamente que,
como no eran esclavos, su actividad era productiva y con sentido para ellos.

Que Aristóteles no compartiera nuestros actuales conceptos de actividad y


pasividad queda inequívocamente claro si consideramos que para él la forma más
elevada de praxis, o sea de actividad (aún superior a la actividad política) era la
vida contemplativa, dedicada a la busca de la verdad. La idea de que la
contemplación constituía una forma de inactividad era inconcebible para él.
Aristóteles considera la vida contemplativo como la actividad de la mejor parte del
individuo: el nous. El esclavo podía gozar de placeres sensuales, como el hombre
libre; pero la eudaimonia, “el bienestar”, no consiste en el placer, sino en actividades
que obedecen a la virtud (Ética nicomaquea, 1177a, 2 ss.).

El concepto de Santo Tomás de Aquino, como el de Aristóteles, también


contrasta con el concepto moderno de actividad. Para Santo Tomás de Aquino, la
vida dedicada a la quietud interior y al conocimiento espiritual, la vita
contemplativa, también era la forma más elevada de actividad humana. Reconocía
que la vida diaria, la vita activa, de la persona común, también era valiosa, y
producía bienestar (beatitudo), siempre que (esta condición es crítica) la meta de la
actividad fuese el bienestar, y que el individuo fuese capaz de dominar sus
pasiones y su cuerpo (Santo Tomás de Aquino, Summa, 2-2: 182, 183; 1-2: 4, 6).

El problema de la vita contemplativa y de la vita activa va mucho más allá de


este punto. Mientras que la actitud de Santo Tomás de Aquino era de cierta
transigencia, el autor de The Cloud of Unknowing, contemporáneo del Maestro
Eckhart, discutía vigorosamente el valor de la vida activa; en cambio Eckhart por
otra parte, hablaba en favor de ésta. Sin embargo la contradicción no era tan grave
como parecía, porque todos estaban de acuerdo en que la actividad era “saludable”
sólo cuando estaba enraizada en las últimas demandas espirituales y éticas y las
expresaba. Por esto, para todos estos maestros la ocupación, la actividad separada
del terreno espiritual, debía rechazarse 16.

Como hombre y como pensador, Spinoza encarnaba el espíritu y los valores


vivos en la época de Eckhart, aproximadamente cuatro siglos antes. Sin embargo,
también observó profundamente los cambios que habían ocurrido en la sociedad y
en la persona común. Fue el fundador de la psicología científica moderna, uno de
los descubridores de la dimensión del inconsciente, y con este pensamiento
enriquecido nos dio un análisis más sistemático y preciso de la diferencia entre
actividad y pasividad, que todos sus predecesores.

En su Ética, Spinoza define la actividad y la pasividad (obrar y padecer)


como los dos aspectos fundamentales del proceso mental. El primer criterio para
actuar es que la acción provenga de la naturaleza humana: «Digo que obramos
cuando en nosotros o fuera de nosotros sucede algo de que somos causa adecuada,
esto es, cuando de nuestra naturaleza se sigue en nosotros o fuera de nosotros algo
que puede entenderse clara y distintamente por ella sola. Por el contrario, digo que
padecemos (o sea, en el sentido de Spinoza, que somos pasivos) cuando en
nosotros sucede algo o de nuestra naturaleza se sigue algo de lo que no somos sino
causa parcial» (Ética, 3, def. II) (FCE, p. 103).

Estos pensamientos son difíciles de comprender para el lector moderno,


acostumbrado a pensar que el término “naturaleza humana” no corresponde a
ningún dato empírico demostrable; pero para Spinoza, como para Aristóteles, esto
no era así, ni para algunos neurofisiólogos, biólogos y psicólogos contemporáneos.
Spinoza cree que la naturaleza humana es tan característica de los seres humanos,
como la naturaleza equina lo es del caballo; además, que la bondad o la maldad, el
éxito o el fracaso, el bienestar o el sufrimiento, la actividad o la pasividad,
dependen del grado en que las personas logran el desarrollo óptimo de sus
naturalezas. La realización óptima de la naturaleza de la especie (en el caso del
individuo, la naturaleza humana) es la meta de la vida. Cuanto más nos
acerquemos al modelo de la naturaleza humana, mayores serán nuestra libertad y
nuestro bienestar.

Los escritos de W. Lange, N. Lobkowicz, y de D. Mieth (1971) ofrecen otros pensamientos


16

profundos sobre este problema de la vida contemplativo y de la vida activa.


En el modelo de Spinoza de los seres humanos el atributo de la actividad es
inseparable de otro: la razón. Siempre que actuemos de acuerdo con las
condiciones de nuestra existencia y sepamos que estas condiciones son reales y
necesarias, conoceremos la verdad sobre nosotros mismos. «Nuestra alma obra
ciertas cosas, pero padece ciertas otras; a saber: en cuanto tiene ideas adecuadas
obra necesariamente ciertas cosas, y en cuanto tiene ideas inadecuadas padece
necesariamente ciertas otras» (Ética, 3, proposición 1, pp. 4).

Los deseos se dividen en activos y pasivos (acciones y pasiones). Los primeros


están enraizados en las condiciones de nuestra existencia (las deformaciones
naturales y no las patológicas), y los últimos no están enraizados, sino que son
producto de condiciones deformantes externas o internas. Los primeros existen en
el grado en que somos libres; los últimos son causados por fuerzas interiores o
exteriores. Todas las “afecciones activas” son necesariamente buenas; las
“pasiones” pueden ser buenas o malas. Según Spinoza, la actividad, la razón, la
libertad, el bienestar, la alegría y la perfección están inseparablemente
relacionados, de la misma manera que la pasividad, la irracionalidad, la sumisión,
la tristeza, la, impotencia y los esfuerzos que se oponen a las demandas de la
naturaleza humana (Ética, 4, pp. 2, 3, 5; proposición 40, 42).

Sólo comprenderemos plenamente las ideas de Spinoza acerca de las


pasiones y de la pasividad si estudiamos la etapa última (y la más moderna) de su
pensamiento: verse impulsado por pasiones irracionales es estar enfermo
mentalmente. En la medida en que logremos un desarrollo óptimo, no sólo
seremos (relativamente) libres, fuertes racionales y felices, sino también
mentalmente saludables; en la medida en que no podamos alcanzar esta meta, no
seremos libres, y seremos débiles, nos faltará la racionalidad, y estaremos
deprimidos. Spinoza, según creo, fue el primer pensador moderno en postular que
la salud y las enfermedades mentales son productos de vivir bien y mal,
respectivamente.

Para Spinoza, la salud mental es, en último término, una manifestación de


vivir bien; la enfermedad mental es un síntoma de no vivir según los requisitos de
la naturaleza humana. «Y aunque el avaro no piense en ninguna otra cosa que en el
lucro o en el dinero, y el ambicioso en la gloria, etc., no se cree que deliran, porque
suelen ser molestos y se los considera dignos de odio. Pero, en realidad, la avaricia,
la ambición, la lujuria, etc., son especies de delirio, aunque no se las cuente entre
las enfermedades» (Ética, 4, proposición 44, pp. 209-210). En esta afirmación, tan
extraña para el pensamiento de nuestra época, Spinoza considera que las pasiones
que no corresponden a las necesidades de la naturaleza humana son patológicas;
de hecho, llega a denominarlas formas de locura.

Los conceptos de Spinoza de actividad y pasividad son una crítica radical a


la sociedad industrial. En oposición a la creencia actual de que las personas
impulsadas principalmente por la codicia del dinero, las posesiones o la fama son
normales y bien adaptadas, Spinoza las consideraba absolutamente pasivas y
básicamente enfermas. La persona activa, en el sentido de Spinoza, que él
personificó en su propia vida, se ha vuelto una excepción, y hoy día se sospecha
que es “neurótica” porque está mal adaptada a la actividad llamada normal.

Marx escribió (en los Manuscritos económico-filosóficos) que “la actividad


consciente y libre” (o sea, la actividad humana) es “el carácter de la especie del
hombre”. Para Marx, el trabajo representa la actividad humana, y ésta es vida. Por
otra parte, el capital para Marx representa lo acumulado, el pasado y, en último
término, la muerte (Grundrisse). No se puede comprender plenamente la carga
afectiva que la lucha del capital y el trabajo tenía para Marx, a menos que se
considere que para él ésta era la lucha de la vida contra la muerte, del presente
contra el pasado, del hombre contra las cosas, de ser contra tener. Para Marx la
cuestión era: ¿Quién debe dominar a quién? ¿Debe la vida dominar a la muerte, o
ésta a la vida? Para él, el socialismo representaba una sociedad en que la vida había
vencido a la muerte.

Toda la crítica de Marx al capitalismo y su visión del socialismo están


enraizadas en la idea de que la actividad humana se ve paralizada en el sistema
capitalista, y que la meta es restaurar plenamente la humanidad plena del
individuo restaurando la actividad en todos los campos de la vida.

A pesar de las formulaciones influidas por los economistas clásicos, el clisé


de que Marx era un determinista que convertía a los seres humanos en objetos
pasivos de la historia y los privaba de su actividad, es totalmente opuesto a su
pensamiento, de lo que se convencerá fácilmente cualquiera que haya leído a Marx,
y no sólo unas cuantas frases aisladas y fuera de contexto. Las opiniones de Marx
quedan claramente expresadas en su afirmación: «La Historia no hace nada; no
posee una riqueza colosal, “no lucha”. En cambio, es el hombre (real, vivo) el que
actúa, posee y lucha. De ninguna manera es la “Historia” la que usa al hombre
como medio para alcanzar sus fines como si fuera algo ajeno; la Historia no es más
que la actividad del hombre en pos de sus fines» (Marx y Engels, La sagrada
familia).

De los pensadores contemporáneos, ninguno ha percibido el carácter pasivo


de la actividad moderna tan profundamente como Albert Schweitzer, quien, en su
estudio sobre la decadencia y la restauración de la civilización, consideró al
Hombre moderno como un ser sometido, incompleto, disperso, patológicamente
dependiente y “absolutamente pasivo”.

SER COMO FORMALIDAD

Hasta ahora he descrito el significado de ser en contraste con tener; pero otro
sentido igualmente importante de ser se revela en oposición a aparentar. Si parece
que soy bondadoso, aunque mi bondad sólo sea una máscara para cubrir mi afán
de explotación, si parece que soy valiente, aunque en realidad sea vanidoso y quizá
suicida, si parece que amo a mi país, aunque fomente mi interés egoísta, la
apariencia, o sea, mi conducta manifiesta, está en contradicción directa con la
realidad de las fuerzas que me motivan. Mi conducta es distinta de mi carácter. La
estructura de mi carácter, la verdadera motivación de mi conducta, constituye mi
ser auténtico. Mi conducta puede reflejar parcialmente mi ser, pero por lo general
es una máscara que tengo y que me pongo para mis propios fines. El conductismo
trata esta máscara como si fuera un dato científico digno de confianza; el
verdadero insight enfoca la realidad interior, que por lo general no es consciente ni
puede observarse en forma directa. Este concepto de ser “desenmascarado”, como
lo expresó Eckhart, es muy importante en el pensamiento de Spinoza y de Marx, y
es el descubrimiento fundamental de Freud.

Comprender la discrepancia entre la conducta y el carácter, entre mi


máscara y la realidad que ésta oculta, es el logro principal del psicoanálisis
freudiano. Freud inventó un método (la asociación libre, el análisis de los sueños,
la transferencia y la resistencia) destinado a descubrir los deseos instintivos
(esencialmente sexuales) que fueron reprimidos en la primera infancia. Aun
cuando más tarde los adelantos de la teoría psicoanalítica y la psicoterapia
procedieron a subrayar los sucesos traumáticos en el campo de las primeras
relaciones interpersonales, y no en la vida de los instintos, el principio continuó
siendo el mismo: están reprimidos los deseos y los temores tempranos, y también
los tardíos (según creo yo); la manera de eliminar los síntomas o un malestar más
general es descubrir este material reprimido. En otras palabras, están reprimidos
los elementos irracionales, infantiles e individuales de la experiencia.

Por otra parte, se supuso que las opiniones del “sentido común” de un
ciudadano normal, o sea, socialmente adaptado, eran racionales y no necesitaban
de un análisis profundo; pero esto no es verdad. Nuestras motivaciones, ideas y
creencias conscientes son una mezcla de información falsa, prejuicios, pasiones
irracionales y racionalizaciones, en que fragmentos de la verdad flotan y ofrecen la
seguridad, aunque falsa, de que toda la mezcla es genuina y verdadera. El proceso
del pensamiento intenta organizar este cultivo de ilusiones de acuerdo con las
leyes de la lógica y la credibilidad. Se supone que este nivel de la conciencia refleja
la realidad; es el mapa que usamos para organizar nuestra vida. Este mapa falso no
está reprimido; lo que está reprimido es el conocimiento de la realidad, el conocimiento de
la verdad. Si preguntamos ¿qué es inconsciente?, la respuesta debe ser: además de las
pasiones irracionales, casi todo el conocimiento de la realidad. El inconsciente
básicamente está determinado por la sociedad, que produce las pasiones
irracionales y ofrece a sus miembros varios tipos de ficciones, y así hace que la
verdad quede prisionera de la supuesta racionalidad.

La afirmación de que la verdad es reprimida se basa, desde luego, en la


premisa de que conocemos la verdad y reprimimos este conocimiento. En otras
palabras, en que hay “un conocimiento inconsciente”. Mi experiencia en el
psicoanálisis (de otros y mío) es que esto es verdad. Percibimos la realidad, y no
podemos evitarlo. Así como nuestros sentidos están organizados para ver, oír, oler,
tocar cuando nos enfrentamos a la realidad, nuestra razón está organizada para
reconocer la realidad, o sea para ver las cosas como son, para percibir la verdad.
Desde luego, no me refiero a la parte de la realidad que requiere instrumentos o
métodos científicos para ser percibido, sino a lo que podemos reconocer
“viéndola” atentamente, en especial la realidad en nosotros y en los demás.
Sabemos cuándo estamos frente a una persona peligrosa, cuándo encontramos a
alguien en que podemos confiar plenamente; sabemos cuándo nos mienten, o nos
explotan, o nos engañan, o cuándo nos engañamos nosotros mismos. Sabemos casi
todo lo que es importante saber sobre la conducta humana, cómo nuestros
antepasados tenían un conocimiento notable de los movimientos de las estrellas;
pero mientras ellos eran conscientes de sus conocimientos y los usaban, nosotros
reprimimos inmediatamente nuestros conocimientos, porque si estuviéramos
conscientes, nuestra vida se volvería demasiado difícil y, como nos convencemos a
nosotros mismos, demasiado “peligrosa”.

Es fácil encontrar la prueba de esta afirmación. En muchos sueños


mostramos un profundo conocimiento de la esencia de los otros y de nosotros, del
que carecemos totalmente durante la vigilia. (Incluí ejemplos de “sueños de
insight” [esclarecimiento interior] en La lengua olvidada). Esto se manifiesta en esas
reacciones frecuentes en que de pronto vemos a alguien bajo una luz
completamente distinta, y nos parece que lo sabíamos desde mucho tiempo antes.
Esto puede descubrirse en el fenómeno de resistencia cuando una verdad penosa
amenaza con salir a la superficie: en el lapsus linguae, en las expresiones torpes, en
un estado de trance o cuando una persona dice algo, sin querer, totalmente
opuesto a lo que afirmaba creer, y luego parece olvidar todo lo dicho un minuto
después.

En realidad, gastamos una gran parte de nuestras energías en ocultarnos a


nosotros mismos lo que sabemos, y el grado de este conocimiento reprimido
difícilmente puede exagerarse. Una leyenda talmúdica expresa en forma poética
este concepto de represión de la verdad: cuando un miro nace, un ángel le toca la
frente para que olvide el conocimiento de la verdad que tuvo en el momento de
nacer. Si el miro no puede olvidar, su vida futura será insoportable.

Insistimos en nuestra tesis principal: ser se refiere a un panorama real, que


contrasta con otro falso e ilusorio. En este sentido, todo intento de aumentar el
sector de ser significa aumentar el conocimiento de nuestra realidad y de la de los
otros, y del mundo que nos rodea. Las principales metas éticas del judaísmo y del
cristianismo (superar la avaricia y el odio) no pueden alcanzarse sin un factor muy
importante del budismo y que también desempeña un papel en el judaísmo y en el
cristianismo: el camino hacia ser penetra a través de la superficie y llega al insight
de la realidad.

LA VOLUNTAD DE DAR, COMPARTIR Y SACRIFICARSE

En la sociedad contemporánea se supone que el modo de existencia de tener


está enraizado en la naturaleza humana y, por ello, es virtualmente inmutable. La
misma idea se expresa en el dogma de que el hombre es básicamente perezoso y
pasivo por naturaleza, y que no desea trabajar ni hacer nada, a menos que sea
impulsado por el incentivo de una ganancia material, o por el hambre, o por el
temor al castigo. Casi nadie duda de este dogma, que determina nuestros métodos
de educación y de trabajo; pero es sólo una expresión del deseo de demostrar el
valor de nuestras disposiciones sociales, sosteniendo que obedecen a una
necesidad de la naturaleza humana. A los miembros de muchas sociedades del
pasado y del presente, el concepto de un egoísmo y una pereza humanos innatos
les parecería tan fantástico como lo opuesto nos parece a nosotros.

La verdad es que los modos de existencia de tener y de ser son


potencialidades de la naturaleza humana, que nuestro afán biológico de sobrevivir
tiende a fomentar el modo de tener, pero que el egoísmo y la pereza no son las
únicas propensiones inherentes a los seres humanos.
Los seres humanos sentimos un deseo inherente y profundamente arraigado
de ser: expresar nuestras facultades, ser activos, relacionarnos con otros, escapar de
la prisión del egoísmo. La verdad de esta afirmación está demostrada con tantas
pruebas que podría escribirse fácilmente un libro. D. O. Hebb definió el quid del
problema en la forma más general al afirmar que el único problema de la conducta es
explicar la inactividad, no la actividad. Los siguientes datos son pruebas de esta tesis
general17:

1. Los datos de la conducta animal. Los experimentos y la observación


directa muestran que muchas especies realizan con placer tareas difíciles, hasta
cuando no les ofrecen recompensas materiales.

2. Los experimentos neurofisiológicos demuestran la actividad inherente a


las células nerviosas.

3. La conducta infantil. Algunos estudios recientes muestran la capacidad y


necesidad de los niños pequeños para responder activamente a estímulos
complicados, hallazgos que se oponen al supuesto freudiano de que los bebés
perciben los estímulos exteriores como amenaza, y estimulan su agresividad para
eliminar la amenaza.

4. La conducta del aprendizaje. Muchos estudios muestran que el niño y el


adolescente son perezosos porque les presentan el material de aprendizaje de una
manera árida e inerte, que no consigue despertar un interés genuino; si se eliminan
la presión y el aburrimiento, y si el material se presenta de manera interesante
muestran una actividad y una iniciativa notables.

5. La conducta en el trabajo. El experimento clásico de E. Mayo mostró que


hasta un trabajo en sí aburrido se vuelve interesante si los obreros advierten que
están participando en un experimento realizado por una persona inteligente y
vital, con capacidad para despertar su curiosidad y promover su participación. Lo
mismo se ha demostrado en varias fábricas de Europa y de los Estados Unidos. El
estereotipo de los obreros según los gerentes es: los obreros no están realmente
interesados en una participación activa; sólo desean salarios más altos; por
consiguiente el reparto de utilidades puede ser un incentivo, para lograr mayor
productividad en el trabajo, pero no la participación de los obreros. Los gerentes
tienen razón en lo que se refiere a los métodos de trabajo que ofrecen, pero la

17 Me refiero a algunas de estas pruebas en La anatomía de la destructible actividad humana.


experiencia ha mostrado (y ha convencido a muchos gerentes) que, si los
trabajadores pueden ser verdaderamente activos, responsables y conscientes de sus
papeles en el trabajo, los que antes no se interesaban cambian considerablemente y
muestran un grado notable de inventiva, actividad, imaginación y satisfacción 18.

6. La riqueza de datos que se encuentra en la vida política y social. La idea


de que la gente no desea hacer sacrificios es notablemente falsa. Cuando Churchill
anunció, al principio de la segunda Guerra Mundial, que lo que pediría al pueblo
británico sería sangre, sudor y lágrimas, no lo desanimó; al contrario, apeló a su
profundo deseo humano de hacer sacrificios, de dar sí mismo. La reacción de los
ingleses (y también de los alemanes y de los rusos) ante los bombardeos
indiscriminados de los centros de población, demostró que el sufrimiento común
no quebrantaba su espíritu; fortaleció su resistencia, y demostró el error de los que
creían que los terribles bombardeos podrían debilitar la moral del enemigo y
ayudar a terminar la guerra.

Es una triste realidad que en nuestra civilización la guerra y el sufrimiento, y


no la paz, pueden estimular la voluntad humana de hacer sacrificios; la paz parece
alentar principalmente el egoísmo. Por fortuna, hay situaciones en la paz en que
los humanos se esfuerzan por dar, y la solidaridad se manifiesta en la conducta
individual. Las huelgas de los obreros, en especial hasta la primera Guerra
Mundial, son un ejemplo de esta conducta esencialmente no violenta. Los obreros
deseaban mayores salarios, pero al mismo tiempo, se arriesgaban y aceptaban
grandes penalidades para luchar por su dignidad y por la satisfacción de sentir la
solidaridad humana. La huelga era un fenómeno tanto “religioso” como
económico. Estas huelgas aún ocurren hoy día, pero la mayoría de las actuales se
hacen por razones económicas, aunque las huelgas por lograr mejores condiciones
de trabajo han aumentado recientemente.

La necesidad de dar y compartir, y el deseo de hacer sacrificios por los otros


aún existe en algunos miembros de ciertas profesiones, como enfermeras, médicos,
monjes y monjas; pero la mayoría de los profesionales sólo de dientes hacia afuera
se interesan en la ayuda y el sacrificio. Sin embargo, el carácter de un número

18En su libro The Gamesmen: the New Corporate Leaders (El ganador: el nuevo tipo de líder en los
negocios, Lasser Press Mexico 1978, cuyo manuscrito tuve el privilegio de leer), Michael Maccoby
menciona algunos proyectos recientes de participación democrática, en especial su propia
investigación en el Proyecto Bolívar, que trata del papel del trabajo, y que será el tema, junto con
otro proyecto, de una obra mayor que Maccoby actualmente está planeando.
considerable responde a los valores que profesan. Las mismas necesidades se
afirmaron y se expresaron en muchas comunas a través de los siglos, fueran
religiosas, socialistas o humanistas. Encontramos el deseo de dar en los que
voluntariamente ofrecen su sangre (sin recibir pago), en las muchas situaciones en
que la gente arriesga su vida por salvar la de otros. Encontramos la manifestación
de la voluntad de dar en los que aman genuinamente. “El amor falso”, o sea el
egoísmo mutuamente compartido, nos hace más egoístas (muy a menudo sucede
esto). El amor genuino aumenta la capacidad de amar y de dar a los demás. El
verdadero amante en su amor a una persona específica, ama a todo el mundo 19.

A la inversa, descubrimos que no pocas personas, en especial jóvenes, no


soportan el lujo y el egoísmo que los rodean en sus familias ricas. En oposición
absoluta a las esperanzas de sus mayores, que creen que sus hijos “tienen todo lo
que desean”, se rebelan contra la inercia y el aislamiento de sus vidas, porque en
realidad no tienen todo lo que desean, y desean lo que no tienen.

Ejemplos sobresalientes en la historia son los hijos y las hijas de los ricos del
Imperio Romano, que abrazaron la religión de la pobreza y el amor; otro es Buda,
que era un príncipe y tenía todo el placer y el lujo que pudiera desear, pero
descubrió que tener y consumir causan infelicidad y sufrimiento. Un ejemplo más
reciente (en la segunda mitad del siglo XIX) son los hijos y las hijas de la clase
superior rusa: los Narodniki. Al advertir que ya no podían soportar la vida de ocio e
injusticia en que habían nacido, esos jóvenes dejaron a sus familias, se unieron a los
campesinos pobres, vivieron con ellos, y ayudaron a echar las bases de la lucha
revolucionaria en Rusia.

Podemos advertir un fenómeno similar entre los hijos y las hijas de los ricos
en los Estados Unidos y en Alemania, quienes consideran aburrida y sin sentido la
vida en sus casas ricas; pero más que eso, encuentran insoportable la insensibilidad
del mundo ante los pobres y la corriente que nos arrastra hacia una guerra nuclear
en obsequio de la egolatría individual. Por ello, esos jóvenes se alejan de sus
hogares, buscando un nuevo tipo de vida, y se sienten insatisfechos porque no

19 Una de las fuentes más importantes para comprender el impulso natural humano de dar y
compartir es la obra clásica de P. A. Kropotkin, La ayuda mutua, factor de la evolución (1902). Otras
dos obras importantes son The Gift Relationship: from Human Blood to Social Policy, de Richard
Titmuss (en que señala las manifestaciones del deseo de dar, y hace hincapié en que nuestro sistema
económico nos impide ejercer libremente el derecho de dar), y Altruism, Morality and Economic
Theory, Ed. Edmund S. Phelps.
tienen oportunidad de realizar esfuerzos constructivos. Muchos de ellos fueron
originalmente los más idealistas y sensibles de la generación joven; pero en este
punto, faltándoles tradición, madurez, experiencia y sabiduría política, se sienten
desesperados, narcisistamente sobrestiman sus capacidades y posibilidades, y
tratan de lograr lo imposible mediante el uso de la fuerza. Forman los llamados
grupos revolucionarios y esperan salvar al mundo con actos de terror y
destrucción, sin advertir que sólo contribuyen a la tendencia general a la violencia
y a la inhumanidad. Han perdido su capacidad de amar y la han remplazado por
el deseo de sacrificar sus vidas. (El sacrificio de sí mismo con frecuencia es la
solución para los que ardientemente desean amar, pero que han perdido la
capacidad de hacerlo y ven el sacrificio de sus vidas una experiencia amorosa del
más alto grado). Pero estos jóvenes que se sacrifican son muy distintos de los
mártires del amor, que desean vivir porque aman la vida, y que aceptan la muerte
sólo cuando se ven obligados a morir para no traicionarse. Los actuales jóvenes
que se sacrifican son los acusados, pero también los acusadores, al mostrar que en
nuestro sistema social algunos de los jóvenes mejor dotados llegan a sentirse tan
aislados y sin esperanzas que para librarse de su desesperación sólo les queda el
camino de la destrucción y el fanatismo.

El deseo humano de unirse con los demás está enraizado en las condiciones
específicas de la existencia que caracterizan a la especie humana, y es uno de los
estímulos más vigorosos de la conducta humana. Mediante la combinación de una
determinación instintiva mínima y un desarrollo máximo de la capacidad de
razonar, los seres humanos hemos perdido nuestra unidad original con la
naturaleza. Para no sentirnos totalmente aislados (lo que, de hecho, nos condenaría
a la locura) necesitamos encontrar una nueva unidad: con nuestros semejantes y
con la naturaleza. Esta necesidad humana de unión con los otros se satisface de
muchas maneras: en la unión simbiótica con la madre, con un ídolo, con la tribu,
con la nación, con la clase, con la religión, con la fraternidad, con la organización
profesional. Desde luego, a menudo estos vínculos se combinan y a menudo
adoptan una forma de éxtasis, como entre los miembros de ciertas sectas religiosas
o en la multitud que se dispone a linchar a alguien, o en los estallidos de histeria
nacional en caso de guerra. Por ejemplo, el inicio de la primera Guerra Mundial
ocasionó una de las más espectaculares de estas formas de “unión”.
Repentinamente, de un día para otro, la gente renunció a sus convicciones
pacifistas, al antimilitarismo y al socialismo que habían sustentado durante toda su
vida; los científicos olvidaron el ejercicio (que habían practicado toda su vida) de la
objetividad, del pensamiento crítico y la imparcialidad, y se unieron al gran
Nosotros.
El deseo de sentirse unido a los otros se manifiesta en los tipos de conducta
más bajos, o sea, en actos de sadismo y destrucción, y también en los más elevados:
la solidaridad basada en un ideal o en una convicción. También es la causa
principal de la necesidad de adaptarse; los seres humanos sienten más miedo a ser
parias que a la muerte. Es crítico para cualquier sociedad el tipo de unión y de
solidaridad que fomenta, y el tipo que puede fomentar en las condiciones dadas de
su estructura socioeconómica.

Estas consideraciones parecen indicar que ambas tendencias se encuentran


presentes en los seres humanos: la primera, tener (poseer) que en último análisis
toma su fuerza del factor biológico del deseo de sobrevivir; la segunda, ser
(compartir, dar, sacrificarse), que toma su fuerza de las condiciones específicas de
la existencia humana, y de la necesidad inherente de superar el aislamiento
mediante la unión con otros. Por estas dos fuerzas contradictorias que existen en
todo ser humano, se deduce que la estructura social con sus valores y sus normas,
decide cuál de las dos tendencias llega a dominar. Las culturas que fomentan la
codicia de poseer, y por consiguiente el modo de existencia de tener, están
enraizadas en un potencial humano. Las culturas que fomentan ser y compartir
están enraizadas en el otro potencial. Nosotros debemos decidir cuál de estas dos
tendencias deseamos cultivar, pero comprendiendo que nuestra decisión en gran
medida está determinada por la estructura socioeconómica demuestra sociedad,
que nos inclina a elegir una u otra solución.

Basándome en mis observaciones en el campo de la conducta de grupo, creo


que los dos grupos extremos (que manifiestan modos de tener y de ser
absolutamente fijos y casi inalterables) forman una pequeña minoría; para la gran
mayoría ambas posibilidades son reales, y de los factores del medio depende cuál
de las dos llega a dominar y cuál es reprimida.

Esta suposición contradice un dogma psicoanalítico ampliamente sostenido,


según el cual el medio produce cambios esenciales en el desarrollo de la
personalidad en la infancia y en la temprana niñez, pero que después de este
periodo el carácter se fija y difícilmente pueden cambiarlo los sucesos externos.
Este dogma psicoanalítico ha conseguido gran aceptación debido a que en la
mayoría las condiciones básicas de la infancia continúan en la vida posterior, ya
que por lo general, continúan existiendo las mismas condiciones sociales; pero hay
muchos ejemplos de que un cambio radical del medio produce un cambio
fundamental de la conducta, por ejemplo, cuando las fuerzas negativas dejan de
ser alimentadas, y las fuerzas positivas son nutridas y alentadas.
En suma, la frecuencia y la intensidad del deseo de compartir, de dar y
sacrificarse no son tan sorprendentes si consideramos las condiciones de la
existencia de la especie humana. Lo sorprendente es que esta necesidad se haya
reprimido tanto que el egoísmo se ha vuelto la regla en las sociedades industriales
(y en muchas otras), y la solidaridad, la excepción; pero paradójicamente, este
mismo fenómeno es causado por la necesidad de unión. Una sociedad cuyos
principios son la adquisición, el lucro y la propiedad produce un carácter social
orientado a tener, y después de que se establece la pauta dominante, nadie desea
ser un extraño, o un paria; para evitar este riesgo todo el mundo se adapta a la
mayoría, que sólo tiene en común el antagonismo mutuo.

Como consecuencia de la actitud egoísta dominante, los dirigentes de


nuestra sociedad creen que la gente sólo puede ser estimulada con la esperanza de
obtener ventajas materiales, o sea, recompensas, y que no reaccionará a los
llamados de solidaridad y sacrificio. Por consiguiente, excepto en épocas de
guerra, estos llamados rara vez se hacen, y se pierden las oportunidades de
observar sus posibles resultados.

Sólo una estructura socioeconómica radicalmente distinta y un panorama de


la naturaleza humana radicalmente distinto podrían mostrar que el soborno no es
la única manera (o la mejor) de influir sobre la gente.
VI.
OTROS ASPECTOS DE TENER Y DE SER

SEGURIDAD O INSEGURIDAD

No avanzar, permanecer donde estamos, retroceder, en otras palabras,


apoyarnos en lo que tenemos, es muy tentador, porque sabemos lo que tenemos;
podemos aferrarnos y sentirnos seguros en ello. Sentimos miedo, y en
consecuencia evitamos dar un paso hacia lo desconocido, hacia lo incierto; porque,
desde luego, aunque dar un paso no nos parece peligroso después de darlo, antes de
hacerlo nos parecen muy peligrosos los aspectos desconocidos, y por ello nos
causan temor. Sólo lo viejo, lo conocido, es seguro, o por lo menos así parece. Cada
paso nuevo encierra el peligro de fracasar, y esta es una de las razones por las que
se teme a la libertad20.

Naturalmente, en cada etapa de la vida lo viejo y lo conocido es diferente.


Cuando somos niños sólo tenemos nuestro cuerpo y los senos de nuestra madre
(originalmente aún indiferenciados). Luego comenzamos a orientarnos hacia el
mundo, iniciamos el proceso de ganarnos un lugar propio en él. Empezamos a
desear tener cosas: tenemos a nuestra madre, a nuestro padre, a nuestros hermanos,
nuestros juguetes; más tarde adquirimos conocimientos, un empleo, una posición
social, una esposa, hijos, y después tenemos una especie de vida futura, cuando
adquirimos un terreno en el cementerio, un seguro de vida y redactamos nuestra
“última voluntad”.

Y sin embargo, aunque tener cosas ofrece seguridad, la gente admira a los
que tienen una visión de lo nuevo, a los que abren nuevos caminos, a los que se
atreven a avanzar. En la mitología, este modo de existencia está representado
simbólicamente por el héroe. Los héroes son los que se atreven a dejar lo que, tienen
(su tierra, su familia, sus propiedades) y avanzan no sin temor, pero sin sucumbir a
él. En la tradición budista, el Buda es el héroe que abandona todas sus posesiones,
toda la certidumbre contenida en la teología hindú (su rango, su familia) y avanza
en busca de una vida sin ataduras. Abraham y Moisés son los héroes de la

20 Éste es el tema principal de El miedo a la libertad


tradición judía. El héroe cristiano es Jesucristo, que no tenía nada y (a los ojos del
mundo) no era nadie. Sin embargo, actuaba con la plenitud de su amor a todos los
seres humanos. Los griegos tenían héroes seculares, cuya meta era la victoria, la
satisfacción de su orgullo, la conquista. Sin embargo, como los héroes espirituales,
Hércules y Odiseo avanzaron sin temer a los riesgos y los peligros que les
esperaban. Los héroes de los cuentos de hadas satisfacen el mismo criterio: se
alejan, avanzan, y soportan la incertidumbre.

Admiramos a estos héroes porque creemos firmemente que nos gustaría


seguir su camino, si pudiéramos; pero al sentir miedo, creemos que no podemos
ser como ellos y que sólo los héroes pueden hacerlo. Los héroes se vuelven ídolos;
les transferimos nuestra capacidad de avanzar, y nos quedamos donde estamos,
“porque no somos héroes”.

Puede parecer que este examen implica que, aunque ser héroe es deseable,
resulta insensato y va contra nuestros intereses. De ninguna manera. Las personas
cautas en el modo de tener gozan de seguridad, pero necesariamente son muy
inseguras. Dependen de lo que tienen: del dinero, del prestigio y de su ego; es
decir, de algo exterior a ellas; pero ¿qué les sucedería si perdieran lo que tienen?
Pues, sin duda, todo lo que se tiene puede perderse. Obviamente, las propiedades
pueden perderse (y con éstas generalmente la posición y los amigos) y en cualquier
momento el individuo puede (y tarde o temprano les sucede a todos) perder la
vida.

Si yo soy lo que tengo, y si lo que tengo se pierde, entonces ¿quién soy? Nadie, sino
un testimonio frustrado, contradictorio, patético, de una falsa manera de vivir.
Como puedo perder lo que tengo, necesariamente en forma constante me preocupa
esto. Tengo miedo a los ladrones, de los cambios económicos, de las revoluciones,
de la enfermedad, de la muerte, y tengo miedo a la libertad, al desarrollo, al
cambio, a lo desconocido. Por ello estoy continuamente preocupado, y sufro una
hipocondría crónica, en relación no sólo con la pérdida de la salud, sino con
cualquier otra pérdida de lo que tengo; me vuelvo desconfiado, duro, suspicaz,
solitario, impulsado por la necesidad de tener más para estar mejor protegido.
Ibsen ofreció en su Peer Gynt una bella descripción de esta persona concentrada en
su yo. El héroe sólo está lleno de sí mismo; en su egoísmo extremo cree que él es él
mismo, porque es “un costal de deseos”. Al final de su vida reconoce que como su
existencia se estructuró alrededor de las propiedades, no logró ser él mismo, que es
como una cebolla sin pulpa, un hombre inconcluso, que nunca fue él mismo.

La angustia y la inseguridad engendradas por el peligro de perder lo que se


tiene no existen en el modo de ser. Si yo soy lo que soy, y no lo que tengo, nadie
puede arrebatarme ni amenazar mi seguridad y mi sentimiento de identidad. Mi
centro está en mí mismo; mi capacidad de ser y de expresar mis poderes esenciales
forma parte de mi estructura de carácter y depende de mí. Esto también es cierto
en el proceso normal de vivir. Desde luego, no en circunstancias como una
enfermedad que incapacita, la tortura, u otros casos de poderosas limitaciones
externas.

Mientras que tener se basa en algo que se consume con el uso, ser aumenta
con la práctica. (La “zarza ardiendo” que no se consume es el símbolo bíblico de
esta paradoja). Los poderes de la razón, del amor, de la creación artística e
intelectual, todos los poderes esenciales aumentan mediante el proceso de
expresarles. Lo que se gasta no se pierde, sino, al contrario, lo que se guarda se
pierde. La única amenaza a mi seguridad de ser está en mí mismo: en mi falta de fe
en la vida y en mis poderes productivos, en mis tendencias regresivas; en mi
pereza interior y en la disposición a que otros se apoderen de mi vida; pero estos
peligros no son inherentes al ser, como el peligro de perder las cosas es inherente al
tener.

SOLIDARIDAD-ANTAGONISMO

La experiencia de amar, de gustar, de gozar de algo sin desear tenerlo es a la


que se refiere Suzuki al comparar el poema inglés con el japonés (véase el Capítulo
l). Desde luego, no es fácil para el Hombre moderno occidental sentir placer
independientemente de tener. Sin embargo, esto tampoco es enteramente ajeno a
nosotros. El ejemplo de la flor de Suzuki no podría aplicarse si en vez de
contemplar una flor el viandante mirara una montaña, un prado, o algo que no
puede tomarse físicamente. Desde luego mucha gente, o la mayoría, no vería
realmente la montaña, excepto como un clisé; en vez de verla desearía conocer su
nombre y su altura, o desearía subirse a ella, lo que puede ser otra forma de tomar
posesión; pero algunos pueden ver genuinamente la montaña y gozarla. Lo mismo
puede decirse en la relación con apreciar las obras musicales: esto es, comprar un
disco de música que nos gusta puede ser un acto de poseer la obra, y quizá la
mayoría que goza con el arte en realidad lo “consume”; pero una minoría
probablemente aún reacciona ante la música y el arte con placer genuino y sin el
impulso de “poseer”.

A veces podemos leer las reacciones de la gente en sus expresiones faciales.


Hace poco vi una película en la televisión sobre los extraordinarios acróbatas y
malabaristas del Circo Chino, y la cámara repetidamente enfocaba al público, para
registrar las reacciones de los espectadores en la multitud. La mayoría de las caras
estaban iluminadas, llenas de vida, embellecidas por la función graciosa y vital.
Sólo una minoría parecía indiferente e inconmovible.

Otro ejemplo de gozar sin desear poseer puede advertirse fácilmente en


nuestra reacción ante los niños pequeños. Aquí también sospecho que con esta
conducta nos engañamos mucho, porque nos gusta desempeñar el papel de
amantes de los niños; pero aunque hay razones para desconfiar, creo que una
reacción genuina, vital ante los niños no es totalmente rara. Esto puede ser, en
parte, porque, en oposición con sus sentimientos hacia los adolescentes y los
adultos, la mayoría no siente miedo de los niños y se siente libre de reaccionar
amorosamente, lo que no podría hacer si el temor se interpusiera en su camino.

El ejemplo más pertinente de gozar sin la codicia de tener lo que se disfruta,


puede encontrarse en las relaciones interpersonales. Un hombre y una mujer
pueden disfrutar mutuamente en muchos terrenos; cada uno puede gozar con las
actitudes, los gustos, las ideas, el temperamento y toda la personalidad del otro.
Sin embargo, sólo a los que necesitan tener lo que les gusta, este goce mutuo
habitualmente les produce el deseo de la posesión sexual. Los que se encuentran en
el modo de ser pueden disfrutar de la otra persona, y aun sentirse atraídos
eróticamente, pero no deben ser “tomados” (para hablar en los términos del poema
de Tennyson) para gozarse.

Las personas centradas en tener desean tener a la persona que les agrada o
admiran. Esto puede advertirse en las relaciones entre padres e hijos, entre
maestros y estudiantes, y entre amigos. Ningún miembro de la pareja se satisface
sencillamente gozando del otro; cada uno desea tener a la otra persona para sí. Por
ello, cada uno siente celos de los que también desean “tener” al otro. Cada
miembro de la pareja busca al otro como un marinero que en un naufragio se
aferra a una tabla: para sobrevivir. Predominantemente, las relaciones de “tener”
son pesadas, cargantes, llenas de conflictos y celos.

En términos más generales, los elementos básicos en la relación entre los


individuos del modo de existencia de tener son la competencia, el antagonismo y el
temor. El elemento del antagonismo en la relación de tener proviene de su
naturaleza. Si tener es la base de mi sentimiento de identidad, porque “yo soy lo
que tengo”, el deseo de tener produce el deseo de tener mucho, de tener más, de
tener lo más que se pueda. En otras palabras, la codicia es el producto natural de la
orientación de tener. Puede ser la codicia del avaro o la codicia del ansioso de lucro
o la codicia del cazador de mujeres o de hombres. Sea lo que sea lo que codicie, el
codicioso no puede tener bastante, no puede quedar saciado. En oposición a las
necesidades fisiológicas, como el hambre, que tienen un punto definido de
saciedad debido a la fisiología del cuerpo, la codicia mental (toda la codicia es
mental, aunque se satisfaga a través del cuerpo) no tiene un punto de saciedad, ya
que la consumación no llena el vacío interno, el aburrimiento, la soledad y la
depresión que se supone que debe satisfacer. Además, como lo que el individuo
tiene le puede ser arrebatado de una manera u otra, debe tener más para fortalecer
su existencia contra ese peligro. Si todo el mundo desea tener más, todo el mundo
debe temer a las intenciones agresivas del vecino que desea quitarnos lo que
tenemos. Para prevenir este ataque, el individuo debe volverse más poderoso y
preventivamente agresivo. Además, ya que la producción, por grande que sea, no
podrá mantenerse al ritmo de los deseos ilimitados, debe haber competencia y
antagonismo entre los individuos en lucha por obtener el máximo. Y la lucha
continuará aun si pudiera alcanzarse un estado de abundancia absoluta; los que
tienen menos en materia de salud física, atractivos, dones, inteligencia,
amargamente envidiarán a los que tienen “más”.

Que el modo de tener y la consiguiente codicia necesariamente producen


rivalidad interpersonal es algo que también puede decirse de las naciones como de
los individuos. Pues mientras una nación esté compuesta de ciudadanos cuya
principal motivación sea tener y codiciar, no podrán evitarse las guerras.
Necesariamente codiciará lo que tenga otra nación, e intentará obtener lo que desea
mediante la guerra, la presión económica, o las amenazas. Se valdrá de estos
procedimientos primero contra las naciones más débiles, y formará alianzas que
sean más fuertes que la nación que pretende atacar. Aunque sólo tenga pocas
oportunidades de ganar, una nación iniciará una guerra, no porque sufra
económicamente, sino porque el deseo de tener más y de conquistar estará
profundamente arraigado en su carácter social.

Desde luego, hay épocas de paz; pero se debe distinguir entre la paz
duradera y la transitoria, que es un periodo para recobrar las fuerzas, para
reorganizar la industria y el ejército; en otras palabras, entre la paz que es un
estado permanente de armonía, y la que esencialmente sólo es una tregua. En los
siglos XIX y XX ha habido periodos de tregua, pero caracterizados por un estado
de guerra crónica entre los principales actores del escenario histórico. La paz como
estado de relaciones armoniosas duraderas entre las naciones sólo se logra cuando
la estructura de tener se ve remplazada por la estructura de ser. La idea de que se
puede fomentar la paz mientras se alientan los esfuerzos de posesión y lucro, es
una ilusión, y peligrosa, porque le impide a la gente reconocer que se enfrenta a
una clara alternativa: un cambio radical de su carácter o la guerra permanente.
Desde luego, esta es una vieja alternativa; los dirigentes han elegido la guerra, y los
pueblos los han seguido. Hoy y mañana, con el increíble aumento de la
destructividad de las nuevas armas, la alternativa no es la guerra, sino el suicidio
colectivo.

Lo que es cierto para las guerras internacionales igualmente puede aplicarse


a la guerra de clases. La guerra entre clases, esencialmente los explotadores y los
explotados, siempre ha existido en las sociedades basadas en el principio de la
codicia. No hubo guerra de clases donde no existió necesidad o posibilidad de
explotar, ni carácter social codicioso; pero necesariamente hay clases en cualquier
sociedad, hasta en la más rica, cuando predomina el modo de tener. Como ya se ha
observado, si hay deseos ilimitados, ni aun la mayor producción puede
mantenerse al ritmo de la fantasía universal de tener más que los vecinos.
Necesariamente, los más fuertes, más astutos, o más favorecidos por otras
circunstancias, tratarán de establecer una posición favorable, e intentarán
aprovecharse de los menos fuertes, sea por la fuerza y la violencia o por la
sugestión. Luego las clases oprimidas derrocarán a sus gobernantes, y así
sucesivamente. La lucha de clases quizá podría volverse menos violenta, pero no
podrá desaparecer mientras la codicia domine el corazón humano. La idea de una
sociedad sin clases en un llamado mundo socialista lleno del espíritu de codicia es
una idea tan ilusoria (y peligrosa) como la paz permanente entre naciones
codiciosas.

En el modo de ser, la posesión privada (la propiedad privada) tiene poca


importancia afectiva, porque yo no necesito poseer algo para gozarlo, y ni siquiera
para usarlo. En el modo de ser, muchas personas (de hecho millones) pueden
compartir el gozo del mismo objeto, ya que nadie necesita (o desea) tenerlo como
condición para gozarlo. Esto no sólo evita la lucha, sino que crea una de las formas
más profundas de la felicidad humana: el gozo compartido. Nada une más (sin
limitar la individualidad) que compartir la admiración o el amor a una persona;
compartir una idea, una pieza de música, una pintura, un símbolo, un rito o aun
las penas. La experiencia de compartir forma y mantiene viva la relación entre dos
individuos vitales; es la base de todos los grandes movimientos religiosos, políticos
y filosóficos. Desde luego, esto sólo es verdadero mientras (y en el grado en que)
los individuos genuinamente amen o admiren. Cuando los movimientos religiosos
y políticos se petrifican y la burocracia dirige al pueblo mediante sugestión y
amenazas, se deja de compartir.

La naturaleza inventó, por decirlo así, el prototipo (o quizá el símbolo) del


placer compartido en el acto sexual, pero empíricamente el acto sexual no
necesariamente es un placer que se comparte; los amantes con frecuencia son tan
narcisistas, están tan interesados en sí mismos, y son tan posesivos que sólo se
puede hablar de un placer simultáneo, pero no compartido.

En otro aspecto, sin embargo, la naturaleza ofrece un símbolo menos


ambiguo para distinguir entre tener y ser. La erección del pene es enteramente
funcional. El macho no tiene una erección como una propiedad o una cualidad
permanente (aunque no sabemos cuántos hombres desearían que fuera así). El
pene está en erección mientras el hombre permanece excitado, mientras desea a la
mujer que ha despertado su excitación. Si por una razón u otra algo interfiere en su
excitación, el hombre no tiene nada. A diferencia de casi todos los otros tipos de
conducta, la erección no puede fingirse. George Groddek, uno de los más grandes
psicoanalistas, aunque relativamente poco conocido, acostumbraba comentar que
un hombre, después de todo, sólo lo es durante unos minutos; la mayor parte del
tiempo es un niño pequeño. Desde luego, Groddek no quiere decir que el hombre
se vuelve totalmente un niño pequeño, sino sólo en ese aspecto, que para muchos
hombres es la prueba de su hombría. (Véase el ensayo que escribí [1943] sobre
“Sexo y carácter”].

ALEGRÍA-PLACER

El Maestro Eckhart pensaba que la vitalidad conduce a la alegría. El lector


moderno quizá no le preste mucha atención a la palabra “alegría” y la lea como si
Eckhart hubiese escrito “placer”. Sin embargo, distinguir entre alegría y placer es
critico, especialmente en relación con la distinción entre los modos de ser y de
tener. No es fácil apreciar la diferencia, ya que vivimos en un mundo de “placeres
sin alegría”.

¿Qué es el placer? Esta palabra se usa de distintas maneras, pero


considerando su uso en el pensamiento popular, parece conveniente definirlo así:
la satisfacción de un deseo que no requiere actividad (en el sentido vital). Este
placer puede ser muy intenso: el placer de tener éxito social, ganar más dinero,
sacarse la lotería; el convencional placer sexual; de comer hasta hartarse; de ganar
una carrera; el estado producido por las bebidas alcohólicas, el trance o las drogas
heroicas; el placer que produce satisfacer el propio sadismo, la pasión de matar o
de desmembrar lo que está vivo.

Desde luego, para hacerse ricos o famosos, los individuos deben mostrarse
muy activos en el sentido de estar ocupados, pero no en el sentido de “nacer
dentro de sí mismos”. Cuando han alcanzado su meta pueden sentirse
“emocionados”, “intensamente satisfechos”, creer que han alcanzado la “cumbre”;
pero ¿cuál cumbre? Quizá la de la excitación, de la satisfacción, un estado de trance
o de orgía; pero pueden haber alcanzado esto impulsados por pasiones que,
aunque humanas, sin embargo son patológicas, ya que no conducen a una solución
intrínsecamente adecuada para la condición humana. Tales pasiones no producen
mayor desarrollo y fortaleza, sino, al contrario, una invalidez humana. El placer
del hedonismo radical, la satisfacción de nuevos deseos, los placeres de la sociedad
contemporánea producen distintos grados de excitación, pero no alegría. De hecho,
la falta de gozo obliga a buscar placeres siempre nuevos, cada vez más excitantes.

En este aspecto, la sociedad moderna se encuentra en la misma posición que


los hebreos de hace tres mil años. Al hablarle al pueblo de Israel acerca del peor de
sus pecados, Moisés le dijo: “Por cuanto no serviste a Jehová tu Dios con alegría y
con gozo de corazón, por la abundancia de todas las cosas” (Deuteronomio 28:47).
La alegría es concomitante de la actividad productiva. No es una “cumbre de la
experiencia”, que culmina y termina de pronto, sino más bien una meseta, un
sentimiento que acompaña la expresión productiva de nuestras facultades
humanas esenciales. La alegría no es el éxtasis momentáneo, sino el resplandor que
acompaña al ser.

El placer y la emoción conducen a la tristeza después de alcanzada la


llamada cumbre; porque el estremecimiento se ha sentido, pero el recipiente no ha
crecido. El propio poder interior no aumentó. Se intentó terminar con el
aburrimiento de la actividad improductiva y por un momento se unieron todas las
energías, excepto la razón y el amor. El individuo intentó volverse sobrehumano,
sin ser humano. Parece haber alcanzado el triunfo, pero éste va seguido de una
profunda tristeza, porque nada ha cambiado dentro de él. El dicho “Después del
coito el animal se siente triste” (“Post coitum animal triste est”) expresa el fenómeno
del sexo sin amor, que es una “cumbre de la experiencia”, de la excitación intensa,
y por consiguiente de la emoción y el placer, y necesariamente va seguido de una
desilusión, porque termina. La alegría por el sexo sólo se siente cuando la
intimidad física es al mismo tiempo la intimidad del amor.

Como es natural, la alegría debe desempeñar un papel importante en los


sistemas religiosos y políticos que proclaman que ser constituye la meta de la vida.
El budismo, aunque rechaza el placer, concibe un estado de Nirvana, que es un
estado de felicidad, el cual se manifiesta en las descripciones y en los dibujos que
representan la muerte de Buda. (Estoy en deuda con el finado D. T. Suzuki por
señalarme esto en un famoso dibujo que representa la muerte de Buda).

El Antiguo Testamento y la posterior tradición judía, aunque condenan el


placer que surge de la satisfacción de la codicia, consideran la alegría como el
estado de ánimo que acompaña al hecho de ser. El Libro de los Salmos termina con
un grupo de 15 salmos que son uno de los grandes himnos a la alegría, y los
salmos dinámicos comienzan con temor y tristeza y terminan con alegría y júbilo21.
El Sabbath es el día del gozo, y en el Tiempo Mesiánico la alegría será el estado de
ánimo que prevalecerá. En la literatura profética abundan las expresiones de
alegría, como este pasaje: «Entonces la virgen se holgará en la danza, los mozos y
los viejos juntamente; y su llanto tornaré en gozo, y los consolaré, y los alegraré de
su dolor» (jeremías 31:13) y «sacaréis aguas con gozo» (Isaías (2:3). Dios llama a
Jerusalén: «ciudad de mi gozo» (jeremías 49:25).

Encontramos el mismo hincapié en el Talmud: «La alegría de un mitzvah (el


cumplimiento de un deber religioso) es la única manera de encontrar al Espíritu
Santo» (Berakoth 31, a). La alegría se considera tan fundamental que, según la ley
del Talmud, el luto por un pariente cercano, cuya muerte haya ocurrido durante la
semana, debe interrumpirse por la alegría del Sabbath.

El movimiento asideo (cuyo lema tomado de un verso de los salmos es:


«Sirve a Dios con alegría») creó una forma de vivir en que la felicidad era uno de
los elementos sobresalientes. La tristeza y la depresión se consideraban signos de
error espiritual, si no de franco pecado.

En el desarrollo cristiano, hasta el nombre del Evangelio (buena nueva)


muestra el lugar central del júbilo y la alegría. En el Nuevo Testamento, la dicha es
el fruto de haber renunciado a tener, mientras que la tristeza es el estado de ánimo
del que se aferra a las posesiones. (Véase, por ejemplo, San Mateo 13:44 y 19:22). En
muchas expresiones de Jesucristo, el gozo se concibe como concomitante de vivir
en el modo de ser. En su última alocución a los apóstoles, Jesús les habló de la
alegría en la forma final: «Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en
vosotros, y vuestro gozo sea cumplido» (San Juan 15:11).

Como se indicó antes, la alegría también desempeña un papel supremo en el


pensamiento del Maestro Eckhart. Aquí en sus palabras se encuentra una de las
expresiones más bellas y poéticas de la idea del poder creador de la risa y la

21 Analicé estos salmos en Seréis como dioses


alegría: «Cuando Dios le ríe al alma y el alma le responde con su risa a Dios, se
engendran las personas de la Trinidad. Hablando en hipérbole, cuando el Padre le
ríe al Hijo y el Hijo le responde riendo al Padre, esa risa causa placer, ese placer
causa alegría, esa alegría engendra el amor y ese amor crea a las personas [de la
Trinidad] de las cuales una es el Espíritu Santo» (Blakney, p. 245).

Spinoza otorga a la alegría un lugar supremo en su sistema antropológico-


ético, cuando dice: «La alegría es la transición del hombre de una menor a una
mayor perfección. La tristeza es la transición del hombre de una mayor a una
menor perfección» (Ética, 3, defs. 2, 3, p. 155).

Las afirmaciones de Spinoza sólo se comprenden plenamente si las


colocamos en el contexto de todo su sistema de pensamiento. Para no decaer,
debemos tratar de acercarnos a “un modelo de la naturaleza humana”, esto es,
debemos ser óptimamente libres, racionales, activos. Debemos llegar a ser lo que
podemos ser. Esto debe entenderse como el bien que es potencialmente inherente a
nuestra naturaleza. Spinoza entiende por “bueno” “aquello que sabemos
ciertamente que es un medio para acercarnos más y más al modelo de la naturaleza
humana que nos hemos propuesto”; y “por malo, en cambio, entiendo aquello que
sabemos ciertamente que nos impide reproducir ese mismo modelo” (Ética, 4,
Prefacio, p. 174). La alegría es el bien; la tristeza (tristitia) es el mal. La alegría es
una virtud; la tristeza es un pecado.

La alegría, pues, es lo que sentimos en el proceso de acercarnos más a la


meta de ser nosotros mismos.

EL PECADO Y EL PERDÓN

En el concepto clásico del pensamiento teológico cristiano y judío, el pecado


esencialmente se identifica con la desobediencia a la voluntad de Dios. Esto es obvio
en la fuente comúnmente sostenida del primer pecado: la desobediencia de Adán.
En la tradición judía, este acto no se considera un pecado “original” que heredan
todos los descendientes de Adán, como en la tradición cristiana, sino que sólo es el
primer pecado, que no necesariamente mancha a los descendientes de Adán.

Sin embargo, el elemento común es la idea de que la desobediencia a los


mandamientos de Dios es pecado, sean cuales fueren éstos. Ello no es sorprendente
si consideramos que la imagen de Dios en esa parte de la historia bíblica es de una
autoridad estricta, modelada sobre el papel de un rey de reyes oriental. Además,
no es sorprendente si consideramos que la Iglesia, casi desde sus comienzos, se
adaptó a un orden social (entonces era el feudalismo y hoy día es el capitalismo)
que exigía para funcionar la obediencia estricta de los individuos a las leyes,
sirvieran éstas o no a sus verdaderos intereses. Cuán opresivas o cuán liberales son
las leyes y cuáles son los medios para su cumplimiento son cosas de poca
importancia en relación con el problema capital: la gente debe aprender a temer a
la autoridad, y no sólo a los policías que “hacen cumplir la ley” con sus armas. Este
temor no basta para salvaguardar el funcionamiento adecuado del Estado; el
ciudadano debe internalizar este temor, y transformar la obediencia en una
categoría moral y religiosa: el pecado.

La gente no sólo respeta por miedo la ley, sino también porque se siente
culpable si desobedece. Este sentimiento de culpa puede quedar superado por el
perdón que sólo la misma autoridad puede otorgar. Las condiciones para este
perdón son: el arrepentimiento del pecador, su castigo, y al aceptar el castigo
someterse de nuevo. La secuencia es: pecado (desobediencia) →sentimiento de
culpa →nueva sumisión (el castigo) →el perdón, lo que es un círculo vicioso, ya que
la desobediencia produce un aumento de la obediencia. Sólo unos cuantos no se
dejan intimidar. Prometeo es su héroe.

A pesar del cruel castigo que le aplicó Zeus, Prometeo no se sometió, ni se


sintió culpable. Él sabía que quitarles el fuego a los dioses y dárselos a los
humanos era un acto de compasión; él desobedeció, pero no pecó. Como muchos
otros héroes del amor (mártires) de la especie humana, rompió la ecuación entre
desobediencia y pecado.

Sin embargo, la sociedad no está formada por héroes. Como las mesas sólo
fueron servidas para una minoría, y la mayoría había de servir a los fines de la
minoría y sentirse satisfecha con lo que le dejaban, hubo de cultivar la idea de que
la desobediencia es pecado. El Estado y la Iglesia la cultivaron, y trabajaron juntos,
porque ambos debían proteger sus jerarquías. El Estado necesitaba de la religión
para tener una ideología que fundiera la desobediencia y el pecado; la Iglesia
necesitaba creyentes a los que el Estado hubiera disciplinado, en la virtud de la
obediencia. Ambos aprovecharon la institución de la familia, cuya función era
educar a los hijos en la obediencia desde el primer momento en que mostraran
voluntad propia (generalmente, por lo menos, desde el inicio del control de
esfínter). La voluntad propia del niño debía quedar doblegada para prepararlo
para su ulterior funcionamiento adecuado como ciudadano.

El pecado en el sentido secular y teológico tradicional es un concepto de la


estructura autoritaria, y ésta pertenece al modo de existencia de tener. Nuestro
centro humano no se apoya en nosotros, sino en la autoridad a la que nos
sometemos. No llegamos al bienestar con nuestra actividad productiva, sino con la
obediencia pasiva y la consiguiente aprobación de la autoridad. Tenemos un jefe
(secular o espiritual, rey o reina o Dios) al que le tenemos fe; tenemos seguridad…
mientras no somos… nadie. Que la sumisión no es necesariamente consciente
como tal, que puede ser leve o profunda, que la estructura psíquica y social no
necesita ser total sino sólo parcialmente autoritaria, no debe cegarnos ante el hecho
de que vivimos en el modo de tener en la medida en que internalizamos la estructura
autoritaria de la sociedad.

Alfons Auer ha hecho hincapié muy sucintamente en que el concepto de


autoridad, de desobediencia y de pecado de Santo Tomás de Aquino es humanista;
o sea, el pecado no consiste en desobedecer a la autoridad irracional, sino en ir
contra el bienestar humano22. Así, Santo Tomás de Aquino afirmó: «A Dios no
podemos ofenderlo, a menos que actuemos contra nuestro propio bienestar» (S. c.
gent. 3, 122). Para apreciar esta posición, debemos considerar que para Santo
Tomás de Aquino el bien humano (bonum humanum) no está arbitrariamente
determinado por deseos puramente subjetivos, ni por deseos instintivamente
dados (“naturales” en el sentido estoico), ni por la voluntad arbitraria de Dios. Está
determinado por nuestra comprensión racional de la naturaleza humana y de las
normas que, basadas en esta naturaleza, fomentan nuestro desarrollo y bienestar
óptimos. (Debe advertirse que como hijo obediente de la Iglesia y partidario del
orden social existente opuesto a las sectas revolucionarias, Santo Tomás de Aquino
no podía ser un representante puro de la ética no autoritaria; su uso de la palabra
“desobediencia” para ambos tipos de desobediencia sirvió para ocultar la
contradicción implícita en su posición).

Aunque el pecado como desobediencia forma parte de la estructura


autoritaria, de la estructura de tener, posee un significado totalmente distinto en la
estructura no autoritaria, que está enraizada en el modo de ser. Este otro sentido
también está implícito en la historia bíblica de la Caída, y puede comprenderse
mediante una interpretación distinta de esa historia. Dios puso al Hombre en el
jardín del Edén y le advirtió que no comiera del Árbol de la Vida ni del Árbol de la

22El ensayo inédito del Prof. Auer (al que estoy agradecido por haberme permitido leer su
manuscrito) sobre la autonomía de la ética según Santo Tomás de Aquino, es muy útil para
comprender el concepto ético tomista. Igualmente lo es su artículo sobre el tema “Is sin an insult to
God?” (Véase la Bibliografía).
Ciencia del Bien y del Mal. Considerando que no era bueno que el Hombre
estuviera solo. Dios creó a la Mujer. Hombre y Mujer debían llegar a ser una sola
persona. Ambos estaban desnudos, y “no se sentían avergonzados”. Esta
afirmación generalmente se interpreta en relación con las convencionales
costumbres sexuales, según las que, naturalmente, un hombre y una mujer deben
sentirse avergonzados si están descubiertos sus órganos genitales; pero esto no es
todo lo que el texto tiene que decir. En un nivel más profundo, esta afirmación
podría implicar que, aunque el Hombre y la Mujer se enfrentaban totalmente, no se
sentían ni podían sentirse avergonzados, porque no se consideraban extraños,
diferentes, sino sólo “uno”.

Esta situación prehumana cambió radicalmente después de la Caída, cuando


hombre y mujer se volvieron plenamente humanos, o sea, dotados de razón, con
conciencia del bien y del mal, conscientes de que cada uno era distinto y de que su
unicidad original estaba rota y que se habían vuelto extraños uno del otro. Estaban
juntos, sin embargo se sentían separados y distantes. Sentían la vergüenza más
profunda: la de enfrentarse a un prójimo estando “desnudo”, y simultáneamente
experimentaron un alejamiento mutuo, un abismo indescriptible que separa a uno
de otro. “Se hicieron delantales”, y así trataron de evitar el pleno encuentro
humano, la desnudez en que se veían; pero la vergüenza, y también la culpa, no
pueden eliminarse con el ocultamiento. Ellos no se amaban; quizá se deseaban
físicamente, pero la unión física no remedia el alejamiento humano. Que no se
amaban lo indican sus actitudes: Eva no trató de proteger a Adán, y él evitó el
castigo denunciándola como la culpable, y no la defendió.

¿Qué pecado cometieron? Enfrentarse uno al otro como seres humanos


separados, aislados, egoístas, incapaces de superar su separación con la unión
amorosa. Este pecado está enraizado en nuestra existencia humana. Separados de
la armonía original con la naturaleza, la característica del animal cuya vida está
determinada por los instintos innatos, dotados de razón y conciencia de nosotros
mismos, no podemos dejar de sentir nuestra separación de cualquier otro ser
humano. En la teología católica este estado de existencia, de completa separación y
alejamiento, sin la redención del amor, es la definición del “infierno”. Es
insoportable para nosotros. Debemos superar de algún modo la separación
absoluta: mediante la sumisión o mediante el dominio, o tratando de acallar la
razón y la conciencia. Sin embargo, estos caminos sólo ofrecen un éxito
momentáneo, y bloquean el camino de una verdadera solución.

Sólo hay una vía para salvarnos de este infierno: dejar la prisión de nuestro
egocentrismo, salir y unirnos con el mundo. Si la separación egocéntrica es el
pecado capital, entonces éste se expía mediante el amor. La palabra misma
“atonement” [expiación] expresa este concepto, porque su etimología se deriva de
“atonement23”. que en inglés antiguo significa “unión”). Como el pecado de la
separación no es un acto de desobediencia, no necesita ser perdonado, sino
remediado; y el amor, no la aceptación del castigo, es el elemento curativo.

Rainer Funk me indicó que el concepto de pecado como desunión ha sido


expresado por algunos Padres de la Iglesia, que siguieron el concepto no
autoritario de pecado que tenía Jesucristo, y me sugirió los siguientes ejemplos
(tomados de Henri de Lubac): Orígenes dijo: «Donde hay pecado hay diversidad;
pero donde reina la virtud hay singularidad, hay unidad». Máximo el Confesor
dijo que por el pecado de Adán la especie humana “que debía ser un todo
armonioso, sin conflictos entre lo tuyo y lo mío, se transformó en una nube de
polvo de individuos”. Pensamientos similares relativos a la ruptura de la unidad
original en Adán, también pueden encontrarse en las ideas de San Agustín y, como
ha indicado el profesor Auer, en las enseñanzas de Santo Tomás de Aquino. De
Lubac dijo resumiendo: «Como obra de “restitución” (Wiederherstellung), el hecho
de la salvación parece necesario como recuperación de la unidad perdida, como
restauración de la sobrenatural unidad con Dios y al mismo tiempo la unidad de
los hombres entre sí» (véase también “El concepto de pecado y arrepentimiento”
en Seréis como dioses, donde examino todo el problema del pecado).

En resumen, en el modo de tener, y por ello en la estructura autoritaria, el


pecado es la desobediencia, y se supera con el arrepentimiento →«el castigo» →una
sumisión renovada. En el modo de ser, en la estructura no autoritaria, el pecado es
un alejamiento sin solución, pero se supera con el pleno desarrollo de la razón y el
amor, y con la unión.

Desde luego, la historia de la Caída puede interpretarse de ambas maneras,


porque la historia misma es una mezcla de elementos autoritarios y liberadores;
pero en sí mismos los conceptos de pecado como desobediencia y alienación,
respectivamente, son diametralmente opuestos.

La historia de la Torre de Babel en el Antiguo Testamento parece contener la


misma idea. La especie humana había alcanzado allí la unión, simbolizada por el
hecho de que toda la humanidad tenía un solo idioma. Por su ambición de poder,

23“At-one-ment”, separado por sus partículas, revela claramente el concepto original


expresado por este vocablo: “Hacerse uno con”, “fundirse”. [Ed.]
por su codicia de tener la gran torre, el pueblo perdió su unidad y se dispersó. En
este sentido, la historia de la torre es una segunda “Caída”: el pecado de la
humanidad histórica. La historia se complica porque Dios siente miedo de la
unidad del pueblo y del poder que le daría esto. «Y dijo Jehová: He aquí el pueblo
es uno, y todos éstos tienen un lenguaje: y han comenzado a obrar, y nada les
retraerá ahora de lo que han pensado hacer. Ahora, pues, descendamos y
confundamos allí sus lenguas, para que ninguno entienda el habla de su
compañero» (Génesis 11:6-7). Desde luego, la misma dificultad ya existía en la
historia de la Caída: Dios siente miedo del poder que el hombre y la mujer
ejercerían si comieran el fruto de ambos árboles.

TEMOR A LA MUERTE-AFIRMACIÓN DE LA VIDA

Como hemos dicho antes, el temor del individuo a perder sus posesiones es
consecuencia inevitable del sentimiento de seguridad que se basa en lo que uno
tiene. Desarrollaré un poco más estos pensamientos.

Podríamos no aferrarnos a las propiedades y, por consiguiente, no temer


perderlas; pero ¿qué sucedería con el temor de perder la vida, con el miedo a
morir? ¿Sólo sienten este temor los viejos o los enfermos? ¿O todo el mundo teme a
la muerte? El hecho de que forzosamente debamos morir, ¿invade toda nuestra
vida? El temor a morir, ¿se hace más intenso y consciente cuando nos acercamos al
límite de la vida, cuando somos viejos o estamos enfermos?

Es necesario que los psicoanalistas hagan amplios estudios sistemáticos, que


investiguen este fenómeno desde la infancia hasta la vejez, y que analicen las
manifestaciones inconscientes y conscientes del temor a la muerte. Estos estudios
no necesitan limitarse a casos individuales; se pueden examinar grandes grupos
mediante los actuales métodos del sociopsicoanálisis. Como estos estudios no
existen hoy día, debemos sacar conclusiones provisionales de muchos datos
dispersos.

Quizá el dato más importante es el deseo de inmortalidad, profundamente


enraizado, que se manifiesta en muchos ritos y creencias que intentan conservar el
cuerpo humano. Por otra parte, la negación moderna (específicamente
norteamericana) de la muerte mediante el “embellecimiento” del cuerpo señala
igualmente la represión del temor a morir disfrazando la muerte.

Sólo hay una manera (que enseñaron Buda, Jesucristo, los estoicos, el
Maestro Eckhart) de superar verdaderamente el temor a la muerte, y consiste en no
aferrarse a la vida ni experimentarla como una posesión. El temor a morir no es en
realidad lo que parece: el miedo a dejar de vivir. La muerte no nos preocupa; dijo
Epicuro: «Mientras existimos, la muerte no está aquí; pero cuando la muerte está
aquí, ya no somos» (Diógenes Laercio). Seguramente, puede haber miedo a sufrir y
al dolor que puede preceder a la muerte, pero este temor es diferente del de morir.
Aunque el miedo a la muerte puede parecer irracional, no lo es si la vida se concibe
como posesión. No sentimos miedo a morir, sino a perder lo que tenemos: el temor de
perder mi cuerpo, mi ego, mis posesiones y mi identidad; de enfrentarme al
abismo de la nada, de “perderme”.

En la medida en que vivimos en el modo de tener, tememos a la muerte.


Ninguna explicación racional suprimirá este temor; pero puede disminuirse, aun a
la hora de la muerte, mediante nuestra reafirmación de nuestro vínculo con la vida,
mediante una respuesta al amor de los otros que puede inflamar nuestro propio
amor. La pérdida del miedo a morir no debe comenzar como preparación para la
muerte, sino como esfuerzo continuo por reducir el modo de tener y aumentar el modo
de ser. Como decía Spinoza: Los sabios piensan en la vida, no en la muerte.

La instrucción sobre cómo morir es, desde luego, la misma que la instrucción
sobre cómo vivir. Cuanto más nos libremos del afán de poseer en todas sus formas,
en especial de nuestro egocentrismo, menos poderoso será el temor a la muerte, ya
que no tendremos nada que perder24.

AQUÍ AHORA-PASADO, FUTURO

El modo de ser sólo existe aquí y ahora (hic et nunc). El modo de tener sólo
existe en el tiempo: en el pasado, en el presente y en el futuro.

En el modo de tener, estamos vinculados con lo que hemos acumulado en el


pasado: dinero, tierras, fama, posición social, conocimientos, hijos, recuerdos.
Pensamos en el pasado, y lo experimentamos recordando los sentimientos (o los que
parecen ser sentimientos) del pasado. (Ésta es la esencia del sentimentalismo).
Somos el pasado; podemos decir: «Yo soy lo que fui».

24 Limito este examen al temor a la muerte como tal, y no estudiaré un problema insoluble:
los sufrimientos que nuestra muerte les puede causar a los que nos aman.
El futuro es una anticipación de lo que se convertirá en el pasado. En el
modo de tener, esto se concibe como el pasado, y se expresa cuando se dice: «Esta
persona tiene futuro», lo que significa que tendrá muchas cosas, aunque hoy día no
tenga nada. El lema publicitario de la Compañía Ford: «Hay un Ford en su futuro»,
subraya el hecho de tener en el futuro, como en ciertas transacciones comerciales se
compran o se venden “bienes a futuro”. La experiencia fundamental de tener es la
misma, nos refiramos al pasado o al futuro.

El presente es el punto donde se unen el pasado y el futuro, una frontera en el


tiempo, pero no distinto en calidad de los dos reinos que une.

El ser no necesariamente ocurre fuera del tiempo, pero éste no es la


dimensión que gobierna al ser. El pintor debe luchar con los colores, con las telas y
los pinceles, el escultor con la piedra y el cincel; sin embargo, el acto creador del
artista, su “visión” de lo que creará, trasciende al tiempo. Ocurre como en un
relámpago o en muchos relámpagos; pero el tiempo no se percibe en la visión. Lo
mismo puede decirse de los pensadores. Escribir sus ideas ocurre en el tiempo,
pero concebirlas es un acto creador que está fuera del tiempo. Es lo mismo para
cualquier manifestación de ser. La experiencia de amar, de gozar, de captar la
verdad no ocurre en el tiempo, sino en el aquí y ahora. El aquí y el ahora es la
eternidad, o sea, la intemporalidad; pero la eternidad no es, como se interpreta mal
comúnmente, el tiempo indefinidamente prolongado.

Sin embargo, debe hacerse una importante salvedad respecto a la relación


con el pasado. Aquí nos hemos referido a recordar el pasado, a pensar en éste y
meditar sobre él. En este modo de “tener” el pasado, éste se encuentra muerto;
pero también podemos volverlo a la vida. Se puede experimentar una situación del
pasado con la misma frescura que si hubiera ocurrido en el aquí y ahora; esto es, se
puede recrear el pasado, darle vida (resucitar a los muertos, hablando
simbólicamente). En el grado en que se hace esto, el pasado deja de ser pasado; es
el aquí y ahora.

También se puede experimentar el futuro como si ocurriera aquí y ahora.


Esto ocurre cuando un estado futuro se anticipa tan plenamente en la propia
experiencia que sólo es “objetivamente” futuro, o sea, en el hecho externo, pero no
en la experiencia subjetiva. Ésta es la naturaleza del pensamiento utópico genuino
(en oposición al soñar despierto utópico); esta es la base de la fe genuina, que no
necesita realizarse externamente “en el futuro” para volver real su experiencia de
éste.
Todo el concepto de pasado, de presente y de futuro, o sea, del tiempo,
participa en nuestras vidas debido a nuestra existencia corporal: la duración
limitada de nuestra vida, las demandas constantes de nuestro cuerpo, la naturaleza
del mundo físico que debemos usar para mantenernos. Desde luego, no podemos
vivir en la eternidad; por ser mortales, no podemos olvidar el tiempo ni escapar de
él. El ritmo de la noche y el día, del suelo y la vigilia, del crecimiento y la vejez, la
necesidad de sustentarnos con el trabajo y de defendernos, todos estos factores nos
obligan a respetar el tiempo si deseamos vivir, y nuestros cuerpos nos hacen desear
vivir; pero respetar el tiempo es una cosa; y otra someterse a él. En el modo de ser,
respetamos el tiempo, pero no nos sometemos a él; mas el respeto al tiempo se
vuelve sumisión cuando predomina el modo de tener. En este modo, no sólo las
cosas son cosas, sino que todo lo vivo se vuelve cosa. En el modo de tener, el
tiempo se vuelve nuestro amo. En el modo de ser, el tiempo es destronado; ya no
es el ídolo que gobierna nuestra vida.

En la sociedad industrial, el tiempo es el gobernante supremo. El actual


modo de producción exige que cada acto esté exactamente “programado”, y no
sólo en la banda de transmisión de la línea de ensamble sinfín sino que, en un
sentido menos burdo, la mayor parte de nuestras actividades es gobernada por el
tiempo. Además, éste no sólo es tiempo, sino que “el tiempo es dinero”. La
máquina debe utilizarse al máximo; por ello la máquina le impone su ritmo al
obrero.

Por medio de la máquina, el tiempo se volvió nuestro gobernante. Sólo en


nuestras horas libres parece que tenemos cierta oportunidad de elegir. Sin
embargo, generalmente organizamos nuestros ocios como programamos nuestro
trabajo, o nos rebelamos contra la tiranía del tiempo siendo absolutamente
perezosos. Al no hacer nada, excepto desobedecer las demandas del tiempo,
tenemos la ilusión de que somos libres, cuando estamos, de hecho, sólo en libertad
bajo palabra fuera de la prisión del tiempo.
TERCERA PARTE
EL HOMBRE NUEVO Y LA SOCIEDAD NUEVA

VII.
RELIGIÓN, CARÁCTER Y SOCIEDAD

Este capítulo plantea la tesis de que el cambio social interactúa con un


cambio del carácter social; que los impulsos “religiosos” aportan la energía
necesaria para mover a hombres y mujeres a realizar un radical cambio social, y
que, por ello, sólo puede crearse una nueva sociedad si ocurre un cambio profundo
en el corazón humano, si un nuevo objeto de devoción toma el lugar del actual 25.

LOS FUNDAMENTOS DEL CARÁCTER SOCIAL

El punto inicial de estas reflexiones es la afirmación de que la estructura de


carácter del individuo medio y la estructura socioeconómica de la sociedad de la
cual forma parte son interdependientes. A la combinación de la esfera psíquica del
individuo y la estructura socioeconómica la denomino yo carácter social. (Mucho
antes, en 1932, me valí del término “estructura libidinoso de la sociedad” para
expresar este fenómeno). La estructura socioeconómica de la sociedad modela el
carácter social de sus miembros, para que deseen hacer lo que deben hacer.
Simultáneamente, el carácter social influye en la estructura socioeconómica de la
sociedad, actuando como pegamento para dar más estabilidad a la estructura
social o, en circunstancias especiales, como dinamita que tiende a romper la
estructura social.

25Este capítulo se basa en gran parte en mi obra anterior, en esencial en El miedo a la libertad
(1941) y en Psicoanálisis y religión (1950). En ambas obras cito la mayoría de los libros más
importantes de la rica bibliografía que hay sobre este tema.
El carácter social frente a la estructura social

La relación entre el carácter social y la estructura social no es estática, ya que


en esta relación ambos elementos son procesos interminables. Un cambio de un
factor significa un cambio de ambos. Muchos políticos revolucionarios creen que
primero se debe cambiar radicalmente la estructura política y económica, y
después, como segundo paso casi necesario, el espíritu humano también cambiará:
que una vez establecida la nueva sociedad, casi automáticamente producirá el ser
humano nuevo. No advierten que la nueva élite, motivada por el mismo carácter
que la antigua, tenderá a recrear las condiciones de la sociedad antigua en las
nuevas instituciones sociopolíticas que ha creado la revolución; la victoria de ésta
será su derrota como revolución, aunque no como fase histórica que allane el
camino para el desarrollo socioeconómico que antes no había logrado su pleno
desarrollo. Las revoluciones rusa y francesa son buenos ejemplos. Es interesante
advertir que Lenin, quien no creía que la calidad del carácter fuera importante para
el funcionamiento revolucionario de la persona, cambió radicalmente de opinión
en el último año de su vida, cuando advirtió penetrantemente los defectos del
carácter de Stalin, y pidió en su testamento que, por estos defectos, Stalin no fuera
su sucesor.

Por otra parte, hay quienes afirman que primero debe cambiar la naturaleza
de los seres humanos (su conciencia, sus valores y su carácter), y que sólo entonces
podrá crearse una sociedad verdaderamente humana. La historia de la especie
humana demuestra que están equivocados. El cambio puramente psíquico ha
permanecido siempre en la esfera privada y se ha limitado a pequeños oasis, o ha
sido completamente ineficaz cuando la prédica de los valores espirituales se
combinó con la práctica de los valores opuestos.

EL CARÁCTER SOCIAL Y LAS NECESIDADES “RELIGIOSAS”

El carácter social tiene otra función importante: además de servir a las


necesidades de cierto tipo de carácter social y satisfacer las necesidades de la
conducta del hombre, condicionadas por su carácter. El carácter social debe
satisfacer las necesidades religiosas inherentes a cualquier ser humano. Para
aclarar esto, diré que el término “religión”, como lo uso aquí, no se refiere a un
sistema que necesariamente se relaciona con el concepto de Dios o de los ídolos, ni
aun con un sistema percibido como religión, sino a cualquier sistema de pensamiento
y acción compartido por un grupo, que ofrece al individuo un marco de orientación y un
objeto de devoción. Desde luego, en el sentido más amplio de la palabra, ninguna
cultura del pasado o del presente, y parece que del futuro, puede considerarse
como carente de religión.

Esta definición de “religión” no nos dice nada sobre su contenido específico.


El hombre puede rendir culto a animales, árboles, ídolos de oro o de piedra, un
Dios invisible, un santo o un jefe diabólico, sus antepasados, su nación, su clase o
su partido, el dinero o el éxito. Su religión puede conducir al desarrollo de la
destructividad o del amor, de la dominación o de la solidaridad; puede fomentar
su capacidad de pensar o paralizarla. El hombre puede estar consciente de su
sistema como religioso, distinto de los sistemas seculares, o puede creer que no
tiene religión, e interpretar su devoción a ciertas metas supuestamente seculares,
como el poder, el dinero o el éxito, sólo como un interés en lo práctico y lo
conveniente. El dilema no es ¿religión o no religión?, sino ¿qué tipo de religión? ¿Es
algo que fomenta el desarrollo humano, los poderes humanos específicos, o que los
paraliza?

Una religión específica, con tal de que sea eficaz para estimular la conducta,
no es una suma total de doctrinas y creencias; está enraizada en una estructura
específica del carácter del individuo y, siempre que sea la religión de un grupo, en
el carácter social. Por ello, nuestra actitud religiosa puede considerarse un aspecto
de nuestra estructura de carácter, porque somos aquello a lo que nos consagramos, y a
lo que nos consagramos es lo que motiva nuestra conducta. Sin embargo, a menudo los
individuos no son conscientes de los objetos reales de su devoción personal, y
confunden sus creencias “oficiales” con su religión verdadera, aunque secreta. Por
ejemplo, si un hombre adora el poder y al mismo tiempo profesa una religión de
amor, la religión del poder es su religión secreta, mientras que su pretendida
religión “oficial”, por ejemplo, el cristianismo, sólo es una ideología.

La necesidad religiosa está enraizada en las condiciones básicas de la


existencia de la especie humana. Somos una especie, como la especie del chimpancé
o del caballo o de la golondrina. Cada especie puede ser definida, y lo es, por sus
características anatómicas y fisiológicas específicas. Hay un acuerdo general sobre
la especie humana en su aspecto biológico. Yo he sugerido que la especie humana
(o sea, la naturaleza humana) también puede definirse psíquicamente. En la
evolución biológica del reino animal, la especie humana surgió cuando se
encontraron dos tendencias de la evolución animal. Una tendencia es la
determinación decreciente de la conducta por los instintos (“instinto” no se usa aquí en
el sentido antiguo de instinto que excluye el aprendizaje, sino en el sentido de
impulso orgánico). Aun tomando en cuenta las muchas opiniones controversibles
sobre la naturaleza de los instintos, generalmente se acepta que cuanto más un
animal asciende por las etapas de la evolución, menos se determina su conducta
por los instintos programados filogenéticamente.

El proceso de la decreciente determinación de la conducta por los instintos


puede trazarse como un continuo, en cuyo extremo cero encontraremos las formas
inferiores de la evolución animal, que tienen el grado más alto de determinación
instintiva; ésta disminuye a través de la evolución animal y llega a cierto nivel en
los mamíferos; disminuye más en el desarrollo que va hasta los primates, y aun
aquí encontramos un gran abismo entre los pequeños monos y los grandes simios
(como lo mostraron R. M. Yerkes y A. V. Yerkes en su investigación clásica, 1929).
En la especie del Homo, la determinación por los instintos ha alcanzado el mínimo.

La otra tendencia que se encuentra en la evolución animal es el crecimiento del


cerebro, en especial de la neocorteza. Aquí también podemos trazar la evolución como
un continuo: en un extremo se encuentran los animales inferiores, que tienen la
estructura nerviosa más primitiva y un número relativamente pequeño de
neuronas; en el otro extremo se encuentra el Homo sapiens, que tiene una
estructura cerebral más grande y compleja, en especial una neocorteza tres veces
mayor que la de nuestros antepasados los primates, y un número verdaderamente
fantástico de conexiones interneuronales.

Considerando estos datos, la especie humana puede definirse como el primate que
surgió en un punto de la evolución en que la determinación por los instintos ha llegado al
mínimo, y el desarrollo del cerebro al máximo. Esta combinación de una determinación
instintiva mínima y un desarrollo cerebral máximo nunca había ocurrido en la
evolución animal, y constituye, en lo biológico, un fenómeno completamente
nuevo.

Carente de la capacidad de actuar por órdenes de los instintos, la especie


humana, si bien tiene capacidad de tener conciencia de sí misma, razón e
imaginación (cualidades nuevas que superan la capacidad de pensar
instrumentalmente aun de los primates más avanzados), necesita un marco de
orientación y un objeto de devoción para subsistir.

Sin un mapa del mundo natural y social (una descripción del mundo y del
lugar que el individuo ocupa en éste, que esté estructurado y tenga cohesión
interna), los seres humanos se sentirían confusos, y no podrían actuar con finalidad
y con coherencia, porque no podrían orientarse, ni encontrar un punto fijo que les
permitiera organizar las impresiones que experimenta todo individuo. El mundo
tiene sentido para nosotros, y nos sentimos seguros con nuestras ideas, por el
consenso de los que nos rodean. Aun si el mapa está mal hecho, cumple con su
función psicológica; pero el mapa nunca ha estado enteramente mal hecho, ni ha
sido enteramente correcto. Siempre ha sido una aproximación a la explicación de
los fenómenos, que sirve para vivir. Sólo en la medida en que la práctica de la vida
se vea libre de sus contradicciones y de su irracionalidad, el mapa podrá
corresponder a la realidad.

El hecho impresionante es que no se ha descubierto ninguna cultura en que


no exista este marco de orientación; tampoco ningún individuo. A menudo los
individuos pueden negar que tengan un panorama total y creer que responden a
los varios fenómenos e incidentes de la vida según el caso, y que su juicio los guía;
pero puede demostrarse con facilidad que sencillamente dan por sentada su
filosofía, porque para ellos sólo es sentido común y no son conscientes de que sus
conceptos se apoyan en un marco de referencia comúnmente aceptado. Cuando se
enfrentan con una visión del mundo totalmente distinta de la suya, la consideran
“loca” o “irracional” o “infantil”, pero ellos se consideran “lógicos”. La profunda
necesidad de un marco de referencia es particularmente evidente en los niños. A
cierta edad, los mitos a menudo construyen su marco de orientación de una
manera ingeniosa, usando los pocos datos que tienen disponibles.

Pero un mapa no basta para guiarnos en la acción, también necesitamos una


meta que nos señale a dónde ir. Los animales no tienen esos problemas. Sus
instintos les ofrecen un mapa y también metas; pero ya que nosotros no somos
determinados por los instintos y tenemos un cerebro que nos permite pensar en
muchas direcciones a donde podemos ir, necesitamos un objeto de devoción total,
un punto para enfocar todos nuestros esfuerzos y una base para nuestros valores
efectivos, y no sólo declarados. Necesitamos ese objeto de devoción para dirigir
nuestras energías en una dirección, para trascender nuestra existencia aislada, con
todas sus dudas e inseguridades, y para satisfacer nuestra necesidad de darle
sentido a la vida.

La estructura socioeconómica, la estructura del carácter y la estructura


religiosa son inseparables. Si el sistema religioso no corresponde al carácter social
dominante, si se encuentra en conflicto con la práctica social de la vida, sólo es una
ideología. Debemos buscar detrás de él la estructura religiosa verdadera, aunque
podemos no estar conscientes de ella como tal, a menos que las energías humanas
inherentes a la estructura religiosa del carácter actúen como dinamita y tiendan a
minar las condiciones socioeconómicas dadas. Sin embargo, hay excepciones
individuales al carácter social dominante, y también hay excepciones individuales
al carácter religioso dominante: a menudo son los dirigentes de las revoluciones
religiosas y los fundadores de las religiones nuevas.

La orientación “religiosa”, como núcleo experimental de todas las religiones


“superiores”, en su mayor parte se ha pervertido en el desarrollo de estas
religiones. No importa cómo conciben conscientemente los individuos su
orientación personal. Pueden ser “religiosos” sin considerar serio, o pueden ser no
religiosos aunque se consideren cristianos. No tenemos una palabra que denote el
contenido experiencial de la religión, aparte de su aspecto conceptual e institucional.
Por ello, pondré comillas para denotar la orientación subjetiva y experiencial
“religiosa”, sin importar la estructura conceptual en que se exprese la
“religiosidad” de la persona 26.

¿ES CRISTIANO EL MUNDO OCCIDENTAL?

Según los libros de historia y la opinión de la mayoría, la conversión de


Europa al cristianismo se realizó primero en el Imperio Romano durante el reinado
de Constantino, y fue seguida por la conversión de los paganos en el norte de
Europa, obra de San Bonifacio, el “Apóstol de los Germanos” y de otros más en el
siglo VIII; pero ¿verdaderamente se convirtió Europa al cristianismo?

A pesar de la respuesta afirmativa que generalmente se da a esta pregunta,


un análisis más profundo muestra que la conversión de Europa al cristianismo fue
falsa en gran parte; cuando mucho, se puede hablar de una conversión limitada al
cristianismo entre los siglos XII y XVI, y antes y después de estos siglos la
conversión fue, para la mayor parte, a una ideología y a una sumisión más o
menos seria a la Iglesia no significó un cambio del corazón, o sea, de la estructura
de carácter, salvo por parte de los numerosos movimientos genuinamente
cristianos.

En esos 400 años, Europa había empezado a volverse cristiana. La Iglesia


trató de aplicar los principios cristianos sobre el manejo de las propiedades, los
precios y el mantenimiento de los pobres. Surgieron muchos dirigentes y sectas
herejes, en gran parte bajo la influencia del misticismo que exigía el retorno a los
principios de Cristo, incluso que se condenara la propiedad. El misticismo, que

26Nadie se ha referido al tema de la experiencia religiosa atea más profunda y audazmente


que Ernst Bloch (1972).
culminó el Maestro Eckhart, desempeñó un papel decisivo en este movimiento
humanista antiautoritario, y no fue accidental que las mujeres se destacaran como
maestras y estudiantes de mística. Muchos pensadores cristianos proclamaron
ideas de una religión mundial o de un cristianismo sencillo y no dogmático; hasta
se puso en duda la idea del Dios bíblico. Los humanistas, teólogos y no teólogos
del Renacimiento, en su filosofía y en sus utopías continuaron la línea de
pensamiento del siglo XIII, y desde luego, entre el otoño de la Edad Media (el
“Renacimiento Medieval”) y el Renacimiento propiamente dicho no existe una
línea divisoria definida. Para mostrar el espíritu del alto y del bajo Renacimiento,
cito una descripción breve de Frederick B. Artz:

En la sociedad, los grandes pensadores medievales sostuvieron que a los


ojos de Dios todos los hombres son iguales, y que hasta el más humilde tiene un
valor infinito. En economía, enseñaron que el trabajo es fuente de dignidad y no de
degradación, que ningún hombre debe usarlo con un fin independiente de su
bienestar, y que la justicia debe determinar los salarios y los precios. En política,
enseñaron que la función del Estado es moral, que la ley y su aplicación deben
estar imbuidas de las ideas de la justicia cristiana, y que la relación del gobernante
y el gobernado debe basarse en una obligación recíproca. El Estado, la propiedad y
la familia han sido confiados por Dios a quienes los administran, y ellos deben
administrarlos para favorecer los propósitos divinos. Finalmente, la idea medieval
incluía la vigorosa creencia en que todas las naciones y los pueblos formaban parte
de una gran, comunidad. Goethe dijo: «Por encima de las naciones se encuentra la
humanidad», y Edith Cavell escribió en 1915 al margen de una hoja de La imitación
de Cristo, la noche anterior a que fue ejecutada: «El patriotismo no basta».

Desde luego, si la historia europea hubiera seguido con el espíritu del siglo
XIII, si hubiera fomentado el espíritu del conocimiento científico y el
individualismo, lentamente y de manera evolutiva, hoy día podríamos
encontrarnos en una situación afortunada; pero la razón comenzó a deteriorarse, y
se convirtió en inteligencia manipuladora, y el individualismo en egoísmo. El
breve periodo de cristianización terminó, y Europa regresó a su paganismo
original.

Los conceptos pueden diferir, pero una creencia define todas las ramas del
cristianismo: la creencia en Jesucristo como el Salvador que ofreció su vida por
amor a sus semejantes. Fue el héroe del amor, un héroe sin poder, que no se valió
de la fuerza, que no deseó gobernar ni tener nada. Fue el héroe de ser, de dar, de
compartir. Estas cualidades atrajeron profundamente a los pobres y también a
algunos ricos romanos, que se ahogaban con su egoísmo. Jesucristo atrajo los
corazones, aunque desde un punto de vista intelectual cuando mucho fue
considerado ingenuo. Esta creencia en el héroe del amor conquistó a cientos de
miles de partidarios, muchos de los cuales cambiaron la práctica de sus vidas, o
fueron mártires.

El héroe cristiano fue el mártir, porque en la tradición judía el hecho más


grande era ofrecer a Dios o a nuestros semejantes la propia vida. El mártir es
exactamente lo opuesto del héroe pagano, personificado por los héroes germanos y
griegos. La meta de los héroes era conquistar, triunfar, destruir, robar; la
realización de su vida era el orgullo, el poder, la fama y una insuperable capacidad
para matar (San Agustín comparó la historia de Roma con la de una banda de
ladrones). Para el héroe pagano, el valer de un hombre dependía de las hazañas
que realizara para alcanzar el poder y conservarlo, y moría con gusto en el campo
de batalla en el momento de la victoria. La Ilíada de Homero es una descripción
magníficamente poética de conquistadores y ladrones glorificados. Las
características del mártir consisten en ser, dar, compartir; las del héroe son: tener,
explotar, violar. (Debe añadirse que la formación del héroe pagano se relaciona con
la victoria patriarcal sobre la sociedad basada en la madre. El dominio de los
hombres sobre las mujeres es el primer acto de conquista, y el primer uso
explotador de la fuerza; en todas las sociedades patriarcales después de la victoria
de los hombres, estos principios se convirtieron en la base del carácter masculino).

¿Cuál de los dos modelos de desarrollo, irreconciliablemente opuestos, aún


predomina en Europa? Si nos examinamos, si examinamos la conducta de la
mayoría, si observamos a nuestros dirigentes políticos, es innegable que nuestro
modelo de lo bueno y lo valioso es el héroe pagano. La historia de Europa y
América del Norte, a pesar de la conversión al cristianismo, es una historia de
conquistas, orgullo, codicia; nuestros valores más elevados consisten en ser más
fuertes que los otros, en vencer, conquistar y explotar a los demás. Estos valores
coinciden con nuestro ideal de “hombría” sólo el que puede luchar y conquistar es
un hombre; el que no se decide a usar la fuerza es débil, o sea, “afeminado”.

No se necesita demostrar que la historia de Europa es una historia de


conquistas, explotación, fuerza, subyugación. Casi no existe un periodo que no se
caracterice por estos factores, ninguna raza ni clase se exceptúan. A menudo esto
incluye el genocidio, como el de los indios norteamericanos, y ni aun las empresas
religiosas, como las Cruzadas, son una excepción. Esta conducta ¿fue sólo
aparentemente motivada por la economía y la política, y los traficantes de esclavos,
los gobernantes de la India, los asesinos de los indios, los ingleses que obligaron a
los chinos a abrir sus territorios para importarles opio, los instigadores de las dos
Guerras Mundiales y los que preparan la próxima guerra, son cristianos de
corazón? O ¿quizá los dirigentes sólo eran unos paganos rapaces, mientras que las
grandes masas de la población seguían siendo cristianas? Si fuera así, podríamos
sentirnos contentos. Por desgracia, no es así. Seguramente los dirigentes a menudo
eran más rapaces que sus seguidores, porque tenían más que ganar, pero no
podrían haber realizado sus planes si el deseo de conquista y de victoria no
hubiera sido —y sigue siendo— parte del carácter social.

Sólo tenemos que recordar el entusiasmo loco y bárbaro con que los pueblos
participaron en las guerras de los dos siglos pasados, la disposición de millones de
individuos de arriesgarse a un suicidio nacional para proteger la imagen de “la
potencia más poderosa”, o del “honor”, o bien las ganancias. Como otro ejemplo,
también considérese el nacionalismo frenético de los que observan los juegos
olímpicos contemporáneos, que supuestamente sirven a la causa de la paz. Desde
luego, la popularidad de los juegos Olímpicos es en sí una expresión simbólica del
paganismo occidental. Celebran al héroe pagano: al vencedor, al más fuerte, al que
hace valer sus derechos, pero pasan por alto la sucia mezcla de negocios y
publicidad que caracteriza esa imitación contemporánea de los Juegos Olímpicos
griegos. En una cultura cristiana, el Drama de la Pasión habría tomado el lugar de
los juegos Olímpicos; sin embargo, el único Drama de la Pasión que conocemos es
el famoso atractivo turístico de Oberammergau.

Si esto es verdad, ¿por qué europeos y norteamericanos no abandonan


francamente el cristianismo, como impropio de nuestra época? Hay varias razones:
se necesita la ideología religiosa para impedir que la gente rompa la disciplina y
amenace la coherencia social; pero hay otra razón más importante: los que creen
firmemente en Cristo como el más grande amante, el Dios que se sacrificó, pueden
convertir esta creencia, de una manera alienada, en la experiencia de que Jesucristo
ama por ellos. Así Jesucristo se convierte en un ídolo; creer en él se vuelve un
sustituto del propio hecho de amar. Una simple fórmula inconsciente es: «Cristo
ama por nosotros; nosotros podemos seguir el patrón del héroe griego; sin
embargo nos salvamos porque la “fe” alienada en Cristo es el sustituto de la
imitación de Cristo». Huelga decir que esa fe cristiana es una falsa cubierta de la
propia actitud rapaz. Finalmente, creo que los seres humanos sienten tan
profundamente la necesidad de amar que actuar como lobos necesariamente les
causa sentimientos de culpa. Nuestra supuesta creencia en el amor nos anestesia en
cierto grado el dolor del sentimiento de culpa inconsciente por no sentir amor.
“La religión industrial”

El desarrollo filosófico y religioso posterior a la Edad Media es demasiado


complejo para tratarlo en el presente libro. Puede caracterizarse por la lucha entre
dos principios: la tradición cristiana, espiritual, en las formas teológicas o
filosóficas, y la tradición pagana de la idolatría y la inhumanidad que adopta
muchas formas en el desarrollo de lo que podría denominarse “la religión del
industrialismo y de la era cibernética”.

Siguiendo la tradición de la Baja Edad Media, el humanismo del


Renacimiento fue el primer gran florecimiento del espíritu “religioso” después de
la Edad Media. Las ideas de la dignidad humana, de la unidad de la especie
humana, de la unidad política y religiosa universal, encontraron en esto una
expresión sin trabas. La Ilustración de los siglos XVII y XVIII mostró otro gran
florecimiento del humanismo. Carl Becker (1932) mostró hasta qué grado la
filosofía de la Ilustración expresó “la actitud religiosa” que encontramos en los
teólogos del siglo XIII: «Si examinamos los fundamentos de esta fe, encontraremos
que a cada paso los filósofos traicionaban, sin darse cuenta, su deuda con el
pensamiento medieval». La Revolución Francesa, engendrada por la filosofía de la
Ilustración, fue más que una revolución política. Como observó Tocqueville (citado
por Becker), fue «una revolución política que funcionó a la manera (y que tomó en
cierto sentido el aspecto de una revolución religiosa (las cursivas son mías). Esto,
como la revuelta islámica y la protestante, sobrepasó las fronteras de países y
naciones y se extendió mediante la prédica y la propaganda».

Describiré más adelante el humanismo radical de los siglos XIX y XX, en un


examen de la protesta humanista contra el paganismo de la época industrial; pero
para echar una base a tal examen debemos observar el nuevo paganismo que se ha
desarrollado junto con el humanismo, y que amenaza con destruirnos en el
momento actual.

El cambio que echó la primera base para el desarrollo de la “religión


industrial” fue la eliminación, por Lutero, del elemento maternal de la Iglesia.
Aunque esto puede parecer una digresión innecesaria, debo tratar en forma breve
este problema, porque es importante para que comprendamos el desarrollo de la
nueva religión y del nuevo carácter social.

Las sociedades se han organizado de acuerdo con dos principios: el


patricéntrico (o patriarcal) y el matricéntrico (o matriarcal). El principio
matricéntrico, como J. J. Bachofen y L. H. Morgan mostraron por primera vez, se
basa en la figura de la madre amorosa. El principio maternal es el del amor
incondicional; la madre ama a sus hijos no porque ellos la agraden, sino porque son
sus hijos (o los de otra mujer). Por esto, el amor de la madre no puede conquistarse
con la buena conducta, ni puede perderse por el pecado. El amor maternal es
piedad y compasión (en hebreo rachamim, cuya raíz es rechem, “matriz”).

El amor paternal, por el contrario, está condicionado; depende de los logros y


de la buena conducta de los hijos; el padre ama más al hijo que más se parece a él,
o sea, al que desea heredarle sus propiedades. El amor del padre puede perderse,
pero también reconquistarse con el arrepentimiento y la sumisión renovada. El
amor del padre es la justicia.

Los dos principios, el maternal-femenino y el paternal-masculino no sólo


corresponden a la presencia del aspecto masculino y femenino que hay en todo ser
humano, sino específicamente a la necesidad de piedad y justicia en todo hombre y
mujer. El más profundo anhelo de los seres humanos parece ser una constelación
en que dos polos (materno y paterno, femenino y masculino, piedad y justicia,
sentimiento y pensamiento, naturaleza e intelecto) estén unidos en una síntesis, en
la que ambos aspectos de la polaridad dejaran su antagonismo y, en vez de esto,
mutuamente se influyen. Esta síntesis no puede lograrse plenamente en una,
sociedad patriarcal, pero existió en cierto grado en la Iglesia Romana. Por una
parte estaba la Virgen, la Iglesia, como la madre amorosa, el Papa y los sacerdotes
como figuras maternales representadas maternalmente, incondicionales, con un
amor que lo perdonaba todo; por otra parte estaban los elementos paternales de
una burocracia patriarcal, estricta, con el Papa en la cumbre del poder.

En correspondencia con estos elementos maternales del sistema religioso se


encontraba la relación con la naturaleza en el proceso de la producción: el trabajo
del campesino y del, artesano no era un ataque hostil y explotador a la naturaleza,
sino cooperación con ésta: no violaba a la naturaleza, sino que la transformaba de
acuerdo con sus propias leyes.

Lutero estableció una forma puramente patriarcal de cristianismo en el


Norte de Europa, basada en la clase media urbana y en los príncipes seculares. La
esencia de este nuevo carácter social es la sumisión a la autoridad patriarcal, y el
trabajo es la única vía para obtener amor y aprobación.

Tras la fachada cristiana surge una nueva y secreta “religión industrial”, que
está enraizada en la estructura del carácter de la sociedad moderna, pero que no se
reconoce como “religión”. La religión industrial es completamente incompatible
con el cristianismo genuino. Reduce a los individuos a la calidad de servidores de
la economía y de la maquinaria que construyen con sus propias manos.

La religión industrial tiene su base en un nuevo carácter social. Su centro es


el miedo y la sumisión a las poderosas autoridades masculinas, el cultivo del
sentimiento de culpa por la desobediencia, la evolución de los vínculos de la
solidaridad humana debido a la supremacía del propio interés y la rivalidad
mutua. Lo “sagrado” en la religión industrial es el trabajo, la propiedad, el lucro, el
poder, aunque fomenta el individualismo y la libertad dentro de los límites de sus
principios generales. Al transformar el cristianismo en una religión estrictamente
patriarcal, aún fue posible expresar la religión industrial en la terminología
cristiana.

El “carácter mercantil” y “la religión cibernética”

El hecho más importante Para comprender tanto el carácter como la religión


secreta de la sociedad contemporánea, es el cambio del carácter social desde la
primera etapa del capitalismo hasta la segunda parte del siglo XX. El carácter
acumulativo-obsesivo-autoritario que comenzó a desarrollarse en el siglo XVI, y
continuó siendo la estructura dominante del carácter, por lo menos en la clase
media, hasta fines del siglo XIX, fue lentamente remplazado o se mezcló con el
carácter mercantil. (He descrito las combinaciones de las varias orientaciones del
carácter en Ética y psicoanálisis).

Llamé a este fenómeno “el carácter mercantil” porque se basa en


considerarse como una mercancía, y el propio valor no como “valor de uso”, sino
como “valor de cambio”. El ser humano se convierte en una mercancía en “el
mercado de personalidades”. El principio de evaluación es el mismo en el mercado
de personalidades y en el de mercancías: en uno, la personalidad se ofrece en
venta; en el otro, las mercancías. En ambos casos el valor es de cambio, porque “el
valor de uso” constituye una condición necesaria, pero no suficiente.

La proporción de habilidades y cualidades humanas, por una parte, y la


personalidad por otra parte varía como requisito previo para el éxito, pero el
“factor de la personalidad” desempeña un papel decisivo. El éxito depende en
gran parte de que las personas se vendan bien en el mercado, de que puedan
imponer sus personalidades, de que sean un buen “paquete”; de que sean
“alegres”, “sólidos”, “agresivos”, “confiables”, “ambiciosos”; además, influyen sus
antecedentes familiares, los clubes a que pertenecen, si conocen a la gente
“adecuada”. El tipo de personalidad requerido depende en cierto grado del campo
de la especialidad que se escoge para trabajar. Un corredor de bolsa, un vendedor,
una secretaria, un “ejecutivo” de los ferrocarriles, un profesor universitario, o un
gerente de hotel deben ofrecer un tipo de personalidad diferente que, aparte de sus
diferencias, debe satisfacer una condición: tener demanda.

Lo que modela la actitud ante sí mismo es el hecho de que no bastan la


capacidad y las facultades para desempeñar una tarea dada; para tener éxito se
debe ser capaz de “imponer la personalidad” en competencia con muchos otros. Si
para ganarse la vida se pudiera depender de lo que se sabe y lo que se puede
hacer, la propia estima estaría en proporción con la propia capacidad, o sea, con el
valor de uso; pero como el éxito depende en gran medida de cómo se vende la
personalidad, el individuo se concibe como mercancía o, más bien,
simultáneamente como el vendedor y la mercancía que vende. Una persona no se
preocupa por su vida y su felicidad, sino por convertirse en algo pignorable.

La meta del carácter mercantil es la adaptación completa, ser deseable en


todas las condiciones del mercado de personalidades. Las personas con carácter
mercantil no tienen ego (como lo tenía la gente del siglo XIX) para aferrarse a él,
que le pertenezca y que no cambie. Constantemente cambian su ego según el
principio: «Yo soy como tú me deseas».

Los que tienen una estructura de carácter mercantil carecen de metas,


excepto estar activos, actuar con la mayor eficacia. Si les preguntan ¿Por qué deben
actuar tan aprisa? ¿Por qué las cosas deben hacerse con la mayor eficacia? No
tienen una respuesta genuina, sino que ofrecen racionalizaciones: “para crear más
empleos”, o “para que la empresa continúe creciendo”. Sienten poco interés (por lo
menos conscientemente) por las cuestiones filosóficas o religiosas, como ¿por qué
vivo?, ¿por qué voy en una dirección y no en otra? Tienen grandes egos, siempre
cambiantes, pero nadie tiene un yo, un núcleo, un sentido de identidad. La “crisis
de identidad” de la sociedad moderna es en realidad la crisis producida por el
hecho de que sus miembros se han vuelto instrumentos sin yo, cuya identidad
descansa en su participación en las empresas (o en las burocracias gigantescas),
como la identidad del individuo primitivo se apoyaba en pertenecer al clan.

El carácter mercantil no ama ni odia. Estas emociones “anticuadas” no


encajan en una estructura de carácter que funciona casi enteramente en los niveles
cerebrales y evita los sentimientos, sean buenos o malos, porque son obstáculos
para llegar a la meta principal del carácter mercantil: vender y cambiar, o más
precisamente, funcionar de acuerdo con la lógica de la “megamáquina” de la que
forman parte, sin formular preguntas, excepto si funcionan bien, según lo indiquen
sus ascensos en la burocracia.

Como los caracteres mercantiles no sienten un afecto profundo por sí


mismos ni por los demás, no les importa nada, en el sentido profundo de la
palabra, y no porque sean egoístas, sino porque sus relaciones con los demás y con
ellos mismos son muy débiles. Esto también puede explicar por qué no les
preocupan los peligros de una catástrofe nuclear o ecológica, aunque conocen
todos los datos que indican estos riesgos. Que no les preocupe personalmente el
riesgo de su vida podría explicarse suponiendo que son muy valientes y poco
egoístas; pero que no les preocupen sus hijos y sus nietos excluye esta explicación.
La falta de preocupación en estos niveles es resultado de la pérdida de todo
vínculo emocional, hasta con los seres más “próximos” a ellos. El hecho es que
nadie está cerca de los caracteres mercantiles, ni ellos están cerca de sí mismos.

La enigmática pregunta: ¿por qué a los seres humanos contemporáneos les


fascina comprar y consumir, y sin embargo sienten muy poco apego por lo que
compran?, encuentra su mejor respuesta en el fenómeno del carácter mercantil. La
falta de apego de los caracteres mercantiles también los vuelve indiferentes a las
cosas. Quizá les importe el prestigio y la comodidad que les ofrecen las cosas, pero
éstas en sí no tienen sustancia. Son totalmente desechables, junto con sus amigos o
amantes, que también son desechables, ya que no hay ningún vínculo profundo
con ellos.

La meta de los caracteres mercantiles, “el funcionamiento adecuado” en las


circunstancias dadas, los hace reaccionar ante el mundo en forma cerebral. La
razón en el sentido de comprender, es una cualidad exclusiva del Homo sapiens; la
inteligencia manipuladora como instrumento para alcanzar finalidades prácticas, es
común a los animales y a los humanos. La inteligencia manipuladora sin la razón
es peligrosa, porque hace que los individuos avancen en direcciones que pueden
ser destructivas para ellos desde el punto de vista de la razón. De hecho, cuanto
más brillante sea la inteligencia manipuladora no controlada, más peligrosa
resulta.

Nada menos que Charles Darwin demostró las consecuencias y la tragedia


humana de tener un intelecto alienado, puramente científico. Escribió en su
autobiografía que hasta los 13 años gozó intensamente de la música, la poesía y la
pintura; pero después, durante muchos años, perdió totalmente el gusto por estos
intereses: «Mi cerebro parece haberse convertido en una especie de máquina de
deducir leyes generales a partir de grandes conjuntos de hechos… La pérdida de
estos gustos es una pérdida de la felicidad, y posiblemente puede ser dañosa para
el intelecto, y más probablemente para la moral, pues debilita la parte emocional
de nuestra naturaleza». (Citado por E. F. Schumacher; op. cit).

El proceso que Darwin describe aquí ha continuado desde su época a un


ritmo rápido; la separación de la razón y de los sentimientos es casi completa. Es
de especial interés que no haya sufrido este deterioro de la razón gran parte de los
principales investigadores en la mayoría de las ciencias más revolucionarias y
exigentes (por ejemplo, la física teórica) y que se hayan sentido profundamente
preocupados por las cuestiones filosóficas y espirituales. Me refiero a hombres
como A. Einstein, N. Bohr, L. Szillard, W. Heisemberg y E. Schrödinger.

La supremacía del pensamiento manipulador, cerebral, aparece junto con


una atrofia de la vida emocional. Como las emociones no se cultivan ni se
necesitan, sino que constituyen un estorbo para el funcionamiento óptimo,
permanecen sin desarrollo y no maduran más allá del nivel infantil. Por ello los
caracteres mercantiles son peculiarmente ingenuos en los problemas emocionales.
Pueden sentirse atraídos por “la gente emotiva”, pero debido a su ingenuidad a
menudo no pueden juzgar si la gente es genuina o falsa. Esto puede explicar por
qué muchos farsantes logran éxito en los campos religiosos o espirituales. Esto
también puede explicar por qué los políticos que aparentan fuertes emociones
ejercen un gran atractivo sobre el carácter mercantil, y por qué éste no puede
distinguir entre una persona genuinamente religiosa y el producto de las
relaciones públicas que finge fuertes emociones religiosas.

El término “carácter mercantil” no es la única forma de describir a este tipo,


sino que puede describirse también con un término marxista: el carácter alienado; las
personas de este carácter están enajenadas de su trabajo, de sí mismas, de los
demás seres humanos y de la naturaleza. En términos psiquiátricos, la persona
mercantil puede denominarse carácter esquizoide; pero el término puede ser
ligeramente engañoso, porque un esquizoide que vive con otros esquizoides se
desempeña bien y logra éxito, pues a su carácter esquizoide le falta enteramente la
sensación de intranquilidad que éste sufre en un medio más “normal”.

Durante la revisión final de este libro, tuve oportunidad de leer el


manuscrito de la obra de Michael Maccoby, El ganador: el nuevo tipo de líder en los
negocios. En este penetrante estudio, el autor analiza la estructura de carácter de
250 ejecutivos, gerentes e ingenieros de dos grandes compañías norteamericanas.
Muchos de sus hallazgos confirman lo que he descrito como características de la
persona cibernética, en especial el predominio de la actividad cerebral y el escaso
desarrollo de la esfera emocional. Considerando que los ejecutivos y los gerentes
descritos por Maccoby son (y serán) los dirigentes de la sociedad norteamericana,
es considerable la importancia social de los hallazgos de Maccoby.

Los siguientes datos, obtenidos por Maccoby (hizo de 3 a 20 entrevistas


personales a cada miembro del grupo estudiado) nos ofrecen un panorama claro
de este tipo de carácter27.

Profundo interés científico en la comprensión, sentido dinámico del trabajo,


animado 0% Centrado, con características del “artesano”, pero sin interés
científico, profundo, en la naturaleza de las cosas, despierta la energía de la gente
22% El trabajo mismo estimula el interés, que no se autogenera 58%
Moderadamente productivo, no centrado; el interés en el trabajo es esencialmente
instrumental; es un medio para lograr seguridad económica 18% No productivo,
pasivo, falto de enfoque 2% Desprecia el trabajo, rechaza el mundo real 0%
100%Dos características son asombrosas: 1) Se encuentra ausente el interés
profundo en comprender (“razonar”) y 2) a la vasta mayoría le ofrece estímulo su
trabajo, pero no le ayuda a afirmarse, o el trabajo es esencialmente un medio para
conseguir la seguridad económica.

Ofrece un contraste completo el panorama que Maccoby denomina “la


escala del amor”:

Escala del amor

Afectuoso, positivo, animador, creador 0% Responsable, tierno, afectuoso


pero no apasionado 5% Moderado interés en otra persona, con posibilidades de
más afecto 40% Interés tradicional, decente, orientado hacia su papel 41% Pasivo,
desinteresado, apático 13% Desprecia la vida, corazón endurecido 1% 100%En este
estudio nadie pudo caracterizarse por un amor profundo, pero el 5% mostró ser
“tierno y afectuoso”. El resto mostró un interés moderado, una preocupación
convencional, poco amor, o un rechazo total a la vida. Desde luego, éste es un
panorama sorprendente por el poco desarrollo emocional, en contraste con el
predominio de la actividad cerebral.

27Se reimprime con permiso. Cf. un estudio paralelo de Ignacio Millán: The Character of
Mexican Executives.
La “religión cibernética” del carácter mercantil corresponde a esa estructura
total de carácter. Oculta tras la fachada del agnosticismo o del cristianismo se
encuentra una religión totalmente pagana, pero el individuo no está consciente de
ello. Esta religión pagana es difícil de describir, ya que sólo puede inferirse por lo
que la gente hace (y lo que no hace), y no por sus pensamientos conscientes acerca
de la religión o de los dogmas de una organización religiosa. A primera vista lo
más sorprendente es que el Hombre se ha convertido en un dios, porque ha
adquirido capacidad técnica para realizar “una segunda creación” del mundo, que
remplaza a la primera creación realizada por el Dios de la religión tradicional;
también podemos formular esto así: hemos convertido las máquinas en dioses, y
nos hemos vuelto divinos sirviendo a las máquinas. Poco importa la fórmula que
elijamos; lo importante es que los humanos, en un estado de absoluta impotencia
real, se imaginan omnipotentes en su relación con la ciencia y la técnica.

Este aspecto de la religión cibernética corresponde a un periodo de


desarrollo más alentador; pero cuanto más nos atrapan el aislamiento y nuestra
falta de reacciones emocionales ante el mundo, y al mismo tiempo cuanto más
inevitable parece un fin catastrófico, más maligna se vuelve la nueva religión.
Dejamos de ser los amos de la técnica y nos convertimos en sus esclavos, y la
técnica, que una vez fue un elemento vital de la creación, muestra su otra cara
como diosa de la destrucción (como la diosa Kali de la India), a la cual hombres y
mujeres desean; sacrificarse a sí mismos y a sus hijos. La humanidad cibernética
conscientemente aún tiene la esperanza de un futuro mejor, pero reprime el hecho
de que se ha convertido en adoradora de la diosa de la destrucción.

Esta tesis tiene muchos tipos de pruebas, pero no hay otras más precisas que
estas dos: las grandes potencias (y hasta algunas pequeñas) continúan fabricando
armas nucleares con una creciente capacidad de destrucción y no llegan a la única
solución razonable (destruir las armas nucleares y las plantas de energía atómica
que surten materiales para las armas nucleares) y virtualmente no hacen nada para
terminar con el peligro de una catástrofe ecológica. En resumen, no se hace nada
serio para planear la supervivencia de la especie humana.

LA PROTESTA HUMANISTA

La deshumanización del carácter social y el surgimiento de la religión


industrial y cibernética produjo un movimiento de protesta, el brote de un nuevo
humanismo, que tiene sus raíces en el humanismo cristiano y filosófico desde fines
de la Edad Media hasta la época de la Ilustración. Esta protesta se manifestó en el
cristianismo teísta y también en formulaciones filosóficas panteístas y ateas.
Provino de dos rumbos opuestos: de los románticos, políticamente conservadores,
y de los marxistas y otros socialistas (y algunos anarquistas). La derecha y la
izquierda unánimemente criticaron el sistema industrial y el daño que causaba a
los seres humanos. Pensadores católicos como Franz von Baader y líderes políticos
conservadores, como Benjamin Disraeli, plantearon el problema, a veces de manera
idéntica a la de Marx.

Los dos lados difieren en la manera como creen que pueden salvarse los
seres humanos del peligro de transformarse en cosas. Los románticos de la derecha
creyeron que el único modo era detener el “progreso” sin trabas del sistema
industrial, y retornar a las formas previas del orden social, aunque con algunas
modificaciones.

La protesta de la izquierda puede denominarse humanismo radical, aunque a


veces se expresó en términos teístas y otras veces ateos. Los socialistas creían que el
desarrollo económico no podía detenerse, que no se podía regresar a una forma
anterior del orden social, y que la única manera de salvarnos consistía en avanzar y
crear una nueva sociedad que nos librara de la alienación, de la sumisión a las
máquinas y de quedar deshumanizados. El socialismo fue la síntesis de la tradición
religiosa medieval y del espíritu posrenacentista del pensamiento científico y la
acción política. Fue, como el budismo, un movimiento de masas “religioso” que,
aun cuando se expresaba en términos seculares y ateos, intentaba liberar a los
humanos del egoísmo y la codicia.

Por lo menos se necesita hacer un breve comentario para explicar mi


caracterización del pensamiento marxista, ya que el comunismo soviético y el
socialismo reformista occidental lo han pervertido completamente y lo han
convertido en un materialismo destinado a alcanzar riquezas para todos. Como
Hennann Cohen, Ernst Bloch, y otros investigadores afirmaron durante las décadas
pasadas, el socialismo fue la expresión secular del mesianismo profético. Quizá la
mejor manera de demostrar esto es citar la caracterización de la Época Mesiánica
que se hace en el Código de Maimónides:

Los Sabios y los Profetas no anhelaban que en los días del Mesías, Israel
ejerciera dominio sobre el mundo, o gobernara a los paganos, o que fuera exaltado
por las naciones, o que pudiera comer, beber y alegrarse. Su aspiración era que
Israel se viera libre para dedicarse a la Ley y a la sabiduría, y que nadie lo
oprimiera ni lo perturbara, para que así fuera digno de vivir en el mundo futuro.
En esa era no habrá ni hambre ni guerras, ni celos ni luchas. Los bienes
terrenales serán abundantes, y el bienestar estará al alcance de todos. La única
preocupación de todos será conocer al Señor. Como los israelitas serán muy sabios,
conocerán cosas que hoy día están ocultas y lograrán comprender a su creador
hasta la máxima capacidad del espíritu humano, pues éxito está: «La tierra será
llena del conocimiento de Jehová, como cubren la mar las aguas» (Isaías 11:9).

En esta descripción, la meta de la historia es permitir a los hombres


dedicarse enteramente al estudio de la sabiduría y al conocimiento de Dios; no al
poder ni al lujo. La Época Mesiánica es de paz universal, falta de envidia y
abundancia material. Este panorama está muy próximo al concepto de la meta de
la vida que Marx expresó al final del tercer volumen de El capital:

El reino de la libertad no comienza hasta que se pasa el punto en que se


requiere trabajar bajo la compulsión de la necesidad y de la utilidad externa. Por la
naturaleza misma de las cosas, el punto se encuentra más allá de la esfera de la
producción material en el estricto sentido del término. Así como los salvajes deben
luchar con la naturaleza para satisfacer sus necesidades, para mantenerse y
reproducirse, así el hombre civilizado tiene que hacerlo, y debe hacerlo en todas las
formas de la sociedad y en todos los modos de producción posibles. Con el
desarrollo del hombre, se extiende el reino de la necesidad natural, porque sus
necesidades aumentan; pero al mismo tiempo las fuerzas de la producción crecen,
con lo que quedar satisfechas estas necesidades. La libertad en este campo sólo
puede consistir en el hecho de que el hombre socializado, los productores
asociados, regulen racionalmente sus intercambios con la naturaleza, poniéndola
bajo su dominio común, en vez de ser gobernados por ésta como por un poder
ciego; deben realizar su tarea con el gasto mínimo de energías y en las condiciones
más adecuadas para su naturaleza humana y que sean más dignas de ésta; pero la
libertad siempre permanece en el reino de la necesidad. Más allá de ésta comienza
ese desarrollo del ser humano que es su propio fin, el verdadero reino de la libertad,
que, sin embargo, sólo puede florecer basándose en el reino de la necesidad. La
reducción de la jornada de trabajo es su premisa fundamental. (Las cursivas son
mías).

Marx, como Maimónides, no postula una solución final escatológica (en


contraste con el cristianismo y con otras enseñanzas judías para la salvación). La
discrepancia entre el Hombre y la naturaleza continúa, pero el reino de la
necesidad queda bajo el máximo dominio humano posible: «Pero la libertad
siempre permanece en el reino de la necesidad». La meta es: «ese desarrollo del poder
humano que es su propio fin, el verdadero reino de la libertad» (las cursivas son mías). La
idea de Maimónides de que “la preocupación de todo el mundo será conocer al
Señor”, es para Marx “el desarrollo del poder humano… [como] su propio fin”.

Tener y ser como dos formas distintas de la existencia humana son el núcleo
de las ideas de Marx para el surgimiento del Hombre nuevo. Con estos modos
Marx avanza desde las categorías económicas hasta las psicológicas y
antropológicas, que son, como hemos visto en nuestro examen del Nuevo y del
Antiguo Testamento y de Eckhart, al mismo tiempo categorías “religiosas”
fundamentales. Marx escribió: «La propiedad privada nos ha vuelto tan estúpidos
y parciales que un objeto sólo es nuestro cuando lo tenemos, citando existe para
nosotros como capital o cuando directamente lo comemos, lo bebemos, lo usamos,
lo habitamos, etc., en resumen, lo utilizamos de alguna manera… Así todos los
sentidos físicos e intelectuales han sido remplazados por la simple alienación de
todos estos sentidos: el sentido de tener. El ser humano tuvo que reducirse a esta
absoluta pobreza para poder producir toda su riqueza interior. (Sobre la categoría
de tener véase Hess en Einundzwanzig Bogen28»).

El concepto marxista de ser y de tener se resume en esta frase: «Cuanto


menos seas y cuanto menos expreses tu vida, tanto más tienes y más alienada está
tu vida… Todo lo que el economista te quita en la forma de vida y de humanidad,
te lo devuelve en la forma de dinero y riqueza».

El “sentido de tener” del que habla Marx aquí es precisamente el mismo que
el “egocentrismo” de que habla Eckhart, la codicia de las cosas y del propio ego.
Marx se refiere al modo de existencia de tener, no a las posesiones como tales, ni a la
propiedad privada no alienada como tal. La meta no es el lujo ni la riqueza, ni es la
pobreza; de hecho, tanto el lujo como la pobreza son considerados como vicios por
Marx. La pobreza absoluta es la condición para que surja nuestra riqueza interna.

¿Qué es este acto de producir? Es la expresión activa, no enajenada, de


nuestras facultades en relación con los objetos correspondientes. Marx continúa
diciendo: «Todas las relaciones humanas con el mundo (ver, oír, oler, gustar, tocar,
pensar, observar, sentir, desear, actuar, amar), en suma todos los órganos de su
individualidad… son en su acción objetiva [su acción en relación con el objeto] la
apropiación de este objeto, la apropiación de la realidad humana». Ésta es la forma
de apropiación en el modo de ser, y no en el modo de tener. Marx expresó esta

28 Éste y los siguientes pasajes son de los Manuscritos económico-filosóficos de Marx,


traducidos en Marx y su concepto del hombre.
forma de actividad no alienada en el siguiente pasaje:

Supongamos que el hombre es hombre, y que su relación con el mundo es


humana. Entonces el amor sólo puede cambiarse por amor, la confianza por
confianza, etc. Si deseas gozar del arte, debes ser una persona artísticamente
cultivada; si deseas influir sobre la gente, debes ser una persona que realmente
tenga un efecto estimulante y alentador sobre los demás. Cada una de tus
relaciones con el hombre y con la naturaleza debe ser una expresión específica, que
corresponda al objeto que deseas, de tu vida real individual si amas sin inspirar
amor a cambio, o sea, si no eres capaz de manifestarte como persona amante, de
volverte una persona amada, entonces tu amor es impotente y desgraciado.

Pero las ideas de Marx pronto fueron pervertidas, quizá porque vivió cien
años demasiado pronto. Él y Engels pensaron que el capitalismo ya había llegado
al fin de sus posibilidades y, por ello, que la revolución se encontraba a la vuelta de
la esquina; pero se equivocaron totalmente, como Engels lo afirmó después de la
muerte de Marx. Habían pronunciado sus nuevas enseñanzas en la cumbre misma
del desarrollo capitalista y no previeron que pasaría más de un siglo antes de que
empezaran la decadencia y la crisis final del capitalismo. Fue una necesidad
histórica que una idea anticapitalista, propagada en la misma cumbre del
capitalismo, se transformara totalmente al espíritu del capitalismo si deseaba
triunfar. Esto es lo que realmente sucedió.

Los socialdemócratas occidentales y sus acérrimos opositores, los


comunistas dentro y fuera de la Unión Soviética, transformaron el socialismo en un
concepto puramente económico, cuya meta era el consumo máximo, el uso
máximo de las máquinas. Jruschov, con su concepto de comunismo “goulash”, con
sus maneras sencillas y comunes reveló la verdad: la meta del socialismo era
ofrecer a toda la población el mismo placer de consumir que el capitalismo sólo le
brindaba a una minoría… Socialismo y comunismo estaban basados en el concepto
burgués del materialismo. Algunas frases de los primeros escritos de Marx (que, en
general, fueron tildados de errores “idealistas” del “joven Marx”) fueron recitados
casi ritualmente, como las palabras del Evangelio se citan en Occidente.

Otra consecuencia tuvo el que Marx hubiera vivido en la cumbre del


desarrollo capitalista: como hombre de su época, Marx no dejó de adoptar
actitudes y conceptos comunes en el pensamiento y en la práctica burgueses. Por
ejemplo, ciertas inclinaciones autoritarias de su personalidad y de sus escritos
fueron modeladas por el espíritu burgués y patriarcal, y no por el espíritu del
socialismo. Siguió la norma de los economistas clásicos en su construcción del
socialismo “científico” opuesto al “utópico”. Así como los economistas declaraban
que la economía seguía sus propias leyes con completa independencia de la
voluntad humana, Marx sintió la necesidad de demostrar que el socialismo
necesariamente se desarrollaría de acuerdo con leyes económicas. Por consiguiente,
a veces tendió a desarrollar expresiones que pueden confundirse con el
determinismo, ya que no le atribuían un gran papel a la voluntad y a la
imaginación humanas en el proceso histórico. Esta concesión no intencional al
espíritu del capitalismo facilitó el proceso de pervertir el sistema de Marx y de
convertirlo en algo no fundamentalmente distinto del capitalismo.

Si Marx hubiera manifestado sus ideas hoy día, al inicio de la decadencia del
capitalismo (que ya se acelera) su mensaje verdadero habría tenido oportunidad de
influir o de lograr la victoria, siempre que sea válido hacer esta conjetura histórica.
Actualmente, aun las palabras “socialismo” y “comunismo” están en entredicho.
De cualquier manera, un partido socialista o comunista que se declare
representante del pensamiento marxista habrá de tener la convicción de que el
régimen soviético no es de ningún modo un sistema socialista, que el socialismo es
incompatible con un sistema social burocrático, basado en las cosas, orientado al
consumo, que resulta incompatible con el materialismo y con la manipulación
cerebral que caracterizan al sistema soviético, tanto como al capitalismo.

La corrupción del socialismo explica el hecho de que los genuinos


pensamientos humanistas radicales a menudo provienen de grupos e individuos
que no se identificaron con las ideas de Marx o que aun se opusieron a éstas, a
veces después de haber sido miembros activos del movimiento comunista.

Es imposible mencionar aquí a todos los humanistas radicales del periodo


posmarxista, pero se ofrecen ejemplos de sus pensamientos en las páginas
siguientes. Aunque los conceptos de estos humanistas radicales difieren
ampliamente, y a veces parecen contradecirse, todos comparten las siguientes
ideas y actitudes:

la producción debe servir a las necesidades humanas reales, y no a las


demandas del sistema económico

entre la gente y la naturaleza debe establecerse una nueva relación de


cooperación y no de explotación

debe remplazarse el antagonismo mutuo por la solidaridad; la meta de los


arreglos sociales debe ser el bienestar humano y la prevención del malestar
no debe buscarse el consumo máximo, sino el consumo sano que fomenta el
bienestar

el individuo debe ser participante activo, y no pasivo, en la vida social 29.

Albert Schweitzer partió de la premisa radical de una crisis inminente de la


cultura occidental. Afirmó: «Es obvio para todos que nos encontramos en un
proceso de autodestrucción cultural. Lo que queda tampoco se encuentra seguro.
Aún permanece porque no ha sido expuesto a la presión destructora a la que el
resto ya ha sucumbido; pero también está construido sobre cascajo [Gueröll. El
próximo derrumbe [Bergrutsch] puede acabar con toda la capacidad cultural del
Hombre moderno ha disminuido porque las circunstancias que lo rodean lo han
mermado y lo han dañado psíquicamente 30».

Después de definir al ser industrial como “no libre… disperso…


incompleto… en peligro de perder su humanidad”, continúa diciendo:

Como la sociedad con su desarrollada organización ha ejercido hasta ahora


un poder desconocido sobre el Hombre, la dependencia del Hombre ha
aumentado a tal grado que casi ha dejado de tener una existencia espiritual
[geitstig] propia. Por ello hemos entrado en una nueva Edad Media. Mediante un
acto general de voluntad, la libertad de pensamiento ha desaparecido, porque
muchos han renunciado a pensar como individuos libres, y se guían por la
colectividad a la que pertenecen… Con el sacrificio de la independencia del
pensamiento hemos perdido (y ¿cómo podría ser de otra manera?) la fe en la
verdad. Nuestra vida intelectual-emocional está desorganizada. El exceso de
organización de nuestros asuntos públicos culmina en la organización de lo superficial [las
cursivas son mías].

Schweitzer caracteriza a la sociedad industrial no sólo por su falta de


libertad, sino por su “esfuerzo excesivo” (überanstrengung). “Durante dos o tres
siglos muchos individuos han vivido sólo como trabajadores y no como seres

Las ideas de los humanistas socialistas pueden encontrarse en El humanismo socialista, E.


29

Fromm, ed. comp

30 Este pasaje y los siguientes de Schweitzer fueron traducidos de la cita de Die Schuld der
Philosophie an dem Niedergang der Kultur, publicado por primera vez en 1923, pero escrito de 1900 a
1917.
humanos”. La sustancia humana es sofocada, y a la educación de los hijos por estos
padres sin desarrollo le falta un factor esencial para el desarrollo humano. “Más
tarde, sometido a un exceso de ocupaciones, el adulto sucumbe más y más a la
necesidad de distracciones superficiales. La pasividad absoluta, distraer la atención y
olvidarse de sí mismo, es una necesidad física para él” (las cursivas son mías). Como
consecuencia, Schweitzer aboga por una reducción del trabajo, y critica el exceso
de consumo y de lujo.

Schweitzer, teólogo protestante, insiste, como Eckhart, el monje dominico,


en que la tarea del Hombre no es retirarse a una atmósfera de egoísmo espiritual,
lejos de los asuntos del mundo, sino llevar una vida activa en la que el individuo
trate de contribuir a la perfección espiritual de la sociedad. “Si entre los hombres,
modernos hay tan pocos cuyos sentimientos humanos y éticos están intactos, una
razón importante es el hecho de que sacrifican constantemente su moral personal
en el altar de la patria, en vez de realizar un constante intercambio vital con la
colectividad y darle el poder que la impulse a su perfeccionamiento” (las cursivas son
mías).

Concluye que la presente estructura social y cultural nos conducirá a una


catástrofe de la cual surgirá un nuevo Renacimiento “mucho más grande que el
antiguo”; que debemos renovarnos con creencias y actitudes si no deseamos
perecer. “En este Renacimiento será esencial el principio de la actividad, que el
pensamiento racional nos ha puesto en las manos, el único principio pragmático y
racional del desarrollo histórico producido por el Hombre… Confío en que esta
revolución ocurrirá si decidimos convertirnos en seres humanos pensantes” (las cursivas
son mías).

Probablemente porque Schweitzer fue teólogo y es mejor conocido, por lo


menos en filosofía, por su concepto de “reverenda a la vida” como base de la ética,
por lo general no se sabe que fue uno de los críticos más radicales de la sociedad
industrial, y que derribó de su pedestal los mitos del progreso y la felicidad
general. Reconoció la decadencia de la sociedad y del mundo debido a la práctica
de la vida industrializada; a principios de este siglo él ya había advertido la
debilidad y la dependencia de la gente, el efecto destructor del trabajo obsesivo, la
necesidad de trabajar y consumir menos. Postuló la necesidad de un renacimiento
de la vida colectiva, organizada por el espíritu de solidaridad y de reverencia a la
vida.

Esta presentación del pensamiento de Schweitzer no puede concluirse sin


señalar el hecho de que Schweitzer, en contraste con el optimismo metafísico
cristiano, fue un escéptico metafísico. Ésta es una de las razones de, que se sintiera
poderosamente atraído por el pensamiento budista, en que la vida no sólo tiene el
significado que le da y le garantiza un ser supremo. Llegó a esta conclusión: «Si se
toma el mundo como es, resulta imposible darle un significado en que tengan
sentido los fines y las metas del Hombre y de la Humanidad». La única manera
significativa de vivir es desarrollar una actividad en el mundo; no una actividad
general, sino la actividad de ser caritativo y de interesarnos por nuestros
semejantes. Schweitzer manifestó esto en sus escritos y en su vida.

Existe una notable afinidad entre las ideas de Buda, de Eckhart, de Marx y
de Schweitzer: su demanda radical de renunciar a la orientación de tener: su
insistencia en una independencia completa; su escepticismo metafísico; su
religiosidad sin Dios31, y su demanda de una actividad social con un espíritu de
atención y solidaridad humanas. Sin embargo, estos maestros a veces no advierten
estos elementos. Por ejemplo, Eckhart usualmente es inconsciente de su ateísmo;
Marx, de su religiosidad. La interpretación, en especial de Eckhart y de Marx, es
tan compleja que resulta imposible dar una explicación adecuada a la religión no
teísta que promueve el interés por nuestros semejantes y que hace que estos
maestros sean los fundadores de una nueva religiosidad que satisface las
necesidades del Hombre nuevo. En una secuela de este libro analizaré las ideas de
estos maestros.

Aun autores a los que no se puede denominar humanistas radicales, ya que


apenas trascienden la actitud mecanicista, transpersonal de nuestra época (como
los autores de los dos informes encargados por el Club de Roma), advierten que un
radical cambio humano interno es la única alternativa de la catástrofe económica.
Mesarovic y Pestel piden «una nueva conciencia mundial… una nueva ética en el
uso de los recursos materiales… una nueva actitud ante la naturaleza, basada en la
armonía y no en la conquista… un sentimiento de identificación con las futuras
generaciones… Por primera vez en la vida del Hombre sobre la Tierra, se le pide
que se abstenga de hacer lo que puede hacer, y que limite su desarrollo económico
y tecnológico, o que por lo menos lo dirija en forma diferente del pasado; se le pide
en bien de las futuras generaciones de la Tierra que comparta su buena fortuna con
los pobres, y no con un espíritu de caridad, sino por necesidad. Se le pide que se
concentre ahora en un desarrollo orgánico del sistema mundial total. ¿Podría, con

31 En una carta dirigida a E. R. Jacobi, Schweitzer escribió: “La religión del amor puede

existir sin una personalidad que gobierne al mundo” (Divine Light, 2, núm. 1, 1967.
la conciencia limpia, negarse a hacerlo?» Ellos concluyen que sin estos cambios
humanos fundamentales, «el Homo sapiens está prácticamente condenado».

El estudio tiene algunas insuficiencias: creo que la más notable es que no


considera los factores políticos, sociales y psicológicos que se encuentran en el
camino de todo cambio. Indicar la tendencia de los cambios necesarios en general
es inútil mientras éstos no vayan seguidos por serios intentos de considerar los
verdaderos obstáculos que bloquean sus sugestiones. (Es de esperar que el Club de
Roma se enfrente al problema de estos cambios políticos y sociales que constituyen
las condiciones previas para lograr las metas generales). Sin embargo, es un hecho
que estos autores han intentado por primera vez mostrar las necesidades
económicas y los recursos de todo el mundo, y que, como escribí en la
Introducción, por primera vez se ha hecho la exigencia de un cambio ético, y no
como consecuencia de creencias éticas, sino como consecuencia racional del
análisis económico.

En los últimos años, en los Estados Unidos y en Alemania ha aparecido un


número considerable de libros que plantean la misma demanda: subordinar la
economía a las necesidades de los pueblos, primero para sobrevivir, y después
para nuestro bienestar. (He leído y examinado unos 35 de estos libros, pero el
número existente es por lo menos el doble). La mayoría de estos autores convienen
en que aumentar el consumo material no necesariamente significa un aumento del
bienestar; que un cambio espiritual y del carácter debe acompañar los cambios
sociales necesarios; que a menos que dejemos de desperdiciar nuestros recursos
naturales y de destruir las condiciones ecológicas para la pervivencia humana,
puede preverse que ocurrirá una catástrofe dentro de cien años. Aquí sólo
menciono unos cuantos representantes notables de esta nueva economía
humanista.

El economista E. F. Schumacher muestra en su libro Small is Beautifull (Lo


pequeño es bello) que nuestros fracasos son resultado de nuestros éxitos, y que
nuestras técnicas deben subordinarse a nuestras verdaderas necesidades humanas.
Escribe: «La economía como esencia de la vida es una enfermedad mortal, porque
un crecimiento infinito no armoniza con un mundo finito. Que la economía no debe
ser la esencia de la vida se lo han dicho a la humanidad todos sus grandes
maestros; que esto no puede ser así, es evidente hoy día. Si se desea describir esta
enfermedad mortal más detalladamente, puede decirse que es similar a una
adicción, como el alcoholismo o las drogas heroicas. No importa demasiado si esta
adicción aparece en formas egoístas o altruistas, si busca su satisfacción sólo en un
materialismo burdo o también de una manera artística, cultural o científicamente
refinada. El veneno es veneno, aunque venga en píldoras doradas… Si la cultura
espiritual, la cultura del hombre interno se descuida, el egoísmo continúa siendo el
poder dominante del hombre, y un sistema egoísta, como el capitalismo, se adapta
mejor a esta orientación que un sistema de amor a nuestros semejantes».

Schumacher aplicó sus principios inventando “minimáquinas” que se


adaptan a las necesidades de los países no industrializados. Vale la pena señalar
que sus libros son más leídos cada año, y no gracias a una gran campaña de
publicidad, sino por la propaganda personal que le hacen sus lectores.

Paul Ehrlich y Anne Ehrlich son dos autores norteamericanos cuyo


pensamiento es similar al de Schumacher. En su libro Population, Resources,
Environment: Issues in Human Ecology (Población, recursos, medio: cuestiones de ecología
humana) presentan la siguiente conclusión sobre “la actual situación mundial”:

1. Considerando la tecnología actual y las pautas de la conducta, nuestro


planeta hoy día está enormemente sobrepoblado.

2. El gran número absoluto de personas y la tasa de crecimiento de la


población son los principales obstáculos para resolver los problemas humanos.

3. Ya casi se han alcanzado los límites de la capacidad humana para


producir alimentos por medios tradicionales. Los problemas de aprovisionamiento
y distribución han hecho que casi la mitad de la humanidad esté subnutrida o
desnutrida. De 10 a 20 millones de personas mueren de hambre anualmente.

4. Los intentos de aumentar la producción de víveres tenderán a acelerar el


deterioro de nuestro medio, que a su vez posteriormente reducirá la capacidad de
la Tierra para producir alimentos. No se sabe si la decadencia del medio ha llegado
a tal punto que sea esencialmente irreversible; quizá la capacidad del planeta para
mantener la vida humana haya sido dañada permanentemente. “Avances”
tecnológicos como los autos, los insecticidas y los fertilizantes inorgánicos
nitrogenados son las principales causas del deterioro del medio.

5. Hay razones para creer que el crecimiento de la población aumenta las


probabilidades de una plaga letal mundial y de una guerra termonuclear. Éstas
pueden ofrecer la indeseable “solución de la tasa de mortalidad” al problema de la
población; son potencialmente capaces de destruir la civilización y hasta de llevar
al Homo sapiens a su desaparición.

6. No existe una panacea tecnológica para el conjunto de problemas que


integran la crisis población-alimentos-medio, pero aplicar adecuadamente la
tecnología en terrenos como el combate a la contaminación, las comunicaciones y el
control natal puede ayudar mucho. Las soluciones básicas implican cambios
espectaculares y rápidos de las actitudes humanas, en especial las relacionadas con la
conducta reproductiva, el crecimiento económico, la tecnología, el medio y la
solución de los conflictos. (Las cursivas son mías).

Ende oder Wende (Muerte o cambio) de E. Eppler es otro libro reciente digno de
mención. Las ideas de Eppler son similares a las de Schumacher, pero menos
radicales, y su posición quizá resulta especialmente interesante, porque es el
director del Partido Socialdemócrata en Baden-Württemberg, y es un protestante
convencido. Yo también he escrito dos libros con la misma orientación: Psicoanálisis
de la sociedad contemporánea y La revolución de la esperanza.

Aun los escritores del campo soviético, donde la idea de limitar la


producción siempre ha sido tabú, han empezado a indicar que debe considerarse la
idea de una economía sin crecimiento. W. Harich, un marxista disidente (de la
República Democrática Alemana) propuso un equilibrio económico mundial
estático, que pueda garantizar la igualdad y evitar el peligro de causar daños
irreparables a la biosfera. En 1972 algunos de los más destacados naturalistas,
economistas y geógrafos de la Unión Soviética se reunieron para discutir “El
Hombre y su Medio”. En su programa se encontraban los resultados de los
estudios del Club de Roma, que consideraron con espíritu de simpatía y respeto, y
señalaron los méritos considerables de estos estudios, aunque no estuvieron de
acuerdo con ellos. (Véase “Technologie und Politik” en la Bibliografía, en relación
con el informe de esta reunión).

La más importante expresión contemporánea, antropológica e histórica del


humanismo que es común a los intentos de una reconstrucción social humanista se
encuentra en The Pentagon of Power (El pentágono del poder) de L. Mumford, y en
todas sus obras anteriores.
VIII.
CONDICIONES DEL CAMBIO HUMANO Y
CARACTERÍSTICAS DEL HOMBRE NUEVO

Si es correcta la premisa de que sólo un cambio fundamental del carácter


humano de un predominio del modo de tener a un predominio del modo de ser
puede salvarnos de una catástrofe psicológica y económica, se plantea la siguiente
pregunta: ¿Es posible un cambio del carácter en gran escala? Si es así, ¿de qué
modo puede lograrse?

Yo sostengo que el carácter humano puede cambiar si existen estas


condiciones:

1. Sufrimos y nos damos cuenta de ello.

2. Reconocemos el origen de nuestro malestar.

3. Reconocemos que existe una manera de aliviar nuestro malestar.

4. Reconocemos que para aliviar nuestro malestar debemos seguir ciertas


normas de vida y cambiar nuestra presente conducta.

Estos cuatro puntos corresponden a las Cuatro Nobles Verdades, que son la
base de las enseñanzas del Buda y que se relacionan con la condición general de la
existencia humana, pero no con los casos de malestar humano producidos por
circunstancias sociales o individuales específicas.

El mismo principio del cambio que caracteriza los métodos del Buda
también fundamenta el concepto marxista de salvación. Para comprender esto es
necesario advertir que para Marx, como él mismo dijo, el comunismo no era la
meta final, sino un paso en el desarrollo histórico que había de liberar a los seres
humanos de las condiciones socioeconómicas y políticas que los deshumanizan y
los vuelven prisioneros de las cosas, de las máquinas y de su codicia.

El primer paso de Marx fue mostrar al proletariado de su época (la clase más
alienada y miserable) que sufría. Trató de destruir las ilusiones que tendían a
ocultarle la conciencia de su miseria. Si el segundo paso fue mostrar las causas de
este sufrimiento, que considera que estaban en la naturaleza del capitalismo y en la
codicia, en la avaricia y la dependencia que impone el sistema capitalista. Este
análisis de las causas del sufrimiento de los obreros (pero no sólo suya) aportó el
principal impulso a la obra de Marx: analizar la economía capitalista.

Su tercer paso fue demostrar que el sufrimiento de los obreros podía


eliminarse si se suprimían las condiciones del sufrimiento. En el cuarto paso,
mostró la nueva práctica de la vida, el nuevo sistema social, libre del sufrimiento
que ocasionaba necesariamente el antiguo sistema.

El método curativo de Freud era esencialmente similar. Los pacientes


consultaban a Freud porque sufrían, y porque tenían conciencia de ello; pero
generalmente no sabían de qué sufrían. Por lo general la primera tarea del
psicoanalista es ayudar a los pacientes a renunciar a sus ilusiones acerca de sus
sufrimientos, y enseñarles en qué consiste realmente su malestar. El diagnóstico de
la naturaleza del malestar, individual o social, es materia de interpretación, y
pueden diferir las opiniones de los intérpretes. La idea que tienen los pacientes de
las causas de su sufrimiento usualmente es el dato menos fidedigno para el
diagnóstico. La esencia del proceso psicoanalítico consiste en ayudar a los
pacientes a que adviertan las causas de su malestar.

Como consecuencia de estos conocimientos, los pacientes pueden pasar a la


siguiente etapa: saber que su malestar puede curarse, siempre que se eliminen sus
causas. Según Freud, esto significaba aliviar la represión de ciertos sucesos de la
infancia. Sin embargo, el psicoanálisis tradicional parece no estar esencialmente de
acuerdo con la necesidad del cuarto paso. Muchos psicoanalistas parecen creer que
el conocimiento de lo reprimido tiene un efecto terapéutico. Desde luego, a
menudo sucede así, en especial cuando el paciente muestra síntomas circunscritos,
como síntomas obsesivos o histéricos; pero yo no creo que puedan lograrse efectos
durables con las personas que sufren un malestar general y que necesitan un
cambio de carácter, a menos que modifiquen su conducta de acuerdo con el cambio de
carácter que desean lograr. Por ejemplo, un individuo puede analizar hasta el día del
juicio su dependencia de los otros, pero con los conocimientos obtenidos no
logrará nada si se encuentra en la misma situación práctica en que vivió antes de
obtener estos conocimientos. Mostraré un ejemplo sencillo: una mujer cuyo
sufrimiento es producido por una dependencia de su padre, aunque tenga
conocimientos de las causas profundas de su dependencia, realmente no cambiará
a menos que ella cambie de conducta; por ejemplo, si se separa de su padre, si no
admite sus favores, y si acepta los riesgos y las penas que implican estos pasos
prácticos para lograr su independencia. El conocimiento que no se aplica a la práctica
es ineficaz.
EL HOMBRE NUEVO

La función de la sociedad nueva es alentar el surgimiento de un Hombre


nuevo, ser cuya estructura de carácter tendrá las siguientes cualidades:

Disposición a renunciar a todas las formas de tener, para poder ser


plenamente.

Sentir seguridad, tener un sentimiento de identidad y confianza basados en


la fe en lo que uno es, en la necesidad de relacionarse, interesarse, amar,
solidarizarse con el mundo que nos rodea, en vez de basarse en el deseo de tener,
poseer, dominar al mundo, y así volverse esclavo de sus posesiones.

Aceptar el hecho de que nadie ni nada exterior al individuo le da significado


a su vida, sino que esta independencia radical y la no cosidad pueden llegar a ser la
condición de la actividad plena dedicada a compartir e interesarse por sus
semejantes.

Estar plenamente presente donde uno se encuentra.

Sentir la alegría que causa dar y compartir, y no acumular y explotar.

Amar y respetar la vida en todas sus manifestaciones, sabiendo que no es


sagrada la cosa ni el poder, ni lo que está muerto, sino la vida y todo lo que
contribuye a su desarrollo.

Tratar de reducir en la mayor medida posible la codicia, el odio y los


engaños.

Vivir sin adorar ídolos y sin engaños, porque se ha alcanzado una situación
en que no se requieren engaños.

Desarrollar la capacidad de amar, y el pensamiento crítico, no sentimental

Desprenderse del narcisismo y aceptar las trágicas limitaciones inherentes a


la existencia humana.

Hacer del pleno desarrollo de sí mismo y del prójimo la meta suprema de


vivir.

Saber que para alcanzar esta meta, es necesaria la disciplina y respetar la


realidad.

Saber que ningún desarrollo es sano si no ocurre en una estructura, pero


conocer también la diferencia entre la estructura como atributo de la vida, y el
“orden” como atributo de no vivir, de la muerte.

Desarrollar la imaginación, no para escapar de las circunstancias


intolerables, sino para anticipar las posibilidades reales, como medio para suprimir
las circunstancias intolerables.

No engañar, pero tampoco dejarnos engañar por los otros; se puede admitir
ser llamado inocente, pero no ingenuo.

Conocerse, y no sólo el yo que uno conoce, sino también el yo que no


conoce, aunque tenga un conocimiento vago de lo que no conoce.

Percibir la unión con la vida, y por consiguiente renunciar a la meta de


conquistar a la naturaleza, someterla, explotarla, violarla, destruirla, y en vez de
esto tratar de comprender y cooperar con la naturaleza.

Gozar de una libertad no arbitraria, sino que ofrezca la posibilidad de ser


uno mismo, y no un atado de ambiciones, sino una estructura delicadamente
equilibrada que en todo momento se enfrenta a la alternativa de desarrollarse o
decaer, vivir o morir.

Saber que el mal y la destrucción son consecuencias necesarias de no


desarrollarse.

Saber que sólo muy pocos han alcanzado la perfección en todas esas
cualidades, y ser, y sin la ambición de “alcanzar la meta”, reconociendo que esta
ambición sólo es otra forma de codiciar, de tener.

Ser feliz en el proceso de vivir cada día más, sin importar el avance que el
destino nos permita realizar, porque vivir tan plenamente como se puede resulta
tan satisfactorio que es difícil preocuparse por lo que uno logra o no.

Sugerir qué pueden hacer los que viven en el actual mundo industrial,
cibernética y burocrático (ya sea en su versión “capitalista” o “socialista”) para
salvarse de la forma de existencia de tener y aumentar el campo de ser, no se
encuentra dentro del alcance de este libro. De hecho, se requeriría un libro
completo, que podría titularse apropiadamente: El arte de ser; pero ya se han
publicado muchos libros en años recientes sobre cómo lograr el bienestar; algunos
son útiles, y muchos otros causan daño por su falsedad, y explotan el nuevo
mercado que complace el deseo público de librarse de un malestar. Algunos libros
valiosos, que pueden ser útiles al que tenga un serio interés en el problema de
alcanzar el bienestar, se enumeran en la Bibliografía.
IX.
CARACTERÍSTICAS DE LA SOCIEDAD NUEVA

UNA NUEVA CIENCIA DEL HOMBRE

El primer requisito para la posible creación de la sociedad nueva es advertir


las dificultades casi insuperables a que debe enfrentarse este intento. La vaga
conciencia de esta dificultad probablemente es una de las principales razones de
que se hagan muy pocos esfuerzos por realizar los cambios necesarios. Muchos
piensan: “¿Para que esforzarnos por lo imposible? Actuemos antes bien como si el
curso que seguimos nos llevara al lugar seguro y feliz que indican nuestros
mapas”. Los que inconscientemente desesperan pero que aún se ponen la máscara
del optimismo no necesariamente son sabios; pero los que no han renunciado a la
esperanza sólo pueden triunfar si son realistas, si dejan todos los engaños y
evalúan plenamente las dificultades. Esta serenidad establece la diferencia entre las
“utopías” de la vigilia y las de los sueños.

Sólo mencionaré unas cuantas dificultades que deben resolverse para crear
la sociedad nueva:

Tendría que resolverse el problema de cómo continuar el modo de


producción industrial sin padecer una centralización total, o sea, sin terminar en
un fascismo anticuado o, más probablemente, en un fascismo tecnológico
“sonriente”.

Se debería combinar una Plantación total con un alto grado de


centralización, y renunciar a la “economía del mercado libre”, que en gran parte se
ha convertido en una ficción.

Se tendría que renunciar a la meta de un crecimiento ilimitado, y cambiarla


por un crecimiento selectivo, para no correr el riesgo de un desastre económico.

Tendrían que crearse condiciones de trabajo y un espíritu general en que los


estímulos eficaces no fueran las ganancias materiales, sino otras satisfacciones
psíquicas.

Debería fomentarse el progreso científico y, al mismo tiempo, impedir que


por sus aplicaciones prácticas se convirtiera en un peligro para la especie humana.

Se tendrían que crear unas condiciones en que se gozara de bienestar y


alegría, y no la satisfacción del afán del placer máximo.

Tendría que ofrecerse una seguridad básica a los individuos sin que
dependieran de una burocracia para mantenerse.

Deberían restaurarse las posibilidades de la iniciativa individual en la vida,


y no en los negocios (donde apenas existe ya, de cualquier manera).

Así como en el desarrollo de la técnica algunas dificultades parecían


insuperables, hoy día las dificultades antes mencionadas parecen insuperables;
pero las dificultades de la técnica no resultaron insuperables, porque se estableció
una nueva ciencia que proclamó el principio de la observación y el conocimiento
de la naturaleza como condiciones para dominarla (Francis Bacon: Novum
Organum, 1620). Esta “ciencia nueva” del siglo XVII ha atraído a las inteligencias
más brillantes de los países industrializados hasta hoy día, e hizo que se realizaran
las utopías técnicas que había soñado la mente humana.

Hoy día, casi tres siglos después, requerimos una nueva ciencia enteramente
distinta. Necesitamos una Ciencia Humanista del Hombre, que sea la base de una
Ciencia y un Arte Aplicados a la Reconstrucción Social.

Las utopías técnicas (por ejemplo, volar) se lograron con la nueva ciencia de la
naturaleza. Puede realizarse la utopía humana de la Época Mesiánica: una nueva
humanidad unida que viva en forma solidaria y en paz, libre de la determinación
económica, de las guerras y de la lucha de clases, siempre que las mismas energías,
inteligencia y entusiasmo que empleamos para lograr nuestras utopías técnicas las
apliquemos en la realización de la utopía humana. No se pueden construir
submarinos leyendo las obras de Julio Verne; no puede crearse una sociedad
humanista leyendo a los Profetas.

Nadie puede decir si se realizará este cambio de la supremacía de la ciencia


natural a una nueva ciencia social. Si es así, aún tendremos oportunidad de
sobrevivir, pero esto dependerá de un factor: de cuántos hombres y mujeres
brillantes, estudiosos, disciplinados e interesados se sientan atraídos por el nuevo
desafío a la mente humana, y por el hecho de que en esta época la meta no es
dominar la naturaleza, sino la técnica, las fuerzas sociales irracionales y a las instituciones
que amenazan la supervivencia de la sociedad occidental, si no de toda la especie humana.
Estoy convencido de que nuestro futuro depende de si, al tener conciencia
de la crisis presente, las mejores inteligencias se dedican a crear una nueva ciencia
humanista del Hombre. Sólo su esfuerzo concertado ayudará a resolver los
problemas ya mencionados aquí, y a alcanzar las metas que hemos examinado.

Las metas generales como “socialización de los medios de producción” se


han convertido en los lemas socialistas y comunistas que básicamente ocultan la
ausencia del socialismo. “La dictadura del proletariado” o de una “élite intelectual”
no es algo menos nebuloso o equívoco que el concepto de “una economía de
mercado libre”, o de “naciones libres”. Los primeros socialistas y comunistas,
desde Marx hasta Lenin, no tenían planes concretos para una sociedad socialista o
comunista; esto fue la gran flaqueza del socialismo.

Las nuevas formas sociales que serán la base del bienestar no surgirán si no
hacemos muchos diseños, modelos, estudios y experimentos, que empiecen a
reducir el abismo entre lo necesario y lo posible. Esto posteriormente requerirá planes a
largo plazo y en grande escala, y proposiciones a corto plazo para las primeras
etapas. El problema consiste en la voluntad y el espíritu humanista de los que
trabajen en ello; además, cuando la gente tiene una visión y simultáneamente
reconoce lo que puede hacer paso a paso y de manera concreta para lograrlo, siente
aliento y entusiasmo, en vez de miedo.

Si se desea que las esferas económicas y políticas de la sociedad se sometan


al desarrollo humano, el modelo de la nueva sociedad debe determinarse por los
requerimientos de los individuos no alienados, tentados a ser. Esto significa que los seres
humanos no vivirán en una pobreza inhumana (que aún constituye el principal
problema de la mayoría de los pueblos) ni serán obligados (como es la tendencia
del mundo individual) a convertirse en Homo consumens por las leyes inherentes a
la producción capitalista, que exigen el crecimiento continuo de la producción y,
por ello, imponen un consumo creciente. Si los seres humanos desean ser libres y
dejar de mantener con su consumo patológico a la industria, se requerirá un
cambio radical del sistema económico: debemos terminar con la situación actual en que
sólo es posible una economía saludable al precio de tener seres humanos enfermos. La tarea
consiste en construir una economía saludable para un pueblo saludable.

El primer paso decisivo hacia esta meta es que la producción se dedique al beneficio
de “un consumo sano”.

La fórmula tradicional “producción para el uso y no para las ganancias” no


basta, porque no especifica a qué tipo de uso se refiere: al saludable o al patológico.
En este punto surge una dificultad práctica: ¿Quién determinará cuáles
necesidades son saludables y cuáles patológicas? De una cosa podemos estar
seguros: no hay que pensar siquiera en obligar a los ciudadanos a consumir lo que
el Estado decide que es lo mejor (aunque sea lo mejor). La vigilancia burocrática
que impide por la fuerza el consumo sólo hace que el pueblo tenga más deseos de
consumir. El consumo sano sólo puede lograrse si un número creciente de
personas desean cambiar sus normas de consumo y su estilo de vida. Esto sólo es
posible si se les ofrece un tipo de consumo más atractivo que el que ya conocen.
Esto no puede lograrse de la noche a la mañana, ni imponerse por decreto, sino
que requerirá un lento proceso educativo, y en éste el gobierno debe desempeñar
un papel importante.

La función del Estado es establecer normas para un consumo sano, opuestas


al consumo patológico e indiferente. En principio, estas normas pueden
establecerse. La Administración de Alimentos y Medicinas de los Estados Unidos
ofrece un buen ejemplo: determina qué alimentos y medicinas son dañosos,
basando su dictamen en la opinión especializada de científicos de varios campos, a
menudo después de prolongados estudios. De manera similar, la evaluación de
otros artículos de consumo y servicios podría estar a cargo de un conjunto de
psicólogos, antropólogos, sociólogos, filósofos, teólogos y representantes de varios
grupos sociales y de consumidores.

El examen de lo que fomenta la vida y de lo que es nocivo para ella requiere


una investigación incomparablemente mayor que la necesaria para resolver los
problemas de dicha Administración. La investigación básica de la naturaleza de las
necesidades, que apenas existe, tendrá que ser realizada por la nueva ciencia del
Hombre. Necesitamos determinar qué necesidades se originan en nuestro
organismo, cuáles son resultado del progreso cultural, cuáles son expresiones del
desarrollo del individuo, cuáles son sintéticas, impuestas por la industria al
individuo; cuáles vuelven al individuo “activo” y cuáles “pasivo”, cuáles se basan
en la patología y cuáles en la salud psíquica.

En contraste con la existente Administración de Alimentos, las decisiones


del nuevo cuerpo de expertos humanistas no serían impuestas por la fuerza, sino
que servirían sólo como guías, y serían presentadas a los ciudadanos para que las
discutieran. Ya hemos advertido bien el problema de los alimentos sanos y los
insalubres; los resultados de las investigaciones de los especialistas ayudarán a que
la sociedad conozca mejor si las otras necesidades son sanas o patológicas. El
público advertirá que la mayor parte del consumo engendra pasividad; que la
necesidad de velocidad y de novedad, que sólo puede ser satisfecha con el
consumismo, refleja inquietud, y huida interna de sí mismo; la gente, advertirá que
buscar nuevas cosas para hacer o artefactos más nuevos para usarlos sólo es un
medio para evitar el contacto consigo mismo y con otras personas.

El gobierno puede facilitar mucho este proceso educativo subsidiando la


producción de los artículos y servicios deseables hasta que éstos puedan
producirse con ganancias económicas. Una gran campaña educativa en favor del
consumo sano tendría que acompañar estos esfuerzos. Es de esperar que un
esfuerzo coordinado para estimular el apetito del consumo sano probablemente cambie las
pautas de consumo. Aunque se eviten los métodos de lavado de cerebro de la
publicidad que hoy día usa la industria (y ésta es condición esencial), parece
razonable esperar que este esfuerzo tenga un efecto no muy inferior al de la
propaganda industrial.

Una objeción común a todo el programa de consumo selectivo (y de


producción) según el principio de “¿Qué fomenta el bienestar?”, es que en la
economía de mercado libre los consumidores obtienen precisamente lo que desean,
y por ello no se necesita una producción “selectiva”. Este argumento se basa en el
supuesto de que los consumidores desean lo que es bueno para ellos, lo que, desde
luego, es patentemente falso (en el caso de las medicinas, o quizá aun de los
cigarrillos, nadie presentaría este argumento). Este argumento pasa por alto el
hecho importante de que los deseos de los consumidores son manipulados por los
productores. A pesar de las marcas en competencia, el resultado total de la
publicidad es estimular el deseo de consumir. Las empresas se ayudan
mutuamente en esta influencia básica por medio de su publicidad; el comprador
sólo ejerce secundaria y dudosamente el privilegio de elegir entre varias marcas
que compiten. Un ejemplo común que ofrecen quienes afirman que los deseos de
los consumidores son todopoderosos, es el fracaso del “Edsel” de la Compañía
Ford; pero este fracaso del Edsel no altera el hecho de que aun la propaganda para
éste fue una propaganda para comprar automóviles, con la cual se beneficiaron todas
las marcas, excepto el infortunado Edsel. Además, la industria influye en el gusto
al no producir artículos más sanos para el público, pero menos lucrativos para la
industria.

El consumo sano sólo es posible si se logra reducir radicalmente el derecho de los


accionistas y de los directivos de las grandes empresas a determinar su producción
solamente basándose en las ganancias y en la expansión.

Estos cambios pueden efectuarse por medios jurídicos sin alterar las
constituciones de las democracias occidentales (hay muchas leyes que limitan los
derechos de propiedad privada en bien del beneficio público). Lo que importa es el
poder de dirigir la producción, y no la propiedad del capital. A largo plazo, los
gustos de los consumidores decidirán qué debe producirse, después de que se
elimine el poder sugestionador de la publicidad. Las empresas existentes deberán
adaptar sus instalaciones para satisfacer las nuevas demandas, o donde esto no sea
posible, el gobierno deberá invertir el capital necesario para producir los nuevos
artículos y servicios deseados.

Todos estos cambios sólo pueden hacerse gradualmente, y con el


consentimiento de la mayoría de la población. Equivalen a una nueva forma de
sistema económico, diferente del capitalismo actual, del capitalismo de Estado
centralizado soviético, y de la burocracia sueca de seguridad social total.

Obviamente, desde el principio, las grandes compañías usarán su enorme


poder para tratar de impedir estos cambios. Sólo el deseo abrumador de los
ciudadanos de un consumo sano podrá vencer la resistencia de las empresas.

Una manera eficaz, de que los ciudadanos muestren el poder del consumidor es
organizar un movimiento militante de consumidores que use como arma la
amenaza de “una huelga de consumidores”. Supongamos, por ejemplo, que el 20%
de la población norteamericana que consume autos decidiera no comprarlos, por
considerar que, en comparación con el excelente transporte público, el automóvil
particular es económicamente un desperdicio, ecológicamente venenoso, y
psicológicamente dañoso, como una droga que crea un sentimiento artificial de
poder, aumenta la envidia y nos ayuda a huir de nuestro yo. Aunque sólo un
economista podría determinar cuán importante sería esta amenaza económica para
la industria automovilística (y, desde luego, para las compañías petroleras), es
evidente que si ocurriera una huelga de consumidores, una economía nacional
basada en la producción de automóviles se vería en graves problemas. Desde
luego, nadie le desea esto a la economía norteamericana; pero esta amenaza, si
resulta verosímil (por ejemplo, dejar de usar automóviles durante un mes), les
ofrecería a los consumidores una poderosa palanca para introducir cambios en
todo el sistema de producción.

La gran ventaja de una huelga de consumidores es que no requerirían una


acción del gobierno, y sería difícil de combatir (a menos que el gobierno decidiera
obligar a los ciudadanos a comprar lo que no desean), y no se necesitaría esperar a
que se lograra el acuerdo del 51% de los ciudadanos para poner en vigor las
medidas gubernamentales. En realidad, una minoría de 20% sería extremadamente
eficaz para introducir cambios. La huelga de consumidores podría superar los
lineamientos y los lemas políticos; conservadores, liberales y humanistas de
“izquierda” podrían participar, ya que un estímulo podría unirlos a todos: el deseo
de un consumo sano y humanista. Como primer paso para suspender la huelga de
los consumidores, los líderes del movimiento de consumidores radical y
humanista negociarían con la industria (y con el gobierno) para exigir cambios. Su
método sería básicamente el mismo que el usado en las negociaciones para impedir
una huelga de trabajadores o para terminarla.

Lo difícil de ello es hacer conscientes a los consumidores de que esto 1) sería


una protesta parcialmente inconsciente contra el consumismo y 2) que tendrían gran
poder potencial si se organizaran los consumidores humanistas. Este movimiento
de consumidores sería la manifestación de una democracia genuina: los individuos
se expresarían directamente y tratarían de cambiar el curso del desarrollo social, de
una manera activa y no enajenada. Esto se basaría en la experiencia personal, y no
en lemas políticos.

Pero ni siquiera un movimiento de consumidores eficaz bastará mientras el


poder de las grandes compañías continúe siendo tan enorme como lo es hoy. Hasta
el remanente de democracia que aún existe está condenado a rendirse al fascismo
tecnocrático, a convertirse en una sociedad de autómatas bien alimentados que no
piensan (el mismo tipo de sociedad que fue tan temido con el nombre de
“comunismo”), a menos que se destruya el poder que tienen sobre el gobierno y la
población las compañías gigantescas (que se vuelven cada día más fuertes) por
medio del dominio de las ideas y por medio del lavado de cerebro. Los Estados
Unidos tienen una tradición de disminuir el poder de las empresas gigantescas,
expresada en sus leyes antimonopolistas. Un poderoso movimiento de la opinión
pública podría lograr que el espíritu de estas leyes se aplicara a las poderosas
compañías existentes, para que éstas se dividieran en unidades más pequeñas.

Para lograr una sociedad basada en el modo de ser, todos sus miembros deben
participar activamente en su funcionamiento económico y como ciudadanos. Por ello,
nuestra liberación del modo de existencia de tener sólo es posible mediante la plena
realización de una democracia que permita la participación en la política y en la industria.

Comparte esta demanda la mayoría de los humanistas radicales.

La democracia industrial implica que cada miembro de una gran industria o de


otra organización desempeñe un papel activo en la vida de la organización; todos
los miembros estarán plenamente informados y participarán en la toma de
decisiones, primero en las medidas de salud y seguridad en el trabajo (esto se ha
intentado con éxito en unas cuantas empresas suecas y norteamericanas) y
posteriormente participarán en la toma de decisiones en los niveles políticos
generales más elevados de la empresa. Es esencial que los empleados mismos, y no
sus representantes de los sindicatos, representen a los trabajadores en los
respectivos cuerpos de codeterminación. La democracia industrial significa
también que la empresa no sea sólo una institución económica y técnica, sino una
institución social en cuya vida y funcionamiento todos los miembros participen
activamente y, por ello, se sientan interesados.

El mismo principio se aplica a la creación de la democracia política. La


democracia puede resistir la amenaza del autoritarismo si se transforma de una
“democracia espectadora” y pasiva en una “democracia participante”, activa, en
que los asuntos de la comunidad son tan familiares y tan importantes para los
ciudadanos como sus negocios privados o, mejor aún, el bienestar de la comunidad
se convierte en preocupación de todos los ciudadanos. Al participar en la
comunidad, el individuo siente que la vida se vuelve más interesante y estimulante.
Desde luego, una verdadera democracia política puede definirse como una
sociedad en que la vida es eso, interesante. Por su naturaleza misma esta
democracia participante (en contraste con las “democracias populares” o “las
democracias centralistas”) no es burocrática, y crea un ambiente que virtualmente
excluye el surgimiento de demagogos.

Inventar los métodos de la democracia participante es probablemente


mucho más difícil de lo que fue elaborar una constitución democrática en el siglo
XVIII. Se requerirá mucha gente capacitada para hacer un esfuerzo gigantesco por
inventar los nuevos principios y por imponer los métodos para construir la
democracia participante. Como una de las muchas posibles sugestiones para lograr
este fin, me gustaría reafirmar algo que dije hace más de veinte años en
Psicoanálisis de la sociedad contemporánea: deben crearse cientos de miles de grupos
de debates (de unos 500 miembros cada uno) que se constituyan en cuerpos
permanentes de deliberación y de toma de decisiones sobre problemas básicos en
los campos de la economía, la política exterior, la salud, la educación y los medios
para conseguir el bienestar. Estos grupos contarán con la información pertinente
(describiré más tarde la naturaleza de esta información), discutirán esta
información (sin la presencia de influencias extrañas), y votarán sobre los
problemas (dados nuestros actuales medios tecnológicos, todos los votos podrán
recogerse en un solo día). La totalidad de esos grupos formará una “Cámara Baja”
cuyas decisiones, junto con las de los otros organismos políticos, tendrán una
influencia decisiva en la legislación.
Se preguntará: «¿Para qué hacer estos planes tan elaborados, si las encuestas
pueden desempeñar la tarea de recoger la opinión de la gente en un tiempo
igualmente breve?» Esta objeción se relaciona con uno de los aspectos más
problemáticos de expresar la opinión. ¿Qué es la “opinión” en que se basan las
encuestas, sino el punto de vista de una persona, sin el beneficio de una
información adecuada, sin la reflexión crítica y la discusión? Además, la gente que
responde una encuesta sabe que sus “opiniones” no cuentan y, por ello, no tienen
ningún efecto. Estas opiniones sólo constituyen las ideas conscientes del público en
un momento dado, y no revelan nada de las tendencias básicas que podrían
producir opiniones opuestas si las circunstancias cambiaran. Similarmente, los
votantes en una elección política saben que, después de haber votado por su
candidato, no tienen otra influencia en el curso de los sucesos. En algunos aspectos,
votar en una elección política es aún peor que las encuestas de opinión, debido a
que se embota el pensamiento mediante técnicas semihipnóticas. Las elecciones se
convierten en una radionovela interesante, ya que están en juego las esperanzas y
las aspiraciones de los candidatos (y no los problemas políticos). Los votantes
pueden participar en el drama votando por el candidato que apoyan. Una gran
parte de la población se niega a participar, pero la mayoría se siente fascinada por
este moderno espectáculo romano en que políticos, y no gladiadores, luchan en la
arena.

Por lo menos se necesitan dos requisitos para tener una convicción genuina:
contar con una información adecuada, y saber que nuestra decisión tiene algún efecto. Las
opiniones que manifiestan los espectadores impotentes no expresan su convicción,
sino que son un juego, similar a declarar nuestra preferencia por una marca de
cigarrillos. Por esto, las opiniones expresadas en las encuestas y en las elecciones
constituyen el peor nivel del juicio humano, y no el mejor. Este hecho lo confirman
dos ejemplos en que la gente muestra mejor juicio, o sea, sus decisiones son muy
superiores a sus decisiones políticas: a) en sus asuntos privados (en especial en los
negocios, como lo mostró claramente Joseph Schumpeter), y b) cuando son
miembros de un jurado. Los jurados están compuestos de ciudadanos comunes, y
deben tomar decisiones en casos que a menudo son muy complicados y muy
difíciles de comprender; pero los miembros del jurado obtienen toda la
información pertinente, tienen oportunidad de ampliar la discusión, y saben que
su juicio decide la vida y la felicidad de las personas que deben juzgar. El resultado
es que, generalmente, sus decisiones muestran gran penetración y objetividad. En
cambio, la persona no informada, semihipnotizada e impotente no puede expresar
convicciones serias. Sin la información, la deliberación y el poder de hacer efectivas
nuestras decisiones, la opinión expresada democráticamente apenas vale algo más
que un aplauso en un encuentro deportivo.
La participación activa en la vida política requiere una descentralización máxima en
toda la industria y en la política.

Debido a la lógica inmanente del capitalismo existente, las empresas y el


gobierno se volverán más grandes, y a la postre llegarán a ser gigantes
administrados centralmente y desde arriba mediante una maquinaria burocrática.
Uno de los requisitos de una sociedad humanista es que este proceso de
centralización debe detenerse, y realizarse una descentralización en gran escala.
Hay varias razones para esto: si una sociedad se transforma en lo que Mumford
denominó una “megamáquina” (esto es, si toda la sociedad, incluso el pueblo, es
como una gran máquina dirigida centralmente), el fascismo a la larga es casi
inevitable, porque a) los individuos se convierten en borregos, pierden su facultad
de pensar críticamente, se sienten impotentes, son pasivos y necesariamente
desean un líder que “sepa” qué hacer, y que realice lo que ellos no saben hacer, y b)
a la “megamáquina” puede hacerla funcionar cualquiera que tenga acceso a ésta,
sencillamente oprimiendo los botones adecuados. La megamáquina, como un
automóvil, esencialmente trabaja sola; o sea, la persona tras el volante del auto sólo
debe oprimir los botones adecuados, dirigir el volante y los frenos, y prestar
atención a otros detalles sencillos; lo que para un auto o para otras máquinas son
sus engranes, en la megamáquina lo son los niveles de la administración
burocrática. Hasta una persona de inteligencia y habilidad mediocres fácilmente
puede dirigir un Estado cuando se encuentra en el poder.

Las funciones de gobernar no deben delegarse a los Estados (que son en sí


grandes conglomerados) sino a distritos relativamente pequeños donde la gente
aún pueda conocerse y juzgarse entre sí y, por ello, participar activamente en la
administración de los asuntos de su comunidad. La descentralización de la
industria implica ofrecerle más poder a pequeñas secciones de determinadas
empresas, y dividir las empresas gigantescas en pequeñas entidades.

La participación activa y responsable requiere además que la administración


humanista remplace a la administración burocrática.

La mayoría aún cree que cualquier tipo de administración en gran escala


necesariamente debe ser “burocrática”, o sea una forma alienada de
administración. La mayoría no advierte que el espíritu burocrático es inerte y que
invade todas las esferas de la vida, aun donde esto no es demasiado obvio, como
en las relaciones entre el médico y los pacientes, y entre el esposo y la esposa. El
método burocrático puede definirse como un sistema que a) Administra a los
humanos como cosas, y b) Administra las cosas en términos cuantitativos y no
cualitativos, para hacer más fácil y barata la operación y el dominio. El método
burocrático se gobierna por datos estadísticos: los burócratas basan sus decisiones
en reglas fijas, a las que llegan por medio de datos estadísticos, y no reaccionan ante
los seres humanos que están frente a ellos; deciden los problemas según lo que es
estadísticamente más probable en cada caso, aunque corran el riesgo de dañar al 5
o al 10% de los que no se adaptan a este patrón. Los burócratas temen la
responsabilidad personal y se refugian tras sus reglamentos; su seguridad y su
orgullo se basa en su adhesión a las reglas, y no en su lealtad a las leyes del
corazón humano.

Eichmann fue un ejemplo extremo de lo que es un burócrata. Eichmann no


envió a la muerte a cientos de miles de judíos porque los odiara; no odiaba ni
amaba a nadie. Eichmann “cumplió con su deber”: se mostró obediente cuando
envió a los judíos a la muerte; fue tan obediente como cuando le encargaron
sencillamente que apresurara la emigración judía de Alemania. Sólo le importaba
obedecer las reglas; únicamente se sentía culpable cuando las desobedecía. Afirmó
(causándose daño en el juicio que le seguían) que sólo se había sentido culpable
por dos motivos: por haber faltado sin permiso a la escuela cuando era niño, y por
haber desobedecido la orden de protegerse durante un ataque aéreo. Esto no
implica que no hubiera un elemento de sadismo en Eichmann ni en muchos otros
burócratas, o sea la satisfacción de dominar otras vidas humanas; pero este rasgo
sádico sólo es secundario si se compara con los elementos primarios de los
burócratas: su falta de reacciones humanas y su culto a los reglamentos.

No estoy afirmando que todos los burócratas sean como Eichmann. En


primer lugar, muchos seres humanos que ocupan puestos burocráticos no tienen
carácter de burócratas. En segundo lugar, en muchos casos la actitud burocrática
no se apodera de toda la persona y destruye su aspecto humano. Sin embargo, hay
muchos Eichmann entre los burócratas, y la única diferencia es que no han matado
a miles de personas; pero cuando el burócrata de un hospital se niega a admitir a
un paciente gravemente enfermo, porque los reglamentos exigen que el paciente
sea enviado por un médico, ese burócrata actúa como Eichmann; también lo hacen
los trabajadores sociales que deciden dejar que una persona se muera de hambre,
por no violar cierto reglamento de su código burocrático. Esta actitud burocrática
existe no sólo en los administradores, sino en los médicos, en las enfermeras, en los
maestros de escuela y de la universidad y también en muchos esposos en sus
relaciones con sus esposas y en muchos padres en su relación con sus hijos.

Después de que el ser humano es reducido a un número, los verdaderos


burócratas pueden cometer actos de auténtica crueldad, y no porque sean
impulsados por una crueldad tan grande como la consecuencia de sus actos, sino
porque no se sienten vinculados humanamente con sus semejantes; los burócratas,
aunque menos viles que los sádicos, son más peligrosos, porque no sienten
siquiera un conflicto entre su conciencia y el deber; su conciencia es cumplir con el
deber; los seres humanos como objetos de simpatía y compasión no existen para
ellos.

Los burócratas anticuados, que se sienten predispuestos a ser poco amables,


aún existen en algunas empresas antiguas o en las grandes organizaciones, como
las instituciones de servicios sociales, hospitales y prisiones, donde un burócrata
tiene considerable poder sobre los pobres y otra gente indefensa. Los burócratas de
la industria moderna son amables y probablemente tienen pocos rasgos sádicos,
aunque pueden sentir el placer de ejercer poder sobre la gente; pero de nuevo
encontramos en ellos esa lealtad burocrática a las reglas, en su caso, al sistema: ellos
creen en éste. La empresa es su hogar, y sus reglamentos son sagrados, porque los
consideran “racionales”.

Pero ni los antiguos ni los nuevos burócratas pueden coexistir en un sistema


de democracia participante, porque el espíritu burocrático es incompatible con el
espíritu de participación activa individual. La nueva ciencia social debe crear
planes para nuevas formas de administración no burocrática y en gran escala, que
sea dirigida por reacciones (que reflejen “responsabilidad”) a la gente y las
situaciones, y no por la mera aplicación de los reglamentos. La administración no
burocrática es posible, siempre que se considere la capacidad de reaccionar
espontáneamente del administrador, y que no convierta el ahorro de esfuerzos en
un fetiche.

El lograr establecer una sociedad donde predomine el modo de ser, depende


de muchas otras medidas. Al ofrecer las siguientes sugestiones, no pretendo ser
original; al contrario, me alienta el hecho de que casi todas estas sugestiones ya han
sido hechas (en una o en otra forma) por otros escritores humanistas 32.

* Deben prohibirse todos los métodos de lavado de cerebro en la publicidad industrial


y política.

32 Para no prolongar demasiado este libro me abstengo de citar la vasta bibliografía que
contiene proposiciones similares. Pueden encontrarse muchos títulos de libros pertinentes en la
Bibliografía final.
Estos métodos son peligrosos no sólo porque nos impulsan a comprar cosas
que no necesitamos ni deseamos, sino porque nos impulsan a elegir representantes
políticos que no necesitaríamos ni desearíamos si tuviéramos pleno dominio de
nuestras mentes; pero no lo tenemos debido a los métodos hipnóticos que se usan
para hacer propaganda. Para combatir este peligro creciente, debemos prohibir el uso
de todas las formas hipnóticas de propaganda para artículos de consumo y para promover a
los políticos.

Los métodos hipnóticos usados en la publicidad comercial y en la


propaganda política son un grave peligro para la salud mental, específicamente
para el pensamiento crítico y claro y para la independencia emocional. Sin duda
por medio de estudios se mostrará que el daño causado por el vicio de las drogas
es menor que el producido por nuestros métodos de lavado de cerebro, donde la
sugestión subliminal hasta los recursos semihipnóticos, como la repetición
constante o la distracción del pensamiento racional mediante el atractivo de la
lujuria (“Yo soy Linda, vuela conmigo”). Es embrutecedor el bombardeo con los
métodos puramente sugestionadores en la publicidad, y principalmente en los
anuncios comerciales de la televisión. Este ataque a la razón y al sentido de la
realidad se padece en todas partes y a todas horas: durante muchas horas de ver
televisión, o cuando se conduce el auto en la carretera, o en la propaganda política
de los candidatos, etcétera. El efecto particular de estos métodos sugestionadores
es crear un estado de semisomnolencia, de creer y no creer, de perder el sentido de
la realidad.

Suspender el veneno de la sugestión en masa causará síntomas de


abstinencia en los consumidores, que no serán muy diferentes de los síntomas de
abstinencia que los viciosos experimentan cuando dejan de tomar drogas.

* Debe eliminarse el abismo entre las naciones ricas y las pobres.

Sin duda, si este abismo persiste y se ahonda, producirá una catástrofe. Las
naciones pobres han dejado de aceptar como un hecho determinado por Dios la
explotación económica del mundo industrial. Aunque la Unión Soviética aún
explota a los estados satélites de la misma manera colonialista, usa y refuerza como
arma política contra Occidente la protesta de los pueblos colonizados. El aumento
del precio del petróleo fue el principio (y el símbolo) de la demanda de los pueblos
colonizados de que terminara el sistema que les exigía que vendieran materias
primas baratas y compraran productos industriales caros. De la misma manera, la
Guerra de Vietnam fue un símbolo del principio del fin del dominio militar y
político de Occidente sobre las colonias.

¿Qué sucederá si no se hace nada enérgico para colmar el abismo? Se


extenderán las epidemias al mundo de la sociedad blanca, o el hambre causará en
las naciones pobres tal desesperación que, quizá con la ayuda de simpatizadores
del mundo industrial, realizarán actos de destrucción, y hasta usarán pequeñas
armas nucleares o biológicas, que producirán el caos en el mundo de los blancos.

Esta posibilidad catastrófica sólo puede evitarse si se domina el hambre y las


enfermedades, y para hacer esto es vitalmente necesaria la ayuda de las naciones
industriales. Los métodos de esta ayuda deben estar libres de todo interés en
obtener ganancias económicas y ventajas políticas por parte de los países ricos; esto
también significa que deben librarse de la idea de que los principios políticos y
económicos del capitalismo deben transferirse a África y Asia. Obviamente, la
manera más eficaz de prestar ayuda económica (en especial en cuestión de
servicios) es una cuestión que deben determinar los especialistas en economía.

Sólo los verdaderos especialistas pueden servir a esta causa, los que no sólo
tienen inteligencias brillantes, sino sentimientos humanos que los impulsen a
buscar la solución óptima. Para que estos especialistas sean convocados y seguidas
sus recomendaciones, la orientación de tener bienes debe debilitarse mucho, y debe
surgir el sentimiento de solidaridad y atención (no por piedad). Interesarse
significa no sólo preocuparnos por nuestro prójimo en esta época, sino también por
nuestros descendientes. Desde luego, nada revela más nuestro egoísmo que el
hecho de que continuamos saqueando las materias primas de la tierra,
envenenándole, y preparando una guerra nuclear. No vacilamos en legar esta
tierra saqueada a nuestros descendientes.

¿Se realizará esta transformación interior? Nadie lo sabe; pero el mundo


debe advertir que sin este cambio, la lucha entre las naciones ricas y las pobres será
incontenible.

* Muchos males de las sociedades comunistas y capitalistas actuales desaparecerían


con la introducción de un ingreso anual garantizado33.

33 Propuse esto en 1955 en Psicoanálisis de la sociedad contemporánea; la misma proposición se


La esencia de esta idea es que todas las personas, trabajen o no, deben tener
el derecho incondicional de no morir de hambre ni carecer de techo. Recibirán sólo
lo que necesitan básicamente para mantenerse, pero no recibirán menos. Este
derecho expresa un nuevo concepto en la actualidad, aunque es una norma muy
antigua, proclamada por el cristianismo y practicada por muchas tribus
“primitivas”: los seres humanos tienen el derecho incondicional de vivir, sin importar si
cumplen su “deber para con la sociedad”. Otorgamos este derecho a nuestros animales
favoritos, pero no a nuestros semejantes.

El campo de la libertad personal se ampliaría enormemente con esta ley; una


persona que es económicamente dependiente de otra (de un padre, de un esposo,
de un jefe) ya no se vería obligada a someterse a la extorsión del hambre; las
personas talentos que deseen prepararse para una vida diferente podrán hacer
esto, siempre que deseen realizar el sacrificio de vivir en la pobreza durante algún
tiempo. Los modernos estados benefactores “casi” han aceptado este principio,
pero no en realidad. La burocracia aún “administra” a la gente, aún la domina y la
humilla; pero el ingreso garantizado no requeriría ninguna “prueba” de necesidad
por parte de una persona para obtener un techo sencillo y un mínimo de alimentos.
Por esto no se necesitaría una burocracia (con su inherente desperdicio y sus
violaciones a la dignidad humana) para administrar un programa de seguridad
social.

El ingreso anual garantizado aseguraría una libertad y una independencia


reales. Por ello, esto es inaceptable para cualquier sistema basado en la explotación
y en el dominio, en especial para los diferentes tipos de dictadura. Es característico
del sistema soviético que aun la sugestión de las formas más sencillas de bienes
gratuitos (por ejemplo, transporte público o leche gratis) ha sido rechazada con
energía. El servicio médico gratuito es la excepción; pero sólo en apariencia, ya que
este servicio requiere una clara condición: el individuo debe estar enfermo para
recibirlo.

Si consideramos el costo actual del funcionamiento de las grandes


burocracias que ofrecen servicios sociales, el costo del tratamiento médico (en
especial de las enfermedades psicosomáticas), la criminalidad y el vicio de las

hizo en un simposio en la década de 1960 (editado por A. Theobald; véase la Bibliografía).


drogas (los cuales en gran parte son formas de protesta contra la coerción y el
tedio) parece probable que el costo de ofrecerle a todo el que lo desee un ingreso
anual garantizado, sería mejor que el de nuestro presente sistema de seguro social.
La idea les parecerá impracticable o peligrosa a los que creen que “la gente es
básicamente perezosa” por naturaleza, Sin embargo, esto no tiene una base real;
sencillamente es un lema que sirve como racionalización para resistirse a renunciar
al sentimiento de poder sobre los individuos indefensos.

* Las mujeres deben ser liberadas del dominio patriarcal.

Un factor fundamental en la humanización de la sociedad es que las mujeres


se liberen del dominio patriarcal. El dominio de los hombres sobre las mujeres
empezó hace unos seis mil años en varias partes del mundo, cuando los excedentes
agrícolas permitieron alquilar y explotar a los trabajadores, organizar ejércitos, y
crear ciudades-Estados poderosas34. Desde entonces, no sólo las sociedades del
Medio Oriente y de Europa, sino la mayoría de las culturas del mundo han sido
conquistadas por los “hombres asociados” que sometieron a las mujeres. Esta
victoria masculina sobre las hembras de la especie humana se basó en el poder
económico de los hombres y en el sistema militar que crearon.

La guerra de los sexos es tan antigua como la lucha de clases; pero sus
formas son más complicadas, ya que los hombres han necesitado a las mujeres no
sólo como bestias de carga, sino también como madres, amantes y fuentes de
placer. Las formas de la guerra de los sexos a menudo son francas y brutales, pero
más a menudo ocultas. Las mujeres se rinden a la fuerza superior, pero luchan con
sus propias armas, y la principal es poner en ridículo a los hombres.

El sometimiento de la mitad de la especie humana por la otra mitad causó, y


aún causa, inmenso daño a ambos sexos, los hombres representan el papel de
vencedores, y las mujeres el de víctimas. Ninguna relación entre un hombre y una
mujer, aún hoy día, y hasta entre los que conscientemente protestan contra la
supremacía masculina, está libre entre los hombres de un sentimiento de
superioridad o, entre las mujeres, de un sentimiento de inferioridad. (Freud, que
indudablemente creía en la superioridad masculina, por desgracia supuso que el

34 Examiné el antiguo “matriarcado” y la bibliografía relacionada con éste en La anatomía de


la destructividad humana.
sentimiento de impotencia de las mujeres se debía a la supuesta envidia del pené, y
a que los hombres se sentían inseguros debido al supuesto “temor universal a la
castración”. En este fenómeno nos enfrentamos a los síntomas de la lucha entre los
sexos, y no a diferencias biológicas y anatómicas en sí).

Muchos datos muestran cómo el dominio de los hombres sobre las mujeres
se parece al dominio de un grupo sobre otros grupos impotentes. Por ejemplo,
considérese la similitud entre la situación de los negros en el sur de los Estados
Unidos hace 100 años, y la de las mujeres en esa época, y aun hoy día. Los negros y
las mujeres eran comparados con los niños; se suponía que eran sensibles,
ingenuos, sin sentido de la realidad, así que no podía permitírselas tomar
decisiones; se suponía que eran irresponsables, pero encantadores. (Freud añadió a
la lista de defectos el hecho de que las mujeres tenían una conciencia —superego—
menos desarrollada que los hombres, y eran más narcisistas).

El ejercicio del poder sobre los más débiles es la esencia del patriarcado
existente, y también del dominio sobre las naciones no industrializadas, sobre los
niños y los adolescentes. El vigoroso movimiento de liberación femenina es de
enorme importancia, porque amenaza el principio del poder en que se basa la
sociedad contemporánea (ya sea capitalista o comunista), es decir, si las mujeres
claramente indican como liberación el que no desean compartir el poder masculino
sobre otros grupos, como el poder sobre los pueblos colonizados. Si el movimiento
de liberación femenina puede identificar su propio papel y funciona como
representante del “antipoder”, las mujeres tendrán una influencia decisiva en la
batalla por crear una nueva sociedad.

Ya han empezado a realizarse cambios básicos liberadores. Quizá un


historiador del futuro informará que el suceso más revolucionario en el siglo XX
fue el inicio de la liberación femenina y la decadencia de la supremacía masculina;
pero la lucha por la liberación femenina sólo ha comenzado, y no puede
menospreciarse la resistencia que ofrecerán los hombres. Todas sus relaciones con
las mujeres (incluso las relaciones sexuales) se han basado en una supuesta
superioridad, y han empezado a sentirse muy incómodos y angustiados frente a
las mujeres que se niegan a aceptar el mito de la superioridad masculina.

Íntimamente relacionada con el movimiento de liberación femenina se


encuentra la actitud antiautoritaria de los jóvenes. Este antiautoritarismo tuvo su
máxima expresión a fines de la década de 1960; hoy día, a través de numerosos
cambios, muchos que se rebelaron contra el “establecimiento” se han vuelto
esencialmente “buenos”; sin embargo, se ha eliminado el antiguo culto a los padres
y otras autoridades, y seguramente no retornará el antiguo temor a reverenciar a la
autoridad.

Esta emancipación de la autoridad es paralela a la liberación de los


sentimientos de culpa por el sexo: seguramente el sexo ha dejado de ser
inmencionable y pecaminoso. Pueden diferir las opiniones sobre los méritos
relativos de muchas facetas de la revolución sexual, pero seguramente el sexo ya
no nos asusta, ni puede utilizarse para inculcar el sentimiento de culpa, y por
consiguiente para imponer la sumisión.

* Debe establecerse un Supremo Consejo Cultural, encargado de la tarea de


aconsejar al gobierno, a los Políticos y a los ciudadanos en todas las materias en que sea
necesario el conocimiento.

Los miembros del Consejo Cultural serán representantes de la elite


intelectual y artística del país; hombres y mujeres cuya integridad esté más allá de
toda sospecha. Ellos determinarán la composición de un nuevo departamento
similar al de salubridad, pero ampliado, y seleccionarán a las personas
responsables de difundir la información.

Existe un consenso considerable sobre quiénes son los representantes


destacados de las diferentes ramas de la cultura, y creo que sería posible encontrar
a los miembros adecuados para este Consejo. Desde luego, es de decisiva
importancia que en este Consejo también estén representados los que se oponen a
las opiniones establecidas: por ejemplo, los “radicales” y los “revisionistas” en la
economía, la historia y la sociología. La dificultad no consiste en encontrar a los
miembros del Consejo, sino en elegirlos, porque no pueden ser elegidos por el voto
popular, ni deben ser nombrados por el gobierno. Sin embargo, pueden
encontrarse otras maneras de escogerlos. Por ejemplo, se puede empezar con un
núcleo de tres o cuatro personas, y gradualmente aumentar el grupo hasta llegar a
un máximo de 50 a 100 personas. Este Consejo Cultural deberá ser liberalmente
financiado para que sea capaz de realizar estudios especiales de varios problemas.

* También debe establecerse un sistema de difusión y de información eficaces.

La información es un elemento crítico en la creación de una democracia


eficaz. No se debe retener o falsificar la información por el supuesto interés de la
“seguridad nacional”; pero hasta sin esta retención ilegítima de la información, el
problema continúa siendo que hoy día la cantidad de información real y necesaria
que le ofrecen al ciudadano común es casi nula. Esto resulta verdadero no sólo en
relación con el ciudadano común. Como se ha demostrado ampliamente, la
mayoría de los representantes elegidos, los miembros del gobierno, las fuerzas
armadas y los directores de los negocios están muy mal informados, y en gran
parte esto se debe a las falsedades que difunden los departamentos del gobierno, y
que repiten los medios de información. Por desgracia, la mayoría de estas
personas, a su vez, tienen en el mejor de los casos una inteligencia puramente
manipuladora. Tienen poca capacidad para comprender las fuerzas que operan
bajo la superficie y, por consiguiente, para hacer juicios sólidos sobre los futuros
acontecimientos, y eso sin mencionar siquiera su egoísmo y su inmoralidad, de lo
que se ha hablado mucho; pero ser un burócrata honrado e inteligente no basta
para resolver los problemas de un mundo que se enfrenta a la catástrofe.

Con excepción de unos pocos “grandes” periódicos, hasta la información de


los hechos políticos, económicos y sociales, es muy limitada. Los llamados grandes
periódicos informan mejor, pero también deforman la información: no publican
imparcialmente todas las noticias; imponen su opinión en los titulares, además de
escribir titulares que a menudo no corresponden al texto que los acompaña; son
parciales en sus editoriales, escritos con el disfraz de un lenguaje razonable y
moral. De hecho, los periódicos, las revistas, la televisión y la radio producen un
artículo: las noticias, basándose en la materia prima de los sucesos. Sólo las noticias
son vendibles, y los medios de comunicación determinan cuáles sucesos son
noticias y cuáles no. En el mejor de los casos, la información se prepara de
antemano; se refiere sólo a la superficie de los sucesos, y apenas ofrece a los
ciudadanos oportunidad de penetrar en la superficie, y de conocer las causas
profundas de los sucesos. Mientras la venta de noticias sea un negocio, los
periódicos y las revistas difícilmente podrán abstenerse de imprimir (con varios
grados de inmoralidad) lo que hace que se vendan sus publicaciones, y no atacarán
a los anunciantes.

El problema de la información debe resolverse de otra manera si se desea


que haya una opinión pública y que se tomen decisiones basadas en la
información. Como ejemplo de esto, sólo mencionaré un aspecto: una de las
primeras y más importantes funciones del Supremo Consejo Cultural será recoger
y difundir la información que servirá a las necesidades de toda la población, y, en
especial, como base para los grupos de debate en esta democracia participante.
Esta información contendrá hechos y alternativas básicos en todos los campos en
que se tomen decisiones políticas. Será de especial importancia que en caso de
desacuerdo, la opinión minoritaria y la opinión mayoritaria se den a conocer, y que
esta información esté a la disposición de todos los ciudadanos, y en especial de los
grupos de debate. El Supremo Consejo Cultural será responsable de vigilar el
funcionamiento de este nuevo cuerpo de periodistas y, desde luego, la radio y la
televisión desempeñarán un papel importante en la difusión de este tipo de
información.

* La investigación científica debe desvincularse de la industria y de los militares.

Sería poner trabas al desarrollo humano el fijar un límite a las demandas del
conocimiento; pero sería muy peligroso hacer uso práctico de todos los resultados
del pensamiento científico. Como ya han sostenido muchos observadores, ciertos
descubrimientos de la genética, de la cirugía del cerebro, de las psicodrogas, y de
muchos otros campos pueden ser y serán mal usados, con gran daño para el
Hombre. Esto será inevitable mientras los intereses industriales y militares tengan
libertad para usar todos los nuevos descubrimientos teóricos según su
conveniencia. Las ganancias económicas y la conveniencia militar no deben
determinar la aplicación de la investigación científica. Esto requerirá una junta de
Control, cuyo permiso será necesario para la aplicación práctica de cualquier
nuevo descubrimiento teórico. Huelga decir que esta junta de Control deberá ser
(legal y psicológicamente) totalmente independiente de la industria, del gobierno y
de los militares. El Supremo Consejo Cultural deberá tener autoridad para
nombrar y vigilar a los miembros de esta junta de Control.

* Las sugestiones hechas en las páginas anteriores serán bastante difíciles de


realizar, pero la dificultad se vuelve casi insuperable si añadimos otra condición
necesaria para una nueva sociedad: el desarme atómico.

Uno de los elementos enfermos de nuestra economía es que necesita una


gran industria de armamentos. Aún hoy día, los Estados Unidos, la nación más rica
en el mundo, deben reducir sus gastos para la salud, el bienestar y la educación
para poder soportar el peso de su presupuesto de la defensa nacional. El costo de
la experimentación social no puede soportarlo un Estado que se empobrece con la
producción de instrumentos que sólo son útiles como medios de suicidio. Además,
el espíritu individualista y la actividad no pueden existir en un medio en que la
burocracia militar, que obtiene más poder todos los días, continúa fomentando el
temor y la sumisión.
LA NUEVA SOCIEDAD: ¿TIENE UNA OPORTUNIDAD
RAZONABLE?

Si consideramos el poder de las empresas, la apatía y la impotencia de las


grandes masas de la población, lo inadecuado de los dirigentes políticos de casi
todos los países, la amenaza de una guerra nuclear, los peligros ecológicos, para no
mencionar fenómenos como los cambios climatológicos que pueden producir
hambre en grandes regiones del mundo, ¿existe una oportunidad razonable de
salvación? Desde el punto de vista de los negocios, no existe esta oportunidad;
ningún ser humano razonable arriesgaría su fortuna si las probabilidades de ganar
sólo fueran de un 2%, ni haría una gran inversión en un negocio aventurado con
las mismas pocas oportunidades de ganar; pero cuando es una materia de vida o
muerte, “una oportunidad razonable” debe traducirse en una “posibilidad real”,
por pequeña que pueda ser.

La vida no es un juego de azar ni un negocio. Debemos buscar en todas


partes una evaluación de las posibilidades reales de salvación: por ejemplo, en el
arte terapéutico de la medicina. Si un enfermo tiene la más leve oportunidad de
sobrevivir, ningún médico responsable afirmaría: “No vale la pena esforzarnos”, ni
usaría sólo paliativos. Al contrario, haría todo lo concebible para salvar la vida del
enfermo. Seguramente una sociedad enferma no puede esperar menos.

Juzgar las actuales oportunidades de salvación de la sociedad desde el punto


de vista del azar o de los negocios, y no desde el punto de vista de la vida, es
característico del espíritu de una sociedad mercantil. Hay poca sabiduría en el
punto de vista tecnocrático de moda que afirma que no es malo mantenernos
ocupados trabajando o divirtiéndonos y no sentir nada; y que si esto no es tan
malo, el fascismo tecnocrático tampoco sería tan malo; pero estos pensamientos
son sólo buenos deseos. El fascismo tecnocrático necesariamente producirá una
catástrofe. El hombre deshumanizado se volverá tan loco que no podrá mantener
una sociedad viable a largo plazo, y a corto plazo no será capaz de abstenerse del
uso suicida de las armas nucleares y biológicas.

Sin embargo, algunos factores pueden infundirnos aliento. El primero es que


un creciente número de personas hoy día reconoce la verdad que han expuesto
Mesarovic y Pestel, Ehrlich y Ehrlich, y otros investigadores: que sobre bases
puramente económicas, una nueva ética, una nueva actitud ante la naturaleza, la
solidaridad y la cooperación humanas son necesarias si el mundo occidental no
desea verse destruido. Este llamado a la razón, aparte de las consideraciones
emocionales y éticas, puede impulsar el pensamiento de muchas personas. Esto no
debe tomarse a la ligera, aunque, históricamente, las naciones una y otra vez han
actuado contra sus intereses vitales y hasta contra su deseo de sobrevivir. Pudieron
actuar así porque la gente fue persuadida por sus dirigentes políticos, y éstos se
persuadieron a sí mismos de que no se trataba de elegir entre “ser o no ser”. Sin
embargo, si hubieran reconocido la verdad, la reacción normal neurofisiológica se
habría producido, y su conciencia de la amenaza mortal se habría traducido en una
acción defensiva apropiada.

Otras señales de esperanza son las muestras crecientes de insatisfacción con


nuestro presente sistema social. Un creciente número de individuos sufren la
malaise du siècle: se sienten deprimidos; están conscientes de esto, a pesar de todos
los esfuerzos por reprimirlo. Sienten la infelicidad de su aislamiento, y el vacío de
su “unión”; sienten su impotencia, y advierten la falta de sentido de sus vidas.
Muchos individuos sienten esto muy clara y conscientemente; otros lo perciben
con menos claridad, pero tienen plena conciencia de esto cuando alguien se lo
comunica en palabras.

Hasta hoy día, en la historia del mundo, sólo a una pequeña élite le fue
posible llevar una vida de placer vacío; pero permaneció esencialmente sana,
porque sabía que tenía el poder, y que debía pensar y actuar para no perderlo. Hoy
día, toda la clase media vive la existencia vacía del consumo; pero económica y
políticamente carece de poder, y tiene poca responsabilidad personal. La mayoría
del mundo occidental conoce el placer de consumir; pero un creciente número de
consumidores sienten que les falta algo. Están empezando a descubrir que tener
mucho no produce bienestar: las enseñanzas de la ética tradicional han sido
puestas a prueba, y las ha confirmado la experiencia.

Sólo los que no gozan del lujo de la clase media conservan intacta la antigua
ilusión: las clases medias bajas en Occidente, y la gran mayoría en los países
“socialistas”. Desde luego, la esperanza burguesa de la “felicidad de consumir”
hoy día es más fuerte en los países en que aún no se ha realizado el sueño burgués.

Una de las más graves objeciones a la posibilidad de superar la codicia y la


envidia es la idea de que su vigor es inherente a la naturaleza humana, pero pierde
gran parte de su peso después de examinarla. La envidia y la avaricia no son
fuertes por su intensidad esencial, sino por la dificultad de resistir la presión pública
de ser un lobo entre los lobos. Si se cambian el medio social y los valores que han
sido aprobados o desaprobados, el cambio del egoísmo al altruismo perderá la
mayor parte de su dificultad.
Así llegamos de nuevo a la premisa de que la orientación de ser constituye
un poderoso potencial de la naturaleza humana. Sólo una minoría es gobernada
completamente por el modo de tener, y a otra pequeña minoría la gobierna
completamente el modo de ser. Ninguna puede dominar, y la conducta depende
de la estructura social. En una sociedad orientada principalmente a ser, las
tendencias de tener bienes son estorbadas, y se alienta el modo de ser. En una
sociedad como la nuestra, cuya principal orientación es tener, ocurre lo opuesto;
pero el nuevo modo de existencia siempre ha estado presente, aunque reprimido.
Saulo no se habría convertido en Pablo si no hubiera ya sido Pablo antes de su
conversión.

Cambiar del modo de tener al de ser, en realidad es un cambio del equilibrio


de la balanza, y para lograr el cambio social se favorece lo nuevo y se combate lo
viejo. Además, no se trata de que el nuevo Hombre sea tan distinto del antiguo
como el cielo de la tierra, sino sólo de un cambio de dirección. Un paso en una
dirección será seguido por otro, y si se toma la dirección indicada, estos pasos
significarán todo.

Sin embargo, otro aspecto alentador que podemos considerar es,


paradójicamente, el que se refiere al grado de alienación que caracteriza a la
mayoría de la población, incluso a los dirigentes. Como señalé en mi examen
anterior del “carácter mercantil”, la codicia de tener y de acumular se ha
modificado por la tendencia a funcionar bien, y a venderse como mercancía… que
no es nada. Cambiar es más fácil para el carácter alienado, mercantil, que para el
carácter acumulativo, que se aferra frenéticamente a sus, posesiones, y en especial
a su ego.

Hace cien años, cuando la mayoría de la población constaba de individuos


“independientes”, el principal obstáculo al cambio era el temor y la resistencia a
perder las propiedades y la independencia económica. Marx vivió en una época en
que el proletariado era la única gran clase dependiente y, como pensó Marx, la más
enajenada. Hoy día, la gran mayoría de la población es dependiente, y virtualmente
trabaja como empleada (según el informe del Censo de los Estados Unidos de 1970,
sólo un 7.82% del total de la población económicamente activa, mayor de 16 años,
trabajaba por su cuenta, o sea, era “independiente”); y (por lo menos en los Estados
Unidos) los obreros aún conservan el carácter acumulativo tradicional de la clase
media, y por ello, hoy día son menos aptos para el cambio que la clase media
enajenada.

Esto tuvo una gran consecuencia política: el socialismo antes se esforzaba


por la liberación de todas las clases (o sea, por lograr una sociedad sin clases),
intentaba atraer sobre todo a la “clase obrera”, o sea, a los trabajadores manuales;
pero hoy día la clase proletaria es menor (en términos relativos) que hace diez
años. Para ganar poder, los partidos socialdemócratas necesitan conquistar los
votos de muchos miembros de la clase media, y para alcanzar esta meta, los
partidos socialistas ya han modificado sus programas, dejando a un lado la visión
socialista, y ofrecen reformas liberales. Por otra parte, al considerar a la clase
obrera como la palanca del cambio humanista, el socialismo necesariamente ataca a
los miembros de otras clases, que creen que los obreros van a quitarles sus
propiedades y privilegios.

Hoy día, el mensaje de la nueva sociedad llega a todos los que sufren de
enajenación, los que no tienen empleo, y aquellos cuyas propiedades no están
amenazadas. En otras palabras, interesa a la mayoría de la población, y no sólo a
una minoría. No amenaza a nadie con quitarle sus propiedades, y en lo que se
refiere al ingreso, se elevará el nivel de vida de los pobres. No deberán rebajarse
los salarios elevados de los altos funcionarios, pero si el sistema funciona, ellos no
desearán ser los símbolos del pasado.

Además, los ideales de la nueva sociedad unen a todos los partidos: muchos
conservadores no han perdido sus ideales éticos y religiosos (Eppler los llama
“conservadores de los valores”), y lo mismo puede decirse de muchos liberales e
izquierdistas. Cada partido político atrae a los votantes persuadiéndolos de que
representa los verdaderos valores humanistas. Sin embargo (más allá de todos los
partidos políticos) sólo hay dos campos: el campo de los que sienten interés y el campo
de los que no sienten interés. Si todos los que se encuentran en el campo de los que
sienten interés pudieran eliminar sus lemas de partido y comprendieran que tienen
las mismas metas, la posibilidad del cambio sería considerablemente mayor, en
especial ya que la mayoría de los ciudadanos se interesan cada vez menos por la
lealtad y los lemas de cada partido. Hoy día anhelamos seres humanos con
sabiduría y convicciones, y la valentía de actuar de acuerdo con éstas.

A pesar de estos factores de esperanza, son muy débiles las posibilidades de


que se realicen los cambios humanos y sociales necesarios. Nuestra única
esperanza depende del aliciente vigorizador de una nueva visión. Proponer esta o
aquella reforma que no cambie al sistema, es inútil a largo plazo, porque no tiene la
fuerza motora de un estímulo fuerte. Una meta “utópica” es más realista que el
“realismo” de los dirigentes políticos actuales. La creación de una nueva sociedad
y de un nuevo Hombre sólo es posible si los antiguos estímulos del lucro, el poder
y el intelecto son remplazados por otros nuevos: ser, compartir, comprender; si el
carácter mercantil es remplazado por el carácter productivo y amoroso; si la
religión cibernética se ve remplazada por un nuevo espíritu radical y humanista.

Desde luego, para los que no están auténticamente enraizados en la religión


teísta, la cuestión crucial es la conversión a una “religiosidad” humanista sin
religión, sin dogmas ni instituciones, a una “religiosidad” preparada desde hace
mucho por el movimiento de una religiosidad atea, desde Buda hasta Marx. No
tenemos que elegir entre un materialismo egoísta o la aceptación del concepto
cristiano de Dios. La vida social misma (en todos sus aspectos: en el trabajo, en el
tiempo libre, en las relaciones personales) será la expresión del espíritu “religioso”,
y no se requerirá tener una religión determinada. Esta demanda de una nueva
“religiosidad” atea, no institucional, no es un ataque a las religiones existentes. Sin
embargo, esto significa que la Iglesia Católica Romana, empezando por la
burocracia romana, deberá convertirse al espíritu de los Evangelios. Esto no
significa que los “países socialistas” deban “desocializarse”, sino que su falso
socialismo sea remplazado por un genuino socialismo humanista.

La cultura medieval tardía floreció porque el pueblo tenía la visión de la


Ciudad de Dios. La sociedad moderna floreció porque el pueblo recibió energías de
la visión del establecimiento de una Ciudad Terrenal del Progreso. Sin embargo, en
nuestro siglo, esta visión se ha deteriorado y se ha convertido en una Torre de Babel
que hoy día empieza a derrumbarse, y a la postre nos sepultará bajo sus ruinas. Si
la Ciudad de Dios y la Ciudad Terrenal fueron tesis y antítesis, una nueva síntesis
es la única alternativa al caos: la síntesis de la esencia espiritual del mundo
medieval tardío y el desarrollo de un pensamiento racional y científico
renacentista. Esta síntesis es: la Ciudad de Ser.
BIBLIOGRAFIA

Incluye todos los libros citados en el texto, pero no todas las fuentes usadas
en la preparación de esta obra. Los libros particularmente recomendados para una
lectura colateral están marcados con un asterisco, y con dos asteriscos los libros
adecuados para los lectores que disponen de tiempo limitado.

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SOBRE AUTOR

ERICH FROMM. Fráncfort del Meno (Alemania), 1900 - Muralto (Suiza),


1980. Empezó la carrera de Derecho pero rápidamente se desplazó a la
Universidad de Heidelberg para estudiar sociología y más tarde a Berlín para
cursas estudios de psicoanálisis. En 1930 es invitado por Max Horkheimer para
dirigir el departamento de Psicología del Instituto de Sociología de Frankfurt. Y en
1934, tras la escalada nazi, huye a Estados Unidos.

En 1943 fue uno de los miembros fundadores de la filial neoyorquina de la


Washington School of Psychiatry, tras lo cual colaboró con el William Alanson
White Institute of Psychiatry, Psychoanalysis, and Psychology. En la década de los
años sesenta ocupó una cátedra en la Michigan State University. Se retiró en 1965 y
se trasladó a Suiza donde murió.

Erich Fromm está considerado como uno de los pensadores más influyentes
del siglo XX, sobre todo por su capacidad para conjugar la profundidad y la
simplicidad en un estilo accesible y transparente. Su teoría proviene de la mezcla
de las raíces religiosas de su familia y la combinación de Freud, el inconsciente, y
Marx el determinismo social. Fromm añadió a la ecuación la idea de libertad.
Durante los años 40 Fromm desarrolló una importante labor editorial,
publicando varios libros luego considerados clásicos sobre las tendencias
autoritarias de la sociedad contemporánea. Es autor de El amor a la vida, La
condición humana actual, El arte de escuchar o Del tener al ser.
CRONOLOGÍA DE LA VIDA DE ERICH FROMM

1900. 23 de marzo: nacimiento de Erich Seligmann Fromm en Fráncfort del


Meno. Hijo único del comerciante de vinos, judío ortodoxo, Naphtali Fromm y su
mujer, Rosa, nacida Krause.

1918. Bachillerato alemán en la escuela Wöler en Fráncfort y a continuación


dos semestres de Derecho en la Universidad de Fráncfort. Amistad con el rabino
Nehemia Nobel.

1919. Cofundador de la «Freies Jüdisches Lehrhaus» en Fráncfort del Meno.


A partir del semestre de verano, estudios en Heidelberg.

1920. Cambio de los estudios de Derecho por el estudio de economía


nacional (sociología) con Alfred Weber en Heidelberg. Flasta 1925, clases sobre el
Talmud con el rabino Rabinkow.

1922. Promoción a doctor en filosofía con Alfred Weber sobre «Das jüdische
Gesetz» (La ley judía).

1924. Junto con Frieda Reichmann, apertura del «Therapeutikum» en la calle


Mönchhof en Heidelberg. Psicoanálisis con Frieda Reichmann, después con
Wilhelm Wittenberg en Munich.

1926. 16 de junio: boda con Frieda Reichmann. Abandono de la práctica del


judaísmo ortodoxo. Contactos con Georg Groddeck en Baden-Baden.

1927. Primeras publicaciones como seguidor de la ortodoxia freudiana.

1928. Análisis didáctico con Hanns Sachs en Berlín y formación


psicoanalítica en el Instituto Karl Abraham en Berlín.

1929. Cofundador del Instituto de Psicoanálisis de Alemania del Sur en


Fráncfort, junto con Karl Landauer, Frieda Fromm-Reichmann y Heinrich Meng.

1930. Miembro del Instituto de Investigación Social en Fráncfort,


responsable de todas las cuestiones del psicoanálisis y de la psicología social,
conclusión de la formación en Berlín y apertura de su propio consultorio en Berlín.
1931. En verano, afección de tuberculosis pulmonar. Separación de Frieda
Fromm-Reichmann. Con interrupciones, estancia en Davos hasta abril de 1934.

1932. Publicación del artículo «Método y función de una psicología social


analítica» (publicado en La crisis del psicoanálisis, Barcelona, Paidós, 1971, 1.ª ed.) en
el primer número de la Zeitschrift für Sozialforschung (Revista de Investigación
Social).

1933. A petición de Karen Horney, conferencias como invitado en Chicago.


Trabajos sobre la teoría del derecho materno. Muerte del padre. Amistad con
Karen Horney (hasta 1943).

1934. 25 de mayo: emigración a Estados Unidos y llegada a Nueva York el 31


de mayo de 1934. Vuelta al trabajo en el Instituto de Investigación Social hasta
1939, siempre interrumpido por múltiples problemas de salud. Valoración de su
estudio sociopsicológico de trabajadores y empleados realizado en 1930.

1935. Publicación del artículo «Die gesellschaftliche Bedingtheit der


psychoanalytischen Therapie». Colaboración con Harry Stack Sullivan y Clara
Thompson. Llegada de Frieda Fromm-Reichmann a Chestnut Lodge, Washington
D. C.

1936. Publicación de su teoría del «carácter autoritario» en los Studien über


Autorität und Familie de Horkheimer.

1937. Nueva redacción de su teoría psicoanalítica: psicoanálisis como


sociopsicología analítica (teoría de la relación en lugar de teoría de la pulsión).
Rechazo de su revisión de la teoría de las pulsiones de Freud por parte de
Horkheimer, Löwenthal, Marcuse y Adorno.

1938. Durante una estancia en Europa, nuevo brote de la tuberculosis;


estancia de medio año en Schatzalp, Davos.

1939. Separación del Instituto de Investigación Social. Primeras


publicaciones en inglés.

1940. 25 de mayo: ciudadanía norteamericana.

1941. Publicación de El miedo a la libertad (Barcelona, Paidós, 1947, 1.ª ed.) e


inicio de la actividad docente en la New School for Social Research.
1942. Asunción de una cátedra a tiempo parcial en el Bennington College en
Bennington (Vermont).

1943. Separación de Horney y fundación del Instituto William Alanson


White de Nueva York.

1944. 24 de julio: matrimonio con Henny Gurland.

1947. Aparición de El hombre para sí mismo, donde publica su planteamiento


de la orientación hacia el marketing.

1948. Terry Lecturer en la Universidad de Yale sobre «Psicoanálisis y


religión» (publicado en 1950). Enfermedad de Henny Gurland Fromm.

1950. 6 de junio: traslado a la ciudad de México.

1951. «Professor Extraordinarius» en la Facultad de Medicina de la


Universidad Autónoma Nacional de México. Inicio de un primer curso con
candidatos para la formación en psicoanálisis (hasta 1956).

1952. 4 de junio: muerte de Flenny Gurland Fromm.

1953. 18 de diciembre: matrimonio con Annis Freeman, nacida Glover.

1955. Aparición de Hacia una sociedad sana, con un alegato a favor del
socialismo comunitario.

1956. Aparición del best-seller mundial El arte de amar (Barcelona, Paidós,


1959, 1.ª ed.). Fundación de una sociedad psicoanalítica mexicana. Traslado desde
la ciudad de México a Cuernavaca.

1957. Seminario con Daisetz T. Suzuki. Muerte de Frieda Fromm-


Reichmann. Primeros preparativos para un estudio sociopsicológico de campo
sobre campesinos mexicanos.

1959. Muerte de la madre, que vivía en Nueva York desde 1941.

1941. Publicación del libro La misión de Sigmund Freud.

1960. Intensificación del compromiso político a favor del Partido Socialista


de Estados Unidos. Intensificación de su actividad como conferenciante en Estados
Unidos.

1961. Publicación del libro Marx y su concepto del hombre, así como de su libro
sobre la política exterior americana.

1962. Conferencia de paz en Moscú. Fundación del IFPS (asociación central


de las sociedades psicoanalistas no ortodoxas); publicación de Más allá de las
cadenas de la ilusión.

1963. Apertura del Instituto Psicoanalítico Mexicano.

1964. Publicación de su teoría sobre la biofilia y la necrofilia, así como sobre


la aplicación del narcisismo en magnitudes sociales en El corazón del hombre.

1965. Declaración de emérito en la ciudad de México. Mayor compromiso


con la política pacifista y contra la guerra de Vietnam. Punto álgido de su
notoriedad en Estados Unidos.

1966. Aparición de Y seréis como dioses (Barcelona, Paidós, 1960, 1.ª ed.).
Después del infarto de miocardio, a principios de diciembre, retirada de los
compromisos en México y prolongadas estancias en Europa.

1968. Ayuda en la campaña electoral de Eugene McCarthy y publicación de


La revolución de la esperanza. Después de la victoria de Nixon, abandono de las
actividades políticas. Inicio de los trabajos sobre la teoría de la agresión.

1969. Alquiler de una vivienda en Locarno para estancias veraniegas en el


Ticino.

1970. Publicación del estudio de campo sobre los campesinos mexicanos.

1973. Publicación de Anatomía de la destructividad humana.

1974. Decisión de dejar la casa de Cuernavaca y vivir todo el año en el


Ticino.

1975. Trabajo en «Tener o ser en Marx y Eckhart». Operación de cálculos


biliares en Nueva York.

1976. Publicación de Tener o ser.


1977. Segundo infarto de miocardio. Fromm se convierte en Alemania e
Italia en la figura guía del movimiento alternativo.

1978. Tercer infarto y mengua de la capacidad de creación.

1980. 18 de marzo: muerte a causa del cuarto infarto. Incineración en


Bellinzona.

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