La señora B. experimentó un cambio de personalidad drástico debido a un tumor cerebral. Ya no podía distinguir entre conceptos como izquierda/derecha, padre/hermana/doctor. Todo había perdido significado para ella. Aunque inteligente, ya no estaba presente como persona.
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La señora B. experimentó un cambio de personalidad drástico debido a un tumor cerebral. Ya no podía distinguir entre conceptos como izquierda/derecha, padre/hermana/doctor. Todo había perdido significado para ella. Aunque inteligente, ya no estaba presente como persona.
La señora B. experimentó un cambio de personalidad drástico debido a un tumor cerebral. Ya no podía distinguir entre conceptos como izquierda/derecha, padre/hermana/doctor. Todo había perdido significado para ella. Aunque inteligente, ya no estaba presente como persona.
La señora B. experimentó un cambio de personalidad drástico debido a un tumor cerebral. Ya no podía distinguir entre conceptos como izquierda/derecha, padre/hermana/doctor. Todo había perdido significado para ella. Aunque inteligente, ya no estaba presente como persona.
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Sí, padre-hermana
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La señora B., una antigua química investigadora, había
experimentado un rápido cambio de personalidad, volviéndose «chistosa» (jocosa, dada a chistes y bromas), impulsiva... y «superficial». («Te da la sensación de que no se preocupa por ti», decía una de sus amistades. «No parece preocuparse ya por nada. ») Al principio se creyó que podía ser hipomaníaca, pero resultó que tenía un tumor cerebral. La craneotomía reveló, no un meningioma como se había esperado, sino un carcinoma inmenso que afectaba a los sectores orbitofrontales de ambos lóbulos frontales. Cuando yo la vi, se mostraba alegre, caprichosa («es tremenda», decían las enfermeras), pródiga en ocurrencias y agudezas, con frecuencia divertidas e inteligentes. —Sí, padre —me dijo en una ocasión. —Sí, hermana —en otra. —Sí, doctor —una tercera. Parecía utilizar los términos de forma intercambiable. —¿Qué soy yo? —le pregunté, intrigado, al cabo de un rato. —Veo su cara, su barba —dijo— pienso en un sacerdote archimandrita. Veo su uniforme blanco y pienso en las Hermanas. Veo el estetoscopio y pienso en un médico. —¿No me mira usted a mí en absoluto? —No, no le miro a usted en absoluto. —¿Comprende usted la diferencia entre un padre, una hermana y un médico? —Conozco la diferencia, pero no significa nada para mí. Padre, hermana, doctor... ¿Qué importancia tiene? A partir de entonces, burlonamente, diría: «Sí, padre-hermana. Sí, hermana-doctor» y otras combinaciones. Comprobar la distinción izquierda-derecha resultó extraordinariamente difícil, porque la señora B. decía izquierda o derecha indistintamente (aunque no hubiese, en reacción, ninguna confusión entre ellas, como cuando hay un defecto lateralizante de percepción o atención). Cuando le indique esto, dijo: —Izquierda/derecha. Derecha/izquierda. ¿A qué tanto problema? ¿Cuál es la diferencia? —¿Hay una diferencia? —pregunté. —Por supuesto —dijo ella, con una precisión de química—. Podría usted decir que son enantiomorfas entre sí. Pero no significan nada para mí. No hay ninguna diferencia para mí. Manos... Doctores... Hermanas... —añadió, al ver mi desconcierto—. ¿No comprende? No significan nada... nada para mí. Nada significa nada... al menos para mí. —Y... este no significar nada... —vacilé, con miedo a seguir—. Esta falta de significado... ¿le molesta eso? ¿Significa algo para usted eso? —Nada en absoluto —dijo rápidamente, con una sonrisa radiante, en el tono de quien hace un chiste, gana en una disputa, gana al poker. ¿Era esto una negación? ¿Era una fanfarronada? ¿Era la «tapadera» de alguna emoción insoportable? En su rostro no se reflejaba ninguna expresión más profunda. Su mundo había quedado vacío de sentido y de significado. Nada resultaba ya «real» (o «irreal»). Todo era ya «equivalente» o «igual»... el mundo entero se había quedado reducido a una insignificancia jocosa. Esto a mí me pareció muy chocante (también se lo parecía a sus amistades y a su familia) pero ella, por su parte, aunque no la había abandonado la inteligencia penetrante que poseía, se mostraba despreocupada, indiferente, mostraba incluso una especie de apatía o ligereza burlona y terrible. La señora B., aunque inteligente y aguda, no estaba presente en cierto modo (estaba «desanimada») como persona. Me acordé de William Thomson (y también del doctor P. ). Éste es el efecto que produce la «igualación» que describió Luria y que examinamos en el capítulo anterior y examinaremos también en el siguiente.
Postdata
El tipo de indiferencia jocosa y de «igualación» que reflejaba esta
paciente no es algo insólito, los neurólogos alemanes le llaman Witzelsucht («Enfermedad jocosa»), y Hughlings Jackson la identificó como una forma básica de «disolución» nerviosa hace ya un siglo. No es algo excepcional, aunque sí lo es la capacidad de discernimiento... y ésta, quizás afortunadamente, se pierde a medida que la «disolución» avanza. Veo bastantes casos al año con fenomenología similar pero con las etiologías más diversas. A veces no estoy seguro, al principio, de si el paciente está sólo «haciéndose el gracioso», bromeando, o si es esquizofrénico. Así, tomo casi al azar, me encuentro con lo siguiente en mis notas sobre un paciente con esclerosis cerebral múltiple, al que examiné (aunque no pude seguir su caso) en 1981:
Habla muy de prisa, impulsivamente y (parece) con indiferencia... de
modo que lo importante y lo trivial, lo verdadero y lo falso, lo serio y lo cómico, brotan en una corriente rápida, no selectiva y semifabulatoria... Puede contradecirse completamente en un intervalo de unos segundos... puede decir que le encanta la música, que no le gusta, que se ha roto una cadera, que no se la ha roto...
Concluía mi comentario con una nota de incertidumbre:
¿Cuánto de todo ello es criptoamnesia-confabulación, cuánto
indiferencia-igualación del lóbulo frontal, cuánto alguna aniquilación- aplastamiento y desintegración esquizofrénica extraña?
De todas las formas de esquizofrenia la «boba-feliz», la llamada
«hebefrénica», es la que más se parece a los síndromes orgánicos amnésicos y del lóbulo frontal. Son las más malignas, y las más increíbles... y nadie se recupera y regresa de esos estados para contarnos cómo eran. En todos estos estados (aunque parezcan «graciosos» y a menudo ingeniosos) el mundo está desarticulado, socavado, reducido a la anarquía y al caos. Deja de haber un «centro» de la mente, aunque puedan estar perfectamente conservadas las capacidades intelectuales formales de ésta. El punto final de estos estados es una «estupidez» insondable, un abismo de superficialidad, en el que todo carece de sustentación y flota y se despedaza. Luria dijo en cierta ocasión que la mente quedaba reducida en estos estados a «mero movimiento browniano». Comparto el género de horror que claramente sentía él ante tales estados (aunque esto estimula, más que obstaculizar, su descripción precisa). Me hacen pensar, ante todo, en «Funes» de Borges y en su comentario: «Mi memoria, señor, es como un vaciadero de basuras», y por último en la Dunciad, la visión de un mundo reducido a Pura Estupidez... la Estupidez como el Fin del Mundo:
Tu mano, gran Anarco, deja caer el telón. Y la Tiniebla Universal lo