Características de La Cultura Postmoderna
Características de La Cultura Postmoderna
Características de La Cultura Postmoderna
DE LA SOCIEDAD POSTMODERNA
Éste es el tiempo que nos toca vivir, no podemos soslayarlo pues careceríamos del sentido de la
realidad y nos involucraríamos en diversos estados de neurosis.
Vivimos en una sociedad caracterizada como postmoderna. Este término fue ganando consenso a
partir de las últimas décadas y remite a cerrar los postulados de la modernidad o reciclarlos a
través de una óptica cultural diferente. Es difícil precisar con exactitud cuándo termina una etapa
histórica y comienza la otra. Los investigadores usan criterios diferentes para definir el inicio de
esta última. Hay quienes lo hacen coincidir con la revolución estudiantil francesa de 1968, otros,
más que marcar un hito histórico, toman en cuenta cambios significativos en el tipo de producción
económica y en las nuevas formas de trabajo que se desarrollan en los países capitalistas
avanzados a partir de los años cincuenta. El libro de Alain Touraine, La sociedad postindustrial ,
editado a fines de la década del sesenta, y el de Jean Francois Lyotard, La condición posmoderna,
marcaron pautas para comprender los fenómenos que se produjeron en las naciones centrales y la
repercusión que tuvieron en el resto del mundo. De todos modos, el término postmodernidad
hace referencia a la modernidad, sea considerada como su contrapartida o como su superación.
Al final de la Baja Edad Media comienza a avizorarse la modernidad. Resurgen las ciudades,
florece el comercio interno y de ultramar, se afianza las universidades como centros de la
intelectualidad. El renacimiento cultural que comienza en el siglo XIV determina una nueva forma
de vida y una nueva concepción del hombre y del mundo, el espíritu cosmopolita y universalista
que promueve abre inéditas formas de relaciones comerciales y estimula el ansia por los
descubrimientos geográficos. Un siglo más tarde Europa se desangra por las guerras de religión
como consecuencia de la reforma protestante, las luchas de los hombres por distintos credos
religiosos hacen tambalear la fe en una verdad única que uniese a todos los participantes en la
cristiandad.
Junto con este hecho, que destruye la creencia en la unidad, el hombre siente conmover sus
cimientos ante la nueva perspectiva astronómica de Kepler y Copérnico. Lo que ellos describen
cambia por completo la idea que se tenía de los astros y de su relación con la tierra, que a partir
de ese momento pasa a ocupar un lugar secundario y periférico en el sistema solar.
Estos hechos son el motor del desarrollo ininterrumpido de las ciencias y de las filosofías empíricas
y racionales. Su epicentro se constituye en el siglo XVIII con la ilustración y puede decirse que se
prolonga hasta principios del siglo XX, donde el hombre cree llegar a la culminación de su anhelo,
un progreso sin límites del conocimiento aplicado a la producción, lo que reportaría mayor
bienestar general y mejores formas de vida.
En la postmodernidad culminan los procesos comenzados en la etapa anterior, como el desarrollo
científico tecnológico y el afianzamiento del capitalismo con una impresionante expansión de las
fuerzas de producción acompañada por la automatización y la cibernética; a la vez, se modifican
las estructuras sociales con un marcado movimiento de la población hacia los centros de
producción.
Las relaciones entre los países se vuelven más asimétricas y los centros de poder determinan
nuevas dependencias entre las naciones. Anteriormente, la pelea fue por ganar territorios, luego
siguió la explotación de las materias primas y de la mano de obra, en cambio la tendencia actual
es que el poder lo detenten aquellos que dominen más cantidad de información. Parece que se
cumple el fin de las utopías elaboradas en los siglos anteriores, hay una marcada incredulidad
hacia los relatos de la historia, que pasan a ser considerados fábulas sin fundamento, se pierden
la idea de los grandes héroes, de los grandes peligros y de los grandes propósitos. Por otro lado,
se adopta una postura antiilustrada, en cuanto se intenta cambiar el cosmopolitismo por formas
de nacionalismo cuya eclosión provoca, en algunos casos, patéticas guerras, luchas con dureza y
sin tolerancia, en interés de recuperar la comunidad perdida. Se renuncia al racionalismo
1
reemplazándolo por lógicas alternativas, al universalismo ético se lo cambia por un total
relativismo donde todo parece estar permitido.
Los que tienen en sus manos la posibilidad de dirigir el rumbo de las gentes, es decir, los
"decididores", según Lyotard, incrementan su poder en aras de una mayor eficiencia en todos los
planos. Esta lógica del más eficaz, basada en que quien no es operativo conviene que
desaparezca, es inconsistente en varios aspectos. Por ejemplo, en el área socio-económica por un
lado, se quiere que haya menos trabajo para abaratar los costos de producción, pero, por el otro,
que haya más trabajo para aliviar la carga social de la población inactiva. Todo esto provoca una
manifiesta incredulidad que anula la espera de una salida redentora.
Como cualquier otro momento histórico, este período enfrenta fuertes contradicciones. Se lo
intenta caracterizar como una cultura light donde nada se toma muy en serio, donde prevalece la
"levedad del ser", pero paradójicamente aparecen signos de extrema violencia e intolerancia,
como el resurgimiento de los grupos neonazis, bandas juveniles autodenominadas skinheads
(cabezas rapadas) que atacan desaprensivamente a los que consideran distintos de ellos. Hay
señales que auguran el fin de las ideologías, pero a la vez se las intenta imponer a través del
terror y de la violencia. Al sin sentido de una vida centrada en el vacío, lo acompañan la búsqueda
de respuestas mágicas, las apelaciones al fanatismo político y religioso, el surgimiento de
peligrosas sectas y el rebrote de la violencia en los países subdesarrollados como forma de acceso
al poder estatal. Parecería que la placidez anunciada por los postmodernistas se revierte en
múltiples situaciones contrarias.
El modelo propuesto por esta sociedad es la exaltación de la juventud. Se vive en una "perpetua
adolescencia", es decir, en un estado donde resulta difícil tomar decisiones, se asumen pautas de
comportamiento irresponsable, a la vez que aumenta el egocentrismo y la ansiedad junto con un
marcado narcisismo, es decir, un amor desmesurado por uno mismo y por las propias
necesidades.
La admiración por los atributos juveniles aparece como la contracara del temor a ser adulto, a la
vez que pretende alejar el miedo a la muerte. Evitar ser adulto, ¿no significará impedir asignarles
un lugar a las jóvenes generaciones? Mientras no se les permita crecer plenamente habrá una
buena excusa para no darles cabida. Las sociedades anteriores marcaban el paso de una etapa
vital a otra a través de los ritos de iniciación que estipulaban el fin de la endogamia y el puesto en
el mundo exterior. Hoy no existen esos ritos, se entornan las puertas al crecimiento y se relega a
los jóvenes a una espera infructuosa mientras, por otro lado, los adultos siguen ocupando el sitial
preferencial. La búsqueda de la eterna juventud no sólo genera una exaltación desmesurada del
cuidado y del cuerpo sino que impide llegar al reconocimiento y a la aceptación del propio yo, lo
que hace vivir con una falsa imagen de uno mismo. El consejo socrático del conocerse a sí mismo
como llave para acceder al conocimiento del mundo pierde vigencia.
Muchos adultos siguen manifestándose tanto o más inseguros que los adolescentes. Esta
inseguridad no les permite desarrollarse plenamente, porque no son capaces de confiar en sus
propias convicciones. Estos síntomas de atrofia en el crecimiento se manifiestan, inclusive, en
personas que ocupan cargos importantes en funciones públicas o empresariales y, a pesar de la
solidez con que actúan en la esfera de su incumbencia, se muestran inmaduros en sus aspectos
2
afectivos, aunque estén con otros, su incapacidad de afecto les impide relacionarse
provechosamente.
El hombre del siglo XX se ha acomodado en el espacio conquistado por las generaciones
anteriores, que en busca de la realización de las grandes utopías levantaron las banderas de la
razón, de la libertad y de la igualdad. Se crea el mito de la libertad sin límites. Rotas las cadenas
de la represiones impuestas en el pasado en nombre de la religión o de los fanatismos políticos,
se vive la ilusión de la libertad. Sin embargo, a pesar de creerse liberado de los sometimientos
externos, el hombre se hace presa fácil de los mensajes de los medios que le imponen
cuidadosamente lo que conviene hacer, consumir y pensar.
No cabe duda, por otro lado, de que se han ganado espacios de libertad impensables en otra
época y de que la lucha por esta conquista a veces ha sido muy dura.
Creyéndose libre, el hombre cede al mandato de sus caprichos, de los deseos que le surgen
espontáneamente, sin conexión estructural con la personalidad, al mismo tiempo considera
cualquier aplazamiento como el ir en contra de la propia libertad. Se hace algo porque no hay
motivo para no hacerlo. Esta obediencia a la ley del capricho resulta de la honda pasividad interior
y del deseo de evitar a toda costa el aburrimiento. A esta manera de proceder recurren muchos
adultos y de igual modo educan a sus hijos. Aquí nos preguntamos si ese temor a no saber qué
hacer, a no hacer nada, no esconde el miedo a estar con uno mismo, a introyectarse para
preguntarse, de manera original , cuál es el sentido de la propia vida.
Otra característica de la época es el consumo, avalado por un desarrollo tecnológico que invade el
mercado con productos cada vez más intercambiables y perecederos. El dimensionamiento del
consumo viene acompañado de la tendencia a poseer en forma individual y compulsiva. La
saturación de bienes produce la ilusión de que ser es tener, marca una anulación del deseo y de la
capacidad de proyectar. Esta postura condice con diversos tipos de conductas adictivas. El
hombre, transformado en un succionador permanente, termina siendo indiferente a lo que
consume con tal de seguir haciéndolo. En el fondo se propone eludir el hastío que siente por
existir. La imagen del rostro feliz, exaltado por los artículos comprados, pareciera dar el mensaje:
"No pienses demasiado, eso podría entristecerte, no pierdas el tiempo preocupándote por lo que
no puedes cambiar".
Mientras que la superabundancia inunda los mercados de las zonas más desarrolladas, en las tres
cuartas partes del planeta la miseria y la marginación obligan a llevar una vida subhumana .
Nuevas y más sutiles formas de discriminación dejan de lado a sectores sociales cada vez más
amplios. Si se puede encontrar una coincidencia entre ellos es, quizás, el fervor por tener, por
poseer las cosas que constantemente se muestran.
La valoración del máximo beneficio en sentido material (cuanto más, mejor, para que tenga
sentido hacerlo) y de la venalidad influye para que cada uno se vea a sí mismo como un capital
que debe invertir en el mercado con la finalidad de lograr el éxito. Cuando no importa el medio
que se usa para lograrlo o cuando se transforma en un fin en sí mismo, se ejerce la violencia
tanto en la esfera individual como en la social. Esta manera de proceder favorece la intolerancia y
perpetúa las jerarquías. En el plano personal, las estrategias más eficientes para cumplir con las
ambiciones personales no siempre coinciden con los valores más humanos, sin duda, tendrá que
ver con la inexistencia de proyectos de envergadura social, porque se supone que vale más
salvarse a uno mismo.
Además del modelo de la personalidad exitosa también el del hombre zombi, caracterizado por la
indiferencia hacia todo lo que lo rodea, por una voluntad débil carente de proyectos y por la
alineación que experimenta hacia la actividad que realiza. Demuestra una postura trivial ante la
vida, rozando apenas la superficie de las cosas. Todo le da igual. Hace lo que ve hacer a la
mayoría e incorpora, sin espíritu de crítica, cuanto se le ofrece por la televisión.
La coincidencia entre el tipo exitoso y el zombi es que no manifiestan esperanzas en cuanto a la
posibilidad de cambios que puedan torcer el rumbo de la humanidad. Este sentimiento, en
general, es inconsciente, aunque por fuera se sientan optimistas y se enrolen en las corrientes
tipo new age. La organización social vigente termina por enfermar al hombre al enajenarlo de su
3
tarea, desvincularlo de los otros volviéndolo apático, sin interés por la vida y más preocupado por
los aparatos que puede adquirir que por las personas que tiene a su lado.
Se vive en este último tiempo un fenómeno mundial que adquiere proporciones alarmantes: el
desempleo. Se da tanto en países desarrollados por la aplicación en las áreas productivas de la
tecnología de avanzada, como por las condiciones del mercado creadas a partir de esta situación
en los países subdesarrollados. El desempleo expulsa a millones de personas de sus fuentes de
trabajo sin crear las condiciones para que puedan ser absorbidas por nuevas actividades. Los
modelos económicos conocidos como el fordismo y el tylorismo hacen agua a principios de la
década del 70, lo que llevó a estudiar nuevas políticas económicas basadas en la aplicación cada
vez más creciente de la tecnología y en profundas transformaciones en el uso de la mano de obra.
Se podría decir que se gesta una tercera revolución industrial, donde la ciencia pasa a tener un
papel protagónico. Surgen industrias nuevas basadas en la biotecnología, telemática, la
cibernética y la informática. Las formas de producción pasan a ser más flexibles y polivalentes,
con una selección mucho más rigurosa de lo que se produce y del grupo social al que va dirigido.
Este paradigma, conocido como toyotista, evita la formación de vínculos solidarios dentro de la
fábricas, la sindicalización de los operarios y favorece el trabajo por contrato. De esta manera, la
presión sobre el asalariado es enorme, a la vez que lo hace resignar de las conquistas laborales
obtenidas. La desocupación se vuelve un elemento inherente a esta modalidad.
El neoliberalismo como política mundial predominante se ha encerrado en sus propias
contradicciones, sin encontrar alternativas válidas para solucionarlas. El predominio tanto
económico como ideológico de esta posición suprime el papel del Estado como protector del
individuo e intensifica modalidades extremas de violencia, que llevan el desamparo y a la
imposibilidad de cubrir las necesidades básicas del hombre.
Por otro lado, debido a los adelantos tecnológicos, conocemos más de lo que nunca pensábamos
conocer; en consecuencia, estamos viviendo de manera no imaginada. No sólo estos adelantos
alteran las formas en que se producen y se distribuyen los bienes económicos sino que, a la vez,
cambian la textura de la vida cotidiana: cómo vivimos en la familia, cómo trabajamos, cómo
formamos comunidades, cómo nos relacionamos con la autoridad, cómo nos vinculamos unos con
otros.
Les tocará a los jóvenes aprender a vivir no sólo en un mundo cuyos horizontes se han
amplificado enormemente a partir de una tecnología cambiante y de un continuo flujo de
información. Pero, además, deberán ser capaces de refrescar y mantener las identidades locales.
El desafío podrá ser desarrollar un concepto de nosotros mismos como ciudadanos del mundo y,
simultáneamente, conservar la identidad nacional. Posiblemente tal desafío representa, para las
escuelas y la educación en general, una carga como nunca tuvieron en la historia. Tenemos que
aprender a aprender de los otros y con los otros, a compartir los esfuerzos para comprender el
mundo personal, social y natural.
La cultura posmoderna se gestó en las sociedades capitalistas avanzadas. Argentina, al igual que
el resto de los países de América Latina, está lejos de la era postindustrial. Sin embargo,
recibimos y redaptamos las corrientes nacidas en los centros de poder mundial. Tiene mucho que
ver en este traspaso cultural la universalización de los medios masivos de comunicación. Si
miramos a nuestro país vemos cómo, por un lado, los grupos económicamente más privilegiados
comparten formas de vida posmoderna, mientras buena parte de la población ve afectados sus
proyectos vitales. En esta franja está la mayoría de los jóvenes que encuentran restringido el
acceso a una mejor educación y, por ende, a las posibilidades laborales. En un polémico discurso
de Juan Pablo II a los obispos argentinos en la visita Ad limina, dado a conocer el 11 de
noviembre de 1995, el Papa se preocupa por la grave situación económica que aflige a una
considerable porción de la comunidad Argentina y que tiene una de sus manifestaciones en el
incremento del desempleo.
En la situación descripta, los adolescentes de hoy son menos crédulos y más realistas que en las
generaciones anteriores. Se les quiere hacer creer que el mundo es para ellos, pero al mismo
tiempo se les impide ocupar un lugar y se les niega la palabra que otros les interpretan.
4
Delante de ellos están aquellos adultos que se niegan a aceptar su condición y, más que
presentárseles como una figura de oposición positiva que les permita vivir el duelo generacional,
lo hacen como un par con quien no vale la pena enfrentarse, al que más bien se lo ignora, a la
vez que se rompen los vínculos y la comunicación. De parte de los adultos se produce el
descreimiento de sus propias convicciones, mientras cierran la posibilidad de establecer nuevas
negociaciones.
Sin embargo, los chicos inventan su propio lenguaje y buscan otros espacios para el encuentro
entre ellos; los de la clase media cuentan con las redes informáticas, los videojuegos, los recitales
de rock, las FM que transmiten su música. Descreen de la enseñanza oficial y organizan sus
propios códigos educativos. Algunos nos recurren a las más variadas formas de violencia o a las
adicciones para hacerse visible. Los chicos que pertenecen a las clases más desfavorecidas, que
sin pasar por la adolescencia son expulsados al mundo adulto, carecen de recursos tanto afectivos
como intelectuales y económicos, lo que los hace muy vulnerables frente a la vida. Sin embargo,
existen muchos otros que no reniegan de sus ideales y, a pesar de las dificultades, gestan
proyectos y se preocupan por comprender y actuar en la realidad que les toca vivir.
Creemos que si bien la adolescencia es una etapa de transición como las otras que se dan a lo
largo de la vida, se dificulta su realización por el menor soporte social con que cuenta los jóvenes.
No encuentran, en verdad, una sociedad que los contenga.
Nos interesa poder comprender, dentro de nuestras posibilidades, cuál es el origen del modelo
vigente y a quiénes y en qué medida les corresponde la responsabilidad de su puesta en vigencia.
No cabe duda del papel predominante que tiene en nuestra sociedad los medios de comunicación.
Estos son, sin duda, los vehículos de mayor difusión para recrear y transmitir los valores vigentes.
Trataremos de acercarnos al manejo que los medios hacen de la adolescencia, teniendo en cuenta
la gran cantidad de horas diarias que los chicos están en contacto con los mismos.
LA ADOLESCENCIA EN LA POSMODERNIDAD
Para iniciar una aproximación al tema que nos ocupa convendrá empezar haciendo una distinción
entre la pubertad caracterizada por los cambios físicos que suceden a partir de los 9 y 10 años, en
preparación al cuerpo adulto con capacidad para reproducir, y la adolescencia como fenómeno
psicosocial, que no tiene un tiempo definido que la separe de la anterior y dura hasta comenzar la
adultez.
Por los cambios que se dan en la pubertad quedan definidos los cuerpos femeninos y masculinos
debido a una serie de mecanismos hormonales que desencadenan este proceso en forma
relativamente lenta, cuya culminación se da entre los 16 y 18 años. A pesar de que existen
grandes diferencias interindividuales en los momentos en que se producen, hay una gran
semejanza en la secuencia con que ocurre, es decir que presentan un mismo perfil de las distintas
personas.
En las causas de esta maduración influyen aspectos genéticos y ambientales, como por ejemplo la
alimentación. Durante este período se está muy atento a lo que pasa con el cuerpo, sobre todo en
nuestra cultura, donde está tan valorizado lo que tiene que ver con la imagen corporal. Todos
estos cambios corporales producen sentimientos encontrados tanto de incertidumbre como de
aceptación; sin duda, en la manera de enfrentarse con ellos tiene mucho que ver el sentimiento
de confianza en uno mismo y en el entorno más significativo, es decir, en la familia y los amigos.