Li Young Lee
Li Young Lee
Li Young Lee
De las flores
Epístola
yo no sé nada,
sólo lo que canté una vez con los demás,
todos nosotros de pie en la sala abovedada.
Pero hay sabiduría
en el momento en que un niño
se sienta en su cuarto, y escucha
Todo esto
en una hora muerta de un día muerto,
entre puertas cerradas para la siesta o la oración.
No es celestial y no es dulce.
Se acompaña de constante llanto humano
y dos surcos gemelos entre las cejas.
INQUIETO
Visiones e interpretaciones
En su propia sombra
El está sentado en la primera oscuridad
de su cuerpo sentándose en lo oscuro más tenue del cuarto,
la luz apabullante del día detrás de él,
más allá de las ventanas, donde
el Tiempo es el campo.
Su cuerpo arroja dos sombras:
Una encima de la mesa
y al pedazo de papel frente a él,
y una encima de su mente.
Una le complica ver
las palabras que ha escrito y tachado
sobre el papel. La otra
no le deja reconocer
otro amo que no sea la Muerte. Entrecierra los ojos.
Lee: ¿Acaso la primera luz se esconde
en la primera oscuridad?
Lee: Mientras que todos los cuerpos comparten el mismo destino, ese no es el caso de
las voces.
Caquis
Cómo escoger
caquis. Esto es precisión.3
Maduros son suaves y pardimoteados.
Oler los puntos más bajos.4 El dulce
será fragante. Cómo comerlo:
disponer el cuchillo, desplegar un periódico.
Mondar la piel delicadamente, sin rasgar la carne.
Mascar la piel, chuparla,
y tragar. Entonces, comer
la carne de la fruta,
tan dulce,
toda ella, al fondo.
Otras palabras
que me hacían molestar eran
“fight” y “fright”,7 “wren” y “yarn”.8
Luchar era lo que yo hacía cuando estaba atemorizado,
temor era lo que sentía cuando estaba luchando.
Los abadejos son pequeños, pájaros ordinarios;
el hilo es lo que uno teje con palillos.
Los abadejos son suaves como el hilado.
Mi madre hacía pájaros de hilo.
Me gustaba mirarla entrelazar el tejido;
un pájaro, un conejo, un hombrecito.
Finalmente entendí
que él estaba quedando ciego,
mi padre se sentaba toda la noche
aguardando por una canción, un fantasma.
Le di los caquis,
hinchados, pesados como tristeza,
y dulces como el amor.
Ese año, en la turbia iluminación
del sótano de mis padres, escudriñé, buscando
algo que había perdido.
Mi padre sentado sobre los fatigados escalones de madera,
el negro bastón entre sus rodillas,
una mano sobre la otra, asiendo el puño del bastón.
Estaba tan feliz de que yo hubiese venido a casa.
Le pregunté cómo estaban sus ojos, una estúpida interrogación.
“Se han ido”, respondió.
Notas
Pero en la ciudad
en la cual yo te amo,
nadie viene, nadie
me encuentra en los ladrillos hendidos;
en la partida oscuridad,
y mi voz te perseguía,
aun en dirección contraria
a aquella otra ciudad
en la cual vi a una mujer
acuclillada en la calle
al lado de un cuerpo,
y un abanico con un pañuelo volando desde su cara.
Esa mujer
no era yo. Y
el cadáver
Si yo sentía la noche
mover las revelaciones o crescendos,
era solamente porque estaba muerto de hambre
por el significado; la noche
simplemente se disolvió.
Tú no estás en el viento
que alguien nota en los márgenes de un libro.
Tú has escapado de los pequeños fuegos en abandonados lotes
donde las figuras humanas se apiñan,
cada cual aspirando a su propio fantasma.
La Mañana...
No estás en el viento
que alguien anota en el margen de un libro.
Te has ido de las breves hogueras en solares vacíos
donde formas humanas se apiñan,
aspirantes a su propio fantasma.
Un himno a la infancia
No duermas.
Cada acto se abre con tu madre
leyendo una carta que la hace llorar.
Cada acto se cierra con tu padre caído
en las manos del Faraón.
¿Cuál infancia?
¿La de la cual nunca escaparás? Tú,
tan lento para conocer
lo que sabes y no sabes.
Aún pensando que escuchas bajas canciones
en el viento en el alero,
historias en tu respiración,
pena en la escuchada paloma al anochecer,
y plenitud en el pájaro no visto
tañendo1 en la mañana. Aún lento para decir
la memoria de la imaginación, cielo
de aquí y ahora,
infierno de aquí y ahora,
muerte desde la infancia, y ambas
desde el sueño.
Levántate, húndete
Temprano en la mañana
Mi madre lo desenreda,3
hala su cabello atrás
lo aprieta, lo enrolla
alrededor de dos dedos, lo sujeta
en un moño en su nuca.
Por medio siglo ella ha hecho esto.
A mi padre le gusta verlo así.
Él dice que está cuidado.
Pero yo sé
que es debido a la manera
en que el cabello de mi madre cae
cuando él lo desciñe.
Fácilmente, como las cortinas
cuando ellos las desatan al anochecer.
Mi índigo
Es tarde. He venido
a encontrar la flor que brota
como un santo muriendo al revés.
La rosa no lo haría, no el lirio.
He venido para encontrar la triste, la tímida,
cabizbaja, grave, aislada.
Ahora, oscuras reunidas en la hierba,
y estoy sobre mis manos y rodillas.
¿Cuál es su nombre?
Nota
1. Es una costumbre china el que los hombres llamen a sus esposas, novias o
amantes (por lo general más jóvenes que los hombres), “pequeña hermana”.
Comiendo solo
Comiendo en conjunto
Pequeño Padre
Enterré a mi padre
en el cielo.
Desde entonces, los pájaros
lo limpian y peinan cada mañana
y lo tapan con las sábanas hasta arriba
cada noche.
Navidad
Trenzando
II
III
IV
Vendrá un día
y uno de nosotros tendrá que imaginarse esto: tú,
después del baño, de piernas cruzadas sobre la cama, soñolienta, paciente,
mientras yo te trenzo el pelo.
VI
El puente
El atajo a casa
En la versión de mi hermana,
Dios no habrá de encontrarnos
en ningún bolsillo de su abrigo,
ni en los vacíos, ni en los llenos.
No estamos en sus manos, la amable o la terrible;
ni en sus zapatos, el enorme o el diminuto.
Tampoco nos escondemos en las manzanas,
ni en la perfecta ni en la echada a perder.
Ni en el primer mordisco, ni en el último.
En la versión de mi hermano,
nuestra muerte nos canta desde la rama más alta
del más antiguo árbol que las aves recuerdan
en su canto, y vagamos por la casa paterna
en busca del origen de las olas.
Almohada
por Li-Young Lee
AGUA
En el océano
mi hermano se para con el agua
hasta las rodillas, el torso desnudo, firme, sus brazos
gruesos y musculosos. No es un nadador.
En el agua
mi hermana deja de estar
sola. Su pierna derecha está torcida y es más corta
que la izquierda, pero nada derecho.
Su cuerpo entero es un pez que destella.
El sonido de la lluvia
nos sobrevive. Escucho,
alguien está susurrando.
Esta noche las cortinas
parecen de agua, del agua
que repica en la puerta de chapa del sótano, el agua
que cruzamos para venir a América,
el agua que voy a cruzar para volver,
el agua que va a a matar a mi padre.
El saco del agua en el que vivimos.