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Decalogo Del Abogado

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DECALOGO DEL ABOGADO

Eduardo J. Couture

I. Estudia. El Derecho se transforma constantemente. Si no sigues sus pasos


serán cada día un poco menos Abogado.

Ningún abogado podría decir con seguridad conocer todas las


disposiciones, ni decir que su opinión, tuvo en cuenta la plenitud de
la normativa.

Existen tantas posibilidades del error, que es por ello que la


abogacía como cualquier arte se aprende con sacrificio y perpetuo
aprendizaje.

II. Piensa, El Derecho se aprende estudiando, pero se ejerce pensando.

En el procedimiento escrito el abogado es el medio necesario entre la


vida y l libro en procedimiento oral sucede lo mismo con mayor
acento.

Cuando los abogados entregan sus trabajos el juez debe escoger


alguna de las dos soluciones propuestas, o encontrar una tercera
mejor.

El abogado transforma la vida en lógica, y el juez la lógica en


justicia.

Pero su lógica no es pura, su pensar es al mismo tiempo inteligencia,


intuición, sensibilidad y acción.

La lógica del derecho no es lógica formal, sino una lógica viva con
todas las sustancias de la experiencia humana.

Por ello, se dice que la jurisprudencia la hacen los abogados, por


que el pensamiento de los jueces es posterior lo primero corresponde
al pensamiento del abogado.

III. Trabaja. La Abogacía es una ardua fatiga puesta al servicio de la Justicia.

Respecto a los casos en que trabaja el abogado estos se pueden


dividir en categorías diferentes.
La mayoría responde a los no judiciales, sino en dar consejos,
orientaciones e ideas en materia de familia aquí la ciencia cede el
paso a la prudencia.

Luego suceden los de rutina, ya sea gestiones, tramites entre otras.

Después, aquellos con mayor demanda, aquellos de trabajo mas


intenso, pero que todo hombre inteligente y laborioso esta
acostumbrado a ellos.

Y los menos frecuentes responden a la esencia de la abogacía, no se


caracterizan por su magnitud económica, sino por el esfuerzo físico e
intelectual que demanda superarlos, son aquellos aparentemente
perdidos pero entre sus fisuras se filtra un hilo de luz por el cual el
abogado abre su brecha, situaciones graves que deben sostenerse por
meses o por años.

IV. Lucha. Tu deber es luchar por el Derecho, pero el día que encuentres en
conflicto el Derecho con la Justicia, lucha por la Justicia.

El derecho no es un fin sino un medio.

En la escala de valores no se encuentra el derecho, sino la justicia


que es fin en si, y por lo que el derecho es medio de acceso.

Los asuntos no se dividen en chicos o grandes, sino en justos o


injustos.

Los incidentes, dilatorias, apelaciones inmotivadas pocas veces son


justas y ayudan a ganar muchas veces batalla, pero lo que cuenta al
final es la guerra.

El abogado se pone en día de prueba o muestra su calidad auténtica,


el día que puede decir a ese cliente con dignidad de su investidura y
sencillez afectuosa de su amistad, que la causa es indefendible.

Hasta ese día solo es un aprendiz.

V. Sé leal. Leal como tu cliente al que no puedes abandonar hasta que


comprendas que es indigno de ti. Leal para con el adversario, aun cuando el
sea desleal contigo, Leal para con el Juez que ignora los hechos, y debe
confiar en lo que tu le dices y que, en cuanto al Derecho, alguna que otra
vez debe confiar en el que tú le invocas.

Siempre se confunde la abogacía y la defensa. Ella no es dogmática,


sino un arte y como ella, no tiene dogmas.

Ella es escéptica e investigativa.

El abogado, una vez investigado los hechos y estudiado el derecho,


acepta la causa y entonces se transforma en abogado defensor.

Allí sus argumentos son ad probandum y su posición es terminante y


se hace enérgico e intransigente en sus actitudes.

Antes de aceptar la causa tiene libertad para decidir, pero cuando


dice que si su ley no es mas la de la libertad, sino la de la lealtad.

La duda es para antes y no después de aceptar la causa. Tiene como


limite el tener la convicción de haberse equivocado al aceptar.
Entonces, renuncia a la causa con la máxima discreción posible.

Pero el mayor día de lealtad es al momento de fijar honorarios, pero


esto es algo que pertenece ya al fuero de la conciencia.

La lealtad respecto al adversario es necesaria, sino la lucha ya no


seria de un hombre honrado con un pillo, sino de dos pillos.

Frente al juez, también se debe lealtad, por que respecto a los


hechos, el los ignora, y debe creer de buena fe aquello que el
abogado expone y respecto al derecho, el abogado dispone para
estudiar el derecho aplicable a un caso de todo el tiempo que desea.
Pero el juez no lo dispone.

Por ello, se dice que aquel abogado que traiciona a la lealtad, se


traiciona a si mismo y a su ley.

VI. Tolera. Tolera la verdad ajena en la misma medida en que quieres que sea
tolerada la tuya.

Un abogado debe ser enérgico y cortes; práctico y sutil; eficaz y


respetuoso; combativo y digno. Estas son aptitudes que parecen
imposibles poder emplearlas al mismo tiempo, pero son necesarias
para un buen abogado, y el único medio para llevarlas a cabo, es la
tolerancia, ya que en el litigio, nadie tiene la razón hasta la cosa
juzgada.

Por ello, la mejor regla del profesional no es aquella que anticipa la


victoria, sino aquella que anuncia al cliente que probablemente
podrá contarse con ella.

La tolerancia nos lleva, por respeto al prójimo y por respeto a


nuestra propia debilidad, a proceder con fe en la victoria pero sin
desdén jactancioso en el combate.

VII. Ten paciencia. El tiempo se venga de las cosas que se hacen sin su
colaboración.

Para escuchar, ya que cada cliente cree que su asunto es el más


importante.

Para hallar la solución, ya que no siempre aparece a primera vista.

Para soportar al adversario, la cual se logra con lealtad y tolerancia

Para esperar la sentencia, en su transcurso, el abogado debe


contener el desfallecimiento del cliente ya que a veces, lo gana quien
consigue durar tan solo un minuto mas que el adversario.

Y sobre todo para soportar la sentencia adversa.

VIII. Ten fe. Ten fe en el Derecho, como el mejor instrumento para la convivencia
humana; en la Justicia, como destino normal del Derecho, en la Paz como
substitutivo bondadoso de la Justicia; y sobre todo, ten fe en la Libertad, sin
la cual no hay Derecho, ni Justicia, ni Paz.

En el derecho, ya que el hombre hasta ahora, no ha encontrado


ningún instrumento que le asegure mejor convivencia.

En la justicia, el cual, es el contenido normal del derecho, y sus


soluciones, aun las aparentemente injustas, son la mayoría de las
veces más justas que las contrarias.

En la paz, por ser un valor en el orden humano, que invita a


renunciar de tanto en tanto a una parte de los bienes, para asegurarse
aquello que esta prometido en la tierra a los hombres de buena
voluntad.

Respecto a la fe en la libertad, ella no necesita explicación en este


mandamiento, sin ella, no existirían ni el derecho, ni la justicia, ni la
paz.

IX. Olvida. La Abogacía es una lucha de pasiones. Si en cada batalla fueras


llenando tu alma de rencor llegaría un día en que la vida sería imposible
para ti. Concluido el combate, olvida tan pronto tu victoria como tu
derrota.

Los pleitos, se defienden como propios y se pierden como ajenos. Por


ello, el acatamiento respetuoso de las decisiones del árbitro, es parte
del fair play de la abogacía.

X. Ama tu profesión. Trata de considerar la Abogacía de tal manera que el día


que tu hijo te pida consejo sobre su destino, consideres un honor para ti
proporcionarle que sea Abogado.

El amor al oficio lo eleva a una jerarquía de arte.

En el momento en que el abogado ha llegado al punto de aconsejar a


su hijo, el decirle que siga su propia profesión, es por que en ella ha
hallado algo más que un oficio.

Y a pesar de que, la abogacía no es camino glorioso, ya que contiene


penas y exaltaciones, amarguras y esperanzas, desfallecimientos e
ilusiones, sería virtuoso entrever ese pequeño hilo de oro de la gloria
que ansiamos para nuestro hijo.
Ya que se tiene un poco de gloria y mucho de angustia. Pero esta en
la ley de la vida que es esta el precio que se paga por aquella.
CONCLUSIÓN

El decálogo de Eduardo C. Couture enuncia los deberes de todo abogado en el ejercicio de la


abogacía.

Estoy de acuerdo respecto a las exigencias que enumera, ya que como toda profesión necesita
unos lineamientos básicos que la caractericen y, él de un modo casi poético los resume en diez
títulos.

A pesar de que cada una tiene igual importancia, que en la realidad suenan hasta un poco
idílico algunas de ellas ya que, muchas no son tenidas en cuenta dando como ejemplo claro la
cuarta referida a la lucha (más específicamente a quienes dilatan el proceso), la sexta, que
habla de la lealtad entre adversarios e inclusive la primera respecto al estudio.

Es decir, que es claro que habrán abogados que cumplen con todas estas condiciones y por ello
estarán tranquilos en su conciencia, pero los medios y la misma sociedad, solo ponen a la luz,
o les interesa hablar, de aquellos que no cumplen estas aptitudes, que solo pueden ser
conocidos por infames, lo cual hace que la abogacía sea vista con malos ojos por la sociedad.

Es por ello, que el decálogo debería ser un libro que tendría que estar en la biblioteca de todo
abogado, porque, pese a ser escrito en el año 1949, no pierde su vigencia, y hace recordar a
muchos, la noble razón por la que eligió esta carrera entre tantas existentes.

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