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La Autoridad Del Padre o La Madre en El Hogar

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Lectura de apoyo:

“La autoridad del padre o la madre en el hogar”


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LA AUTORIDAD DEL PADRE O LA MADRE EN EL HOGAR

“Vivir con un adolescente no es un problema, es una aventura. Y


cuando tú sales de aventura, tienes que tener una mochila con
herramientas y que por el camino puede haber piedras. Pero tienes
que tener un espíritu positivo. Creo que vivir con un adolescente
puede ser incluso divertido para unos padres. Sabiendo que un
adolescente es como un Ferrari sin frenos. Y los padres tienen la
obligación de ponerle los frenos e indicarle el camino.”
(Sonia Cervantes, psicóloga)

Que es la autoridad de un padre o de una madre?

Sylvia Langford, sicóloga infantojuvenil define la autoridad como la persona que guía el camino. Por

tanto, dice que: “las instrucciones, la hora de acostarse, la hora de estudiar, estudiar, qué comer, hacer

cosas en la casa, no deberían negociarse. La autoridad no se negocia. La autoridad es”.

Tipos de padres

La psicóloga Sonia Cervantes establece los siguientes tipos de padres:

- El padre autoritario o dictatorial. Aquel que no educa, impone y adoctrina, y tiene un estilo
agresivo, sin dialogo.
- El padre evitativo, aquel que mira para otro lado, no se implica, es inestable e inconstante.
- El sobreprotector: Este es un mártir, educa en la evitación del sufrimiento, no impone límites o
estos son poco claros.
- El padre asertivo. Este es el mejor, porque es aquel que promueve la comunicación, es muy
cariñoso, muy afectuoso, y genera un clima de confianza, pero también se pone firme y aplica
normas y límites cuando es necesario. Los otros tipos de padres son en cierto modo un tanto
negligentes en la actuación.

Principales errores que debilitan y disminuyen la autoridad de los padres:

o La permisividad. Es imposible educar sin intervenir. El niño, cuando nace, no tiene conciencia de lo
que es bueno ni de lo que es malo. No sabe si se puede rayar en las paredes o no. Los adultos
somos los que hemos de decirle lo que está bien o lo que está mal. El dejar que se ponga de pie
encima del sofá porque es pequeño, por miedo a frustrarlo o por comodidad es el principio de una
mala educación. Un hijo que hace “fechorías” y su padre no le corrige, piensa que es porque su
padre ni lo estima ni lo valora. Los niños necesitan referentes y límites para crecer seguros y felices.

o Ceder después de decir no. Una vez que usted se ha decidido a actuar, la primera regla de oro a
respetar es la del no. El no es innegociable. Nunca se puede negociar el no, y perdone que insista,
pero es el error más frecuente y que más daño hace a los niños. Cuando usted vaya a decir no a su
hijo, piénselo bien, porque no hay marcha atrás. Si usted le ha dicho a su hijo que hoy no verá la
televisión, porque ayer estuvo más tiempo del que debía y no hizo los deberes, su hijo no puede ver
la televisión aunque le pida de rodillas y por favor, con cara suplicante, llena de pena, otra
oportunidad. Hay niños tan entrenados en esta parodia que podrían enseñar mucho a las estrellas
del cine y del teatro. En cambio, el sí, sí se puede negociar. Si usted piensa que el niño puede ver la
televisión esa tarde, negocie con él qué programa y cuanto rato.

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o El autoritarismo. Es el otro extremo del mismo palo que la permisividad. Es intentar que el niño/a
haga todo lo que el padre quiere anulándole su personalidad. El autoritarismo sólo persigue la
obediencia por la obediencia. Su objetivo no es una persona equilibrada y con capacidad de
autodominio, sino hacer una persona sumisa, esclavo sin iniciativa, que haga todo lo que dice el
adulto. Es tan negativo para la educación como la permisividad.

o Falta de coherencia. Ya hemos dicho que los niños han de tener referentes y límites estables. Las
reacciones del padre/madre han de ser siempre dentro de una misma línea ante los mismos
hechos. Nuestro estado de ánimo ha de influir lo menos posible en la importancia que se da a los
hechos. Si hoy está mal rayar en la pared, mañana, también.
o Igualmente es fundamental la coherencia entre el padre y la madre. Si el padre le dice a su hijo
que se ha de comer con los cubiertos, la madre le ha de apoyar, y viceversa. No debe caer en la
trampa de: “Déjalo que coma como quiera, lo importante es que coma”.

o Gritar. Perder los estribos. A veces es difícil no perderlos. De hecho todo educador sincero
reconoce haberlos perdido alguna vez en mayor o menor medida. Perder los estribos supone un
abuso de la fuerza que conlleva una humillación y un deterioro de la autoestima para el niño.
Además, a todo se acostumbra uno. El niño también a los gritos a los que cada vez hace menos
caso: Perro ladrador, poco mordedor. Al final, para que el niño hiciera caso, habría que gritar tanto
que ninguna garganta humana está concebida para alcanzar la potencia de grito necesaria para que
el niño reaccionase.Gritar conlleva un gran peligro inherente. Cuando los gritos no dan resultado,
la ira del adulto puede pasar fácilmente al insulto, la humillación e incluso los malos tratos psíquicos
y físicos, lo cual es muy grave. Nunca debemos llegar a este extremo. Si los padres se sienten
desbordados, deben pedir ayuda: tutores, psicólogos, escuelas de padres…

o No cumplir las promesas ni las amenazas. El niño aprende muy pronto que cuanto más promete
o amenaza un padre/madre menos cumple lo que dicen. Cada promesa o amenaza no cumplida es
un girón de autoridad que se queda por el camino. Las promesas y amenazas deber ser realistas,
es decir fáciles de aplicar. Un día sin tele o sin salir, es posible. Un mes es imposible.

o No negociar. No negociar nunca implica rigidez e inflexibilidad. Supone autoritarismo y abuso de


poder, y por lo tanto incomunicación. Un camino ideal para que en la adolescencia se rompan las
relaciones entre los padres y los hijos.

o No escuchar. Dodson dice en su libro El arte de ser padres, que una buena madre -hoy también
podemos decir padre- es la que escucha a su hijo aunque esté hablando por teléfono. Muchos
padres se quejan de que sus hijos no los escuchan. Y el problema es que ellos no han escuchado
nunca a sus hijos. Los han juzgado, evaluado y les han dicho lo que habían de hacer, pero
escuchar… nunca.

o Exigir éxitos inmediatos. Con frecuencia, los padres tienen poca paciencia con sus hijos. Querrían
que fueran los mejores… ¡ya!. Con los hijos olvidan que nadie ha nacido enseñado. Y todo requiere
un periodo de aprendizaje con sus correspondiente errores. Esto que admiten en los demás no
pueden soportarlo cuando se trata de sus hijos, en los que sólo ven las cosas negativas y que,
lógicamente, “para que el niño aprenda” se las repiten una y otra vez.

Actuaciones concretas y positivas que ayudan a tener prestigio


y autoridad positiva ante los hijos:

 Tener unos objetivos claros de lo que pretendemos cuando educamos. Es la primera condición sin
la cual podemos dar muchos palos de ciego. Estos objetivos han de ser pocos, formulados y
compartidos por la pareja, de tal manera que los dos se sientan comprometidos con el fin que
persiguen. Requieren tiempo de comentario, incluso, a veces, papel y lápiz para precisarlos y no
olvidarlos. Además deben revisarse si sospechamos que los hemos olvidado o ya se han quedado
desfasados por la edad del niño o las circunstancias familiares.

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 Enseñar con claridad cosas concretas. Al niño no le vale decir “sé bueno”, “pórtate bien” o “come
bien”. Estas instrucciones generales no le dicen nada. Lo que sí le vale es darle con cariño
instrucciones concretas de cómo se coge el tenedor y el cuchillo, por ejemplo.

 Dar tiempo de aprendizaje. Una vez hemos dado las instrucciones concretas y claras, las primeras
veces que las pone en práctica, necesita atención y apoyo mediante ayudas verbales y físicas, si es
necesario. Son cosas nuevas para él y requiere un tiempo y una práctica guiada.

 Valorar siempre sus intentos y sus esfuerzos por mejorar, resaltando lo que hace bien y
pasando por alto lo que hace mal. Pensemos que lo que le sale mal no es por fastidiarnos, sino
porque está en proceso de aprendizaje. Al niño, como al adulto, le encanta tener éxito y que se lo
reconozcan.

 Dar ejemplo para tener fuerza moral y prestigio. Sin coherencia entre las palabras y los hechos,
jamás conseguiremos nada de los hijos. Antes, al contrario, les confundiremos y les defraudaremos.
Un padre no puede pedir a su hijo que haga la cama si él no la hace nunca.

 Confiar en nuestro hijo. La confianza es una de las palabras clave. La autoridad positiva supone
que el niño tenga confianza en los padres. Es muy difícil que esto ocurra si el padre no da ejemplo
de confianza en el hijo.

 Actuar y huir de los discursos. Una vez que el niño tiene claro cual ha de ser su actuación, es
contraproducente invertir el tiempo en discursos para convencerlo. Los sermones tienen un valor de
efectividad igual a 0. Una vez que el niño ya sabe qué ha de hacer, y no lo hace, actúe
consecuentemente y aumentará su autoridad.

 Reconocer los errores propios. Nadie es perfecto, los padres tampoco. El reconocimiento de un
error por parte de los padres da seguridad y tranquilidad al niño/a y le anima a tomar decisiones
aunque se pueda equivocar, porque los errores no son fracasos, sino equivocaciones que nos dicen
lo que debemos evitar. Los errores enseñan cuando hay espíritu de superación en la familia.

Todas estas recomendaciones pueden ser muy válidas para tener autoridad positiva o totalmente
ineficaces e incluso negativas. Todo depende de dos factores, que si son importantes en cualquier
actuación humana, en la relación con los hijos son absolutamente imprescindibles:amor y sentido
común.

Educar es estimar, decía Alexander Galí. El amor hace que las técnicas no conviertan la relación en
algo frío, rígido e inflexible y, por lo tanto, superficial y sin valor a largo plazo. El amor supone tomar
decisiones que a veces son dolorosas, a corto plazo, para los padres y para los hijos, pero que
después son valoradas de tal manera que dejan un buen sabor de boca y un bienestar interior en los
hijos y en los padres.

El sentido común es lo que hace que se aplique la técnica adecuada en el momento preciso y con
la intensidad apropiada, en función del niño, del adulto y de la situación en concreto. El sentido
común nos dice que no debemos matar moscas a cañonazos ni leones con tirachinas. Un adulto
debe tener sentido común para saber si tiene delante una mosca o un león.

Condiciones para ejercer la autoridad

El ejercicio de la autoridad requiere del cumplimiento de ciertas condiciones como las siguientes:

• Establecer previamente las reglas del juego con el hijo adolescente y hacerle ver que el incumplimiento

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de dichas normas tendrá una consecuencia. Estas normas deben ser aceptadas por padres e hijos y
exigibles a todos.
• Papá y mamá deben estar de acuerdo previamente en lo que se le exige al adolescente, de lo contrario
el chico aprovechará estos desacuerdos para desafiar la autoridad de sus padres.
• No separar comprensión y exigencia. No es difícil observar en algunas familias con adolescentes que
toda la comprensión está en los padres y toda la exigencia está en los hijos.
• Ser sobrios en el ejercicio de la autoridad. Hay muchos problemas que pueden resolverse mediante
otros tipos de influencia.
• Poner a prueba la propia imaginación para encontrar situaciones de participación para los hijos.
• Saber resistir frente a dificultades y frustraciones.
• No desanimarse nunca, pase lo que pase. La autoridad se puede perder y se puede recuperar. Hay que
ser perseverantes.
• En una discusión destacar siempre lo positivo en primer lugar.
• Como padres, tener la paciencia de aclarar muchas veces algunas ideas de base, para que el chico
entienda la razón de nuestras afirmaciones.
• El ejercicio de la autoridad se logra en un clima de confianza que no excluye actos de energía de
enfado. Debe ser una exigencia serena. Sin rechazos y sin comentarios mientras el hijo trata de exponer
su punto de vista y sin dejar de aclarar después.

No es aconsejable entrar en la dinámica de rivalidad y testarudez ya que, además de reforzar esta


actitud, no se consiguen buenos resultados. Esta postura provoca enfrentamientos, estados de
irritabilidad y agresividad entre los miembros de la familia, y puede dificultar la convivencia familiar.

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