Cuadernos Callejeros
Cuadernos Callejeros
Cuadernos Callejeros
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fundaci6n Editorial
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callejeros
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Tres décadas de crónicas y reportajes
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© José Roberto Duque
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© Fundación Editorial El perro y la rana, 2018
Páginas web
www.elperroylarana.gob.ve
www.mincultura.gob.ve
Redes sociales
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Twitter: @perroyranalibro
Facebook: Fundación Editorial Escuela El perro y la rana
Diseño y diagramación
Lheorana González
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Imagen de portada
Félix Gerardi
Serie Caracas reflejada
Edición y corrección
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Yanuva León
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callejeros
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Tres décadas de crónicas y reportajes
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Presentación: el rompecabezas 9
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“Un delincuente es fácil de identificar” (1994) 13
Investigar al investigador (1997) 24
Historia de desaparecidos (1997) 29
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El vértigo se llama Ana Karina Manco (1997) 37
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¿Por qué se fue? ¿Y por qué murió? (1998) 44
El último rumbero (1998) 51
Colombia: Cóndor herido (y entrevista a Alfonso Cano) (2000)
A 56
Vivir en frontera (fragmento) (2004) 64
Las casas de ahora; las casas que vienen (2011) 72
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Historia de una gente, una laguna y unas cachamas (2012) 79
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El atraco (2013) 86
La coñaza (2013) 88
El pobre flaco agüevoniao (2013) 90
El pico (2013) 93
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El miedo (2013) 98
Alguna vez fuimos de maíz (2013) 107
El depredador (2014) 114
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stos textos han sido escritos en tres décadas distintas
(muy distintas): los años noventa del siglo xx y las dos
primeras del actual. Hemos hecho una decantación de lo
publicado en revistas, periódicos, libros y publicaciones
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digitales, y el resultado ha sido este volumen.
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Transitan aquí momentos, personas y remembranzas per-
sonales. Hay un rastro que atraviesa todas estas historias, y es
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de una pretendida perfección que, de tan antiséptica, impolu-
ta y pasteurizada, termina perdiendo la sazón.
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He volcado aquí una muestra de lo que hice o he estado
haciendo en varias fuentes y temas: desde entrevistas y cró-
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nicas faranduleras hasta análisis sociohistóricos, en algunos
casos con un par de gotas de antropología. Como en el género
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crónica entra o puede entrar más o menos de todo, pues aquí
le he dado cupo a unos textos muy extraños. Pero no a los más
extraños; cuando comencé a hacer periodismo o algo pareci-
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do lo hice en el diario El Universal en 1990, a escribir en las
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páginas hípicas: “Se escapaba la mora Stillwater al promediar
la última curva, pero su físico no es el mismo de hace dos años
y la recta final la sorprendió con tres rivales disputándole la
gloria del Clásico”. A
También pasé por una revista cultural o culturosa, muy
pesada y ladilla (Imagen; por andar de impuntual, de allí me
R
botó su director, el poeta Luis Alberto Crespo), por dos perió-
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al esfuerzo de varias personas. Quiero mencionar con espe-
cial afecto a Lheorana González y a Félix Gerardi. Lheorana
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no solo se ocupó de los asuntos gráficos y estéticos del libro,
sino que dedicó horas de su valioso tiempo a ayudarme en
R
la investigación y producción. Félix me obsequió fotografías
y aportó ideas para el concepto gráfico, y se zambulló en la
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hemeroteca para ayudarme a rescatar materiales sepultados.
También Yanuva León metió músculo y cerebro para inten-
tar darles orden y sentido de unidad a estas páginas. Agra-
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dezco finalmente a Niki Herrera por su disposición y aporte
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en la preparación de los artes finales. Así de colectivo es este
trabajo, que tiene tanta fama de solitario e individualista.
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“Un delincuente es fácil de identificar”
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(1994)
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roteger un colectivo que los rechaza, enfrentarse a suje-
tos que tienen mayor libertad de movimiento que ellos,
los guardianes de la ley, recibir constantes acusaciones
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de violar los derechos humanos, incluso por parte de fa-
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miliares de delincuentes muertos, y actuar con plena concien-
cia del desamparo judicial que los limita: cuatro factores que
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JOSÉ ROBERTO DUQUE
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como los culpables, los monstruos, la mano torpe de una jus-
ticia incapaz de controlarlos; ellos desean presentar su propia
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visión del asunto y lo hacen con muchas voces, con muchas
variantes. La entrevista que sigue recoge cada una de ellas.
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Les preguntamos si consideran que la comunidad les teme,
los respeta, los admira.
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Inspector: La comunidad siempre se ha sentido cohibida
en presencia de un policía metropolitano. Un 70% se cohíbe
de llamar a la policía, y el otro 30% lo hace cuando necesita la
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protección policial.
Policía 2: A veces a la gente la atracan en la calle y
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se frustra o se molesta porque la policía no acudió a ayu-
darla, y cuando uno realiza una redada o un operativo de
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CUADERNOS CALLEJEROS
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porque el funcionario o la patrulla es atacada, o cuando hay
un delito en desarrollo.
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¿Han intentado un acercamiento con la comunidad, con
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la gente de los bloques de este sector, con el barrio que está
enfrente?
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Inspector: Casi siempre las actividades deportivas y de
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otra índole las planifica el Estado Mayor, y las juntas de veci-
nos por el lado de la comunidad. Pero date cuenta de algo: si
uno se mete a un bloque lo que va a recibir es plomo. El 23 de
Enero es un sector conflictivo, hay muchos delincuentes. Aquí
A
conviven los profesionales, la gente decente, con los que ro-
ban y venden drogas. ¿Cómo se acerca uno a una comunidad
R
así?, donde uno no sabe con quién se va a encontrar.
Policía 2: Aquí nos dejaron un regalito el día que los Leo-
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JOSÉ ROBERTO DUQUE
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de esa forma con los agentes, pero con los demás uno debe
guardar distancia y desconfiar siempre: a lo mejor mañana
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viene alguien a ofrecernos comida y envenena a todo el mun-
do aquí en el módulo. Es que ahora los padres de familia no
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inculcan el respeto hacia los policías, hacia los cuerpos po-
liciales. La mayoría de las personas nos ve como un cuerpo
represivo y no como lo que somos, unos servidores…
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CUADERNOS CALLEJEROS
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Están conscientes de que existe una suerte de guerra no
declarada en la sociedad. Los soldados del bando contrario no
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son otros que los delincuentes.
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alguien como delincuente?
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Policía 3: Un delincuente es un excremento de la socie-
dad. Un excremento. Esta sociedad está integrada por un
50% de estos elementos, excrementos de la sociedad.
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Inspector: Hay delincuentes y reseñados por la policía,
delincuentes conocidos por el barrio donde viven y actúan, y
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delincuentes que cometen delitos en otras zonas y nadie los
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fácil de identificar…
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JOSÉ ROBERTO DUQUE
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a las dos de la madrugada al lado de un negocio y con una pa-
ta’e cabra en una mano, ese tipo es un choro (risas). Y si lleva
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un ramo de flores es porque va donde la novia.
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Ustedes deben tomar en cuenta todos los riesgos a la
hora de enfrentarlos, pero también tratar de no equivocarse
porque está el deber de respetar los derechos humanos.
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Inspector: Esa es una parte delicada en esta profesión y
un comentario muy delicado el que voy a hacer. Esto de los
derechos humanos, lejos de buscar la protección de la ciuda-
danía lo que logra es obstruir el trabajo de la policía. Noso-
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tros tenemos familiares, tenemos esposa, tenemos hijos. Pero
cuando uno mata a un malandro en una acción al día siguien-
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te sale la madre del sujeto a decir que su hijo era deportista,
que estudiaba en la universidad, y al policía le manchan su
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CUADERNOS CALLEJEROS
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la sociedad no se entere. Debería ser así en la PM. Cuando
un funcionario comete una falta debe ser expulsado, pero la
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comunidad no tiene por qué enterarse.
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¿Cree que las normas y la opinión pública los perjudican?
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agrede a un policía y lo arrastra por el piso, no hay una ley
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que lo sancione, mucho menos al que veja o insulta a un poli-
cía. Y no solo eso: la comunidad ve esto y lejos de defender al
policía se mete para lincharlo. El problema es de educación:
al ciudadano se le debe enseñar desde pequeño que al policía
A
se le debe respeto y consideración, y también al policía, por
supuesto, se le debe enseñar la forma de abordar a los ciuda-
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danos: “Buenas noches, ciudadano, ¿me permite su cédula
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de identidad?”.
Policía 5: Lo que pasa también es que uno a veces entra
a un rancho y encuentra un betamax, un televisor de treinta
pulgadas, un equipo de sonido, y les pregunta a las personas
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JOSÉ ROBERTO DUQUE
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cuando yo busqué apoyo de mis compañeros dentro de la ins-
titución. Descubrí una historia fea, un cuento de un sobor-
R
no de funcionarios, gente que pagó porque al parecer unos
agentes identificaron a quien me disparó, luego se negoció
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y lo dejaron ir. Hubo negligencia policial, la hubo. Pero uno
no puede luchar contra la marea. Si yo me pongo a salir en
los periódicos a denunciar cosas entro en contradicción,
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porque voy a denunciar policías y resulta que yo también
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soy policía. Tengo que guardar silencio y tratar por todos
los medios internos, dentro del cuerpo, de resolver algunas
cosas con esos funcionarios, con esos compañeros… ¿Por
qué no me prestaron ayuda? ¿Por qué no atraparon a los
A
delincuentes? ¿Por qué se dejaron sobornar? Hay un detalle
que da risa desde afuera, pero yo lo sufrí mucho. En vez de
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preguntarme si había reconocido al sujeto, si había oído que
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CUADERNOS CALLEJEROS
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¿Por qué la gente se está matando en las calles? ¿Qué
debe hacer la sociedad y qué debe hacer la policía para fre-
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nar el problema de la violencia?
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Inspector: Hay varias razones que han permitido esto de
los muertos y la violencia. Yo mencionaría primero la falta
de patrullaje, creo que debe haber más policías en la calle.
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Y en segundo lugar, la falta de acercamiento entre los veci-
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nos y los cuerpos policiales, la falta de comunicación. Lo ideal
sería que cuando los vecinos sepan quién es el que roba y el
que mata, se acercaran a la policía y le dijeran: “Señor agen-
te, tenemos un azote aquí”. Pero la comunidad debe perderle
A
primero el miedo a los delincuentes y también a los policías,
porque si no la tarea de nosotros es más difícil.
R
Recuerdo un caso grave, que nos puso en peligro por esto
PA
armado, cargaba una 3.57. Pero uno de los agentes que estaba
al frente del operativo reconoció al muchacho y lo soltó, dijo:
“Este carajito es sano, es el que nos vende café”, y lo dejó ir.
Un rato después, una de las personas que estaba con las ma-
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JOSÉ ROBERTO DUQUE
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se quedaron azules, se miraban las caras y nadie respondió
nada. “Ese muchacho que usted dejó ir, ese es Roba Gallina”,
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dijo el señor. Pues era el muchacho del café. Él se enteró de
que lo habían descubierto y no volvió más al módulo. Una vez
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una comisión lo vio en Hornos de Cal y le dio la voz de alto,
pero él no se dejó capturar vivo. Cayó en un enfrentamiento
con dieciséis balazos en el cuerpo.
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Policía 2: También está la falta de comunicación entre los
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cuerpos policiales. Ahí tienes tú la PTJ (Policía Técnica Ju-
dicial). La gente los admira porque andan siempre pulcros,
porque no se ensucian las manos, pero resulta que nosotros
les facilitamos el trabajo. La mayoría de las capturas que hace
A
la PTJ se las facilitamos nosotros, la Policía Metropolitana.
Nosotros estamos siempre en la calle, ellos no. Ellos inves-
R
tigan casos y casos y los llaman “investigadores, detectives,
gente de inteligencia”. Y mientras tanto a nosotros nos dejan
PA
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CUADERNOS CALLEJEROS
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pueden organizar tales operativos porque necesitan la orden
y la planificación de sus superiores.
R
Los policías se saben expuestos a pasiones difíciles de
enfrentar con éxito: son considerados seres irreflexivos,
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sujetos violentos y peligrosos en esencia. “Un policía es un
malandro vestido de azul”, reza un viejo decir de los barrios.
“Somos humanos y tenemos familia”, parece ser su única
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defensa inmediata●
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Investigar al investigador
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(1997)
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ay quienes aseguran que el oficio de detective es uno de
los más notables aportes de la ficción a la realidad: en
la década de 1840, Edgar Allan Poe creó un personaje
(Charles Dupin) que resolvía casos tortuosos mediante
A
el análisis y el razonamiento lógico. Más tarde, Charles Dic-
kens le endosó a una criatura suya características semejantes
R
y, además, utilizó por primera vez el término “detective” para
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bien a complicar.
A pesar del tortuoso prestigio que las ha acompañado (y
pese a la exaltación literaria y cinematográfica de que el ofi-
cio ha sido objeto) hay agencias de detectives privados cuyas
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CUADERNOS CALLEJEROS
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bajo perfil que requiere una ocupación de esa naturaleza.
Basta leer los anuncios clasificados de los periódicos para
R
percatarse de la existencia de unas cuantas agencias dedi-
cadas a la investigación privada. A pesar de la sensación de
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historia remota que producen, la conformación y legaliza-
ción de estas agencias en nuestro país tienen una trayectoria
más o menos reciente.
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En esta ribera
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JOSÉ ROBERTO DUQUE
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mujeres u hombres sospechosos de infidelidad. Con ese lastre
han debido cargar durante muchos años, y hubo momentos
R
en que la situación empeoró debido a circunstancias delica-
das. En 1984 la DISIP allanó las oficinas de 16 agencias de
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detectives, sospechosas de realizar espionaje telefónico, entre
ellas las de Jesús Navarro Dona, Erasto Fernández y José Ga-
briel Lugo Lugo. Un año después, en Maracaibo se descubrió
C
la intervención de tres detectives privados como mediadores
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en un caso de secuestro. No ha sido, pues, muy florido ni afor-
tunado el tránsito de los detectives por esta tierra de gracia.
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CUADERNOS CALLEJEROS
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agencia, que ha funcionado allí desde su fundación en 1978.
No puede decirse que la misma esté desaseada o tan siquiera
R
descuidada, pero algo en la atmósfera hace pensar al visitante
que el mobiliario no ha sido cambiado de lugar desde el año
TU
de su fundación, o quizá desde mucho antes.
Antonio Rodríguez es, pues, detective, veintisiete años de
experiencia, cumanés. Vive del oficio desde que tenía deici-
C
siete años y asegura que no necesita rebuscarse con otra acti-
LE
vidad. En una biblioteca se aprecian muchos libros de inves-
tigación criminal, un busto de El Libertador; en el escritorio
algunos papeles, una máquina en la que probablemente se
escribió el Acta de la Independencia; en la pared, cien diplo-
A
mas; en una silla, un hombre de un metro noventa de estatu-
ra, estampa de boxeador, una sortija de contundente metal
R
amarillo en un dedo, una camisa cuyo color lo obliga a uno
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JOSÉ ROBERTO DUQUE
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―Una marca de fábrica que tienen todos los detectives
privados criollos es que les encargan casi exclusivamente ca-
R
sos de infidelidad conyugal.
―Esa no es la especialidad que uno estudia en un institu-
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to. Los casos en que uno interviene en cuestiones de pareja
es cuando un abogado, por ejemplo, pide una investigación
sobre los bienes patrimoniales de la comunidad conyugal.
C
Cuando a mí me proponen hacerle seguimiento a una esposa
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o a un marido infiel, simplemente lo rechazo. Hay casos que
uno no acepta, por ética.
―Su aviso en prensa dice que su agencia solo atiende a
mujeres, y que las encargadas de investigar son damas entre-
A
nadas para el asunto –ante la pregunta, el detective puso la
misma cara que puso Jesucristo cuando Judas le estampó el
R
beso en la mejilla. Pero qué va: los detectives están prepara-
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Historia de desaparecidos
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(1997)
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os venezolanos solemos recordar el período de lucha
guerrillera en nuestro país como un largo acontecimien-
to cruzado de plomo, algún héroe olvidado, ecos de me-
tralla, maldiciones mutuas y, al final, muchas cosas para
A
arrepentirse. Una guerrita más, un episodio marginal abor-
tado en el trópico por la Guerra Fría, que como ya sabemos
R
tuvo sus momentos de calor en los años sesenta. Al referirnos
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JOSÉ ROBERTO DUQUE
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supone, determinará algunas responsabilidades y aclarará
ciertos puntos oscuros.
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El caso Tejero Cuenca
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lorosa, un grupo de familiares de estos jóvenes movieron
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lo inamovible en su búsqueda o al menos en la pesquisa de
sus restos. En muchos casos hubo testigos que dieron fe
de la captura por parte de los cuerpos de seguridad del Es-
tado (casi siempre el Sifa y la Digepol), a partir de lo cual
A
se dio inicio a la primera etapa de una investigación que
atormentó por su tenacidad a algunos involucrados en ca-
R
sos borrascosos. La prensa de la época reseñó y le dio ca-
PA
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CUADERNOS CALLEJEROS
A
infructuoso porque en ese cuerpo de seguridad negaron te-
nerlo allí detenido.
R
El 23 de junio, otra llamada anónima a la familia Teje-
ro informó que Alejandro acababa de ser trasladado a un
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campamento antiguerrillero, y más tarde, el 9 de julio, se
les indicó que su paradero exacto era el Teatro de Opera-
ciones número 5 (Yumare). Para allá fueron en más de una
C
ocasión y conversaron con los militares que se presentaban
LE
como los comandantes del campamento: los coroneles Ra-
món Ignacio Palmero y Héctor Franceschi. Estos militares
negaron repetidamente tener conocimiento de la detención
de Alejandro Tejero, pero muchos testimonios posteriores
A
rebatieron esas versiones.
En septiembre de 1967, la persona que había estado in-
R
formándole de manera anónima a la familia Tejero sobre
PA
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JOSÉ ROBERTO DUQUE
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Con elementos tan contundentes en las manos se reali-
R
zó una investigación que arrojó una conclusión muy útil: el
funcionario que había detenido a Tejero en Chacaíto había
TU
sido Alexis Martínez Linares, un exguerrillero que, por esas
cosas de la veleidad y la mala digestión de las ideologías,
ahora era funcionario del Sifa. La oportunidad se presen-
C
taba más fácil de lo esperado: el hombre se encontraba de-
tenido en el Cuartel San Carlos por la muerte de un niño,
LE
de modo que allí mismo podría ser interrogado, si los ca-
nales regulares se movían a la velocidad deseada. Y vaya si
se movieron con rapidez los canales, pero no los indicados:
Martínez Linares fue sacado subrepticiamente del Cuartel
A
San Carlos y dado por desaparecido, sin mayores explicacio-
R
nes. En julio de 1970 apareció ahogado en una laguna, con
lo cual la memoria de Alejandro Tejero perdió una buena
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oportunidad de redención.
Fue, como se dijo, apenas uno de los casos más conoci-
dos, pero de ninguna manera el más absurdo o brutal.
A Víctor Ramón Soto Rojas, dirigente del MIR, un grupo de
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CUADERNOS CALLEJEROS
A
tares a aplicar tortura y extorsión”. El cable hacía referencia
a documentos divulgados por el Pentágono, según los cuales
R
cinco manuales habían sido refrendados y entregados por
la Escuela de las Américas (ubicada en el Comando Sur, Pa-
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namá) a los cuerpos militares de varios países latinoame-
ricanos, y que sirvieron de guía para enfrentar por varios
métodos a los movimientos guerrilleros. Entre los países
C
mencionados como receptores del manual figuraban Boli-
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via, Costa Rica, Ecuador, Colombia, El Salvador, Guatemala
y Venezuela.
Entre otras cosas, los manuales recomiendan a los mili-
tares aplicar técnicas de interrogatorio e intimidación como
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la tortura, la ejecución, el chantaje y el arresto de parien-
tes de los interrogados. El asunto estuvo a punto de pasar
R
sin mayor gloria a la categoría de comentarios sin eco. Solo
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JOSÉ ROBERTO DUQUE
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una de esas veces le dijo que su hijo no estaba allí. Un militar
amigo suyo asegura, sin autorizar la mención de su nom-
R
bre, que Palmero le ha confesado varias veces haber visto a
Alejandro Tejero llegar al TO5 en pésimas condiciones. “Lo
TU
recibí muy torturado y herido del Sifa”, le habría dicho al
informante, un militar de alto rango.
Treinta años después, en conversación telefónica, nie-
C
ga que su responsabilidad en la desaparición del joven haya
LE
sido “directa o indirecta”, porque sencillamente no era co-
mandante de ese campamento antiguerrillero. Asegura,
además, que le tiene sin cuidado la reapertura del caso, pues
no tiene nada que temer. A
―Queremos conocer su opinión acera de la reapertura
de los casos de desapariciones del año 1967.
R
―No tengo nada que opinar, ya han pasado treinta años
PA
de eso.
―¿No le parece que es un detalle de nuestra historia re-
ciente que es importante revisar?
―Un detalle importante de nuestra historia reciente,
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CUADERNOS CALLEJEROS
A
a usted como si hablara con un poste, no lo conozco, no sé
si en realidad es periodista, no sé de dónde sacó la informa-
R
ción sobre el proceso en los tribunales, y para completar, no
sé quién le dio el teléfono de mi casa. Tenga la bondad de
TU
decirme quién se lo dio, porque yo no se lo he dado.
―No hay nada misterioso aquí, coronel. Yo quise hacerle
estas preguntas porque su comentario es importante para
C
esta historia. Y en cuanto a su teléfono, mi oficio me exige
LE
rastrear las señas de los entrevistados por distintos medios.
―Sí, yo sé algo de eso, he trabajado años de mi vida en
inteligencia militar...
―Entonces debe saber algo de los manuales de contrain-
A
surgencia que el Pentágono asegura que están en manos de
militares venezolanos.
R
―No tengo esa información. Las relaciones y contactos
PA
quiera conocerlo.
―Tengo información de que usted y otros militares de la
época se han reunido para recibir asesoría legal del general
Oswaldo Sujú Raffo.
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que me asesoren.
―¿Algún comentario final sobre las desapariciones de
los tiempos de la lucha armada?
―Mire, mi hermana murió y yo no sé dónde está enterrada,
35
JOSÉ ROBERTO DUQUE
y eso fue hace apenas seis años. ¿Cómo quiere que me preocu-
pe un caso de hace treinta años? Como militar estuve y estoy
A
obligado a cumplir órdenes, no a hacer comentarios sobre lo
que se me ordenaba. Diga lo que diga, mis adversarios tratarán
R
de utilizarlo para destruirme.
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El vértigo se llama Ana Karina Manco
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(1997)
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Ella ha salido un momento, regresará en seguida. Uno en-
tra en su apartamento –el de sus padres– y la primera sensa-
ción es de orden, de sobriedad. No hay nada fuera de lugar, el
piso está más limpio que la conciencia de Lorena Bobbitt y allí
A
se respiraría una placidez absoluta de no ser por los susurros
del televisor y el lagrimero de la novela vespertina. La chica
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que realiza las labores domésticas ve la de Radio Caracas; el
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37
JOSÉ ROBERTO DUQUE
A
se lanzó del piso dos. Todo eso lo contó con lujo de detalles,
en cosa de medio minuto. Capacidad de síntesis.
R
―Vamos a comenzar por el tema más cómodo: tu edad.
―Por favor, no publiques mi edad. No quiero que sepan
TU
que tengo veintinueve años.
―De acuerdo. ¿Cómo te ves a ti misma, a tu edad? ¿Eres
una muchacha madura, una señora joven, una mujer madura
C
pero bien conservada?
LE
―Me considero una joven con aspecto maduro. Sé que
para los demás luzco mayor de lo que soy, pero lo que soy
es una mujer joven y madura a un mismo tiempo. ¿Me estoy
contradiciendo? Bueno, digamos que he vivido muchas cosas,
A
buenas y malas, para la edad que tengo. Y la vida, golpe a gol-
pe, te va haciendo madurar.
R
―¿Tienes ataques de inmadurez?
PA
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CUADERNOS CALLEJEROS
A
es difícil.
―Son muchos papeles de mujeres maduras, mayores,
R
madres. ¿En la vida real estás preparada para ser madre?
―Las mujeres nunca estamos preparadas para ser ma-
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dres. Creo que es algo que llega y hay que afrontarlo. Ahora,
hay una edad en que uno siente esa necesidad, y yo estoy en
ese momento. Tengo una familia linda y me gustaría tener un
C
hijo que crezca en una familia así, unida, con un papá, con
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todo lo que su madre y su papá podamos darle.
Me voy, no me voy… A
Apenas terminó de rodarse el último capítulo de su más
R
reciente telenovela cayeron en sus manos sendas propuestas
PA
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JOSÉ ROBERTO DUQUE
A
propuesto salir al exterior he tenido otras ofertas que
analizar. Y además esas propuestas han coincidido con
R
momentos sentimentales que… Bueno, he tenido que es-
coger entre muchas propuestas, y otras veces he preferido
TU
intentar consolidar una relación afectiva antes que irme
al exterior.
―¿Es más importante el hogar que la carrera?
C
―Una no puede formar un hogar una sola, hace falta un
LE
hombre con quien levantarlo.
―Hablando de la televisión como espectáculo, ¿para qué
sirven las telenovelas?
―Para entretener a aquellos que no tienen con qué po-
A
ner un cable. Es un género más. Como el cine, los programas
cómicos, el teatro. La ve quien la desea ver. Ahora, a las nue-
R
ve de la noche no hay muchas alternativas en la televisión
PA
nacional. Por eso digo que es una opción para quien no tiene
cable ni parabólica. Hablando del género en sí, es una op-
ción muy bonita, la telenovela es una historia de amor en la
cual una pareja se separa y al final se reencuentra. Siempre
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CUADERNOS CALLEJEROS
Ángel caído
A
―Tu papá, Floro Manco, fue un célebre difusor de la salsa
R
en los años sesenta. ¿Te gusta la salsa?
―Me encanta la salsa y todo tipo de música. En casa siem-
TU
pre se escuchó música. Yo me despertaba con música, almor-
zaba con música, no solo con salsa sino con Mozart, con cual-
quier melodía.
C
―¿Sales a bailar?
―No soy muy salidora. Necesito como todo el mundo sa-
LE
lir de vez en cuando a drenar las tensiones, brincar. Pero me
gusta más reunirme en una casa con los amigos y compartir.
Nunca, ni de pequeña fui muy rumbera.
Una pausa para intercambiar bromas con los fotógra-
A
fos. Se levanta y comienza otra vez el vaivén, la exhalación,
R
la ametralladora de chistes, un toquecito de control en la
cocina, unos segundos de risa y aquí está de nuevo, tempo-
PA
41
JOSÉ ROBERTO DUQUE
A
y me volví a acostar. Yo creí que iba a poder pararme y sa-
lir corriendo, pero las piernas no me respondieron. Tuve que
R
empezar de cero, pero a los dos meses ya podía caminar más
o menos sin ayuda.
TU
―¿Qué te molestó y que te agradó de la gente, del público
y los medios, mientras estuviste convaleciente?
―Me molestó la parte amarillista que se hizo de todo este
C
asunto con respecto a la persona que me acompañaba, eso de
LE
ponerse a hablar de las novias que tuvo. Hay cosas que res-
petar, sobre todo cuando hay una persona muerta, que tiene
familia y seres que lo quieren. Con respecto a mí, me trataron
muy bien. Quizá exageraron un poco, se dijo que había perdi-
A
do un dedo y esas cosas, pero estoy muy agradecida…
―Vamos a hacerte un close-up de las manos –dijo Ri-
R
cardo Gómez, uno de los fotógrafos. Conócelo, pueblo; es un
PA
gran tipo.
―¿Cómo te trataron cuando te reincorporaste al trabajo?
―Tuvieron mucha consideración conmigo, cuando yo de-
cía que estaba cansada detenían un momento la grabación. Al
LO
Candidatos y candidatos
PD
42
CUADERNOS CALLEJEROS
A
―Prefiero no hablar.
―Vamos a hacer un ejercicio. Yo te digo un nombre y tú
R
dices la primera palabra que te venga a la mente.
―Es que hay puntos de vista que, como artista, es muy com-
TU
prometido decirlos, porque lo pueden tomar a mal. Lo único
que puedo decirte es que a estas alturas no sé por quién votar.
―Empezamos: Irene.
C
―Ehhh… Miss Universo.
LE
―Chávez.
―Dictadura.
―Claudio.
―No te puedo decir. A
―Caldera.
―Presidente.
R
―Teodoro.
PA
43
A
R
¿Por qué se fue? ¿Y por qué murió?
TU
(1998)
C
N LE
o están de moda, no son unos muchachos, el menor de
ellos tiene cuarenta y cuatro años, el mayor cincuen-
ta y cuatro. De aquella antigua irreverencia que era su
aspecto físico ya no queda mucho: quizá una melenita
A
tímida, eso es todo. Pero todavía son tipos enérgicos, casi im-
pulsivos. Resulta difícil explicarles que las entrevistas tienen
R
que producirse una por una, con un mínimo de orden, impo-
PA
se acuerda.
Ninguno tiene una formación académica muy elevada –
lo dejaron todo muy jóvenes, todo, por la música–, pero son
capaces de hilar tres o cuatro reflexiones inteligentes por mi-
SO
nuto. Son ellos: Jesús Toro (miembro de los grupos Tse Mud,
The Love Depression), José Romero (llamado la versión ve-
nezolana de Jimi Hendrix en su época de oro; guitarrista de
Los Rangers, LSD, Tse Mud), Jorge Spiteri (cantante de Los
S
44
CUADERNOS CALLEJEROS
A
ció el movimiento de la psicodelia en Venezuela hace treinta
años. Cinco de los homenajeados hablan a continuación.
R
TU
Los inicios
C
cieron en Nueva York. Por lo tanto en mi casa se hablaba inglés.
LE
Yo oía blues, oía a Ray Charles. En los años cincuenta, cuando
tenía como ocho años, mi papá me llevó a ver la película Rock
de la cárcel, de Elvis Presley. Aquello me impactó mucho.
Psicodélico 2: Yo siempre escuchaba a unos tipos vecinos
A
de mi casa que tocaban arpa, cuatro y maracas. “Yo puedo to-
car como estos tipos también”, me dije, y poco a poco comencé
R
a aprenderme y a interpretar las canciones de Pedro Infante,
PA
Jorge Negrete; las canciones mexicanas, que era lo que nos lle-
gaba. Por allí comencé a explotar las condiciones que ya tenía.
Psicodélico 3: México era el colador del rock en esa época:
por allí pasaba todo lo que estaban produciendo los gringos,
LO
unos tipos peinados así, hacia abajo, una cosa rara (nosotros
en la época usábamos copete), y me dije: “Esos tipos son los
que están tocando esa música”. Pregunté en la tienda, y en
efecto: esos eran los Beatles.
45
JOSÉ ROBERTO DUQUE
A
equipo, uno los veía en las películas y se daba cuenta de que,
en mitad del toque, se miraban, sentían la misma nota. Era
R
como una complicidad. Ese es el tipo de experimentos que
caló aquí, y en todo el mundo.
TU
La droga todavía no era el enemigo público. ¿Qué co-
menzaron a meterse ustedes?
C
LE
Psicodélico 5: Bueno, a mi hermano y a mí nos llamaban
los zanahorias, porque nunca nos metimos nada.
Psicodélico 2: Ya había gente metiéndose marihuana,
pero los que lo hacían estaban muy asustados. No eran los
A
tiempos de la depravación; estamos hablando de mediados
de los sesenta, yo tenía 14 o 15 años...
R
Psicodélico 3: Yo sí me metí ácido, pero después. La pri-
mera vez me estaba tomando un cuba libre, y cuando me
PA
46
CUADERNOS CALLEJEROS
A
teri tocó con Bob Marley, con la gente de Traffic. Nada de eso
salió en la prensa venezolana.
R
Psicodélico 3: Entre las cosas que no funcionaron yo quie-
ro precisar una en particular. Nuestro movimiento fue para-
TU
lelo al de la farándula, que sí tenía espacios en la televisión, y
que hoy se dicen protagonistas y autores de los sesenta. Este
movimiento produjo músicos de alta factura, pero ninguna
C
televisora se interesó por nosotros.
LE
Psicodélico 1: La gente cree que los sesenta eran “Limón
limonero”, Rudy Márquez, Los Impala, “El último beso” (con
el perdón de Manolo aquí presente). No quiero decir que esa
música era mala, pero había un movimiento muy fuerte, el
A
que hemos llamado paralelo, que fue ignorado por completo
a pesar de ser la auténtica vanguardia.
R
Psicodélico 5: Las experiencias psicotomiméticas fue-
ron eventos de alta factura. Jesús Ignacio Pérez Perazo,
PA
en los sesenta.
Psicodélico 1: Un momento muy duro fue cuando presen-
tamos las Experiencias Psicotomiméticas en el Aula Magna
de la UCV. Era en los tiempos del auge del movimiento co-
SO
47
JOSÉ ROBERTO DUQUE
A
coño!, esta vaina se trancó”, y yo era un niño, yo no llegaba
a quince años.
R
Psicodélico 5: Hay que ubicarse en la época. Hoy en día tú
sales a la calle con el pelo pintado de verde y unos patines en
TU
las orejas y nadie te dice nada; hace treinta años te dejabas el
pelo largo y todo el mundo decía: “Ese hombre es marico, es
hampón, es drogadicto”. Ese es el valor de los pioneros: uno
C
hacía aquellas cosas cuando nadie en el país las conocía.
LE
Psicodélico 4: Miles de personas fueron a las Experiencias
Psicotomiméticas, que fueron varios conciertos, y la prensa
no reseñaba nada. Silencio total, ante algo tan importante.
No teníamos promoción. Ahora a cualquiera lo convierten en
A
un producto de laboratorio, lo mandan al exterior y le inven-
tan un talento que no tiene.
R
PA
Sangre de ahora
¿Qué sienten ante el auge de grupos como Los Amigos
Invisibles y Desorden Público? ¿Cuánto hay de laboratorio
LO
en ellos?
mueven ahora...
Psicodélico 5: Yo no quiero hablar de éxito fácil al refe-
rirme a esos muchachos, pero una cosa es verdad: hay una
48
CUADERNOS CALLEJEROS
A
¿Diferencias entre la generación de ustedes y la de ahora?
R
Psicodélico 3: Bueno, lo nuestro era ensayar y aprender
TU
música, no probar para ver qué tal nos veíamos con pantalo-
nes rojos, o con unas argollas en las orejas.
Psicodélico 2: Es distinto ser músico a ser rockero. El ser
C
rockero puede ser una fiebre pasajera; el que asume su condi-
LE
ción de músico sabe que ese es un aprendizaje que va a durar
toda la vida.
Psicodélico 1: A mí me parece bien que tengan promo-
ción, que tengan lo que nosotros no tuvimos.
A
Psicodélico 3: Mire, hermano. Yo vi a Led Zeppelin, a Eric
Clapton, a Jimi Hendrix. Varios de los que estamos aquí al-
R
ternamos con esos monstruos. ¿Cómo crees tú que voy a re-
accionar yo ante una cosa como Zona 7? ¿Cómo comparar ese
PA
49
JOSÉ ROBERTO DUQUE
A
dudarlo: el ser humano tiene una necesidad recóndita de re-
conocimiento, quizá porque todos tenemos nuestras insegu-
R
ridades. Así que bienvenido sea el homenaje.
―¿Cómo reaccionó el medio rockero en 1973, cuando de-
TU
cidió cambiar el rock por el arpa, cuatro y maracas?
―Los amigos de verdad comprendieron lo que había en el
fondo de ese cambio: la necesidad de reencuentro con la pro-
C
pia identidad. En determinado momento la música que venía
LE
de afuera comenzó a hacerse muy histérica, estridente, inso-
portable, y la juventud que la producía se estaba dejando ga-
nar por la paranoia y el desenfreno. Además, antes había una
cuestión de fondo más allá de la música, un soporte filosófico
A
y espiritual de todo esto, y era el movimiento de Paz y Amor,
el movimiento hippie. Yo sigo siendo hippie en mi corazón
R
que no es lo mismo que ser rockero o andar por ahí con una
PA
50
A
R
El último rumbero
TU
(1998)
C
E LE
n la época de oro de las rumbas, rumberos y rumberas
de la mejor cantera de Cuba, una de las figuras que se
echaron a rodar por el mundo fue Sergio Sánchez, alias
Guapachá, coreógrafo y bailarín. Para los no iniciados, o
A
más bien para toda esta generación, que no recuerda “eso”:
los rumberos eran unos sujetos que bailaban en cambote,
R
adornados con unos trajes en los que destacaban unas man-
PA
51
JOSÉ ROBERTO DUQUE
A
marca Tropicana tiene ahora su lugar habitual de trabajo en
el bar de un hotel de tercera o cuarta categoría (El Arroyo)
R
ubicado en una avenida de quinta o sexta categoría (la aveni-
da Lecuna, en El Silencio), y ese lugar no es, definitivamente,
TU
el mejor para disfrutar del descanso del guerrero ni de la glo-
ria añeja del veterano. Aunque sí lo es para que cuente, por
retazos, cómo fueron de verdes aquellos laureles.
C
LE
Mucha memoria
52
CUADERNOS CALLEJEROS
A
Holanda, mostrando sus habilidades en coreografías multi-
tudinarias o en pareja, hilando suertes con su carnal Angeli.
R
“Me llamaban ‘El Muñeco’, debe ser porque también bailé en
los cincuenta con las Dolly’s Sister”.
TU
Como toda capital caribeña, la Caracas que encontró Ser-
gio Guapachá en los años cincuenta contaba con celebrados
centros nocturnos, algunos más celebrados que otros, pero
C
todos llenos de la necesaria agitación. No había hada que
LE
igualara al Tropicana o al Sans Souci, verdaderos templos de
la noche cubana, pero de todas formas era la época de oro
de las fiestas glamorosas, el redescubrimiento de las noches
gracias (dicen) a lo segura que se había vuelto la ciudad por el
A
control perezjimenista. De esa época data aquel tipo de anéc-
dotas: “Uno amanecía borracho, inconsciente, con el carro
R
encendido, y nadie le tocaba sus pertenencias; la policía lo
PA
Otoño en Caracas
S
53
JOSÉ ROBERTO DUQUE
A
tieron en los viejos géneros empezaron a envejecer con ellos;
quienes se adaptaron a lo nuevo encontraron otra posibilidad
R
de respiro. Los cultores de todas las manifestaciones artísti-
cas tienen sus etapas, muchas veces independientes del curso
TU
que ha seguido el género en su globalidad. En la inevitable
decadencia, las viejas glorias inician un repliegue definitivo,
cuando ya las leyendas deben conformarse con el viejo arra-
C
bal: viaje a la semilla, regreso al punto de partida.
LE
El establecimiento en el que transcurre el otoño de Sergio
Guapachá no es, como ya se dijo, ni la sombra de lo que fue-
ron los escenarios de su juventud. Allí comparte roles con un
puñado de bailarinas, de lunes a sábado, por una paga infe-
A
rior a la que percibía ocho años atrás, y en el estricto horario
de quienes deben satisfacer a los noctámbulos: desde que co-
R
mienza la noche hasta el amanecer. Antes de llegar a ese sitio,
PA
54
CUADERNOS CALLEJEROS
A
Sergio sale del camerino, se ajusta su chaqueta de mangas
brotadas de encajes, y sale a bailar por enésima vez en la pista
R
al son de algo que debe ser una rumba caliente●
TU
C
LE
A
R
PA
LO
SO
S
PD
55
A
R
Colombia: Cóndor herido
TU
(y entrevista con Alfonso Cano)
(2000)
C
E LE
n San Vicente del Caguán, lo único que resulta más fá-
cil que toparse de frente con un guerrillero es toparse de
frente con una guerrillera. Después vienen las tabernas,
los lugares plenos de música a toda hora, y los comercios.
A
En ese orden. Ese decorado deja una sensación que puede
R
asemejarse a la de la prosperidad, pues el espectáculo de tan-
tos ciudadanos entregados a la recreación y a las compras no
PA
deja lugar para el olor a miseria. Solo que existe cierta fron-
tera donde la felicidad se confunde con la simple euforia, y
es allí donde comienzan a percibirse los primeros desajustes:
un pueblo cuyos bares y tabernas están abiertas (y llenas) el
LO
56
CUADERNOS CALLEJEROS
A
logra infundir en el ánimo de nadie, lo infunde con su sola
presencia un fusil de asalto AK-47 de fabricación soviética.
R
Pero, más allá del fetichismo maquiaveliano de las armas,
está el hecho de que las FARC hacen las veces de gobierno en
TU
muchos aspectos de la vida que en el papel le correspondería
a las autoridades municipales. La guerrilla tiene en las afue-
ras una Oficina de Quejas y Reclamos adonde los ciudadanos
C
llevan toda clase de denuncias: allí se escuchan casos como el
LE
del padre que no le da la pensión correspondiente a su hijo,
el del empleado de la zapatería a quien botaron justa o injus-
tamente, el del vecino que derribó una cerca y no ha querido
pagarla, el del pichón de delincuente que robó o causó algún
A
estrago. Según el caso, la guerrilla le impone al infractor una
sanción que puede ser una multa o unos días de trabajo en el
R
campo o la carretera en construcción. Cuando se trata de un
PA
El mejor postor
57
JOSÉ ROBERTO DUQUE
A
ba manos y cachetes por doquier. El Plan Colombia estaba,
ahora sí, en plena marcha. Al presidente Pastrana la sonrisa
R
no le cabía en la cara; la bolita comenzó a girar en la rueda y él
tenía en sus arcas el grueso de la apuesta. La visita de Clinton
TU
le subió la popularidad de 24 a 45%, mientras la de las FARC
debe haber bajado de 3 a 1,5% con los últimos ataques. Las
perspectivas son de lo más interesantes.
C
La bolita deja al fin de girar y se detiene en un número.
LE
Un grito etílico hace volver las miradas hacia el ganador, un
borracho que seguramente no disfrutará en lo absoluto de la
chica y tampoco de la botella de aguardiente; la muchacha se
ha salvado del bochorno de una entrevista y nosotros hemos
A
perdido diez mil pesos. En Cartagena un avión acaba de des-
pegar, su pasajero principal ha dejado una apuesta de siete
R
mil millones de dólares en la mesa. La bolita está detenida
PA
58
CUADERNOS CALLEJEROS
A
presente el contexto de la época, el cual puede resumirse en
estos elementos: era el primer año del Plan Colombia; el Go-
R
bierno de Andrés Pastrana decretó una Zona de Despeje o de
Distensión en San Vicente del Caguán para entablar conver-
TU
saciones de paz con las FARC; el presidente de Estados Uni-
dos era Bill Clinton y justo por los días de la entrevista visitó
Cartagena de Indias; el Gobierno de Hugo Chávez estaba en
C
sus inicios y ya la derecha lo bombardeaba con acusaciones
LE
de tener vínculos con las FARC.
***
A
―¿Por qué las FARC consideraron la necesidad de lanzar
un brazo político?
R
―Colombia está viviendo una crisis profunda, una crisis
PA
59
JOSÉ ROBERTO DUQUE
A
didatos colmen las expectativas nuestras, entonces estamos
apoyándolos.
R
―¿Cuál sería la diferencia fundamental del Movi-
miento Bolivariano con el experimento que fue la Unión
TU
Patriótica?
―Esencialmente, aunque hay circunstancias de modo,
tiempo y lugar que también determinan, es su forma or-
C
ganizativa. La Unión Patriótica fue un movimiento amplio
LE
desde el punto de vista de su organización, con sedes, con
medios de comunicación legales. La Unión Patriótica fue
una opción que liquidó el Estado colombiano a los tiros. El
Movimiento Bolivariano no tiene esa organización abierta,
A
es clandestina precisamente para defender la integridad fí-
sica de sus integrantes.
R
―Sorprende un poco ese concepto de clandestinidad. Las
PA
60
CUADERNOS CALLEJEROS
A
―La concepción del Movimiento Bolivariano por la Nue-
va Colombia, ¿en qué se parece y en qué se diferencia del mo-
R
vimiento bolivariano de Venezuela?
―Hombre, no conozco mayores detalles del movimiento
TU
bolivariano de Venezuela. En cuanto a nosotros, queremos
rescatar el ideario, la lucha de nuestro pueblo, y Bolívar está
inmerso en la lucha de nuestro pueblo. Hacer de nuestras
C
raíces algo real, vigente, actual, dinámico, porque es sobre
LE
esas bases y no sobre ningunas otras que vamos a poder
construir el futuro.
―El Plan Colombia está en marcha y ustedes han enten-
dido que se trata de un plan contra las FARC.
A
―Más que un plan anti-FARC es un plan anti-Colombia.
Nosotros somos guerreros y tenemos una concepción de la
R
vida y de la lucha de guerra y guerrillas móviles. Es contra
PA
61
JOSÉ ROBERTO DUQUE
A
―¿En la estrategia de las FARC está planteado el repliegue
hacia otros países en caso de recrudecimiento de la guerra?
R
―No, esto es un conflicto nuestro, interno. En el caso par-
ticular de Venezuela, ustedes deben tener presente que en-
TU
tre 1991, cuando estuvimos allá, y hoy, ha cambiado radical-
mente nuestra situación. Cuando estuvimos allá en el 91 las
quejas eran por las intervenciones nuestras. Era un problema
C
colombiano inserto en territorio venezolano. Pero este es un
LE
problema de los colombianos que tenemos que resolver acá
dentro de las fronteras nuestras.
―¿Hay conciencia de parte de ustedes y de parte del Go-
bierno de que lo que viene es ya demasiado grave, que es pre-
A
ciso detenerlo con un urgente cese al fuego?
―El Gobierno colombiano está arrodillado frente a los grin-
R
gos. El Plan Colombia es elaborado en el Pentágono, ellos están
PA
que hacer esto, hay que hacer lo otro”, porque el que pone la
plata es el que pone las condiciones.
―¿No piensan que a estas alturas los paramilitares han
cobrado mucha fuerza y suficiente autonomía para convertir-
S
62
CUADERNOS CALLEJEROS
A
oficial. Los oímos hablar por radio intercambiándose nece-
sidades y llamadas de auxilio. Los hemos visto salir de los
R
campos de confrontación en los helicópteros militares, va-
mos a estar claros. Lo que pasa es que el manejo que le ha
TU
dado la prensa, que corresponde a intereses de la oligarquía
colombiana, ha generado lo que usted me plantea. Es un
problema de la publicidad, no es más. Para nosotros el in-
C
terlocutor es el Estado●
LE
A
R
PA
LO
SO
S
PD
63
A
R
Vivir en frontera (fragmento)
TU
(2004)
C
L LE
a Guajira es un lugar fundamental para comprender lo
que significa la vida en la frontera colombo-venezolana.
Entre las muchas anécdotas fuera de lo común que los
habitantes de Paraguaipoa –estado Zulia–, y sus alre-
A
dedores, suelen rememorar con orgullo y algo de boato, se
encuentra el honor de haber hospedado en su oportunidad a
R
Rómulo Gallegos, quien escogió una estancia cercana llama-
PA
64
CUADERNOS CALLEJEROS
A
recuerdan con veneración los integrantes de la etnia, y aun los
marabinos con buena memoria– queda a escasos metros del
R
mercado de Los Filúos, situado a su vez a la salida de Para-
guaipoa. El viajante que viene de Maracaibo, por la vía con-
TU
vencional de El Moján-Sinamaica, se desvía hacia la derecha
–hacia el norte– dejando la ruta que lo llevaría hasta Maicao,
y allí mismo se encuentra con una carretera que a uno se le an-
C
toja tan angosta como ardiente, tan ardiente como lineal y tan
LE
lineal como inacabable, sobre todo si el viaje es a la una de la
tarde y usted no tiene ningún argumento a favor para compro-
bar que es conocedor de la zona: ni el habla de los guajiros, ni
aspecto de guajiro. Usted es un alijuna. Un criollo, un blanco,
A
un extranjero, un occidental, alguien que, en resumidas cuen-
tas, no debería estar paseando por allí. Sobre esta cuestión de
R
la desconfianza del guajiro hacia el otro y las sólidas razones
PA
que tiene para albergarla, habrá que volver más adelante, bre-
ve pero necesariamente.
El caso es que de pronto uno se topa con una línea de pavi-
mento que se desvanece a lo lejos entre ramazones de vegeta-
LO
65
JOSÉ ROBERTO DUQUE
para hacerlo, puede recorrer sus diez horas por aquella carre-
tera y toparse sucesivamente con los caseríos de Pararú, Gua-
A
yamulisira, Sichipés, Neima, Calinatai, lugares que uno rebasa
a 80 kilómetros por hora sin llegar a saber que estuvo en un si-
R
tio con un nombre. La índole seminómada y de pastoreo de los
guajiros de esa región hace que la noción tradicional de “pue-
TU
blo” sea inaplicable: usted llegó a un lugar que se llama Sichi-
pés, pero no ha visto sino media docena de viviendas bastante
distanciadas una de otra, algunos cuadrúpedos atravesando
C
la carretera y si acaso a un puñado de personas caminando
LE
en medio de la resequedad. Los alijunas, habituados como es-
tamos a bautizar con nombres a pueblos cuadriculados, con
un centro y una periferia, nos encontramos de súbito en un
lugar ante el cual no se entera uno de haber llegado. Porque
A
en realidad uno no llega: uno se acerca, pasa, se aleja: eso es
todo. No hay una plaza Bolívar o una edificación que albergue
R
a la autoridad local, solo más carretera, más casas dispersas y
PA
66
CUADERNOS CALLEJEROS
A
lo hace jamás podrá moverse de un mismo lugar, ya que el
torrente, la brisa y el mar endemoniado lo convertirán pronto
R
en una isla estremecida sin conexión posible con el mundo.
Minutos después del puente que no pudo ser encontrará
TU
un caserío llamado Tapurí, enseguida Güincua y más adelante
una laguna que parece abortada de aquel mar inmenso, que de
pronto ya no está a la derecha sino en todas partes. Un poco
C
después verá una colinita, unos soldados desplazando su abu-
LE
rrimiento a la derecha de un poste inmenso, y a otro grupo de
soldados haciendo lo propio a la izquierda de ese poste. Al lle-
gar, alguno de aquellos soldados le pedirá su cédula de iden-
tidad con un poco de extrañeza y cautela, luego lo mirará de
A
arriba abajo, se compadecerá de su aspecto y de su condición
de criatura extraviada, y finalmente le explicará: ese poste
R
que usted ve allí no se llama poste, es un mojón. Feo nombre
PA
67
JOSÉ ROBERTO DUQUE
A
ba establecido, desde 1528, que el punto donde comenzaba
el territorio de la Provincia de Venezuela era el Cabo de La
R
Vela, desde donde se trazaba una línea recta hasta la Teta de
La Guajira. Una autoridad en la materia, el doctor Pablo Ojer,
TU
sostiene que ese Cabo de La Vela a que se refiere el documen-
to de la capitulación no es el accidente geográfico que puede
verse en los mapas, sino una comarca o provincia situada mu-
C
cho más al suroeste. Su tesis sostiene que Venezuela debería
LE
hoy tener su frontera junto a la actual ciudad colombiana de
Santa Marta.
En 1833, Lino de Pombo y Santos Michelena, plenipo-
tenciarios de Nueva Granada y Venezuela, respectivamente,
A
discutieron y elaboraron un proyecto de Tratado que trasladó
aquel punto originario desde el Cabo de La Vela hasta el Cabo
R
Chichibacoa, un salto descomunal a favor de los neograna-
PA
68
CUADERNOS CALLEJEROS
A
putación de territorio” cuya sentencia corresponde a “vuestra
bisabuela”. No se sabe cuál fue el parecer de Juan Carlos de
R
España al recibir una carta contentiva de tan tardía reacción,
pero en todo caso debe haberle dolido eso de “vuestra bis-
TU
abuela”, con todo y el elegante posesivo utilizado.
En efecto, el apetito de claridad que movió a los venezola-
nos de finales del siglo xix no fue satisfecho nunca, y ha sido
C
causa de las más agrias discusiones que tienen que ver, ni más
LE
ni menos, con los derechos sobre una de las tres regiones del
mundo más ricas en petróleo. Veamos cuál fue el resultado
del llamado Laudo Arbitral de 1891, es decir, la palabra de la
reina hecha documento inapelable. Dice la sección Primera,
A
refiriéndose al punto donde definitivamente deben comenzar
a delimitarse los dos territorios:
R
“Desde los mogotes llamados Los Frailes, tomando como
PA
69
JOSÉ ROBERTO DUQUE
A
acabamos de transcribir de la sección Primera. No solo en pa-
peles: aquellos pobres hombres debieron buscar el sitio en
R
cuestión en la piel de La Guajira, en el terreno, allá en aquella
región que hace cien años no tenía ni la carretera ni los puen-
TU
tes destruidos que tiene ahora.
En 1898 fue creada una Comisión Mixta cuya función
era la “ejecución práctica del Laudo Arbitral” de 1891, esto
C
es, el establecimiento de indicaciones sobre el terreno, con-
LE
vertir en un asunto físico y palpable la línea fronteriza entre
los dos países. Dice el pacto firmado entre Colombia y Vene-
zuela: “... se procederá a la demarcación y al amojonamiento
de los límites que traza aquella sentencia, en los límites en
A
que no los constituyan ríos o las cumbres de una sierra o una
serranía”. Trámite sencillo si los lugares están bien especifi-
R
cados, pero no así si la señora reina y sus asesores, en lugar de
PA
70
CUADERNOS CALLEJEROS
A
Así que Venezuela (y también Colombia) comienza en
Castilletes. A Colombia le corresponde desde entonces la
R
abrumadora mayoría de la península, mientras que Venezue-
la se quedó con una escuálida franja en la que a duras penas
TU
cabe aquella carreterita que comunica a Los Filúos con Alita-
sía, y a esta con la recta gigantesca que va a parar a Castilletes.
¿Qué queda de la soberanía, y cómo se ha defendido en
C
los momentos de tensión? En el plano formal y oficial, parece
LE
que con mucho ardor. Baste recordar que, en agosto de 1987,
la corbeta misilística Caldas, de bandera colombiana, pene-
tró en aguas del Golfo de Venezuela, ocasionando una airada
reacción del Gobierno de Venezuela, y no solo diplomática,
A
pues en dos días se movilizó el setenta por ciento de la maqui-
naria militar venezolana en la vía hacia Castilletes. Setenta
R
por ciento de todo un aparato de guerra dispuesto a defender
PA
71
A
R
Las casas de ahora; las casas que vienen
TU
(2011)
C
L LE
a vivienda se convirtió en un problema por los mismos
motivos que convirtieron en problemas la alimentación,
la recreación y la fabricación de bienes.
Nota para distraídos: no he dicho que los problemas
A
sean la falta de viviendas, de alimentos, de opciones para el
R
solaz o de objetos útiles. La insinuación que queda en el aire
es el objeto de estas reflexiones, producto de conversas con
PA
***
SO
72
CUADERNOS CALLEJEROS
A
porque la verdad es que una clase social esclavizada, exclui-
da, expoliada, humillada y triturada le hace las casas a suje-
R
tos y familias que ganaron o ganan la plata suficiente para
pagarlas, pero a cambio perdieron la capacidad de hacer co-
TU
sas con las manos.
***
C
LE
¿Cuál es el origen de esta perversión y de cuándo data? Es
muy antiguo, sí; lo colosal de Fenicia, Egipto, Grecia y Roma
es obra de esclavos. Pero en el siglo xix, el de la revolución
sicópata que fue la Industrial, hay que buscar las claves y
A
elementos que masificaron y multiplicaron lo monstruoso a
escala planetaria: el perfeccionamiento del cemento y su mu-
R
tación en hormigón o concreto armado. Y más tarde, en el xx,
PA
***
LO
Hay unos personajes que trabajan con las manos; hay otros
PD
73
JOSÉ ROBERTO DUQUE
A
queda de él) que lo hacen por mí, y esos otros seres inferiores
que los traen en camiones hasta el supermercado? ¿Para qué
R
hacer mi casa si hay tanto obrero que las hace en serie por un
sueldo miserable? ¿Para qué enseñarle a mi hijo cómo hacer
TU
una casa si cuando yo muera heredará el apartamento que
compré? ¿Por qué decirle a mi hijo que es importante que
haga su casa, si para eso él estudia (será un profesional de
C
clase media y no necesitará ensuciarse las manos) y mientras
LE
tanto los esclavos de hoy también tienen hijos que harán las
casas capitalistas del futuro?
A ***
74
CUADERNOS CALLEJEROS
A
Lídice, Caracas) y que quedó devastado por sucesivas lluvias
y derrumbes. Allí entrevistamos a varias personas que se ne-
R
gaban a abandonar la zona. Un señor llamado Ender, colom-
biano, aportó ciertos datos también escalofriantes. La casa
TU
donde “vive” consiste en tres láminas de zinc; la cuarta pared
era la ladera de un cerro que ya debe haberse venido abajo.
Su oficio: la albañilería. Cada mañana tiene que bajar de ese
C
escenario de guerra, tomar una camioneta hasta el metro. El
LE
tren lo dejará en una parada para tomar otra camioneta, que
lo llevará hasta una quinta lujosa en Macaracuay.
Así transcurre un día en la vida de Ender, quien por cierto
anda cerca de los sesenta años: él ocupa ocho horas diarias
A
remodelando una casa ajena, más las dos horas que gasta en
el transporte de ida y dos más en el regreso. Son doce horas
R
invertidas en embellecerle la casa a un rico; si tiene “suer-
PA
cinco horas del día para hacer algo más, y ya veremos si ese
algo es importante: comprar alimentos, hablar con sus hijos
y sus panas, hacerle el amor a su mujer, entretenerse, reparar
su propia casa. Y ya vendrán los adoradores de las letras y los
SO
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JOSÉ ROBERTO DUQUE
A
un espacio digno (porque ese de Macayapa de todas formas
iba a derrumbarse o ya se derrumbó). Respondió: “Pero para
R
hacer eso necesito reunir unos reales para comprar material”.
La pregunta siguiente iba a ser: “¿Y cuánto dinero puede acu-
TU
mular usted?”, pero ya eso hubiera sido una falta de respeto.
***
C
LE
En esta fase angustiosa y terminal del capitalismo la vi-
vienda y lo demás son problemas porque ya el ser humano no
piensa en satisfacer necesidades reales suyas, sino en cubrir
necesidades del capital y de su espacio territorial por excelen-
A
cia: la megalópolis, la urbe, la gran ciudad. Ninguna perso-
na tiene la necesidad real de vivir en una ciudad monstruosa
R
donde no hay convivencia sino competencia entre millones de
PA
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CUADERNOS CALLEJEROS
A
y materiales desechados por el capitalismo; los constructo-
res son gente sin complejos ni pruritos burgueses: usted debe
R
hacer una casa así sea médico, ingeniero o indigente, y esa
casa no la heredarán sus hijos, porque estos participarán en
TU
su construcción y por lo tanto ya tendrán en la mente y el
cuerpo la información necesaria para construir la suya propia
después, con su gente cercana. Con sus hijos (los nietos de
C
usted), que en el siglo xxii harán otras casas con esos mucha-
LE
chos y muchachas que todavía no han nacido.
Y la segunda propuesta, quizá menos colectivista pero
igualmente revolucionaria, es el hombre-casa que mantiene
vivo y activo a José Rondón para desafiar unas cuantas con-
A
venciones establecidas acerca del ser humano y de su vida
útil. Rondón comenzó a hacer esa casa a la edad de sesenta
R
y cuatro años, ya tiene noventa y cinco (en 2011) y decidió
PA
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JOSÉ ROBERTO DUQUE
A
de hacer casas (y otras cosas) con nuestras manos.
La tarea nuestra (y hablo de este ser nómada, más tes-
R
tigo que protagonista de estas experiencias) es masificar el
conocimiento y discusión de estas experiencias. Tratar de que
TU
sean objeto de análisis, práctica y enriquecimiento por parte
de mucha gente. Cuando se me ocurra otra la abordaré con
mucho gusto●
C
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LO
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Historia de una gente, una laguna
TU
y unas cachamas
(2012)
C
L
a comunidad se llama El Zancudo. Queda en Apuri-
LE
to, municipio Achaguas del estado Apure. Allí viven
ciento veinte familias; unas cuatrocientas cincuenta
personas. Frente al núcleo más grande de casas de esa
A
comunidad hay un préstamo (esos huecos enormes que de-
jaron las maquinarias al construir las carreteras llaneras, y
R
que con el tiempo se llenaron de agua y se convirtieron en
lagunas). Con los años esa laguna se fue cubriendo de ve-
PA
—¿Cómo?
PD
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JOSÉ ROBERTO DUQUE
A
En dos meses la gente de El Zancudo cumplió con lo de
la limpieza de la laguna y empezó a meterle presión a Walter
R
para que llevara los pescados. “Epa, pero ya va: hay que espe-
rar el ciclo de reproducción de las cachamas”.
TU
Hagamos un paréntesis para presentarles a Walter. Pero
por favor, después de enterarse del factor Walter regrese al
cuento de El Zancudo, que es más complejo y hermoso de lo
C
que aparenta.
LE
Coño, qué fastidioso es Walter.
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CUADERNOS CALLEJEROS
A
juveniles (pescados jóvenes) como quepan con holgura en su
laguna, charco o pote acondicionado. Precisamente en Gena-
R
ro estaba pensando Walter cuando le formuló aquella provo-
cación a la gente de El Zancudo.
TU
Luego volveremos con Walter para que nos explique por
qué es tan importante y revolucionario el ensayo de El Zan-
cudo; por qué las cachamas en manos de las comunidades
C
se están convirtiendo en un arma de creación espeluznante
LE
que asusta a académicos, técnicos y tecnócratas, economistas
y sabios de todo pelaje.
El chapuzón
A
R
Finalmente, en octubre de 2011, la gente de la comu-
PA
menos un aireador.
Walter les dijo por teléfono que tenían que poner el agua
en movimiento, como fuera. Lo resolvieron con más alegría
que técnica: llamaron a todo el que quisiera para darse un
S
81
JOSÉ ROBERTO DUQUE
A
No hizo falta comprar una bomba de agua ni algo tan si-
frinamente sofisticado como un aireador para darles oxígeno
R
a los peces.
TU
Inversión y ganancia
C
Otro de los mitos que quedó derribado en El Zancudo es
LE
el que refiere Luis Cardoza, otro habitante de El Zancudo.
La pregunta del momento: “¿Dónde consiguieron el alimen-
to para las cachamas?”. La respuesta: “Les echamos restos
de comida, frutas picadas como mango y guayaba, pepinillo;
A
maíz, la planta pequeña de maíz y otras cosas”.
Consultado Walter acerca de la producción, su costo y
R
sus ganancias, dijo: “Esta comunidad derrotó esa visión que
PA
***
SO
82
CUADERNOS CALLEJEROS
A
de la primera promoción de agroecólogos del IALA (Institu-
to Agroecológico “Paulo Freire”). Ellos hablaron de su expe-
R
riencia en la crianza no convencional de cachamas. Dice Ru-
bén Barráez: “Gente que le ha encontrado alternativas al uso
TU
del alimento concentrado, y le está inculcando a los niños en
edad escolar el interés por la cría con métodos artesanales o
agroecológicos”.
C
También hubo una jornada de pesca: a anzuelazo limpio
LE
la gente sacó varios ejemplares de cachama. Sorpresa: se sa-
caron pescados de entre ochocientos gramos y dos kilos cien
gramos. Así que debe haber peces más grandes en esa lagu-
na. Sin un solo gramo de alimento concentrado comercial.
A
R
Retazos de una conversa con Walter Lanz
PA
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JOSÉ ROBERTO DUQUE
***
A
En el estado Apure la producción de carne bovina alcanza
en promedio los cuarenta kilos/hectárea/año. Con ese mode-
R
lo se pretende consolidar la soberanía alimentaria. “Si llena-
mos de cachamas los cientos de préstamos del estado Apure,
TU
hasta alcanzar una superficie de una hectárea de espejo de
agua, la producción sería de trescientos kilos/hectárea/año:
de ochocientos por ciento a mil por ciento más que el modelo
C
bovino”. Usando otro tipo de alimentos se puede aumentar
LE
esa brecha a tres mil o cuatro mil kilos/hectárea/año.
***
A
¿Cómo se impuso el modelo de la producción y consu-
mo de bovino? Los mecanismos son muchos, pero hay uno
R
que se relaciona con la percepción impuesta de lo que es un
hombre exitoso. Cuando uno pronuncia la palabra pescador
PA
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CUADERNOS CALLEJEROS
A
***
R
Próximo atentado de la Escuela Popular de Piscicultu-
TU
ra: la creación de un laboratorio móvil para la reproducción
de cachamas. La tecnología en manos del pueblo: ya la gen-
te no tendrá que esperar que le lleven los alevines: ellos/
C
nosotros/ustedes mismos podemos hacer reproducciones
LE
de cachamas en laboratorios artesanales. A la mierda otro
mito: el que nos hace creer que solo se puede propiciar el
nacimiento de larvas de pescado en laboratorios sofisticadí-
simos. ¿Cómo lo hacía la naturaleza antes que existieran los
A
científicos? Ganas de joder...●
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El atraco
TU
(2013)
C
R LE
ecién llegado a Caracas me puse a estudiar cuarto año
de bachillerato en el liceo Fermín Toro. Todavía me ron-
roneaba en la oreja la advertencia de mi papá y de una
madre postiza: “Cuidado con las malas juntas”. Yo toda-
A
vía no sé si las juntas que me encontré entonces eran buenas
o malas, pero lo cierto es que en una de esas tardes de jubi-
R
larnos y caminar sin rumbo por la ciudad yo y dos panas del
PA
zaba con una llave de esas que los luchadores llaman “doble
Nelson”. Ernesto y Carlos aprovechaban para sacarle la plata
del bolsillo o de donde la tuviera, y en menos de un minuto
nos echábamos a correr, cada uno en una dirección distinta.
Paramos el carro en la avenida Baralt. El taxista era un se-
S
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CUADERNOS CALLEJEROS
A
verde y dele, compañero, nada iba a detener ese carro. A esas
alturas yo iba pensando ya en la forma de decirles a los otros
R
que abortáramos la misión, pero no hallaba cómo. El carro
subió una, dos cuadras. Justo cuando pasábamos por la ca-
TU
lle culebrera donde se encuentra el módulo policial, el compa
Carlos hizo gala de su tremendo sentido de la oportunidad, y
de su fama de peleador callejero, y le encajó aquel rolo ‘e co-
C
ñazo al taxista en el pescuezo. La vaina sonó y que “prac”, así
LE
como cuando uno desguaza la pechuga de una gallina.
Transcurrió un segundo, y después dos. Y tres, y cuatro;
el chofer miraba a Carlos, yo lo miraba a él y a Ernesto, los
panas me miraban a mí, todo en silencio dentro del carro que
A
bajó la velocidad, pero nunca se detuvo. En vista de que yo
no cumplí mi parte del libreto y los otros tampoco tuvieron
R
corazón para seguir con el plan, Ernesto tuvo la salida colosal
PA
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R
La coñaza
TU
(2013)
C
E LE
n la avenida Urdaneta, de Platanal a Candilito, a media
cuadra de la plaza La Candelaria, existe un bar llamado
Los Cuchilleros, uno de esos sitios que no cierran nunca,
para alegría de algunos y desgracia de otros. Una madru-
A
gada de 1991, tipo cuatro y media, iba pasando por ahí con
R
un compa de beberes, después de haber vaciado y cerrado al-
gún botiquín cercano. En la puerta estaba parado un carajo
PA
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CUADERNOS CALLEJEROS
A
arito ese donde va agarrada la chapa. Y la coñaza recrudeció.
Unos tipos que se hacían pasar por policías detuvieron la ma-
R
sacre, que terminó por allá debajo del elevado que da hacia la
Andrés Bello.
TU
Dice la leyenda negra que el labio me quedó como el de la
danta esa que lleva en el lomo a María Lionza. Y que yo, para
poder tomar cerveza, tenía que levantarme esa trompita con
C
una mano y poner el pico de la botella en el labio de abajo con
LE
la otra. Esos panas de uno sí joden●
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El pobre flaco agüevoniao
TU
(2013)
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ra febrero de 1989 y los adecos estaban contentos porque
Carlos Andrés Pérez acababa de asumir la presidencia de
la república. Felices y en clave de fiesta, organizaron un
concierto gratuito en el Nuevo Circo de Caracas, como
A
gratitud al pueblo que eligió por segunda vez a ese coñoema-
dre. Anunciaron un montón de cantantes y grupos nacionales
R
y extranjeros, exponentes de varios géneros musicales, algu-
PA
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CUADERNOS CALLEJEROS
A
era esa de “coitus interruptus” hasta ese momento. La gente
empezó a pedir otra, otra, otra, por supuesto. Pasaron unos
R
segundos. Luego unos minutos. Y la gente se empezó a arre-
char. Poco después se arrechó por completo. Y empezó la bo-
TU
tellamentazón y se formó el tumulto. Eran los salseros indig-
nados porque Barretto los despachó con tres piezas, apenas.
Transcurridos unos instantes más, para terminar de ca-
C
gar la jaula, salió a la tarima un flaco esmirriado, pálido, dro-
LE
gado hasta las metras, más devastado por la sífilis que por el
hambre. Agarró el micrófono y dijo: “Buenas noches. Me dis-
culpan, pero es que ahora me toca cantar a mí”. Ahí sí fue que
la gente estalló en serio: era un maldito rockero profanando
A
un templo de la salsa. Pocas semanas después de ese evento
estallaba el Sacudón; creo que este hubiera sido más violento
R
si no se hubiera producido antes este drenaje de energía. Esa
PA
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JOSÉ ROBERTO DUQUE
A
to, y resulta que no fue en febrero 1989 sino en diciembre de
1988, días después de las elecciones que ganó CAP●
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El pico
TU
(2013)
C
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l pico es probablemente el implemento más importante
al que acudimos los hombres en estos lados del mundo.
Sobre todo en sus facetas metafóricas: el instrumento
de trabajo no es usado por tanta gente, así que el pico
A
dejó de ser solo ese poderoso aparato para perforar, arrastrar,
desgarrar y partir, y ha alcanzado la categoría de elemento
R
sicológico asociado al dominio, al poder, a la posesión, a la
PA
“hombres de verdad”.
***
93
JOSÉ ROBERTO DUQUE
A
Gallos se les llama a los aguerridos peleadores y gallina
a los cobardes (llámase cobarde al tipo que no se atreve a pe-
R
lear con otro); pico de oro y pico ‘e plata es el sujeto que tiene
labia, seduce, convence, dirige, influye, manda y se impone:
TU
el poder se ejerce fundamentalmente con la palabra (la boca,
que es el pico), no hay don de mando sin voz recia. Por eso la
conmoción general cuando el comandante Chávez salió del
C
quirófano sin poder hablar (mandar).
LE
En sus connotaciones sexuales también hay un despliegue
de aves y sus partes corporales. La cinematografía que formó
sentimental o emocionalmente a nuestra generación y a la de
nuestros padres (la mexicana) está llena de gavilanes, gallos y
A
palomas. No hay nada más parecido al breve y violento corte-
jo de los gallos sobre las gallinas que ciertos bailes como el jo-
R
ropo llanero, los tambores y la danza wayúu; el grito altanero
PA
***
S
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CUADERNOS CALLEJEROS
A
y hablar sin sustancia es inorgánico e inferior frente al hacer.
La gente que hace, es o debería ser más importante que la que
R
solo habla; uno no es lo que dice sino lo que hace.
Echar pico y pala: expresión genérica que designa el ha-
TU
cer un trabajo manual duro, casi siempre de agricultores y
albañiles. Recuerdo las amargas recomendaciones de mi vie-
jo: “Estudie para que no tenga que ganarse el pan echando
C
pico y pala”. Aunque ese y otros millones de seres humanos
LE
se levantaron a sí mismos y a sus familias haciendo trabajos
pesados y dicen estar orgullosos de esa hazaña, la verdad es
que nuestra sociedad se ha construido sobre un sustrato muy
hondo de desprecio hacia los obreros y campesinos, de quie-
A
nes el hombre de oficina, el que hace trabajo intelectual o el
entregado al ocio improductivo suele decir que son brutos,
R
malolientes y primitivos.
PA
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JOSÉ ROBERTO DUQUE
A
en acción. El pico destroza el suelo ancestral, resquebraja la
piedra; la pala mueve para otra parte los restos devastados de
R
esos trozos heridos de planeta.
TU
***
C
nesa, esa zona mágica donde el llano empieza a desaparecer
LE
y se convierte en los Andes, quise convertirme en custodio
y habitante de un pedazo de terreno. No es tan directo el
trámite. Tuve que fajarme a contarle al consejo comunal qué
pensaba hacer con esa parcela. Hablarles de lo que pienso
A
sobre la siembra sin veneno, del cuido del bosque y el río,
de las casas orgánicas hechas con el mismo material con que
R
fuimos fabricados nosotros (barro). También les hablé de
PA
con eso que llaman “el pedazo de tierra para caerse muerto”.
Pero antes de que ello ocurra viviré. No solo existiré (que
es lo que uno hace en las grandes ciudades), sino que me
lanzaré a vivir.
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CUADERNOS CALLEJEROS
***
A
Todo lo anterior, porque la primera herramienta que he
comprado expresamente para la primera faena que viene (re-
R
plantear un terreno, terracear, preparar el lugar donde estará
la casa) ha sido un pico. Las heridas que me ha dejado en las
TU
manos la primera jornada de entrarle a la tierra son hondas
y dolorosas. Tengo un triste orgullo de esas heridas; hubiera
querido ahorrarme muchos de los placeres fatuos de la juven-
C
tud, esos premios por haber puesto a andar el pico metafó-
LE
rico, y haber invertido más tiempo y esfuerzo en las heridas
corporales que deja el pico de levantar casas y conucos●
A
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El miedo
TU
(2013)
C
H LE
ace tres años años iba caminando por el hato El Frío (o
hato Marisela), en el estado Apure; me acompañaban
unos trabajadores del hato. Era la primera vez que iba,
así que no tenía forma de saber que en una pequeña
A
laguna en el borde de un camino cualquiera, una vía de tie-
rra que comunica el comedor con el área de dormitorios, vive
R
una caimana respetable, de unos tres metros de largo. Cuan-
PA
uno suele ver salir del agua en las ciudades son cucarachas,
sapos y tal vez una rata perdida que huye, no un aparato lleno
de dientes que te informa su arrechera porque le estás inva-
SO
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CUADERNOS CALLEJEROS
A
cercano; había que ir a Mantecal, a cuarenta y cinco minutos.
El médico cubano me informó que tenía la tensión en 145-
R
100, y que eso se llamaba hipertensión arterial.
Resumen del chiste del mes entre mis panas: quien inau-
TU
guró el CDI de Mantecal fue un caraqueño asustao.
***
C
LE
Y sí, esa ha sido probablemente la vez que he sentido más
miedo en mi vida. No me lo dicen los recuerdos: me lo dijo el
cuerpo al manifestársele un episodio que nunca, en más de
cuarenta años, había padecido.
A
Una cosa es asustarse porque se está a punto de sufrir
un accidente, o porque un tipo te pone una pistola en la ca-
R
beza; una cosa es el susto enorme, el terror y el pánico de
PA
99
JOSÉ ROBERTO DUQUE
que teme ser herido incluso por otros de menor tamaño o do-
tación, ha construido lo que ha construido debido al miedo
A
profundo a la naturaleza; el absurdo proceso civilizatorio exa-
cerbado en el capitalismo ha tenido por objeto suprimir toda
R
referencia a esa naturaleza llena de peligros. El reino vegetal
y el animal nos parecen sucios, amenazantes y despreciables,
TU
por eso nos construimos nuestra peculiar jungla llamada ciu-
dad. Logramos mantener a raya a los depredadores naturales
(del conocido enunciado que nos recuerda que somos auto-
C
depredadores hablamos después), pero el miedo está aquí. Es
LE
decir, adonde vayamos.
100
CUADERNOS CALLEJEROS
A
rrado por el pescuezo, así que ya es mío). Animal poderoso,
una de las máquinas de triturar más antiguas y perfectas de
R
la naturaleza, ahora estaba inmovilizado por un bicho que en
otras circunstancias vendría a ser su desayuno.
TU
Tenía el hocico cerrado por un teipe, un triste teipe negro.
Es fácil evitar que la boca de un caimán (¿o cocodrilo?) se
abra, ya que los músculos que ejecutan esa función son débi-
C
les, y tan relajados como para permitir esos largos bostezos
LE
de horas. El problema es cuando esa boca se abre y decide
cerrarse sobre una presa o enemigo. No hay un animal sobre
el planeta con una mordida más fuerte que la de los coco-
drilos y caimanes. Olvídense de leones, osos, hipopótamos o
A
monstruos marinos: los primos adultos de este caimán (los de
agua salada) ejercen una presión de más de doscientos cin-
R
cuenta atmósferas o mil setecientos newtons, lo que equivale
PA
***
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JOSÉ ROBERTO DUQUE
A
alcanzado la talla en julio de 2013, cuando liberamos a los
primeros sesenta de esta camada. En estos meses los alimen-
R
tamos dos veces por semana y les dimos complementos vita-
mínicos, y ahora miden entre ochenta y cinco y ciento quince
TU
centímetros”. Chávez es el funcionario del Ministerio del Am-
biente encargado del proyecto de conservación del caimán
del Orinoco o cocodrilo intermedio.
C
Estrictamente hablando, un tecnicismo (que los biólogos
LE
sabrán explicar) obliga a considerarlo como una de las vein-
titrés especies de cocodrilos existentes en todo el planeta;
cinco de ellas se encuentran en Venezuela. Pero acá se operó
un triunfo del habla popular sobre la terminología científica,
A
pues luego de varios siglos de oír a los habitantes del llano ha-
blar del “caimán” en conversaciones cotidianas, en cuentos y
R
leyendas, la convención académica y científica ha terminado
PA
***
S
102
CUADERNOS CALLEJEROS
A
la del hombre que para probar su virilidad se sentía obligado
a enfrentar al matador. Toparse con un animal de esas carac-
R
terísticas, huir de él o darle muerte para comer (y también
para exhibir su piel como trofeo) era un asunto inherente a
TU
la cultura de esas zonas, pero no era una práctica masiva ni
descontrolada; nunca el caimán iba a exterminar a los seres
humanos ni estos al caimán. Se trataba de una tensión que no
C
era de guerra sino una lógica de coexistencia.
LE
Esa relación humano-caimán se pervirtió por las mis-
mas razones que han pervertido casi todas las manifestacio-
nes autóctonas en cualquier parte del mundo: el ingreso del
capitalismo industrial, la explotación masiva y el comercio
A
de pieles hicieron disminuir la población de caimanes en
cuatro décadas del siglo xx. De pronto, encontrarse con un
R
caimán dejó de ser un episodio fortuito que ponía a prueba
PA
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JOSÉ ROBERTO DUQUE
A
Pero el patrullero es también producto del miedo. A los
grandes caimanes suelen quedárseles en el lomo, cuando sa-
R
len del agua, matas de bora y otras plantas acuáticas. El colo-
sal cocodrilo del imaginario llanero tiene en el lomo, no unas
TU
matas de bora sino una palmera.
Así que ese día unos pocos privilegiados nos disponíamos
a echar al agua cuarenta y cinco caimanes. La incomodidad
C
inicial se me fue quitando poco a poco al ver que, a mi lado,
LE
había otras personas con la misma actitud de crispación que
yo. A pesar de la nobleza del acto, eso que se veía en el rostro
de todos también se llama miedo.
A ***
R
Miré a mi caimancito, al que uno de los compañeros le ha-
PA
104
CUADERNOS CALLEJEROS
A
mos los seres humanos. El orden de los factores altera el pro-
ducto, pero lo cierto es que estamos fabricados con las mis-
R
mas cosas, así que todos esos seres: insectos, cuadrúpedos,
aves, bípedos, magallaneros, reptiles, escualos, escuálidos,
TU
peces; depredadores y mansos, cantarinos y violentos, todos
esos bichos son hermanos nuestros. Hermosa o fatalmente,
estamos todos aquí y ellos son de los nuestros.
C
LE
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105
JOSÉ ROBERTO DUQUE
***
A
José Ramos trabaja en el zoocriadero de Puerto Miran-
da. Es el encargado de alimentar los caimanes en cautiverio
R
desde hace diecisiete años. Discreto y cauteloso como todo
llanero (“¿Son peligrosos los caimanes? “Sí, peligrosos son”.
TU
“¿Pero no recuerda ningún accidente, alguien que haya sido
herido por descuido?”. “No, no me acuerdo de nada de eso) a
medida que se relaja y toma confianza va revelando detalles
C
del trato con los caimanes.
LE
—Les ponemos nombres a las hembras para controlar
mejor los nidos y el número de nacimientos. Las caimanas
se llaman Elena, Julia, Panchita, Paquita, Petra, Josefina. La
Negra Rosa tiene un récord: uno de estos años puso cincuen-
A
ta y un huevos y nacieron cincuenta caimanes. Me acuerdo
también de Carmen, murió por una pelea con otras caimanas
R
cuidando su territorio.
PA
106
A
R
Alguna vez fuimos de maíz
TU
(2013)
C
A LE
finales de 2011 visité el Complejo Agroindustrial José
Inacio Abreu e Lima, allá en Anzoátegui. Trabajaba en-
tonces para el Instituto Nacional de Desarrollo Rural,
y se suponía que había buenas noticias para difundir;
A
por ejemplo, que estaban por cosecharse las primeras doce
mil hectáreas de soya, una leguminosa que no es de por estos
R
lados (tranquilos: el mango, el cambur y el arroz tampoco lo
PA
107
JOSÉ ROBERTO DUQUE
A
en todo el día más que mirar la inmensidad en busca de algu-
na eventualidad que casi nunca se produce, y eso está bien: de
R
alguna manera hay que pagarles a los pueblos originarios el
genocidio de siglos.
TU
El momento culminante de la observación sobreviene
cuando uno de los compañeros del complejo me informa,
todavía más orgulloso que los hermanos kariña, que en esos
C
días unos técnicos del Ministerio de Agricultura y Tierras
LE
iban a comenzar a dictar en las comunidades cercanas un ta-
ller de cultivo de yuca. Había que hacer una nota de prensa
sobre eso.
Los chistes, cuando son malos, hay que explicarlos. Y este
A
chiste es espantosamente cruel, amargo, repulsivo, desespe-
radamente grave: muy rejodida tiene que haber quedado una
R
cultura, muy desmoralizado y neutralizado tiene que estar un
PA
Hablando de yuca
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CUADERNOS CALLEJEROS
A
hambre. El disparate tiene su origen en un crimen origina-
rio, que fue separarnos del país que estábamos a punto de
R
ser, y empujarnos a la imitación forzosa de un país indus-
trial, urbano y cosmopolita que nunca seremos. Puede que
TU
echándole mucha bola y sacrificando mucha dignidad a ratos
parezcamos neoyorkinos o parisienses, pero nosotros no so-
mos parisienses ni neoyorkinos sino una caricatura de esas
C
ciudadanías. Nosotros teníamos un país apegado a la tierra, a
LE
unas tradiciones, muchas de ellas españolas, pero por cierto
bastante nobles y tiernas, porque estaban dirigidas al vivir y
no al enriquecer a un explotador; teníamos un país en el que
la gente no tenía vergüenza de sembrar unas matas, levantar
A
una casa y coser unas ropas, pero cuando estalló el boom pe-
trolero y la orden de los dueños de nuestro petróleo fue emi-
R
grar en masa hacia las grandes ciudades y convertirnos en
PA
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JOSÉ ROBERTO DUQUE
A
fórmula pasó a las manos de la familia de Lorenzo Mendoza.
El negocio del año: cómo hacer desaparecer los vestigios de
R
ruralidad para adaptarse a las necesidades del capitalismo
industrial y comercial.
TU
La arepa que no es arepa
C
LE
Muchos venezolanos, más ingenuos que desinformados,
creen que comiéndose una arepa en una arepera en lugar de
una hamburguesa en cualquier hamburguesería les están
siendo fieles, de alguna manera, a lo venezolano. Pero el éxito
A
de la harina precocida de maíz es de la misma índole que el
de la hamburguesa: ambas son fórmulas que no le sirven a la
R
gente sino al capitalismo.
PA
esas altitudes).
PD
110
CUADERNOS CALLEJEROS
A
pensando en zamparse la arepa sola. La arepa pelá y la arepa
de maíz pilado sí fueron el bocado nacional por antonomasia
R
y sí puede comerse sin relleno alguno, porque son de maíz
y saben a maíz. Pero la arepa de harina precocida no sabe a
TU
nada, así que hay que rellenarla con algo que le dé gusto y
sentido. Contra lo que dice Empresas Polar, la arepa de ha-
rina precocida no es el plato nacional, la vedete de nuestra
C
mesa, la novia esplendorosa, sino de vaina la muchachita que
LE
va atrás sosteniéndole el velo.
Hace poco tuve una revelación en una casa en el asenta-
miento campesino La Chigüira, en Barinas. Después que hubi-
mos comido la gente de la casa trajo el postre; era un plato con
A
tres arepas para compartir entre seis personas. Estaban frías,
pero mi media arepa me supo a gloria: por primera vez en mu-
R
cho tiempo me estaba comiendo media arepa de verdad. Los
PA
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JOSÉ ROBERTO DUQUE
A
jar que a comer.
Pero el capitalismo ya pensó en eso y no va a permitir
R
que usted se angustie: para eso creó la vianda o lonchera, ese
ataúd contentivo de la “comida” que usted hizo a los coñazos
TU
la noche anterior o el fin de semana, y que, como a cualquier
cadáver, la saca del congelador al crematorio (el horno mi-
croondas) y de ahí a la triste mesa dentro de la oficina, de
C
donde no saldrá para evitar llegar tarde. ¿Y en la casa, qué?
LE
¿Y mi arepita casera? Ahí tiene el tostiarepa, un artefacto di-
señado para que ni siquiera tenga que tomarse el trabajo de
acariciar la masa y de lubricar el budare.
Cierto que todos o casi todos terminamos aceptando y
A
naturalizando este ritual inhumano y vejatorio; una sociedad
que le da más importancia a la puntualidad en el trabajo que
R
a la comida es una sociedad de esclavos. ¿Usted de verdad ne-
PA
112
CUADERNOS CALLEJEROS
A
policías del lenguaje “correcto” como lo habla y escribe una
élite de españoles de academia), nuestra música.
R
Cuando Chávez propuso llenar las azoteas de los edificios
de sembradíos y gallineros verticales la reacción generaliza-
TU
da fue de asco, risa y pena ajena, porque para unos seudo-
cosmopolitas acostumbrados a la sifrina idea de que solo se
puede ser gente si se es profesional o intelectual, está bien el
C
orden que divide a la humanidad en esclavos (pobres), amos
LE
(ricos) y parásitos (clase media). ¿Para qué enseñar a mi hijo
a hacer casas si ya hay niños de su edad, hijos de esclavos
albañiles, que se la harán en el futuro? ¿Para qué enseñarlo
a sembrar si ya hay hijos de campesinos condenados a no
A
saber hacer otra cosa sino regar unas plantas de las que no
van a comer porque le pertenecen a la agroindustria? ¿Para
R
qué enseñar a mis hijos a hacer una mesa o silla o casa si
PA
113
A
R
El depredador
TU
(2014)
C
E LE
sta crónica iba a titularse “El ignorante”, rótulo más ajus-
tado al episodio que le dio origen. Pero se atraviesan esas
cosas del merchandising, la imagen personal que uno
cree que debe defender y las ganas de captar lectores con
A
cultura cinematográfica, y ustedes saben, cede la justicia y
termina triunfando el espectacular lenguaje de la guerra.
R
PA
***
***
114
CUADERNOS CALLEJEROS
A
nos impiden construir nuestra casa: sustancias tóxicas. Gaso-
lina, gasoil y creolina; un tobo entero de una mezcla de esas
R
tres sustancias, que juntas seguramente son más venenosas y
letales que lo que pueda tener una mapanare en sus pertre-
TU
chos. Iba a usar candela también, pero fíjate tú, la mía es una
construcción noventa por ciento de madera.
Les zumbé varias cargas con un vaso pequeño, así de leji-
C
tos. Las hormigas se agitaron, comenzaron a correr en todas
LE
direcciones. Ya estábamos igualados en algo: yo estaba sobre-
saltado, ellas también.
Busqué un cepillo de barrer y una brocha para aplicar el
resto del líquido directamente en las paredes. Barrí, cepillé,
A
arrasé a lo macho a docenas, centenares, tal vez miles de las
invasoras. Estaba en eso, más o menos eufórico y excitado,
R
cuando recibí un gol en contra. Más bien dos: escuché cla-
PA
soras y me vi las heridas: aquí las tengo. Muy grandes para ser
infligidas por ese par de bichitas. Me acordé de la canción de
Gino: “Solos somos la gota; juntos, el aguacero”.
Hasta ese momento no se me había ocurrido pensar en
S
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JOSÉ ROBERTO DUQUE
A
acabó el combustible y pensé, optimista y más o menos or-
gulloso, que mi matanza y el olor de la mezcla iban a ser sufi-
R
cientes para espantarlas. Tuve entonces el impulso de seguir
el rastro del río animal que subía desde la calle; miré con
TU
atención y vi algo que, debido al estado de alarma en que me
encontraba, no me dediqué a contemplar con toda la aten-
ción que se merecía: imbuida en la marcha caminaba una
C
hormiga perfecta, de unos tres centímetros, casi animación
LE
3D: una hormiga de plástico, blanca con lunares azules, que
no sé si vuelva a ver en la vida.
Bajé las escaleras, miré la cuneta, me fijé en la enorme
fila; las invasoras venían en correcta y torrencial formación
A
desde allá, desde muy lejos, desde el coñísimo de su madre, y
ni el movimiento ni el número de ellas se terminaba. Ni cien
R
tobos de combustible iban a acabar con esas diablas, y yo no
PA
***
116
CUADERNOS CALLEJEROS
A
cadáveres de los insectos que me azotaban. Los dos hablaron
al mismo tiempo, pero a los dos los oí por separado:
R
—Ay, señor Duque...
—¿Tú eres güevón?
TU
***
C
Sucede que entre los muchos rituales populares del pue-
LE
blo de Altamira se encuentra uno del que yo no tenía noticias:
de vez en cuando, en tiempo de lluvia, aparece una bandada
de hormigas cazadoras (así las llaman) en una casa cualquie-
ra. Este es un acontecimiento fortuito que algunas veces le
A
sucede a una casa y a veces a varias; a otras no les ocurre nun-
ca. En cualquier caso, es una bendición. Un súbito regalo de
R
la selva a los seres humanos que tienen aquí sus viviendas:
PA
117
JOSÉ ROBERTO DUQUE
A
***
R
Y sí, me siento mal, culpable, profundamente ignorante.
TU
Están los depredadores que cazan para comer y estamos los
que matamos porque le tememos a lo que no conocemos.
C
***
LE
Anoten los datos centrales del cuento: miedo, sentido de
la propiedad. De ser un carajo que defiende la causa de los
débiles me convertí de pronto en un amo con miedo; en un
A
propietario dispuesto a defender con violencia sus dominios.
Yo estoy haciendo una casa ahí en el territorio donde
R
ellas vivían primero. Aun así no vinieron a desalojarme sino
a hacerme tremenda segunda, pero del lado de allá lo que vi
PA
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CUADERNOS CALLEJEROS
A
ser más específico e intentar con algo como burro, zorra, co-
chino, gallina, gusano, chigüire o pato.
R
***
TU
Solos somos la gota y juntos el aguacero: aquello fue una
lección de trabajo colectivo. Táctica o estrategia que sirve
C
para la destrucción y también para la construcción.
LE
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119
A
R
Mayweather o la crisis de la industria
TU
del espectáculo
(2015)
C
D LE
esde que el milenario arte del teatro mutó hacia la te-
levisión y el cine (y luego a sus variantes marca inter-
net) algunas de las formas de divertir a los demás en
un espectáculo han florecido y caído en desuso, pero
A
siempre han mantenido unos códigos. En algunas de esas
R
actividades (casos del cine, el teatro, la lucha libre, algunos
programas de TV; por allá lejos la literatura) el espectador
PA
120
CUADERNOS CALLEJEROS
A
equipo callejero, municipio, estado, país o cultura. Venezuela
no necesita que la vinotinto vaya a un mundial o que Pastor
R
Maldonado termine una carrera sin chocar ese maldito carro,
pero parece que hay cosas que levantan la autoestima de los
TU
pueblos, y esas cosas hay que respetarlas.
Vinimos a hablar de boxeo, así que digámoslo de una
buena vez: en la bárbara antigüedad romana los esclavos
C
devenidos gladiadores peleaban y mataban a cambio de con-
LE
servar una vida precaria, mientras que en el avanzado y civi-
lizadísimo capitalismo industrial algunos de esos esclavos lo
hacen por millones de dólares (que luego derrocharán para
regresar sin remedio a una vida precaria). En otra variante
A
remota del mismo espectáculo los animales salvajes despe-
dazaban personas desarmadas o provistas de armas, para
R
solaz y excitación de una aristocracia enferma. Los gladia-
PA
***
S
121
JOSÉ ROBERTO DUQUE
A
(1940-1965), Robinson, de quien se dice que ha sido el mejor
peleador de todas las épocas, declaró haber acumulado una
R
fortuna de cinco millones de dólares. En 1974 Muhammad
Alí y George Foreman se ganaron cada uno esa cantidad por
TU
pelear poco más de veinte minutos; treinta y un años después
Mayweather y Pacquiao se acaban de repartir trescientos mi-
llones: el filipino por tratar de pelear con el norteamericano y
C
este por huir durante los doce rounds que duró el “combate”.
LE
Volvemos al espectáculo-espejo de nuestra miserable
formación capitalista: hablamos de Mayweather en tono de
burla y desilusión porque estamos entrenados para emocio-
narnos al ver a dos seres humanos cayéndose a coñazo limpio
A
o sucio. El gringo aplicó a cabalidad una regla universal del
boxeo, que consiste en pegar y no dejarse pegar, pero nues-
R
tra condición de espectadores de la violencia esperaba que
PA
122
CUADERNOS CALLEJEROS
A
la mesa a un pedazo de carne roja, sangrienta, ya que esto
mantenía en los seres humanos el instinto depredador vivo,
R
a flor de piel, esa cosa que necesitan los boxeadores y que es
alimento del “pundonor”. Recuerdo que esa fue la palabra
TU
que utilizó el entrenador.
Lo llamé “pundonor” hasta que di con el sustantivo co-
rrecto: “encarnizamiento”. La forma en que Roberto Durán
C
peleaba da pistas certeras sobre el significado exacto de la pa-
LE
labra. El que se encarniza es el opuesto exacto del “comeflor”,
y habrá que estudiar si esta otra palabra obedece solo a una
observación superficial de ciertas conductas relajadas o si de
verdad el forzarnos a ser vegetarianos termina por apaciguar
A
alguna bestia de los adentros.
Espejo-espectáculo: nos vemos en el vencedor porque
R
anhelamos ser el depredador y nunca la presa. Es fácil ex-
PA
***
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JOSÉ ROBERTO DUQUE
A
mente distintas el espectáculo del deporte por dinero, por
millonarias bolsas, el deporte-negocio. Hubo una etapa del
R
boxeo profesional en que los combatientes luchaban por algo
relacionado con el patriotismo y el honor, algo que parecía
TU
gallardo y grandioso así en el fondo también fueran miseria e
ignominia. Esto se ha ido deteriorando y envileciendo a una
velocidad monstruosa.
C
Caso Mayweather: cuando a un señor lo presentan como
LE
al “mejor boxeador del planeta” y el hombre termina dando
una lección de danza contemporánea para no dejarse lastimar
el rostro, está rompiendo uno de aquellos códigos del espec-
táculo de los que hablábamos arriba: los ídolos del deporte y
A
sus hazañas tienen que ser reales, patentes y convincentes.
¿Somos enfermos espectadores sedientos de sangre? Lo so-
R
mos: el que se lleva los dólares, la fama y la “gloria” aceptó
PA
124
A
R
Sobre la comunidad que decidió comer
TU
potaje gratis
(2015)
C
E LE
n una carretera de Barinas, que recorro varias veces a la
semana, hay un caserío llamado Vega del Puente. Desta-
can en la orilla de la vía unos gaviones (esas estructuras
de piedra sujetada por redes de alambre que evitan o
A
contienen los derrumbes). Pasé el viernes en la mañana por
R
ahí y vi a unas personas montadas en el piedrero recogiendo
algo. Seguí de largo, pero cuando regresé de mis diligencias
PA
en un piedrero infame.
Una tapirama, para no darle más vueltas cientificistas a
la cosa, es una especie de caraota silvestre, una leguminosa
que crece como monte y en efecto es monte. Un grano que
S
125
JOSÉ ROBERTO DUQUE
A
Una de las tapiramas encontradas aquí la conocía; es tapi-
rama negra, muy parecida a esa caraota comercial que llevan
R
los pabellones. La otra es para mí una novedad: una tapirama
muy parecida a la paspasa “vaquita”, popular en Sanare, pero
TU
no es una paspasa sino una tapirama.
Me bajé y les caí a preguntas a algunos habitantes, y los
titulares son estos: la enfermera del dispensario del caserío,
C
que vive en Barinitas y se llama Eloísa, recogió esas semillas y
LE
las llevó a la comunidad. Se las dio a varias familias para que
procedieran a sembrarlas, y varias de ellas tienen su moño
de caraotas en el patio, en la jardinera, en las áreas comunes.
A ***
R
Una coñita de cuatro años, llamada Chiquinquirá, aga-
PA
126
CUADERNOS CALLEJEROS
A
a esas personas que eso que estaban haciendo es la cosa más
importante que pueden hacer las comunidades de este país,
R
que si todos los venezolanos estuviéramos haciendo esto no
habría especulación ni escasez. Me miraron extrañados, así
TU
como diciendo “ah verga y a este loco qué le pasa”, pero no
importa, ya les explicaré con más calma. Sé que entenderán
mejor cuando les diga que si todo el mundo hiciera eso que
C
ellos hacen derrotaríamos el mecanismo y la clase criminal
LE
que han permitido que la comida no sea un derecho humano
sino una mercancía, y bien cara.
Matas nobles como ellas solas: nacen en cualquier piedre-
ro vil, son atacadas por insectos y sin embargo cargan varias
A
veces al año.
Agarré a siete vecinos del caserío La Quinta (diez kilóme-
R
tros más arriba), a quienes estoy adiestrando para que escri-
PA
periodistas.
PD
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JOSÉ ROBERTO DUQUE
A
sin andar reclamando títulos o denominaciones, nos lleva
una morena●
R
TU
C
LE
A
R
PA
LO
SO
S
PD
128
A
R
La rebelión de Nuevo Callao
TU
y el poblado posible
(2017)
C
LE
Para llegar a la historia
A
quí tuvo lugar uno de los hitos más importantes de
A
las luchas mineras en Venezuela: la rebelión de Nue-
vo Callao (1995). En este tiempo de transformación de
R
la actividad minera en nuestro país es pertinente revi-
PA
129
JOSÉ ROBERTO DUQUE
A
El municipio Sifontes del estado Bolívar es un territo-
rio con una historia de luchas populares y numerosos en-
R
sayos de organización social y política. Por eso, los planes
de humanización y dignificación de la actividad minera
TU
son un proyecto realista y posible: allí donde el fascismo y
la ignorancia se empeñan en ver salvajes, hay en realidad
seres humanos con el talento y el impulso de vivir de otra
C
forma, conservando y humanizando su actividad económi-
LE
ca primordial.
En esta primera entrega se arrojan luces sobre un con-
texto histórico y sobre el espacio geográfico, una visión ini-
cial necesaria para entender la enormidad del trabajo hecho
A
por la gente, cuando expropiar empresas no era una política
de Estado sino una gesta heroica de pueblos.
R
PA
***
tación del caucho llegó a ser mucho más rentable que la del
oro, más o menos hasta mediados del siglo xx. Era una acti-
vidad ruda, que podía llegar a ser cruel e inhumana.
A los hombres, miles de hombres, que venían a extraer
SO
130
CUADERNOS CALLEJEROS
A
Todavía se pueden ver, en la vía que va desde la comuni-
dad kariña Los Guaica hasta Pueblo Viejo (centro fundacional
R
de Nuevo Callao), e incluso más adentro entre las actuales
minas de oro, algunos de esos árboles centenarios, objeto de
TU
explotación. Les haces un pequeño corte levantando la corte-
za y la leche del caucho vuelve a fluir.
Marcos Rivero y Luis Gerónimo Marcano conservan algo
C
más que el simple cuento/testimonio de los viejos: el prime-
LE
ro vio muchas veces al pasar algunos de aquellos canales re-
colectores incrustados en los árboles, pero cuando adquirió
conciencia del valor patrimonial de esos objetos fue a ver si
recuperaba alguno y ya no quedaban rastros. Marcano tuvo
A
más sentido de la oportunidad y conserva una “espuela”, im-
plemento que los pulgueros se colocaban a la altura de los
R
tobillos para ayudarse a trepar por los troncos hasta arriba.
PA
131
JOSÉ ROBERTO DUQUE
A
la orilla del río Botanamo hasta la sede del plantel ubicada
a unos dos kilómetros. Ahora ese corto trayecto se hace
R
por picas y caminos.
Tumeremo queda a unos sesenta kilómetros de Nuevo
TU
Callao, pero por ese intento de carretera (una pica, en el len-
guaje popular de los lugareños) puede uno invertir hoy entre
una hora y media y doce horas, dependiendo de las condicio-
C
nes climáticas, las del terreno y las del vehículo en que uno se
LE
mueva. A mediados de noviembre de 2017 hicimos el trayecto
en casi cinco horas. Es tiempo de lluvias esporádicas y pasa-
jeras y esa escasa agua es suficiente para llenar el camino de
lagunas, repentinas trampas de arcilla, huecos formidables
A
que la Toyota sortea ayudada por el güinche y sus aliados,
los muchos árboles del entorno. Si uno viaja al descubierto
R
en la parte trasera, la faena se agradece si uno va dispuesto a
PA
132
CUADERNOS CALLEJEROS
A
se hayan enterado de que hubo un baile brasileño de moda
en toda América los años ochenta, solo tienen que buscar los
R
videos: aquello era una faena hipnotizante en que las garotas
agitaban cintura, cadera y culo en un despliegue maravilloso
TU
de sensualidad. Vaya y mire los videos: así mismo se menean
las Toyotas llenas de gente y mercancías al pasar por esa parte
de la ruta.
C
Unos kilómetros antes de llegar al río Botanamo (río que
LE
es preciso cruzar en chalana artesanal, esperar que la Toyota
haga lo mismo y proseguir) los mejor informados informan:
“Debajo de la carretera, en esta curva, aparecieron enterra-
dos varios cadáveres el año pasado. El helicóptero donde
A
vino la fiscal general aterrizó en este punto y aquí mismo
uno veía botadas las batas, guantes y mascarillas que usaron
R
los forenses”.
PA
133
JOSÉ ROBERTO DUQUE
A
están, entonces, en medio de una selva espléndida, remota y
peligrosa en muchos sentidos.
R
TU
La rebelión de 1995
C
lión de Nuevo Callao, un vehículo avanza por la Troncal 10,
LE
la carretera que conduce a Upata con el eje Guasipati-El Ca-
llao-Tumeremo-Gran Sabana, ese territorio lleno de oro y de
gente luchadora. En las alcabalas se ha redoblado la vigilancia
y el celo con todo lo que se desplace por allí, debido al tremen-
A
do impacto que ha causado la expulsión de una corporación
inglesa por parte de un grupo de mineros y revoltosos. En una
R
de las alcabalas, uno de los guardias se detuvo durante más
PA
***
SO
134
CUADERNOS CALLEJEROS
A
noventa por un pequeño ejército privado de criminales apo-
yados por la Guardia Nacional, por el solo acto de meterse a
R
ese territorio, que queda en Venezuela pero que era propie-
dad de una empresa transnacional, y buscar unos gramos
TU
de oro para medio ensayar la sobrevivencia de una familia.
En la década de los ochenta un gramo de oro valía apenas
real y medio (0,75 bolívares), y esto no alcanzaba sino para
C
resolver el desayuno muy modesto de una persona. En otra
LE
entrega se analizará la evolución y algunos datos compara-
tivos del precio del oro; de momento, limitémonos a retener
el detalle, muy revelador, de que para obtener un gramo de
oro de una veta a veces es preciso remover cientos de ki-
A
los de material (mayoritariamente cuarzo). Transportar esa
enorme cantidad fuera de los inmensos territorios de “los
R
gringos”, que así llamaban en Tumeremo y sus alrededo-
PA
135
JOSÉ ROBERTO DUQUE
A
Luis Gerónimo Marcano, un trabajador venido a Tume-
remo desde Cocollar, en el estado Sucre, para ese entonces
R
tenía poco más de treinta años; hoy tiene cincuenta y cinco
años y se ha convertido en una especie de cronista no oficial
TU
del poblado. Lo llaman “El Tío” y es uno de los pocos funda-
dores del caserío que aún se mantienen en el lugar. Recuer-
da que “los gringos” les pagaban a varios mineros un sueldo
C
mensual de setenta y cinco mil bolívares; se trabajaba vein-
LE
tiún días al mes por ocho días libres. “Había una alcabala
como una hora antes de llegar al río Botanamo, y hasta ahí
podía llegar la gente que no trabajaba en la mina. Tenían
unos vigilantes armados y apoyo de la Guardia Nacional”.
A
El sentimiento de rencor ante los abusos de “los grin-
gos” y capataces de estos propietarios era creciente. Tume-
R
remo estaba lleno de gente que vivía de la minería o que
PA
trabajo minero.
José Lacourtt, proveniente de Güiria, cuenta que du-
rante los días decisivos, cuando ya había suficientes hom-
bres del pueblo dispuestos a ingresar a las instalaciones y
S
136
CUADERNOS CALLEJEROS
A
veintidós años, pero ya tenía suficiente bagaje político, sabía
cómo agitar y enardecer multitudes con el verbo, y había es-
R
tado en contacto con factores para ese momento catalogados
como “extremistas”: era uno de los hombres con que contaba
TU
en Bolívar el movimiento emergente alrededor de Hugo Chá-
vez Frías. “Éramos clandestinos todavía, el comandante aca-
baba de salir de la cárcel y la gente nos recomendaba que nos
C
presentáramos como militantes de La Causa R, que para ese
LE
momento era afín a los movimientos revolucionarios y tenía
la ventaja de que era un partido legal”. Franco, nacido y cria-
do en Guasdualito, estado Apure, estaba metido de lleno en
la efervescencia del movimiento que cobraba forma en Tume-
A
remo, cuando el día 5 llegó la noticia decisiva: un trabajador
que había sido capturado por “los gringos” enfermó de palu-
R
dismo en la prisión que estaba dentro de la empresa, y luego
PA
137
JOSÉ ROBERTO DUQUE
A
ludismo”. Héctor debió guardar reposo y reincorporarse días
después a la fundación de Nuevo Callao.
R
Cruzaron el río, recorrieron el trayecto que los separaba de
Rancho de Zinc, el campamento residencial de los ingleses, y allí
TU
fueron recibidos a plomo. A plomo respondieron los trabajado-
res en una corta batalla, que terminó al percatarse los gringos de
la enorme cantidad de gente que venía contra ellos. Los ingleses
C
fueron sometidos y desarmados. Comenzó entonces a concre-
LE
tarse la entrega de territorios al pueblo organizado, por parte de
la transnacional. Esto, en un tiempo en que las transnacionales
y el Estado venezolano formaban una sólida alianza contra toda
iniciativa levantisca. Llegaron los guardias nacionales dizque “a
A
poner orden”, pero fueron los trabajadores los que decidieron
qué cosa significaba eso de “orden” de entonces en adelante.
R
Al frente de este movimiento se encontraba, entre otros
PA
existe o no tiene valor: “El mayor Panfill dijo, cuando las dos
partes estuvieron de acuerdo en la entrega: ‘Para mí, lo que
se acuerde aquí es válido’; es decir, que le estaba dando valor
a la palabra empeñada”.
138
CUADERNOS CALLEJEROS
A
racas, en medio de una rebelión de gente en la selva?”, re-
plica Néstor Perlaza, militante de movimientos sociales de
R
Caracas que por esos días se instalaba en Tumeremo para
hacer un registro de las luchas mineras. “Había que dejar
TU
constancia ante la Guardia Nacional de la devolución de
las armas decomisadas a los gringos. William hizo eso para
evitar una culebra mayor, ya que además de la toma le iban
C
a poner los cargos a los mineros de robo y posesión ilícita
LE
de armas”.
La gente de Nuevo Callao ha querido agregarle un cie-
rre de leyenda al episodio: dicen que cuando uno de los
“gringos” más despreciados era sacado del lugar custodia-
A
do por la Guardia, William Padilla cogió impulso y le me-
tió un patadón tan fuerte en el trasero que después hubo
R
que sacarle con esfuerzo la bota de obrero, atascada entre
PA
los glúteos.
Que se sepa, es la primera y única vez que un movimien-
to popular venezolano expulsa una transnacional y dispone
de sus instalaciones, sin más trámite que el enérgico acto
LO
139
JOSÉ ROBERTO DUQUE
***
A finales de mayo de 1995, días después de la toma-re-
A
belión de Nuevo Callao, un vehículo avanza por la Troncal
10, la carretera que conduce a Upata con el eje Guasipati-El
R
Callao-Tumeremo-Gran Sabana, ese territorio lleno de oro y
de gente luchadora. En las alcabalas se ha redoblado la vigi-
TU
lancia y el celo con todo lo que se desplace por allí, debido al
tremendo impacto que ha causado la expulsión de una cor-
poración inglesa por parte de un grupo de mineros y revol-
C
tosos. En una de las alcabalas, uno de los guardias se detuvo
LE
durante más tiempo de lo normal a observar dentro del ca-
rro, a cada uno de los cuatro viajeros. Hasta que uno de los
ocupantes dijo: “Este caballero que está aquí es el nuevo pá-
rroco de San Miguel, lo llevamos para que se encargue de la
A
parroquia”. El efectivo le pidió la bendición al cura y este lo
bendijo con la señal de la cruz. Cuando el carro avanzó unos
R
metros, estallaron las carcajadas: el falso cura era un Hugo
PA
La fundación
S
PD
140
CUADERNOS CALLEJEROS
A
pasar cada vez que se corre la voz de que fue encontrado un
nuevo yacimiento, con la diferencia de que esta vez no se tra-
R
taba de una veta recién descubierta. Se trataba de un sistema
de minas activas y por descubrir expropiadas por el pueblo
TU
organizado a una empresa depredadora, que en su afán de
ejercer dominio pleno sobre diecisiete mil hectáreas de terri-
torio no permitía el paso ni el ejercicio de ninguna actividad
C
a venezolano alguno.
LE
La otra diferencia era que los activistas y fundadores de
la comunidad tenían una visión distinta a la de la mayoría de
las zonas mineras. Por lo general alrededor de las minas se
forman comunidades provisionales, sin vocación de perma-
A
nencia; más bien campamentos portátiles y transitorios que
son abandonados cuando merma la producción y se termina
R
la “fiebre” del oro. En el caso de Nuevo Callao el sentimien-
PA
141
JOSÉ ROBERTO DUQUE
A
por una carretera de tierra; en esa época no eran muy distin-
tas las condiciones.
R
Durante los primeros meses de la fundación hubo inten-
tos de desalojo por parte de los cuerpos de seguridad del Es-
TU
tado, alegando que había demasiadas personas poblando las
riberas de un río, y esto era considerado un crimen ambien-
tal (“crimen ambiental” a poca distancia de donde funciona-
C
ba un monstruo que devastó por años la zona selvática). El
LE
río Botanamo va a desembocar al Cuyuní.
La tensión entre los pobladores y las autoridades era per-
manente, pero el poblado comenzó a cobrar forma poco a
poco, con más organización y criterio de comunidad que un
A
campamento minero común y corriente. Había una escuela
en la zona de Rancho de Zinc, y los niños y la única maestra
R
eran llevados desde Pueblo Viejo hasta la sede de la escuela
PA
142
CUADERNOS CALLEJEROS
A
trabajadores de la pequeña y mediana minería.
R
Lo que dejaron los “gringos”
TU
El campamento y zona de explotación de la Greenwich
Resources había requerido el arrase de buena parte de la ve-
C
getación circundante, por razones operativas: utilizaron la
madera para construir casas y para mover los molinos y otra
LE
maquinaria industrial, que era a vapor. Ha sido lenta pero
sostenida la recuperación del bosque; ya las zonas donde se
levantaban las casas de los “gringos” y algunos equipos aban-
A
donados pueden verse semicubiertos por la vegetación, y ape-
nas pueden verse vestigios de las fundaciones.
R
Los actuales pobladores también han hecho sus casas de
madera. Todas están hechas de madera y techos de zinc. No
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a aflorar el oro.
No había dinero en esa alborada de Nuevo Callao; las
transacciones se realizaban en oro. El oro como valor de
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JOSÉ ROBERTO DUQUE
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ma) la unidad menor; un gramo de oro está dividido en diez
“puntos” (es decir, cada una de las diez partes en que se di-
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vide un gramo es un punto). El peso de un punto es el de un
fósforo; puede verificarse esta equivalencia en una balanza
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manual o electrónica. Rubén Sierra vendía catalinas, queso
y otros alimentos y cobraba en puntos de oro. Lo mismo “El
Gocho” Pedro Ruiz, que traía helados desde Tumeremo e iba
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de casa en casa y de barranco en barranco cambiando su
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mercancía por partículas de oro.
La exploración inicial de lo existente fue ardua y a ratos
mortal. Tres hombres bajaron sin protección a explorar una
galería abandonada y caminaron sobre gruesas capas de gua-
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no de murciélago. A los pocos días dos de ellos fallecieron,
presumiblemente de una enfermedad respiratoria, después
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de ponérseles la piel amarilla●
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