Hria de La Iglesia Antigua
Hria de La Iglesia Antigua
Hria de La Iglesia Antigua
Según la visión soteriológica del Nuevo Testamento, Jesús apareció "cuando llegó la
plenitud de los tiempos". El anhelo del Mesías estaba muy vivo en el judaísmo del
tiempo, por motivos religiosos y políticos:
Arquelao fue depuesto en 6 a.C. por Augusto, quien dio un nuevo régimen a la región: la
administración fue dada a procuradores romanos (que residían en Cesarea) y los asuntos
internos de los judíos eran resueltos por el Sanedrín.
El mundo judío mantuvo con tenacidad sus peculiaridades características religiosas, cuyo
centro era el monoteísmo: tenían una concepción propia de la historia, guiada por el Dios
Yahvé, que se había revelado como su Señor. Esta fe conformaba la vida cotidiana de los
judíos, fe que venía fortalecida por la esperanza en la venida de un Salvador: el Mesías,
que debería erigir en Israel el Reino de Dios. Esta fue la fuerza de resistencia más grande
del pueblo en momentos de amenaza para su existencia. La idea mesiánica revistió pronto
características demasiado terrenas, aunque nunca faltó una idea de misión esencialmente
religiosa.
La fidelidad a la Ley empujó a un grupo, los esenios, a aislarse de la vida pública. Las
excavaciones realizadas en Qumram desde 1947 han dado nueva luz sobre su identidad.
Sus inicios están en tiempos de los Macabeos, y su apogeo a principios del I siglo a.C.
Abominaban el enriquecimiento de los jefes del pueblo con el dinero de los paganos;
consideraban el Templo como contaminado, por la relajación de los sacerdotes. Ello trajo
consigo que se sintieran un "resto santo" de Israel, separado del resto de los grupos
religiosos de la nación. Los esenios se constituyeron en comunidad separada, gobernada
por un "Maestro de justicia", siguiendo una observancia radical de la Ley; creían
inminente el final de los tiempos, que traería consigo una lucha entre hijos de la luz
(=esenios) y de las tinieblas.
El centro monástico de los esenios en Qumram fue destruido por los romanos el 68 d.C.,
desapareciendo rápidamente la clase esenia.
Una importancia decisiva para la difusión del cristianismo tuvo la diáspora judía. Desde
el siglo VIII a.C., el judaísmo se había difundido en Asia Menor y mundo mediterráneo.
Los grandes centros culturales helenísticos ejercieron una especial fuerza de atracción:
importantes colonias judías se encontraban en Antioquía, Roma y Alejandría.
La diáspora tuvo una gran importancia para la primera misión cristiana: Le aportó la
LXX, que será la Biblia del joven cristianismo; las sinagogas serán el punto de partida de
la predicación, encontrando "prosélitos" y "temerosos de Dios" abiertos a su mensaje,
hecho que fue causa de enfrentamiento entre judaísmo y cristianismo.
CAPITULO II
JESÚS DE NAZARETH Y LA IGLESIA
Las fuentes que dan noticia de esta vida y de su significado para la Iglesia son de
naturaleza muy particular. Por una parte existen algunas noticias de fuente pagana y
hebrea, de gran importancia para probar la existencia histórica de Jesús. Por otro, las
escrituras del Nuevo Testamento, y especialmente los tres evangelios más antiguos, los
Hechos de los Apóstoles y algunas cartas de san Pablo, reproducen la imagen viva en las
mentes y en los corazones de sus primeros seguidores, cuando éstos, tras la Ascensión de
Jesús, lo predicaron como el Mesías crucificado y resucitado. Esta imagen lleva el sigilo
y la forma puestos por la necesidad de la predicación apostólica y de la fe que la sostenía.
Pero esto no debe llevar a un escepticismo sobre la posibilidad de conocer el Jesús terreno
e histórico. Sin componer una "biografía de Jesús", estas fuentes se refieren a su vida,
cuentan hechos, eventos, acciones y palabras particularmente significativos para la
predicación sobre él, atestiguando al mismo tiempo que son datos históricos importantes
sobre su vida. Los documentos de la predicación apostólica tratan de testimoniar que
Jesús es el Cristo; con la cautela que recomienda la crítica histórica, es siempre posible
presentar algunos hechos que servirían para realizar un bosquejo biográfico de Jesús.
Jesús no predica una religión individual, sino comunitaria: En torno a él se forma una
comunidad, que es formada como tal por él, en vista de su crecimiento. Jesús mismo
llama a esta comunidad "su Iglesia", y reivindica como propia su fundación (Mt. 16,18).
De sus seguidores, Jesús escoge a doce, para darles un rol especial dentro de la
comunidad, el de "enviados" (=apóstoles). Su misión es predicar el Reino de Dios. De
entre ellos, Pedro será la roca sobre la que se apoyará la fundación de la Iglesia.
Con la muerte y resurrección de Jesús, la Iglesia está fundada; su vida histórica comienza
con la venida del Espíritu Santo. La crucifixión de Jesús sucedió el 14 o 15 Nisán de un
año entre el 30 y el 33 de la era cristiana. A los tres días resucitó y se apareció a sus
discípulos, hasta que ascendió a los cielos.
CAPITULO III
LA PRIMITIVA COMUNIDAD DE JERUSALÉN
Las noticias más importantes sobre la primitiva comunidad cristiana las tenemos en los
siete primeros capítulos de los Hechos, aunque con lagunas, ya que el fin del autor es
mostrar cómo el Evangelio se convierte en un mensaje que, de los judíos, pasa a
extenderse a los gentiles, con Pablo como primer protagonista de esta misión.
El éxito inquieta a las autoridades judías: Pedro anuncia ante ellos el mensaje de Jesús.
Aumenta siempre más el número de fieles. Los apóstoles organizan la atención a la
comunidad. Instituyen los diáconos. Empiezan las tensiones entre helenistas y judeo
cristianos de Palestina. La muerte de Esteban fue la señal de una persecución que se
abatió sobre la comunidad de Jerusalén, golpeando sobre todo a los cristianos helenistas.
Mientras que los apóstoles quedaron en Jerusalén, muchos cristianos huyeron, predicando
el evangelio en Judea y Samaria: las muchas conversiones allí logradas, hicieron que
Pedro y Juan visitaran a estos nuevos cristianos para imponerles las manos, predicando al
mismo tiempo en Samaria.
Cesada la persecución, vino un corto tiempo de paz; la persecución comienza otra vez:
Herodes Agripa hizo arrestar a Pedro y Santiago el Mayor: éste último fue decapitado (42
o 43). Pedro dejó Jerusalén. La guía de la comunidad de Jerusalén pasó a Santiago el
Menor, que durante unos 20 años desarrolló allí una gran actividad; fue martirizado en el
año 62. La catástrofe que supuso para Jerusalén la sublevación de los años 66-67, hizo
que la comunidad cristiana emigrara a oriente del Jordán, estableciéndose en la ciudad de
Pella.
Secta de los nazarenos (é tón nazarión airésis) era llamado por los judíos el grupo de los
seguidores de Jesús (Hch. 24,5), por haberse constituido como comunidad en Jerusalén,
bajo el nombre de Jesús de Nazareth; comunidad (ekklesía) es el nombre que se dan a sí
mismos los judeocristianos: la fe de este grupo les lleva a unirse en una organización de
carácter religioso, resultando una comunidad.
Se trata de una sociedad organizada, en que no todos los miembros tienen la misma
posición: hay diversas personas y diversos órdenes de personas, a los que en la vida de
comunidad se les encargan deberes y funciones diversas, que son asignados por una
autoridad superior.
En primer lugar se encuentra el Colegio Apostólico: la Iglesia primitiva siente como
intocable el número de doce para estos hombres, por ello, tras la defección de Judas,
siente el deber de completar el número, eligiendo a Matías, dejando a Dios tal elección.
El deber del apóstol es dar testimonio de la vida, muerte y resurrección de Jesús; dirigir
las celebraciones cultuales; administrar el bautismo; presidir la sagrada cena; imponer las
manos para consagrar algunos miembros para deberes particulares.
Entre los miembros del Colegio, Pedro ocupa un puesto de guía: dirige la elección de
Matías, es portavoz de los discípulos en Pentecostés, predica con ocasión de la curación
del cojo, portavoz del Colegio ante los ancianos y escribas, ante el Sanedrín; es juez en el
caso de Ananías y Safira, y en el de Simón Mago; sus visitas a los "santos" fuera de
Jerusalén, revisten el carácter de visita canónica. Su decisión de bautizar al pagano
Cornelio asume una importancia normativa para el futuro; Pablo va a Jerusalén para
consultarlo, tras su conversión, ya que de él dependía la acogida de Pablo en la
comunidad. Todos estos aspectos se comprenden a la luz del mandato del Señor (Mt., Lc.
y Jn.) a Pedro de confortar a los hermanos y de apacentar la grey de Cristo.
Una segunda institución es la de los diáconos, siete hombres que colaboraban con los
apóstoles, sirviendo las mesas de los pobres de la comunidad. El conferimiento de la
carga sucede por la oración e imposición de manos de los apóstoles. Uno de ellos,
Esteban, es protagonista de la controversia cristológica con los judíos; Felipe predica
entre los samaritanos. En los Hechos, a estos siete no viene dado un nombre específico,
aunque sí a su actividad: diakonéin (=servir) (6,2).
Sólo una vez aparecen los profetas (profetái) (15,32) en lo que respecta a la iglesia de
Jerusalén: son Judas (llamado Bársabas) y Silas, que son elegidos y mandados a
Antioquía para que comuniquen a los cristianos las decisiones del concilio de los
apóstoles.
Esto muestra que en la Iglesia primitiva, existe ya una distinción entre miembros de dos
categorías: los órdenes de personas consagradas con un rito religioso con especiales
funciones dentro de la comunidad, y la gran masa de fieles.
El evento que crea la unión de los discípulos de Jesús en una única comunidad, la
resurrección, es el elemento base de la fe religiosa de la que vive la Iglesia primitiva y el
centro de la predicación apostólica: debe ser recibido con fe por todos aquellos que
quieran adherirse al Evangelio. Este hecho de la resurrección viene confirmado,
corroborado y profundizado con la bajada del Espíritu Santo el día de Pentecostés: desde
este momento, la predicación apostólica adquiere una dirección unívoca y extrema
claridad; los apóstoles pondrán de relieve la decisiva novedad que les separa de la fe de
los judíos: esa novedad es que el Resucitado es Jesús de Nazareth, resucitado por Dios.
La joven Iglesia está convencida de que es el Espíritu Santo quien confiere aquella fuerza
singular, íntima y sobrenatural, que anima a los fieles, a los apóstoles y a toda la Iglesia
primitiva.
Otros dones que la Redención obrada por Jesús ha aportado a los fieles de la Iglesia
primitiva son la vida (eterna) y la pertenencia al Reino de Dios: en la conciencia de la
Iglesia primitiva, no son realidades aún completas, sino que se cumplirán en la parusía del
Señor; por eso, la comunidad pedirá insistentemente su llegada.
Los cristianos de Jerusalén "eran perseverantes... en la fracción del pan" (Hch. 2, 42):
celebración eucarística en las casas de los fieles, en el primer día de la semana. Día de
ayuno, viernes (muerte del Señor) y miércoles. Nace la semana cristiana.
Al final del I siglo a.C. se devalúa el antiguo politeísmo griego y la específica religión de
la antigua Roma. En Grecia influyó negativamente la crítica racionalista de las
divinidades, que se afirmó en las diferentes escuelas filosóficas, especialmente la Stoa y
los epicúreos. En vez de los dioses de Homero había entrado la doctrina monística de la
Stoa, que admitía la providencia divina y el logos como "razón del mundo", que
compenetra y ordena todo el universo; pero no aceptaba un dios personal y trascendente.
Epicuro creía en un mundo determinado por las leyes físicas, sin dejar puesto a la
mitología ni a un Dios que guiase personalmente el mundo. El evemerismo trató de
explicar históricamente la fe mítica en los dioses, interpretando la figura de cada dios
como eminentes figuras del pasado, a las que poco a poco se fue divinizando: ello
contribuyó a deprimir aún más el sentido de divinidad en el mundo griego. Eran
movimientos dentro de la clase culta, pero que influían en el pueblo.
La decadencia de la religión griega clásica fue agilizada por los desarrollos políticos en el
Mediterráneo oriental, al disolverse las ciudades-estado y con ellas sus cultos religiosos.
Las ciudades helenistas de oriente atraían a muchos griegos, con lo que la madre patria se
empobrecía de gente, y muchos santuarios caían en la ruina. Al mismo tiempo, la
helenización de oriente trajo consigo un influjo de las religiones orientales en el culto y
las ideas griegas, y viceversa.
En este proceso de disolución se vio envuelta también la antigua religión romana. Desde
la segunda Guerra Púnica se dio una helenización de los cultos romanos, que se expresó
en un aumento de los templos dedicados a divinidades griegas y de sus estatuas en suelo
romano. Esta helenización de la religión tuvo lugar a través de la Magna Grecia (=sur de
Italia) y del poderoso influjo de la literatura griega en la romana. El teatro se encargó de
hacer conocer al pueblo la mitología griega; con ello se produjo un retroceso de los
antiguos cultos romanos, retroceso aumentado al entrar en Roma el culto de las
divinidades orientales: Cibeles, Mitra, Belona (procedente de Capadocia) e Isis. La
filosofía estoica penetró también entre las clases altas de la sociedad, con su crítica
destructiva de los dioses y su determinismo, hecho que influyó en detrimento, tanto de las
prácticas religiosas públicas como de las familiares.
Augusto, una vez alcanzado el fin de asumir en sí todos los poderes, buscó poner un freno
a la decadencia religiosa y moral de su pueblo, reconstruyendo la religión de estado y una
convicción que la sostuviese. Este intento falló, aunque reorganizó los antiguos colegios
sacerdotales y restauró los santuarios y fiestas religiosas casi olvidados. Pero la íntima
sustancia religiosa era ya demasiado escasa para que pudiera calar en el corazón de los
romanos.
Ya Alejandro y sus sucesores, con la aportación de elementos del culto griego de los
héroes y del estoicismo (con su idea sobre la preeminencia del sabio), impusieron honores
cultuales a la monarquía helenista, que pasaron a los Diadocos del Asia anterior, a los
Tolomeos de Egipto y a los Seleúcidas, con títulos como "Sóter", "Epífanes" y "Kyrios".
Se afirmó la idea cultual de que el soberano era la manifestación visible de la divinidad.
En Roma, durante la República, el poder fue venerado en la diosa Roma, honrada con
templos y estatuas.
Augusto empezó por hacerse erigir estatuas y templos junto con la diosa Roma, en las
provincias de Oriente, sin rechazar honores cultuales ofrecidos por ciudades y provincias.
Mientras, en Roma, las formas de este culto debían ser más discretas. Aquí, sólo tras su
muerte, el Senado decidió proceder a su consecratio, o sea, introducirlo entre las
divinidades. Ya había recibido el título de Augusto, con resonancias sacras. En el curso
del I siglo a.C., algunos emperadores abandonaron la prudencia de Augusto y pidieron a
Roma que se les tributaran honores divinos estando aún vivos, lo que trajo una cierta
devaluación de dicho culto.
Los cultos mistéricos comenzaron a conquistar el mundo clásico tras las conquistas de
Alejandro. Los más prontos a acogerlos fueron los griegos de la costa del Asia Menor,
que los propagaron en Occidente. Estos cultos, por su contenido y forma, no tienen un
carácter exclusivo, sino que se compenetran con las formas de religión helena, formando
un cierto sincretismo religioso. Tres son los focos de donde las religiones mistéricas
pasan a Occidente: Egipto, Asia Menor y Persia.
El centro del culto egipcio están Isis y Osiris. Isis era honrada con una procesión anual, se
había convertido en la Magna Dea, que había aportado a la humanidad la civilización y la
cultura. Su marido, Osiris, era el antiguo dios de la vegetación, que muere y resucita con
la siembra y la cosecha de los cereales. En el período tolomaico, Osiris fue suplantado por
Serapis, una creación de Tolomeo I, que quería la unidad religiosa de sus súbditos
egipcios y griegos: por ello, Serapis viene asociado a Isis, y recibe características propias
de Zeus y Asclepio.
Asia Menor es la patria del culto a la gran madre Cibeles, la diosa de la fecundidad. Su
culto se difundió en el mundo helenístico, y en 204 se introdujo en Roma. El amante de
Cibeles, Attis, fue venerado junto con ella, dando lugar a un culto mistérico salvaje y
orgiástico, con un cuerpo sacerdotal a su servicio: el de los "Galos". Un culto muy similar
es el proveniente de la ciudad de Byblos (Siria), hacia Atargatis (diosa de la naturaleza) y
su esposo Adonis, festejado anualmente con motivo de su muerte y vuelta a la vida.
Estos tres cultos mistéricos, tan similares (Isis-Osiris, Cibeles-Attis, Atargatis-Adonis)
revelan cómo el sentimiento del hombre antiguo se encontraba dominado por la tragedia
de la muerte y por el deseo de la resurrección, representado en los tres dioses varones.
Fue este aspecto, esta respuesta, lo que hizo que estas religiones tuvieran buena acogida
en Roma y Grecia, donde la religión tradicional no ofrecía ninguna respuesta a estos
interrogantes.
Representaciones del más allá dominaban también el culto mistérico de Mitra, que se
manifestó también con mayor fuerza sólo cuando el cristianismo se había consolidado ya
externa e internamente. Este culto tiene su origen en Persia, se perfecciona en Capadocia
y se propaga por Oriente y Occidente, encontrando una extraordinaria acogida en Roma.
Se trataba de un culto masculino, cuyos adeptos eran mayoritariamente soldados
romanos. Su figura central era Mitra, dios persa de la luz, el cual rapta un toro puesto bajo
la potestad de la luna, y lo mata por mandato de Apolo. El aspirante debía pasar por siete
grado de iniciación hasta ser perfecto discípulo de Mitra. Tenían gran importancia los
banquetes rituales.
La gran masa de pueblo se dirigía a las esferas más bajas de la superstición, que siempre
habían encontrado una mayor difusión y heterogeneidad.
En la cima estaba la ciencia astrológica, que daba a las estrellas un determinado influjo
sobre el destino humano. Gran importancia tuvo la escuela astrológica de Coo, fundada
en 280 a.C. Gran importancia tuvo el hecho de que la filosofía estoica se pusiera de parte
de la astrología, al considerar el determinismo que pesa sobre el desarrollo del mundo.
Una vía de salida para el destino dado por las estrellas era la magia, que por medio de
prácticas misteriosas se empeñaba en sujetar el poder de los astros. Estas formas de
superstición venían de oriente, en que se mezclaban instintos primordiales del hombre,
angustia, odio, morbo y escalofrío. La creencia en la magia tiene como presupuesto el
fuerte temor de los demonios, que desde el IV siglo a.C. se difundió por el mundo heleno:
el mundo entero estaría lleno de demonios, extraños seres entre los dioses y los hombres,
de los cuales son muchos los que quieren perjudicar al hombre, pero cuyo poder puede
venir conjurado con la magia.
General era también la fe en los milagros, sobre todo en recuperar la salud perdida. Así se
explica la gran expansión del culto al dios médico ASCLEPIO, cuyos templos eran
centros de peregrinaciones.
Este panorama ofrecía obstáculos al naciente cristianismo: era demasiado grande el
contraste entre el culto al emperador y a un condenado a muerte; era peligroso hacer
frente al culto de estado; era "absurdo" contraponer las exigencias del Evangelio al
desorden moral de las religiones orientales. Pero también es cierto que facilitó la acogida
de la nueva religión el sentido de vacío provocado por la caída de las religiones
tradicionales. El nuevo mensaje podía atraer a los disgustados con lo hasta entonces
existente. Pero sobre todo fue el descubrimiento de una salvación incomparable, lo que
trajo la clave del éxito del cristianismo.
CAPITULO V
LA OBRA DEL APÓSTOL PABLO
Eran necesario un terremoto para que el judeo-cristianismo reconociese que era necesario
anunciar al mundo pagano la salvación obrada por Jesucristo: tan fuerte era aún la
conciencia de la elección de los israelitas. La primera aceptación de un pagano en la
comunidad de los creyentes, el bautismo del eunuco etíope, administrado por Felipe (Hch.
8, 26-39) no parece haber causado una toma de posición por parte de la comunidad
primitiva. Sin embargo, fue fortísimo el eco producido por el bautismo del centurión
Cornelio y su familia, en Cesarea (Hch. 10, 1-11). Pedro, que había decidido dar el paso,
tuvo que dar cuentas ante la comunidad, y sólo el reclamo a la orden recibida de Dios
hizo que los judeo-cristianos aceptaran lo que había sucedido. Sin embargo, esto no hizo
que se siguiera inmediatamente una mayor actividad misionera entre los gentiles.
Pablo era originario de la diáspora judía, natural de Tarso de Cilicia, ciudadano romano.
Para su apostolado será importantísimo el hecho de que durante su juventud hubiera
conocido el mundo helenístico y el griego de la koiné. Su familia era judía observante,
con un rigorismo propio de los fariseos, a los que pertenecía. Pablo vino a Jerusalén, para
formarse como doctor de la Ley en la escuela de Gamaliel. Participó ardientemente en la
persecución de los seguidores de Cristo en Jerusalén, participando en la lapidación de
Esteban.
El método misionero paulino partía de las sinagogas de la ciudad que se tratase, donde se
encontraban los judíos de la diáspora, los prosélitos y los temerosos de Dios. La patrulla
misionera fue primero a Chipre, misionando en Salamina; después pasó al Asia Menor
(Antioquía de Pisidia, Iconio, Listra, Derbe de Licaonia y Perge de Panfilia). Pablo
suscitaba irremediablemente la discusión, encontrando acogida o rechazo; la mayoría de
los judíos de la diáspora rechazó el nuevo mensaje, mientras que la mayoría de las
conversiones venía de parte de los prosélitos y de los temerosos de Dios. En la mayoría
de las ciudades donde misionaron, surgieron comunidades cristianas, para las que se
nombraron jefes. Este era el plan de Pablo: una vez fundadas comunidades en ciudades de
cierta importancia, deberían ser ellas las que continuaran en el lugar la tarea de
evangelización.
La segunda fase del trabajo de Pablo se desarrolla en las provincias de Macedonia, Acaya
y Asia Proconsular, en el corazón mismo del helenismo. En vez de Bernabé, ahora le
acompañará Silas, y más tarde Timoteo. En Filipos encontraron muy pronto adhesiones,
formando un primer núcleo de la que será una comunidad floreciente. Predica en las
sinagogas de Tesalónica, Berea, Atenas y Corinto; en esta última ciudad, Pablo se detiene
un año y medio, convirtiéndose en centro misionero. Serían los años 51-52 o 52-53. De
allí pasó a Éfeso, y de Éfeso a Palestina.
En el verano del año 54 Pablo se traslada a Éfeso, donde morará durante dos años; será su
nuevo centro de misión. La comunidad efesia se separó rápidamente de la sinagoga. Pablo
tuvo graves problemas con los vendedores de imágenes de Diana. En Éfeso escribió las
cartas a los Gálatas y 1 Corintios. En el otoño del 57 Pablo marchó a Macedonia y Grecia,
después a Tróade y Corintio (donde escribió la carta a los Romanos, anunciando su
intención de visitarlos, después de ir a España). Marcha por tierra a Macedonia, pasa por
Tróade, Mileto, y llega a Jerusalén. Allí le espera un giro crucial para su misión: en el
Templo es reconocido por algunos judíos de la diáspora, que intentan asesinarlo; la
guardia romana lo salva, y es trasladado a Cesarea, y de allí a Roma, ya que se había
apelado al Cesar: allí, continúa su labor misionera.
Los Hechos callan sobre la suerte posterior de Pablo. Muchas razones hacen pensar que
su proceso acabó con la absolución, y que pudo realizar su proyecto de viaje a España
(como sugiere la 1 Clem., 5,7), e incluso que volviera al oriente helenístico. Una segunda
prisión romana le llevó al martirio, bajo Nerón.
Las fuentes de que se dispone hacen imposible al historiador abrazar toda la realidad de la
organización de las comunidades paulinas. No hay ningún escrito de estas comunidades
que hable de este tema. Los Hechos no tratan el tema. Las cartas de san Pablo ofrecen
sólo algunos datos esporádicos.
En este orden, su fundador, Pablo, ocupa un puesto único, que tiene su última motivación
en su inmediata llamada a ser apóstol de las Gentes. El es consciente de tener autoridad y
plenos poderes para ello, tomando decisiones que vinculan a su comunidad; Pablo es para
sus comunidades la máxima autoridad como maestro, como juez y legislador: es el vértice
de un orden jerárquico.
Junto a los miembros de la jerarquía, se encuentran en las com. paulinas los carismáticos,
cuya función es substancialmente diversa: sus dones, especialmente la profecía y la
glosolalia, son dados directamente por el Espíritu a cada persona. Los carismáticos
intervienen en las reuniones cultuales con sus discursos proféticos y sus acciones de
gracias llenas de fervor, infunden entusiasmo a los seguidores de la nueva fe. Esto trae
algunos problemas: algunos llegan a sobrevalorar su propia fe, y Pablo tiene que
intervenir (1 Cor.14).
Las comunidades paulinas no se consideran independientes las unas de las otras; un cierto
nexo se había construido ya con la persona de su fundador. Este les había inculcado el
fuerte ligamen que les unía con la comunidad de Jerusalén. Pablo era consciente de que
todos los bautizados de todas las iglesias constituyen el "único Israel de Dios" (Gal. 6,
16), que son miembros de un único cuerpo (1Cor. 12,27), la iglesia formada por judíos y
gentiles (Ef. 2, 13.17).
Los fieles se reunían en "el primer día de la semana" (Hch. 20,7): se abandona el sábado,
se reúnen en sus casas privadas, se produce una separación cultual con el judaísmo. Se
cantan himnos de alabanza y salmos, con los que se expresa la alabanza al Padre en el
nombre del Señor Jesucristo (Ef. 5, 18).
Núcleo central del culto es la celebración eucarística, la cena del Señor. Particulares sobre
su celebración no se encuentran en san Pablo: se une a una comida que debe reforzar la
íntima cohesión de los fieles, pero en que infelizmente, en algunas ocasiones, se ostentaba
la diferencia social entre los miembros de la comunidad. La fractio panis se presenta
como la real participación del cuerpo y la sangre del Señor, sacrificio incomparablemente
mayor que los del Antiguo Testamento; es prenda de la comunión definitiva con él, que
se realizará en la segunda venida, que es ardientemente deseada como muestra la
exclamación de la comunidad en el banquete eucarístico: Maranà-tha.
El contacto con el mundo pagano, exigía que las comunidades nacientes ejercitaran una
ascesis y autodisciplina mayores aún que las del judaísmo de la diáspora. Que hubiera
faltas dentro de las comunidades, lo revela el hecho de las continuas amonestaciones de
Pablo en sus cartas.
A la muerte del apóstol, en el mundo helenístico había una red de células cristianas cuya
vitalidad aseguró la ulterior propagación de la fe cristiana.
CAPITULO VI
EL CRISTIANISMO EN EL MUNDO PAGANO DE LA ESFERA PAULINA. EL
APÓSTOL PEDRO
Las lagunas de las fuentes para la historia del cristianismo en los primerísimos tiempos
son particularmente evidentes cuando se buscan noticias sobre la actividad o simplemente
sobre la suerte de los apóstoles (exceptuando Pedro, Juan y Santiago el Menor). Sólo en
los siglos II y III se ha buscado colmar estas lagunas con los llamados hechos apócrifos,
que más o menos exactamente, dan noticias de la vida y muerte de diversos apóstoles.
Desde el punto de vista histórico, como fuentes para conocer estos aspectos biográficos
de los apóstoles, los datos que proporcionan son incontrolables. Lo más, sí se puede decir
que las noticias de carácter geográfico sobre particulares provincias o ciudades en que
viene colocada la acción de los apóstoles se basan sobre una tradición con fundamento.
Sólo en el caso de Santiago, Pedro y Juan tenemos testimonios de fuentes que permiten
adquirir algunas noticias concretas sobre su actividad.
Veinte años más tarde llega una carta a Roma, procedente de Oriente: Ignacio de
Antioquía, que más que ninguno podía conocer la suerte de los dos príncipes de los
apóstoles, pide a los fieles de Roma que no le impidan sufrir el martirio, que debería
sufrir en Roma; usa una frase llena de respeto: "No os mando, como Pedro y Pablo": deja
entender que éstos habían tenido dentro de la comunidad romana un puesto de autoridad,
y que su presencia no fue ocasional.
La tradición romana de Pedro no fue nunca contestada a lo largo del siglo II, y está
comprobada en gran cantidad de fuentes, de origen muy diverso (Dionisio de Corinto,
Ireneo de Lyon, Tertuliano...) Pero aún más importante es que esta tradición no haya sido
reivindicada por ninguna otra iglesia cristiana, ni puesta en duda por nadie. Este aspecto
es algo decisivo.
Las cosas se complican cuando se quiere precisar el lugar de la tumba del apóstol. Junto a
las fuentes literarias, aquí aparece con mayor peso las fuentes arqueológicas.
En el curso del tiempo, en Roma la tradición sobre el lugar de la tumba se había dividido.
La indicación de la colina vaticana como lugar del martirio de Pedro, según
los Annales de Tácito sobre la persecución neroniana, junto con la afirmación de la
primera carta de Clemente, viene ampliada por el testimonio de Gayo, miembro culto de
la iglesia romana bajo el papa Ceferino (199-217): Gayo se encontró implicado en una
controversia con Proclo, jefe de la comunidad montanista de Roma. Se trataba de aducir,
como prueba de las propias tradiciones apostólicas, la existencia en Roma de las tumbas
de los apóstoles. Gayo dice: "Yo puedo aducir los tropaia de los apóstoles; en efecto, si
quieres ir al Vaticano o a la vía Ostiense, encontrarás allí las tumbas gloriosas de los han
fundado esta iglesia". Hacia el 200, por lo tanto, existía la persuasión de que la tumba de
Pedro estuviese en el Vaticano.
En el calendario festivo romano del año 354, que se debe completar con
el Martyrologium Hieronymianum (después del 341), se encuentra la noticia de que en el
año 258, el 29 de junio, se celebraba la memoria de san Pedro en el Vaticano, y la de san
Pablo en la vía Ostiense y la de ambos in catacumbas. Hacia el 260 existía sobre la vía
Apia, bajo la más tardía basílica de san Sebastián (que en el siglo IV todavía se
llamaba ecclesia apostolorum) un lugar dedicado al culto de los príncipes de los
apóstoles. Un Carmen sepulcral compuesto por el papa san Dámaso, dice que allí habían
"habitado" los dos apóstoles, y esto quiere decir que allí, en un tiempo, estuvieron
sepultados los dos apóstoles. Excavaciones efectuadas en 1917 prueban la existencia,
hacia el 260, de un tal lugar de culto, donde los apóstoles venían honrados con refrigeria,
como lo atestiguan numerosos grafitti conservados sobre las paredes del ambiente de
culto, aunque no se encontró ninguna tumba en que pudieran estar sepultados los
apóstoles. Dos hipótesis:
1. Que los apóstoles fueron sepultados allí, y sus cuerpos habrían sido trasladados al
Vaticano y a la Ostiense con motivo de la construcción de las basílicas
constantinianas.
2. Que los cuerpos de los apóstoles fueran traídos a este lugar durante la
persecución de Valeriano, y que allí permanecieran hasta la construcción de las
basílicas.
Algunas dificultades, aún no resueltas, hacen que no sea posible por el momento acoger
la tesis de que las excavaciones hayan seguramente dado como resultado encontrar la
tumba de Pedro o su lugar originario. Sin embargo, estas excavaciones han dado
resultados muy importantes: los restos del tropaion de Gayo han sido encontrados, y
ciertamente los cristianos que lo hicieron suponían la tumba del apóstol en la colina
Vaticana, convencimiento con el que también trabajaron los constructores de la basílica
constantiniana. Un gran enigma, no resuelto, es el del lugar de culto de los apóstoles en la
vía Appia.
CAPITULO VII
EL CRISTIANISMO EN LOS ESCRITOS JOANEOS
Aunque la cuestión relativa al autor no ha podido encontrar hasta ahora una solución
universalmente aceptada, existen dificultades para considerar que el Evangelio y el
Apocalipsis sean, en su forma actual, obra de un mismo autor; se los puede situar al final
del siglo I, en las comunidades cristianas de la costa occidental del Asia Menor. En este
tiempo, la figura dominante en esta región es el apóstol Juan, por lo que estos escritos
llevan seguramente su espíritu, aunque puedan haber recibido su forma definitiva de
manos de un discípulo. El Evangelio debía existir ya hacia el año 100, porque
probablemente Ignacio de Antioquía lo conocía, y un fragmento de papiro con Jn. 18,
31ss., datado hacia el 130, así lo postula. Más o menos del mismo período es la 1 Juan,
como lo demuestra la utilización por Papías y el hecho de que la cite Policarpo de
Esmirna en su carta a los filipenses. El Apocalipsis, según Ireneo, se habría escrito en los
últimos años del emperador. Domiciano; y ciertamente, las cartas a las iglesias hacen
pensar en un desarrollo de las comunidades, impensable antes del año 70.
El fin de Juan, al escribir su Evangelio es éste: "Estos signos han sido escritos para que
creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su
nombre" (20,31). El Evangelio, según su contenido, puede ir dirigido a cristianos, y así se
podría leer como un profundizar en la fe en el Mesías y en su condición de Hijo de Dios
(los caps. 13-17 parecen dirigidos a personas que no tienen ninguna duda sobre Jesús
como Mesías); o bien, iría dirigido a los ambientes en que se ponía en duda tal
mesianidad, sobre todo a los judíos de la diáspora, entre lo cuales había quienes decían
que el Mesías era Juan el Bautista, por lo que en el Evangelio adquiere gran importancia
el testimonio de éste.
Sean unos u otros los destinatarios del Evangelio, Juan busca transmitirles una idea de
Cristo de singular profundidad y grandeza, cuando lo anuncia como el Logos existente
desde toda la eternidad, de naturaleza divina, que desde su preexistencia se ha encarnado
en este mundo (cf. prólogo, que podría ser un himno de alguna comunidad cristiana del
Asia Menor).
Con esta imagen de Cristo como Logos, el evangelista da a entender una clara conciencia
de la misión universal del cristianismo, de su carácter de religión universal. Esto se ve
más claramente a la hora de hablar de la muerte de Jesús, como salvación para todos los
hombres.
Junto a esta imagen de Cristo, aparece una imagen de la Iglesia en los escritos joáneos
que ofrece nuevos aspectos: el Evangelio no deja ninguna duda sobre el hecho de que
mediante un acto sacramental se es acogido en la comunidad de los que consiguen la vida
eterna creyendo en Jesús: "Si uno no nace del agua y del Espíritu, no puede entrar en el
reino de Dios" (3,5). El Espíritu que el Señor exaltado mandará, obrará un renacimiento y
comunicará la nueva vida divina. Los bautizados constituyen la sociedad de aquellos que
tienen la recta fe y que son purificados por la sangre de Jesús. De la comunión con éstos
son excluidos los "anticristos", porque no confiesan verazmente a Cristo y no observan el
amor fraterno. Sólo en esta comunidad se hace uno partícipe de la Eucaristía, que junto
con el Bautismo es la fuente de la vida que da el Espíritu.
En la idea del evangelista, la Iglesia está llamada, en medio de un mundo hostil, a dar
testimonio del Resucitado y de la salvación que él ha traído; esto significa la lucha con
este mundo, y en esto consiste el verdadero martyrium: la iglesia es una iglesia de
mártires. Esta es una imagen típica del Apocalipsis, que trata de fortificar la lucha de los
que viven en la tierra su condición de cristianos, con la imagen de los que murieron en la
lucha, "despreciando su vida hasta morir" y vencieron a Satanás "por medio de la sangre
del Cordero y gracias al testimonio de su martirio" (12,11). Se cierra así el arco entre la
iglesia del cielo y la de la tierra, que como esposa del Cordero, va en camino hacia las
bodas. Cuando haya alcanzado la meta de su peregrinación, ésta continuará viviendo
como nueva Jerusalén en el reino de Dios del fin de los tiempos. Es ésta una imagen de
Iglesia destinada, como mensaje de ánimo, a los cristianos de finales del siglo I, que
vivían bajo la pesadilla de la persecución de Domiciano.
CAPITULO VIII
Los cristianos vivieron todo esto como una injusticia, aunque también parece que no
llegaron a comprender que sus características religiosas ofrecían algún motivo para la
persecución. La mayor parte de las fuentes cristianas ofrecen este panorama. Falta un
estudio desde el punto de vista pagano. De hecho, la historiografía cristiana ha hecho que
se vea el fenómeno de la persecución reducido a una parte, la pagana, cruel, brutal,
castigada por Dios, y la cristiana como los elegidos y justos que por su constancia
merecen la corona del cielo. La visión de un Lactancio o de un Eusebio han dominado el
cuadro de las persecuciones contra los cristianos.
Hay que tener en cuenta, en primer lugar, que es inadmisible ver en cada emperador o
gobernador romano en cuyo período se hayan dado persecuciones, a un hombre de ciego
furor que los haya perseguido sólo a causa de su fe: hay que examinar caso por caso. En
segundo lugar, la iniciativa de las represalias contra los cristianos no venía, generalmente,
de la autoridad estatal: era algo contrario a los principios fundamentales de la política
religiosa romana el perseguir a los seguidores de un movimiento religioso sólo por
motivo de su confesión.
El culto a los emperadores, nacido bajo Augusto, se fue desarrollando muy poco a poco:
por ello, no se puede aducir esta razón como motivo general de las persecuciones contra
los cristianos en el siglo I; sólo en algunos casos, como Nerón o Domiciano, que llevaron
adelante exageradamente algunas prerrogativas del culto imperial, se dieron algunos
desórdenes, que no pueden ser achacados sólo a los cristianos.
El primer caso documentado de que la autoridad estatal romana haya debido ocuparse de
un cristiano, ha sido el del apóstol Pablo, que en el año 59, ante el procurador Porcio
Festo, valiéndose de la propia ciudadanía romana se apeló al Cesar y fue trasladado a
Roma.
Más segura, en relación con el cristianismo en Roma, es una medida adoptada por el
mismo emperador, referida por Suetonio y Dión Casio: Claudio habría mandado expulsar
a los judíos de Roma a causa de los litigios surgidos entre ellos "a causa de un cierto
Chrestos". Una identificación con Cristo es evidente. Por esta expulsión salieron de Roma
Aquila y Priscila, que se fueron a Corinto, donde acogieron a Pablo (Hch. 18, 2-4).
Lactancio es el único que afirma que la persecución de Nerón no se redujo sólo a Roma,
sino a todo el Imperio: esto es improbable, porque es el único que lo dice, y además
porque no estaba precisamente informado de lo ocurrido bajo Nerón. Sin embargo, es
verdad que Tertuliano, hablando de la persecución neroniana, dice que la proscripción del
nombre cristiano era el único institutum neronianum que no había sido anulado tras su
muerte. En esto se apoyan los que afirman que Nerón promulgó un edicto de persecución
general. Sin embargo, es algo más que improbable, por el silencio de las fuentes, que
deberían haber conservado alguna memoria, sobre todo en Oriente, y sobre todo porque
ninguna actuación estatal posterior contra el cristianismo hace memoria de esta
disposición. Sin embargo, sí es cierto que popularmente se difundió el conectar la idea de
cristianos con la persecución neroniana en Roma.
Más parcas son las noticias sobre la persecución de Domiciano, aunque es indudable su
realidad. Existe sobre todo el testimonio de un hombre muy próximo a los hechos,
Melitón de Sardes, el cual, en su Apología dirigida al emperador. Marco Aurelio, pone
junto a Nerón, como enemigo del nombre cristiano, a Domiciano. Junto a esto hay que
situar las palabras de Clemente en su primera carta a los Corintios, en que dice que no les
ha escrito antes por las calamidades y adversidades vividas por los cristianos, lo que se
refiere a una acción del emperador contra los cristianos. Alusiones de escritores no
cristianos pueden confirmar los hechos (Epícteto, Plinio el Joven, Dión Casio1), así como
algunos pasajes del Apocalipsis.
Sobre la extensión de la persecución y sobre algunas víctimas concretas, hay pocos datos
concretos: Flavio Clemente y Domitila, Acilio Glabrión (cónsul)...
2.- Los procesos a los cristianos bajo Trajano y Adriano.
Sobre la situación jurídica de los cristianos bajo Trajano (98-117) no sabríamos nada si
tuviéramos que contar sólo con fuentes cristianas. La petición oficial de un gobernador de
la provincia de Bitinia al emperador, de instrucciones sobre cómo tratar a los cristianos en
determinados casos límite, nos hace saber que en esta provincia del Asia Menor muchos
cristianos fueron denunciados ante la administración estatal como cristianos, llamados a
juicio, interrogados y condenados a muerte. Además de la respuesta del emperador al
gobernador, el carteo de Trajano con Plinio el Joven nos da una idea de cómo estaban las
cosas a principios del siglo II.
Plinio empezó su cargo de gobernador en el año 111 o 112. Allí se encuentra con que el
cristianismo se ha difundido tanto en las ciudades como en el campo, entre gente de toda
edad y condición social. El problema es que muchos de estos cristianos no se atenían a
una orden imperial que prohibía las hetaeriae, sodalicios (=cofradías, corporaciones) no
reconocidos por el estado, ni sus reuniones.
La respuesta de Trajano deja ver que, efectivamente, no existía ninguna ley universal al
respecto: la situación actual es tal, a juicio del emperador, que no conviene establecer
ninguna disposición general al respecto. La solución al problema: no se busque a los
cristianos ni se admita ninguna denuncia anónima. Quien es denunciado oficialmente
como cristiano, debe ser interrogado: quien lo niega (aunque lo sea) no será castigado;
quien lo afirme, es castigado. Por tanto, el simple hecho de ser cristiano es motivo para
ser perseguido.
Por tanto, las palabras de Trajano dejan ver que él ve la cosa como natural, dada la
opinión pública sobre los cristianos. Se ha creado, desde Nerón, la conciencia de que no
es lícito ser cristianos. Y es obvio que lo que se dice en la carta de Trajano va contra los
principios del derecho penal romano.
Sobre los efectos de la carta de Trajano las fuentes dan poquísimas noticias. De esta
época sólo se conocen dos mártires: el obispo Simeón de Jerusalén, crucificado cuando
contaba con 120 años de edad, e Ignacio de Antioquía, trasladado a Roma, como
ciudadano romano, y allí martirizado, siendo todavía Trajano emperador.
El principio de que el solo hecho de ser cristiano fuera perseguible siguió vigente durante
el siglo II, como lo demuestran algunos martirios bajo Antonino Pío (138-161): datos en
la Apología de Justino, en el Pastor de Hermas, actas del martirio de san Policarpo.
Conclusión: durante el siglo II no existe una ley que regule, con disciplina uniforme en
todo el Imperio, la conducta del estado romano hacia los cristianos. La hostilidad del
pueblo contra los cristianos forma la idea de que ser cristiano sea inconciliable con los
usos del imperio romano, y esta idea da origen a una máxima jurídica que hace posible
que las autoridades castiguen el ser cristiano. Las persecuciones que se derivan son sólo
locales y esporádicas, y se dirigen contra individuos. Son provocadas por tumultos
populares que obligan a la autoridad a intervenir. El número de las víctimas es
relativamente bajo.
CAPITULO IX
EL MUNDO RELIGIOSO EN LA ÉPOCA POSTAPOSTÓLICA, A TRAVÉS DE SU
LITERATURA
De los escritos del NT a los escritos de esta nueva era, empiezan a ser verdaderamente
diferentes, porque diferentes son las necesidades y problemas de las nacientes
comunidades cristianas.
Podemos decir sin lugar a dudas que la literatura de este tiempo se nutre mucho de la
herencia de los apóstoles, del recuerdo cercano de sus figuras y de sus influyentes
escritos.
En este capítulo, se tratarán algunos de los más importantes con breves reseñas.
Autor de una larga carta, que la comunidad de Roma dirige a la de Corinto a finales del
siglo 1º El motivo, es: la lamentable situación de escisión en la que se encuentra esta
Iglesia y tanto es así, que se llegará incluso a la deposición, de algunos de los presbíteros
dirigentes de dicha comunidad. La carta les invita a restablecer la unidad perdida.
Obispo de un gran iglesia a Oriente, sufre el martirio en tiempo del emperador Trajano.
De camino a Roma, escribe 7 cartas: A Efeso, Magnesia Y Tarles desde la ciudad de
Esmirna, también desde aquí una a los romanos . A los filadelfos y esmirnotas y al obispo
de estos, Policarpo les escribe desde Troas.
4.- LA DIDAKHÉ.
Algunos de los escritos importantes de esta época, son de carácter anónimo, como en este
caso, este documento llamado también doctrina de los Apóstoles es muy interesante, para
conocer la vida religiosa de las comunidades de estos primeros momentos. Su intención
es dar una guía precisa de ordenación interna de la vida a estás comunidades de reciente
nacimiento.
Polemiza con el judaísmo haciendo una interpretación errónea del AT . Pero su contenido
es interesante .
La figura central de esta obra es: un pastor que anima a su rebaño, eshortándolos a la
importancia de la penitencia a través de parábolas. Su importancia es grande, para ver la
fundamentación de la penitencia en este momento.
El ejemplo más antiguo de una homilía pronunciada a mediados del siglo II.
Aparte de todo esto hay que recordar, la importancia de las tradiciones orales de los
antiguos presbíteros remontadas hasta la edad de los apóstoles. Especialmente
atestiguadas por Papías y Clemente Alejandrino.
No cabe duda que ya desde este momento las comunidades cristianas entran en polémica
con las judías. Estos últimos afirman su carácter particular de pueblo escogido. Por el
contrario, los cristianos afirman ser ellos el pueblo, que recoge la herencia despreciada
por los judíos a causa de sus infidelidades. Este es el tema central de mucho de los
escritos y dichos de esta época, como lo demuestra por ejemplo la cata a Bernabé o los
demás autores mencionados.( Contenido específico en las pp. 227 y 228.)
En esta obra, importantísima, se dan las pautas de como ha de celebrarse dignamente este
sacramento, todos los autores coinciden en definirlo, como el sacramento de la
purificación e incorporación a la comunidad de hay ,la insistencia de los autores de este
momento, en mostrar y perfilar, con claridad su particular teología.
La Eucaristía también será tratada, como sacramento de unión de la comunidad, ya aquí
se empieza a plantear el problema d la comunión cuando se ha caído nuevamente en
pecado. El apartarse de ella es condena a muerte segura, entendida como falta de
salvación ( S. Ignacio. A )
Cierto es, que esta peculiar forma de organizarse llama la atención a diferencia del
judaísmo, donde en un mismo lugar existen diversas sinagogas. En estos momentos, son
muchos los ejemplos que nos hablan de comunidades, con nombres propios de los que se
tiene noticias precisas. Se puede decir claramente, que no hay cristiano, que no
pertenezca a estas comunidades precisas (Roma, Esmirna, Corinto, etc.) y como la más
clara afirmación de la unidad tenemos la celebración de la eucaristía, el mejor e los signos
de unidad en estos momentos .
Desde la carta a los corintios, queda claro que dentro de la comunidad cada uno tiene su
función dentro de la comunidad formando así un armonía especial . (Por todos es
conocido el ejemplo del cuerpo y sus miembros, como ejemplo del cristianismo).
Esta unidad es considerada como el bien más precisado, de este modo todo lo que lleve a
la separación, es especialmente temido. Muchas veces, el puro capricho personal puede
llevar a una separación de la comunidad . El gran problema de estas comunidades
nacientes, son: el cisma y la herejía que poco a poco hacen su aparición dentro del mapa
eclesial causando como veremos más adelante, verdaderos problemas a las comunidades.
No sólo esto, también las envidias, las ansias de poder etc., crean en muchas ocasiones
rivalidades peligrosas y desuniones dentro de las comunidades. Vasta recordar el caso de
la Iglesia de Corinto, seriamente dividida debido a los celos y la envidia . ( recordemos lo
ya comentado).
El “Pastor de Hermas” uno de los documentos más antiguos al respecto, nos habla de dos
terminologías para denominar a los máximos representantes de la comunidad. Presbítero
y episcopo, son una misma cosa, claramente diferenciada del diácono.
Solo Ignacio de Antioquía hace una clara distinción entre los tres ministerios. Dice
claramente, que la iglesia solamente tiene un obispo y subordinado a este tiene
presbíteros y diáconos.
Lo cierto es que poco después del 150, parece que el episcopado monárquico, se impuso
ampliamente en todo el ámbito de propagación del cristianismo.
Desde muy antiguo, pues la unidad entre presbíteros y diáconos con su obispo es
necesaria para le buen funcionamiento de las comunidades. Su autoridad es querida por
Dios, bajo la dirección y moción del Espíritu . Apoyados en esto dirigen la liturgia de la
eucaristía, presiden los ágapes, predican la verdadera doctrina del evangelio y son los
guardianes de las tradiciones apostólicas.
No se puede olvidar, que nos encontramos en una iglesia, donde todavía proliferan los
carismas muchos de ellos relacionados con la posesión especial del Espíritu ( el caso del
autor del Pastor de Hermas que afirma hacer recibido una “ciencia” especial que le
capacita, para este cometido).
Por causa de este carisma, por la posesión del mismo, se darán más de un problema en el
seno de la comunidad, especialmente, entre carismáticos y dirigentes de la comunidad . El
caso más patente es el delos “maestros” a los cuales se les exige una determinada función
dentro de la comunidad precisamente para evitar posibles abusos de todos los órdenes
relacionados generalmente, con falsas ideas y ganas de lucro. Tanto la actuación del
maestro como la des profeta han de estar debidamente encauzadas, para que provoquen
un verdadero beneficio dentro de la comunidad (Didakhé y Pastor de Hermás).
Es de destacar que en este momento, la hospitalidad de las iglesias para todos los
miembros es muy grande y es un campo donde no aparecen diferencias en cuanto a la
posición que se ostente dentro de la comunidad . El sentido de pertenecía se refuerza por
el sentido universal a través de un abundante epistolario en las que se reciben múltiples
informaciones de los acontecimientos de casa una de las comunidades.
2.1.-Unidad de culto:
La fidelidad a la tradición será la norma común en estos casos . Y el factor al que más se
apele ante posibles cambios dentro de estos cultos.
La perfecta delimitación del campo de actuación de este . Entre ellos existe un contacto,
pero es cada uno el que está llamado a resolver los problemas dentro de su jurisdicción.
También es a destacar la gran afluencia de cristianos de todas las partes hacia la capital
del imperio y hacia su iglesia, no cabe duda que esta suscita una especial atracción a
todos los cristianos. También los fundadores de nuevos movimientos dentro del
cristianismo, verán con especiales “buenos ojos” a esta iglesia como centro. Lugar de
apoyo y de reconocimiento. Todo esto en conjunto va explicando la posición señera de la
iglesia de Roma.
CAPITULO XI
CORRIENTES HETERODOXAS CRISTIANAS.
Las fuentes parecen afirmar, que ya algunos judíos, desintegrados del judaísmo oficial,
pudieron optar algunos de los parámetros de la religión cristiana y de sus ideas nacientes.
Desde los primeros momentos las diferencias empiezan a aparecer en el seno de las
comunidades, debido a las diferentes formas de entender planteamientos que afectan a la
figura de Jesús mismo, caso de Cerinto y su cristología, que afirmaba a Jesús, como hijo
natural de María y José. Sobre este hombre bueno, había descendido Cristo, para luego
salir de el nuevamente momentos antes de la muerte negando así la participación de
Cristo en la cruz.
Así pues, sería Jesús ,el puramente humano, el que habría muerto y resucitado. (
posiblemente, así se percibe en Ireneo, fue esta cristología una de las causas para la
elaboración del evangelio de Juan).
1.- EBIONITAS.
De ellos nos dan noticias Ireneo, los primeros expertos en herejías, tratan de hacer derivar
este nombre de un tal Ebión, pero lo más probable es que se trate de la palabra “ebión”,
que en hebreo significa pobre, aludiendo seguramente al modo de vivir pobre y sencillo,
adoptado por esta secta, y que luego sería una de sus principales características.
Posiblemente se trate de un grupo de judeocristianos que más tarde debido a sus posturas
se separaron de la iglesia formal. Por informaciones de Justino mártir esto sería hacia el
150. El habla diferenciadamente de algunos que solo ven a Jesús como hombre, y otros
que también lo reconocen como Mesías
Para un seguimiento perfecto, la ley mosaica, debía de purgarse de todas las deficiencias
Jesús es el que hace esta purificación.
Rechazaran los sacrificios rituales siendo sustituidos por una vida pobre y sencilla. Por la
comunidad de bienes. Gracias a la participación en la ocmidasagrada, se limpia de todas
sus faltas ( pan agua) y también por las celebraciones del sábado y domingo.
Por supuesto rechazan al apóstol Pablo como el gran enemigo d la ley También rechazan
la teología trinitaria.
2.- ELCASAÍTAS.
Vecinos de los anteriores. En el siglo III habían alcanzado alguna extensión sus
comienzos se remonta al siglo II en la frontera siripártica. SE extendió especialmente
hacia el Tigris y el Eúfrates, así como en palestina. También lo intento en Roma de la
mano de Alcicibiades de Apatema.
Mantenían el bautismo con ropa y los lavatorios sagrados como purificación de las faltas.
Circuncisión, el sábado y la orientación hacia Jerusalén, eran necesarias, pues su
observancia, les daba una característica especial. Rechazaban determinadas partes de la
escritura y los sacrificios. También mantenían cierto secretismo referente a su
movimiento. Su tendencia es claramente gnóstica.
3.- MANDEOS.
Seres buenos, dependientes del “mana” principal y deones, dependientes del “deón “ del
mal, del “agua negra”.
Hasta el siglo VII Y VIII no desarrolla literatura propia . Para el mandeismo, que subsiste
en la actualidad, judaísmo, cristianismo y el Islam son religiones falsas.
CAPITULO XII
LA SITUACIÓN DEL CRISTIANISMO BAJO LOS EMPERADORES MARCO
AURELIO Y CÓMODO. EL “MARTYRIUM” DE LAS IGLESIAS DE LYÓN Y
VIENNE.
En el 176-77 emite un escrito, donde deja claro, que no está dispuesto a poner en peligro
la religión de estado por causa de iluminados de diversas religiones.
Lo que si parece cierto, es el constante saqueo, al que somete las propiedades de los
cristianos en todas partes y es por ello, que algunos autores cristianos famosos del tiempo,
se quejan al emperador como demuestra el caso de Melitón de Sardes o Atenágoras
Por está época, se dan algunos de los martirios más significativos de todo este periodo,
caso de Justino entre los años 163-67, debido a las intrigas del filósofo Crescente.
Una parte de esta iglesia procedían de oriente. También había sujetos de clases inferiores,
como esclavos, artesanos etc., pero de una intensa vida espiritual.
En el verano del 177 se habían reunido en Lyón representantes de todas las Gálias, para
las fiestas del culto imperial . En este preciso momento estallo un furor, en contra de los
cristianos a los que como en otras partes del imperio se les acusaba de ateísmo etc.
Conducidos a la plaza mayor fueron abucheados y de allí conducidos a la cárcel, para ser
juzgados por el legado imperial . Esclavos al servicios de sus señores cristianos, por afán
de lucro, los acusaron de las mayores atrocidades.
Fontino, viejo obispo de la ciudad, tras los tratos brutales que le dieron, expiro en la
cárcel. Los demás fueron echados las fieras. Todos se mostraron constantes en su
intención aplicándose el castigo impuesto en la ley, para los que no renegaban de sus
religión de modo que todos también Attalo noble romano, fueron conducidos a la muerte.
Bajo Marco Aurelio, muchos cristianos fueron condenados a trabajos en las minas, como
castigo por su pertenecía y perseverancia en está religión.
No cabe duda que a la agudización de las persecuciones se debió, en gran parte, al
malestar generalizado de las gentes contra el imperio, eran acosados por las guerras que
mantenía el emperador contra los bárbaros; a esto, añadamos las catástrofes naturales y la
peste. Todo ello, hace que la gente se descargue contra los cristianos, como forma de
atribuir los males y para saciar su ansiedad.
Desde dentro, las luchas contra los paganos, el excesivo afán de martirio de los
montanistas, y la vida misma separada que mantenían los cristianos, del resto del mundo,
sin duda atrajo, la ira de las gentes .
Este emperador, resulto más bien favorable, debido a la influencia de su esposa Marcia,
que mantenía como amistades a algunos cristianos influyentes.
Los pocos martirios en este mandato se deben a las legislaciones anteriores, caso de los
mártires de la ciudad africana de Cillium de la que se puede decir es la primera
documentación latina conservada de origen cristiano .
CAPITULO XIII
LA POLÉMICA LITERARIA CONTRA EL CRISTIANISMO. EL RETÓRICO
FRONTÓN. LUCIANO DE SAMOSATA
Podemos decir que el primer precedente es el ya mencionado escrito de Tácito, sobre los
acontecimientos acaecidos en Roma durante el incendio provocado por Nerón, Sus
escritos denotan claramente el odio de este hacia los cristianos acusándolos de criminales,
supersticiosos y en contra del género humano.
Pero es el siglo II con el auge del cristianismo y ante la imposibilidad de poner cotas a su
crecimiento pese a los edictos imperiales, es cuando las clases cultas ante la creciente
preocupación por la pérdida de identidad de las filosofías paganas, toman partido en
contra para discutir, posicionándose en contra de este movimiento...
El primer ejemplo de esta lucha entre un pagano y un cristiano puede ser el de Justino y el
cínico Crescende en Roma. Según relato de Justino, Crescende va diciendo que los
cristianos son ateos, gente sin religión, poco menos que criminales.
Frontón, en publica sesión del Senado, da por buenas las afirmaciones del populacho
sobre los cristianos. Despreciando así publicamnete ante las gentes importantes la religión
y el pensamiento cristiano.
En su obra satírica “De morte peregrini”, la imagen que da satírica de los cristianos no
puede considerarse propiamente como polémica. No los considera un peligro,
simplemente le place poner en la palestra las locuras y aberraciones humanas su género
de escritura favorito, se trate de quien se trate.
Sólo parece que le interesaba las cosas que podía resultarles, prácticas, para su obra
cómica. No le interesaron ni los escritos cristianos ni el mundo interno de la iglesia.
Lo cierto es que, la desfiguración de todo esto bien pudo suponer una forma de entender
el cristianismo para los lectores paganos tan asiduos a las lecturas de sus obras.
1.2.- CELSO
Celso está informado, de las escrituras, de algunos escritos cristianos y también ha tenido
un contacto personal con algunos adeptos de esta nueva religión.
La idea de la creación y del conocer realizada en el AT, le parece impropia del Dios, uno
transcendente y todo poderoso de la filosofía . El dualismo platónico y la cosmología
estóica son las materias y la base de Celso. La idea de la encarnación le parece
verdaderamente ignominiosa.
Según este Jesús era un mero hombre que como un mago de los de Egipto, había ganado
el prestigio . Lo acusa de chalatán y fanfarrón de moral deprabada. Su adoración, de los
cristianos, es a un muerto no a un vivo, esto tuvo que doler verdaderamente a las
comunidades cristianas.( Ya sabía este autor, donde golpear, para hacer daño)
Afirma que los cristianos son personas espiritualmente limitadas .Acusa a los maestros
cristianos de depreciar las filosofías y las cosas terrenas sin ningún topo de
fundamentación.. Es por esto, que los cristianos mayoritariamente son incultos esclavos o
de clases sociales bajas no obstante, no es nada de maravilloso si tenemos en cuenta que a
esta clase baja social pertenecía el mismo fundador.
Para Celso los cristianos son verdaderos agresores contra la idea del logos y del monos
griega, es por esto que los cristianos son considerados como criminales .
No cabe duda que una de las mil motivaciones de esta lucha de Celso es el salvar los
ideales de la filosofía , pero insultar de este modo, prestó flaco favor a tan altos ideales .
Lo cierto es que con estas luchas las defensas cristianas, antes de achicarse, hicieron lo
contrario, fortalecerse en su intención.
CAPITULO XIV
LA PRIMERA APOLOGÉTICA CRISTIANA DEL SIGLO II
Ya antes de la mitad del siglo II, se inicia del lado cristiano el trabajo de ciertos escritores
que posteriormente por el tipo de obras llamaremos “apologistas” todos en lengua griega,
en este siglo II poco a poco van dando un cariz diferente a la literatura cristiana.
El tener que realizar el discurso del logos, delante del público pagano, dió, muchas
oportunidades a estos escritores de preparar discursos cara al público pagano.
También se dieron en esta época diálogos con el judaísmo de la diáspora aunque aquí el
tema, está puesto de ante mano, siendo siempre le tema mesiánico en Jesús el punto
central.
La vida cotidiana de los cristianos, también dará mucho que hacer, contraponiéndola con
las creencias de los gentiles y en algunos casos explicando, o intentado encontrar mejor
dicho, “intentos” de búsqueda de Dios en los autores gentiles.
1.- CUADRATO.
Este ateniense está considerado el primero de todos, dirigió una apología al emperador
Adriano. Es lo único cierto, ya que otras posibles obras no se sabe con certeza su
verdadera procedencia
2.- ARÍSTIDES.
Podemos decir, de este, que se trata de una de las grandes figuras, dentro de este género.
Convertido de una familia gentil de Palestina. Su apología está dirigida a los emperadores
Antonio Pío y su hijo Marco Aurelio. Es importante también el dialogo con el judío
Trifon. Gran parte de su obra se ha perdido.
El grado de formación del autor, dan a está apología una categoría especial a estos
escritos . Ha revisado todos las corrientes de su tiempo, en un intento de buscar la verdad
y hasta que no encontró el cristianismo y lo aceptó, no encontró la verdadera paz, después
de esto ha dedicado, toda su vida a predicarlo.
Ideas principales:
Buscando cierto parentesco, con las ideas filosóficas, habla de dios al igual que
los filósofos griegos, como el “padre del universo” .Es la unidad sin nombre,
sentada encima de este mundo , que no puede hacerse inmediatamente visible .
Justino relaciona este Dios con ideas trinitarias . El Logos, estaba desde el
principio en el , paro es inferior a este. es mandado, conforma indica el AT y
también algunos de los anteriores filósofos, recibieron esta inspiración del “ángel
del Señor” , de modo que todos estos que han vivido, conforme a su inspiración
pueden ser contados de algún modo ya como cristianos. ( la idea del logos, tiene
una clara influencia estoica).
Los ángeles caídos, corrompidos por el orgullo, tientan al hombre y de ellos son
la obra de la religiones paganas y ellos son los culpables de la desorientación de
los judíos. Los cristianos en el nombre de Jesucristo, están protegidos, contra
estos deones.
El alto nivel de compromiso y de verdad ética, obrado siempre con rectitud, de los
cristianos, demuestra que están en posesión de la verdad . El cumplimiento en Cristo de
todas las escrituras, es prueba también de verdad absoluta.
El bautismo y la eucaristía, serán signos de esta permanencia de dios entre los cristianos.
Estos ritos, sustituyen a los antiguos ritos judíos de sacrificios etc.
4.- TACIANO.
Discípulo de Justino. A diferencia de este, supone una regresión, ya que en vez de ver lo
bueno de la filosofía y hacer una síntesis desde aquí, este solo encuentra burlas y
desprecio, para las conquistas de la filosofía griega. En algunos momentos, llega a
afirmar, que todo ha sido tomado de los bárbaros restando así toda originalidad a dicha
filosofía. Todo es un juicio condenatorio. En cuanto a su teología nada de especial aporta
a lo de su maestro
5.- ATENÁGORAS.
6.- TEÓFILO.
De el sólo se conservan “los tres libros a Autolico” este, es un amigo pagano, al cual
quiere acercar los escritos del AT afirmando: que estos son mas antiguos y tienen mas
fondo filosófico que otros muchos escritos .
Destacamos también a Melitón de Sardes, mencionado por Eusebio, sin duda sus escritos
debieron de ser importantes en su época. También otros como Apolinar, tuvieron su
importancia en este campo.
7.- CONCLUSIÓN.
Ciertas corrientes dualistas del Oriente, con ideas del judaísmo tardío, unido a las ideas
del cristianismo, dan como síntesis una corriente, que pretendía en los primeros tiempos,
dar la solución a las preguntas últimas del hombre. El culto, la liturgia, tomaba parte de
los ritos, de los cultos mistéricos unido a la propaganda y a la clara intención de conquista
de la iglesia desde dentro hicieron de este movimiento, el verdadero rival de la iglesia
naciente.
El más íntimo ser del hombre está impulsado a la unión con Dios verdadero y perfecto,
pero desconocido, por destino especial, el hombre, ha sido desterrado a este mundo
imperfecto, que no puede ser obra de Dios sino la creación de un ser inferior e
imperfecto, que lo domina, con la ayuda de los poderes malignos. El hombre, solo puede
liberarse de estos poderes malignos, si se conoce bien a si mismo y reconoce que está
separado de esto de este Dios. Solo este conocimiento, supone el retorno al mundo
luminoso y superior del verdadero Dios todopoderoso
No cabe duda, que esto aquí expuesto representa una mezcolanza de múltiples
concepciones religiosas, cuestión propia de esta peculiar corriente.
En cuanto a la relación con el AT, todo el mundo coincide en que las ideas del AT,
desempeñan un papel importante en la fundamentación del gnosticismo, especialmente lo
relacionado con las ideas apocalípticas. Posiblemente entre gnósticos y esenios, y oras
corrientes del judaísmo heterodoxo, corrieron ideas dualistas exportadas de Irán etc.
Todo esto, se puede decir, que influyo, en la captación de gentes, también de cristianos,
un culto, especialmente atrayente y unas ideas curiosas, y absolutas atraían hacia si, a las
gentes necesitadas de seguridad en una posible salvación.
Desde los primeros momentos apologistas como Justino y otros, mencionan comunidades
de cristianos, ( que se auto llaman así) de carácter claramente sincretista y gnóstico.
Lo cierto es que desde muy temprano el gnosticismo desfiguro las ideas y la vida de Jesús
creando confusión y polémica en las comunidades.
El camino gnóstico, se convierte así ,en un camino de adeptos, muy especiales, capaces
de comprender a través de parábolas y de dichos secretos los misterios de la “gnosis” . El
hecho de que todo tenga tanto misterio, hace interesante, esta corriente, para los nuevos
cristianos.
El creerse los verdaderos y únicos conocedores de la verdad también les dio cierta fuerza
importante, creando estados diversos de perfección neumáticos síquicos etc., que
determinaban el grado de pertenencia y acceso al conocimiento.
El Padre desconocido, habría creado los “emones” las potencias del mundo superior e
inferior y el mundo es obra de 7 espíritus malos o inferiores. El más alto de ellos, ha de
identificarse con el de los judíos. A estos, debe el hombre, su mísera existencia en la
tierra. Pero algo de vida tienen dentro, cuando después de la muerte y dependiendo del
conocimiento de la verdad vuelven cerca de los espíritus superiores, con los que se
encuentran emparentados.
2.- BASILIDES.
Punto de partida, son unas confesiones secretas que el Redentor habría confesado al
Apóstol Matías, antes de la ascensión.
Se encuentra muy familiarizado con las ideas dualistas y sus teorías y doctrina, son
francamente difíciles. Lo más detestable es la idea de que Jesús, no murió en la cruz sino
que fue, Simón de Cirene.
3.- VALENTÍN.
Logró las más altas cualidades del gnosticismo. Sin duda fue la verdadera y más genuina
amenaza para el cristianismo. Su actividad docente, comenzó en el 135 en Alejandría
durante casi dos décadas, hizo propaganda de sus ideas en Roma, donde desempeñó un
papel importante, tal una desobediencia con los cristianos romanos marchó nuevamente a
Oriente.
Él, y sus seguidores formalizaron varios textos refutados por diferentes apologistas .
Es cierto que usa, ideas de Platón y Pitágoras, per también usa ideas de Jesús y cuestiones
bíblicas, mal interpretadas haciendo, así familiar su doctrina los cristianos, muchas veces
escasamente formados, estos, fácilmente prestaban atención a sus palabras y caían en la
secta y en su particular sincretismo.
La base de su cosmología es el mito del Dios invisible 30, supremos eones, forman el
mundo espiritual y perfecto (pleroma) El demiurgo creo al hombre y le impuso el
elemento síquico, ligándolo a la materia, pero sin enterarse este, el hombre recibió un
elemento neumático y esto hará que el hombre, lo que tiene de espiritual después de la
muerte otorne a la luz.
Jesús se hizo hombre para hacer esto posible, a trabes del bautismo. El moribundo
gnóstico es preparado a través de fórmulas secretas, para recorrer el mundo hostil, antes
de llegar a la luz definitiva.
4.- OFITAS.
5.- MARCIÓN.
Aunque no se le puede llamar propiamente gnóstico, sus escritos tienen cierto tinte de
ideas gnósticas, por que podemos decir, que representa un gnosticismo “suigeneris”
dentro del cristianismo.
Ya desde joven tuvo sus disputas con dirigentes de su iglesia a consecuencia de las
interpretación de las cartas paulinas A la privación de la comunión eclesiástica, siguió la
repulsa de personajes como Palias y Policarpo de Esmirna, hacia el año 140 vino a Roma.
Marción, bajo la influencia de Cerdón, se metió más de lleno dentro de las ideas
gnósticas.
Para Marción el dios del AT no es el Dios verdadero es el Dios riguroso y justo que
impuso a los judíos una ley insoportable estas ideas fueron también criticadas en Roma en
el año 144 se aparta definitivamente de la iglesia . Pronto se preocupo de hacer adeptos a
los que dio una estructura particular Obispos, presbíteros etc. La igualdad de liturgia
confundieron no a pocos. Los grandes de la época tuvieron que hacer un esfuerzo para
neutralizar sus ideas ya que represento un verdadero peligro.
5.1.- Su doctrina:
Las ideas de Marción, están libres de astralismos, de ideas fantásticas etc. pero sus ideas
son suficientes para considerarlo doctrina aparte de la iglesia . De hecho su presencia
obligó a la Iglesia naciente, a prestar más atención a la escritura, a su fe, y a la
organización interna.
Digamos, que ante la realidad del ataqué y el peligro que suponía, en seguida los
dirigentes de las diversas comunidades, tomaron cartas en el asunto tomando medidas
prácticas, contra los gnósticos . Por otra parte los teólogos, pronto demostraron a nivel
practica la falta de suficiente fundamentación de las ideas de estos conforme a la tradición
cristiana.
Debían de tener, un carácter más defensivo que ofensivo, su propósito era extirpar dentro
de la misma iglesia, los focos de infección excluyendo de la propia comunidad a aquellos
que defendían fuertemente estas ideas, sirviendo esto como ejemplo para disuadir a
futuros intentos. Ejemplo práctico de otodo esto es la excomunión de Marción.
Esta situación defensiva se mezcló con la otra situación de organización interna y de una
mayor atención de los dirigentes cristianos a sus respectivas comunidades, consolidando
las estructuras y reforzando los vínculos de unión. Gracias a estas iniciativas, la
ilustración del pueblo, fue cada vez más en auge.
El trabajo de los obispos y una extensa producción literaria de los teólogos, fueron puntos
importantes en la fundamentación y consolidación de la fe y de las comunidades Eusebio,
conoce parte de esta literatura y nos habla en su obra, de algunos de los mayores
escritores gnósticos así como de aquellos otros antignósticos que trataron de refutar todo
este compendio de ideas
Se puede decir, perfectamente, que las diversas ideas que trastocaban la idea central del
cristianismo, fueron claramente refutadas, bien por uno, bien por otros, reforzando así el
sentido de una doctrina central.
Así por ejemplo, los trabajos del famoso autor Tertuliano, vinieron a reforzar las ideas de
la muerte de Cristo y su resurrección como parte fundamental la doctrina cristiana en
contra de las ideas marcionistas su fuerte fundamentación bíblica, no deja lugar a dudas
de esta realidad central del cristianismo.
Ante el hecho de formarse en la posición de la revelación directa por parte de Dios los
gnósticos tiraban por tierra prácticamente toda la realidad y fundamento de los libros
sagrados.
Contra esta intención de minar el sentido de iglesia, trabajaron fuertemente los autores
cristianos fundamentándose en primer lugar el concepto de tradición y de sucesión
apostólica. Y luego asegurando con certeza, el número de las Sagradas Escrituras
pertenecientes al cristianismo.
Sólo podían ser reconocidos como canónicos aquellos escritos, que se remontaban a la era
apostólica, y que desde siempre hubieran sido apreciados de un modo particular por las
iglesias cristianas. Y solo podían ser reconocidos dirigentes de las iglesias, aquellos, que
en serie no interrumpida, se remontases hasta los apóstoles. Así se aseguraba la tradición
y por otra parte, referido a los libros se desechaban todos los escritos dudosos llenos de
ideas raras caso de la mayoría de los apócrifos.
Un transmisión optima, por parte de los teólogos de los principios fundamentales a los
catecúmenos, aspirantes al bautismo , fue una forma de reforzar las ideas y dejar claros
los principios básicos de esta doctrina.
El concepto de ciencia fue valorado poco a poco e integrado dentro de las doctrinas de la
iglesia.
Se puede decir que la lucha, fortaleció en gran medida las ideas cristiano asentándose
definitivamente los principales puntos. El afirmarse de este modo impidió que se perdiera
en un mar de sincretismo helenístico propio de esta época.
CAPITULO XVI
AUGE Y DECLIVE DEL MONTANISMO
1.- Inicios.
Comienza hacia el año 170 cuando Montano en la aldea de Ardabau, en las provincias
asiáticas de Frigia y Misia, poco des pues de su bautismo, en un lenguaje un tanto oscuro,
anuncia a sus hermanos ser profeta del espíritu Santo que por obra suya iba a conducir la
cristiandad a la verdad entera.
La unión a este propósito, de dos visionarias como Priscila y Maximila fue decisiva. Este
pueblo, era propenso a las grandes manifestaciones de tipo, carismático, posiblemente
influido por las regiones mistéricas asentadas durante siglos en esas zonas, lo cierto es
que tuvo un “boon” grande .
El deseo del martirio es otro de los puntos verdaderamente significativos como el mejor
de los desprendimientos del mundo y la mejor forma de encontrarse con el Dios de la
salvación. Los bienes materiales, tampoco tiene valor de hay su entrega a los dirigentes
para el sustento de los profetas.
Pero lo más significativo, es su renuncia al matrimonia, fuente de encadenamiento a las
cosas del mundo La abstinencia según Priscila, capacita especialmente para las visiones y
comunicaciones proféticas
La extensión fue considerable en sus comienzos Asía Menor, Siria, Traciá incluso en
Lyon y Vienne se tiene noticias de esto como hace notar Eusebio.
A partir del 205/206, sus escritos permiten deducir, que no solo conoce la doctrina sino
que participa de ella, Sin duda su implacable rigor, contra todo termino medio y su
excesivo amor a la verdad le llevó por sendas rigoristas. Su poder de apelación al Espíritu
sedujo a este autor llevándole a una transformación paulatina de un término medio al
rigor más absoluto.
Su exposición no fue para el pueblo llano, lo demuestra la historia, pero sus escritos si
fueron leídos y tenidos en cuenta.
Sólo ante la desfiguración de las ideas del cristianismo por parte de los
montanistas tuvo reacción la iglesia.
1.- Introducción.
2.- Escuelas cristianas de Oriente: Alejandría.
3.- Clemente de Alejandría:
4.- Orígenes.
5.- Discipulos y sucesores de Orígenes en la escuela de Alejandria:
6.- Escuelas cristianas de Oriente: Antioquía:
1.- Introducción.
CAPITULO XXI: LAS PRIMERAS CONTROVERSIAS CRISTOLÓGICAS Y
TRINITARIAS. MONARQUIANISMO Y MODALISMO.
1.- Introducción.
2.- Monarquianismo modalista.
1.- De finales del siglo II a comienzos del III la Iglesia pasa definitivamente a ser la
Iglesia universal. A pesar de diversas persecuciones, de conmociones políticas i religiosas
internas la Iglesia afianza su organización interna, las formas de culto, la vida diaria de
sus fieles i la perspectiva teológica. Esta situación le permitirá afrontar sin miedo los retos
que se le presentaran después del edicto de Milán.
2.- Hasta comienzos del siglo IV prospera la penetración misionera de la Iglesia a lo largo
i ancho del Imperio. El aumento notable de cristianos en las antiguas comunidades o el
nacimiento de nuevas comunidades fortalecerá a la Iglesia ante cualquier ataque.
4.- La Iglesia intenta ofrecer a sus fieles a través de la liturgia y la vida comunitaria una
vida cristiana intensa i coherente:
El catecumenado muestra el interés de los pastores por introducir adecuadamente
a los fieles en el mundo sacramental cristiano.
La diferenciación de los grados inferiores del orden delata la adaptación del clero
a las exigencias concretas de la cura de almas.
Fruto del gran número de apóstatas o "lapsos " que deja la persecución de Decio
la Iglesia reflexiona sobre ella misma i ordena la práctica penitencial.
La aparición de ascetas, solitarios o anacoretas manifiesta el deseo de vivir
seriamente la vida cristiana i prepara el floreciente monacato del siglo IV.
Las diversas constituciones eclesiásticas aseguran las formas litúrgicas en la vida
comunitaria, i se desarrollaran además, por lo menos en sus comienzos, las
liturgias particulares, que caracterizan a las grandes agrupaciones eclesiásticas.
El arte cristiano empieza a desplegarse indicando la creciente seguridad de la
sensibilidad cristiana.
5.- La teología cristiana recibió un nuevo impulso en el siglo III gracias a las
controversias internas y a los envites de los adversarios gentiles:
CAPITULO XVII.
3.- No existe aún una dirección y organización de la tarea misionera. Los responsables
son las iglesias particulares y el entusiasmo de algunos cristianos. No conocemos el
nombre de los evangelizadores.
5.- La heroica actitud de los mártires y confesores cristianos ante las persecuciones.
2.1.- Palestina:
Significó el final del segundo período del judeocristianismo palestinense y el cese de toda
actividad misionera en Palestina. Muchos cristianos fueron perseguidos y asesinados,
otros huyeron de nuevo al otro lado del Jordán. En lugar de Jerusalén se levantó la nueva
ciudad de Aelia Capitolina, la prohibición de que habitasen en ella judíos redujo a partir
de entonces la comunidad cristiana a gentiles, sobre todo griegos. El primer obispo
Marcos era griego. Los pocos rastros de cristianismo que encontramos hasta Constantino
se reducen a las ciudades. En el campo siempre hubo una fuerte oposición hacia el
cristianismo.
2.2.- Siria:
Desde el principio la iglesia siria se esforzó por evangelizar no solo las ciudades sino
también el campo. Mientras el paganismo se mantenía en Fenicia el cristianismo
aumentaba en Damasco, Sidón y Tiro. Sobre todo en Antioquía, gracias a su obispo
Ignacio, el cristianismo ganó prestigio entre los griegos. Hacia la primera mitad del siglo
II la misión llegó a la región de Osrhoene, en Siria oriental, cuando el judeocristiano
Addai empezó a actuar en Edesa y posteriormente en Mesopotamia. Su trabajo fue
continuado por Aggai, mártir posteriormente. A fines de siglo un sínodo de Edesa
discutió la fecha de la pascua cabe pues suponer que las iglesias de la zona estaban
cohesionadas. Se supone que Taciano compuso para ellas su Diatessaron después del 160.
No está suficientemente probada la temprana conversión de la casa real de Edesa y la
elevación del cristianismo a religión oficial. Bardesanes, convertido al cristianismo en el
179 y expulsado posteriormente por gnosticismo, señala como característica de dichas
iglesias la reunión dominical regular y el ayuno en días determinados.
2.3.- Arabia.
2.4.- Egipto:
Ya a fines del siglo I y a comienzos del II algunas ciudades del occidente muestran
iglesias organizadas (Apoc 2-3), que había que añadir a las fundadas por Pablo. Ignacio
de Antioquia añade las de Magnesia y Trales. La carta de Plinio (V.112) reconoce una
extensa cristianización del campo en la provincia de Bitinia. La correspondencia de
Dionisio, obispo de Corinto, informa también de las iglesias de Nicomedia, Amastris y
las iglesias del Ponto. Los sínodos de los años 80 que se oponen al montanismo nos hacen
presumir un cristianismo bien organizado. El obispo Polícrates de Efeso alude a la
gloriosa tradición de su iglesia. En Creta el mismo Dionisio habla de las iglesias de
Gortina y de Cnosos. Desconocemos en cambio la suerte de la fundaciones paulinas de
Cilicia y Chipre durante esta época. Parece que Grecia y Macedonia, también paulinas,
quedaron a la zaga en la evangelización. La iglesia más importante era la de Corinto con
el obispo Dionisio. En Atenas tenemos testimonio del apologista Arístides. La posible
cristianización de las provincias del Danubio durante el siglo II es incierta. Tal vez algún
soldado cristiano iniciara a otros en la fe.
2.6.- Roma:
La carta de Clemente a la iglesia de Corinto indica que la iglesia creció a pesar de las
persecuciones neroniana y domiciana. Seguramente los crecientes eran todavía en su
mayoría no romanos. El prestigio de la iglesia de Roma aparece por la fuerte atracción
que ejerce sobre otras iglesias i cristianos. Ignacio de Antioquia le tributa grandes elogios.
Marción, Abercio, Hegesipo e Irineo, Valentín y Teodoto, Justino, Taciano y Policarpo de
Esmirna viajan por algún motivo a Roma. Unos para lograr el reconocimiento de sus
doctrinas, otros para reconocer la verdadera doctrina o para trabajar por la paz cristiana.
Hermas, escribiendo aún en griego, no permite conocer su vida. El obispo Victor
introduce ya el elemento latino a fines del siglo II. Justino abre en Roma una escuela para
enseñar a los hombres cultos " la verdadera filosofía ".
2.7.- Italia:
2.9.- Galias:
2.10.- Germania:
Según Irineo existirían comunidades en las provincias renanas limítrofes al Rin con
centros en Colonia y Maguncia. Parece también que el cristianismo llegó tempranamente
a Tréveris centro comercial más importante que los anteriores.
2.11.- Hispania:
CAPITULO XVIII
Tertuliano le reconoce en sus primeros años de gobierno una actitud benevolente hacia
los cristianos. Así, el 196 se reúnen libremente diversos sínodos de obispos para discutir
la fecha de la pascua. A pesar de ello algunos cristianos particulares fueron procesados en
base al rescripto de Trajano no derogado. El 197 Tertuliano les dedica su Liber
apologeticus.
Proyectó hacer obligatorio en el imperio el culto del dios solar de Emesa pero no se
conoce su relación con los cristianos.
Su madre Julia Mamea parece que tenía declarada simpatía por el cristianismo. Durante
una estancia en Antioquía habló con Orígenes de cuestiones religiosas y a ella le dedicó
un tratado Hipólito de Roma. Encomendó al cristiano Julio Africano la construcción de la
biblioteca junto al Panteón. Lampridio, su biógrafo en laHistoria Augusta dice que
mantuvo sus privilegios a los judíos y toleró que hubiera cristianos. Así "Iudaeis
privilegia reservavit, Christianos esse passus est ". Antes del 234 se erigió un lugar de
culto en Dura-Europos y en Roma se organizaron sin obstáculo los cementerios
cristianos.
Dice Eusebio " por resentimiento contra la familia de Alejandro -Severo-, que se
componía de numerosos fieles, suscitó una persecución ordenando que solamente fueran
eliminados los jefes de las iglesias, como culpables de la enseñanza del Evangelio ".
Parece que la persecución solo afectó a Roma donde el obispo Ponciano y un presbítero
Hipólito fueron deportados a Cerdeña y posteriormente murieron allí. Orígenes dedicó a
su amigo Ambrosio y al presbítero Protecteo suExhortación al martirio.
El edicto general del emperador Decio del año 250 iba El texto original del edicto no se
ha conservado pero podemos reconstruirlo por las fuentes contemporáneas. Todos los
habitantes del imperio eran invitados a tomar parte en un sacrificio general a los dioses,
en una supplicatio. Se trataba de un acto de adhesión al culto pagano, participando en una
comida sagrada, libación o sacrificio, incluso reducido a su más simple expresión, como
la ofrenda de algunos granos de incienso a la estatua del emperador, demostrando con ello
el reconocimiento de la divinidad imperial, convertida en la síntesis de la religión oficial
de Roma. Con ello el sospechoso demostraba la inutilidad de la sospecha, por fundada
que fuese, que pesaba sobre él, y el cristiano abjurando de su fe, se encontraba al mismo
tiempo absuelto, en virtud de la legislación trajana, del delito, que cesaba con su
retractación.
Una novedad era la inspección exacta del cumplimiento del edicto en todo el imperio.
Una comisión controlaría la veracidad del sacrificio y expediría a cada ciudadano un
certificado o libellus en que constara que había sacrificado. Posteriormente
los libelli tenían que ser presentados a las autoridades. Los que se habían negado a
sacrificar eran encarcelados y todavía en la cárcel se intentaba quebrantar por medio de la
tortura la resistencia del confesor de la fe.
El mes de diciembre del 249 fueron detenidos algunos cristianos y el 20 de enero del 250
era ejecutado el papa Fabián. A pesar de ello las conmovidas quejas de los obispos
Dionisio de Alejandría y Cipriano de Cartago no dejan lugar a dudas de que, sobre todo
en Egipto i África del norte, el número de los que de una u otra forma siguieron las
órdenes del edicto superó con mucho al de los que se resistieron a obedecerlas. San
Cipriano dice que hubo apóstatas de muchas clases. Unos, a los que llamó sacrificati ,
aceptaron ofrecer realmente sacrificios a los dioses; otros, thurificati, solamente
quemaron incienso ante las imágenes divinas, principalmente ante la del emperador;
otros, en fin, se hicieron inscribir en los registros públicos, como queriendo satisfacer a la
ley, o sólo consiguieron, pagando la mayoría de las veces, certificados o libelli que
testimoniaban que habían obedecido las órdenes imperiales; a éstos se les llamaba acta
facientes o libellatici .
San Cipriano acusa como libellatici a los obispos Basílides de Legio y Astúrica Augusta
(León y Astorga) y Marcial de Emérita (Mérida). El primero de los cuales compró a los
magistrados un certificado de sacrificio y el segundo consintió en firmar una declaración
de apostaría. Cipriano se escondió y desde su refugio cerca de Cartago se comunicaba
epistolarmente con sus fieles encarcelados. Ofrece escasos nombres de confesores , entre
ellos a un tal Luciano, y pocos martires coronati , entre los cuales a dieciséis que
murieron de hambre en la cárcel. En Palestina fue martirizado Alejandro, obispo de
Jerusalén, y en Antioquía su obispo Babilas.
A finales del 251 el papa Cornelio fue desterrado a Centum Cellae (Civitavecchia) donde
murió el año 253. Su sucesor Lucio fue también desterrado (253-254) pero volvió a la
muerte de Galo. Según Dionisio de Alejandría en Egipto se produjeron otras detenciones.
Eusebio citando a Dionisio de Alejandria dice que " Valeriano (...) se ha de considerar
cómo era al principio, qué favorable y benevolente para con los hombres de Dios, porque,
antes de él, ningún otro emperador, ni siquiera los que se dice que abiertamente fueron
cristianos, tuvo una disposición tan favorable y acogedora. Al comienzo los recibía con
una familiaridad i una amistad manifiestas, i toda su casa estaba llena de los hombres
piadosos i era una iglesia de Dios ". Dionisio opinaba que la mutación efectuada en
Valeriano fue producida por su ministro Macrino quien le sedujo con la posibilidad de
remediar la situación financiera del imperio confiscando los bienes de los cristianos ricos.
1er. edicto de agosto del 257. Sólo concernía inmediatamente al clero superior, desde los
obispos a los diáconos, en el que se les ordenaba sacrificar a los dioses del Imperio.
Estaban prohibidas las celebraciones de culto cristianas y la visita a los cementerios, pero
no el culto privado. Sino se sacrificaba estaba previsto el exilio y si se desatendian las
otras prohibiciones se pensaba incluso en la muerte de los infractores. Cipriano obispo de
Cartago y Dionisio obispo de Alejandria fueron exiliados juntamente con muchos otros
obispos, sacerdotes y diáconos de África.
2º. edicto del 258. Se prescribió que los clérigos superiores que no hubiesen obedecido
fuesen ejecutados sin demora. Los laicos de alto rango serían degradados de sus
funciones i les serían confiscados sus bienes y, si este castigo no les conducía al
arrepentimiento, padecerían la pena capital. Sus mujeres perderían también sus bienes y
serían desterradas. A los empleados imperiales en Roma y provincias, los caesarini , se
los amenazó igualmente con la confiscación de sus bienes y trabajos forzados.
Fue decapitado Cipriano, obispo de Cartago; Sixto II, obispo de Roma, junto con sus
diáconos, entre ellos Lorenzo; Fructuoso, obispo de Tarragona, y sus diáconos Augurio i
Eulogio fueron quemados vivos en el anfiteatro de la ciudad el 21 de enero del 259;
probablemente también en esta época fue decapitado en Troies Patroclo. Dionisio de
Alejandría sufrió solamente exilio.
El año 259 tras la muerte de Valeriano que cayó prisionero de los persas le sucedió su
hijo Galieno que intentó reconciliarse con los cristianos. Publicó un edicto, posiblemente
del 260, donde ordenaba cesasen las persecuciones y posteriormente (v. 262) la
restitución de las iglesias. Dice Eusebio: " Inmediatamente puso fin, mediante edictos, a
la persecución contra nosotros, y ordenó por un rescripto a los que presidían la palabra
que libremente ejercieran sus finciones acostumbradas. El rescripto rezaba así: " El
emperador César Publio Licinio Galieno Pío Félix Augusto, a Dionisio, Pina, Demetrio y
a los demás obispos: He mandado que el beneficio de mi don se extienda por todo el
mundo, con el fin de que se evacue los lugares sagrados y por ello también podáis
disfrutar de la regla contenida en mi rescripto, de manera que nadie pueda molestaros. Y
aquello que podáis recuperar, en la medida de lo posible, hace ya tiempo que lo he
concedido. Por lo cual , Aurelio Cirinio, que está al frente de los asuntos supremos,
mantendrá cuidadosamente la regla dada por mí ". Quede inserto aquí, para mayor
claridad, este rescripto, traducido del latín. Se conserva también, del mismo emperador,
otra ordenanza que dirigió a otros obispos y en que permite la recuperación de los
lugares llamados cementerios ".
CAPITULO XIX
1.- Introducción.
Alejandría, capital de Egipto, contaba con una larga tradición científica, y su clase
dirigente se mostró siempre abierta a las cuestiones filosóficas i religiosas. Las bibliotecas
del Serapeon y Museon fundadas por los Ptolomeos ayudaron a fomentar la vida
intelectual sobre todo desarrollada entorno a la poesía helenística y la filosofía
neoplatónica. Los nuevos convertidos cultos se vieron pues obligados a competir
intelectualmente con la vida cultural que los rodeaba.
A finales del siglo II aún no podemos hablar de una escuela catequística de Alejandría.
Lo que existían eran escuelas privadas dispuestas a recibir a cualquier interesado y donde
el maestro configuraba personalmente el programa académico.
Panteno.- Siciliano. Hacia el año 180 tenía en Alejandría un didascaleo, sin encargo
eclesiástico, donde enseñaba y razonaba su filosofía cristiana. No ha llegado a nosotros
ninguna de sus obras.
Hijo de una familia pagana de Atenas, convertido en edad madura al cristianismo y con
una buena formación profana. Llegó a Alejandría después de largos viajes hacia fines del
siglo II i allí se convirtió en maestro cristiano. La persecución de Septimio Severo, hacia
el 202, le obligó a emigrar al Asia Menor donde murió hacia el 215. Obras:
1.- Protréptico. Obra del estilo de Aristóteles, Epicuro o Crisipo. Se trataba de un discurso
de exhortación y prosilitismo que supone lectores paganos, a los que quiere ganar para su
filosofía. Supera a los apologistas precedentes pues trata con mayor serenidad la
superioridad del Dios cristiano sobre los dioses paganos. Reconoce que muchos filósofos
paganos, con Platón a la cabeza, se hallaban en el recto camino para encontrar a Dios. Sin
embargo la plenitud del conocimiento y la salvación eterna solo la ha traído el Logos
Jesucristo, que llama a todos, helenos y bárbaros, a su seguimiento.
Clemente quería que, ambas obras conexas entre sí, fuesen rematadas por el Didascalo,
colofón que ofrecería una exposición sistemática de las principales doctrinas del
cristianismo.
3.- Stromata. Trata de forma suelta una muchedumbre de temas varios, que quieren en
primer término atraer la atención del gentil con inquietudes religiosas. Seguramente se
trataba de las cuestiones que Clemente explicaba en sus lecciones. El género literario es
parecido al "Banquete de los sofistas " de Ateneo o a las "Noches áticas " de Aulo Gelio.
La pretensión es clara demostrar en la discusión con el gnosticismo contemporáneo que la
religión cristiana es la verdadera gnosis, presentar en el cristiano fiel al verdadero
gnóstico.
En el bautismo recibe todo cristiano fiel al Espíritu Santo y, con El, la capacidad de
ascender de la fe sencilla a una gnosis (ciencia, conocimiento) más y más perfecta; pero
sólo asciende, de hecho, el que se esfuerza constantemente por ello, el que lucha por una
perfección cada vez mayor en su conducta. Sólo por un constante trabajo de educación de
sí mismo, penetrando cada vez más a fondo en el evangelio; sólo dentro de la Iglesia, " la
única madre virgen ", se llega a ser verdadero gnóstico y se supera así el ideal de
formación del " sabio " de la filosofía pagana, que representa desde luego un valor digno
de reconocerse, pero que no pasa del estadio preparatorio.
4.- Orígenes.
Orígenes nació hacia el año 185 en un hogar cristiano. Recibió una excelente formación
en las ciencias profanas que le permitió trabajar como profesor en una escuela de
gramática. La preocupación por la instrucción de gentiles en la religión cristiana le llevó a
estudiar el neoplatonismo con Ammonio Saccas, cuyo influjo fue en él grande y
permanente. Los viajes que emprendió le permitieron visitar Cesarea de Palestina,
Jerusalén, Arabia i Roma. El obispo Demetrio de Alejandría le nombró profesor de
catecúmenos y director de la escuela teológica de aquella ciudad. El 230-231 un conflicto
con dicho obispo le obligó a trasladar sus actividades a Cesarea de Palestina. Durante la
persecución de Decio confesó la fe, fue torturado y murió como consecuencia de ello en
Tiro hacia 253-254.
Núcleo de la obra teológica de Orígenes es su trabajo sobre la Biblia. Se decantó por los
trabajos critico filológicos sobre el texto bíblico, en comentarios científicos a libros
particulares de la Sagrada Escritura y, finalmente en muchedumbre de homilías bíblicas.
El deseo de lograr un texto bíblico seguro le llevó a componer las " Hexaplas ", que, en
sus columnas paralelas, ofrecían el texto original en caracteres hebreos, en transcripción
griega, las versiones de Áquila, Símmaco, los Setenta y Teodoción.
Periarjon. En cuatro libros trata de las cuestiones generales acerca de Dios, la creación del
mundo, el pecado original, la redención por Cristo, el pecado personal, el libre albedrío y
la Sagrada Escritura como fuente de fe. En la introducción expone los principios
metodológicos de su obra: La Escritura y la tradición son las dos fuentes en que se inspira
su exposición de la doctrina cristiana. La autoridad de la Iglesia nos garantiza que en la
Escritura no se han introducido escrituras espurias. Solo ha de aceptarse por fe aquella
verdad que no esté en contradicción con la tradición eclesiástica y apostólica, i esa verdad
se halla en la predicación de la Iglesia que, " per successionis ordinem ", se ha
transmitido desde los apóstoles.
Antes del mundo actual existió ya un mundo de espíritus perfectos al que pertenecían
también las almas humanas, que fueron, por ende, preexistentes. la apostasía de Dios las
desterró a la materia, que Dios creó entonces. La medida de su culpa premundana
determina incluso la medida de la gracia que Dios concede a cada uno sobre la tierra.
Toda la creación se apresura a volver a su origen en Duos; para ello es sometida a un
procesos de purificación, que puede extenderse sobre muchos eones, proceso en que todas
las almas, aun los malos espíritus de los démones y Satán mismo, se purifican más y más,
hasta ser capaces de resucitar y de unirse de nuevo con Dios. Entonces es Dios otra vez
todo en todo, y se alcanza la restauración de todas las cosas (apokatastasis ton panton).
Con esta concepción queda prácticamente suprimida la eternidad del infierno.
Dionisio, obispo de Alejandria. Su doctrina sobre la Trinidad fue puesta en tela de juicio
por Roma y trató de defenderla en una apología en cuatro libros dirigidos a su homónimo
Dionisio, obispo de Roma. Se enfrentó con las ideas milenaristas del obispo Nepote de
Arsione, y la polémica, sin duda, lo llevó a negar al apóstol Juan la paternidad del
Apocalipsis. Es el primer obispo de quien consta que, en las llamadas " cartas pascuales ",
anunciaba anualmente a la cristiandad de Egipto la fecha de la pascua.
Pierio. Se ocupó más de trabajos exegéticos y desarrolló una gran actividad homilética.
Pedro. Obispo de Alejandría desde el año 300. No está demostrado que se ocupase
también de la escuela catequética. Sus tratados revelan preocupaciones pastorales, por
ejemplo, los que discuten los cánones sobre la penitencia y el " Sobre la pascua ", que en
parte impugna supuestos errores de Orígenes.
Pánfilo, prebitero de Cesarea de Palestina. Se ocupó del texto bíblico, coleccionó los
escritos de Orígenes y atendió la biblioteca fundada por éste en Cesarea. La persecución
de Diocleciano lo llevo, tras larga prisión, al martirio (+310); en la cárcel escribió su "
Apología en pro de Orígenes ".
CAPITULO XX
1.- Introducción.
2.- Se tomó del griego muchas palabras, pues muchas latinas expresaban el culto pagano.
3.- Hubo que dotar a muchos términos latinos ya existentes de nueva significación.
Las discusiones teológicas son sostenidas por lo general aún por griegos. Justino escribe
su apología en griego; Marción y otros polemistas trinitarios son asiáticos; Hipólito es
oriental y publica sólo en griego.
1.2.2.- Hipólito:
Posiblemente era oriundo de Alejandría y permaneció en Roma como presbítero de la
iglesia local. Su rigorismo en la cuestión de la penitencia lo convirtió en adversario
irreconciliable del papa Calixto (217-222) y cabecilla de un grupo de oposición,
numéricamente escaso, pero espiritualmente importante. Las fuentes no apoyan el hecho
de considerarle el primer antipapa de la historia de la Iglesia. Tampoco existen pruebas
ciertas de que fuera el escritor Hipólito desterrado a Cerdeña por el emperador Maximino
Traciano junto con el papa Ponciano y de que se hubiera reconciliado allí con él,
muriendo en el destierro. No se excluye que hubiera pertenecido por algún tiempo al
cisma novaciano y, después de 253, muriera nuevamente admitido en la Iglesia. Eusebio
y Jerónimo dan una lista de sus escritos.
Con Orígenes comparte el amor a los estudios bíblicos y con él practica la exégesis
alegórica pero con método más sobrio. Nos hanllegado su comentario original a Daniel en
griego, y en versión, una exposición del Cantar de los cantares.
Los escritos dogmáticos y antiheréticos tienen como fin asegurar la tradición apostólica
en orden de la doctrina. El Sintagma trataba de 32 herejías aparecidas hasta su tiempo.
También se le atribuye el Philosophoumena o Refutación de todas las herejías . Exponía
los errores de la filosofía, las aberraciones de las religiones paganas y refutaba los
sistemas gnósticos. Lo que al autor le interesa demostrar sobre todo es la tesis de que toda
herejía se funda en que no sigue a Cristo, la Sagrada Escritura y la tradición, sino que
vuelve a las doctrinas paganas. La Iglesia es portadora y guardiana de la verdad, sobre
cuya pureza y autenticidad han de vigilar los obispos legitimados por la sucesión
apostólica.
1.2.3.- Novaciano:
Obra teológica sobre la Trinidad (v. 250). Se apoya en Hipólito y Tertuliano. Rechaza la
teología de Marción y la concepción modalista de los monarquianos. En cambio, profesa
un subordinacionismo sutil que, aún insistiendo en la divinidad de Cristo, lo subordina al
Padre casi más claramente que la teología anterior. Pone de relieve la subordinación del
Espíritu Santo al Hijo. Es el Espíritu Santo quien mantiene la Iglesia en la santidad y la
verdad.
Con ocasión de la elección del papa Cornelio (251) que fue preferido a él Novaciano se
separó de la Iglesia y rigió una comunidad propia de cuño rigorista. Quiso justificar su
rotura con un concepto de Iglesia según el cual, en una Iglesia de los santos no hay ni
puede haber lugar para el que peca gravemente, por muy dispuesto que esté a la expiación
y a la penitencia. Un sínodo de 70 obispos presididos por Cornelio le excomulgó a él y a
sus seguidores.
1.2.4.- Tetuliano:
Hijo de un centurión pagano nació hacia el 160 en Cartago. Buena educación retórica y
jurídica, conocedor excelente del griego. Se convirtió de adulto movido por el testimonio
de los cristianos durante la persecución. Las fuentes no permiten decidir si llegó a
ordenarse de presbítero o permaneció laico. Hacia el 207 se pasó al movimiento
montanista que defendió con igual ardor como había defendido la Catholica. Agustín dice
que al final de su vida fundó un grupo sectario que, por él, se llamó tertulianista.
Apologeticum. Dirige la obra a los praesides de las provincias romanas. Parte en cada
punto de ideas familiares a sus lectores paganos y les opone la doctrina y vida cristianas.
Dice que se comete contra los cristianos la más amarga injusticia, pues se los condena sin
saber lo que son. Por eso no pide absolución, sino justicia, que se funda en la búsqueda
leal de la verdad.
1.2.5.- Cipriano:
Ad donatum. narra como tras larga búsqueda logró la paz religiosa por el bautismo.
Los niños han de incorporarse a la Iglesia lo más pronto posible; el bautismo de los niños
no admite discusión en Cipriano.
CAPITULO XXI
1.- Introducción.
La teología del siglo II no se planteó a fondo el problema de la relación del Padre, Hijo y
Espíritu Santo. Los apologistas en su lucha contra el paganismo señalaron el estricto
monoteísmo cristiano. También la Iglesia en su lucha contra el gnosticismo señaló ese
aspecto.
El apologista Teófilo había incluso hallado el término "tríada " para significar esta
realidad. La cristología del Logos tenía sus fallos en cuanto subordinaba al Padre el Hijo.
Tal subordinacionismo turbaba menos la conciencia creyente, pues no se veía en él una
amenaza inmediata a la divinidad de Cristo. Si se hacía, en cambio, resaltar con más
viveza la unidad de Dios, la insistencia en la distinción del Padre i el Hijo podía parecer
inquietante. Esa teología fue denominada "monarquianismo ".
Algunos vieron en Cristo sólo a un hombre, nacido desde luego de la Virgen por
obra del Espíritu Santo y en quien la fuerza (dinamis) o virtud de Dios tuvo
eficacia singular. Este monarquianismo, llamado "dinámico ", salvaba realmente
el principio divino único, pero dejaba prácticamente de lado la divinidad de
Cristo.
Otros afirmaban que Dios se había manifestado en cada caso de modos distintos,
una vez como Padre, luego como Hijo. Explicación en la que se suprimía hasta
tal punto la distinción entre el Padre y el Hijo, que se llegaba a decir que era el
Padre quien había padecido en la cruz. Por esos fueron llamados "modalistas " o
"patripasianos ". El monarquianismo modalista es también llamado
adopcianismo. Parece que sus partidarios procedían de sectores intelectuales, y
no halló mayor eco en el pueblo sencillo.
El primer representante del modalismo fue Teódoto, oriundo de Bizancio, que fue a Roma
hacia el año 190 y propaló allí sus ideas teológicas. Hasta su bautismo en el Jordán, Jesús
había llevado la vida de un hombre sencillo, aunque justísimo, sobre el que descendió el
Espíritu o Cristo. Él y sus seguidores apoyaban su tesis con la Biblia. El papa Víctor
(186-198) le expulsó de la Iglesia.
Discípulo de Teódoto fueron Asclepiodoto , Teódoto el Joven y más tarde Artemón. Los
dos primeros trataron de organizar a los adopcionistas en una iglesia propia e incluso
ganaron para dirigirla al confesor romano Natalis, quien, sin embargo, los abandonó al
poco tiempo. Teódoto el Joven introdujo un elemento nuevo en las anteriores teorías al
designar a Melquisedec como la virtud suprema, que está por encima de Cristo, el
verdadero mediador entre Dios y los hombres.
Hacia la mitad del siglo III, un doble argumento desempeñó misión importante en esta
doctrina. Los adopcianos atacaban la doctina ortodoxa como diteísta, y apelaban luego a
que ellos, como guardianes fieles de las tradiciones apostólicas, sólo enseñaban sobre
Cristo lo que siempre se había creído.
Toda teoría que separara demasiado tajantemente al Hijo o al Verbo, del Padre, era
mirada con recelo, pues de ahí podía eventualmente deducirse la existencia de dos dioses.
Noeto. oriundo de Esmirna en el Asia Menor. Encarecía rigurosamente el dogma del Dios
uno, que es el Padre, y afirmaba la identidad de Cristo con el Padre; de donde sacaba la
consecuencia de que el Padre se hizo hombre y padeció en la cruz. Fue expulsado de la
Iglesia, pero halló partidarios que se apoyaban en la Biblia (Ex 3,6; Is 44,6; 14-15;Jo
10,30;8ss; Rom 9,5).
Sabelio debió venir de Libia a Roma, en vida aún del papa Ceferino (199- 217). Él fue
quien sistematizó la doctrina modalista. Atribuyó a la única divinidad tres modos de
obrar, de suerte que el Padre era la verdadera naturaleza divina que, sin embargo, también
se manifestaba como Hijo y Espíritu Santo; como Padre fue Dios creador y legislado;
como Hijo operó la redención y como Espíritu Santo daba la gracia y la santificación.
Sobre sus ideas sólo nos informan sus impugnadores Hipólito, Tertuliano y Epifanio.
Hipólito atacó vivamente a los papas Ceferino (199-217) y Calixto (217-222) por haber
favorecido y hasta reconocido estas herejías. Al primero acusaba de hombre ignorante e
inculto y de haber defendió a la vez ambas tesis:
1.- Yo sólo conozco a un sólo Dios, Cristo Jesús, y ninguno fuera de Él, que nació y
padeció.
Sin embargo parece que Ceferino lo que quería era recalcar de un lado la divinidad de
Cristo y de poner, por otro, de relieve la distinción entre el Padre y el Hijo; sólo que para
ello le faltaba una terminología adecuada. Contra Calixto afirmaba que se habría dejado
seducir por Sabelio. Sin embargo trataba también de mantener un término medio. Contra
la tendencia diteísta de Hipólito el papa afirmaba la unidad de Dios, cuando decía que el
Padre y el Hijo no son dos seres separados; contra Sabelio afirmaba la distinción del
Padre y el Logos, que existía antes de todo tiempo y se hizo hombre en el tiempo.
Rechaza también la dialectica diteísta, al recalcar que el Hijo es Dios sólo en cuanto Hijo
que recibe la divinidad del Padre, y sólo en cuanto Hijo se distingue del Padre; no hay,
por ende división alguna de la naturaleza divina. No se expresa con igual claridad acerca
dela "persona " del Espíritu Santo, al que mira como una fuerza divina, que obra en los
profetas, en los apóstoles y en la Iglesia.
Manes nació el 14 de abril del año 216 d.C. seguramente en Ctesifonte, capital parta Seleucia. Sus
padres estaban emparentados con la casa de los príncipes persas de los Arsácidas. Su padre
perteneció a la secta de los mandeos, en que la rigurosa abstinencia de carne y vino iba unida a
múltiples ritos de purificación. Manes fue educado en esa secta. Un ángel le descubrió que estaba
destinado para apóstol y heraldo de una nueva religión universal, cuyo contenido le fue comunicado
en ulteriores revelaciones.
Emprendió un viaje a la India, donde predicó con éxito sobre todo en la región de Beluchistán. De
vuelta a Persia obtuvo el favor del rey Sapor I (241-273) quien le permitió predicar libremente por
todo el imperio de los Sasánidas. Él mismo y un grupo numeroso de misioneros llevaron la fe hasta
Egipto y las provincias orientales de Irán. Sin embargo el rey Bahram I (274-277) desencadenó una
persecución. Probablemente, los sacerdotes de la religión zoroástrica lo acusaron de planes
revolucionarios y de herejía religiosa. Tras breve detención, Manes murió en la cárcel el año 277.
Sus seguidores llamaron a su muerte "crucifixión " señalando así el carácter martirial. Una
persecución les obligó a huir hacia occidente, la India y China donde existieron hasta el siglo XV.
Su predicación la consignó en una serie de escritos que alcanzaron pronto validez canónica: El gran
evangelio de Alfa a Tau, que estaba provisto de un álbum de imágenes; el Tesoro de la vida, citado
con frecuencia por san Agustín; el Libro de los misterios, en 24 capítulos y, finalmente, sus cartas
halladas en el Alto Egipto.
1. - Hay dos seres o principios supremos de igual orden o categoría, el principio de la luz y el
de las tinieblas.
2. - Ambos son ingénitos y poseen el mismo poder; pero se hallan en una antítesis o contraste
irreconciliable, cada uno en su propio imperio, la región de la luz o del bien, situada en el
norte, y la del mal, en el sur.
3. - Ambos están sometidos a sendos reyes; el imperio de la luz, al Padre de la grandeza; el
reino del mal, al príncipe de las tinieblas, que manda sobre numerosos demonios.
4. - Entre los dos principios primeros y sus reinos respectivos se desencadena una guerra, en
que el reino de la materia trata de devorar a la luz; para defensa de ésta crea el Padre de la
grandeza el primer hombre, que, con sus cinco hijos, sale a campaña, pero es vencido
juntamente con ellos por el mal.
5. - El primer hombre se da cuenta de su destino o desventura y pide ayuda al Padre de la
grandeza. Éste, después de una serie de emanaciones intermedias, desprende de sí al
espíritu viviente, que libra al primer hombre de la materia mala y, así. lo redime.
6. - Apenas el hombre se da cuenta de que es una mezcla de luz y de tinieblas, es decir, apenas
se conoce a sí mismo, comienza su redención.
7. - El Padre de la luz le ayuda a liberarse más y más de las tinieblas, que hay en él. Para ello
envía a la tierra los mensajeros de la verdadera religión, que traen al hombre el verdadero
conocimiento de sí mismo. Estos mensajeros son Buda, Zoroastro, Jesús y Manes. Antes de
Manes a los heraldos del redentor maniqueo se les asignaron solamente partes limitadas del
mundo, a las que tenían que llevar la verdadera gnosis: Buda actuó en la India, Zoroastro se
ciñó a Persia, Jesús a Judea o, en todo caso, a occidente. Ninguno de estos tres fijó su
mensaje por escrito; de donde resultó que las religiones por ellos fundadas, señaladamente
la cristiana, decayeron rápidamente o fueron falseadas.
8. - Manes es el último llamamiento a la salvación; al mundo no le cabe ya sino convertirse
ahora o perecer para siempre.
Los fieles maniqueos son divididos en escogidos (electi) y oyentes (audientes). Los últimos sirven a
los elegidos, les procuran comida y vestidos y así esperan nacer un día en el cuerpo de un elegido i
alcanzar luego la salvación.
Al frente de la iglesia maniquea está un superior dotado de suprema autoridad, el cabeza de los
apóstoles o rey de la religión, que tiene su residencia en Babilonia. Evidentemente el primero fue
Manes. A él está subordinada una jerarquía muy escalonada, que, en grados varios, comprende 12
apóstoles, 72 obispos o maestros de la verdad y 360 presbíteros; a éstos, como diáconos, se junta el
resto de los elegidos, hombres i mujeres.
Los fieles maniqueos se reunían en sus templos para celebrar su liturgia, que consistía en lectura de
los escritos maniqueos y canto de himnos propios. Los ritos externos son rechazados, pues en ellos
actúa el hombre ligado a la materia, cuando sólo la verdadera gnosis opera la salvación.
Relación del maniqueismo con el cristianismo. Al comienzo de sus cartas, Manes se llama
enfáticamente a sí mismo "apóstol de Jesucristo ". Este Jesús apareció sobre la tierra como un eón
celestial en un cuerpo aparente, para instruir a la humanidad sobre su origen real y verdadero
camino de la redención. Jesús fue guía de las almas, al que los fieles maniqueos bendicen en
numerosos himnos, que suenan en algunos trozos como oraciones puramente cristianas. Este Jesús
finalmente envió al Paráclito por Él prometido, a fin de preservar su doctrina de toda falsificación.
El Paráclito descendió sobre Manes y le reveló los misterios ocultos. Luego Manes se hizo uno con
él, de suerte que ahora puede presentarse y enseñar como el Paráclito prometido. Por boca de Manes
habla el Espíritu enviado por Jesús.
Coincidiendo con Marción no reconoce al Dios del Antiguo Testamento con Dios de la luz; pero los
ángeles de la luz han consignado también verdades sueltas en la Biblia de los judíos. Los evangelios
y cartas paulinas aunque estén también penetrados de errores judaicos, sin embargo en ellos se halla
parte del mensaje de Jesús sobre las más profundas conexiones del mundo, sobre el sentido del
destino humano, sobre la lucha de la luz y las tinieblas y sobre la liberación del alma de las cadenas
de la materia.
El emperador Diocleciano dictó al procónsul de África un edicto muy riguroso contra los
maniqueos (297). Se funda en quejas oficiales de autoridades de aquella zona. Ordena sean
quemados vivos en la hoguera los dirigentes del movimiento; sus partidarios han de ser decapitados;
los ciudadanos romanos de alta clase serán condenados a trabajos forzados en las minas.
Bajo el papa Melcíades (311-314) se señala su presencia en Roma, y de aquí emprende sin duda el
camino hacia la Galia, Hispania los Balcanes. Los concilios del siglo IV se refieren reiteradamente
al maniqueismo. Una ley del emperador Valentiniano I (372) ordena confiscar las casas donde se
reúnen. Teodosio II aumenta las sanciones contra ellos y Justiniano I castiga de nuevo con pena de
muerte el credo maniqueo. En África el maniqueismo cautiva a muchos, entre ellos al propio
Agustín durante un decenio. Los vándalos en el siglo V les persiguieron también. Las corrientes
neomaniqueas de la Edad Media sobre todo en los Balcanes atestiguan la vitalidad del
maniqueismo.
Theonas, obispo de Alejandría (300) previene a sus fieles cristianos de las doctrinas maniqueas
acerca del matrimonio. También se opusieron al maniqueismo obispos como Cirilo de Jerusalén,
Afrahates y Efrén en oriente, y posteriormente León Magno en occidente. La Iglesia mandaba que
se pusiera especial atención, cuando un maniqueo quería convertirse al catolicismo; por medio de
fórmulas precisas de abjuración, había que asegurarse de la sinceridad de la conversión. Agustín
mismo hubo de suscribir una de esas fórmulas.
Algunos autores antimaniqueos: el obispo Serapión de Tmuys. Dídimo de Alejandria con un trato
especial "Katá manijimon ", el obispo árabe Tito de Bostra y las Acta Archelai, Hegemono de Siria,
Eusebio de Emesa, Jorge de Laodicea y Diodoro de Tarso.
CAPITULO XXIII
Los comienzos de este movimiento se remontan ciertamente al siglo II, pues ya en los
comienzos del III los vemos en un estadio progresivo. Las fuentes: la Didascalia siria,
algunos escritos de Tertuliano y la Tradición apostólica de Hipólito pertenecen al siglo
III; las homilías sobre los salmos de Asterio el sofista se compusieron a comienzos del
siglo IV, pero reflejan a menudo un estado de evolución litúrgica que ha de situarse a
fines del siglo III.
La controversia pascual del siglo II era una disputa no sobre el modelo sino acerca de la
fecha de la misma pascua y de la forma i duración del ayuno pascual, que no condujo por
lo pronto a una concordia, pues las dos partes creían poder apelar en pro de su respectiva
interpretación a la tradición apostólica.
Irineo supone la introducción del "passah dominical " en tiempos del papa Sisto, a
comienzos del siglo III. La distinta práctica originó polémicas y discusiones, como lo
demuestra la discusión entre Melitón de Sardes y el obispo Claudio Apolinar de Hirápolis
(hacia 170) en Asia Menor, discusión en la que intervino tambiénClemente de Alejandría.
Éste, en un escrito especial contra los cuartodecimanos, apelaba a la cronología joánica, y
recalcaba que Jesús, el verdadero cordero pascual, había muerto y sido sepultado en un
solo día, el de la parasceve del passah. En su réplica, Melitón fundaba el uso
cuartodecimano en la datación de los sinópticos según la cual Jesús celebró la pascua
antes de su muerte, y a ella había que atenerse también ahora.
Las fuentes del siglo III equiparan el curso de la celebración pascual en oriente y en
occidente. La fiesta se iniciaba con un ayuno rigurosamente obligatorio, que se tenía por
elemento esencial de la pascua. La duración variaba según los lugares. El centro de la
fiesta pascual era la vigilia nocturna. No era un rito familiar, con el passah judío, sino una
fiesta esencialmente comunitaria de todos los creyentes. La asistencia era obligatoria.
Las primeras horas de la noche se llenan con oración y lecciones; se citan expresamente
salmos y lecciones de los profetas i de los evangelio. La vigilia, según la Didascalia ,
pertenece al día de pascua y tiene, por ende, un final festivo que va resaltando más y más
con el ulterior desarrollo de la vigilia, tal como ha de cumplirse a comienzos del siglo III.
Aquí hay que mencionar sobre todo el solemne bautismo, que, como elemento nuevo, se
incorpora por este tiempo a la liturgia pascual. Tertuliano habla de "dies baptismo
sollemnior ".
El siglo III presenta también el primer desarrollo del tiempo pascual, que se convierte así,
como primer ciclo festivo, en el centro de gravedad del año eclesiástico en formación.
Durante 50 días a partir de pascua se celebra la resurrección del Señor. El carácter festivo
de este Pentecostés se subraya por el hecho de que no se ayuna ni se reza de rodillas. El
día último de Pentecostés no tiene un tono festivo. En Hispania se celebraba de manera
distinta. El concilio de Elvira (300) reprueba la celebración del tiempo pascual de 40 días
e impone el día quincuagésimo. A finales del siglo III y comienzos del IV se desarrolla la
octava de pascua.
La Iglesia somete al candidato al bautismo a un examen riguroso que tiene por objeto
sobre todo sus cualidades morales. El aspirante debe presentar un garante o fiador
cristiano que demuestre la seriedad de su voluntad de conversión. La admisión al
catecumenado depende además de un examen del pretendiente por parte del maestro del
catecúmeno, que puede ser clérigo o laico. Este examen se extiende a los motivos de su
pretensión, a sus relaciones matrimoniales, a su profesión y posición social. Si el
pretendiente es esclavo de un amo cristiano su admisión depende de la opinión de aquel.
Son profesiones incompatibles las que están o pueden estar fácilmente en relación directa
con el culto pagano, tales como las de sacerdote sacrificador, guardián de un templo,
actor, astrólogo y hechicero. El concilio de Elvira añade aún el auriga de circo. Tertuliano
piensa también en los soldados que deben tomar parte en sacrificios, vigilan los templos o
participan en actos violentos. Las prostitutas son rechazadas y los problemas
matrimoniales deben arreglarse antes de la admisión a la enseñanza catequética.
El bautismo se inserta dentro del marco de impresionante vigilia que dura toda la noche y
está llena de lecciones y últimas instrucciones litúrgicas. La vigilia pascual, sobre todo,
era la que reunía el mayor número de bautizados al año; en otros casos, cuando un motivo
especial exigía nuevo día de bautismo, se señalaba la noche de un sábado a domingo. Al
amanecer, señalado por el canto del gallo, daba comienzo la acción propiamente
bautismal. Los catecúmenos dejaban sus vestidos y se limpiaban de toda mancha,
entraban en la pila o piscina bautismal, surtida por corrientes de agua limpia. Previamente
el obispo consagraba el óleo de acción de gracias y el óleo del exorcismo. Primero eran
bautizados los niños, sus padres responden por ellos, luego los hombres y, por fin las
mujeres.
Justino, màrtir +150. Primeramente esboza el curso de la celebración, tal como sigue al
bautismo; poco después habla de la celebración en común, "el día que llaman del sol ", a
la que concurren todos.
"Se leen las memorias de los apóstoles o los escritos de los profetas". Sigue la
homilía del presidente y las oraciones en común "por nosotros mismos, por los
recién bautizados y por todos los otros dondequiera que se encuentren ". Acaban
con el beso de paz.
Presentación de las ofrendas ( pan y vino mezclado con agua) no sabemos por
quién. Oración del presidente, que se llama eucharistia: en ella se hace subir al
Padre del universo, en el nombre del Hijo y del Espíritu Santo, alabanza y
bendición, y le da gracias de que se digne conceder a los fieles estos dones. Toda
la comunidad presente afirma y confirma la eucharistia del presidente con el
hebreo amén.
Se reparten los dones eucarísticos consagrados, llamados también eucharistia,
entre los presentes y se lleva también a los ausentes. Sólo comulgan los
bautizados.
Presentación de las ofrendas por los diáconos. Sobre ellas extiende las manos el
obispo con los presbíteros al comenzar la solemne oración de acción de gracias,
que se inicia con el diálogo entre el mismo obispo y la comunidad reunida, tal
como hasta hoy lo ha conservado la liturgia romana.
La acción de gracias del canon es ofrecida al Padre por medio de su Hijo querido
Jesucristo, que Él envió como salvador y redentor. Él es la Palabra o Verbo del
Padre, por quien todo ha sido creado; tomó carne en el seno de la Virgen y nació
del Espíritu Santo y de ella. Él aceptó voluntariamente la pasión, a fin de
quebrantar el poder de la muerte y de Satán, i ha hecho manifiesta su
resurrección.
La Iglesia sigue su ejemplo y cumple su mandato de la última cena en este punto
se citan las palabras de Cristo cuando rememora su muerte y resurrección, ofrece
al Padre el pan y el cáliz y le da gracias porque la tiene por digna de servirle.
El obispo sigue rogando al Padre que envíe su Espíritu Santo sobre las ofrendas
de la santa Iglesia, y llene del Espíritu Santo a todos los que las reciban, a fin de
que afirmen su fe en la verdad. El Amén de toda la comunidad refuerza y
confirma también aquí la oración del obispo.
El canon eucarístico de Hipólito no trata de ser un texto obligatorio para toda iglesia y
para toda ocasión, sino un muestra de formulario, cuya estructura e ideas fundamentales
han de mantenerse, pero que puede variarse y completarse en los pormenores.
En el siglo III se descubren los primeros indicios de la llamada disciplina del arcano, por
la que se mantenían ocultos a los no iniciados las acciones y textos más importantes del
culto litúrgico, sobre todo del bautismo y eucaristía, el padrenuestro y el símbolo de la fe,
o sólo se aludía a ellos ante los no elegidos en lenguaje velado.
4.- Los comienzos del arte cristiano.
Tertuliano conoce cristianos que poseen capas con la imagen del buen Pastor. Clemente
de Alejandría, aún con todas las reservas respecto a una representación de Dios, propone
a los cristianos de sus días algunos símbolos que pueden llevar en sus anillos de sellar, y
cita, entre otros, la paloma, el pez, la barca, el áncora y el pescador.
Hacia el 205, una inundación destruía, en la Edesa sirio oriental, también "el templo de
los cristianos ". En su comentario a Daniel cuenta Hipólito que los enemigos de los
cristianos penetran "en la casa de Dios ", precisamente cuando los fieles se reúnen para
orar. Tertulino habla de "la casa de nuestra paloma " posiblemente un templo cristiano en
Cartago. Para la segunda mitad del siglo III hay testimonios sobre "iglesias " cristianas en
Palestina y Sicilia. Eusebio señala que, antes de Diocleciano, los antiguos lugares de culto
de los cristianos fueron sustituidos por edificios más amplios. En virtud del edicto
persecutorio de Diocleciano fueron destruidos los templos cristianos en Bitinia, Galacia,
el Ponto, Tracia, África, Hispania y la Galia. Una iglesia doméstica preconstantiniana,
erigida hacia el año 232, fue excavada en Dura-Europos, guarnición fronteriza romana a
la orilla occidental de Eufrates.
A mediados del siglo III la Iglesia llegó a poseer lugares propios de enterramiento, que se
llamaron primeramente cementerios y en Roma, a partir del siglo IX, catacumbas, nombre
que se deriva del de la campiña in o ad catacumbas junto al cementerio de San Sebastián
en la Vía Appia. El cementerio cristiano más antiguo es el coemeterium Callixti , que se
estableció en una finca donada por el papa Ceferino (199-217) de sus bienes privados a la
iglesia de Roma, y cuya administración encomendó al diácono Calixto.
Se decoran las paredes y techos de las cámaras sepulcrales de las catacumbas con escenas
de la Sagrada Escritura que proclamen la esperanza cristiana de una vida eterna. Entre las
más antiguas representaciones se encuentran, por ejemplo, Daniel entre los leones, Noé
en el arca, Jonás devorado por el pez y vomitado luego, o la escena del Nuevo
Testamento de la resurrección de Lázaro. Encontramos también la figura del Buen Pastor,
a través de ella Cristo se muestra como soter (salvador), que, como buen Pastor, trae la
vida, y como Maestro, el verdadero conocimiento de Dios. Cristo aparece también como
maestro en la primitiva plástica cristiana de los sarcófagos. Un mosaico de un mausoleo
descubierto bajo San Pedro de Roma muestra Christus-Helios subiendo del hades al
Padre.
TERCERA PARTE
LA REVOLUCION CONSTANTINIANA
I. El cuadro histórico
II. Política religiosa del período de transición
1. Política religiosa de Constancio II
2. Política religiosa de Juliano
I. El cuadro histórico
II. Ambrosio, vir spectabilis
III. Graciano, el emperador dócil
IV. El 384: año de la reacción pagana
V. El brazo de hierro con la arriana Justina
VI. Prisciliano y la tentación encratita
VII. Teodosio, «soberano no por el reino, sino por la fe»
VIII. Teodosio, el emperador sumiso a su obispo
I. El cuadro histórico
1. Disgregación de Occidente
2. La pars oriental
II. La controversia origenista
III. El pelagianismo
I. El cuadro histórico
II. La Iglesia frente a los nuevos pueblos
III. Se ahonda el foso entre Oriente y Occidente
CAPÍTULO XXIV
CONSIDERACIONES GENERALES
Comenzamos nuestro estudio con el siglo IV, más en concreto en el año 312, en
tiempos del emperador Constantino. Llegaremos hasta san Gregorio Magno, cuya muerte
acaece en el 604. Con Constantino el Imperio se devide en dos. Mientras en Oriente la
capital, Constantinopla, posee un gran emperador, Occidente comienza a tener otra vida
por la penetración de los pueblos bárbaros. Serán dos mundos autónomos, aunque los dos
romanos y sintiéndose romanos; habrá tensiones por mantener un equilibrio que, con el
tiempo, desembocará en ruptura1.
Por fin en nuestro siglo se ha conseguido revalorizar este período tan rico como
desconocido10. El período que nos proponemos estudiar, llamado Antigüedad tardía, «no
es solamente la última fase de un desarrollo continuo, sino otra Antigüedad, otra
civilización, que hay que aprender a reconocer en su originalidad y a juzgar por sí misma
y no a través de los cánones de anteriores edades»11. Tanto el derecho como el arte son
diferentes de los períodos anteriores, lo cual lo supieron captar los mismos
contemporáneos. Así, por ejemplo, Juliano el Apóstata reprochará a Constantino el haber
sido un revolucionario en materia legislativa, echando por tierra la tradición del pasado, la
legislación antigua. La actividad legislativa fue de una prodigiosa fecundidad, de tal
manera que necesitó ser reunida en los distintos códigos legislativos: el Código
teodosiano (promulgado en el 429), las Novelas de Teodosio II y de Valentiniano III, y
el Código Justiniano (año 528).
Un nuevo espíritu se manifiesta en los más diversos campos: desde las técnicas
más materiales y las formas más exteriores de la existencia cotidiana12, hasta la más
secreta estructura de la mentalidad colectiva. Claro que el cristianismo influye en la
muerte de algo tan esencial para aquella cultura romana como era el paganismo; pero, sin
embargo, el cristianismo salva la romanidad. Mata al paganismo, pero salva la romanidad
—es como ese educador que cercena los valores negativos en el educando y suscita el
desarrollo de los positivos—. Y no solamente ha salvado ese valor de la romanidad, sino
que lo ha elevado. El cristianismo, en el interior de esa fuerza histórica de cambio, salva
ese elemento fundamental llamado a pervivir: la romanidad. Y lo salva porque lleva
dentro de sí un elemento esencial que trasciende la propia historia, pero que se encarna en
ella.
Con todas las trabas históricas, sin embargo el cristianismo fue, para la sociedad
de estos tiempos difíciles que siguen a la caída del Imperio romano, un principio de
progreso, de desarrollo espiritual y de cultura humana. Posiblemente la civilización
escrita no hubiera pervivido sin la actuación benéfica de la Iglesia, la cual desarrolla toda
una red de escuelas religiosas: primeramente la escuela monástica —a la cual los
aristócratas llevarán también a sus hijos, abriéndose así los muros monacales al mundo
exterior—, poco después la escuela episcopal —nace de la inquietud de los obispos por la
formación de un clero culto, y será el embrión de la futura Universidad de los siglos XII y
XIII— y, finalmente, la escuela parroquial —con la extensión del cristianismo por el
mundo rural, los clérigos van formando a quienes serán sus sucesores en estas iglesias—.
Gracias a la Iglesia, partiendo de la ruina en la que estaba sumida Occidente, atendemos a
un nuevo comienzo, no sólo en el campo de las letras.
............................
1 Dice que Flavio Clemente y Domitila fueron acusados y condenados por "ateísmo", lo
que era crimen laesae maiestatis: esta es la principal acusación contra los cristianos en el
siglo II.
4Algo parecido a lo que ocurrió en mayo del ‘68: aquellos grandes ideales
políticos de cambio social se han visto transformados en la actualidad por un giro a lo
íntimo del hombre, a la individualización.
5La época helenística, que corresponde a los tres primeros siglos de nuestra era,
había ahondado en un personalismo e individualismo. Con relación a la época precedente,
la helenística aparece como mucho más profana. El culto a los soberanos no será más que
una de las manifestaciones de su confusión. Por contra, en la Antigüedad tardía el hombre
mediterráneo se siente, ante todo, un hombre religioso. «Este nuevo tema que
empieza pianissimo desde el siglo I de nuestra era, va aumentando progresivamente, se
perfila con claridad en el siglo III y se convierte en dominante con el Bajo Imperio del
siglo IV. Una vez más, las preocupaciones religiosas pasan a ocupar el primer plano de la
existencia (...) Esta segunda religiosidad (...) es, por otro lado, claramente una nueva
religiosidad: no se trata de un renacimiento o resurgimiento de la primera (...) Entre las
ideas directrices que animaron la historia de nuestra Antigüedad tardía e inspiraron su
arte, hay una que inicialmente llama la atención: la idea de Dios, que invade entonces el
mundo mediterráneo. Escribimos Dios con mayúscula (...) para significar que hay que
entender la palabra en el sentido en que judíos, cristianos y musulmanes, hemos
aprendido a darle. La antigua religiosidad conocía lo divino, no a Dios» —Marrou, o.c.,
pp. 48-49—.
6Cada vez cobra mayor relevancia el anhelo del hombre por el más allá, por una
vida eterna que garantice su inmortalidad. Cierto que siempre el hombre había tenido esta
inquietud, pero de una manera muy imprecisa: era la incertidumbre de una vida de las
sombras, de los manes en el Hades —comparable al shéôl de los hebreos—. Sin embargo,
ahora ya se habla de unalux perpetua, luz eterna, como el aspecto más importante de la
existencia humana. Tomamos un aspecto concreto, el de los niños que mueren
prematuramente: en el antiguo paganismo eran no sólo objeto de sufrimiento, sino de
terror, pues a los que no morían a su hora, se les consideraba como fantasmas maléficos
que, envidiosos de los vivos, más dichosos, se esforzaban por dañarles; en la Antigüedad
tardía, sin embargo, se les considera dichosos, pues, no habiendo perdido su inocencia, no
habiendo conocido el pecado, gozarían ante Dios —cf. Marrou, o.c., pp. 51-53 —.
9Los grandes protagonistas del cristianismo en esta época son romanos hasta la
médula. Su cultura clásica es profundísima: no pueden predicar sin citar a Virgilio,
Séneca o Cicerón. En aquella cultura la Retórica era un valor en alza, algo
importantísimo; no sólo se trataba de decir cosas, sino de decirlas bien. San Juan
Crisóstomo, san Ambrosio, san Dámaso, los Capadocios, san Jerónimo, san Agustín...
eran grandes retóricos —los emperadores gustaban de escucharlos, dejándose influir por
la palabra y la vida de estos hombres extraordinarios—; eran hombres de una gran cultura
clásica.
14Para éstos y para otros aspectos, ver B. Bindi, Il diritto romano cristiano I,
Milano 1952.
15P. Brown, Religion and Society in the Age of saint-Augustine, Londres 1972, p.
13.
La historia no puede hacerse sin acudir a las fuentes. Estas fuentes son testimonios, y,
como tales testimonios, pueden ser parciales. Para el estudio de los tres primeros siglos
del cristianismo, las fuentes son escasas. Pero en este período que estudiamos —
especialmente en el siglo IV— son muy numerosas. La abundancia de los escritos de este
período se debe probablemente al hecho de que en él la educación retórica era tenida en
grandísima consideración y permitía subir fácilmente en la escala social. Hablar hoy de
retórica presenta una gran carga peyorativa, mas en aquella época no era así. De hecho, la
educación que se recibía entonces se dividía en dos grandes momentos: gramática —
correspondería a la escuela media— y retórica —estudios ya universitarios—. Había no
sólo que decir las cosas, sino decirlas bien. Y para expresarse bien había que tener un
buen conocimiento de los clásicos. Los hombres eminentes tenían la posibilidad de llegar
muy alto en la escala social. Esto ocurría así hasta que, a causa de las reformas de
Diocleciano y de Constantino, se impuso un orden social más estable para garantizar las
ganancias fiscales.
Naturalmente las obras de mayor interés para la historia de la Iglesia son aquéllas
de carácter religioso. Mas conviene tener presente la importancia que para el mismo
propósito revisten también los autores paganos: en primer lugar, ellos nos permiten
conocer mejor el contexto histórico-político y cultural en el cual se desarrollan los
acontecimientos de la Iglesia; en segundo lugar, a tales acontecimientos los mismos
autores hacen a veces referencia, revelando así su punto de vista diverso. Cultura profana
y cultura cristiana, en cambio, fueron tal vez muy cercanas entre ellas: el filósofo pagano
Temistio, por ejemplo, estuvo al servicio de emperadores cristianos; y Juliano, antes de
volverse pagano, había recibido una educación cristiana.
II. La historiografía
1. Historiografía cristiana
Poco después del Edicto de Milán, Lactancio, un cristiano converso, escribía De mortibus
persecutorum, con el intento de demostrar que los emperadores perseguidores habían sido
castigados por Dios con muerte atroz. No es una tesis aceptable. Las pocas noticias
históricas sobre Constantino que se sacan de este obra no son demasiado fiables.
Aunque un poco parciales, son más numerosas sin embargo las noticias que
Eusebio, obispo de Cesarea de Palestina, nos suministra sobre Constantino. Éste fue autor
de dos nuevos géneros literarios: la Crónica —que es una tabla cronológica, que nos ha
llegado en siriaco y en la versión latina de Jerónimo, base para la medieval crónica
cristiana universal— y la Historia Eclesiástica —terminada de componer antes del
concilio de Nicea—. Mas él se extiende sobre el emperador, especialmente en la Vida de
Constantino, escrita en cuatro libros después del 337, y que en realidad es un panegírico,
de cuya paternidad eusebiana se dudó en el pasado. Entre sus escritos de interés histórico
están también el discurso para la dedicación, por parte de Constantino, de la iglesia del
Santo Sepulcro de Jerusalén (335) y la Oración de los Tricenalios, pronunciada en el 336
con ocasión del trigésimo aniversario del reinado de Constantino.
2. Historiografía pagana
Contemporáneamente se escribía historia profana. Ésta, sin embargo, a partir
precisamente del siglo IV, manifiesta un declive definitivo, debido probablemente al
“eclipse” de Roma y de su clase senatorial17. Hasta la mitad del siglo, de hecho, se
producían breves compendios históricos en latín, como el De Caesaribus de Aurelio
Vittore y el Breviarium de Eutropio. Para su brevedad, entre otras cosas, esta última obra
manifiesta una tendencia anticristiana y exaltadora de los hombres paganos, y, sobre todo,
una aversión de fondo hacia Constantino y una toma de posición muy marcada
filojuliana: el autor había participado en la campaña persa de Juliano y había
sido magister escrinii memoriae de Valente.
Obras no muy grandes en tamaño, escritas también por paganos, fueron De rebus
bellicis y Notitia Dignitatum, de contenido del todo singular. El autor anónimo del
primero, propone a los emperadores Valentiniano y Valente una serie de invenciones
militares geniales, y acusa a Constantino por sus exorbitantes gastos públicos, que
habrían debilitado la defensa del Imperio. La segunda es un anuario de la burocracia
imperial, cuyo núcleo más antiguo, remontándose al siglo IV, llega paso a paso
actualizado hasta el siglo siguiente, y nos hace conocer los varios títulos y las diversas
funciones de aquel aparato público, con el que los hombres de la Iglesia debieron tratar
con frecuencia. Muchos de estos cargos, en su organización, pasan tal cual a la estructura
de la Iglesia.
Hasta el final del siglo IV no se dio como un revivir de la historia profana, con
los Annales de Nicómaco Flaviano y las Res gestae de Ammiano Marcellino. El primero
no nos ha llegado, pero sabemos —a través de algunas inscripciones de la época— que su
autor, un senador pagano, se suicidó justo después de la victoria de Teodosio I sobre el
usurpador Eugenio, en el 394; había considerado aquella batalla como un momento
decisivo del encuentro entre cristianismo y paganismo, probablemente preconizando la
supresión del cristianismo18. La segunda, escrita hacia el 390, aparece dotada de un vigor
digno de la mejor tradición historiográfica. De la obra, que se remontaba a Tácito, queda
tan sólo la parte que comienza con el año 354 —hasta el fin del reinado de Constancio
II— y termina con la muerte de Valente en el 378. Es famoso su sarcasmo punzante
contra el lujo de la clase senatorial de Roma —él era un griego de Antioquía que se
habría trasladado a la capital y habría escrito en latín su obra—. Mas fue un admirador de
Juliano —al que habría seguido en la desafortunada expedición persa— y, naturalmente,
no tiene gran amor hacia la Iglesia cristiana, poniendo de relieve la conducta incoherente
de las facciones eclesiásticas. Sin embargo, demostró una cierta ecuanimidad en criticar
hasta al mismo Juliano a propósito del decreto —él lo define como “decreto cruel”— con
que el emperador «prohibió la enseñanza a los maestros de retórica y de gramática
cristiana, a menos que se pasaran al culto de los dioses».
Sobre otro plano, el gran tema del sentido de la historia venía trazado por Agustín
en De civitate Dei, una obra de profunda e iluminada meditación, solicitada también ella
por la necesidad de explicar por qué Dios habría permitido el saqueo de Roma. No es
propiamente un libro de historia, sino una reflexión sobre la historia.
Muy en voga estuvieron además las obras poéticas y, sobre todo, los panegíricos.
Ausonio, poeta y rector de Burdeos, llega a prefecto del Pretorio y cónsul después de
haber cubierto el encargo de tutor del futuro emperador Graciano. Sus múltiples
composiciones son un ejemplo típico de cómo un intelectual de aquel período podía
mantenerse equidistante entre el paganismo y el cristianismo. En Parentalia, sin
embargo, Ausonio hace conocer con cuánto amor fue practicada por algunos de sus
familiares la vida consagrada.
Una importancia del todo singular revisten las epístolas. Conservadas en número
importante, ellas son documentos inmediatos de las múltiples circunstancias del período.
El voluminoso epistolario de Aurelio Símaco, por ejemplo, nos hace conocer el ambiente
de los senadores bien vistos y prestigiosos. Mas es sobre todo en ámbito cristiano —
Ambrosio, Jerónimo, Juan Crisóstomo y otros— donde este género literario eleva a la
expresión genuina las personalidades individuales.
3. Autobiografías y hagiografías
Este último aspecto emerge en manera del todo particular en las autobiografías.
Juliano el Apóstata había compuesto una, en la que la narración de vivencias externas se
conjugaba bien con una sincera manifestación de los sentimientos del alma. Mas fueron
las Confesiones de Agustín —verdadera cumbre de la literatura mundial— las que
llevaron a un primer plano la aguda introspección del corazón humano: la resistencia al
reclamo de Dios, la reticencia a renunciar a la actividad sexual, el tormento de la
investigación junto al amigo Alipio, la fuerza persuasiva del ejemplo de Antonio, y, por
fin, la paz interior derivada de la conversión a la castidad cristiana y alegremente
comunicada en el dulcísimo coloquio con su madre Mónica..., constituyen momentos
elevadísimos de esta obra, que es también rica en profundas reflexiones filosóficas: sobre
la memoria y la naturaleza del tiempo, por ejemplo, han mostrado la originalidad del
pensamiento cristiano.
Pero fue sobre todo en el campo de las biografías donde viene a crearse una
especie de “competición” entre cristianos y paganos. Se trataba de mostrar, a través de
ejemplos concretos, la eficacia “moral” de las respectivas confesiones y concepciones de
la vida. Por parte de los cristianos, tal objetivo viene alcanzado con la creación del género
hagiográfico: ellos, en efecto, intuyen como por instinto que tan solo en el “santo” la
ejemplaridad de la vida cristiana puede ser oportunamente propuesta. Eusebio, que en la
“Vida” de Constantino había probado un camino distinto, había fallado en el intento. Fue
Atanasio, obispo de Alejandría en el 328, el genial iniciador de la gran tradición
hagiográfica de la Iglesia, escribiendo la Vida de Antonio, el ermitaño egipcio muerto en
el 356; se exaltaba la vida ascética —simbolizada por el desierto— y la capacidad del
santo de concluir milagros.
Entre tanto, en los siglos IV y V, los paganos habían opuesto a los ejemplos
cristianos sus propios “santos”. Ya Nicomaco Flaviano había traducido del griego al latín
la Vida de Apolonio de Tiana, escrita en el siglo II por Filostrato. Otras “vidas” se
compusieron, como la Vitae Sophistarum, de Eunapio. En realidad, estos héroes paganos
eran más o menos escogidos entre los sabios, de los que se quería demostrar la conquista
de la “vida divina” a través de la narración de maravillas: historias las más de las veces
poco creíbles, sobre todo exaltaban el mérito personal y elitista, faltando el elemento que,
en cambio, era esencial en las vidas de los santos, el de la iniciativa de la “gracia”, que
entre otras cosas, hacía extremadamente populares los ejemplos propuestos.
4. Obras teológicas
Mas el campo en el que en sumo grado reluce el genio creativo de los escritores
cristianos fue el de la teología. Solicitos por la exigencia de traducir en un lenguaje
científico los contenidos de la fe —la base es siempre la Sagrada Escritura— y de
explicitar su profundo valor en las múltiples circunstancias de la vida, así como forzados
por la necesidad de combatir las posiciones heréticas difundidas, varios pastores,
eminentes por su santidad y doctrina, dieron vida a aquella que suele llamarse “la edad de
oro de la literatura patrística”. Una riqueza que no volveremos a ver ya más en toda la
historia de la Iglesia. El dogma está en formación —el dogma trinitario; el dogma
cristológico; la doctrina de la gracia y del libre albedrío; se ponen las bases de la
mariología...—. Y fueron latinos —como Jerónimo, Ambrosio, Agustín— y griegos —
como Gregorio de Nisa, Gregorio de Nacianzo, Basilio, Juan Crisóstomo—: todos
obispos y frecuentemente investidos desde el papel público de hombres de Estado.
Todas estas obras teológicas le vienen bien al historiador para conocer la
doctrina, pero, sobre todo, para entender cómo se forma históricamente esa doctrina.
5. Discursos
Ellos escribieron también discursos sin par, juzgados entre las máximas
composiciones de retórica del tiempo de Demóstenes —famoso el pronunciado en el 379
por Gregorio de Nacianzo ante la muerte de Basilio—: la elevada educación clásica que
impregnaba esta obra, sin embargo venía admirablemente transformada en sabiduría
cristiana.
6. Fuentes jurídicas
Tal fervor literario era, las más de las veces, expresión iluminada de una acción
pastoral extremadamente concreta, desarrollada en un ambiente social que iba
rápidamente —mas no siempre profundamente— cristianizándose por obra de las
legislaciones favorables a la nueva religión. Frecuentemente solicitando ellos mismos —
en sintonía con la temperatura espiritual de aquella época— los privilegios
institucionales, los obispos se encontraban al mismo tiempo en la necesidad de guiar una
grey expuesta a mil tentaciones temporales. Los beneficios que pedían comportaban
también sus riesgos: había clérigos que no intentaban más que acaparar ventajas
temporales. El contexto es revisable con suficiente claridad a través de las fuentes
jurídicas.
Del resto, existen otras categorías de fuentes que ilustran, en términos a veces
extremadamente concretos, estos mismos aspectos. Las monedas, con todo, atestiguan
entre otras cosas la difusión del solidus de oro —introducido por Constantino, mas puesto
en uso para varios siglos—, que se relaciona con una estructura piramidal de la sociedad.
Las inscripciones, también, iluminan de varias maneras. Las honoríficas y las
dedicatorias iluminan las carreras de los miembros de la clase senatorial. Las funerarias,
restituidas a millares especialmente por las catacumbas, recuerdan condiciones de la vida
concreta y reflejan mentalidades y valores estrechamente unidos a la fe. Esta última, por
fin, se refleja también en el nuevo género de documentos epigráficos, que fueron las
dedicatorias de las iglesias que se iban construyendo.
Sólo tres decenios hace que uno de los máximos estudiosos de la edad
tardoantigua, A.H.M. Jones, no disponía de esta documentación “material”. Hoy ésta se
impone a los estudiosos como punto de referencia constante. La historia de la Iglesia se
beneficia de esta renovación científica y del poder evocador dado por las imágenes.
................................
17Para los romanos, hacer historia era un acto social; algo que interesaba sólo al
Estado. El emperador ya no consulta a los senadores y, por ello, el Senado entra en crisis.
18No debemos pensar en una conversión masiva del Imperio en poco tiempo. Las
conversiones vinieron poco a poco, empezando por las ciudades. El campo fue más reacio
y conservó las tradiciones religiosas antiguas. El campo era pagano y la mayoría de los
habitantes del Imperio vivía en el campo. La historia de la Iglesia en estos siglos primeros
se desarrolla en las grandes ciudades sobre todo.
20No siempre será así, de tal manera que en seguida empezó a darse una enorme
producción hagiográfica, especialmente en la edad bizantina, tendente a la glorificación
de las iglesias locales; así se procedió a ennoblecer a los santos por ellas venerados.
CAPÍTULO XXVI
LA REVOLUCIÓN CONSTANTINIANA
Para afrontar nuestro estudio partimos de una fecha, el 312, año de la victoria
sobre Majencio en la batalla de Puente Milvio21. Justo antes de la batalla, en los escudos
de todos los soldados, hace imprimir el anagrama de Cristo: la P y la X entrelazadas. El
signo es un preludio del favor con que trataría Constantino a la Iglesia. De hecho es éste
el evento con el que suele hacerse iniciar el imperio romano-cristiano; está como en la
base del profundo cambio.
3. Emperador único
Es comprensible que nos sea siempre cuestionado por qué fue determinado el
comportamiento de Constantino, el cual modificó el curso de la historia. A tal pregunta,
recurrente, se ha tratado de responder en modos diversos. Es un problema viejo y, a la
vez, siempre nuevo, sobre el que se vuelve una y otra vez. Se ha escrito mucho sobre si la
conversión de Contantino fue auténtica o, más bien, un cálculo político. La cuestión viene
respondida desde tres posturas, en las que se alinean los historiadores: unos dicen que no
hay conversión, sino que lo que lleva a Constantino a favorecer a la Iglesia es un mero
cálculo político oportunista —en esta postura se encuadran Grégoire, Schönebeck—;
otros creen que Constantino había acogido el cristianismo, pero no lo había asimilado en
su significado más íntimo y, por ello, su acción política habría sido dictada por un
comportamiento sincretista, confuso —defensores de esta postura son Salvatorelli,
Piganiol, Gagé—; por último, hay historiadores que defienden que Constantino habría
sentido una atracción especial por el cristianismo y, así, la suya puede considerarse como
verdadera conversión —Baynes, Alföldi, Palanque, Vogt, Müller, Jones—.
Como suele a veces suceder, también en este caso la verdad está contenida un
poco en cualquiera de las diferentes opiniones. Así, por ejemplo, los datos que se sugiere
tomar en consideración para negar la conversión están constituidos fundamentalmente por
aquellos elementos paganos que continuaron —estando él conforme— marcando la
persona de Constantino o realidades —monumentos, templos, monedas— que lo refieren
directamente. No obstante, se debe observar que se trata de casos esporádicos, a lo más
del período diárquico con Licinio, y, de todos modos, no prevalentes sobre aquéllos de
carácter claramente cristiano. Es, por tanto, lícito pensar que el emperador había tolerado
más bien que provocado. Es más, ninguno duda que los sucesores de Constantino hayan
sido todos cristianos —la misma apostasía de Juliano es reconocida como un hecho serio,
y, por lo tanto, es un presupuesto la fe primera profesada—: ¿por qué, entonces, se
necesitaría admitir la excepción precisamente para el ilustre cabeza de dinastía? Aquellos
mismos datos sirven, más bien, para entender que el cambio religioso de Constantino fue
muy distinto a una “conversión a lo san Agustín”. Pero esto es otro discurso.
Al historiador le compete verificar los hechos. Sin embargo, debe dar otro paso:
explicar esos hechos, por qué se han dado esos hechos. Si Constantino actuó de una
manera determinada, fue por su fe; la fe le había ayudado a entenderlo así. Pero no sólo la
fe, sino la situación histórica en que se inscribe su tiempo. Constantino tenía un gran
sentido político y se daba cuenta de la situación que atravesaba el Imperio. Por otra parte,
también era consciente de que no todo el Imperio era cristiano. Aparte de su fe, ¿qué le
induce a considerar tan importante al cristianismo y a favorecerlo? Pensamos que tres
motivos:
-Tales prerrogativas de la Iglesia aparecían, además, más relevantes por el hecho de que
su entera organización había resistido una terrible persecución, la de Diocleciano. La
fuerza moral con la que los cristianos contrarrestaron la persecución, fue un factor
determinante en la simpatía de Constantino hacia el cristianismo. La fuerza ideal y moral
con que los cristianos habían afrontado la sanguinaria persecución del inicio de siglo fue,
pues, el factor menos despreciable entre aquéllos que debieron convencer a Constantino.
Añadamos el reconocimiento que Galerio tuvo hacia los cristianos después de haberlos
perseguido. La sangre de los mártires había realmente influido sobre el desarrollo de la
Iglesia; la había hecho esplendorosa. Constantino no hace sino coronar a una Iglesia
digna de ser coronada.
Todo esto se puede entender desde una lectura atenta de los autores cristianos, de
la patrística. La lectura pagana era muy distinta: tanto Eunapio como Zósimo —Historia
nueva— entendían la conversión de Constantino al cristianismo como una necesidad de
recibir perdón por el asesinato del hijo Crispo y de la mujer Fausta; no habría encontrado
perdón en los sacerdotes paganos ni en el filósofo neoplatónico Sopatro, mas sí en los
cristianos... De todos modos, a desacreditar tal calumnia saldría Sozómenos con
argumentos fundados.
Al hablar de Constantino hay que tener en cuenta que su actividad legislativa es,
sobre todo, práctica. Desde su actuación nos podemos remontar al principio que le
inspira. La legislación constantiniana, que nace de ese esfuerzo por conciliar la tradición
romana de pontifex maximus con la exclusividad de la Iglesia en las relaciones de
salvación, toma en consideración los siguientes cuatro puntos: las exigencias generales
del cristiano; las exigencias materiales; las exigencias espirituales; la exigencia de
privilegiar a la Iglesia dentro del Imperio.
1. Exigencias generales
2. Exigencias materiales
Se trataba de subsanar situaciones trágicas. Muchos cristianos habían sido
condenados a la cárcel, al exilio, a las minas, así como a trabajos públicos onerosos en las
ciudades. Fueron absueltos de todo esto, podían recuperar sus cargos anteriores en el
ejército aquéllos que provenían de la milicia, y a aquéllos que se hubiera perjudicado con
la confiscación, se les devolverían todos los bienes.
3. Exigencias espirituales
Hay un apoyo explícito a aquéllos que quieren seguir la vida consagrada. Antes
de Constantino la forma heroica de vivir la vida cristiana era el martirio. Ahora se suscita
la vida consagrada. Sin embargo, desde Augusto había una dificultad casi insalvable para
poder seguirla, puesto que —por razones moralizantes— se penaba a aquéllos que no se
casaban o no tenían hijos. Constantino abole la legislación antigua, de tal manera que
quien siguiera la vida consagrada tendría los mismos derechos que los demás ciudadanos
del Imperio. Había jóvenes que no alcanzaban la edad legal —tenían aún 15, 16 ó 17
años— y, sin embargo, querían consagrarse: no sólo se les permitía la consagración, sino
que, además, el Estado les adelantaba las prerrogativas civiles que se adquirían con la
mayoría de edad.
4. Privilegios
Otro tipo de privilegios iban destinados a dar una situación relevante a la Iglesia,
además de beneficiosa en su labor social. Fueron las leyes referentes al episcopado. Se
instituye la Episcopalis audientia, la cual hacía referencia a los juicios civiles —no
penales—. En todo juicio una parte vence y la otra pierde. Si las partes están de acuerdo,
se podía apelar al obispo, el cual decidiría. El obispo adquiere una gran importancia civil.
La gente, de hecho, tenía más confianza en los obispos que en muchos jueces civiles29.
1. El donatismo
Cuando Constantino llega a Oriente se encuentra con este problema, con este
enfrentamiento. El emperador decide convocar un concilio en Nicea, al cual asisten 318
obispos. En el discurso inaugural Constantino muestra cuál es su intención, y lo hace con
palabras muy claras: «Las escisiones internas de la Iglesia de Dios nos parecen más
graves y más peligrosas que las guerras». El emperador, aconsejado por Ossio, hace
entender a los Padres sinodales su inclinación por la tesis alejandrina. De hecho triunfa el
concepto de \u?moousia —el Hijo es de la misma naturaleza, de la misma sustancia,
“consustancial” al Padre: homoousía—, y no una vía media de compromiso, semiarriana,
que era el concepto de \u?moiousia —el Hijo era de sustancia semejante al
Padre: homoiousía—. La diferencia, de unaiota, sin embargo en importantísima. De
hecho es impresionante la agudeza, sin duda por inspiración divina, de este concepto
trinitario: una sola naturaleza divina —se mantiene el monoteísmo— y tres personas
distintas. Se piensa que el término \u?moousion lo acuñó Ossio, aunque no se sabe con
certeza. Lo cierto es que tanto Atanasio como Hilario de Poitiers contribuyen fuertemente
en la elaboración del credo niceno. Fue solemnemente proclamado que el Hijo es «Dios
de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, generado, no creado,
consustancial al Padre». Es el credo que la Iglesia profesará —sustancialmente tal cual—
hasta nuestros días.
Del Concilio emanan, además, algunos cánones disciplinares: se crean tres sedes
patriarcales —Roma, Alejandría y Antioquía; gozarían de una cierta jurisdicción sobre el
resto de las sedes episcopales en esas tres grandes áreas del Imperio—; se prohibe a los
clérigos habitar con mujeres —en sus casas no podrían vivir más mujeres que su madre o
la hermana—; se concreta el día de la Pascua —sería el primer domingo después del
plenilunio posterior al equinocio de primavera, siguiendo la costumbre occidental y de la
iglesia alejandrina—.
Esta visión mística llegará a ser muy atacada, sobre todo en el período de los
humanistas —Flavio Biondo, Lorenzo Valla— y de Lutero, quien atacó duramente todo
lo concerniente al poder temporal del papa. Los historiadores protestantes tenían
dificultad en admitir que el bautismo le hubiera sido administrado a Constantino por parte
de un obispo arriano; superaron esta dificultad de una manera elegante: Constantino
habría sido, efectivamente, bautizado por Eusebio de Nicomedia, aunque antes de que se
hiciera arriano —era la aportación de Carpigniano. Pensemos que el protestantismo ataca
el arrianismo, por cuanto este último no reconoce la divinidad de Jesucristo—. En cuanto
a las otras cuestiones, que tocaban a los intereses de los católicos, los historiadores
protestantes instrumentalizaron de lleno lo que en la auténtica tradición historiográfica
pudiera desembocar en la polémica. Así, por ejemplo, Lutero saldrá a la palestra
poniendo de relieve el hecho de que el concilio de Nicea no había sido convocado por el
obispo de Roma, sino por el emperador; asimismo ridiculizó la pretensión de la donatio,
juzgada por él como «grosera vergüenza, indigna en un campesino borracho». Tales tesis
vinieron repetidas en los Centuriadores de Magdeburgo.
En una edad más reciente los prejuicios de los historiadores de Constantino son
manifestados de una manera más velada. El efecto, sin embargo, ha sido siempre el de
perpetuar la contraposición entre los denigradores y los exaltadores de esta significativa
figura de la historia de la Iglesia. Así, a las críticas demoledoras del historiador alemán
del siglo XIX Jacob Burckhardt y del belga del siglo XX Henri Grégoire, reaccionaba,
entre otros, Norman Baynes en su estudio, hoy fundamental, Constantine the Great and
the Christian Church. Actualmente va prevaleciendo una visión más científica sobre el
valor de las fuentes —de Eusebio en particular—, no faltando desgraciadamente los
estudiosos privados de equilibrio en el juicio.
22En Oriente, Licinio se mantenía como dueño, con predominio sobre Maximino
Daia; Constantino se entendía bien con Licinio. Si quería ser dueño de Occidente,
necesitaba deshacerse de Majencio, con quien estaba en duelo desde hacía ya bastante
tiempo.
23En este detalle se ve cómo sienten la unidad del Imperio. También podemos pensar
que, ante el prestigio creciente de Constantino, creyó más prudente acomodarse a sus
deseos. El rescripto es aportado por Lactancio y Eusebio en la Historia Eclesiástica.
24Constantino tuvo algunos obispos entre sus amigos, entre ellos, de una manera muy
especial, a Ossio de Córdoba, el cual influyó muchísimo sobre el emperador. Cuando
Constantino marcha a Oriente, allí se encontrará con una realidad eclesial muy distinta a
la occidental.
26La semana romana, astral, hacía cuenta del ritmo de la naturaleza; las fiestas no se
celebraban de una manera regular. Con la semana cristiana se rompe este ritmo para
hacerlo pivotar sobre un día: el domingo. La tradición venía del judaísmo, donde el día
central era el sábado. No obstante, en la semana cristiana se conservan reminiscencias
astrales en la denominación de los días.
27Eusebio conserva una carta del emperador enviada a los gobernadores de provincia
para que se pusieran con celo a disposición de los obispos.
29Conviene recordar que Constantino tenía entre sus amigos a insignes obispos: Ossio de
Córdoba, que influirá en su período occidental, y los dos Eusebios —de Cesarea y de
Nicomedia—, que influirán en el segundo período de Constantino, el oriental.
31La noticia, referida por Sozómenos, está confirmada por Aurelio Vittore. Sin embargo,
todavía en el 414 está atestiguado este suplicio.
32Es curioso constatar cómo no solían mezclarse los obispos de cada parte del Imperio,
excepto en Nicea, donde hubo un obispo —Ossio— y dos presbíteros occidentales, los
tres enviados por el papa Silvestre.
39Las cartas que escribía —recogidas por Optato— muestran la ansiedad, la indignación,
la incredulidad y, en fin, la dolorosa resignación. La última carta, enviada en el 330 a los
católicos de África, contiene la invitación a tener paciencia y a remitir la cuestión al
juicio divino.
41Aunque sorprende que, de hecho, no tuvieron casi ninguna relación. Apenas tuvieron
tiempo ni de verse.
42En este último tema sí debemos decir que es verdad el hecho de que Constantino
reconocía una superioridad a la Iglesia de Roma; de hecho, el emperador le entrega al
papa el palacio del Laterano. Sin embargo, el resto de la obra está llena de exageraciones.
CAPÍTULO XXVII
LA EDAD DE TRANSICIÓN:
I. El cuadro histórico
Crispo
Gallo Juliano
Constancio II era cristiano, aunque arriano. Después del 353 cambiará mucho su
política religiosa. Hasta esa fecha había tratado con el papa Julio II; a partir de entonces
tratará con Liberio. Casado con Eusebia, no tenía hijos. Los únicos parientes cercanos
eran unos primos, Gallo y Juliano. Según Ammiano Marcellino —el historiador pagano
que nos habla de la vida de Constancio y de Juliano—, Constancio era un hombre de gran
autocontrol, pero, a la vez, preso de una densa atmósfera de sospecha, así como de crisis
política y militar. Encomienda sus primos, menores aún, a la custodia de su abuela
paterna, Teodora, en un pueblo de Bitinia, confiando su educación cristiana a Eusebio de
Nicomedia, a la sazón arriano. Cuando Juliano tiene doce años, el emperador trata de
alejarlo a las montañas de Capadocia, a un pequeño pueblo, siempre bajo control. Juliano,
en el 348, después de un corto período constantinopolitano, trató de instalarse en
Nicomedia, donde fue influido por un rector pagano, Libanio, uno de los paganos más
importantes de entonces. Allí se enamora del paganismo, especialmente de la filosofía de
un neoplatónico, Máximo de Éfeso. Juliano tenía una inclinación natural a la interioridad:
su rebelión está impregnada de misticismo.
44No obstante, ya había hecho acuñar monedas con la efigie de los dos augustos.
46Aquí tuvo que sufrir una mofa por parte de los mismos paganos, reacios a compartir su
entusiasmo. Les replicó con un libelo irónico, El odiador del aburrimiento.
49Pensemos, entre otras, en las Cartas festivas del primero, y en el De Trinitate del
segundo.
50Los primeros años de la vida de una persona influyen decisivamente en su futuro; a los
seis años asistió al asesinato de sus padres y de sus primos. Vive una infancia sin padres;
siempre guardará un profundo rencor contra Constancio II.
51Es muy posible que en lo profundo de su corazón Juliano fuera cristiano. Si bien fue
educado en un ambiente pagano culto, tiene una gran simpatía por la caridad, por el amor
fraterno, así como por el ascetismo; esto ya era una novedad para un pagano. Tiene un
gran deseo de unirse a la divinidad, la cual era única para él; es más, entendía el Sol como
una manifestación de la grandeza de Dios...
CAPÍTULO XXVIII
I. El cuadro histórico
También en este período se afirma una dinastía, esta vez la de los Valentinianos.
Muerto Joviano en el 364, el mismo ejército, aún en marcha de retorno desde Persia,
designa al sucesor en la persona del panonio Valentiniano, que, a su vez, asocia al poder a
su hermano Valente, dejándolo en Oriente. En el 367, además, para prevenir maniobras
en Occidente, asocia a su hijo Graciano, un niño de sólo ocho años.
Desde este momento asumen una gran importancia como sedes imperiales en la
parte occidental las ciudades de Tréveris y Milán, en las que el cristianismo tuvo modo de
afirmarse más fácilmente, pues el propio Valentiniano y sus hijos fueron de fe cristiana
—ortodoxa—. El Senado —roca fuerte de la resistencia pagana—, sin embargo quedaba
en Roma. En la parte oriental, en cambio, la sede imperial fue Constantinopla, provista de
otro Senado —y por ello considerada como la “segunda Roma”—, ciudad
fundamentalmente cristiana desde su fundación, aunque de fe arriana, como la quiso
Valente, perpetuando en ello la elección impuesta por Constancio II.
Entre tanto, Valente conducía una política de favor respecto a los visigodos.
Éstos habían sido convertidos al arrianismo por Audio, un exiliado de Constantino, y ya
Constancio II había mantenido buenas relaciones con su obispo Wulfila. Ellos venían
presionados por los hunos. Valente, en el 376 les concedió establecerse más allá del
Danubio, en la Tracia —al oriente de Macedonia—. Pero, explotados por los romanos, los
visigodos se rebelaron y en el 378 vencieron y mataron, en Adrianópolis, al mismo
Valente, arrojándose sobre la Iliria y amenazando Italia.
Mas en enero del año siguiente, Graciano llama al hispano Teodosio para ocupar
el trono que quedaba vacío en Constantinopla. Así, en el 379 tiene inicio el gran viraje
imprimido al Imperio por el “cristianísimo” Teodosio. Sin embargo, hasta el 392 él
reinará sólo en Oriente, no faltando, sin embargo, ocasiones de intervenir en la parte
reservada al joven hijo de Valentiniano I, también para defenderle de los usurpadores que
le amenazaban.
Después de esta victoria, sin embargo, Teodosio aleja de Milán a Valentiniano II,
el cual cuenta ahora 17 años y ha perdido a su madre. Lo “confina” en Vienne, dejándolo
bajo la tutela de Arbogaste. Acercándose a Roma en el 389, presenta en el Senado a su
hijo Honorio, lo cual será un signo premonitorio del destino reservado al último heredero
de la dinastía valentiniana.
De regreso a Milán, sin embargo, muere sólo pocos meses después, en enero del
395. Ambrosio pronuncia una oración solemne, bastante meditada, en la que halaga a
Estilicón, “segundo padre” de los dos niños emperadores. La figura del soberano creyente
que el gran obispo delinea en ella, será ya la del mañana.
La figura emergente en la Iglesia del último trentenio del siglo V es, sin duda, la
de Ambrosio. Entra en escena —a los 35 años— como obispo de Milán en el 374, cuando
la nueva dinastía está en el poder desde hace diez años. Mas era ya bien conocido por
Valentiniano I, que lo había nombrado gobernador de Aemilia y Liguria —prácticamente
de la Italia septentrional—. El alto cargo comportaba el prestigioso título de vir
spectabilis. En una sociedad en la que los grados de dignidad eran tenidos en gran estima,
este título ponía a Ambrosio casi al culmen de la escala social52.
Ambrosio había nacido en Tréveris, pero después de perder a su padre, que había
sido prefecto del pretorio de las Galias, se trasladó, aún niño, a Roma. Aquí —sería
cristiano— había estrechado una gran amistad con los Símmacos, entonces los
exponentes más ilustres de la aristocracia senatorial pagana. En la misma Roma,
naturalmente, no le faltaron las amistades cristianas: Probo, por ejemplo —con el que
Ambrosio tuvo estrechas relaciones—, representaba en el Senado precisamente el ala de
los creyentes. Y con el papa Dámaso el joven trevirés había tenido conocimiento. Este
pontífice, elegido en el 366 en un tusmultuoso enfrentamiento con Ursino, ocupará gran
parte del período ambrosiano, hasta el 384, cuando le sucederá Siricio (384-399). En la
familia de Ambrosio, especialmente su hermana Marcelina y su hermano Saturo, estaban
ligados a la iglesia de Roma, habiendo elegido desde jóvenes —ya en tiempos del papa
Liberio— la vida consagrada.
La elección popular como obispo fue vista por Ambrosio como una oportunidad
de conversión: «El ministro de Dios es exiliado del mundo, fugado de las pasiones,
renuncia a todo». Mas a aquel mundo trató de modelar a su modo.
Pero Justina levantó la cabeza al año siguiente, forzando a Ambrosio a una nueva
lucha. La ocasión fue dada por el arriano Mercurino Auxencio, que trasladándose en el
385 a Milán, pretendía que le fuese asignada una iglesia. Secundándolo, la regente
impuso a Ambrosio el dar a los arrianos la basílica Porciana. Al firme rechazo del obispo,
Justina reaccionó convocándolo a la corte. Fue un movimiento fallido, pues el pueblo,
conociendo esto, corrió al palacio imperial, preparando una amenazadora manifestación
para sostener a su pastor. La corte, atemorizada, debió pedir al mismo Ambrosio que
aplacase a la multitud. Justina no sólo fue forzada a ceder, sino a considerar también
oportuno retirarse por aquel momento a Aquileya.
Naturalmente, su odio por el obispo, juzgado por ella como un agitador, crecía
desmesuradamente, y vuelta a Milán, hizo que el hijo emanase en el 385 una constitución,
en la que se conminaba la pena de muerte contra cualquiera que osara oponerse al culto
de los arrianos. Puesto que Ambrosio no titubeó en desafiar la ley, la situación se hizo
incandescente56.
El mismo Auxencio, temiendo que también esta vez todo terminara en nada,
propuso que el caso fuese sometido a un tribunal de notables. El deniego de Ambrosio,
comunicado directamente al joven emperador, sonó como una enérgica enunciación de un
principio: «Tu augusto progenitor ha sancionado con ley que sólo los sacerdotes pudiesen
juzgar a los sacerdotes». Para evitar lo peor, fue enviada entonces al palacio episcopal
una carroza para que pudiera alejarse de Milán. Mas Ambrosio no se plegó a tal acto de
vileza, y, por toda respuesta, se dirigió a la iglesia en contienda para atrincherarse con el
pueblo. Fueron días de terrible tensión, mas de ellos el gran obispo tuvo aquella emoción
que le hizo componer sus mejores himnos y transformar la inacostumbrada acogida de
fieles en una asamblea exultante. Sólo la fuerza habría podido “liberar” la basílica. De
hecho vinieron destacadas fuerzas militares de soldados godos. La ciudad entró en
agitación. Mas aquellos soldados, penetrando en la iglesia, quedaron impactados por el
sermón de Ambrosio y abandonaron la causa de la emperatriz. A ésta no quedó más
remedio que someterse a la autoridad del obispo.
Está claro que la importancia de tales acontecimientos va más allá del aspecto
accidental de la contienda. Ahí está la extraordinaria capacidad de Ambrosio para
comunicar con el pueblo, lo cual se impone como elemento primario del papel histórico
del gran obispo de Milán. Con aquel pueblo se aliaron dos fenómenos fundamentales de
la edad tardoantigua: la creciente depauperación de las masas y la “democratización” de
la cultura. En las relaciones entre estos problemas, la acción del
aristocrático episcopus no fue irrelevante ni tan sólo aparente: las monedas de oro por él
distribuidas —y con las cuales los adversarios dijeron que él había comprado su
defensa— no pueden hacernos perder de vista el animus que determinó el profundo
comportamiento de Ambrosio frente a la riqueza, y que lo condujo a ser creador de
cultura para el pueblo. Tal animus brotaba del hecho de que, en realidad, Ambrosio se
sentía, ante todo, sacerdote.
Él, también relacionado con tantos mercatores ricos, tuvo una concepción
rigurosa de las riquezas —divitiae—. Precisamente el resaneamiento de la economía,
basada sobre el solidus constantiniano, había determinado en aquella edad un gran
crecimiento de la capacidad económica de los potentiores. Y Ambrosio acepta con
realismo esta riqueza, asignándola una finalidad totalmente cristiana. Aquí Ambrosio —y
la Iglesia en general— revolucionaron la concepción antigua de la oikonomia. En la
limosna, el obispo de Milán indicaba no sólo el modo cristiano de emplear la riqueza,
sino también un instrumento de redistribución de los bienes, puesto que, de otra forma,
los bienes serían gozados sólo y exclusivamente por aquéllos más favorecidos y
disipados. Estaba maduro un cambio radical de mentalidad. Muchos cristianos liquidaban
en bloque sus bienes para dar primacía a los bienes del espíritu. A infundir estos valores
contribuyó Ambrosio también con la creación de un arte para el pueblo. Su iconografía
arrastró a las masas. Las decoraciones de la basílica ambrosiana fueron expresión de
espiritualidad: el santo obispo las equipó de inscripciones, las cuales quedaron como
documento de una pedagogía maravillosamente armonizada con “lo bello”.
Fue esta visión antropológica distorsionada de los priscilianistas la que suscitó las
severas reservas de un Martín de Tours, de un Ambrosio, de un Dámaso. Es reductiva,
por tanto, la opinión de quienes —Badut, Schutz— imputan todo a las maquinaciones de
los obispos enemigos e individúa la peculiaridad del movimiento priscilianista en el
rigorismo y ascetismo, tomados del monacato contemporáneo. En tal caso, ni Martín, ni
Ambrosio, ni Dámaso, todos seguidores fervientes del ideal ascético, habrían tenido nada
que criticar. Estos hombres de Iglesia —y probablemente los mismos acusadores de
Hispania— debieron más bien intuir los peligros que se escondían en esta doctrina y que
de hecho se revelaron en su desarrollo, cuando, por la fuerza del dualismo antropológico,
se consideró al “espíritu” como irresponsable de las cosas nefandas del “cuerpo”.
Más allá de los aspectos teológicos, queda, de todos modos, el hecho de que
Prisciliano cargó con una atmósfera atormentada aquel siglo, ya presa del ansia, y que ha
sido juzgada por P. Brown como «edad de la angustia». Él era, sí, un aristócrata, pero sus
escritos estaban bien lejos de la lección de los “bellos clásicos”, tenían fácil resonancia en
la sensibilidad popular y podían atraer a una aristocracia “provincial” —la de Hispania—
proclive a un cristianismo intransigente. Desde este punto de vista, Martín de Tours —
que representaba la voz de los campos galicanos— estaba próximo de las plebes
priscilianistas más que Ambrosio, hombre de espíritu ciudadano y de cultura
aristocrática65. Y a Ambrosio se le oponía Prisciliano en una perspectiva de “historia
profética” llamándolo vir spectabilis, esto es —quería decir—, hombre honrado por los
potentados, rodeado de negotiosi homines. En realidad, sin embargo, no Prisciliano, sino
el vir spectabilis, llegaba a golpear en el fondo a la civilización pagana, por haber sabido
“bautizar” los elementos aún válidos. Y, en cuanto a la turbación producida por
Prisciliano en la Iglesia de Hispania, le tocó también a Ambrosio ingeniar una
pacificación eficaz.
Así es como Paulino de Nola, sintetizando el nuevo ideal del optimus princeps,
definió al emperador Teodosio. En efecto, la política religiosa de este gran reorganizador
del Imperio, no sólo ocupó un puesto primario, sino que tuvo también como objetivo la
salvaguardia de la fe, imponiéndola según la formulación nicena y no permitiendo la
coexistencia ni con el paganismo ni con la herejía. Un proyecto anunciado de modo
categórico justo después de la toma del poder, con el Edicto de Tesalónica, en el 380; y
en seguida puesto en acto con una nutrida serie de medidas legislativas66, aparte de
numerosas iniciativas y tomas de posición.
Una premisa, esta última, que habría debido garantizar el concilio que,
precisamente en Constantinopla, apenas un año después (381), estaba destinado a
completar el Credo de la Iglesia universal con la fórmula pneumática. El concilio alcanzó
—a pesar de los contrastes— el objetivo, pero no por obra de Gregorio, cuya presencia
provocó, desde los inicios, ásperas polémicas. La primera a propósito de la sede de
Antioquía, en la cual, muerto Melecio, Gregorio había propuesto que fuese reconocido el
ya consagrado Paulino; mas los padres conciliares eligieron a Flaviano, perpetuando así
una situación de cisma. Después se puso en cuestión la misma validez del nombramiento
de Gregorio: los egipcios fueron los que la contestaron con más fuerza, y con ellos el
representante de Roma. El papa Dámaso, de hecho, estaba convencido de que Gregorio,
precisamente por los cánones nicenos, no podía ser trasladado desde la sede originaria —
la oscura Sasina— a la de Constantinopla. Gregorio, indignado y afligido, abandonó el
concilio y, poco después, la misma cátedra constantinopolitana, dejándonos un escrito
memorable, bastante desolador, sobre el nivel cultural y religioso de aquel tribunal. En
realidad, él era un gran hombre de Dios y un profundo y brillante teólogo, pero le faltaba
absolutamente el sentido práctico.
Incluso al exterior del mismo concilio hubo quien se lamentara: Ambrosio, desde
Milán, protestó de que, a causa de la ausencia total de los occidentales, «se había
infringido en aquella ocasión la unidad de la Iglesia». Más allá de las polémicas
ocasionales, no había en Ambrosio otro empeño sino aquél que pertenecía a la verdadera
grandeza de la Iglesia en los siglos: lo compacto de su trabazón y lo granítico de su
doctrina. En referencia a este valor esencial, se hacía fundamental la exaltación de la
dignidad del obispo, así como su plena autoridad y autonomía del poder político. De aquí
brotó la indiscutible autoridad de Ambrosio, que a veces subyugó hasta la fuerte
personalidad de Teodosio.
52Se piense que también los comites, funcionarios importantes del Imperio —cubrían
competencias particulares en el comitatus (ejército móvil, acuartelado en las cercanías de
las ciudades, distinto del “limítrofe”, formado por campesinos-soldados y de estancia
cercana a las fronteras), en el consistorium (el Consejo de la corona), en la Corte
imperial, en la administración civil (por ejemplo: comes rerum privatarum, comes
sacrarum largitionum)—, los cuales constituían una especie de nueva nobleza, le eran,
sin embargo, inferiores en grado. Después de los comites se subía a través de
los perfectissimi y de los eminentissimi, títulos concernientes al ordo equestre, para llegar
a los fastos del ordo senatorio. En el interior de este último se sucedían en orden creciente
los clarissimi —senadores— y, precisamente, los spectabiles —gobernadores y
camarlengos—; más altos estaban sólo los illustres —cónsules y detentores de los otros
mandos militares y civiles referentes a todo el Imperio—.
54De autores clásicos como Apuleio y Livio venían producidas cuidadas ediciones, de las
que Crispo Salustio y Nicómaco Flaviano eran, respectivamente, los principales
estudiosos. Hasta los griegos Platón y Plotino constituían el objeto de un apasionado
filólogo como Mallio Teodoro. El mencionado Pretestato figuraba como protagonista en
los Saturnalia de Macrobio, que, exaltando la unidad de lo divino, daban a la posteridad
un paganismo en su forma más elevada.
55«Los trofeos de las victorias no se encuentran en las vísceras de las ovejas, sino en el
vigor de los combatientes». «Yo, Roma, tenía una sola cosa en común con los bárbaros:
no conocía al Dios verdadero». «Aquél que vosotros buscáis a través de hipótesis,
nosotros lo hemos tomado por cierto en la Sagrada Escritura». Años después la respuesta
sería puesta en versos por Prudencio en el Contra Symmachum.
56Podemos seguir el desarrollo de los acontecimientos gracias a dos cartas que Ambrosio
escribió en aquellos días, así como al Sermo contra Auxentium, pronunciado en uno de
aquellos dramáticos momentos.
57Obispo de Brescia, activo en la segunda mitad del siglo IV y autor de una obra sobre
las herejías.
61Ésta viene recogida en la afirmación de que el diablo sería el autor del gamos.
Epifanio, además, destacaba el uso de escrituras apócrifas, y entre los grupos adeptos al
encratismo, señalaba a los adamianos, los cuales creían restaurar, con el rechazo del
matrimonio, la situación adámica antes del pecado original. Este último concepto, sin
embargo, estaba parcialmente presente también en la Iglesia ortodoxa, la cual consideraba
que, sin la transgresión de Adán, la institución matrimonial sería actuada en condiciones
bien distintas.
62En el 374 y en el 375 había sido obligado a ocuparse de los encratitas —Epp. 188 y
189—. Fue el concilio de Gangres, en el 340, el que adoptó severas medidas disciplinares
contra formas extremas de ascetismo, juzgadas incompatibles con una correcta práctica
cristiana. Incluso Teosodio condenará con edictos a los encratitas.
68Ep. LI.
CAPÍTULO XXIX
I. El cuadro histórico
Estos fenómenos disgregantes ahondaron el foso entre las dos iglesias: más
marcadas llegaron a ser las diferentes “vocaciones” teológicas —especulativa la oriental y
práctica la occidental—, y se diversificaron las competencias pastorales, inéditas
especialmente para los obispos de Occidente, que se encontraron de frente al
resurgimiento de nuevas culturas, de iglesias nacionales y de problemas de “suplencia”
del Estado; una suplencia que, sin embargo, reforzó la autonomía y la autoridad de los
mismos obispos, al contrario de cuanto sucedía a sus colegas orientales, siempre más
supeditados al poder imperial.
1. Disgregación de Occidente
Los bárbaros fueron los que animaron de manera muy particular la escena de este
período. Contra su amenaza reaccionó Oriente enérgicamente. También su Iglesia69. Todo
hizo que los bárbaros considerasen más oportuno tomar el camino de Occidente. En un
primer momento, los godos de Alarico fueron vencidos por Estilicón en el 402 en Polenzo
y en Verona; los ostrogodos de Radagaiso también fueron detenidos —después de una
batalla en Fiesole en el 406—. Pero precisamente el último día del año 406 se verificó
una verdadera inundación de bárbaros: suevos, alanos, vándalos, burgundios. Para
detenerlos, Estilicón había pensado estrechar un foedus con Alarico, pero esto le procuró
la acusación de traidor —“semibarbarus proditor” lo llamó el presbítero Orosio— y la
muerte en el 408. La consecuencia fue que los germanos tuvieron vía libre. En el 410
Alarico saquea Roma, y en el 412, su sucesor, Ataulfo, lleva a los visigodos a la Galia
meridional, donde, en el 418, Valia establece el estado de Tolosa. Entretanto, ya en el
411, se daba la instalación de los burgundios en la misma Galia, y de los vándalos y
suevos en Hispania. Se trataba de aquéllos que habían sido considerados foederati;
verdaderamente cambiaron el rostro de los territorios ocupados por ellos, dando también
vida a una economía decadente. Poco antes, en el 410, Bretaña se había separado del
Imperio, con la constitución del estado celta de Armórica.
La situación era ya incontrolable, y empeoró una vez que en Rávena —ya capital
de Occidente— murió en el 423 Honorio, al que sucedió —bajo la tutela de la madre,
Gala Placidia— Valentiniano III, un niño de apenas dos años, hijo de Constancio III —el
general asociado al trono por Honorio mismo y desaparecido prematuramente—. Mas
precisamente la augusta Gala Placidia, no obstante su fuerte personalidad heredada de su
padre Teodosio, no pudo evitar que continuase aquella expansión de los bárbaros, que
alcanzaron también África en el 429 cuando desembarcaron los vándalos de Genserico.
2. La pars oriental
En un contexto así de vivo, Roma era atendida cada vez menos. La Iglesia de
Occidente, por otra parte, tuvo que interesarse —entre tantas preocupaciones cotidianas—
de otras cuestiones teológicas, ligadas más bien a aspectos “prácticos” —como la
controversia origenista y el pelagianismo—.
II. La controversia origenista
Fue probablemente la crecida del consenso que tal predicación suscitaba lo que
indujo a Jerónimo —en el pasado traductor de diversas obras de Orígenes, al cual había
ensalzado como “ingenio inmortal”— a disponerse con Epifanio. Rufino, al contrario,
permaneció firme en su admiración por Orígenes, y por eso fue injustamente atacado por
Jerónimo; se turbó mucho por el cambio tan drástico de su amigo y, de vuelta a Roma,
trató de defender su propia causa ante el papa Siricio —que ya había sido informado de la
controversia—. Se dispuso, además, a traducir la obra mayor de Orígenes, el
tratado Sobre los principios. Desde Belén Jerónimo reaccionaba enviando varias cartas
polémicas y otra traducción del mismo tratado realizada por él mismo, hasta encender en
la capital una verdadera contienda entre sus propios seguidores —entre los cuales estaba
parte de la aristocracia romana— y los de Rufino —entre ellos Paulino de Nola—.
III. El pelagianismo
La gracia era el gran tema de controversia. Agustín había captado que cualquier
afirmación que disminuyera su importancia trivializaba —sobre el plano doctrinal— el
misterio de la redención, y comprometía —sobre el plano práctico— los fundamentos
antropológicos de la ética cristiana. Pelagio, de hecho, creía optimistamente —casi a la
par que la moral estoica— que el hombre podía —empeñando la propia libertad en la
dura lucha contra el pecado— conseguir la perfección cristiana. Contra tal confianza,
Agustín desarrolló en admirables tratados72 la doctrina del pecado original, por el cual
todo acto humano se revela intrínsecamente pecaminoso, luego no meritorio, hasta que,
por la libre sumisión a Dios, viene “salvado” por el Amor absolutamente gratuito.
Aunque fuertemente marcado de pesimismo sobre la naturaleza concupiscente del
hombre, el pensamiento de Agustín penetraba en aquella interioridad de la persona en la
que reluce el esplendor mismo de Dios.
I. El cuadro histórico
Las dos partes del Imperio se volvieron ya rápidamente hacia el destino diverso
que la historia les había reservado en los siglos futuros: en Occidente se precipitó el
proceso de disgregación, el cual puede decirse completamente acabado en el 476 cuando
desaparece hasta la sombra que había quedado del Imperio en Italia con Rómulo
Augústulo —depuesto por Odoacro—. En Oriente se prolongó el dominio de
Constantinopla, que llegó a defenderse de las amenazas persas y mongólicas.
Se sentaron sobre el trono —hasta la mitad del siglo— dos primos, ambos nietos
del gran Teodosio: Valentiniano III (424-455) en la corte, ahora ya sin decoro, de
Rávena; Teodosio II (408-450) en la corte dorada de Constantinopla. Y en la una y en la
otra fueron emperatrices dos mujeres: en la primera Gala Placidia, a partir del momento
en el que su hijo, de apenas cinco años, se había vestido la púrpura después de la muerte
de su padre Constancio III; en la segunda, Pulqueria, que asume el deber de educar y,
después, “aconsejar” al hermano, que a la edad de siete años había sucedido al padre
Arcadio. Junto a las emperatrices, dos hombres poderosos tuvieron el gobierno de las
dos partes: Aecio —magister militiae— en Occidente, y Antemio —praefectus
praetorio— en Oriente.
1. Occidente
Del todo diversa era la escena política que circundaba cada corte. En cuanto al
imperio de Occidente, en primer lugar, atormentado por las guerras como nunca antes en
el pasado, caía poco a poco en pedazos. En el 439 dos acontecimientos decisivos hicieron
irreversible tal desastre: uno en la Galia, cuando los godos se instalaron como pueblo
soberano, después de la estrepitosa victoria de Tolosa; el otro en África, cuando
Genserico se adueñó de la floreciente provincia consular, obteniendo después, con la paz
del 442, el reconocimiento del dominio. Los otros numerosos acontecimientos, aunque
trágicos —como las terribles experiencias ligadas a las invasiones de los hunos o las
relativas a las asignaciones de los francos—, no fueron sino episodios de un curso
ineludible y acelerado, cuando muerto trágicamente el último de los Teodosios, los
emperadores de Occidente no fueron sino larvas en manos del potente Ricimero (455-
472).
En un contexto de por sí grave, la caída de la autoridad imperial llegaba cada vez
a grados de mayor postración, dando lugar a vacíos de poder que la Iglesia supo colmar
viniendo en socorro no sólo de los cives abandonados a su destino, sino también de los
nuevos pueblos que se establecían al lado de la población preexistente. Tal acción de
suplencia —especialmente fueron los obispos (con parte del clero) los que se hicieron
cargo de ello—, conjugada frecuentemente con comportamientos de solidaridad en las
preocupaciones de los más significativos fermentos sociales del período, hizo que la
Iglesia no viniera implicada en el proceso por el cual la nueva realidad histórica fue
distanciándose del odiado nomen Romanum. Esto confirió a la misma Iglesia la autoridad
moral también a los ojos de los bárbaros, abriéndole notables espacios de afirmación
temporal, mas también permitiéndole salvar y transmitir precisamente la romanitas,
aquella herencia civil que, no obstante todas las cosas, los nacientes grupos étnicos
advertían como irrenunciable.
2. Oriente
Nada de esto se verificó en la pars oriental. Aquí fue aún la autoridad imperial
quien lideró los acontecimientos que vincularon con el pasado de Roma la historia
también milenaria del imperio bizantino. Respetada de la furia de las invasiones
germánicas, puesta en un punto estratégico entre Europa y Asia, estable en la
organización burocrática y no privada de recursos económicos, Constantinopla supo —
aunque no sin dificultad y fracasos— tener unidos los distintos componentes de su
imperio. Ni siquiera el fin de la dinastía teodosiana afectó aquí a la calidad de los
sucesores, ya que, el primero de éstos, Marciano (450-457) —subido al trono gracias al
matrimonio (“místico”) con la augusta Pulqueria— se mostró de carácter fuerte y
decidido.
Fue más bien la fuerte personalidad del papa León Magno (440-461) a emerger
en Occidente y —si no a imponer— ciertamente a inspirar la actividad legislativa de la
casa imperial: Valentiniano III emanó disposiciones contra nestorianos, maniqueos y
pelagianos. Y si indirecto fue el influjo del pontífice sobre procedimientos represivos
emanados contra la insurrección de manifestaciones paganas —y quizás también sobre
aquéllas concernientes a los privilegia—, solicitados personalmente por León Magno
fueron, en cambio, los pronunciamientos del emperador a favor del primado del obispo de
Roma73: la controversia con Hilario de Arles ofreció una de las ocasiones más claras.
A mitad del siglo V todo Occidente, en el trasiego del cambio radical, advirtió
con dramatismo la necesidad de referentes ideales. La Iglesia, también entre sus faltas,
supo ir al encuentro de esta exigencia, impregnando de animus christianus y
transmitiendo algunos valores esenciales de la romanidad. Ella alcanzó la autoridad
necesaria para ello de la prestigiosa posición asumida frente al Imperio y frente a los
nuevos pueblos.
Tan alto sentir de la propia autoridad espiritual se tradujo después sobre el plano
político —ciertamente con la acentuación de la línea ambrosiana— en un
comportamiento vigoroso de libertad de acción en los debates con la autoridad imperial:
el cesaropapismo de Constantinopla no tuvo la mínima posibilidad de hacer brecha sobre
la fuerte personalidad de este pontífice, mientras el absentismo de Rávena consintió que
esta misma personalidad se afirmase de manera tal como para poner las bases del futuro
poder temporal.
A propósito de los vándalos, este presbítero de mitad del siglo V advertía que
Genserico, expropiando a los señores de las tierras, aniquilaba la fiscalidad romana y
liberaba a los pobres colonos de la peor opresión económica y social. Aquellos pobres
desventurados habrían acogido con alivio el beneficio de la paridad creada entre ellos y
los ricos en el común aguante de la Wandalorum eversio. La idea de la igualdad social es
expresada con fuerza por Salviano. Son de resaltar las pinceladas con las que el presbítero
de Marsella pinta el escenario de Cartago asedidada, pinceladas que apoyan su discurso
moralista sobre un eficaz contraste de imágenes en todo a favor de los bárbaros: Populi
barbarorum fuera de las murallas y Ecclesia Cartaghinis dentro de los muros; los
primeros circumsonabant armis; la segunda insaniebat in circis, luxuriabat in theatris;
extra muros fragos proeliorum, intra muros fragor ludicrorum; parte del pueblo erat foris
captiva hostium, la otra intus captiva vitiorum; confundebatur vox morientium voxque
bacchantium; y malamente podía distinguirse la plebis heiulatio quae cadebat in
bello del sonus populi qui clamabat in circo74.
Las señales que Salviano recogía eran suficientes para que en el horizonte se
pudiera advertir el perfilarse algo nuevo. Y, aunque vagamente, se intuía la forma, la cual
debía ser cristiana, bárbara y romana a la vez. Cristiana porque, de otra manera, Salviano
mismo habría pagado en vano la vena moralista que también recorría en medio de su
discurso apologético; bárbara, ya que el bárbaro dentro del imperio iam florebat, y los
procesos históricos como el de aquella naturaleza son irreversibles; romana, por fin,
porque junto a los bárbaros había emigrado ya la Romana humanitas.
Romana humanitas es una expresión, para el tiempo de Salviano, del todo
singular, porque él escribe cuando su época ya ha forjado el concepto de civilitas. Este
concepto75 sustituía y definía mejor aquel apunte de humanitas. La verdad es que
la civilitas representa la «tradición de la ciudad», de su riqueza, de su cultura, de
sus cives. Y en oposición a ella —con un significativo retorno a lo antiguo— está el
concepto de humanitas: Salviano opone ante todo los valores de la Roma que había sido
gloriosa a las apariencias de la Roma que está declinando; pero también proclama que
aquellos valores ya han encontrado salvación cerca de los bárbaros, e instituye las tres
contraposiciones de los tiempos nuevos: la verdadera libertad entre los bárbaros contra la
mísera esclavitud bajo el yugo de las riquezas romanas; la cultura espiritual entre
los herederos contra la civilización materialista de las metrópolis; la
inocente rusticidad de los campesinos y soldados, contra la corrupta urbanitas de
los nobles. La intuición de Salviano había percibido en aquel momento la dirección
fundamental de los acontecimientos históricos.
Las grandes definiciones trinitarias del siglo precedente no habían aquietado del
todo el genio especulativo de los orientales. Una vez aclarado que Jesucristo era
verdadero hombre y verdadero Dios, se preguntaron de qué modo se debía entender la co-
presencia de las dos naturalezas. En definir tan delicada relación su preocupación
fundamental fue la de conservar íntegro el misterio de la divinidad de Cristo. Mas, ya que
precisamente tal misterio implicaba la fe en la inmutabilidad y, a la vez, la eficacia
redentora de la naturaleza divina, era inevitable que prevaleciese —a causa de una
sensibilidad teológica distinta— la atención a uno o a otro de los dos aspectos. Y
ciertamente en esto Constantinopla y Antioquía tuvieron una sensibilidad distinta a la de
Alejandría. Así, las expresiones con las que tales sensibilidades se manifestaban fueron
interpretadas, por quien lo sentía diversamente, como un peligroso comprometer el
símbolo niceno-constantinopolitano. Fue así como se accedió a un conflicto bastante
áspero entre las dos partes.
La chispa saltó precisamente desde una de las más bellas expresiones que la fe —
también popular— en la divinidad de Cristo había podido crear, la detheotókos, «Madre
de Dios», atribuida a la Virgen María. A Nestorio —monje formado en Antioquía y
elegido obispo de Constantinopla en el 428— tal término le parecía caer en el riesgo de
implicar la divinidad en los procesos del devenir —nacimiento, pasión, muerte— al que
Cristo fue sujeto en cuanto hombre. Le pareció, por tanto, oportuno suprimir, en su acción
pastoral, el uso de este atributo mariano.
Tal posición, sin embargo, preocupó mucho al obispo de Alejandría, Cirilo (412-
444), el cual comenzó escribiendo largas cartas a Nestorio, en las cuales exponía, con
apreciable corte teológico, la tesis que, precisamente por la preocupación de garantizar la
plena divinidad de Cristo y de separarla por eso de cuanto pertenecía íntimamente a su
persona —entonces también del acontecimiento de su nacimiento de María Virgen—,
habría comprometido la eficacia de la misma divinidad sobre el plano de la redención.
Según Cirilo, por tanto, más que hablar de “conjunción” de las dos naturalezas —que era
la expresión usada por Nestorio para salvaguardar la integridad de la naturaleza divina—,
sería oportuno adoptar la fórmula —por él inventada— de “unión hipostática”. Además,
para que esta doctrina pudiera ser mejor divulgada, fue resumida por el obispo
alejandrino en doce proposiciones —los famosos “anatemas” de Cirilo—, mientras un
dossier de textos sobre la controversia era enviado por él mismo al papa Celestino, con el
fin de ganarlo a su causa.
De este modo el debate entró en una fase dramática. En primer lugar, cayó sobre
Nestorio la condena del papa, pronunciada en un sínodo convocado en Roma en agosto
del 430. Dado que Nestorio refutó el retractarse, intervino el emperador Teodosio II,
convocando un concilio en Éfeso. Éste se tuvo en junio del 431 y fue dominado por la
personalidad de Cirilo, manifestándose en esta ocasión como hábil político y sin
escrúpulos —como su tío Teófilo, al que había sucedido en la cátedra alejandrina—.
Antes de nada, tuvo cuidado de llegar con tiempo a la ciudad conciliar, con un séquito de
carros cargados de regalos preciosísimos y deparabalani —poderosos guardaespaldas—:
los primeros para ganar a la corte imperial, los otros para intimidar a los opositores.
Aprovechó después la tardanza de algunos obispos orientales para abrir con autoridad, en
su ausencia, el concilio. Entonces leyó rápidamente las tesis propias y quiso, sin respeto
hacia las reglas democráticas, que en la misma jornada fueran aprobadas por apelación
nominal, y que al mismo tiempo fuera suscrita la condena y la deposición del “blasfemo”
Nestorio.
Firme fue, sin embargo, la reacción de los obispos orientales llegados por
entonces. Liderados por Juan de Antioquía, reunieron un contra-concilio y así se debió
asistir a una serie de excomuniones y deposiciones recíprocas, sostenidas de vez en
cuanto por tumultos populares y por intrusiones de cortesanos. Sin embargo,
precisamente este concilio regalaba entretanto a la Iglesia universal la consoladora
definición de la maternidad divina de María. Mas al final, en octubre, con una decisión
salomónica, Teodosio declaró cerradas las dos asambleas.
El único en pagar las consecuencias del incandescente enredo del concilio fue
Nestorio, que no regresó a la sede de Constantinopla, terminando sus días en el 450 en un
rincón perdido de Egipto. En cuanto a la controversia, que naturalmente continuó bajo las
cenizas entre Cirilo —vuelto como triunfador a su Alejandría— y Juan de Antioquía —el
más notable sustentador del derrotado Nestorio—, tuvo manera de aplacarse gracias a la
mediación de un ermitaño de grandísima autoridad, Simeón el Estilita, que llegó a hacer
firmar por parte de los dos un documento de acuerdo: la llamada Fórmula de unión, en el
433.
Más allá de estos dos obispos —los cuales desaparecerían pronto de la escena—,
las dos concepciones litigantes de Éfeso resistieron hasta la muerte. La nestoriana
alimentó una fuerte acción misionera en territorios como Persia y China. La alejandrina
encontró en un monje llamado Eutiquio un defensor poco formado de la tesis en torno a la
presencia hipostática de la naturaleza divina, al considerar que ésta era la única naturaleza
verdadera de Cristo —“monofisismo”—. Se repitieron las distintas tomas de posición, las
condenas y hasta un concilio en Éfeso en el 449. Otra vez fue guiado el concilio por un
obispo de Alejandría, Dióscuro, agrupándose naturalmente con Eutiquio, lo cual no sirvió
sino para contrastar con las sedes de Constantinopla y de Antioquía, decididamente
adversas al monje. Mas Dióscuro era un triste personaje, y sus engaños y violencias
sobrepasaron hasta tal punto los límites, que indujo al papa León —el cual había
intervenido en la polémica con escritos de alto valor teológico— a definir el mismo
concilio como el «latrocinio de Éfeso».
V. El concilio de Calcedonia
74VI, 69-71.
I. El cuadro histórico
Pero tal situación fue desbaratada por los ejércitos de Constantinopla, que
tuvieron en Sicilia, ya bizantina, su base de operaciones. El primer reino en estar en su
punto de mira fue el de los vándalos, que de hecho desaparece en el 535 por el enérgico
ataque lanzado por Belisario. Posteriormente les llegó la vez a los ostrogodos: a
Teodorico le había sucedido en el 526 Atalarico, por el cual tuvo el poder su madre
Amalasunta. Precisamente la supresión de Amalasunta por parte de los nacionalistas
godos ofreció el pretexto de una guerra ventenal (535-553), devastadora, que vio
enfrentarse en su última fase al ostrogodo Totila con el bizantino Narsete, y que se
concluyó con la asociación de Italia al gobierno imperial de Constantinopla.
Sin embargo, la sujeción a Oriente duró poco, pues en el 568 entraron en escena
los longobardos. Al mismo tiempo en Oriente irrumpieron eslavos y mongoles, dando su
nombre a las tierras ocupadas —Serbia, Croacia y Eslovenia los primeros; Bulgaria los
segundos, en seguida eslavizados—. Éstos, sin embargo, bien pronto sufrieron la
influencia civilizadora de Bizancio, entrando en el ámbito de la Iglesia de Oriente, cuya
autonomía de Roma se hacía cada vez más pronunciada, alcanzando uno de los momentos
más delicados en tiempos de Gregorio Magno (590-604) y del emperador Mauricio.
Evento este último en el que fue determinante el influjo del papa Gregorio
Magno, perteneciente a la noble familia de los Anicios. Ya prefecto de Roma, atraído por
el ideal de Benito de Nursia —a quien se debe la introducción en Occidente de una nueva
forma de monacato, centrada en el ora et labora—, había abandonado la vida pública
para retirarse en un convento por él fundado sobre las pendientes del Celio. Pero el papa
Pelagio II, en el 579, lo quiso como nuncio —“apocrisario”— en Constantinopla, y
después como consejero suyo en Roma. Fue elegido pontífice en el 590, en un momento
de grave crisis —pestilencia y avance de los longobardos—.
Pero el cisma fue destructivo por las repercusiones que tuvo en Roma, donde en
el 498, después del breve pontificado del papa Anastasio, la corriente filobizantina opuso
al alecto pontífice Símmaco —de parecida firmeza a Gelasio— el acomodaticio Lorenzo.
Un cisma —llamado laurenciano— dentro del cisma, que finalizó gracias a la
intervención de Teodorico, interesado en que no se reforzara el partido imperial. Fue un
período amargo, que vio a la ciudad ensangrentarse por los enfrentamientos violentos
entre las dos facciones, pero durante el cual se tuvieron también tres sínodos de relevante
importancia por las cuestiones en ellos definidas —la procedencia de la elección
pontificia, y los derechos de autonomía (también patrimonial) y de absoluta preeminencia
jerárquica del obispo de Roma77—.
Quedaba aún el cisma acaciano, el cual era resuelto en el 519 por medio del
nuevo emperador, Justino —filocalcedoniano—; y en el clima de reconciliación entre las
dos iglesias fue elegido papa Juan I (523-526). Pero precisamente este acercamiento a
Bizancio molestó a Teodorico. El rey ostrogodo, antes tan respetuoso con la religión
católica78, intentó ahora una serie de procesos a traición —cayó también Boecio— y
encarceló al papa.
En medio de los dos fuegos, el godo y el bizantino, el papado tuvo que sufrir
muchísimo en los años siguientes, siendo víctima de manera particular el papa Vigilio
(537-555), cuyo pontificado coincide de lleno con el período de la guerra ventenal:
presionado por el emperador Justiniano a aceptar el edicto de los Tres capítulos79 y
excomulgado por un sínodo de obispos africanos, moría en Siracusa humillado y
fracasado.
La tensión entre Roma y Bizancio perduró con los sucesores de Vigilio y de
Justiniano, pero con Gregorio Magno tuvo éxitos, en una dirección del todo contraria a
comprometer el honor del papado. Éste fue defendido por el gran pontífice con firmeza,
tanto en la acción como en los escritos80. Por otra parte, la misma situación histórica en la
que se encontraba Italia bajo los longobardos hizo que recayeran sobre Gregorio las
responsabilidades del gobierno y de la administración, y por este camino Roma y los
territorios circundantes, formalmente bajo Bizancio, se dispusieron a ser un “estado” bajo
la soberanía del papa. Contribuyó a esta transformación epocal el patrimonium Petri81,
conducido con sagacidad política, mas, a la vez, con ánimo profundamente atento a los
problemas pastorales82 y doctrinales83.
***
76Se piense que un Prudencio había juzgado a los bárbaros como distantes del
mundo civil como «los cuadrúpedos de los bípedos»; y un Sidonio Apolinar los excluía,
como a los esclavos, de la «patria de las leyes».
77Dirigidos a sostener esto se redactaron algunos opúsculos, entre los cuales está
el célebre Constitutum Silvestri, que tanta fortuna tendría como base del poder temporal
de los papas.