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El Judeocristianismo

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EL JUDEOCRISTIANISMO

I.

EL JUDASMO EN TIEMPO DE JESS EN PALESTINA

Haca ms de medio siglo que el pueblo judo viva bajo la dominacin romana; sta le
era tanto ms odiosa, cuanto que se encarnaba en el hombre que haba herido de la manera
ms profunda los ms santos sentimientos nacionales y religiosos del pueblo. Herodes el
grande, se las haba arreglado en Roma para que el senado le concediera la dignidad de rey de
los judos, a cambio de lo cual estaba obligado a defender los intereses romanos en Asia
anterior, polticamente importante, en particular frente a los peligrosos partos. Desde el primer
momento en que Herodes pis suelo palestino, se le opuso el odio del pueblo que, bajo el
prncipe asmoneo Antgono, le present fuerte resistencia. Mas, con la ayuda de Roma, pudo
Herodes romperla con la conquista de Jerusaln el ao 37 a. de Cr., exterminando
implacablemente la dinasta de los asmoneos. Herodes logr tener en jaque al pueblo, que
hubo de contener su rencor; pero todos sus esfuerzos por atraerse el corazn de sus sbditos
judos fracasaron de todo punto. En su testamento dividi el reino entre sus tres hijos ms
jvenes: Arquelao, Herodes Antipas, Filipo. Mas el cambio de gobierno fue en Judea ocasin
de serios desrdenes que slo se aquietaron gracias a la ayuda de las legiones romanas.
La situacin religiosa del judasmo palestinense
A los ojos de sus vecinos, el pueblo judo se caracterizaba sobre todo por lo peculiar de las
creencias religiosas que l trataba de guardar con ahnco en medio de cultos y corrientes
completamente distintas. El ncleo ms ntimo de sus creencias era su monotesmo. Este
pueblo tena conciencia de haber sido conducido por este solo Dios verdadero en todas las
fases de su historia, pues tantas veces se le haba revelado ya como su nico seor, de manera
impresionante, tanto por intervenciones inmediatas como por la palabra de sus profetas. Esta
fe se nutra de una esperanza en un salvador y redentor venidero, que los profetas haban
anunciado incansablemente como Mesas. El Mesas haba de salir de en medio del pueblo,
erigira en Israel el reino de Dios, levantara por ese hecho a Israel sobre todos los pueblos de
la tierra, y l sera su propio rey. Sin embargo, dada la implicacin de la vida religiosa y del
rgimen poltico, la idea mesinica tom fcilmente tinte demasiado terreno, impuesto por las
necesidades diarias del pueblo judo, de suerte que muchos vean preferentemente en el
Mesas al liberador de la miseria terrena y, posteriormente, en forma muy concreta, al
libertador del odiado yugo romano.
Junto al monotesmo y la expectacin mesinica, la ley ocupaba un lugar decisivo en
el mundo religioso del judasmo de aquel tiempo. La ley es ofrecida a todo judo en la
Sagrada Escritura, en cuyo espritu se forma desde su primera juventud en la casa paterna y
luego en escuelas apropiadas.
En principio todos los judos estaban de acuerdo respecto a la alta estima que les
mereca la ley; no obstante, la ley precisamente fue ocasin de una escisin del pueblo en
distintas tendencias o partidos, fundada en la distinta estimacin que se le conceda en su
influjo sobre la vida entera. Algunos de estos movimientos o partidos fueron el movimiento
de los hassidim o asideos, el partido religioso de los fariseos (saparados) y el grupo de los
llamados celotas (celosos o celadores).

La comunidad de Qumrn
La fidelidad a la ley, su entero y limpio cumplimiento, empuj a otro grupo del pueblo
judo, los esenios, a abandonar la accin pblica y cerrarse en el aislamiento. Sus comienzos
se remontan a la poca de los Macabeos, y la culminacin de su auge hay que situarla entre
fines del segundo y comienzos del primer siglo precristiano.
Segn las ideas de la secta, Belial, haba entonces tendido tres redes sobre Israel: la
fornicacin, la riqueza mal adquirida y la profanacin del templo. Por las dos primeras redes
se entenda el enriquecimiento de los prncipes del pueblo por el botn de los gentiles y la
interpretacin suave, de los mandamientos sobre el matrimonio del Lev 18, 13. Segn parecer
de los esenios, tampoco el culto del templo era ya ejercido con limpieza y pureza por parte de
los sacerdotes de semejante interpretacin laxa. A su cabeza estaba el maestro de justicia, a
quien sin duda se debe la primera congregacin organizada. Este maestro predicaba una nueva
interpretacin de la ley, que consista en el radical cumplimiento de la voluntad divina
expresada en ella. El que no segua absolutamente la ley tal como la entendan los esenios, era
irremediablemente impo.
Este radicalismo en la doctrina y en la prctica que de ella se derivaba, desemboc en
la congregacin organizada de los esenios, que, en el grupo de Qumrn, tom carcter similar
al de una orden religiosa, y en la que iba pogresando como una especie de etapas.
La literatura hasta ahora conocida no permite una reconstruccin, exenta de lagunas,
de la historia del movimiento esnico. Segn Flavio Josefo, no habra habido entre ellos
ninguna evolucin profunda; el postulado de fidelidad heroica a la ley se mantuvo
inconmovible y, aunque se mantuvo tambin el deber del odio al impo, Josefo nos da tambin
noticias de ayuda misericordiosamente prestada a los que no eran miembros de la secta. El
centro del grupo monstico de esenios fue destruido por los romanos el ao 68 despus de Cr.,
y los restos del movimiento debieron quedar tan diezmados en la sublevacin de Bar-Kochba,
que no fue ya posible una reorganizacin. En el posterior desenvolvimiento de la religin
juda, no les cupo ya papel alguno; ste estaba reservado a sus grandes contrarios, los fariseos.
La dispora juda
El judasmo alejado de la madre patria palestinense estaba destinado a adquirir
importancia decisiva en la propagacin del cristianismo dentro del mundo helenstico. Los
grandes centros culturales de la poca helenstica ejercan una sealada fuerza de atraccin;
de ah que se encuentren colonias judas particularmente fuertes en Antioqua y Roma y, sobre
todo, en Alejandra, donde se les sealaron, para vivienda de ellos solos, dos de los cinco
grandes barrios de la ciudad. Dondequiera que lo permita su nmero, se organizaban en
comunidades cerradas de dispora. Su era la sinagoga, a cuyo frente estaba un archisinagogo,
como director de las reuniones litrgicas.
El vnculo que una a los judos de la dispora era su fe religiosa, que era la que
principalmente impeda que fuesen absorbidos por el ms numeroso paganismo circundante.
Los judos tenan habilidad y tino para lograr de las autoridades ciudadanas o estatales una
serie de consideraciones, excepciones y privilegios, que salvaguardaban sus ideas religiosas y
usos litrgicos, aunque hacan tambin resaltar ms fuertemente su peculiaridad y posicin
aparte en la vida pblica.

El nuevo ambiente ejerci su influjo sobre el judasmo de la dispora con cierta


fatalidad y en mltiples aspectos. Como cualesquiera emigrantes, despus de algn tiempo,
los judos abandonaron su lengua materna y adoptaron la lengua universal de la koin.
Donde ms y mejor se percibe ese influjo es en el centro espiritualmente ms vivo de
la dispora, que fue Alejandra. De la Stoa tom el judasmo el mtodo alegrico de la
interpretacin de la Escritura, mtodo que, evidentemente, era enseado a los judos en una
escuela exegtica propia en Alejandra.
Para un judo medio de la dispora, estaba garantizada la fidelidad a la fe de los
padres. Esta seguridad estaba esencialmente condicionada por su vinculacin ideal y real a la
patria palestina que el emigrado mantena inconmoviblemente. Jerusaln y su templo eran el
centro de esta vinculacin. Otro apoyo de la fidelidad a la fe era la ya mentada solidaridad
ntima de todos los judos de la dispora, que conduca frecuentemente a una exclusividad que
los gentiles les echaban en cara y desempe su papel en las oleadas de antisemitismo que
una y otra vez surgan en el imperio romano.
La dispora juda tiene una importancia que no puede pasarse por alto en la primera
evangelizacin cristiana. En este campo, llev a cabo un trabajo previo de roturacin, de
eminente vala; primero por la elaboracin de la versin de los Setenta que fue
inmediatamente la Biblia del naciente cristianismo; luego, por la predicacin del monotesmo
y del declogo mosaico, que fue tambin la base de la moral cristiana. Las sinagogas eran
siempre el punto de partida de la primera evangelizacin cristiana y aqu hallaban los heraldos
del evangelio, sobre todo en los temerosos de Dios y en los proslitos, corazones abiertos a su
mensaje.
II.

JESS DE NAZARET Y LA IGLESIA

La historia de la Iglesia tiene su raz en Jess de Nazaret, que naci y vivi dentro del
mundo religioso y espiritual del judasmo palestinense que acabamos de describir. Por eso, su
vida y su accin, que pusieron los fundamentos de la Iglesia, son el supuesto de su historia.
A decir verdad, las fuentes que nos narran esta vida y atestiguan su importancia para la
Iglesia, son de naturaleza muy especial. Esas fuentes son principalmente los escritos del
Nuevo Testamento, particularmente los tres evangelios ms antiguos, los Hechos de los
apstoles y algunas cartas de san Pablo. Ninguno de ellos pretende dar una biografa histrica
de Jess de Nazaret.
Sin embargo, esto nos lleva a un escepticismo radical, a la hora de preguntarse si, de
tales fuentes, puede partir un camino que conduzca al Jess terreno, al Jess histrico.
Ciertamente, no se puede escribir con ellos una Vida de Jess propiamente dicha. Pero estas
fuentes vuelven constantemente a esa vida, destacan acontecimientos especiales de su vivir
terreno, dichos y hechos de Jess, que tienen particular importancia para la predicacin sobre
l, y los atestiguan, as como datos histricos sealados de su paso por la tierra.
Cuatro o cinco aos antes del comienzo de nuestra era, Jess de Nazaret naci de la
virgen Mara en Beln y en la paz de esta aldea creci sin frecuentar quizs una escuela
rabnica.
Poco ms o menos a los treinta aos de edad, Jess abandon la casa paterna e inici
pblicamente en su patria su obra religiosa. Consciente de su misin mesinica y filiacin
divina, que poda confirmar con mltiples milagros, Jess revelaba, de palabra y obra, que el
reino de Dios haba llegado, y que todos los hombres, no slo Israel, podan entrar en l; pero
haba que servir al Padre con piedad verdadera. Jess proclama bienaventurados a los pobres,

porque estn libres de las solicitudes que lleva consigo la riqueza y bienes de la tierra, que,
con harta frecuencia, ocupan en el corazn del hombre el lugar que slo a Dios corresponde.
El hombre entero es requerido por l para que le siga, sin miramiento a anteriores
amistades, vnculos familiares y bienes de la tierra; el que pone la mano en el arado y mira
atrs, no vale para este reino (Le 9, 62). Parejas exigencias no toleran en adelante pacfico
idilio familiar alguno; su palabra viene a cortar como una espada todo lo hasta ahora unido.
Pero lo ms singular y nuevo es, sobre todo, esto: que no se puede ir al Padre, si no es a travs
de Jess. l exige adems un seguimiento que no es en absoluto posible sin una dolorosa
negacin de s mismo: El que quiera ser realmente su discpulo, tiene que aborrecer su
propia vida (Le 14, 26).
Todos los que se deciden a ser sus discpulos y son as llamados al reino del Padre,
forman una nueva comunidad. La fundacin de esta comunidad eclesistica es objeto, por
parte suya, de cuidadosa preparacin. De esa minora se escoge an un grupo de doce, que
ocuparn claramente un puesto aparte entre sus seguidores. A ellos consagra especial cuidado;
con ellos trata temas particulares, destinados a ellos para el futuro de esta comunidad. Ellos
han de recibir y continuar la misin que a l le confi el Padre del cielo: Como el Padre me
ha enviado a m, as yo os envo a vosotros (Ioh 20, 21).
Con ello, la fundacin de Jess, preparada por su accin anterior a la pascua, recibe el
armazn de una estructura, aun externamente perceptible, que como un organismo se
desarrollar en el tiempo y el espacio segn las leyes de crecimiento que su fundador le puso
dentro. Sus cimientos puramente sobrenaturales se sitan ciertamente en una esfera totalmente
diversa; en ltimo trmino estn fundados sobre la muerte de Jess: por ella nicamente
puede darse de nuevo la salvacin a la humanidad, y de ella nicamente recibe su vida
misteriosa la nueva comunidad de salvacin de los redimidos. Con la muerte de Jess que
concluye su obra de expiacin y redencin, y con la resurreccin que gloriosamente confirma
su vida entera, est acabada la fundacin de la Iglesia, cuya existencia histrica comienza con
la venida del Espritu Santo.
III.

LA IGLESIA MADRE, DE JERUSALN

Las vicisitudes externas


La fuente ms importante que nos narra la suerte que sigui la comunidad primigenia
son los siete primeros captulos del libro de los Hechos de los apstoles que, por lo dems,
tampoco ofrece un cuadro completo de los acontecimientos, pues su autor slo selecciona de
su material lo que sirve para su objetivo de mostrar cmo el mensaje del nuevo reino de Dios
se dirigi primero a los judos y de ellos, por voluntad de Dios, hubo de pasar a los gentiles; y
cmo el judo cristiano Pablo, con asentimiento y por mandato de los otros apstoles, era
legtimo misionero de la gentilidad.
De ah que los orgenes y crecimiento de la comunidad madre solamente se cuentan en los
quince primeros aos de su existencia, y luego slo ocasionalmente se vuelve la vista a
Jerusaln y se menciona algo de ella.
El hecho de pronto apenas comprensible de la resurreccin de su maestro crucificado
congreg otra vez exterior e interiormente a los huidos discpulos y los uni en una
comunidad de la misma fe y de la misma confesin. Bajo la direccin de Pedro, realizaron
una eleccin complementaria para el colegio apostlico, pues el nmero de doce era para ellos
sacrosanto. La naciente comunidad recibe una fuerte confirmacin por los acontecimientos

del primer pentecosts, cuando el prometido Espritu Santo descendi, entre fenmenos
extraordinarios como el bramar de viento impetuoso y las lenguas de fuego, sobre los fieles
all congregados y les infundi valor para dar pblicamente testimonio. Al fortalecimiento
interior corresponde el crecimiento externo de la comunidad. Pronto el nmero de miembros
de la comunidad asciende a 5000 (Act 3,1 - 4, 4).
Tales xitos inquietan a las autoridades judas, que hacen comparecer e interrogan a
los apstoles. Pedro es su portavoz y de nuevo anuncia animosamente el mensaje del
crucificado.
Las funciones progresivas de acuerdo con el nmero de fieles, hicieron necesarias
medidas organizativas, los apstoles tenan que tener las manos libres para la predicacin y
por ello se eligieron siete hombres para el servicio de las mesas, asistencia a los pobres y
tambin para ayuda de los mismos apstoles en la actividad pastoral (6, 1-6).
Esta propagacin de la fe en Cristo fuera de la capital fue ocasin para que Pedro y
Juan hicieran una visita de inspeccin a los cristianos recin ganados. Ms la paz que haba
vuelto despus de la persecucin fue otra vez turbada bajo Herodes Agripa, que mand
encarcelar a los apstoles Pedro y Santiago el Mayor, que estaban a la cabeza de la Iglesia, e
hizo ejecutar a filo de espada al segundo (42 43 despus de Cr.), a fin de congraciarse con
los judos de la capital. La direccin de la Iglesia madre vino as a parar a Santiago el Menor.
Su autoridad pes mucho en el llamado concilio de los apstoles, en que desempe papel de
mediador (Act 15, 13-21). Tambin l hubo de sufrir el martirio, cuando el ao 62, en que por
la muerte de Festo qued vacante el puesto de procurador romano, el sumo sacerdote Ananus
(Anas) pudo descargar sobre l su odio. Pocos aos ms tarde, cuando el levantamiento de los
judos contra los romanos acab en catstrofe nacional, termin la independencia de la Iglesia
madre de Jerusaln. Los judeocristianos no podan evidentemente tomar parte en aquella
lucha y en los aos 66-67 emigraron a la Trans Jordania, donde una parte de ellos se
estableci en la ciudad de Pella.
Aun subsistiendo la Iglesia madre de Jerusaln, pudo reunirse en la capital de la Siria,
Antioqua, un grupo considerable de antiguos paganos en una iglesia cristiana, cuyo cuidado
encomendaron los apstoles al levita chipriota Bernab. En Antioqua apareci el nombre de
khristianoi con el que los gentiles designaron a los secuaces de la nueva fe, caracterizndolos
as como miembros de un movimiento poltico. Despus de la destruccin de Jerusaln, el
porvenir de la Iglesia naciente estaba en los pueblos gentiles entorno a la cuenca oriental del
mediterrneo, cuya evangelizacin haba emprendido con xito el judo cristiano Pablo.
Constitucin, fe y piedad
Secta de los nazarenos, llamaban los adversarios judos al grupo de los partidarios de Jess
(Act 24,5), lo que prueba que stos se haban unido, en Jerusaln, en comunidad propia bajo
el nombre de Jess de Nazaret; comunidad, congregacin, ecclesia, es el nombre que
utilizan los mismos judeocristianos para designar esa unin o congregacin (Act 5,11; 8,1,
etctera).
Esta iglesia, como a simple vista nos lo permite reconocer el libro de los Hechos, es
desde el principio una comunidad jerrquica, en que no todos son del mismo orden o
categora. Como primer grupo de personas de esta especie, se destaca el colegio de los doce
apstoles: La misin principal del apstol es dar testimonio de la vida, muerte y resurreccin
de Jess; con ello va unido el mandato de dirigir los actos de culto de la comunidad, que se
congrega por la fe en l. Cristo mismo dio a sus apstoles poder de obrar en su nombre signos

y milagros (Act 2, 42; 5, 12). Con ese poder se une el derecho de regir con autoridad a la
comunidad, asegurar la disciplina y el orden, y fundar nuevas iglesias de creyentes en Cristo
(8, 14s; 15, 2). Sin embargo, el apstol no tanto es seor cuanto ministro y pastor de la
Iglesia, que est firmemente fundada en el ministerio apostlico (Mt16, 18; 24, 45; Act 20,
28).
Entre los representantes del apostolado, Pedro desarrolla una actividad que le hace a
su vez ocupar un puesto de direccin entre los mismos doce, un puesto que slo puede serle
concedido por una autoridad superior. Su comportamiento general dentro de la comunidad
primera hasta el momento en que abandona definitivamente Jerusaln, para actuar a su vez en
la evangelizacin de los gentiles, slo se comprende rectamente si se lo interpreta como
cumplimiento del mandato del Seor del que, adems de Mateo, hablan tambin Lucas y
Juan, cuando dicen que Pedro fue llamado por el Seor para confirmar a sus hermanos y
apacentar el rebao de Cristo.
La Iglesia madre de Jerusaln conoce adems otro oficio o ministerio, de que habla el
libro de los Hechos (6, 1-7). Es el oficio y amentado de los siete, que descargan de su trabajo
a los apstoles y se ocupan del servicio de la mesa a los pobres de la comunidad. En cuanto a
su fondo o contenido, el oficio de los siete se explica por necesidades internas de la
comunidad naciente.
Existe un tercer grupo de personas, que los Hechos llaman ancianos, presbyteroi
(11, 30), cuyas funciones no estn tan claramente precisadas como las de los siete. En la
iglesia madre de Jerusaln estos ancianos se hallan siempre en torno a los apstoles o a
Santiago como rector de la comunidad, toman parte en las decisiones del concilio de los
apstoles (15, 2ss), lo que significa que son auxiliares de los apstoles o del pastor de
Jerusaln en la administracin o gobierno de la iglesia madre.
La existencia de los sujetos de oficios o ministerios que acabamos de nombrar
apstoles, ancianos y siete demuestra inequvocamente que ya en la iglesia madre existe
una divisin de sus miembros: se reparten en grupos de personas consagradas dentro de la
comunidad para funciones especiales, y en la gran muchedumbre los creyentes.
El acontecimiento, totalmente nuevo y revolucionario que mantena la cohesin de los
partidarios de Jess en la iglesia madre, era la resurreccin del Seor, que era vivida como un
hecho por todos aquellos a quienes l haba favorecido con alguna de sus apariciones.
Igualmente radical y nueva respecto al mundo de creencias judas anteriores, es la fe de los
cristianos de que ese Jess es el verdadero Mesas prometido.
Jesucristo es el que sana por medio de los apstoles (9, 34). Por ser Jess el Mesas,
se llama tambin Kyrios. Otros ttulos colocan tambin al Seor resucitado en la cercana de
Dios. Segn Act 10, 42, l es el juez de vivos y muertos, el santo y justo (3, 14), el santo
siervo Jess, contra quien se conjuraron sus enemigos (4, 27). El Seor resucitado es
finalmente el salvador, que ha sido llamado por Dios para traerla salvacin a la humanidad.
La fe de la iglesia madre en Jess como autor nico de la salud es expresada con fuerte
exclusividad: No hay salvacin en otro alguno, porque tampoco ha sido dado a los hombres
otro nombre bajo el cielo, por el que puedan salvarse (Act 4, 12).
La iglesia madre siente, en virtud de la recepcin del Espritu Santo, que la salvacin
ha empezado ya para ella, y el Espritu Santo la confirma en ese sentimiento.
Los nuevos dones que la redencin por Jesucristo trajo a los creyentes de la Iglesia
primitiva son la vida eterna y la pertenencia al reino de Dios. Sin embargo, el reino de Dios y
la vida eterna as lo siente la iglesia naciente no son an realidad acabada; el

acabamiento, la consumacin, la traer el Seor un da en su segundo advenimiento; de ah


que la iglesia madre espere ardientemente la pronta parusa del Seor.
Sobre el conjunto de estas creencias se edifica la vida religiosa de la Iglesia naciente.
sta vive ciertamente de modo total de la presencia del Seor resucitado, pero no cree por ello
que ha de abandonar las formas heredadas de piedad. Lo que s se comprueba son ciertos
inicios que han de desembocar en las formas posteriores, independientes, de piedad y culto.
Uno de esos actos de carcter cultual con sello propio en la iglesia madre de Jerusaln lo
constituye ya el bautismo, que es en ltimo trmino la base de la condicin de miembro de
ella.
Al describir la vida de los cristianos de Jerusaln, dice el autor del libro de los Hechos
que perseveraban tambin en la fraccin del pan (2, 42). Aun cuando no pueda lograrse una
certidumbre definitiva, algunos exegetas piensan aqu en la celebracin ritual del recuerdo de
la cena del Seor y ven en la expresin fraccin del pan el nombre, hecho ya trmino
tcnico, de la celebracin eucarstica, que, efectivamente, slo poda tener lugar en las casas
de los creyentes.
De otro uso litrgico propio habla la carta de Santiago, la cual describe una uncin
especial de los enfermos, que se encomienda a los ancianos.
En conjunto, la actitud religiosa de la iglesia madre de Jerusaln est sostenida por un
generoso entusiasmo, pronto al sacrificio, que se muestra sobre todo en la caridad activa. El
amor fraterno, fruto del fervor de la nueva fe, haca que fieles particulares renunciaran de
buena gana a sus bienes privados para socorrer a los pobres.
Perodo segundo
LOS CAMINOS DE LA GENTILIDAD
IV. SITUACIN RELIGIOSA DEL PAGANISMO GRECORROMANO A SU
ENCUENTRO CON EL CRISTIANISMO
Decadencia de las antiguas religiones griega y romana
Como primera caracterstica de la situacin general religiosa del mundo helenstico a
fines del siglo primero antes de Cristo, hay que considerar la lenta desaparicin tanto del
politesmo griego, como de la antigua religin especficamente romana. Las causas de este
proceso de evanescencia son de mltiple especie, y varan tambin del mbito griego al
romano. En la Grecia propia, la crtica racionalista de los dioses, que fue comn a las distintas
escuelas filosficas, tuvo sobre todo efectos negativos que hicieron abandonar la fe en la
existencia de los dioses.
La decadencia de la religin clsica griega fue adems acelerada por la evolucin
poltica en el espacio del Mediterrneo oriental. La poca de la dominacin de los Didocos
haba trado consigo la desaparicin de las ciudades Estados, y ello repercuti sobre los cultos
religiosos. Muchas ms graves consecuencias hubieron de tener el intercambio de ideas
religiosas y de sus formas rituales de expresin que trajo consigo la helenizacin de todo el
oriente.
Este proceso de disolucin arrastr tambin a la antigua religin romana. Desde la
segunda guerra pnica, se haba iniciado la helenizacin, siempre creciente, de los cultos
romanos, que tuvo su expresin en la ereccin sobre suelo romano de templos y estatuas a las

divinidades griegas. En la capital romana era donde menos caba tener oculta la actitud
escptica de las esferas dirigentes respecto a la antigua fe y al culto oficial; ello llev la
infeccin a sectores privados de las familias de las grandes ciudades.
El emperador Augusto, tras alcanzar la monarqua, intent contener la ruina religiosa y
moral de su pueblo, e inici una reconstruccin general de la religin oficial, instaurando unas
creencias que la sostuvieran. Pero eso justamente es lo que no logr.
El culto imperial
Sin embargo, un rasgo de la poltica religiosa de Augusto haba de tener largas
consecuencias y adquirir singular importancia en la lucha con el cristianismo en su perodo de
fortalecimiento; la implantacin del culto oriental del soberano y el intento de ponerlo al
servicio de la reorganizacin religiosa, y modificado en la forma de hacer de l la base de la
religin oficial. El culto al soberano tena su origen en oriente, donde desde muy antiguo se
viva el fundamento religioso de su poder. Este culto se tribut primeramente a los reyes
Didocos del oriente anterior, y de all pas pronto a los Selucidas. Cuando el poder romano
sucede a los reinos de los Didocos, era obvio trasladar el culto al soberano a los
representantes de Roma y tributar tambin a stos honores sacros. Como en la repblica
romana faltaba el monarca, se vener a Roma misma, como personificacin de este poder, con
templos y estatuas. Tambin algunos generales romanos, como Antonio, se hicieron tributar
en oriente esos honores sin escrpulo alguno.
Augusto pudo fcilmente aferrarse a este culto del soberano en las provincias
orientales del imperio, cuando se hizo erigir en aquellos territorios, junto con la diosa Roma,
templos y estatuas, y no rechaz honores rituales cuya realizacin incumba a las autoridades
ciudadanas o a los municipios provinciales.
Los cultos mistricos orientales
Mientras el culto imperial, dada su vinculacin al Estado, alcanz una significacin y
propagacin general en sus grados varios de intensidad segn se tratara de oriente y
occidente, los cultos mistricos orientales mantuvieron siempre su primigenio carcter
privado, aun cuando su influjo fue considerable en todas las capas de la poblacin del
imperio. La razn ms profunda de su fuerza de atraccin hay que buscarla en su pretensin
de poder dar al individuo una respuesta satisfactoria a su pregunta existencial acerca de su
destino en el otro mundo. Los misterios quieren mostrarle cmo ha de configurar moralmente
su existencia en este mundo para asegurarse la del ms all, en una palabra: cmo puede
alcanzar su salvacin eterna (satera). El centro del culto egipcio lo ocupan las figuras divinas
de Isis y Osiris, que son tambin conocidas por el culto oficial de Egipto.
Asia Menor es patria del culto de la gran madre, la diosa de la fecundidad, Cibeles,
que ya tempranamente fue conocida de los griegos. Tambin a Cibeles se le aade un dios
varn, el hroe de la naturaleza: Attis, su amante. Segn un mito no uniforme, Attis le es
infiel, y, en castigo, Cibeles lo vuelve furioso y muere a consecuencias de la furia.
Rasgos igualmente extticos ostenta tambin el culto que procede de la ciudad siria
costera Biblos, cuyas figuras divinas son Atargatis, seora de la naturaleza, emparentada con
Cibeles, y Adonis, de juvenil belleza, su marido. Tambin ste es un hroe de la vegetacin,
un dios que muere y resucita.

Los tres cultos mistricos, aun dentro de su diversidad, tienen evidentemente una idea
comn fundamental: La muerte y el nuevo reflorecer constante observados en la naturaleza se
condensan simblicamente en el mito del joven hroe de la vegetacin, al que una muerte
trgica arranca del lado de la diosa, pero que retorna luego a nueva vida. As se representa el
destino del hombre, cuya muerte inquietante y a veces incomprensiblemente trgica oprima
como peso oscuro el pensar y sentir de la antigedad.
Dominan tambin ideas sobre el ms all los misterios de Mitra; su aparicin, sin
embargo, slo alcanza fuerza mayor cuando ya el cristianismo se haba afianzado interior y
exteriormente. Se trata de un culto sealadamente varonil que tuvo entre los soldados del
ejrcito romano la mayor parte de sus secuaces. Su figura central es el dios persa de la luz,
Mitra, que roba un toro que est bajo el dominio de la luna y lo mata por mandato de Apolo.
Las fuentes no ofrecen datos precisos acerca del nmero de adeptos de todos estos
cultos. Su propagacin por todos los mbitos del mundo helenstico y su relativa densidad en
los centros mayores de poblacin, nos permite concluir que su nmero no debi ser
desdeable. La clase culta superior fue sin duda la ms dbilmente representada, y buscaba un
sustituto para sus necesidades religiosas en las corrientes filosficas de la poca. An mayor
fue la resonancia que hallaron los cultos mistricos en hombres de la clase media, cuyo
sentimiento religioso no haba sido an ahogado por el esplendor material de la civilizacin
helenstica, sino que deseaba un contacto concreto con lo divino, quera hallar en ritos
sensibles una interpretacin de la vida y poseer una garanta palpable para un mejor destino
en ultratumba.
La religin popular
Sin embargo, dada su peculiar estructura, ni el culto imperial ni las religiones
mistricas pudieron llegar religiosamente al corazn de todos los hombres del mundo
mediterrneo. No lleg el culto imperial, porque sus manifestaciones eran relativamente raras,
y sobre todo porque tena muy poco contacto con la poblacin campesina; tampoco las
religiones mistricas, porque su carcter esotrico dificultaba a muchos el acceso. De ah que
la gran masa del pueblo sencillo se volviera a los bajos fondos de la supersticin, que
precisamente en la poca helenstica hall enorme difusin en mltiples formas.
En este terreno estaba sin duda a la cabeza la fe astrolgica, que atribuye a las estrellas
determinado influjo sobre el destino humano. Una extensa literatura propagaba la ciencia
astrolgica y encadenaba a sus lectores a una fe en el destino fundada en las estrellas. Por lo
tanto, si el hombre est tan ineludiblemente sujeto al poder fatal de las estrellas, es absurdo
dirigirse a la divinidad por la oracin; y as se explica que la fe religiosa de las antiguas
religiones cayera precisamente en descrdito entre los secuaces de la astrologa.
Un modo de escapar a esta frrea necesidad del destino astrolgico se le ofreca al
hombre antiguo en la magia, con la que pretenda dominar y aprovechar, por medio de
prcticas misteriosas, no slo el poder de las estrellas, sino las fuerzas todas buenas y malas
del universo. Tambin esta forma de supersticin antigua haba seguido el camino del antiguo
oriente hacia occidente y, sobre todo en la magia egipcia de la poca helenstica, haba llegado
a un espantoso estado de aberracin religiosa.
En conexin con la magia se presenta la fe en el sentido oculto de los sueos y en su
interpretacin. sta tuvo sealadamente xito en Egipto, donde libros especiales onricos
instruan a crdulos lectores acerca del sentido y alcance de las cosas vistas en sueos, y hasta
las ms descabelladas interpretaciones hallaban sus creyentes.

Finalmente, hay que asignar principalmente a la religin popular una fuerte fe en lo


maravilloso de la poca helenstica, si bien contaba tambin con partidarios entre las clases
cultas. El milagro que ms ardientemente se desea es la recuperacin de la salud perdida. sta
se pide al dios Asclepio, que en la poca helenstica goz de una veneracin como nunca
antes. De mdico primigenio y semidis curador de enfermos, pas a ser el ayudador de la
humanidad, el salvador de todos. El cristianismo mismo hubo de sostener contra las
pretensiones salvadoras de Asclepio una larga y dura lucha, cuyos comienzos se rastrean ya
en los escritos jonicos del Nuevo Testamento, y perdura hasta el siglo IV.
Si damos una ojeada general a la situacin de conjunto en el mundo religioso del
helenismo al comienzo de la era cristiana, la impresin es desde luego negativa, si se
contrapone a esa situacin la tarea con que tena que enfrentarse el cristianismo. El culto
imperial haba de resultar un grave obstculo para la pacfica propagacin de la nueva fe,
primeramente porque el mensaje de un redentor que haba sido ejecutado como un malhechor
sobre la cruz no poda imponerse fcilmente en un mundo dado a lo exterior frente a la figura
sagrada, rodeada de todo esplendor, que se sentaba sobre el trono imperial. Adems, si los
seguidores del evangelio se atrevan a despreciar o atacar, siquiera de palabra, ese culto
oficial, el Estado poda desplegar todo su poder contra ellos. Otro factor negativo lo ofreca la
espantosa falta de sentido moral de los cultos mistricos orientales, cuyos rasgos orgisticos
conducan frecuentemente a serias degeneraciones. Adems, la tendencia de esos cultos a la
exhibicin externa, destinada exclusivamente a impresionar los sentidos, era a menudo efecto
de la superficialidad religiosa, propia de la civilizacin helenstica, que iba constantemente
perdiendo hondura e intimidad. El mismo efecto negativo haba de tener la crtica de los
dioses, irrespetuosa y descarada, que, con el desprecio de las antiguas creencias y formas de
culto de las viejas religiones, ayud a enterrar toda reverencia de lo religioso simplemente. La
burlona irona con que los sectores ilustrados acogen la predicacin de Pablo en Atenas,
muestra bien a las claras qu disposiciones de espritu tena que vencer el misionero cristiano.
Sin embargo, a estos factores negativos se contraponen en el cuadro de conjunto de la
religiosidad helenstica rasgos positivos que cabe estimar como puntos de apoyo o de partida
para el mensaje de la nueva fe. Aqu hay que citar primeramente el sentimiento de vaco que,
ante el fallo de las antiguas religiones, haba innegablemente surgido en las naturalezas
reflexivas. En este vaco poda penetrar sin excesiva dificultad un mensaje que, a par de
predicar un alto ideal moral, poda precisamente impresionar a cuantos sentan asco de su vida
anterior. Algunos rasgos particulares de los cultos mistricos demuestran la existencia del
profundo anhelo de redencin sentido por la humanidad de entonces, que haba de prestar
odo apenas se le hablara de la salvacin eterna ofrecida por un soter que, si estaba desnudo
de toda grandeza terrena, por ello justamente era superior al otro que slo tena que ofrecer
una terrena. Finalmente, la tendencia al monotesmo, tal como se manifiesta patentemente en
el helenismo, tena que constituir un punto de partida ideal para la evangelizacin cristiana en
las tierras gentiles de la antigedad, para cuyos pueblos haba ahora llegado la plenitud de los
tiempos (Gal4, 4).

V. LA OBRA DEL APSTOL PABLO. SU EVOLUCIN RELIGIOSA. SU ACTIVIDAD


MISIONERA. LAS IGLESIAS PAULINAS, SU FE Y PIEDAD
Slo entre sacudidas poda el judasmo hacerse a la idea de que estaba obligado a
llevar tambin al mundo pagano la buena nueva de la redencin por Jesucristo; la conciencia
de ser el pueblo escogido obraba con excesiva fuerza sobre Israel. La admisin temprana de
un gentil, el bautismo del eunuco etope (Act 8, 26-39), y el bautismo del centurin gentil y
sus parientes en Cesrea (Act 10, 1-11, 18) produjeron un gran revuelo en la comunidad.
Pedro, hubo de rendir cuentas ante la comunidad alarmada, y slo apelando al mandato divino
que se le diera en visin especial, logr hasta cierto punto que los judeocristianos se
conformaran con lo acontecido.
El empelln decisivo en este sentido vino de un grupo de judeocristianos helenistas
oriundos de Chipre y Cirenaica. As pues, el primer grupo numricamente considerable de
gentiles que acept el cristianismo procedi del mundo culto helenstico, y el hecho permita
concluir que la fe cristiana no tropezara aqu con una repulsa cerrada. El xito de este ensayo
misionero movi a la iglesia madre a despachar a Antioqua a uno de sus miembros, el
antiguo levita Bernab, para que examinara la situacin. El cual, aprob la admisin de los
gentiles a la Iglesia y tuvo una intuicin que tendra consecuencias universales: comprendi
que haba de emplearse aqu, para la predicacin de la nueva fe, el corazn y el espritu de un
hombre que, despus de su sorprendente conversin a Cristo, se haba retirado a su patria de
Cilicia. Pablo de Tarso va a entrar en la historia universal. Bernab logr conquistarlo para el
trabajo misionero en la capital siria; despus de un ao de actividad comn, estaba asegurada
la existencia de la primera gran iglesia cristiana de la gentilidad, cuyos miembros recibieron
aqu el nombre de cristianos (Act 11, 22-26).

Derrotero religioso del apstol Pablo


Pablo procede de la dispora juda. Su ciudad natal fue Tarso de Cilicia, donde su
padre era guarnicionero, oficio que aprendi tambin el hijo. Ya el padre posea el derecho
hereditario de ciudadano romano, a cuyos privilegios pudo alguna vez apelar eficazmente
Pablo en su proceso ante el procurador romano. Una feliz condicin, de muchas
consecuencias para el posterior trabajo del misionero Pablo, fue que, durante su juventud,
conoci en su ciudad de Tarso, las mltiples manifestaciones de la vida helenstica, y, sobre
todo, que la koin griega, que se haba convertido en lengua universal, le fuera tan familiar
como el arameo de su familia. Sin duda despus de la muerte de Jess march Pablo a
Jerusaln, para formarse como doctor de la ley en la escuela de Gamaliel (Act 23, 3). Cuando
el bando de los secuaces de Cristo en Jerusaln empez a llamar la atencin de las autoridades
judas, Pablo tom fanticamente parte activa en su persecucin, sealadamente a raz de la
ejecucin del dicono Esteban (Act 7, 58; 8, 3). El cambio fulminante y radical que hizo del
perseguidor un secuaz ardiente de Jess y su evangelio, fue provocado segn el libro de los
Hechos (9, 3-18) por una aparicin directa de Jess, que tuvo Pablo, cuando iba camino de
Damasco en persecucin de los cristianos. Poco despus de recibir el bautismo y tras pasajera
estancia en la Arabia nabatea, empez Pablo a anunciar en las sinagogas de Damasco y ms
tarde en Jerusaln el mensaje de su vida: que Jess es el Mesas e Hijo de Dios (Act 9,

20.22.26-29). En los dos lugares tropez con tan violenta oposicin, que vino a peligrar su
vida; se retir, a su patria Tarso y aqu logr sin duda la claridad ltima sobre el camino de su
misin evangelizadora, y sobre las formas de predicar el mensaje del que era llamado a ser
heraldo. Cuando, tras aos de silencio, reanud su actividad en Antioqua, Pablo saba que su
accin haba de tener por campo a los gentiles que, como los judos, slo podan hallar su
salvacin en Cristo (Gal 1, 16; Rom 15, 15s).
La misin paulina
Si Pablo se senta llamado a predicar el evangelio entre los gentiles, a su mirada hubo de
ofrecerse el imperio romano de entonces como su propio campo misional, ya que dentro de
sus fronteras vivan los hombres a quienes iba a dirigir su mensaje. Sin embargo por mucho
que Pablo se sintiera inmediatamente dirigido en su actividad misionera, descubrimos un plan
misional seguido por l. Sus viajes de evangelizacin se preparan en una especie de base
misional. sta, para el primer perodo, es la capital de Siria, Antioqua. El punto inicial para el
trabajo misional lo ofrecan las sinagogas de las ciudades; en ellas celebraban los judos de la
dispora sus reuniones religiosas. El grupo misionero se dirigi primeramente a la isla de
Chipre, e inici su trabajo en la ciudad de Salamina. De all conduca el camino al continente
de Asia Menor, donde las ciudades de Antioqua de Pisidia, Iconio, Listra y Derbe en la
provincia de Licaonia, y Perge en Pamfilia fueron trmino de sendos viajes y campos de
evangelizacin. Por dondequiera, Pablo diriga su palabra evangelizadora a los dos grupos, a
los judos de la dispora y a los antiguos gentiles. Unos y otros discutan la predicacin y en
ambos grupos hallaba repulsa y asentimiento. El relato del libro de los Hechos no deja lugar a
duda de que la mayora de los judos de la dispora rechaz decididamente el mensaje de
Pablo. En algunos lugares, como Antioqua de Pisidia, Iconio yListra, se lleg a discusiones
acaloradas, que acabaron en tumultos, en el curso de los cuales fueron expulsados
violentamente los misioneros, a veces con malos tratos. Sin embargo, la predicacin de Pablo
y sus auxiliares hallaba por lo general algunos corazones bien dispuestos, sobre todo entre los
antiguos gentiles, temerosos de Dios o proslitos; y as surgieron en la mayora de las
ciudades a que alcanz este primer viaje misionero, iglesias o comunidades cristianas, para las
que se establecan dirigentes propios. Con ello tuvo la nueva fe en medio del ambiente pagano
un nmero de clulas, desde las que poda seguir propagndose el mensaje cristiano. Pablo
consider como un xito el resultado de esta primera empresa apostlica, pues su informe a la
iglesia de la base misional, Antioqua, culmina en la frase de que, por obra de ella, Dios
haba abierto a los gentiles la puerta de la fe (Act14, 27).
De acuerdo con sus ms profundas intuiciones teolgicas de que la fe en Cristo como
Hijo de Dios haba trado el trmino o abolicin de la ley, Pablo no haba impuesto a las
iglesias cristianas de Asia Menor, formadas de antiguos gentiles, ni la circuncisin ni la
observancia de otras prescripciones rituales judaicas.
Posteriormente, Pablo recibi el encargo de organizar colectas en las iglesias por l
fundadas para los pobres de la comunidad de Jerusaln, a fin de atestiguar sensiblemente por
medio de esta ayuda caritativa la unin de todos los cristianos, procedentes del judasmo o de
la gentilidad (Gal 2, 1-10). Sin duda poco despus de la asamblea de Jerusaln, lleg Pedro a
Antioqua y tom parte en las comidas comunes de la iglesia de all; pero luego, por miedo a
los circuncisos, es decir, a los judaizantes que rodeaban a Santiago, aparecidos en Antioqua,
dej de sentarse a la mesa con los cristianos de la gentilidad. Pablo censur pblicamente la
conducta inconsecuente y poco valerosa de Pedro y preconiz apasionadamente su conviccin

de que el hombre no se justifica por las obras de la ley, sino por la fe en Jesucristo (Gal 2,
16).
La segunda fase del trabajo apostlico de Pablo se caracteriza por un nuevo campo
misional, que abarca sobre todo las provincias de Macedonia, la Acaya y el Asia Proconsular;
penetra, pues, en el corazn del mundo cultural helenstico. El libro de los Hechos no nos da
datos concretos sobre la duracin de la estancia y el volumen del xito; sin embargo, entonces
se fundaron seguramente las comunidades a que ms tarde se dirige la carta a los Glatas. Al
norte, en Troas, alcanzaron la costa del Asia Menor, desde donde Pablo fue llamado, por una
visin nocturna, a Macedonia (Act 16,9). En Filipos, el evangelio hall pronto seguidores que
formaron el ncleo de una comunidad luego floreciente (16, 11-40). En Tesalnica, Berea,
Atenas y Corinto predica Pablo en las respectivas sinagogas locales y anuncia a Jess como
Mesas (Act 17, 1-10). En las dos primeras ciudades se forman comunidades que constan de
judos y antiguos gentiles. Sin embargo, la mayora de los judos rechazan el mensaje de los
misioneros y los persiguen saudamente. En Atenas el xito es menguado; en Corinto, slo
unos cuantos judos se adhieren al evangelio, pero ste halla eco en numerosos gentiles.
Pero feso iba a convertirse pronto en centro de una actividad misional en la costa
occidental de Asia, actividad seguramente prevista de tiempo atrs, que comenz hacia el
verano del ao 54. En el viaje, que parti de feso, Pablo visit an las iglesias de Galacia y
Frigia (Act 18, 23). La frvida predicacin hizo surgir pronto una comunidad que se
desprendi de la sinagoga local; pero algunas creencias y prcticas extraas tenan que ser
extirpadas en sus miembros. Hacia el otoo del 57, Pablo abandon la ciudad para trasladarse
a Macedonia y Grecia. Tras breve estancia en Troas, visit de nuevo unos meses Corinto, y
aqu redact su carta a la iglesia de Roma, que personalmente no conoca. Para la vuelta,
escogi Pablo primero la va por tierra a travs de Macedonia, y celebr la pascua con su cara
comunidad de Filipos; luego, por Troas, march por mar hasta Mileto, adonde haba citado a
los ancianos de la iglesia de feso (Act 20, 1-17). A pesar de oscuros presentimientos y
avisos, el apstol tena prisa por llegar a Jerusaln, a fin de entregar el dinero por l recogido
para los pobres de la iglesia madre. Tras una melanclica despedida de los ancianos de la
iglesia de feso, continu el viaje con sus compaeros, tocando puerto en Tiro, Ptolemaida y
Cesrea, visitando las respectivas comunidades, y llegando hacia pentecosts a Jerusaln (Act
2,1-17).
En Jerusaln concluy la actividad misionera de Pablo en la forma en que hasta
entonces la haba practicado. En una visita al templo, fue reconocido por algunos judos de la
dispora del Asia Menor, que azuzaron al pueblo para que all mismo lo lincharan. La guardia
romana lo tom bajo su custodia, y su tribuno lo mand llevar al procurador en Cesrea (Act
21, 27-23, 35); de all lo traslad a Roma una escolta militar, pues Pablo, para escapar a un
proceso ante el sanedrn judo, haba apelado al Csar, por lo que su proceso hubo de terminar
en la capital del imperio (Act 27-28). Su prisin mitigada no le impeda el comercio con el
mundo exterior, y as, Pablo reanud inmediatamente su actividad apostlica en la nica
forma que le era posible, exponiendo a los representantes de la sinagoga de Roma, con gran
instancia, la doctrina acerca del reino de Dios... y tratando de convencerlos acerca de Jess.
Unos creyeron en sus palabras y otros permanecieron incrdulos (Act 28, 23s). Con la
afirmacin de que la salvacin de Dios ha sido enviada a los gentiles que le prestarn odo
(Act 28, 28), acaba Lucas la ltima de las alocuciones o discursos de Pablo que introduce en
su obra. Con ello acaba tambin su argumento, que era describir cmo lleg el evangelio, por
sus pasos contados, desde Jerusaln a la capital del imperio.

Sobre los azares posteriores de la vida de Pablo, no dice una palabra el libro de los
Hechos. Todo hace pensar que el proceso acab con una absolucin y que Pablo llev a cabo
su proyecto de viaje a Espaa y visit una vez ms el oriente helenstico. Esto ltimo lo
suponen las cartas pastorales, que hablan de sucesos y situaciones que slo encajan en un
perodo as de su vida. En este postrer viaje misional, Pablo dio sobre todo instrucciones para
la organizacin de sus comunidades y tom posicin frente a herejas que amenazaban. Una
segunda cautividad romana lo llev finalmente al martirio, situado an en el reinado de
Nern, aunque no pueda atribuirse con certidumbre a la persecucin neroniana propiamente
dicha.
La organizacin de las iglesias paulinas
No hay por de pronto escrito alguno que ofrezca una descripcin sin huecos de la vida
cotidiana de la misma, y nos permita echar una ojeada a su orden. A pesar de todo, las
manifestaciones ocasionales nos permiten reconocer un orden de naturaleza propia, que no
puede compararse con los estatutos que se da una corporacin profana; stos son obra
puramente humana, se fundan en deliberaciones y acuerdos humanos y son, por ende,
mudables y variables. El orden de las comunidades paulinas estriba, por lo contrario, en
fundamento sobrenatural, el mismo en que est fundada la Iglesia, en su Seor, que es al
apostre quien por su Espritu Santo la rige y gobierna. Pablo no es solamente para sus iglesias
la suprema autoridad docente, sino tambin el juez y legislador supremo, la cspide de un
orden jerrquico.
En las comunidades particulares son llamados para miembros de este orden jerrquico
otros hombres, a quienes se les encomienda determinadas tareas, como el cuidado de los
pobres y la direccin del culto. Los presbteros-epscopos y los diconos no van como Pablo y
sus ms inmediatos colaboradores de ciudad en ciudad y de provincia en provincia, sino que
cumplen sus funciones dentro del marco de una iglesia determinada, de la que pueden desde
luego irradiar nuevas actividades misioneras hacia contornos ms inmediatos.
Junto a los sujetos del poder de orden, se hallan en las comunidades paulinas los
carismticos, cuya funcin es esencialmente distinta. Los carismticos actan en las reuniones
litrgicas de las comunidades y, por sus discursos profticos y fervientes oraciones de accin
de gracias, mantienen vivo en ellas el generoso entusiasmo de la nueva fe; pero no son
guardianes ni garantes del orden.
Pablo aviv adems en ellas la conciencia de que estaban unidas con un fuerte vnculo
con la iglesia madre de Jerusaln, de donde haba salido el mensaje sobre el Mesas y la
salvacin por l trada. De esta unin brot la ayuda caritativa a los pobres de aquella iglesia,
como por lo dems encareca tambin Pablo la solicitud por los compaeros en la fe (Gal 6,
10). Vista a la luz de la historia de la Iglesia, una de las grandes hazaas del apstol de las
naciones es que la conciencia de una Iglesia universal por l despertada y fomentada en sus
comunidades, hizo posible la propagacin del cristianismo en el mundo pagano, sin que los
creyentes en Cristo se escindieran en dos banderas cristianas separadas, una de origen judo y
otra gentil, y as, al final de la era apostlica, hubiera dos confesiones cristianas.

La vida religiosa en las comunidades paulinas


La vida religiosa de las iglesias paulinas tiene por centro plasmador la fe en el Seor
glorificado, y esa fe da a la liturgia lo mismo que al diario quehacer su cuo decisivo. Ello
corresponda a la predicacin de Pablo, cuyo centro ocupa y ha de ocupar Cristo.
Como en la iglesia naciente, la admisin en la comunin de los que creen en el Seor
tiene lugar por el bautismo, que da eficacia a la muerte expiatoria que Jess sufri por
nuestros pecados (1 Cor 15, 3). La profunda creencia de las iglesias paulinas de que por el
bao del bautismo se renace no slo simblica, sino realmente, a nueva vida, que ha de
desembocar un da en la vida misma de Cristo, da a este sacramento su categora insustituible
en el culto del cristianismo paulino.
La liturgia de las comunidades paulinas se inserta en el marco ms amplio de las
reuniones a que acuden regularmente los fieles el primer da despus del sbado (Act 20,
7). La celebracin litrgica se inicia con himnos, cnticos espirituales y salmos; con ellos da
gracias la Iglesia por todo al Padre en el nombre del Seor Jesucristo (Eph 5,18ss; Col 3, 16).
Centro y culminacin de la liturgia es la celebracin eucarstica, la cena del Seor,
aunque apenas se hallan en las cartas paulinas pormenores sobre el curso de la misma. Va
unida a una comida que tena sin duda por fin fortalecer la cohesin interna de los fieles, pero
que dio a veces ocasin a que salieran a relucir, desagradablemente, las diferencias sociales
entre los miembros de la Iglesia (1 Cor 11, 17-27). La celebracin eucarstica es, finalmente,
para la comunidad paulina, la fuente de que se nutre su unidad interna y por la que una y otra
vez se confirma felizmente. Por el hecho de que todos sus miembros participan de un solo
pan, forman, no obstante su multitud, un solo cuerpo que es la Iglesia de Dios (1 Cor 10, 17).
Ahora bien, esta unidad de fundamento sacramental ha de mostrarse en el abnegado inters de
unos por otros, que no debe desmentir el sculo fraterno de la reunin litrgica (1 Cor 16, 20).
La reunin de la comunidad era tambin el lugar en que se anunciaba la salvacin, pues la
predicacin del evangelio no es slo funcin de los apstoles viajeros (Act 20, 7.11; 1 Cor 1,
17; 9,16s); la comunidad tiene que seguir oyendo de boca de sus predicadores permanentes la
palabra de reconciliacin con Dios (2 Cor 5, 18-21). De este modo, la homila, como
predicacin de la palabra de Dios, tiene en las comunidades paulinas su puesto fijo y su
importancia de primer orden. La prueba ms clara de la fuerza moral que el evangelio lleg a
desarrollar en el campo misional de Pablo hay que verla en la persistencia de sus
comunidades en la poca post apostlica y ms all de sta. La sementera que l esparci en
medio de un ambiente pagano predicando el poder de la gracia que se da en y por Cristo y la
felicidad de la filiacin divina, brot magnficamente. A la muerte del apstol, sobre el mundo
cultural helenstico se tenda una red de clulas, cuya vitalidad aseguraba en lo sucesivo la
ulterior propagacin de la fe cristiana.
VI. EL CRISTIANISMO GENTLICO EXTRAPAULINO. LA OBRA DEL APSTOL
PEDRO. SU ESTANCIA Y MUERTE EN ROMA. EL SEPULCRO DE PEDRO
Cristianismo gentlico extrapaulino
Frente a la obra misionera paulina, que fue la de mayor xito por su extensin y
profundidad, es mucho menos lo que sabemos acerca de la obra de los otros misioneros que,
independientemente de l, trabajaron en el oriente y occidente del imperio romano.

Los Hechos de los apstoles slo de pasada mencionan la actividad misionera


extrapaulina, cuando dicen, por ejemplo, que Bernab, despus de separarse de Pablo, march
a Chipre (Act 15, 40). Otra vez, los Hechos suponen la existencia de una comunidad cristiana
en suelo italiano, en Puteoli (Act 28, 14). Tambin le salieron al encuentro miembros de la
iglesia romana, que estaban ya enterados de su venida (Act 18, 15). No se cita el nombre de
misionero romano alguno. Otra alusin a campos misionales no paulinos cabe ver en los
destinatarios de la primera carta de Pedro, que est dirigida a los cristianos del Ponto, Galacia,
Capadocia, Asia y Bitinia.
Las fuertes lagunas de las fuentes de la historia del primitivo cristianismo se
patentizan sealadamente cuando se quiere saber algo sobre la actividad, o siquiera sobre la
vida y milagros, de los apstoles, fuera, relativamente, de Pedro, Juan y Santiago el Menor.
Hay que suponer en ellos una actividad evangelizadora, dentro o fuera de Palestina, sobre la
que, sin embargo, nada dicen las fuentes fidedignas. Sin embargo, se trat de colmar esas
lagunas por medio de los llamados Hechos apcrifos de los apstoles que narran con mayor o
menor extensin la vida y muerte de varios de ellos.
Estancia y muerte del apstol Pedro en Roma
El libro de los Hechos termina su relato acerca de la actividad de Pedro en la iglesia
madre de Jerusaln con la frase, enigmtica, de que se march a otro lugar (Act 12, 17). No
se ve ni el motivo de la marcha de Pedro, ni adonde se dirigi. Es seguro que tom parte en el
concilio de los apstoles en Jerusaln, que ha de fecharse poco despus de mediados de siglo,
y que luego estuvo algn tiempo en Antioqua (Act 15, 7; Gal 2, 11-14).
El fundamento y sostn de la tradicin romana petrina lo integran tres testimonios
originales, muy prximos entre s cronolgicamente y que, tomados en conjunto, tienen una
fuerza afirmativa que, prcticamente, se equipara a la certeza histrica. El primer testimonio
es de origen romano, y se halla en la carta que Clemente, en nombre de la Iglesia de Roma,
enva a la de Corinto. Clemente viene a hablar, en el captulo v, de casos recientes en que los
cristianos, por envidia, sufrieron tormentos y hasta la muerte. De entre ellos descuellan
Pedro y Pablo: Pedro, que, por inicua emulacin, hubo de soportar no uno ni dos, sino
muchos ms trabajos y, despus de dar as su testimonio, march al lugar de la gloria que le
era debido.
El fondo esencial de ese testimonio lo hayamos tambin en una carta que, unos veinte
aos ms tarde, fue dirigida desde oriente a la iglesia de Roma. Ignacio de Antioqua, obispo
de la iglesia de la gentilidad de ms rica tradicin, que poda como nadie estar informado
sobre la vida y muerte de los dos apstoles, ruega a los cristianos de Roma no le priven de
sufrir el martirio intercediendo por l ante las autoridades romanas. Ignacio aclara su ruego
con la frase respetuosa: Yo no os mando como Pedro y Pablo.
Prximo a la carta ignaciana a los romanos, se nos ofrece un tercer documento, cuyo
valor como testimonio en favor de la estancia y martirio de Pedro en Roma se ha puesto de
relieve slo recientemente. La Ascensio Isaiae (4, 2s), cuya redaccin cristiana data de hacia
el ao 100, habla en estilo de anuncio proftico de que la plantacin de los doce apstoles ser
perseguida por Beliar, el asesino de su madre (Nern), y uno de los doce ser entregado en sus
manos. Esta profeca se aclara por un fragmento del Apocalipsis de Pedro, que hay que
atribuir igualmente a los comienzos del siglo II. Aqu se dice: Mira, Pedro, a ti te lo he
revelado y expuesto todo. Marcha, pues, a la ciudad de la prostitucin, y bebe el cliz que yo

te he anunciado. Este texto combinado, que demuestra conocer el martirio de Pedro en Roma
bajo Nern, confirma y subraya considerablemente la seguridad de la tradicin romana.
La tradicin romana petrina no se rompe en el curso del siglo II y es atestiguada
ampliamente por testimonios de los ms varios territorios por los que se ha propagado el
cristianismo; as, en oriente, por el obispo Dionisio de Corinto; en occidente, por Ireneo de
Lyn, y en frica, por Tertuliano.
El sepulcro de Pedro
La respuesta a la cuestin sobre la ltima estancia y lugar de la muerte de Pedro es, en
conjunto, de signo positivo; la situacin, en cambio, se complica sorprendentemente si nos
circunscribimos a preguntar por el lugar de su tumba y por el eventual hallazgo de la misma.
Aqu, junto a los testimonios literarios, entra en juego el dictamen ms importante de la
arqueologa. Segn el relato de Tcito sobre la persecucin neroniana y el testimonio de la
primera carta de Clemente que lo confirma, el lugar de la ejecucin de Pedro habra sido la
colina del Vaticano, y esa indicacin est por de pronto confirmada por el testimonio de Gayo,
presbtero romano que actu en la iglesia de Roma bajo el papa Ceferino (199-217). Gayo se
haba enzarzado en una polmica con un tal Proclo, su adversario y a l le replica: Pero yo
puedo mostrarte los trofeos; porque, si quieres venir al Vaticano o a la Via Ostiense, all
encontrars los trofeos de los que fundaron esta iglesia. Segn eso, hacia el ao 200, todo el
mundo estaba convencido en Roma de que la tumba de Pedro estaba en la colina del Vaticano.
Pero, frente a eso, una anotacin del calendario romano de 354, que hay que completar
por el llamado Martyrologium Hieronymianum (post 431), cuenta que el 29 de junio del ao
258 se celebr la memoria de Pedro en el Vaticano, la de Pablo en la Via Ostiense, y la de los
dos apstoles in catacumbas; de donde se concluye que, hacia el 260, haba en la Via Appia,
un lugar de culto de los dos prncipes de los apstoles. Un epigrama sepulcral compuesto por
el papa Dmaso dice que los dos apstoles haban habitado all antes, lo que quiere sin
duda decir que sus cuerpos haban sido all enterrados. Excavaciones del ao 1917
demostraron que, hacia el 260, exista ese centro de culto en que los dos apstoles eran
venerados por medio de refrigerio, comidas en memoria de los muertos, como puede
deducirse de los numerosos graffiti sobre las paredes del lugar de culto, con que los visitantes
invocaban la intercesin de los dos apstoles. Aunque las excavaciones no descubrieron
ningn sepulcro que pudiera tenerse por lugar de enterramiento de los apstoles, algunos
graffiti obligan a suponer que los visitantes cristianos estaban persuadidos de encontrarse all
en el lugar de la tumba de Pedro y Pablo.
Las excavaciones, muy importantes, de los aos 1940-1949 bajo la baslica de San
Pedro llevaron por de pronto al descubrimiento de una grandiosa necrpolis que se abra con
una calle sepulcral que ascenda hacia occidente y por la que se llegaba a los numerosos
mausoleos, provistos a menudo de ricas obras de arte; entre ellos se encuentra uno solo que es
puramente cristiano y posee antiqusimos mosaicos, entre ellos una representacin de
Chrstos-Helios de gran valor para la primitiva iconografa cristiana.
La suposicin de haber dado aqu con la tumba de Pedro tiene naturalmente que
apoyarse en indicios cuya fuerza demostrativa puede estimarse de forma diversa. El grado de
su fuerza persuasiva depende esencialmente del modo en que se aclaran las dificultades que
subsisten an despus de las excavaciones. Como finalmente falta todo dato fidedigno sobre
el modo de la ejecucin y sepultura de Pedro, las formas posibles de ambas abren otros tantos
interrogantes (cremacin despus del suplicio, mutilacin del cadver, enterramiento en masa,

negativa a los cristianos de la entrega del cadver). Estas dificultades, en su conjunto, no han
sido hasta ahora satisfactoriamente resueltas, e imposibilitan provisionalmente asentir
plenamente a la tesis de haberse descubierto en las excavaciones la tumba de Pedro o el
primitivo lugar de su enterramiento. Sin embargo, las excavaciones han llevado a
conclusiones muy importantes: Se han hallado probabilsimamente los restos del tropaion de
Gayo; los cristianos que lo mandaron construir supusieron ciertamente que en la colina del
Vaticano se hallaba la tumba de Pedro. Esta creencia, compartida tambin por los
constructores de la baslica constantiniana, excluye, sin embargo, la traslacin de los restos
desde la colina Vaticana a la nueva baslica, pues entonces se habran tenido posibilidades de
dar primera o segunda forma a la disposicin de la tumba y de orientar la nueva construccin,
y esas posibilidades se hubieran aprovechado. Un magno enigma para la investigacin, no
resuelto an, a despecho de todas las hiptesis, sigue siendo el lugar de culto de los apstoles
en la Via Appia.
VII.- EL CRISTIANISMO DE LOS ESCRITOS JOANICOS
En nuestro recorrido a travs de la historia del cristianismo en el siglo I, nos sale al
paso, en el tramo final de este camino, un grupo de escritos que la tradicin, ya en fecha
temprana, aunque no unnimemente, atribuy al apstol Juan, hijo de Zebedeo y hermano
menor de Santiago el Mayor. En estos escritos jonicos que comprenden un evangelio, una
carta de exhortacin un tanto larga, dos breves misivas y un apocalipsis, nos hallamos ante
una imagen total del cristianismo, que representa, innegablemente, un estadio independiente
de su evolucin que, en muchos aspectos, va ms all de los anteriores estadios de la
comunidad primigenia y hasta del cristianismo paulino. Aqu cumple destacar principalmente
los rasgos que tienen relevancia en la historia de la Iglesia, es decir, los rasgos que ponen de
relieve aquellos puntos del ulterior desenvolvimiento de la fe cristiana y de la vida
eclesistica, que determinan entre otros la posterior historia del cristianismo. Como tales hay
que reconocer sobre todo dos rasgos: la imagen de Cristo que nos traza sealadamente el
cuarto evangelio, y la imagen de la Iglesia que recibe nuevas notas principalmente por el
apocalipsis.
Hacia fines de siglo, debi estar publicado ya el evangelio de Juan, pues con toda
probabilidad lo conoci ya Ignacio de Antioqua, un fragmento de papiro de un cdice de
Egipto escrito hacia el 130 que contiene Ioh 18, 31ss supone esa datacin. Segn indicaciones
de Ireneo, tambin el Apocalipsis debi de aparecer en los ltimos aos del imperio de
Diocleciano, sobre todo, las cartas a las iglesias del Asia Menor en l contenidas, suponen una
evolucin en la vida interna de la Iglesia, que no se explicara de situar el escrito antes del ao
70. Sus alusiones a un conflicto de la Iglesia con el culto imperial (particularmente, el cap.
13) se comprenden bien si recibi su forma actual hacia fines del gobierno de Domiciano.
El fin que movi a Juan a escribir su evangelio, lo expres l mismo al trmino de su
obra: stos [milagros] se han escrito para que creis que Jess es el Mesas hijo de Dios, y
para que, por la fe, tengis vida en su nombre (20, 31). Si el crculo de lectores a quienes
aqu se dirige son slo cristianos, el evangelio tena en ese caso por finalidad el afianzar y
hacer ms profunda en ellos la fe en el Mesas y en la filiacin divina de Cristo.
Sean creyentes en Cristo o judos de la dispora, el evangelista quiere que sus lectores
logren una inteligencia de Cristo de profundidad y grandeza seera, al predicrselo como el

Logos que existe desde la eternidad, que es de naturaleza divina y, saliendo de su


preexistencia, vino a este mundo cuando tom carne.
Con esta imagen de Cristo se une en el evangelista una lcida conciencia de la misin
universal del cristianismo, de su carcter de religin de la humanidad. Esta imagen del Logos
divino, que trae a toda la humanidad luz y vida y, por ende, salud eterna, la confa Juan, al
expirar el siglo I, a la generacin cristiana siguiente como testamento y tarea, cumpliendo con
ello una obra de primersimo significado en la historia de la Iglesia.
Junto a esta imagen de Cristo, aparece en los escritos jonicos una imagen de la Iglesia,
que ofrece igualmente nuevos aspectos. El autor de los escritos jonicos posee un concepto de
la Iglesia, muy independiente y profundamente pensado, que trata de comunicar a sus lectores
en reiterados esfuerzos.
Segn las ideas del evangelista, la Iglesia est llamada a dar testimonio, en medio de
un mundo hostil, del Seor resucitado y glorificado, y de la salvacin que de l nos viene (15,
26s). Ello lleva a luchar con este mundo y, por ende, necesariamente, al martirio propiamente
dicho: la Iglesia se torna Iglesia de mrtires. As se cierra el arco entre la Iglesia celestial y
terrena, que, como esposa del Cordero, camina a sus bodas, a su propia consumacin. Una vez
que llegue al trmino de su peregrinacin, pervivir como la nueva Jerusaln en el reino
escatolgico de Dios. Esta majestuosa visin de la Iglesia consumada se anuncia a la Iglesia
concreta de finales del siglo I, que est bajo el peso de la persecucin de Domiciano, como un
mensaje de consuelo y fuerza elevadora. En posesin fortalecedora de esta visin de las cosas,
camina animosa hacia su meta; renovando con este tesoro su firmeza, cuando es llamada de
nuevo a dar concretamente testimonio.

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