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Gobierno Gaucho

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Presentación

Estudio preliminar

1. Actores, instituciones y prácticas culturales en las ciudades rioplatenses de


entresiglos

- Élites, migrantes y el control de la diferencia


- Proyecto educativo, nuevos lectores e industria editorial
- Cultura y literatura popular

2. Robert Lehmann-Nitsche: las colecciones entre el exotismo y la fascinación

- El asombro del cientificismo europeo


- De la antropología a la música
- Tradiciones en clave de mitos fundacionales
- Biblioteca criolla: barómetro de difusión de temas criollistas
- Biblioteca criolla: también barómetro de difusión de temas no criollistas
- El descubrimiento de la poesía marginal: pornografía, escatología y lunfardo

3. "Folklore Argentino, 1905". Del fonógrafo al papel

- La ciudad de La Plata: hábitat de Lehmann-Nitsche y microcosmos de la cultura


rioplatense
- Los poemas del manuscrito
- Cilindros y músicos
- Las audiencias y la literatura popular impresa
- Nuestra edición

Selección de poemas

Los poetas canónicos Los nuevos poetas

1. Ausencia 9. A mi guitarra
2. El negro Falucho 10. El silencio de las tumbas
3. Nocturno 11. Delirio
4. El pato. Cuadro de costumbres 12. Despedida
5. En el abismo 13. El cóndor andino
6. Mi tapera 14. La flor del monte
7. Un mozo... bien! 15. La morocha
8. Trova 16. La mañanita
17. Lamentos de Santos Vega
18. Meditación

La voz del interior


Letrados y gauchos
25. Vidalitas I y II
19. Fragmento del Fausto
26. Relaciones populares I
20. Gobierno gaucho
27. Relaciones para la zamba
21. Contratiempos
28. La huella I y II
22. A mi china
29. Relaciones para el gato
23. El baile de mi mamita 30. Relaciones populares para el
24. Payada de contrapunto gato. Milongas terribles

Así canta el arrabal

31. El otario
32. El baile en la de Tranqueli
33. La flor de la Magdalena
34. Guido en paños
35. Por la avenida
36. Carta enviada por el General Justo José de
Urquiza al Presidente Santiago Derqui

Apéndice I

Apéndice II

Bibliografía citada
Este sitio contiene la edición parcial y anotada de un manuscrito inédito de Robert Lehmann-Nitsche en el cual
fueron reunidos un conjunto de poemas que se cantaban en el área cultural del Río de la Plata entre fines del
siglo XIX y principios del XX. Los textos que integran el manuscrito se corresponden con las versiones grabadas
en un fonógrafo por el mismo investigador en la ciudad de La Plata entre los meses de febrero y mayo de 1905.
La amplia variedad de géneros poéticos y musicales presentes en este corpus, y la diversidad de registros de
escritura, narrativas y personajes que ellos abordan, dan cuenta de la pluralidad de actores, prácticas y
representaciones propias de los escenarios urbanos de entresiglos, en el momento en que la cultura criolla de
carácter fundamentalmente rural y los estilos de vida de miles de inmigrantes europeos comenzaban a
fusionarse y a plasmar nuevas formas de convivencia. En el marco del proyecto modernizador propiciado por
el Estado, los dos flujos migratorios, del campo a la ciudad y de Europa a Argentina, dieron lugar a la
constitución de paisajes urbanos muy heterogéneos en los cuales diferentes tipos sociales compartían la
proximidad de una geografía surcada por desigualdades económicas y culturales.
En el pasado, el conjunto de poemas que editamos aquí eran poseedores de una naturaleza lúdica y
transformadora, empleados por los habitantes urbanos para describir, domesticar y comprender el mundo
emergente, y para delinear una frontera entre sus peculiares formas de ser y esa otredad amenazante que
pugnaba por establecer zonas particulares de familiaridad. En la actualidad, esos mismos poemas testimonian
el carácter fundante e inestable de esa realidad, con letras y músicas que operaron como un campo de
experimentación en el cual escritores, músicos, lectores y oyentes intentaban reconfigurar y vigorizar sus viejas
identidades desterritorializadas.
En estas páginas ofrecemos una caracterización general del manuscrito y nuestro juicio sobre la perspectiva
teórico-metodológica desplegada por Lehmann-Nitsche en torno a la recolección de los poemas y a la
confección del manuscrito. Partimos de una coordenada cultural proclive a reanimar en los textos esa profusión
de actores sociales y juegos de exotización y reconocimiento, que incursiona en los aspectos literarios,
lingüísticos y musicales pero evita un estricto análisis estructural tanto en el orden discursivo como en el
musicológico. Asimismo, una selección representativa y anotada del corpus nos permite establecer relaciones
con el fenómeno de la literatura popular impresa en sus vertientes criollistas y europeizantes, dando cuenta de
cómo ha sido comprendida la emergencia de dicha literatura por otros investigadores. Si bien en este trabajo
está presente una larga tradición de estudios textualistas que afecta al análisis formal y a la exaltación de las
figuras del escritor y del lector, intentamos además, un poco en sentido divergente de esa tendencia, poner de
relieve el consumo auditivo de estas expresiones llevando a un primer plano al sujeto, que no se constituye sólo
como un individuo lector fascinado por la flamante adquisición de la tecnología de la lecto-escritura, sino
también como un consumidor de esos mismos textos a partir de su condición de oyente.
El objetivo último, o tal vez deberíamos decir primero, es hacer confluir el desarrollo de todos estos aspectos
en una cuestión que ha sido obsesivamente abordada por las ciencias sociales y las humanidades desde el
romanticismo: las relaciones entre las llamadas cultura popular y letrada, y entre los medios de comunicación
orales y escritos. En este sentido, la edición del manuscrito ha sido casi un pretexto para reflexionar en clave
cultural sobre el proceso que atravesaron los centros urbanos rioplatenses en ese período, el cual marcó el
rumbo que adoptaron tanto la literatura como la música popular en las décadas siguientes.
Con estas expectativas en el horizonte, valga la paráfrasis jaussiana, brindamos en primer lugar una descripción
del ambiente sociocultural urbano de la época, resaltando la incidencia de las migraciones interna y externa, el
plan modernizador y el proyecto educativo emprendidos por el Estado, la aparición de un circuito de literatura
popular impresa y su interacción con el circuito letrado. En segundo término, dedicamos un apartado a la figura
de Lehmann-Nitsche a fin de comprender cómo operó en su labor aquello que Hans-Georg Gadamer (1991)
definió como pertenencia a una tradición de pensamiento. Establecemos, entonces, un diálogo entre los textos
que componen el manuscrito, la colección de literatura popular impresa también reunida por Lehmann-
Nitsche, conocida como Biblioteca criolla, las monografías que dedicó a temas y personajes gauchescos, y su
libro Textos Eróticos del Río de La Plata (1981). En tercer lugar, exponemos nuestras reflexiones sobre
aspectos contextuales, literarios y musicales de los poemas para introducir la selección de textos anotados con
transcripciones musicales. Reproducciones de imágenes de la época pertenecientes al Legado Lehmann-
Nitsche y algunos registros sonoros completan la publicación.
La movilidad caracterizó la vida del colector y sus materiales, ya que ambos efectuaron diversos traslados desde
el Río de la Plata hasta la vieja Europa. Cien años después, nuestra investigación, guiada por el propósito de
volver a establecer la alquimia entre personas y cantos, tuvo un sino semejante de trashumancia por diferentes
instituciones que posibilitaron la realización del presente trabajo. Deben ser mencionadas aquellas que nos
permitieron acceder a los materiales, como el Archivo de Fonogramas del Museo de Etnología de Berlín, donde
se hallan el manuscrito y las grabaciones fonográficas, y el Instituto Ibero-Americano de la misma ciudad, sede
del Legado Lehmann-Nitsche. Entre las instituciones que financiaron las estadías de investigación y la
publicación, una vez más el Instituto Ibero-Americano, la Fundación Alexander von Humboldt, el Deutscher
Akademischer Austauschdienst (DAAD), el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas de
Argentina (1) y la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional de La Plata. A todas ellas
manifestamos nuestro reconocimiento. Asimismo, queremos agradecer a los colegas alemanes que alentaron
el proyecto desde sus inicios: Susanne Ziegler, Christian Lars-Koch, Barbara Göbel, Peter Birle, Gregor Wolf,
Albrecht Wiedmann y muy especialmente a Christian Wentzlaff-Eggebert. También nuestro agradecimiento a
los colegas argentinos que colaboraron con sus saberes en distintas instancias de la investigación, como Miguel
Dalmaroni, Mercedes Rodríguez Temperley, Graciela B. Restelli, Graciela Wamba Gaviña, Rubén Travierso,
Felipe Traine y Francisco García Chicote por sus pesquisas lingüísticas y filológicas.
Nota

(1) La investigación se desarrolló como parte del proyecto titulado «Un mapa cultural de lectura: circuitos
cultos y circuitos populares de mercado en la literatura argentina, 1880-1930; vinculaciones con América
Latina y España» (PIP/CONICET 5076, 2005-2007), dirigido por Gloria Chicote y codirigido por Miguel
Dalmaroni. En el contexto de dicho proyecto, presentamos algunas de las ideas y de los análisis vertidos en
estas páginas (Chicote, 2006a, 2006b, 2007a, 2007b; García, 2005, 2006a,2006b, 2007a, 2007b, 2007c y en
prensa). Asimismo, advertimos al lector que esta obra está en estrecha correspondencia con una publicación
del Archivo de Fonogramas del Museo de Etnología de Berlín (García, en prensa) consistente en dos CDs y un
cuadernillo bilingüe español-alemán que constituyen una edición parcial y anotada de las grabaciones
efectuadas por Lehmann-Nitsche mencionadas al comienzo de este prólogo.
Élites, migrantes y el control de la diferencia
El contenido del manuscrito que nos ocupa estimula una reflexión sobre el complejo desarrollo de la cultura
argentina entre 1880 y 1920. Un modo posible de representar este escenario es retomando el concepto
bajtiniano de cronotopo, en tanto describe una intersección de espacio y tiempo en la cual confluyen actores
sociales de distinta procedencia, quienes, aunque consiguen crear y recrear prácticas específicas, logran
mantener en forma simultánea sus improntas particulares. Entre las variadas localizaciones de este proceso,
los centros urbanos de Buenos Aires, Rosario, La Plata y Montevideo fueron protagonistas de una de las más
profundas transformaciones culturales y sociales de su historia en el momento en que la concentración de
masas migrantes cambió diametralmente el signo idiosincrático de su condición de aldea poscolonial.
Una cultura criolla de carácter fundamentalmente rural que comenzaba a extenderse hacia la urbe se superpuso
y fusionó con los estilos de vida de miles de inmigrantes europeos que llegaban al país atraídos por el proyecto
industrializador emprendido por el Estado. La magnitud del movimiento migratorio externo quedó bien
retratada en los resultados que arrojó el censo de 1914 al poner de manifiesto la existencia de una población de
7.885.000 habitantes, de los cuales alrededor del 50% eran extranjeros y, entre estos últimos, el 80% provenía
de Italia y España. Los flujos migratorios dieron lugar a la constitución de un escenario cultural muy
heterogéneo en el que diferentes tipos sociales convivían en una misma geografía de surcos fragmentados.
Sin embargo, ese eclecticismo atomizador fue neutralizado en cierta medida por el programa de modernización
que tuvo el propósito de contrarrestar tal diversidad cultural. A partir de la década del ochenta, el Estado
emprendió con éxito manifiesto la puesta en marcha de un proyecto educativo que logró hacer descender el
índice de analfabetismo a un 4% hacia fines del siglo XIX y provocó la consecuente aparición de un fenómeno
totalmente novedoso para la época y la región: el acceso casi masivo a la lecto-escritura. A su vez, en esa misma
década coadyuvó a la concreción del proyecto nacional la definición de sus objetivos centrales: el pacto de
dominación que incluía el exterminio del aborigen y la integración del gaucho en el sistema económico y social,
la adopción definitiva del modelo económico agro-exportador que se impondría con éxito en las décadas
siguientes y la reproducción del entramado social con carácter aluvial debido al impacto demográfico y cultural
de la inmigración (Romero, 1987), en coincidencia con el proceso de urbanización ya mencionado.
A pesar de los esfuerzos del Estado por controlar la diversidad que distinguía los centros urbanos, la textura
heteróclita resultante de la convergencia de actores que pugnaban por delimitar sus nuevos y a veces
amenazados territorios se impuso conformando la materia prima de los debates y acciones que caracterizaron
toda la cultura argentina de la primera mitad del siglo XX. La elite político-intelectual, en tanto artífice de
controversiales políticas culturales y educativas, tuvo un papel protagónico mediante la creación de una
«república de las letras» (Dalmaroni, 2006), también denominada por Ángel Rama (1984) «ciudad letrada».
El positivismo aportó a este grupo político-intelectual ubicado en la función dirigente y dominante, que se
arrogó la construcción del Estado, tanto la concepción teórica como el método desde el que construyó su mundo
de representaciones.(1) Al amparo de la racionalidad cientificista y de la doctrina del progreso, esta élite intentó
interpelar a esos nuevos sujetos desterritorializados mediante un conjunto de disposiciones, creencias y valores
de efecto integrador y homogeneizante.(2) Las estrategias que adoptaron para llevar adelante esa política
consistieron en ofrecer a nativos y extranjeros formas identitarias y un conjunto de saberes útiles a la
experiencia y la práctica. Paralelamente, los discursos germinales que conformaron la ideología y el campo
intelectual del Centenario se conectaron con la fundación de la literatura argentina. Aún persiste cierto
interrogante acerca del lugar que se les asigna a estos artífices del progreso en la historia de la literatura,
mientras que no cabe duda acerca del podio adquirido por esos intelectuales en la historia de las ideas como
resultado de la alianza primigenia entre escritores y Estado, ya que para ellos la planificación estatal fue
entendida como la función principal de las nuevas letras.(3)
Los mundos simbólicos diseñados por esta minoría no lograron impregnar inmediatamente el conjunto de la
sociedad, puesto que esta desarrolló distintos espacios resultantes de su traza heterogénea y dinámica que los
estudios sobre la cultura de los sectores subalternos tienden a resaltar. La conformación de la cultura argentina
en su período fundacional se caracterizó por una convivencia en tensión de sus disímiles actores. No obstante,
debe admitirse que, en las décadas siguientes, en tanto los lazos de subordinación se transformaban debido a
las posibilidades de movilidad y ascenso social, los ciudadanos comenzaban a compartir un imaginario común
que los aglutinaba y del cual emergía la nueva Nación (Taylor, 2006).

Notas

(1) Oscar Terán advierte que la intelectualidad recurrió al «prestigio de la ciencia como dadora de legitimidad
de sus propias argumentaciones» (2000: 9).
(2) Miguel Dalmaroni (2006) resalta también la presencia de centros externos que tuvieron papel de
metrópolis o polos culturales, horizontes de paradigmas estéticos y a la vez instancias definitivas de
consagración.
(3) Véanse las clásicas contribuciones a este debate de Carlos Altamirano y Beatriz Sarlo (1983a y 1983b).

Proyecto educativo, nuevos lectores e industria editorial


El espacio urbano es el escenario en el cual los sujetos vivencian experiencias de horizontalidad y verticalidad,
proximidad y lejanía, exhibición y ocultamiento, sociabilidad y anonimato. En este teatro germinan los tópicos
de los grandes relatos de la modernidad que constituyen la clave para comprender la época: el progreso, la
Nación y la revolución. Conceptualizaciones todas con aura mítica transmitidas por distintos grupos en
mensajes dirigidos a ellos mismos y a otros que simultáneamente pugnan por definirse. Los centros urbanos
rioplatenses de este período compartieron con otras sociedades occidentales los rasgos de la última fase de
construcción del imaginario de la modernidad, extendido más allá de las élites que lo adoptaron inicialmente
a otros segmentos de la pirámide social, a través de la masificación de las culturas.(1) Industrialización,
urbanización, educación generalizada, junto con el desarrollo paralelo de organizaciones sindicales y políticas,
fueron los procesos que reordenaron, según leyes masivas, la vida social antes de la aparición de la prensa, la
radio y la televisión, y antes también de la consolidación de los proyectos nacionales gracias al encuentro de los
estados con las masas promovido por las tecnologías de la comunicación. Néstor García Canclini señala al
respecto:
hacer un país no es sólo lograr que lo que se produce en una región llegue a otra [...] requiere de un
proyecto político y cultural unificado, un consumo simbólico compartido que favorezca el avance del
mercado... (García Canclini, 2001: 207)
Este fenómeno se conectó directamente con la difusión del proyecto educativo y la consecuente ampliación del
campo de lectura que se desarrolló casi paralelamente en los países industrializados de Europa, en América del
Norte y en la Argentina austral. En virtud del proyecto educativo de Sarmiento, considerado pilar del progreso,
primer instrumento de modernización y factor esencial de la integración del inmigrante, se cimentó la base de
la lucha contra el analfabetismo y, a pesar de las falencias en su implementación, fue posible en las últimas
décadas del siglo XIX cumplir con sus objetivos.
En el área rioplatense, al igual que en los grandes centros de irradiación cultural del exterior, el final del siglo
XIX ha sido señalado como la «edad de oro» del libro, ya que por esa fecha la lectura se convirtió en patrimonio
intangible de la mayoría de la población. Pero, paradójicamente, la primera generación que accedió a la
alfabetización masiva fue también la última que consideró al libro como un instrumento único de
comunicación, ya que, casi de inmediato, tuvo que rivalizar con la proliferación de la prensa periódica, la
literatura folletinesca y, un poco más tarde, con la radio y los demás medios de comunicación electrónicos. Los
editores sacaron rápido provecho de las oportunidades brindadas por la industrialización de la literatura a la
expansión capitalista, mientras que en igual medida se acrecentaban las sospechas de los intelectuales sobre la
compatibilidad entre el proceso de mercantilización y el verdadero arte. En este contexto, el incremento de la
educación primaria provocó un aumento exponencial del público lector a tal punto que en muchos casos la
institución estaba a la retaguardia de la demanda de los ávidos lectores por ampliar sus saberes animados por
la posesión misma de la letra escrita. Asimismo, el intento estatal de utilizar la educación como un aparato de
control ideológico, físico y moral de los sujetos, dio lugar a la emergencia de lectores con necesidades
diferenciadas, tales como mujeres, niños y obreros, quienes originaron nuevas prácticas de lectura (Lyons,
1998).

Las mujeres formaban una parte sustancial de este público emergente. El público femenino siguió siendo
consumidor de novelas tal como había ocurrido durante la tardía Edad Media y la Modernidad temprana. Se
creía que las mujeres gustaban del género porque se las veía como seres dotados de gran imaginación, de
limitada capacidad intelectual, incluso frívolas y emocionales, que integraban a su ociosa vida cotidiana
contenidos ficcionales de poca exigencia. La novela era la antítesis de la lectura práctica e instructiva y de los
periódicos que informaban sobre los acontecimientos públicos, pertenecientes a la esfera reservada a los
hombres. También se mantuvo otra particularidad del consumo femenino, como lo fue el desarrollo de lecturas
individuales y silenciosas, diferenciado del consumo de los hombres, que se reunían en bares o talleres para
leer en voz alta. Pero, a través del acto de lectura, las mujeres se aventuraron en un terreno reservado a los
hombres, ya que el ejercicio mismo de la lectura, en esa primera etapa de alfabetización, resultaba incompatible
con el concepto de buena ama de casa de las familias obreras. Asimismo, a ellas estaban dirigidas nuevas formas
de literatura, tales como los manuales de cocina y las revistas mensuales ilustradas que desarrollaban
contenidos heterogéneos, desde tendencias de la moda hasta los avatares de la causa femenina. Imperaban en
estas publicaciones los textos sintetizados y las ilustraciones intercaladas que proponían una lectura
fragmentada.

En la Europa del siglo XIX, el fenómeno de la difusión de la lectura en los niños fue el producto de la expansión
de la educación primaria, y en la Argentina constituyó el resultado de la implementación de los preceptos
sarmientinos. Florecieron revistas de contenidos infantiles y literatura pedagógica religiosa y laica. Diversas
modalidades literarias de ficción, como las fábulas de La Fontaine, Robinson Crusoe, las novelas de Julio
Verne, participaron en la emergencia de ese fenómeno que Philippe Ariès (1987) denominó «la invención de la
infancia», es decir, la definición de la infancia y de la adolescencia, por primera vez, como fases específicas de
la vida con sus propios problemas y necesidades. Además, prosperaron los manuales instructivos, desde
abecedarios elementales hasta compendios disciplinarios que tuvieron el propósito de imponer a los niños un
código moral estricto y plenamente convencional. También fueron destinadas al consumo infantil historias
ambientadas en lugares exóticos orientadas a captar la imaginación a través de la apelación a la bondad de los
animales y los cuentos de hadas que incluían mensajes moralizantes y referencias religiosas.
La clase trabajadora ingresó al circuito de recepción tanto con textos impuestos por el sistema educativo,
como con la irrupción de un nuevo campo de lectura construido por ellos mismos. En las ciudades rioplatenses
tuvieron especial importancia las bibliotecas públicas, producto de la densa urbanización, que perseguían fines
filantrópicos y también políticos (Gutiérrez-Romero, 1995), ya que, como las escuelas de las fábricas,
intentaban conformar una juiciosa élite trabajadora respetuosa del sistema de valores de la clase dirigente.
Pero, paralelamente, los lectores obreros luchaban por crear su propia cultura literaria, lejos del control
burgués, burocrático o religioso. La reducción de la jornada laboral aumentó las posibilidades de leer de la clase
obrera. Surgió entonces la convicción de que el conocimiento era poder y el poder era conocimiento. En
dirección opuesta al objetivo fijado por la clase dirigente, la lectura, en vez de allanar las tensiones sociales, las
incrementó, ya que condujo a una mayor conciencia identitaria y al dominio de la palabra impresa por parte
de una intelligentsia obrera que difundía su ideología a través de una ética de la automejora, en estrecha
conexión con el encomio del autodidactismo.
En ese momento de avance vertiginoso de la lectoescritura en correspondencia con la masificación de la cultura,
la oralidad mantuvo su prestigio convocante. A pesar de que la capacidad de leer y escribir dejó de ser
patrimonio exclusivo de una élite y pasó a ser entendida como un bien común al que todos podían acceder, los
nuevos consumidores se apropiaron de la letra a partir de modalidades instrumentales que denotaban resabios
de la cultura oral primigenia. La memorización y la vocalización socializada de los textos escritos resultaron
operaciones eficaces para transmitir el conocimiento entre emisor y receptor que se daba en el marco de
la perfomance. La difusión oralizada de los textos adquirió relevancia en la politización y autoformación de los
trabajadores. La vocalización sobrevivió en el campesinado, ya que en el ámbito rural las comunidades en las
que aún persistía el analfabetismo sacaron provecho de la lectura colectiva. Asimismo, la comunicación oral
continuó siendo una práctica extendida entre las clases medias para propiciar ámbitos de debate.
La ampliación de un público alfabetizado, la aparición de nuevas tecnologías en el campo de edición que
permitieron abaratar costos y multiplicar tiradas, y la vinculación de autores y editores en una empresa común,
representan algunos de los factores que posibilitaron la irrupción de un novedoso fenómeno editorial en los
centros urbanos rioplatenses. Aparecen así numerosas colecciones de diverso signo y muy variados programas
cuya difusión se situaba al margen de las librerías tradicionales, en kioscos, estaciones de subterráneo y
ferrocarril, venta a domicilio, etc. Estos textos se agrupan bajo el común denominador de literatura barata, es
decir, al alcance de empleados, oficinistas, costureras, obreros y, en general, de una población no sobrada en
recursos pero abierta a los consumos culturales. El fenómeno de esta literatura hebdomadaria cobró una
dimensión que alarmó a los espíritus celosos de la educación estética y moral de la población menos instruida.
Se planteó entonces un debate sobre las causas de lo que se conceptuó como una perniciosa enfermedad,
la mala lectura, y sobre sus maneras de combatirla. Pierini (2002) estudia la reacción de los escritores
pertenecientes al circuito letrado frente a este fenómeno con especial referencia a las novelas semanales. En
1923, La Razón, un vespertino de carácter conservador, arremetió contra la influencia de este tipo de literatura
a través de una serie de notas reunidas bajo el título «Literatura pornográfica, ñoña o cursi. Nuestra encuesta
para averiguar por qué el público, los autores y las casas editoriales facilitan su incremento ». Para la encuesta
se seleccionaron diez figuras destacadas en el campo de la cultura, escritores, editores, periodistas, críticos de
arte, entre los que se encontraban Leopoldo Lugones, Ricardo Rojas, Juan Agustín García, José Ingenieros y
Manuel Gálvez. Pierini concluye:
A través del análisis de la encuesta se puede trazar un perfil de una etapa de la cultura argentina, en la
que se hacen patentes las tensiones entre los diversos factores que emergen en esta modernidad: la
irrupción de la masa inmigrante y su influencia sobre el idioma nacional; el papel civilizador que se le
confiere a la escuela y a la prensa; la presencia del mercado que modifica los valores establecidos y
renueva el canon hasta entonces indiscutido; la polémica en torno a la obra literaria como objeto de arte
o como mercancía. (2002: 50)
El espectro de juicios vertidos en la mencionada encuesta, mayoritariamente contrarios a la literatura popular
impresa, patentizan el intento de ejercer control sobre la lectura a través de la vigilancia y la censura. Una vez
más, ese propósito fue fallido, ya que en forma paralela proliferaban las ediciones, se dificultaba
progresivamente la eficacia de este control y prevalecía ante todo la convicción del poder liberador de la
lectura.

En la misma época tuvo un desarrollo inusitado la circulación de la prensa periódica. Ernesto Quesada (1883)
consignaba que en 1877 existía, en las ciudades rioplatenses, un título de periódico cada 15.000 habitantes y,
en 1882, uno cada 13.509. Estas cifras ubicaban a la Argentina en el cuarto lugar entre los países de mayor
producción de periódicos, después de Estados Unidos, Suiza y Bélgica. Por su parte, Navarro Viola (1880-1888)
registraba 109 publicaciones periódicas para 1880 y 407 para 1886. Estos datos permiten inferir que el
incremento de la capacidad de lectura propiciado por la escuela pública era una realidad tangible.
Nota
(1) Taylor denomina a esta fase «la invención del pueblo» (2006: 174).
Cultura y literatura popular

La especificidad de la cultura popular, y en particular de uno de sus instrumentos de representación simbólica,


como lo es la literatura popular, constituyó una preocupación reiterada de diferentes corrientes teóricas desde
el romanticismo hasta la posmodernidad. Los debates se llevaron a cabo en estrecha relación con el nacimiento
y desarrollo de los estados modernos y la competencia normativa del Estado Nación en la regulación de los
procesos culturales. En el seno de estas discusiones, también se reflexionó sobre las categorías de folklore,
cultura tradicional, cultura de masas, industria cultural y sobre el concepto de pueblo, desde variadas
perspectivas que incluyeron las polaridades de oralidad y escritura, ámbitos rural y urbano, educación
institucional y no institucional.
A lo largo del siglo XX los interrogantes sobre la cultura popular se convirtieron en espacios matizados de
tensión teórica. Cabe mencionar el análisis relativista de las conexiones entre pueblo y literatura que plantean
Grignon y Passeron (1991), los recorridos de historiadores como Peter Burke (1991), Carlo Ginsburg (1994) y
Roger Chartier (1994, 1998, 1999) que retrotraen la interrogación sobre el tema a la génesis de la Europa
moderna, los postulados de la filosofía política, desde Antonio Gramsci (1974), quien esboza la reflexión en
términos de dominación, reescribiendo la dicotomía entre alta cultura y baja cultura con las categorías de clase
dominante y clases subalternas, hasta los trazos de la polémica entre los representantes de la Escuela de
Frankfurt, especialmente Theodor Adorno (1984) y Walter Benjamin (1980). Finalmente, en una lista que no
pretende ser exhaustiva, se añaden los análisis de antropólogos como Clifford Geertz (1991), su definición de
cultura desde una postura integradora, Néstor García Canclini (2001), a partir de su concepto de teatralidad;
semiólogos como Humberto Eco (1990), con su caracterización de los grupos de apocalípticos o integrados en
correlación con las posibilidades de recepción de la cultura de masas, o Mijail Bajtin (1987) con su visión de la
parodia y el carnaval.
Con respecto al contenido ideológico de la cultura popular, se puede apreciar que algunos de estos enfoques
adoptaron posiciones claramente divergentes. Por un lado, se le atribuyó a la cultura popular propiedades
altamente conservadoras, en tanto objeto de manipulación preciado de las ideologías populistas y producto de
recepción pasiva entre sus destinatarios, quienes se limitarían a mimetizar las prácticas de la cultura
dominante. Por otro, se la consideró el germen de conductas contestatarias que cuestionan los mandatos del
poder hegemónico. No es la intención de estas páginas dirimir una polémica de vasta trayectoria en la que
diferentes disciplinas intentaron resolver la complejidad del problema, sino simplemente señalar que la mirada
hacia los productos literarios de esta cultura siempre implica un anclaje en una discusión teórica aún vigente
y, «en definitiva, la culta y excluyente etiqueta de ‘popular’ y su reticente acompañamiento de calificativos como
semipopular, popularizado, popularizante, etc.» (Botrel, 1999: 49), corresponde en muchos casos a un
reduccionismo académico. Quienes formamos parte de la cultura académica, institucional, letrada, podemos
acceder a la cultura popular a través de documentaciones que reúnen objetos disímiles, los cuales dan cuenta
de procesos de apropiación de prácticas canónicas y de tensiones interactivas entre los circuitos denominados
simplificadamente letrado y popular.
Una copiosa literatura popular impresa que irrumpió en el área rioplatense a fines del siglo XIX se convierte
en materia incandescente para reavivar los dilemas teóricos enunciados en los párrafos anteriores, como un
fenómeno de dimensiones espectaculares que signará el desarrollo de la literatura argentina de la primera
mitad del siglo XX. El vendaval de novedades que intervinieron en la conformación de la cultura argentina
moderna ejerció influencia sobre esa literatura: en ella se plasmaron los nuevos procesos de producción
industrial de los artefactos culturales, los nuevos formatos, las nuevas modalidades de circulación y los nuevos
tipos de recepción y apropiación.(1) El éxito de esta abundante y heterogénea literatura que circulaba con
fluidez por el cambiante escenario rioplatense fue consecuencia del acceso progresivo de un conjunto
variopinto de sujetos a la lectoescritura. Mediante la experiencia de lectura, nativos, hijos de extranjeros y
extranjeros de diversas nacionalidades reclutados en las ciudades de mayor densidad inauguraban un contacto
directo con diferentes géneros literarios, registros de escritura, narrativas y personajes. Toda esa materia
polimorfa llegaba a las manos de los nuevos lectores a través de hojas sueltas y cuadernillos que se adquirían
en los sitios habituales de venta de periódicos –plazas, mercados, kioscos, tabaquerías–, en las proximidades
de los accesos a circos y teatros, y en el interior mismo de eventos políticos y fiestas populares, entre otros
lugares. En ocasiones, su comercialización incluía la venta de objetos como abanicos para las damas y tirantes
y bastones para los caballeros, que reproducían imágenes o textos de una obra.(2)
Los nuevos productos impresos reflejaban e interactuaban con los cambios demográficos y las tensiones
sociales, los conflictos entre nativos y extranjeros, urbanos y rurales, compadritos y provincianos. Este circuito
alterno de literatura, compartido con expresiones teatrales y canciones populares, tematizaban las huelgas
obreras, los problemas de vivienda, los oficios, las conductas sociales de tipos como el gringo, el anarquista, el
compadre, el malevo y, muy especialmente, una galería de personajes femeninos que iban desde la madre
abnegada hasta la prostituta, a la par que testimoniaban desde su eclecticismo la movilidad de la vida en las
ciudades.

La literatura popular en prosa y verso recogió la complejidad de la situación político- social y cultural,
denunciando la injusticia, la sordidez y la delincuencia,(3) a través de modalidades lingüísticas también
innovadoras, tales como el lunfardo, el cocoliche, o de la apropiación de giros del habla gauchesca y modismos
regionales. Un vasto sector sociocultural suburbano y semirrural de asalariados, obreros, artesanos,
versificadores y cantores produjo en el campo de la literatura, el teatro y la música, manifestaciones artísticas
en principio marginadas que adquirieron fuerza y consistencia desde la realidad (Rey de Guido y Guido, 1989).
Las formas poéticas populares se desarrollaron paralelamente a la poesía ilustrada, la gauchesca, la modernista
y el lirismo social, a través de manifestaciones que aportaron a la literatura «un espesor» (Rama, 1984)
dinamizante e intermitente de la evolución literaria lineal y progresiva en la medida en que posibilitó la
convivencia de secuencias literarias diferentes.
En los folletos populares adquiere especial importancia la lectura no tipográfica a través de narrativas
iconográficas que acompañan la letra escrita y los carteles que pueden ser señalados como antecesores de las
historietas.(4) Por su parte, la lectura tipográfica se convierte en fragmentada, discontinua, y también en
fingimiento de lectura de personas analfabetas, quienes transforman el significante incomprendido en
múltiples significados virtuales que satisfacen los deseos del receptor. La lectura tiene como objetivo primero
la memorización, que permite devolver los textos al circuito de la oralidad, ya sea como recitaciones o como
letras de canciones en las cuales las categorías de autor y propiedad intelectual pasan a un segundo plano. Tal
como ilustra el corpus editado en este libro, los códigos lingüístico y musical están entrelazados en esta
vocalización de textos procedentes de distintos contextos.
El carácter desechable de esta literatura se encuentra en su misma esencia, ya que fue escrita para consumo
inmediato a través de la memorización y no para ser resguardada en los estantes de un archivo o biblioteca. Su
fragilidad determina que se haya conservado sólo en colecciones reunidas por curiosidad literaria y
antropológica, y que aún hoy la mnemoteca de los consumidores sea la principal fuente de indagación.(5)
***
La literatura popular, que mereció un espacio de reflexión teórica nodal en el siglo XX, cautivó al científico
alemán residente en la ciudad de La Plata, Robert Lehmann- Nitsche. De la fascinación del filólogo y de nuestra
aproximación crítica al tema damos cuenta en estas páginas. En el marco de la discusión esbozada, abordamos
uno de los más significativos testimonios que nos legó su tarea colectora: el manuscrito Folklore Argentino.
Texte argentinischer gesänge, phonographiert von Dr. Robert Lehmann- Nitsche. La Plata 1905 (en
adelante, Folklore argentino 1905), texto que resulta de estimable interés para definir las características y
funciones de la literatura popular en la Argentina de entresiglos. Nuestro análisis del manuscrito requiere
hacerse eco del conjunto de la perspectiva teórico-metodológica del polígrafo alemán, para lo cual se vuelven
indispensables las referencias a otras investigaciones y fondos documentales del autor, tales como las
grabaciones de músicas criolla y aborigen, su Santos Vega, las múltiples monografías que dedicó al estudio de
la literatura y la cultura rioplatense, la Biblioteca criolla que coleccionó entre 1880 y 1925, conservada en la
actualidad en el Instituto Ibero-Americano de Berlín, y los Textos eróticos del Río de la Plata, publicados con
el pseudónimo de Víctor Borde en Liepzig en 1923.
Notas
(1) El término «vendaval» y algunos de los conceptos que siguen retoman lo desarrollado en la introducción de
Chicote y Dalmaroni (2007).
(2) Al referirse a uno de los formatos comerciales de esta literatura, el pliego suelto, Diego Catalán señala que:
El pliego suelto es el resultado del descubrimiento, por parte de impresores y libreros, de que el verdadero
negocio de las prensas no estaba (como creyó Gutenberg) en la reproducción de grandes códices para un
público internacional minoritario, sino en la difusión de un ámbito lingü.stico nacional de un sinfín de textos
baratos. Los ciegos vendedores de pliegos sueltos constituyen el último paso en el esfuerzo de ampliar más y
más las fronteras del mercado de la letra impresa en un esfuerzo por vendérsela incluso a los no alfabetizados.
(1997: I, 311-312)
(3) Esta actitud contestataria se fue modificando a medida que las masas resolvían sus problemas de
integración, de vivienda y de estabilidad laboral. En los años posteriores tendieron a constituirse como un
conjunto cada vez más homogéneo, conformista y reformista, producto especialmente de la escolarización que
la volvió permeable a los discursos del Estado. Se constituyó una sociedad abierta y móvil disgregada en una
multitud de individualidades que pugnaban por su destino individual, en la cual Leandro Gutiérrez y Luis
Alberto Romero (1995) ven los orígenes del éxito de la doctrina peronista.
(4) Botrel (1999) señala que este recurso está muy relacionado con la realización espectacular de la literatura,
cercana a la teatralización y más tarde al cine.
(5) Véase al respecto el reciente artículo de Botrel (2006).
Gobierno gaucho

I VI
Tomé en casa el otro día "Mando que dende este istante
Tan soberano peludo, Lo casen a uno de balde,
Que hasta hoy, caballeros, dudo Que envaine el corvo el alcalde
Y su lista el comendante;
Si ando mamao todavía;
Que no sea atropellante
Carculen como sería El juez de paz del partido,
La mamada que agarré Que a aquel que lo hallen bebido,
Que sin más me afiguré Porque así le dio la gana,
Que yo era el mesmo Gobierno No le meneen catana,
Y más leyes que un infierno Que al fin está divertido.
Con la tranca decreté.
VII
II "Mando, hoy que soy Sueselencia,
Gomitao y trompezando Que el que quiera ser pulpero,
Del fogón pasé a la sala, Se ha de confesar primero
Con un garrote de tala Para que tenga concencia.
Porque es cierto a la evidencia
Que era mi bastón de mando;
Que hoy naides tiene confianza,
Y medio tartamudiando,
Ni en medida ni en balanza,
A causa del aguardiente, Pues todo venden mermao,
Y con el pelo en la frente, Y cuando no es vino aguao,
Los ojos medios vidriosos, Es yerba con mezcolanza.
Y con los labios babosos,
Hablé del tenor siguiente: VIII
"Naides tiene que pedir
III Pase para otro partido,
"Paisanos, dende esta fecha Pues libre el hombre ha nacido
El contingente concluyo; Y ande quiera puede dir;
Cuide cada uno lo suyo Y si es razón permitir
Que es la cosa más derecha; Que el pueblero vaya y venga,
Justo es que el gaucho no tenga
No abandone su cosecha
Que dar cuenta a donde va,
El gaucho que haiga sembrao,
Sino que con libertá
Deje que el que es hacendao, Vaya a donde le convenga."
Cuide las vacas que tiene,
Que él es a quien le conviene IX
Asigurar su ganao. ¿A ver si hay una persona
De las que me han escuchao
IV Que diga que he gobernao
"Vaya largando terreno, Sin acierto con la mona?
Sin mosquiar, el ricachón, Sáquemen una carona
Capaz, de puro mamón, De mi mesmísimo cuero,
De mamar hasta con freno; Sino haría un verdadero
Pues no me parece güeno Gobierno Anastasio el Pollo
Que hasta mamao es un criollo,
Sino que por el contrario,
Más servicial que un yesquero.
Es injusto y albitrario
Que tenga media campaña, X
Sólo porque tuvo maña Si no me hubiese empinao,
Para hacerse arrendatario. Como me suelo empinar,
La limeta hasta acabar,
Lindo lo habría acertao,
Pues lo que hubiera quedao
V Lo mando como un favor
"Si el pasto nace en el suelo Al mesmo gobernador
Es porque Dios lo ordenó, Que nos manda en lo presente,
Que para eso agua les dio A ver si con mi aguardiente
A los ñublaos del cielo. Nos gobernaba mejor.
Dejen pues que al caramelo
ESTANISLAO DEL CAMPO
Le hinquemos todos el diente
Y no andemos, tristemente,
Sin tener en donde armar
Un rancho, para sestiar
Cuando pica el sol ardiente.

Notas

Estanislao del Campo (1834-1880) empleó los recursos de la lengua y literatura gauchesca para
comentar temas y hechos de interés público. Sus textos representan con claridad la intención de
reivindicar los ambientes rurales y defender la posición del gaucho en el nuevo entramado social.
Con el pseudónimo de Anastasio el Pollo, se refiere a las injusticias que padece el habitante de la
campaña, para quien reclama libertad de movimiento y derechos sobre la tierra. El poema está
dedicado «A la salú del aparcero Hilarión Medrano», político que acompañó a Dardo Rocha en la
fundación de la ciudad de La Plata. Se cantan las primeras cuatro décimas sin variantes.

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