Sobre Dos Cuentos de Borges
Sobre Dos Cuentos de Borges
Sobre Dos Cuentos de Borges
“El fin”, como sabemos, propone un nuevo desenlace para Martín Fierro de José Hernández. Ya que la
obra de Hernández ha hecho tanta escuela y que existe una convención literaria llamada “literatura
gauchesca” no es difícil suponer que el cuento de Borges se vale de tales convenciones, acaso para
disfrazarse. Lo mismo se puede afirmar de “Biografía de Tadeo Isidoro Cruz” que toma de nuevo a Martí
Fierro y sus historias de cuchillos. Con una apenas burda descripción de las líneas generales de los dos
cuentos he encontrado la primera condición, señalada por Piglia, de la obra borgeana. La otra, la que afirma
que los textos trascienden, en este caso, el mote “literatura gauchesca” para ilustrar ideas universales y
elevadas exige una revisión bastante más minuciosa, si no detallada.
Los protagonistas de “El fin” son el negro sin nombre que ha de matar a Fierro y éste. En el texto quedan
patentes la buena palabra de estas figuras representativas de los gauchos y el periodo en que Fierro intenta
abandonar la senda del “gaucho malo”, y con ella, la vida regida por la violencia. Hay un tercero,
Recabarren, que será la mirada del lector. Las descripciones intercaladas de la llanura permiten a Borges
valerse del naturalismo –sin parodia ni devoción– para introducir a su personaje: “La llanura, bajo el último
sol, era casi abstracta, como vista en un sueño. Un punto se agitó en el horizonte y creció hasta ser un jinete,
que venía, o parecía venir, a la casa”.[3] Todo el cuento es u juego de enfoques que van desde la visión de
Recabarren hasta la acción protagonizada por Fierro y el melancólico negro, y de regreso. A Borges le
interesa contar la muerte de Fierro, pero Recabarren es indispensable porque es quien confronta al lector
con el medio y quien, con su espectación casi indiferente, nos ayuda a entender la escena sin patetismo ni
asombro de turista. Con todo, el tono del texto es grave y así como éste engarza nuestro mundo con el de
la llanura, con la última frase nos proyecta hacia los temas universales, los temas de la gran literatura de
Occidente: “Cumplida su tarea de justiciero [del negro], ahora era nadie. Mejor dicho era el otro: no tenía
destino sobre la tierra y había matado a un hombre”.[4] Sobrio, sin tremendismo, pero calculando el justo
peso del tema del otro, del usurpador y de la condena bíblica para quien mate mediante espada, el cuento
hace del negro un símbolo que supera la anécdota principal y que supera la Pampa; esta historia, después
de todo, pudo pasar en cualquier parte: en los libros.
Otro cuento en que Borges se vale de Fierro es “Biografía…”. Como “El fin”, este cuento es ágil y de pocas
páginas; su anécdota sucede en la misma llanura, pero aquí se abandona el tono naturalista para valerse de
uno entre profético y ensayístico. Son dos convenciones literarias más que desde el principio inclinan el
cuento hacia la universalidad. Otra convención formal está presente desde el título, aunque sólo de nombre,
y funciona por ausencia: la biografía literaria. Evidentemente, “Biografía…” es un cuento que ensaya; su
objetivo parece ser el de reducir el destino de los hombres a un solo hecho, aquél en que cada individuo
tiene plena conciencia de su identidad, de su sentido entre los otros: “Cualquier destino, por largo y
complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en que el hombre sabe para
siempre quién es”.[5] Justo como en “El fin” la atención va de la mirada de Recabarren a la de los
protagonistas, en “Biografía…” se intercala el discurso del narrador entre sus reflexiones y la anécdota
contada; mas el lector no debe dejarse engañar: si el cuento quisiera sólo desarrollar una idea sobre el
destino del hombre, sería ensayo. Borges ha contado la pesadilla y muerte del padre de Tadeo Isidoro con
el fin de dramatizar la idea e insinuar una estrecha relación intertextual entre este cuento y otros de Borges,
de Argentina, de Occidente. Con “El fin”, “Biografía…” comparte la mezcla de los personajes hacia el
final: al matar a fierro, el negro se convierte en él; Cruz, al salvarlo: “Comprendió que un destino no es
mejor que otro, pero que todo hombre debe acatar el que lleva adentro. […] Comprendió que el otro era
él”.[6] Análogo al negro y a Cruz, Borges hace lo propio al usurpar el lugar de José Hernández, al reconocer
en ambos destinos uno solo: el del escritor; y al reconocer en sus respectivos trabajos –sumados a los de
todos–, uno solo: la misma obra, el mismo gran libro.Piglia ha dicho que Borges cierra la literatura del
siglo xix.[7] Quizá en respuesta Borges diría que sí, como cierra y abre todas las demás. Ni en Argentina
ni en Occidente se lee ya sin Borges. No pretendo sumar un cumplido, sino señalar que la acentuada
intención de Borges por extenderse, mediante la recurrida imagen del micro y macrocosmos, mediante su
explícita intertextualidad, le permite ahora embonar prácticamente en todo. Borges toma un poco de varios
géneros, de varias convenciones literarias, para mezclar y superar los límites del cuento, del ensayo, de la
poesía. Así lo demuestran al menos “El fin” y “Biografía…”, incluso tras una mínima, apresurada,
relectura.
[1] Jorge Luis Borges, El Aleph, en Obras completas, tomo 1, Emecé, Buenos Aires, p. 561.
[2] Ver Ricardo Piglia, “Tesis sobre el cuento”, en su libro Formas breves, Anagrama, Barcelona.
[3] J. L. Borges, Ficciones, en Obras completas, tomo 1, Emecé, Buenos Aires, p. 518.
[4] Obra citada, p. 520.
[5] Obra citada, p. 562.
[6] Obra citada, p. 562.
[7] En su novela Respiración artificial, Anagrama, Barcelona, (primera edición de 1980) 2000. Después en
“Sobre Borges”, en su libro Crítica y ficción, Anagrama, Barcelona, 2001.
Dice Borges sobre el cuento “El fin”:"Todo lo que hay en él está implícito en un libro famoso y yo he sido el
primero en desentrañarlo"-; con esta narración, Borges agrega "un canto" a la segunda parte de Martín Fierro,
de José Hernández.
La intervención del protagonista de este gran poema concluye así: Martín Fierro se separa de sus hijos y
del hijo de Cruz, ("Después, a los cuatro vientos / los cuatro se dirigieron".)pero Borges lo hace regresar a la
pulpería donde había llevado a cabo la payada con el moreno, "un pobre guitarrero", y donde los presentes
habían procurado "que no se armara pendencia".
De todas maneras, en el poema hernandiano Martín Fierro no quiere pelear -"Yo ya no busco peleas, / las
contiendas no me gustan; / pero ni sombras me asustan / ni bultos que se menean"-, pero hace alarde de su
valentía, es decir, sabe defenderse si lo provocan. Estos versos constituyen ya una clave para comprender el
desenlace del cuento borgeano. Además, su título -"El fin"- responde a una de las estrofas del poema (La vuelta
de Martín Fíerro, canto XXX, vs. 4481-4486):
Yo no sé lo que vendrá /tampoco soy adivino;/pero firme en mi camino/hasta el fin he de seguir: /todos tienen
que cumplir /con la ley de su destino.
El tema de "El fin" es el encuentro del hombre con su destino inexorable.
El moreno es vencido en la célebre payada, pero continúa en la pulpería como a la espera de "alguien". Ese
"alguien" es Martín Fierro, quien hace siete años ha matado a su hermano (Canto VII de Martín Fierro)
El pulpero Recabarren había presenciado el primer contrapunto entre "el forastero" y el moreno. "Ahora"
asiste, desde su lecho, inmóvil por la parálisis, al segundo, el de la vida contra la muerte. Ve llegar a un jinete,
pero no puede identificarlo:
Recabarren vio el chambergo, el largo poncho oscuro, el caballo moro, pero no la cara del hombre, que, por
fin, sujetó el galope y vino acercándose al trotecito. A unas doscientas varas dobló. Recabarren no lo vio más,
pero lo oyó chistar, apearse, atar el caballo al palenque y entrar con paso firme en la pulpería.
El moreno recibe complacido a Fierro. Este trata de justificar su actitud pacífica al finalizar aquella payada que
los unió:
-Más de siete años pasé yo sin ver a mis hijos. Los encontré ese día y no quise mostrarme como un hombre
que anda a las puñaladas.
- Ya me hice cargo -dijo el negro-. Espero que los dejó con salud.El destino le pone otra vez "el cuchillo" en la
mano e inexorablemente debe cumplir con él. Se alejan "un trecho" de las casas y se preparan para el duelo:
-Una cosa quiero pedirle antes que nos trabemos. Que en este encuentro ponga todo su coraje y toda su maña,
como en aquel otro de hace siete años, cuando mató a mi hermano.Sólo Recabarren presencia los hechos, a
través de la ventana de su rancho; sólo él ve "el fin", la muerte de Martín Fierro:
Inmóvil, el negro parecía vigilar su agonía laboriosa. Limpió el facón ensangrentado en el pasto y volvió a las
casas con lentitud, sin mirar para atrás. Cumplida su tarea de justiciero, ahora era nadie. Mejor dicho era el
otro: no tenía destino sobre la tierra y había matado a un hombre.
Ahora el negro es "el otro", es decir, Martín Fierro, pues, como él, ya arrastra una muerte sobre la tierra: "La
sangre que se redama / no se olvida hasta la muerte" . Su victoria es, en realidad, su derrota. Como bien dice
Donald L. Shaw, "ha liberado a Fierro de la trampa para encerrarse a sí mismo en ella".El narrador es
omnisciente, pero finge no saber con exactitud qué relación existe entre Recabarren y el "chico de
rasgos aindiados". Borges intercala estos elementos de duda -"(hijo suyo, tal vez)"- para intensificar la
verosimilitud de la narración.
Los personajes son cuatro. Recabarren, testigo de los hechos, no interviene en la narración; parece estar
fuera del tiempo -en el presente--, en la eternidad. Un chico, sin voz -"le dijo por señas que no"-. El moreno
y Martín Fierro, cuya identidad se oculta hasta el final, son los únicos personajes que dialogan. El absoluto
silencio del pulpero y del chico -meras presencias- contrasta con las palabras de los otros personajes, en las
que late la idea de venganza.
El narrador determina tres espacios: la habitación de Recabarren, apenas sugerida, en la que sólo una
ventana lo comunica con una parte de la realidad exterior; la pulpería, escenario de la famosa payada, y la
llanura "casi abstracta, como vista en un sueño". El contraste entre los espacios es evidente: oscuridad,
estatismo (el cuarto del pulpero) y luz, movimiento (la llanura iluminada por "el último sol").
El tiempo gobierna la narrativa borgeana. El cuento comienza al atardecer: " ... se dilataban la llanura y la
tarde ... "; " ... aún quedaba mucha luz en el cielo". Luego, anochece: " ahora miraba el cielo y pensaba que el
cerco rojo de la luna era señal de lluvia. [ ] La llanura, bajo el último sol, era casi abstracta... “Por fin, noche
cerrada: "Un lugar de la llanura era igual a otro y la luna resplandecía".
Desde el punto de vista físico, la gradación temporal es perfecta. Además, Fierro aclara que sólo transcurre
"una porción de días" desde la memorable payada. También surge el tiempo psíquico: Recabarren solamente
vive en el presente. Un breve "racconto" explica la situación actual del "sufrido" pulpero.
Un universo de símbolos
Desde las primeras líneas, Borges nos da la clave de su cuento:
De la otra pieza le llegaba un rasgueo de guitarra, una suerte de pobrísimo laberinto que se enredaba y
desataba infinitamente...
La palabra laberinto' tiene una gran significación en el texto. Para Borges es la prisión en que está
encerrado el hombre; es el lugar donde encontrará la muerte y, tal vez, la liberación; es el origen y el fin, el
infinito y el caos, el paso de la vida a la muerte. Nuestro escritor explica cuándo surge en él la idea del laberinto:
"Recuerdo un libro con un grabado en acero de las siete maravillas del mundo; entre ellas estaba el laberinto
de Creta. Un edificio parecido a una plaza de toros, con unas ventanas muy exiguas, unas hendijas. Yo, de
niño, pensaba que si examinaba bien ese dibujo, ayudándome con una lupa, podría llegar a ver el Minotauro.
Además, el laberinto es un síntoma evidente de perplejidad [ ... l. Yo, para expresar esa perplejidad que me ha
acompañado a lo largo de la vida y que hace que muchos de mis propios actos me sean inexplicables, elegí el
símbolo del laberinto o, mejor dicho, el laberinto me fue impuesto, porque la idea de un edificio construido para
que alguien se pierda, es el símbolo inevitable de la perplejidad".
La vida de Martín Fierro es un extenso espacio sin salida. Vive prisionero de sus muertes; vive perseguido. De
ahí que cobre singular significado el poema "Laberinto" (Elogio de la sombra):
La luna, otro símbolo del cuento, preside el duelo _" ... y la luna resplandecía"-, pues: "Es uno de los símbolos
que al hombre / da el hado o el azar para que un día / de exaltación gloriosa o agonía / pueda escribir su
verdadero nombre" ("La luna"). Martín Fierro ya no regresará a su laberinto. Borges ha salvado a la criatura
hernan¬diana. Tal vez, como Francisco Narciso de Laprida, Fierro, en su "agonía laboriosa", ha pensado:
... Al fin me encuentro
con mi destino sudamericano.
A esta ruinosa tarde me llevaba
el laberinto múltiple de pasos
que mis días tejieron desde un día
de la niñez. Al fin he descubierto
la recóndita clave de mis años,
la letra que faltaba, la perfecta
forma que supo Dios desde el principio.
En el espejo de esta noche alcanzo
mi insospechado rostro eterno. El círculo
se va a cerrar. Yo aguardo que así sea." Poema conjetural", en El otro, el mismo.
El adverbio infinitamente crea una atmósfera de inquietud y de ensoñación en el cuento. Ante el infinito, la
realidad desaparece.
Recabarren ya no puede cambiar "las cosas cotidianas" por otras. Borges considera que lo cotidiano y reiterado
destruye la sucesión temporal y crea la eternidad, pues si se viven momentos iguales a los del pasado se
interrumpe el fluir de las horas. De ahí que leamos: "Habituado a vivir en el presente... ".
Tiempo y espacio forman una sola dimensión infinita a través del verbo se dilataban: " ... se dilataban la llanura
y la tarde ... ".
La referencia al ocaso -"bajo el último sol"- también es simbólica: alude al tiempo que huye hacia la muerte.
Para Borges, el ocaso "atañe doblemente a una lontananza espacial y a una perdición de las horas".
El desenlace presenta la identidad del sacrificador y de la víctima. El duelo del canto VII (El gaucho Martín
Fierro) se repite, pero el vencedor de aquél es ahora el vencido:
... nunca me puedo olvidar
de la agonía de aquel negro.
Limpié el facón en los pastos,
desaté mi redomón,
monté despacio y salí
al tranco pa el cañadón.(vs. 1237-1238 y 1249-1252)
... el negro parecía vigilar su agonía laboriosa. Limpió el facón ensangrentado en el pasto y volvió a las casas
con lentitud, sin mirar para atrás.
El cuento de Borges responde, pues, al concepto de la literatura como reelaboración de la literatura *.
Su contenido ya se halla en el poema hernandiano, pero -como dice Fierro- "aquí no hay imitación, /
ésta es pura realidá". Indudablemente, nuestro escritor presenta otra realidad; compone -según Pedro
Luis Barcia- el canto XXXIV del Martín Fierro: De las generaciones de los textos que hay en la / tierra /
sólo habré leído unos pocos, / los que sigo leyendo en la memoria, / leyendo y transformando. Jorge
Luis Borges,