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POESÍAS
IMPRENTA NACIONAL
SAN JOSÉ, COSTA RICA
1940
Explicación y Elogio
Manojo de Guarias
Pudreorejas
El Arbol Solitario
Las Quemas
Las Guacamayas
El Zopilote
En el Trapiche
Bodas Campestres
Nuestra Bandera
Canto a la Vida
Promesas de la Tierra
Como los Faunos
El Estero
Barcarolas
Perlas Grises. (Bronce)
Caupolicán
El Moisés de Buonarrotti
Al Odio
Anhelos Hondos
Espigas y Azucenas
El Arbol del Sendero
Al Trabajo
La Muerte del Minero
Palabras de la Momia
De Tierra Tropical
A la Reina de la Fiesta
Poema del Agua
Los Carboneros
Los Bueyes Viejos
N° 309
EL CONGRESO CONSTITUCIONAL
DE LA REPÚBLICA DE COSTA RICA
DECRETA:
Artículo 1°—Destínase la suma de dos mil colones (₡ 2,000.00) para editar la obra literaria de
Lisímaco Chavarría, y con dicha cantidad amplíase el presupuesto vigente de la Cartera de
Educación Pública.
Artículo 2°—La referida Cartera nombrará una comisión compuesta de tres personas para que
proceda a efectuar una selección de los trabajos de dicho autor y disponga lo concerniente a la
publicación del tomo o tomos correspondientes.
Palacio Nacional. San José, a los diecisiete días del mes de agosto de mil novecientos treinta y
nueve.
OTTO CORTÉS
Vicepresidente
Casa Presidencial. San José, a los veintitrés días de agosto de mil novecientos treinta y
nueve.
Ejecútese
LEÓN CORTÉS
El Secretario de Estado en el
Despacho de Hacienda,
EVERARDO GÓMEZ
--o--
N° 352
DECRETA:
Artículo único— Auméntase en mil colones (₡ 1.OOO.OO), la Partida de Gastos del artículo 1° del
decreto N° 309 de 23 de agosto de 1939 correspondiente a la Secretaría de Educación Pública, para
editar la obra del poeta nacional Lisímaco Chavarría.
Dado en el Salón de Sesiones del Congreso.—Palacio Nacional. San José, a los veinte días del
mes de agosto de mil novecientos cuarenta.
OTTO CORTÉS
Presidente
Casa Presidencial.— San José, a los veinticuatro días del mes de agosto de mil novecientos
cuarenta-
Ejecútese
R. A. CALDERÓN GUARDIA
El Secretario de Estado en
el Despacho de Hacienda,
OCTAVIO BEECHE
--o--
La hora en que aparece Lisímaco Chavarría en las letras costarricenses es cuando está en esplendor
magnífico el modernismo, y así es visible la influencia que ejercen sobre él los creadores de esta
escuela. En "El Poema del Agua", en "Los Carboneros", en "Las Palabras de la Momia", está
presente la influencia de Nervo, de Valencia, de Darío, ya por la factura del poema, ya por su
contenido. Pero el poeta es él, siempre su inspiración es la suya, luminosa de su montaña, fresca de
su campiña. Lo sugerente de los maestros le sirve para crecerse. Así en "Los Bueyes Viejos", que
dedica al glorioso cantor de los bueyes, el chileno Magallanes Moure.
Era la hora de los modernistas, que a pocos años iban a sentir la sacudida de las nuevas tendencias
literarias. Mas la creación de aquel momento será perdurable: pórfido rico, jade labrado con el vasto
anhelo de la Belleza, en la amplitud del gran poema. Hay aliento de eternidad en muchos de los
poemas de aquella hora y no serán bastantes los "ismos" convencionales para borrar del panorama
literario aquella obra ingente. Porque, como decía el maestro colombiano, "hay poesía o no hay
poesía", nada más.
Por eso vale la obra de Lisímaco Chavarría: porque en ella hay gran porción de belleza, y nosotros,
los compiladores, hemos querido más ser "selectores", para mostrar al país y a la América estas
composiciones en que va la gloria de este humilde y hondo poeta costarricense. Como de Leconté
de Lisie dijo Darío, podría decirse de este poeta agreste: "Nacido en una tierra espléndida de sol,
florestas y pájaros, sintióse poeta; la lengua de la naturaleza le enseñó su primera rima y el gran
bosque primitivo le hizo sentir la influencia de su estremecimiento. Imaginaos a un Pan, que vagase
en la montaña sonora, poseído de la fiebre de la harmonía, en busca de la caña con que habría de
hacer su rústica flauta".
Y Apolo dio al cantor humilde de la ciudad de San Ramón la lira armoniosa y sopló a su oído el
divino secreto rítmico. En 1909 baja de su montaña, aun con los vestidos salpicados del "mozote" y
entra a la ciudad para que coronen su frente joven. ¡Se diría un felibre de las Cortes de
Amor que fueron el alma primera de la poesía, un lírico provenzal, sin otra escuela que su ensueño
nativo, tocado por la mano celeste de la Musa!
¡Directo destino el suyo, que lo guía primero hacia el triunfo, y luego, hacia la incomprensión y a la
muerte!
Nació Lisímaco el 10 de mayo de 1878. El 27 de agosto de 1913 murió en su propia ciudad natal
que él amó tanto. San Ramón sería ciudad admirada por la cultura de sus hijos; pero habrá de ser
siempre recordada en sus paisajes, en sus florestas, en su vida de plenitud, por los cantos de su
poeta. En los últimos días de enfermedad Lisímaco se hacía llevar al cementerio y bajo los cipreses
se quedaba horas y horas, meditando, escribiendo. Los niños de San Ramón le llevaban flores. Fue
allí donde dictó sus “Anhelos Hondos”, la última poesía suya.
Lisímaco fue escultor y pintor. Pero escultor de obras humildes como era su vida. Esculpía santos y
pintaba cuadros para los amigos. En su ciudad se guardan con reverencia algunas de estas obras que
hablan también del espíritu selecto de nuestro poeta. Vivió él como Luis Chamiso, el poeta
extremeño de "La Nacencia" que lo mismo forja con sus manos una ánfora rica, plasma con la greda
dúctil una vasija de asas amplias, como recoge la nota autóctona de su pueblo en vibrantes estrofas.
En "Manojo de Guarías" es humilde como las flores que canta, esas populares orquídeas que fio.
recen en ramas, "en el ápice de pedúnculos estriados; y cada flor es una maravilla de diseño, un
alarde de alegría por el color carmín múrice de sus pétalos sutiles. Se contenta la guaría con muy
poca cosa para vivir y basta que tengan sus raíces un asidero, aun cuando no sea más que un
fragmento de madera seca o una piedra, para que crezca la planta. ¡Como una planta de guaría fue el
poeta"!
Tímido, con la natural timidez que le diera la vida solitaria y rústica, no comprendió Lisímaco su
propio valer y al principio puso la gloria de sus versos en nombre de su esposa. Y cuando ya
desligado de esa poquedad que lo cohibía se dio a publicar sus poesías en el extranjero, los
costarricenses vimos algo que no por corriente, deja de ser doloroso: el poeta nos venía avalorado
de afuera, nos lo habían hecho en el exterior. De ese modo tuvo la suerte de ser aplaudido por Darío,
por Rodó, por Vicente Medina, y por tantos con quienes mantenía correspondencia constante.
Su muerte, como la de José Asunción Silva, como la de tantos artistas, comenzó a ser la puerta
luminosa.
¡Unción de la muerte, tardía y obligada, nunca el fresco gajo para la sien palpitante!
ROGELIO SOTELA
Delicadas campánulas
azules tendidas en las cercas del camino
donde brilláis como sedeños tules
a los ojos del sano campesino.
Allá en el camposanto
que esmaltan las auroras de amaranto
y las tardes de sándalo y carmín,
allá donde la hiedra
abraza con amor la cruz de piedra
anhelo ahora descansar al fin.
BRONCE
El goce es pasajero,
ama la holganza, el femenino gusto
y el vino de la orgía... Yo prefiero
la zarpa del dolor tenaz y adusto.
Dadme del lidiador— alma de acero—
que busca en sus desdichas el robusto
aliento que enaltece al hombre; quiero
del cóndor perseguido el vuelo augusto.
El dolor es impulso, es brío, es fuerza,
cabalgadlo, que en él se torna altiva
toda alma flébil que el pesar retuerza.
Musa, tu canto al ave que cautiva,
por obtener su libertad se esfuerza
con toda el ansia de su entraña viva.
Es tuya la sonrisa
de la gárrula turba de rapaces
que llega a tu redor. Tuya es la brisa
que pasa como una águila indecisa
azorando gorriones y torcaces.
Es tuya la fragancia
que expanden las parásitas de mayo;
y tuya ha sido la sonora estancia
que la fontana rima en la distancia
cuando Pólux la dora con su rayo.
Es tuya la piadosa
tranquilidad rural de tu paraje;
es tuya la bandada bulliciosa
de vagabundas aves que se posa,
como orquesta feliz, en tu ramaje.
Es tuya la neblina
que sube a gatas por besar tu tronco;
es tuya la extranjera golondrina
que al llegar el verano se avecina
a ti, cuando te canta el viento bronco.
Tuya es la cruz añosa
de aquel joven, cansado peregrino,
quien después de contienda fatigosa
cayó con una herida—abierta rosa—
sangrando sobre el polvo del camino.
La herida de la lucha
por llegar a la cumbre de un ensueño;
es mucho mi dolor, mi pena es mucha;
hoy nadie, sólo tú, mi queja escucha.
¡Adiós!... Hasta la cima de mi empeño...
¡A ti mi canto!
¡Atleta poderoso
que todo lo transformas y engrandeces!
Al páramo, al erial y a los alcores,
al pasar con tu aliento de coloso,
los llenas de vigores,
los ornas dé maizales y embelleces
con racimos de dátiles y flores.
A los montes de enhiestas altiveces
que, erguidos junto al borde de un abismo,
amenazan horrendo cataclismo,
tú los obligas a humillar las frentes,
do quiebra el huracán su arpón de sañas,
y los unces al yugo de los puentes
—gigantescas y férreas telarañas.—
Domeñas con tu mano
las iras de los mares,
las trombas y los témpanos polares,
la cascada, el escollo y el pantano,
y llevas las naciones a la altura
de la úrica grandeza que perdura.
Eternizas en piedra el pensamiento
y refieres con él a lo futuro
tus luchas y blasones;
con la pétrea dicción de un monumento
añoso, apartas el sudario obscuro
que cubre a las naciones
internadas, con paso fatigado,
en la noche sin fin de lo pasado.
Las vetustas Pirámides son reto
que lanzaste, hecho moles de granito,
del tiempo a la carcoma, y ese grito
que perpetuaste en bloques, con respeto
lo escuchan las edades
de Egipto en las ardientes soledades.
¡Hurra, invicto!
Las peñas y colinas
socavas y trasminas
y de la virgen roca, en los rincones,
donde ro extiende el Sol sus gasas de oro,
encuentras el tesoro
que guardan los auríferos filones,
y recoges del fondo de los mares
el coral y las perlas a millares.
La abrupta cordillera
tu fuerza prepotente la perfora,
y tornado en fugaz locomotora,
luciendo vaporosa cabellera,
la cruzas por el túnel que tu mano
abre en su vientre negro que los siglos
no violaron sañudos, porque en vano
lo intentaron con ansias de vestiglos,
y con pujanza, que al abismo increpa,
ruedas vibrando por el bosque espeso,
recorres, como un bólido, la estepa,
pregonas las conquistas del progreso
y vas lanzando broncos resoplidos
que muestran tus anhelos atrevidos.
Con la hélice de acero
les peinas a los piélagos las crines,
y en el sonoro yunque del herrero
ensayas los clarines
en que entonan sus dianas la esperanza
y la vida y la paz de los humanos.
Resuenen los clarines de tu fuero,
mas ro los que festejan la matanza
con toques de exterminio y de venganza
de hermanos ¡oh ludibrio! contra hermanos.
Te extiendes y te enroscas y te crispas
y saltas en enjambres
lumínicos de chispas,
en la ígnea forja que será herramienta
que ha de triunfar en tu batalla incruenta.
Tú vibras en el hacha
y tu canción en los collados zumba;
el roble fuerte que arrostró la racha
tu fuerza lo desgaja y lo derrumba;
el monte milenario
que, a modo de gigante dromedario,
destaca su espinazo en lontananza,
doblega la cerviz bajo tu rueda
y el campo escueto convertido queda
en campiña feraz con tu labranza,
y aparecen los frutos delicados
como himno de la tierra en tus sembrados.
Al hombre primitivo
construíste la prístira vivienda,
era indefenso, y lo tornaste altivo,
Tu influencia redentora
fortalece, levanta y dignifica
a quien el Hado sin piedad oprime,
y tu fuerza, que todo lo redime,
al espíritu insano purifica.
El alma que aquilatan tus crisoles
se torna grande, activa y valerosa,
y bañada en la luz de tus fanales
—¡estrella esplendorosa!—
arrostra las borrascas mundanales.
Contrario de la guerra,
al hombre ofreces plácido sosiego;
fecundizan tus ósculos la Tierra
y en ella brota el fruto que al labriego
ofrendas cual espléndido tesoro,
en dulces pinas y en estuches de oro.
El valle adornas de mazorcas rubias
y las praderas con melifluas cañas
que en los feraces campos atesoras;
a tu paso triunfal descienden lluvias
de pomas y azahares, y te bañas,
cuando haces en la vega tus alardes,
con el róseo arrebol de tus auroras
y te visten de púrpura las tardes.
En el seno feliz de las cabañas,
que al blando y dulce descansar convida,
eres placer y movimiento y vida.
Composición favorecida con el primer premio en el 2o Concurso de "La Fiesta del Arte".
LA MUERTE DEL MINERO
Un pájaro zahareño
moduló una romanza placentera;
siguió la momia su profundo sueño;
le puse alas de luz a mi quimera
y como un fulgor aquel ensueño.
Bajé de la montaña,
—allá mi buena madre ha tiempo que me espera.—
Dejé mi casa alegre
y fuíme tras el arte, cual nómada sin tienda.
El arte me sedujo
y me apresté en el campo de la tenaz contienda;
les puse alas de rimas a todos mis ensueños,
a todas mis quimeras;
entonces los rosales me dieron sus espinas,
después sus rosas frescas...
Oí los aleteos—los himnos delicados—
del aura en la floresta;
oí cantar el agua y supe su poema,
y hoy vine con mi lira para decirte el canto.
A ti, poeta hermano, a ti que sentiste, como yo, la tristeza de los mansos bueyes que van, ora bajo los
turbiones invernales, ora. bajo los ardores sofocantes del sol de los veranos— escribiendo con los hilos que
penden de sus jadeantes hocicos, en la interminable página del camino, la odisea de sus marchas a lo largo
de la ruta sin fin—, dedico este poema: en él puse toda mi alma y un destello del pensamiento mío. Como tú,
yo sentí las hondas pesadumbres, los cansancios y el trágico final de esos rumiantes que "cayeron bajo la
crueldad del hombre. Por eso los canto.
Dicen que el Santo de Asís, al despedirse de uno de esos seres, le dijo: "adiós, hermano buey"; y diz también
que un filósofo profundo exclamó: "mientras más estudio a los hombres, más estimo a los perros". ¡Gran
sabiduría!
Yo, cuanto más contemplo la vida de los bueyes, tanto más profundizo la pequenez del Rey de la Creación.
Es de tarde…
sobre la cúspide del monte,
una fiesta de matices.
Arde
el sol, y, el horizonte,
a modo de encorvado mastodonte,
bajo el eterno y azulino domo,
parece que a lo lejos
bañado de una lluvia de reflejos,
lleva árboles y riscos sobre el lomo.
Es la última faena,
les dice el labrador con sentimiento:
mañana al fin terminará la pena
que os llena de profundo abatimiento;
sois viejos, ya los años, bueyes míos,
os han tornado inútiles, cansados,
por eso vais tardíos
al valle donde extiendo mis sembrados
el tiempo la pujanza de otros días
os quitó con sus bravas osadías...
Allá, sobre la cumbre, brillante pincelada de naranja, magnífica explosión de suave lumbre, anuncia
la llegada de la aurora.
Despiértase la granja
y al ensancharse la soberbia franja,
así como un. despliegue de cendales,
el valle se colora
y un himno de palomas y turpiales
resuena en las montañas;
se esmalta de carmín el dulce grumo,
flamean las banderas de las cañas
y en grandes espirales sube el humo
del rústico fogón de las cabanas;
aléjase por fin la noche negra
y al beso matinal todo se alegra.