La Iglesia y Convento Mayor de San Francisco
La Iglesia y Convento Mayor de San Francisco
La Iglesia y Convento Mayor de San Francisco
LA IGLESIA Y CONVENTO
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DERECHOS RESERVADOS
INSCRIPCIÓN
BIBLIOTECA NACIONAL
IMPRENTA UNIVERSITARIA
VALENZUELA BASTERRICA Y CÍA.
el Consejo de Monvmentos
Nacionales
dedica este cvaderno
al iv Centenario de la llegada
de la orden de los franciscanos
a Santiago
octvbre 1553 -
octvbre 1953
LA IGLESIA Y CONVENTO
MAYOR DE SAN FRANCISCO
en que Fray Martín de Robleda recibiera los doce solares, con la obliga
i)
azotado por «tres quemas» y un temblor, que el 7 de Agosto de 1583,
derribó su menguada estructura. Los frailes pidieron entonces ayuda a
los feligreses y ya en el mes de Enero de 1584, oficiaban en una «iglesia
pequeña e inadecuada», debido a lo cual, el provincial decidió elevar
una al Soberano para «levantarla de cantería que es cosa fija».
súplica
Por Real Cédula de 2 de Enero de 1586, Felipe II les entregó la suma
de 1 .000 pesos, en derramas de 6 años, a pesar que el costo calculado fué
de 12.000 y el tiempo prudencial de edificación, de ocho años.
T La fábrica estuvo a cargo de
Fray Antonio, aparejador o arquitecto;
dirigió la cantería, Fray Francisco Girón; Francisco Fernández, la faena
de contratar indios obreros, y Antonio Jiménez, la fragua de la herrería.
Terminado el crucero, el 23 de Septiembre de 1594, se colocó sobre el
sagrario, la milagrosa efigie de la Virgen. <•
tres de
Septiembre del año de mil quinientos noventa y cuatro y acabóse
de todo punto dicha iglesia el año de mil seiscientos diez y ocho, cuarenta
y seis años después que se comenzó».'
*•
San Francisco era de grandes proporciones en su área; «es una ciu
dad según es de grande», apunta el Padre Ovalle. El edificio de piedra
blanca de cantería, labrado en grandes bloques, estaba compuesto de
una nave principal y de sólo dos
capillas laterales, que formaban la figura
de una cruz perfecta. El espacio meridional quedó destinado a
campo
santo. ¿^
La silueta exterior la daba su torre de considerable altura, sobre
base cuzqueña, construida en tres cuerpos superpuestos a la manera de
plataformas que remataban en lo más alto en forma de pirámide.
El convento comprendía dos claustros: el menor, terminado en
1628,
de arcos de ladrillo de mampostería; el segundo más amplio, estaba de
corado en sus muros, escribe el P. Alonso de
Ovalle, «de muy devota
pintura de la vida del glorioso santo, careada con los
pasos de su dechado
maestro Cristo Nuestro Señor». En las
esquinas había cuatro grandes
cuadros que servían para la fiesta del
patrono.
(!
descripción anterior coincide en lo esencial con el cuerpo que ha que
nos
nica la sacristía con el claustro, otra de las obras maestras de esa época
inicial. Manuel Toussaint, el reputado historiador mexicano, encuentra
ven de apoyo a una media agua de tejas que desciende hasta las canale
nada por los siglos, sostenida por un armazón de madera negra, tallada
por un artífice criollo que imitara ingenuamente algunos motivos rena
centistas.
La sillería del coro es digna de particular mención. Fernando Mar-
i
quez de la Plata, quien ha historiado el desarrollo de la ebanistería na
porción».
En el altar mayor luce todavía la pequeña imagen napolitana de
la Virgen del Socorro, patrona colonial a partir del plebiscito de 15 de
Abril de 1645. La moda de los siglos transformó esta reliquia en imagen
de bulto que vistieron con primor los devotos y feligreses.
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que adorna las paredes del claustro. Son 42 enormes telas, de prosapia
cuzqueña, pintadas entre el 8 de Diciembre de 1668, fecha que se descu
bre en una de las guirnaldas decorativas, y fines de Febrero de 1684,
como puede, leerse en el cuadro de los funerales del santo. «Obra de enor
serie, sino por la riqueza temática, por la variedad del tratamiento plás
tico, por la multitud asombrosa que la puebla, por la unidad de ejecución,
por el estudio de expresiones, por la coherencia del estilo».
Fueron pintados estos cuadros en el Cuzco, y son réplicas de los
originales salidos del taller del fraile español Basilio de la Cruz y de sus
discípulos, entre los cuales se destaca la experta mano de Juan Zapata
Inga. El texto básico es una narración hagiográfica que no hemos podido
descubrir en la copiosa literatura franciscana, pero que no guarda rela
ción con las «Florecillas de San Francisco», ni el relato de la «Leyenda
Dorada» de Jacobo de la Vorágine.
El conjunto remueve problemas estilísticos de gran interés. La figu
ra dominante, San Francisco, dentro de la natural adaptación a las eta
jando el alma de las cosas. Aquí vemos la imposición del maestro Basilio
de la Cruz, firma que aparece en algunos de los originales del Cuzco,
junto al San Francisco desnudo, ascético, macerado, producto de la ins
piración de un conocedor de Zurbaran.
—
El flamenquismo es patente en las escenas populares que abundan
en la serie. La mesa, repetida en varias telas, no es la «tavola» redonda
mera vista aparece como orientalismo esa nota que Sartorius creyó do
—
, pero no
hay/que olvidar que el oriente
cercano se hizo sentir también en la pintura toscana.
Culmina la variada serie con el cuadro de Los Funerales de San Fran
cisco que arrancara frases
superlativas a la curiosidad precursora de Luis
Alvarez Urquieta y que Antonio R. Romera ha emparentado con Brueghel,
agregando: «En Zapata cambia el espíritu, mas la manera de componer
sus escenas recuerda al flamenco. El espíritu de primitivo que hay en
el cuzqucño da a sus obras, por lo demás, una emoción muy plástica».
'
.
CJCT' fiCIUNAL
Los comienzos delsiglo XVIII fueron de plena actividad en el tem
plo Fray Agustín Briceño, lector de teología y esco-
de los franciscanos.
tista de merecida fama en esa época, dedicó sus esfuerzos a la modifica
ción de la planta. Se reforzaron los corredores con ángulos de clavazón
y fuertes vigas, y se abrió una nueva portada barroca por mano de Ma
nuel Toro.
El segundo claustro fué ampliado enfermería de 16 celdas,
con una
con sus alcobas, molduras y puertas labradas por Francisco Mesa. Para
el servicio interno se instaló una capilla, dedicada a Santa Ana, que con
cluyó Francisco Cid.
La obra maestra ampliaciones fué el refectorio, en estrecha
de estas
rios —
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frontal de plata para el altar mayor y un nuevo órgano de tapas poli
cromadas.
.
Pero, no habían aún terminado estos trabajos, cuando un nuevo
escribe
admirablemente situada, más alta
—
por José Gandarillas, puede darnos una idea de lo que fuera estilística
mente, este campanario, a nuestro juicio ventajosamente reemplazado
—
II
rramaba tenue luz sobre los contornos. El golpe de vista interno fué mo
dificado, con una nueva perspectiva que se obtuvo, gracias a una distri
bución más armónica de las capillas.En la de San Antonio, entregada
a los cofrades de San Benito, se colocó el busto del patrono; en la de San
José, el de San Pedro de Alcántara. En el arco de la capilla de la Concep
ción, quedó la imagen de la Virgen del Carmen, y en el lado opuesto, el
San Francisco de la Bóveda, que aún se conserva. El culto de N. S. de
Copacabana, de las cofradías negras, fué intensificado con nuevas dona
ciones que permitieron perfeccionar su retablo.
El templo en su integridad se entabló con madera de ciprés y en su
¡i
su paleta costumbrista, el pintor Manuel Antonio Caro, en el hoy des
aparecido cuadro de «El Cucurucho».
Era un barrio ultraterreno y suburbano de meditación, recatado y
pobre. San Francisco abría el paso hacia la alta Cañada y la plazuela de
Barainca, camino que dibujaba la planturosa iglesia de San Juan de
Dios y los murallones de adobe de los monasterios de las Carmelitas, de
San José y de Santa Clara, que escondían, tras la reja de la clausura,
su sereno y nostalgioso fervor de religiosas.
La historia republicana de San Francisco
no hay que buscarla en
época.
El templo, sin embargo, iba perdiendo en su interior las líneas colo
niales. Las reformas eclesiásticas, conformes al gusto dominante como —
mol travestino y el insolente yeso que traían de Roma los artífices ita
lianos que dominaban por su técnica el medio ambiente artístico.
En la primera mitad del siglo XIX, el provincial Fray Francisco
Briceño, ordenó la reconstrucción de parte del edificio que amenazaba
ruina por el decurso de los siglos y el repetido golpe de los temblores.
Se encargaron los planos a Fermín Vivaceta, noble personalidad demo
crática, quien desde los duros bancos de aprendiz de ebanista, había
ascendido a la categoría de arquitecto, gracias a su inteligencia y a su
Luciano Henault. Vivaceta iba a dejar su huella en ese ecléctico siglo XIX,
en que Santiago ensayara las más variadas y peregrinas formas estilís
ticas, en los edificios que el progreso urbano hacía levantar.
La solución arquitectónicaideada por Fermín Vivaceta fué acertada :
es sobria, funcional, inspirada según un artículo de Alberto Ried en
—
—
ACIONAL
SNA 1 9
lo
de prensa de El Ferrocarril (Junio 4 de 1858), «útiles servicios a los ve
cinos».
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ha permitido conservar fotografías de esta lamentada y lamentable de
molición.
Por
fortuna, la Iglesia de San Francisco se mantiene todavía enhiesta,
con el elocuenteaplomo de una secular tradición histórica. Se han ido
las antiguas reliquias de su barrio. El Hospital de San Juan de Dios, cuyo
templo dibujara Joaquín Toesca; el sencillo adobe del templo de las Mon
jas Claras; el rebuscado gótico florido de las monjas del Carmen, obra
de Fermín Vivaceta; la pérgola de flores. Lo rodean ahora las masas de
cemento de la audaz arquitectura contemporánea,
que expresan con nue
vas técnicas una nueva sensibilidad artística, a su vera, desfilan inter
y
minables, las ininterrumpidas olas del tránsito de vehículos, pero este
mismo contraste, parece condensar en nueva síntesis la estética colonial
que lo hizo surgir a la vida. Su perfil ha ganado en lozanía. Su torre re
corta con elegancia la comba azul del cielo santiaguino. Mirada desde
la altura, la imponencia de sus incontables tejas que caen en media agua
sobre la Alameda, hoy Bernardo O'Higgins, que se entrecruzan en sus
aleros y dibujan, mendicante, el cuerpo del edificio por la calle de San
Francisco, dan la sensación de ese sobrio pasado medida de lo nuestro
— —
que hay que Sus robustas puertas se abren para los ojos del
conservar.
arte y enseñan vestigios artísticos que nos conectan con los siglos pre
NOTA. —
15
•^LiOTfCA NACIONAL