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Los Linyeras

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Van los linyeras...

Construction and circulation of a positive view of romantic individualism


in early twentieth century Argentina

Resumen Abstract
El artículo da cuenta de cómo durante las primeras The article explains how a positive view of romantic
cinco décadas del siglo veinte, circuló y se asentó con individualism embodied in the hobos circulated and
relativa fuerza, por distintos espacios sociales de la established in the first half of 20th century Argenti-
Argentina, pero particularmente en zonas dinámi- na. Tenant farmers in the Pampas, cultured travellers
cas con capacidad de producir y legitimar definicio- of early 20th century, anarchist culture –powerful
nes sociales, una noción positiva de individualismo in the 1910s and 1920s- and some expressions of the
romántico vitalista encarnada en la imagen simbó- cultural industry of the first Peronism will be
lica de un tipo de trashumante. Los arrendatarios analyzed. This ideal globetrotter will be constructed
rurales del mundo pampeano, los viajeros cultos de with empirical reference to the concrete social
principios de siglo XX, la cultura anarquista –pode- experience of migrants who, travelling on cargo
rosa en la Argentina de los años diez y veinte del si- trains, roamed as day laborers throughout the
glo XX– y, por último, expresiones de la industria harvest zones of the Pampas from late 19th century
cultural del primer peronismo, serán las zonas di- to the 1940s. They were called “linyeras” at first and
námicas que se analizarán. Este trotamundo ideal, “crotos” later.
será construido sobre la referencia empírica de la
Romantic individualism; linyeras; Argentina;
concreta experiencia social de trashumantes que,
symbolic identity; transformations
montados en los vagones de trenes cargueros, reco-
rrieron como trabajadores golondrinas principal-
mente las zonas de cosecha de la pampa húmeda
desde fines del siglo XIX hasta los primeros años
cuarentas y que fueron llamados linyeras primero y
crotos después.

Individualismo romántico; linyeras; Argentina; iden-


tidad simbólica; transformaciones.

52 Van los linyeras… / LUCAS RUBINICH


Van los linyeras…
Construcción y circulación de una noción positiva del individualismo
romántico vitalista durante la primera mitad del siglo XX argentino*

LUCAS RUBINICH

Ante todo una afirmación que se intentará fundamentar a lo largo * Este trabajo es parte de uno mayor que,
a través de las representaciones de los
de estas notas: durante las primeras cinco décadas del siglo veinte
linyeras, se propone indagar formas
circuló y se asentó con relativa fuerza, por distintos espacios socia- diferentes de manifestación de una
les de la Argentina, pero particularmente en zonas dinámicas con cuestión central para la sociología: la
capacidad de producir y legitimar definiciones sociales, una noción relación entre las prácticas y represen-
taciones sociales, entre la externali-
positiva de individualismo romántico vitalista encarnada en la ima-
zación y la internalización, entre la es-
gen simbólica de un tipo de trotamundo. Trotamundo ideal cons- tructura y la agencia. Esta experiencia
truido sobre la referencia empírica de la concreta experiencia social posibilitó diversos encuentros con vie-
de trashumantes que, montados en los vagones de trenes cargueros, jas anotaciones y personas concretas a
las que debo agradecer. En principio a
recorrieron como trabajadores golondrinas principalmente las zonas
los ex chacareros e hijos de chacareros
de cosecha de la pampa húmeda desde fines del siglo XIX hasta los inmigrantes que fueron arrendatarios
primeros años cuarentas y que fueron llamados linyeras primero y en el Norte de la provincia de Buenos
crotos después. Aires y Sur de Santa Fe, que hoy tie-
nen alrededor de ochenta años o más,
En distintas zonas de la sociedad podían encontrarse simpatías con y que fueron entrevistados de manera
informal simplemente por ser amigos
esa imagen idealizada del trashumante, sin dudas con diferentes in-
de amigos, amigos de parientes o pa-
tensidades y sutiles variaciones en la argumentación, aunque con al- rientes. Entre 1985 y 1992 tuve largas
gunos significativos puntos en común, expresadas en prácticas coti- charlas con José Fernández, militante
dianas, en opiniones escritas, en objetos culturales, que la reivindi- libertario, trabajador rural autodidacta
que habitaba un rancho poblado de li-
caron. Este vagabundo ideal es imaginado y relatado ante todo como
bros en la localidad de Viña y que de-
un hombre digno, familiarizado con algunos bienes prestigiados de bía su acercamiento a las “ideas” a un
la cultura universal, que renuncia a los beneficios de una vida con- trashumante anarquista. Los compa-
fortable o a la posibilidad de obtenerlos a través de una disciplina de ñeros de la Biblioteca Archivo “Estu-
dios libertarios” (BAEL) de la Federa-
trabajo de la que escapa, inspirado por algún tipo de ideal que le hace,
ción Libertaria Argentina de Buenos
a la vez que rechazar los placeres mundanos y la simple ambición Aires proporcionaron un material
material, reivindicar la vida simple y austera acompañada de la creen- inhallable en otro lugar. A Diego
cia en la elevación del espíritu humano a través de la cultura. Bugallo, a Hernán y a Marina por su
comprensión, afecto y sabiduría des-
Dos tipos ideales del trashumante imaginario pueden construirse a interesada. A la señora viuda de Anto-
través de los retazos de testimonios, artículos periodísticos, cancio- nio Tormo por su amabilidad para res-
ponder preguntas que llevaban preten-
nes, obras de teatro, memorias, etc.: los dos jóvenes, los dos con idea-
siones de precisión.
les que pueden ser diferentes, pero que de alguna manera confrontan
con aspectos parciales o totales del mundo realmente existente. Lo

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que los distingue básicamente es el origen social: Uno llegaría a la
trashumancia desde una familia con estatus socio cultural –y proba-
blemente económico– relativamente alto; y el otro desde las zonas
subordinadas del espacio social pero, por alguna razón más o menos
azarosa, había conquistado un apreciable capital cultural a través del
autodidactismo.

En el primer caso se recurre a relatos de jóvenes estudiantes o profe-


sores europeos que llegaron a estas tierras escapando de los traumas
de la primera guerra, o antes, de alguna persecución por ideas, y qui-
zás hasta por un desengaño pasional; también puede imaginarse a
alguien perteneciente a familias tradicionales del país que, habién-
dose echado a los caminos por alguna misteriosa circunstancia, deci-
de vivir de otra manera ocultando su origen. El segundo incluye una
especie trotamundos, que sin lugar a dudas coincide con uno de los
tipos reales, constreñido por la necesidad e iluminado por nociones
más o menos vagas sobre la libertad y la aventura que de alguna u
otra manera estaban efectivamente disponibles alentadas y difundi-
das por el poderoso mundo libertario con una presencia importante
en el espacio popular de las primeras décadas del siglo en la Argenti-
na. Ese mundo libertario en el período citado había generado hom-
bres de clases subalternas letrados e interesados por una cultura uni-
versal con la que se habían relacionado apasionadamente en biblio-
tecas de humildes y babélicos barrios obreros sostenidas por un sin-
dicato o por una agrupación libertaria. Las había con nombres tales
como “Brazo y cerebro”, “Alba”, “Mundo nuevo”. Todas ellas eran la
realización concreta y cercana de, por un lado, los indicios del nuevo
mundo que se avecinaba y, por otro, de la reafirmación de que hom-
bres y mujeres de las zonas más desprotegidas de la sociedad ya eran
en sus propios cuerpos parte de ese mundo nuevo. Entre otras cosas
porque en su lucha por acercarlo se iban apropiando de un saber an-
tes reservado a una franja de las elites sociales y que ahora comenza-
ba a ser apropiado en tanto se valoraba como herramientas de trans-
formación. El libro en tanto objeto emancipador podía y debía ser
llevado a los distintos rincones en los que habitaban y sobrevivían los
hombres del mundo subalterno para alumbrar caminos de libertad.
Ese errante propagador de nuevos mundos era la materia prima so-
bre la que en las chacras y ciudades, hombres no demasiado distintos
que ahora eran sedentarios, construían relatos sobre trashumantes
austeros sin ambiciones materiales y dueños de una generosa rique-
za cultural.

54 Van los linyeras… / LUCAS RUBINICH


Hay una presencia real y fuerte en la Argentina de las tres primeras 1 En su trabajo pionero publicado en 1970,
Alicia Maguid explica detalladamente las
décadas del siglo del trabajador golondrina llamado linyera y croto1
historias de los dos significantes que se
que viaja en los trenes de carga para ofertarse como mano de obra en usaron para nombrar a estos trashu-
las diferentes cosechas (maíz, trigo, cebada) que en esos años se re- mantes: “El apelativo de ‘croto’ reem-
cogían a mano. De acuerdo a Nario, una estadística oficial del ferro- plazó el antiguo de linyera –este pro-
venía de ‘linghera’, que significaba ata-
carril Sud habría dado para 1936 unos 350 mil crotos viajando furti-
do– y comenzó a popularizarse a par-
vamente por los cargueros de la república (Nario, 1986). Es sin lugar tir del año 1921. Existen interpretacio-
a dudas un número exagerado y tiene muchos elementos que permi- nes con respecto al origen del adjetivo
ten no tomarlo muy en serio. En principio hay que imaginar las difi- para señalar a los trabajadores golon-
drinas o linyeras pero en todas ellas se
cultades de realizar el conteo de unos pasajeros informales que si
lo vincula a José Camilo Crotto, diri-
bien fueron autorizados en algunos momentos a viajar sin ser perse- gente de la Unión Cívica Radical, que
guidos por el personal de ferrocarril, en muchos casos bajaban y su- fue senador nacional por la provincia
bían con el tren en marcha para evitar problemas en las estaciones de Buenos Aires entre 1912 y 1917 y
gobernador de dicha provincia desde
grandes. Pero, por otro lado, es posible encontrarse con fotografías
1918 hasta 1921. Por un lado se sostie-
de los primeros años treintas en las que se ven varias personas en los ne que la palabra ‘croto’ comenzó a
techos de vagones de un tren y también con los testimonios de veci- usarse a raíz de que el gobernador dio
nos del norte de la provincia de Buenos Aires que recuerdan en los un permiso para que los linyeras via-
jaran gratis en los ferrocarriles en la
años treinta cientos y cientos de golondrinas que llegaban en los te-
jurisdicción de su provincia; por otro
chos de los trenes. Y es verdad que la forma de recolección de la épo- lado se adjudica su nacimiento a una
ca necesitaba de la mano de obra golondrina que viajaba por este caricatura aparecida en loa popular
medio de cosecha en cosecha. Entre 1930 y 1940 una hectárea sem- revista Caras y Caretas del 19 de febre-
ro de 1921, en la que se muestra a un
brada con maíz requería casi 100 horas hombre (Nario, 1986). Estas
linyera detenido por la policía y al go-
cifras descenderían con el proceso de mecanización a menos de la bernador Crotto que lo mira y dice: Ese
mitad de horas hombre en la década de los cincuentas. va como yo, entre dos ministros.”
(Maguid, 1970).
Esta presencia real es habilitada entonces por una economía prima-
ria agroexportadora en la que confluyen tres elementos centrales: la
2 En el caso de EE.UU. está el clásico tra-
recolección manual de cereales; la red ferroviaria tendida en función
bajo de Nels Anderson, sociólogo de la
de ese modelo y la inmigración europea que si bien en parte se inser- mítica Escuela de Chicago, The Hobo,
taba en las grandes ciudades, también era parte significativa de esa reeditado recientemente por The
mano de obra golondrina. Se ha indagado ya sobre las características University of Chicago Press con otros
artículos como On Hobos and
del fenómeno de los vagabundos reales en trabajos que refieren a las
Homelesness. Sobre esta reedición Ni-
diversas categorías de linyeras, sus prácticas y aspectos de lo que po- colás Viotti publica un trabajo en este
dría nombrarse como una subcultura.2 número de Apuntes. En lo que hace al
fenómeno concreto en la Argentina
Ahora bien lo que acá interesa es dar cuenta de los elementos que está el citado trabajo pionero de Alicia
habilitan esa noción idealizada del trashumante que circula por dife- Maguid, publicado en 1970 “Los
crotos: la militancia trashumante”,
rentes zonas de la sociedad durante cinco décadas inclusive en una
también los artículos de Hugo Nario
última etapa en la que prácticamente había desparecido la práctica aparecidos en los Cuadernos de Histo-
debido a la creciente mecanización del trabajo agrícola y también a ria Popular Argentina del CEAL en
una mejor inserción de las clases populares en el sector industrial de 1986 y su Bepo. Vida secreta de un
linyera, que es un extraordinario do-
las grandes ciudades. Los nuevos migrantes internos que también se
cumento en el que se organizan las

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notas del linyera libertario Bepo movilizan en cantidad significativa en los años cuarentas viajan en
Ghezzi completadas con entrevistas
trenes de pasajeros. Sin embargo esa imagen idealizada, de alguna
que resulta en una singular historia de
vida. Con motivo de la muerte de Bepo
manera sigue resultando productiva.
en 1995, Héctor Pavón publicará el ar-
tículo “Todos los crotos van al cielo” en
Cuáles son los elementos que habilitan a producir una relativa sim-
el diario Clarín. En 1998 Osvaldo patía hacia una imagen idealizada de un tipo social que rechaza la
Baigorria, escritor, periodista y profe- integración en una sociedad marcada por la llegada masiva de
sor, escribe “En pampa y la vía. Crotos,
inmigrantes que, pobres de origen en su gran mayoría, realizan una
linyeras y otros trashumantes” en don-
de aparecen análisis y relatos de un
apuesta con ribetes épicos para lograr un mejoramiento de las condi-
fenómeno que lo incluye vitalmente, en ciones de vida, por superar las barreras culturales y educativas, por
tanto el padre de Baigorria fue linyera. integrarse. Quienes son los agentes o grupos sociales con capacida-
En 2007, la Biblioteca archivo Estu-
des particulares para generar y distribuir visiones del mundo que de
dios libertarios publica con el nombre
¡Que vivan los crotos! una compilación
alguna manera producen cierta legitimación de este trashumante idea-
en la que se reedita el artículo de lizado. Hay por supuesto características intrínsecas de ese grupo que
Maguid, narraciones de Angel Borda, hacen posible, por un lado, la lectura privilegiada y, por otro, condi-
un vocabulario usado por los linyeras
ciones culturales en vastos sectores de la población que hacen
y una bibliografía.
receptable esa lectura.

Lo que acá se sostiene es que hay por lo menos cuatro lugares socia-
les y culturales privilegiados de legitimación de esa imagen en dife-
rentes momentos dentro de esas cinco décadas. Estas cuatro lugares,
con diferentes características, se conforman como tales a partir de su
pertenencia a un espacio complejo de agentes sociales, grupos o ins-
tituciones que actúan como productores y difusores privilegiados de
visiones del mundo, de algún modo definiendo y habilitando, por
ejemplo, esta imagen a sectores amplios de la sociedad. a) La pobla-
ción inmigrante de ultramar que se asentó como arrendataria, en la
productiva zona de la pampa húmeda argentina (conocida por el pre-
dominio de esa población como pampa gringa) desde fines del siglo
XIX y que fueron conocidos como chacareros, tenían una estrecha
relación con los trabajadores golondrinas. Sus historias de viajeros
pobres que cruzan el océano, quizá también su propias experiencias
como golondrinas generaban un acercamiento concreto con los tras-
humantes, sobre todo con los paisanos. Que algunos de ellos fueran
cultos e idealistas contribuyó a que, además de la identificación por
similitud de experiencias de vida, se generasen relatos orales sobre
sus singulares rebeldías. b) En los últimos años del siglo XIX y la
primera década del XX viajeros y empresarios cultos, junto a funcio-
narios encargados de la justicia y de la policía, se detuvieron a mirar
con relativo asombro un tipo de vagabundo urbano que parecía no
coincidir con los prejuicios circulantes por su ámbito social. Dos ca-
racterísticas llamaban la atención: su tipo racial y sus modales. c) En

56 Van los linyeras… / LUCAS RUBINICH


la medida que avanzaba la primera década, diversos agentes sociales
del movimiento libertario le dieron forma ideológica al trabajador
golondrina que viajaba en los trenes, favorecido en que muchos de
ellos eran portadores de ideas libertarias. El diario, la canción popu-
lar, la poesía y la práctica militante desde un movimiento con una
gran fuerza cultural en esos momentos darán letra a la reivindica-
ción de esos individuos singulares que recorren el país en los trenes
de carga. d) Por último, durante el primer peronismo, bajo otras for-
mas ligadas al extraordinario crecimiento de la industria cultural,
reaparecerán figuras de rebeldes que se expresarán en un moreirismo
de radioteatro, en el cine, pero sobre todo para lo que acá interesa, en
la canción popular que, procesando de manera original tradiciones
de músicas regionales, las canciones legitimadas en el mundo urba-
no desde los años treintas, llamadas criollas, y las formas rebeldes
del mundo ligado a los payadores, llega a los oídos populares a través
de la extraordinaria expansión de la industria discográfica y la posi-
bilidad de adquisición de artefactos técnicos que democratizan las
posibilidades de circulación de esos bienes: la radio, los pequeños
tocadiscos llamados victrolas y los reproductores de discos que co-
menzaban a formar parte de la escenografía de cada uno de los bares
del mundo obrero.

I.
“por los años veinte más o menos, llegó como linyera a la chacra, en
Manuel Ocampo, un muchacho paisano que hablaba muy bien y traía
varios libros. Los domingos cuando hacíamos tiro al blanco sobre unas
latas él se destacaba. No erraba un tiro. Se llamaba Josip. Después supi-
mos que se había convertido en el Mariscal Tito…”

Del relato recurrente de Mariano Rubinich a sus hijos y nietos alrede-


dor de 1960 (anotaciones personales, 1974).

En una primavera de 1966 o 1967, cuando tenía entre los once y doce
años, conocí a uno de los trotamundos de los que había oído en mis
pocos años hablar largamente. No era extraño que en una ciudad de
la pampa húmeda, con una alta productividad del suelo, donde los
inmigrantes que llegaron masivamente a partir de 1880 comenzaron
a sembrar y cosechar principalmente maíz, como chacareros arren-
datarios, hubiese una familiaridad con esos trotamundos. La genera-
ción de mi padre y de mis abuelos habían vivido como protagonistas
más o menos directos, las cosechas levantadas a mano en las que par-
ticipaban cientos y cientos de trabajadores golondrinas, en su mayo-

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ría inmigrantes e hijos de inmigrantes europeos, que arribaban des-
de alguna gran ciudad como Buenos Aires o Rosario o de otra cose-
cha, montados en los techos de los trenes de carga. Los chacareros
arrendatarios necesitaban de esa mano de obra que en términos so-
ciales y culturales estaba conformada por hombres demasiado pare-
cidos a ellos mismos: eran ellos mismos inmigrantes llegados no hace
mucho que no habían podido ubicarse de otra manera en el mercado
laboral o hijos de inmigrantes que se alejaban de frustraciones pater-
nas e intentaban a su manera insistir de forma un poco aventurera
con la posibilidad de obtener mínimos recursos y quizá también de
insistir a su manera con el sueño de hacer la América. Y si el linyera
con libros en su mono era nativo y no hablaba mucho de su origen
todos imaginaban que ese joven, educado, de buenos modales, que
alguna vez ayudó en los deberes escolares a los hijos del chacarero,
era la oveja descarriada de alguna familia de clase alta de algún lugar
de la Argentina, que algún misterioso y traumático hecho la había
alejado de los lujos y comodidades de ese hogar paterno.

Este era el caso de Don Sosa, a quien mi padre me presentó en una


tarde de primavera en los galpones de la estación Arrecifes de un ra-
mal del ferrocarril que se llamaba Bartolomé Mitre y que corría des-
de Venado Tuerto en la provincia de Santa Fe, a Buenos Aires. Don
Sosa Tenía su solitaria ranchada a un costado de los grandes galpones
y para esa época ya no andaba mucho, porque había dejado de ser
croto de vía debido a que no existían las condiciones favorables que
persistieron de alguna manera hasta los primeros años cuarentas, y
además porque ya era un hombre viejo. A mis ojos de chico de 12
años, el hombre se parecía bastante a un mendigo. No obstante la
diferencia se hacía cuando la figura de barba negra comenzaba a
moverse y a hablar. El hombre hablaba como habla alguien a quien
las personas de mi pueblo consideraban culto. Tenía, corroborando
el mito, un par de libros viejos sobre una bolsa de arpillera. Me contó
que había conocido a mi padre, a su hermano y unos primos cuando
estos eran chicos y estaban en una chacra cercana al arroyo Lavalle,
en el camino que va de Arrecifes a San Pedro. El hombre paraba de
tanto en tanto a orillas de ese arroyo y se acercaba a la casa. Mis abue-
los que tenían alguna dificultad con la escritura en castellano habían
encontrado que este hombre correcto y amable podía ayudar a los
muchachos en sus deberes para la escuela. No obstante, ellos prefe-
rían encontrar a Don Sosa a orilla del arroyo para que les leyera parte
de una novela de aventuras o les enseñase a fabricar un anzuelo con

58 Van los linyeras… / LUCAS RUBINICH


cualquier alfiler y ponerle una carnada señuelo con cáscara de man-
darina para pescar en el arroyo.

Conté el relato de esa visita a varias personas cercanas. Los padres


de mis amigos, mis tíos, todos repitieron lo mismo con variaciones:
Don Sosa era de una familia de clase alta, probablemente no se lla-
maba Sosa. Unos creyeron escuchar que había matado a otro mucha-
cho de su mismo sector social en una pelea y por eso se largó a las vías;
otros me dijeron que la causa que lo convirtió en un trotamundo fue
que su prometida lo engañó con el mejor amigo. Su origen de clase alta 3 En la mayoría de los relatos de los vie-
era lo que todos mencionaban antes que otra cosa. Esta era una de las jos ex chacareros, también hijos de
explicaciones posibles para dar cuenta de la singularidad de un vaga- chacareros aparecen los dos tipos idea-
les: el autodidacta culto, probablemen-
bundo de tipo europeo, de buenas maneras y culto.3
te con ideas “raras”, pero educado y
amable y el otro directamente educa-
Entre los chacareros de las zonas de cosecha en la que participaban
do y amable que es posible presumir
los trabajadores golondrinas inmigrantes, también en el caso de fun- no tenga vocación militante y al que se
cionarios públicos acostumbrados a relacionarse con clases popula- imagina de clase alta.
res y el mundo de la pobreza en el último tercio del siglo XIX, y en
algunas miradas sensibles del mundo de las clases acomodadas po-
seedoras de cierto capital cultural se construyó (con argumentos di-
ferentes) un relato amable sobre los trashumantes que coincide en
imaginarlos como individuos que radicalizan esa noción de indivi-
dualidad y que portan un capital cultural incompatible con la noción
habitual de vagabundo marginal o mendigo. Hay otro componente
implícito relativo a lo racial que está presente en cada uno de estos
casos, pero que es planteado sin ambigüedades por las crónicas es-
critas por viajeros europeos, constructores privilegiados de esta mi-
rada simpatizadora.

Estos elementos que circularán y se integrarán de diferentes mane-


ras a las visiones del mundo de diferentes sectores sociales de la so-
ciedad argentina se asientan sobre un extraordinario proceso de trans-
formación demográfica que producirá una sociedad radicalmente
diferente a la que Lucio V. López pudo describir (específicamente en
relación a Buenos Aires) en La Gran Aldea. En cuarenta años, el con-
junto de la sociedad argentina y muy particularmente las ciudades y
la región de la pampa húmeda, sufrirán una transformación
conmocionante. Entre 1870 y 1915 la Argentina recibe más de
7.000.000 de inmigrantes mayoritariamente provenientes del sur de
Europa. La significación de esta masa de población en el país se ilus-
tra sin demasiadas vueltas cuando se observa que en el censo de de
1869 se registran apenas 1.737.000 habitantes y en un período de

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poco más de cuarenta años esa cantidad prácticamente se triplica (el
censo de 1914 da cuenta de 7.885.000 habitantes). De los países que
recibieron el extraordinario flujo migratorio europeo (entre 1820 y
1924 más de 55 millones de europeos se desplazaron más allá del
océano), EE.UU. ocupará el primer lugar en términos absolutos y le-
jos del resto. Detrás de EE.UU. está la Argentina, y luego Canadá.,
Brasil y Australia (Devoto, 2007). Aunque es verdad que en términos
absolutos la Argentina “recibió muchos menos inmigrantes que los
EE.UU., la proporción que los inmigrantes ocuparon en la estructura
sociodemográfica argentina era hacia 1914 del orden del 30% (contra
el 15% que había en aquel país en 1910), cifra que convierte a nuestro
país en un caso límite de la historia de la población mundial del pe-
ríodo. La proporción del aporte migratorio se agiganta si se conside-
ra que una parte significativa de los habitantes contabilizados como
nativos por los censos nacionales era descendiente directo del alud
migratorio.” (Otero, 2007).

La ciudad de Buenos Aires tiene en 1895 más habitantes extranjeros


que nativos (318.361 nativos y 345.493 extranjeros). A medida que se
da un crecimiento de la población esta proporción prácticamente se
mantiene como se puede observar en los censos de la ciudad de Bue-
nos Aires en 1904 y 1914 y el crecimiento continúa de manera arro-
lladora: la población total de la ciudad en el 1914 llega a más de un
millón y medio de habitantes. Si esto ocurría en la ciudad capital, en
algunos pueblos de la pampa húmeda, del sur de Santa Fe, sur de
Córdoba y norte de la provincia de Buenos Aires, que interesan parti-
cularmente para este trabajo, la proporción de extranjeros producirá
cambios significativos. Los que eran pequeños caseríos en torno a
una posta o una iglesia se irán transformando a partir de 1890 en
pequeñas ciudades o pueblos vitalizados por una importante activi-
dad agropecuaria y comercial. La producción agropecuaria para la
exportación que tendrá su fuerza motora en la gran extensión de tie-
rras fértiles de esta zona pampeana se convertirá en el sector más
importante de la economía nacional. De la mano de este modelo de
economía primaria agroexportadora la economía argentina crecía
significativamente. “Si el PBI de los países europeos creció un 1,9%
promedio (entre 1870 y 1913) el de la Argentina en el mismo lapso lo
duplicó: 3,8% anual” (Devoto, 2007).

Esta situación va a generar verdaderos proyectos de integración y


nacionalización de los inmigrantes, y allí primero el sistema educati-
vo público extendido de una manera extraordinaria y luego el servi-

60 Van los linyeras… / LUCAS RUBINICH


cio militar obligatorio cumplirán un papel fundamental. Este pro-
ceso será acompañado de miradas desconfiadas frente a lo que un
faro intelectual de las primeras décadas del siglo XX como Leopoldo
Lugones, llamará la plebe ultramarina y una apuesta por encontrar
elementos culturales que dieran cuenta de una identidad nacional.
El Martín Fierro, hasta entonces una obra de género menor, se con-
vertirá mediante una verdadera operación simbólica efectuada por
Lugones, en el hito de la literatura nacional.

Quizás algunos intelectuales de esos años imaginaron al Martín Fie-


rro como una barrera frente al desconcierto que producía una si-
tuación demográfica babélica. Sin embargo esta obra cuyo héroe es
un individuo acosado que se larga a los caminos, podía producir
identificaciones intelectuales de jóvenes miembros de una elite cul-
tural, pero también generaba simpatías apasionadas en hombres que
4 Adolfo Prieto en su extraordinario tra-
habían dejado rancho, hacienda y a veces mujer, y que además, ya bajo El discurso criollista en la forma-
en la América, apostaban a nacionalizarse.4 Dejaban una tierra y en ción de la Argentina moderna analiza
muchos casos escapaban de la autoridad, para evitar una leva for- cómo la población inmigrante incorpo-
ra los diferentes elementos culturales
zosa, por portar un estigma cultural para la sociedad en que vivía,
criollos “gauchos”, nativos, que se ha-
pero quizás y sobre todo, escapaban de formas de autoridad y de bían derivado del proyecto lugoniano.
jerarquías que comenzaban a percibirse como arcaicas. El campesi-
no joven que debía doblar la cabeza frente a los sacerdotes y a los
señores comenzaba a desplegar cierta habilitación para desnatura-
lizar esas relaciones. Hechos significativos ocurrían en Europa des-
de la Revolución Francesa en adelante que impregnaban la expe-
riencia de las clases subordinadas no solo en las ciudades. De algún
modo la noción de individuo comenzaba a impregnar las experien-
cias de campesinos que habitaban en zonas arcaicas. Y si algo pare-
cido a la rebeldía no podía canalizarse a través de formas modernas
de organización colectiva, ya tampoco la única opción era identifi-
carse casi en silencio y a veces también con una puntual acción soli-
daria, con el bandido que alteraba la tranquilidad, el derecho con-
suetudinario, y con su práctica levantaba banderas de rechazo a la
autoridad. Quizá todos sabían en esos casos que el destino de esos
personajes era mítico y que por lo tanto, como en una vieja narra-
ción campesina a la que más adelante incorporaría ese nombre, su
final trágico estaba cantado. La posibilidad de salir de ese mundo
de jerarquías consideradas por los subordinados a medida que avan-
zaba el siglo XIX, como opresivas, se presentaba con opciones rea-
les de partida del lugar a un mundo lejano. Las políticas de fomento
a la inmigración llevada adelante por EE.UU. y por la República
Argentina abrieron un camino para lo que es, sin lugar a dudas, una

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apuesta percibida por los propios actores como una apuesta indivi-
dual, aunque obviamente estuviese habilitada por un complejo pro-
ceso que tiene su forma más visible en las políticas migratorias con-
cretas.

Esa apuesta individual era una apuesta por el mejoramiento de las


condiciones de vida, una apuesta por “la América”. Y esto encerraba
probablemente muchas cosas, pero de hecho lo que inauguraba, era
una práctica concreta, la de un aventurero: alguien que dejaba su lu-
gar en el que por cientos de años habían vivido sus ignotos ancestros,
quien de pronto transitaba caminos desconocidos y se encontraba
con hombres de otras regiones mientras llegaba al puerto de ultra-
mar. Allí embarcó y estuvo alrededor de 50 días en la tercera clase de
un buque que cruzaba el Atlántico junto a inmigrantes que hablaban
diferentes lenguas, que vestían de formas distintas. Es conocida la
historia de la llegada a puerto, el alojamiento temporario en un hotel
de inmigrantes y luego la búsqueda de trabajo. Muchos de los que
llegaban, sin familia y jóvenes, se largaban a los caminos o a las vías.
El requerimiento de mano de obra rural estacional era alto en las
regiones de la pampa húmeda. Allí marchaban muchos de los recién
llegados y eran contratados por chacareros. Con los años muchos de
los que hicieron esta experiencia se transformarán en chacareros
arrendatarios y habrán formado una familia.

Ese aventurero que cruzó el Atlántico y dejó atrás años de subordina-


ción campesina lleva en su mochila una experiencia singular de aven-
turero andariego, aunque no sea un golondrina que trabaja y vuelve a
Europa. El hecho de haber transitado de su aldea al puerto de ultra-
mar, el cruce multicultural del atlántico y los vagabundeos en busca
de trabajo en la América, lo convierten en un individuo moderno, en
un hombre hecho a sí mismo, que reivindica las apuestas riesgosas:
las que desafían ciertas tradiciones y que lo habilita a incorporar como
valores positivos el coraje individual que lo hará plantarse frente a
situaciones dadas consideradas injustas. Martín Fierro será enton-
ces una apuesta por la nacionalización para ese joven que en muchos
casos ni siquiera habla la propia lengua nacional, pero también, una
obra que lo reencontrará productivamente con su propia experiencia
cultural en un doble sentido: con la tradición campesina de identifi-
cación con los bandoleros rebeldes pero, sobre todo, con lo que él
acababa de incorporar a su propia experiencia personal, como alguien
que desafía al mundo, a su mundo local. Aunque esta sea una expe-

62 Van los linyeras… / LUCAS RUBINICH


riencia colectiva hay una apuesta por irse, en tanto también en mu-
chos casos está la posibilidad de quedarse.

De una manera estricta, el inmigrante que se había asentado relati-


vamente y se convertía en chacarero arrendatario, al observar a ese
hombre de tipo europeo que llega montado en trenes para levantar la
cosecha, puede pensar que es él mismo apenas unos años atrás. Los
chacareros recibían a esos hombres con los que trabajaban mano a
mano y sabían que en su llegada habían hecho parecidos viajes y las
mismas tareas. En algunos casos podían priorizar a los paisanos, so-
bre todo cuando esto implicaba un idioma que no fuera el castellano.
Por relaciones de parentesco y de lazos más amplios entre una colec-
tividad conocí durante los años sesentas a muchos chacareros
yugoeslavos, procedentes principalmente de la costa, o de algunas de
las islas del Adriático, como mi abuelo. Se habían asentado princi-
palmente en el Sur de Santa Fe y Norte de la provincia de Buenos
Aires. En los relatos principalmente de los hombres, se cuenta una y
otra vez que recibían paisanos en los que encontraban o creían en-
contrar no solo la preocupación por el trabajo y su propio mejora-
miento en América, sino historias de persecuciones políticas encar-
nadas por personajes rocambolescos. Los domingos en las chacras se
hablaba de Gavilo Princip, el estudiante que mató al archiduque Fran-
cisco Fernando, como antes se hablaba del rusito Simón Radowitzky
y se imaginaba algo parecido a uno de ellos en cada trabajador golon-
drina de Europa del este que llevaba libros en su “mono” y que dedi-
caba sus horas de ocio de cada día a la lecturas y los domingos a prac-
ticar tiro al blanco sobre algunas latas agujereadas. No solo mi abue-
lo –que guardaba un recorte de diario viejo en el que se veía la foto
joven del “muchachito ruso” Radowitzky– sino varios de los
chacareros paisanos de su generación que llegaron entre 1890 y 1910,
creyeron y hasta hicieron un esfuerzo por ver retrospectivamente en
algún joven trabajador golondrina que estuvo con ellos en los años
veinte al que sería el futuro mariscal Tito.

El trashumante llamado linyera entonces era para los chacareros de


fines del siglo XIX y la primera mitad del XX una figura respetable,
porque objetivamente era la mano de obra de las cosechas hasta los
primeros cuarentas, porque se lo veía como a un igual, y lo era a ve-
ces, en el sentido más literal, en tanto podían compartir origen y len-
gua. Pero además, los chacareros que se asentaban y lograban un
mejoramiento ostensible de sus condiciones de vida, encontraban
cierto marco de tranquilidad para hablar con estos jóvenes, a veces

ISSN electrónico 1851-9814 apuntes DE INVESTIGACIÓN / tema central: Partir 63


paisanos, y recordar sus épocas de aventuras. Que algunos de ellos
–quizás los más predispuestos al diálogo– fueran letrados, por ori-
gen social o por autodidactismo incentivado por la política, permi-
tía que el relato sobre los trashumantes construido por estos
chacareros fuese cobrando alguna dimensión mítica.

Estos actores sociales fueron fundamentales en la construcción de


este tipo ideal de vagabundo, porque eran una población extendida
por las zonas más dinámicas del país, porque eran también un sector
privilegiado en el proceso de movilidad social ascendente, y enton-
ces, las nuevas generaciones que accedían a posiciones importantes
en el comercio, en la actividad agropecuaria o en el mundo profesio-
nal, se convierten en voces autorizadas para reivindicar experiencias
de épicas individuales de las que habían participado familiarmente.

II.
‘‘Oh, dulce, resignado y filósofo atorrante! Tu eres una de las figuras
más profundas que he podido hallar en ese tremendo y aparatoso remo-
lino de superficialidades’’

José María Salvatierra, 1910 (en Gutiérrez, 1986)

Pero en los finales del siglo XIX surgirán voces con autoridad cultu-
ral y social que desde su especificidad también contribuirán a refor-
zar la evaluación positiva de este tipo ideal de trashumante, recu-
rriendo en este caso a una argumentación que trata de explicar a aque-
llos que han quedado en el lado más ostentoso de la no integración a
algunos de los lugares diferentes que ofrece este trabajoso camino
del progreso sudamericano. Hay múltiples formas de integración para
esta inmigración masiva, desde las más exitosas y correspondientes
a la realización del mito de la América, como puede resultar de un
arrendatario convertido en propietario en la pampa gringa o el pe-
queño comerciante que fue creciendo en pocos años al compás de
una sociedad que crecía, hasta el obrero hacinado en un conventillo
de Buenos Aires o Rosario que trabaja más de diez horas en una fá-
brica por la que circulan ideales de mejoramiento y de redención de
las clases subordinadas. De algún modo el chacarero que prospera o
el almacenero que acapara un sólido aunque pequeño capital, al igual
que el obrero hacinado en conventillos, están ocupando lugares obje-
tivos en una promesa de progreso que puede significar cosas diferen-
tes (enriquecimiento personal, simple mejoramiento de las condicio-
nes de vida o redención social), pero que sin embargo tienen en co-

64 Van los linyeras… / LUCAS RUBINICH


mún una fuerte apuesta hacia el futuro sostenida en una práctica.
Como en todo proceso social complejo –y esta inmigración masiva lo
es–, hay sectores de la población que quedan, por diferentes moti-
vos, y a veces temporalmente, afuera de los lugares (aun de los más
subordinados) que implican algún tipo de integración. Esto puede
ser explicado simplemente por el arribo de una extraordinaria canti-
dad de inmigrantes que supone un porcentaje que no consigue nin-
guna posición en el mercado de trabajo y por lo tanto ni siquiera la
posibilidad de pagar una habitación en una casa de inquilinato.
5 “Hacia 1870 llegaron a Buenos Aires
caños de gran diámetro destinados a
En un libro publicado en 1908 y que hablaba de sus recuerdos sobre
Obras Sanitarias. Pasaron mucho
los prostíbulos y la rivera en los años ochentas del siglo XIX, el tiempo en un descampado antes de que
subcomisario Bátiz daba cuenta de este nuevo tipo de vagabundos se los colocara, de modo que muchos
sin hogar (los atorrantes)5 y de los asentamientos que ocupaban en vagabundos lo usaron como dormito-
rio. En la parte exterior traían estam-
esos años. Bátiz afirmaba “su cuartel general lo habían establecido
pada la marca del fabricante: A.
en el llano que se extiende hacia el sur, bajando la barranca de la Torrent. De allí nació ‘atorrante’, que
recoleta, hasta llegar a las aguas corrientes…’’ (Gutiérrez, 1986). Sin se aplicó primero a los vagabundos y
dudas eran un porcentaje menor en relación a la cantidad de después fue también sinónimo de mala
persona o canalla. (Del mismo origen
inmigrantes llegados a Buenos Aires. No obstante, las características
es la expresión ‘Irse a los caños’ equi-
de estos sin hogar llamaban la atención de funcionarios como el valente a arruinarse económicamente).
subcomisario Bátiz, de viajeros cultos como Daireaux y José María Borges incorporó este argentinismo…
Salvatierra y también de utopistas singulares, como Nicasio Pajares, utilizándolo como verbo ‘Y la luna
atorraba por los cielos del alba’’’ (en
el autor de la novela Atorrántida.
Zimerman, 2008).

Y cuáles eran las características de estos sin techo, de estos vagabun-


dos que posibilitaban no solo atraer la atención sino sobre todo cons-
truir argumentos positivos de un funcionario como el subcomisario
Bátiz y de estos viajeros cultos. El elemento común es el tipo étnico,
asociado a ciertos valores culturales que, con fundamentos y argu-
mentos diferentes, atraviesa cada una de estas miradas. En cada uno
de los diferentes testimonios de estos constructores de opinión apa-
recerán referencias a los ojos celestes, a la dignidad del que se resiste
a marchar con la tropa, a la educación y buenas maneras, a la volun-
tad aventurera e inteligencia de estos hijos del mundo europeo.

Para un subcomisario de la ciudad de Buenos Aires como Bátiz, que


seguramente inició su tarea policial a fines de la gran aldea, los mar-
ginales con los que se encontraba en los momentos previos a la gran
inmigración corroboraban las nociones comunes sobre los vagabun-
dos y mendigos. Soldados rasos veteranos de la guerra del Paraguay
que traían marcas en el cuerpo y en el alma, huérfanos de esa guerra
y de la fiebre amarilla, algún gaucho mutilado que peleó al servicio

ISSN electrónico 1851-9814 apuntes DE INVESTIGACIÓN / tema central: Partir 65


de un caudillo en una de las últimas montoneras. Todos solos, sin
casa y sin familia, iletrados con pocas palabras para comunicarse y
ninguna voluntad de hacerlo con extraños. Eran claramente la resa-
ca de la ciudad y de un modo u otro siempre existirían. Pero de pron-
to a medida que avanzaban los años ochentas en los llanos que esta-
ban bajando las barrancas de la recoleta se asientan vagabundos ru-
bios de ojos azules que en algunos casos tienen disposición para el
diálogo y que demuestran cierta cultura. El subcomisario Bátiz des-
cribe al vagabundo conocido como Vinclaret: “tenía el tipo delgado,
un poco bajo del ciudadano francés. Era uno de los atorrantes
caminadores, que salen por la campaña; hizo viajes por la línea del
ferrocarril de Buenos Aires y Rosario y por la del oeste, hasta Chivilcoy,
siempre a pie.” (en Gutiérrez, 1986).

Que alguien tan parecido o quizá mejor preparado que un funciona-


rio integrado esté en ese lugar requiere probablemente de explicacio-
nes ya que altera el sistema de categorizaciones naturalizadas de ese
funcionario o de otros ciudadanos ubicados en posiciones sociales
similares. Probablemente esas explicaciones se valgan de la
recurrencia a algún hecho extraordinario como causante de esa si-
tuación o quizá se considere una verdadera opción de vida, de aisla-
miento del mundo integrado por razones extravagantes pero que en
función de las características de la persona pueden ser vistas como
respetables. Una extraordinaria apuesta individual frente a las op-
ciones de integración posible que están efectivamente a su alcance.

En lo que hace a los viajeros seguramente no ignoraban la existencia


de grupos marginales en ciudades como Londres, París o Madrid,
solo que estos vagabundos que encuentran en Buenos Aires son los
que hicieron la apuesta aventurera del cruce del Atlántico y además
algunos de sus interlocutores concretos aparecían como personas edu-
cadas y no demasiado diestras en lo que aparece como un recurso
fundamental para ocupar los primeros escalones de la integración en
los inicios de la sociedad aluvional: la fuerza física.

En 1888 el francés Emile Daireaux escribe su Vida y costumbres en


el Plata, allí hará una lectura de estos marginales que va en contra de
las miradas que atribuyen esos destinos quizás a la falta de carácter
de esas personas o simplemente a que forman parte de una subespecie
humana.

Los atorrantes –sostendrá Daireaux– no son el producto del suelo, sino


de los deshechos de una inmigración mal dirigida y desalentada. Es tris-

66 Van los linyeras… / LUCAS RUBINICH


te decirlo y confesarlo: todo europeo en el momento que pone el pie en
América para intentar una empresa cualquiera es un descalificado, ya lo
confiese o ya lo niegue. En el mero hecho de migrar se destierra y todo
desterrado, en el momento de llegar allá, se encuentra en una situación
de inferioridad en medio de los que han nacido o le han precedido en
aquella tierra que pisa por primera vez.

Los americanos, que lo saben muy bien, tratan con alguna altanería al
nuevo, un emigrante que recién salido de Europa tiene generalmente
buen aspecto y lleva en sí ese sello de vigor de las antiguas razas, la deci-
sión de los aventureros y la inteligencia de las gentes emprendedoras.
Ese algo de nuevo de original, que le distingue a simple vista es motivo
de desdén para aquellos….

Pero no es de los recién llegados de los que tenemos que ocuparnos, sino
de aquellos que habiendo ido allá en condiciones más o menos favora-
bles de fortuna o de educación no han podido hallar puesto en una so-
ciedades donde la fuerza física es el mejor capital verdaderamente útil y
de más fácil empleo.

Hay aún otros tipos entre esta clase de inmigrantes oscuros; tales son
los descorazonados o desalentados del primer momento, los que renun-
cian a seguir el regimiento…

Eran en su país obreros, estudiantes, empleados de oficina, artesanos y


ahora no son más que andrajosos, cuyo último vestido parece prestado
por ser demasiado ancho para un cuerpo destruido… La burla de la gen-
te del país los ha bautizado con el nombre de atorrantes, palabra de
origen desconocido y cuyo ignorado sentido todo el mundo comprende.
(Gutiérrez, 1986)

Es un estado ineficiente en la implementación de las políticas


migratorias y es también una sociedad bárbara que no puede incor-
porar, que margina y por último ridiculiza a estos europeos capacita-
dos. Solidaridad con paisanos, sensibilidad de hombre culto frente a
una experiencia de marginación considerada injusta por el perfil de
los marginados. Es probable. Pero, sobre todo, es la actualización de
una mirada desconfiada frente a la masa, a sociedades que desplie-
gan muchedumbres incultas que se denigran y bajan la cabeza en pos
de intereses menores. Una ausencia, en fin, de espíritus trascenden-
tes. Un mundo utilitario que resquebraja valores tradicionales aso-
ciados a las buenas maneras, el disfrute tranquilo de los bienes cultu-
rales. Había quienes podían rebelarse ante las formas que adquirían
estas nuevas sociedades adhiriendo a opciones políticas conservado-
ras en el mundo europeo, otros, desde zonas de la alta cultura, refu-
giándose en los círculos de consumidores y productores de estos bie-

ISSN electrónico 1851-9814 apuntes DE INVESTIGACIÓN / tema central: Partir 67


nes superiores y desde allí, asociando con vulgaridad las posibles for-
mas de extensión de la democracia y quizá también del socialismo.
Pero estos elementos también podían utilizarse para construir un
personaje que desde el llano se rebela contra esa vulgaridad utilitaria.
Un héroe anónimo portador de valores superiores que lo llevan a
transformarse en un sabio popular que rechaza con dignidad el ca-
mino de convertirse en masa. Es un individuo que está dispuesto a la
lucha y a la aventura, pero bajo condiciones que no resulten
uniformizadoras. La originalidad se defiende frente a esas condicio-
nes de vulgarización retirándose del campo de juego, practicando un
nihilismo sabio y tranquilo. La visión que construye del atorrante José
María Salvatierra en su libro editado en 1910 es elocuente:

…el atorrante no quiere restituirse a su patria remota; hasta la fe en la


patria se ha desvanecido. Tampoco quiere vegetar en oficios humildes y
sin redención. Prefiere abandonarse en brazos de la fatalidad, como la
hoja seca. En medio de sus greñas y sus barbas hirsutas, los ojos azules
miran con la vaguedad del que se encuentra del otro lado de los fenóme-
nos. Ha encontrado la raíz del problema. Sabe todo cuanto sabía
Diógenes: que todas las cosas son mentiras.

¡Oh, dulce, resignado y filósofo atorrante! Tú eres una de las figuras


más profundas que he podido hallar en ese tremendo y aparatoso remo-
6 El ejemplar de Atorrántida fue encon- lino de superficialidades (Gutiérrez, 1986).
trado en la Biblioteca archivo “Estu-
dios libertarios” (BAEL) de la Federa-
ción Libertaria Argentina, de Buenos
Estos elementos ideológicos que rechazan la vulgaridad de las masas
Aires. En este lugar existe un archivo
de folletos y libros baratos editados por
pueden ubicarse en corpus ideológicos conservadores, en un libera-
editoriales libertarias, algunas recono- lismo aristocrático y también en algunas perspectivas con improntas
cidas como La protesta y otras que anarcofourierianas en las que indudablemente hay componentes de
pudieron tener existencia efímera. Este
individualismo romántico. En 1929 se publica en Madrid, con el sello
libro está editado en Madrid en 1929
por la Sociedad general española de li-
de la Sociedad General Española de Librería, una novela calificada
brería, que posee una dirección postal. como romántica registrada en la Argentina, cuyo título es La vida en
Se aclara no obstante que siendo pu- América. Atorrántida. El autor, Nicasio Pajares, más que seguro es-
blicado en España, está registrado en
pañol, construye esta ficción como producto de su experiencia en
la Argentina. De Pajares no se ha po-
dido hasta el momento encontrar otra
América (Pajares, 1929).6
referencia que no sea la del anuncio de
La novela está estructurada en tres jornadas y se construye desde un
contratapa en la que se mencionan
otras cinco publicaciones del autor: narrador con un sesgo de narrador oral y más específicamente con el
tres obras de teatro, una novela y otra de un personaje narrador radioteatral: describe los escenarios, opina
sin especificación de género titulada sobre ellos, toma posición sobre los hechos y los personajes, se dirige
“El pensador en la selva”, cuyo subtí-
explícitamente a los lectores. Los núcleos ideológico culturales que
tulo es “Diatribas de Fernández con-
tra la indiada, la negrada y la se van a actualizar en el andar de los personajes aparecen en las pri-
gringada.” meras líneas descriptivas del escenario. Buenos Aires (aunque no se

68 Van los linyeras… / LUCAS RUBINICH


la nombra) es descripta como una “ciudad grande, populosa, llana y
cuadriculada que se halla al pie de un amarillento charco, llamado,
enfáticamente ‘Gran Estuario’” (Pajares, 1929). Los pobladores de esta
ciudad son “la gleba migratoria y los indígenas” El personaje narra-
dor sostendrá con énfasis que allí se rinde culto a Mercurio y a Ve-
nus: primero a Venus, se corregirá, pero sostendrá tajante “minerva
está proscripta”. “El vaho de estupidez que emana del ‘Gran estuario’
resulta un tan poderoso corrosivo que extingue rápidamente la espi-
ritualidad más resistente y bravía” (Pajares, 1929). Hay vulgaridad,
comercio, sexo y nada de sabiduría y espiritualidad. Los valores aso-
ciados a la espiritualidad están en un grupo de hombres (los perso-
najes principales) que habitan un solar lleno de escombros y una pre-
caria construcción de latas y maderas viejas. Son vagabundos,
atorrantes que, habitando en el espacio de resaca urbana, guardan
una moral que la ciudad ha perdido.

El personaje narrador, cual un animador de feria, presenta a los per-


sonajes:

tenemos el gusto de presentar a ustedes a nuestros fraternales amigos e


insignes colegas los ‘atorrantes’: Mister Henry Jolly, von Max
Wasmanndorff, monsieur Gastón Durand, camarada Ivan Gorenkin y
Don José María de la Hermida y Aguasantas.

Sus apellidos evidencian su nacionalidad; inglesa la del primero;


germana, la del segundo; gala, la del tercero; eslava la del cuarto; espa-
ñola la del último.

Han de demostrar cumplidamente, en el curso de este relato, cómo sus


recios caracteres están protegidos por la invulnerable coraza del legíti-
mo orgullo de su selecta prosapia racial. Pero que, no obstante se man-
tienen limpios, inmaculados por la grotesca vanidad de los crustáceos
de mostrador, de los nuevos ricos que, en calidad de esclavos de mercu-
rio, componen el resto de la gleba inmigratoria de la ciudad de las ‘cua-
dras’ (Pajares, 1929).

Cada uno de los personajes ha llegado a ese lugar lejano del mundo
central y hundido de la estructura social por situaciones singulares
que de alguna manera son una expresión práctica de su relación
inconforme con el mundo que se moderniza. El inglés “es de elevada
estatura. Su cuerpo tiene la esbeltez armoniosa de la raza”. Y si su
ropa es un tanto andrajosa y el hombre no está rasurado, el narrador
advierte que esa indumentaria deficiente es “paseada por nuestro
amigo con la dignidad de un Lord”. El alemán había trabajado en la

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Patagonia con un estanciero argentino que se constituirá también en
un personaje central. Por boca de este se informa que el alemán fue
administrador de aduanas en un puerto chino por cuenta de Alema-
nia. En ese puerto hubo sorprendido a unos contrabandistas en un
junco y como resultado de ese encuentro Max mató a dos de ellos y se
apoderó del Junco. Una protesta diplomática de China hizo que lo
destituyeran y el iniciara una demanda de revisión que llevaba veinte
años sin concretarse. Al no obtener respuesta Max se echó a los ma-
res y los caminos. El francés de Marsella se presenta con agente de
bolsa en París; sobre el ruso, el narrador informa en la presentación
que hace de cada personaje, que este fue estudiante de medicina en
Moscú y fue deportado a Siberia por las autoridades de la monarquía
zarista. El español se llama Don José María de la Hermida y
Aguasantas, señor de Lestrove, es un Hidalgo de Galicia, y el narra-
dor describe su figura como “una aquilatada síntesis de dos razas pró-
ceres: celta y sueva”. Aún en el marco de la austera vida de vagabun-
dos el Hidalgo ha encontrado en este lugar de América a quien era su
servidor en sus tierras y que, viendo este al caballero en situación de
deterioro, ha decidido continuar sirviéndole. Esto quiere decir, tam-
bién trabajando para obtener recursos mínimos para la superviven-
cia de su señor. Faustino Castiñeiras, una especie de Sancho gallego,
que cuando intenta tocar la gaita es censurado por su “amo” en vista
de que los “indígenas circundantes” llaman despectivamente gaita a
los de su origen y el Hidalgo cree que el desprestigio de esa raza pro-
viene de “nuestro servilismo y nuestra lacrimosidad”, que también se
expresaría en la música que emana de ese instrumento. Tolera, sin
embargo, que se subordinado toque el pandero, dado que es un “in-
jerto suevo. El vigoroso injerto que nos ha salvado”. Le dirá el Hidal-
go a Faustino Castiñeiras para explicarle mejor algo que descuenta
no entenderá: “Ya lo sabes: en vez de las femeninas y líricas
lacrimosidades de la gaita, las épicas protestas del bronco pandero,
robustas, viriles, cortantes”. (Pajares, 1929)

Lo que acontece en la novela está puntualmente fechado por la refe-


rencia a un hecho histórico de represión estatal y civil a poblaciones
obreras producto de una huelga liderada por sindicatos anarquistas
que derivó en un conflicto de varios días en la ciudad de Buenos Ai-
res. Ocurrió en enero de 1919 y fue conocida como la Semana Trági-
ca. En la novela, el relato de los hechos viene del escudero del Hidal-
go gallego, quien va a desempeñar sus tareas de guardaparques. Una
tarde que llega al solar cercano al puerto en el que habitan los perso-
najes, Castiñeiras avisa que hay huelga y que aquellos a quienes los

70 Van los linyeras… / LUCAS RUBINICH


personajes llamarán “los negros” de los escuadrones de seguridad
recorren las calles. Cuando se escuchan disparos se menciona que
han asaltado las casas de los rusos (se refiere a la población obrera
judía que habitaba cerca de lo que se conoce como el barrio del Once).
Los personajes hacen referencia al Presidente de la Nación de la épo-
ca, Hipólito Yrigoyen, como el “peludo mulato que preside estas tur-
bas agresivas”. Cuando los personajes han dejado de oír las descar-
gas de fusilería y todo parece más tranquilo en el anochecer, el lugar
en el que están es invadido por un escuadrón de policía. La descrip-
ción del escuadrón se sostiene fuertemente en las características ra-
ciales de esos hombres. Quien comanda es “un mulato rechoncho”
con “un revólver en cada mano” y seguido de “su tropa cobriza”. El
alemán, que intenta rebelarse, es reducido a culatazos y queda des-
mayado. Los conducen prisioneros a pie, y al alemán herido sosteni-
do por dos policías, cuando al pasar por un club aristocrático un hom-
bre corpulento que sale del suntuoso edificio, de “porte distinguido”
reconocerá al alemán. Su intervención permitirá la liberación de este
grupo de nobles vagabundos prisioneros. El narrador, cuando con-
cluye esta escena, atribuye los hechos de la represión a “el odio del
cobrizo aborigen que ha sido sometido. Y la venganza –en su repre-
sentación mulata– del negro africano, que ha sido esclavizado. Es el
inextinguible odio racial…” (Pajares, 1929).

El salvador que salía del club aristocrático corresponde al personaje


Juan Piedrabuena. Criollo “noble, hospitalario y generoso, con el alma
soñadora y errabunda de Santos Vega el payador” que “conserva aún
en su espíritu” –se extiende el narrador- “aquella flor romántica que
ostentaba la generación ‘patricia’, inmediata a la colonia.” (Pajares,
1929). Dónde es posible encontrar esa nobleza de espíritu que se ale-
ja de una masa obnubilada por la obtención de pequeñas recompen-
sas materiales y de una nueva clase política con objetivos parecidos y
con más ambición, o de los nativos chauvinistas cuya forma más vul-
gar son las fuerzas policiales. Por supuesto, en los personajes princi-
pales, vagabundos empobrecidos casi por convicción, nihilistas que
en la concreción utópica de la comunidad Atorrántida (que se levan-
tará en un solar cercano al río frente a los bosques de Palermo) ten-
drán un reglamento que como único punto sostendrá su rechazo al
trabajo. Pero también hay otra posibilidad, y se encuentra en quien
expresa los valores de una vieja clase patricia criolla. Clase en deca-
dencia que verá recorrer por su propia casa la vulgaridad posibilitada
por las formas democráticas. El novio de la hija del noble criollo es el
arquetipo de esa posibilidad para la mirada ideológica que construye

ISSN electrónico 1851-9814 apuntes DE INVESTIGACIÓN / tema central: Partir 71


este relato: italiano (Carlos Farabuti), seguramente abogado ascen-
dente, militante radical y miembro de la Liga Patriótica que asaltó
las casas de “los rusos”. Tanto los vagabundos, como el noble criollo
a quien estos consideran un verdadero superior social y cultural, co-
incidirán en calificar al caudillo elegido por el voto popular como
“mulato cuarterón”, como sinónimo de un extremo de vulgaridad y
primitivismo. La imagen del inmigrante vulgar ascendido es por su-
puesto la del joven de apellido italiano que reivindicará lo criollo frente
a lo extranjero y a quien su suegro lo hará callar recordándole que su
padre “en Nápoles tocaba el organillo por las calles”, cuando contaba
anécdotas de la represión a los “sinvergüenzas extranjeros”. “Hace
treinta años que son extranjeros casi todos los que cuidan mis reba-
ños”, dirá Don Juan, preocupado por como esa gente de trabajo es
tratada en esa patria corrompida por un sistema democrático que
está construyendo una dirigencia que progresivamente deja de ser
una elite social.

La mini-ciudad utópica dura escaso tiempo, algunos de los vagabun-


dos se marchan tras el amor de una mujer y otro vuelve a su tierra.
Una imagen final muestra al ruso y al francés largándose a los cami-
nos mientras entonan ‘‘La Marsellesa’’. El narrador explica que mar-
chan hacia la aurora, porque sin dudas el autor que se funde en el
narrador cree “con firmeza inconmovible, que después de esta edad
sombría y abdominal; de esta edad vitalista y deportista; de esta
edad del bajo vientre, el hombre ha de ser dueño de sí mismo.”
(Pajares, 1929).

Esta novela avisa a quienes se crucen con algunos de los muchos


trashumantes que recorrerán los caminos de la pampa argentina
durante casi toda la mitad del siglo que comienza, que en ellos se-
guramente pueden haber espíritus preocupados por cuestiones su-
periores como el estudiante de medicina ruso condenado en Siberia
o el francés, agente de bolsa y reivindicador de la comuna de París.
No están ahí, sin casa y viajando en trenes de carga, porque sean los
fracasados en la lucha por la vida, sino porque rechazan dar ese tipo
de lucha. Funcionarios policiales como el subcomisario Bátiz intuyen
que hay algo extraño y respetable en quienes tienen suficientes he-
rramientas para emprender esa lucha y eligen vivir a un costado. Los
viajeros extranjeros que se fijaron en los vagabundos cultos recurrie-
ron a sus herramientas conceptuales de época para superar el des-

72 Van los linyeras… / LUCAS RUBINICH


concierto con argumentaciones. Tanto en Diareaux como en
Salvatierra, que narraron su experiencia con esos vagabundos, y en
Pajares, que los construyó como ficción, hay elementos ideológico-
culturales circulantes por los mundos cultos de la época. Una socie-
dad nueva que incluye a la muchedumbre dispuesta a participar des-
de sus espacios subordinados en una lucha por la vida regida por va-
lores utilitarios; abandono de ideales clásicos; una democracia que
resulta en el triunfo de la cantidad por la calidad.

Hay nociones mezcladas de evolucionismo spenceriano, de Renán,


quizá de Nietzsche. Y probablemente no sea difícil imaginar que si
hay un ícono que resume y condensa los distintos elementos de épo-
ca que se congregan para explicarla sensación de incomodidad ante
la irrupción de las masas en la vida pública de una sociedad y la con-
moción que esto produce es el Ariel de José Enrique Rodó. El genio
del aire shakesperiano, la parte “noble y alada del espíritu”… “el im-
perio de la razón y el sentimiento sobre los bajos estímulos de la irra-
cionalidad” (Rodó, 1967) se actualizaba de alguna manera en los di-
ferentes relatos que algún sector con capacidad de imposición de vi-
siones del mundo construían sobre un tipo de trashumante. Y no su-
ponía una simple actualización de estas nociones en un contexto fa-
vorable. Por el contrario, estos arieles trashumantes se convierten en
héroes individuales que reivindican sus valores en un mundo en el
que predomina Calibán; y aunque sean los derrotados circunstanciales
en esa lucha, elegirán los caminos para estar a un costado de ese
mundo que rechazan y los rechaza. Y su práctica solitaria, su explíci-
to desinterés por los bienes materiales, su reivindicación de las tradi-
ciones de la alta cultura universal, con predominio de ciertos sesgos
nihilistas, aunque alguno de los relatos los imagina marchando hacia
una aurora que no se presenta demasiado cercana, los convierte en
un tipo social que Carlyle añoraba y no podía encontrar en esa socie-
dad moderna que se imponía arrolladoramente: son héroes. Doble-
mente héroes; por resistentes dignos frente a fuerzas que lo sobrepa-
san y porque esa resistencia supone la defensa de esos valores piso-
teados por un estilo de vida utilitario. Si se quisiera tirar aún más del
hilo de los relatos se podría sostener que en ese trashumante que
viaja en un tren de carga y en la ranchada de un estación de trenes de
la pampa gringa lee en voz alta una poesía a sus compañeros que van
de golondrinas a la cosecha de maíz, se ha podido efectivamente ver
un Ariel a la Rodó. Y esto entonces supone una expresión minúscula
y por eso valiente, de la cultura greco cristiana romana, del mundo

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clásico, frente al estilo predominante de un moderno calibán utilita-
rio corporizado en la figura de Benjamín Franklin.

III.
Salud hermano linghera
Que avanzas con la esperanza
Hacia donde se alza el sol
Que es la aurora de la acracia

Linghera, Martín Castro, Guitarra Roja


Folleto sin fecha (probablemente 1932)

La cultura anarquista en argentina tiene la cualidad que Barrington


Moore denomina inventiva moral en tanto generará una poderosa
mirada en la que se entrecruzan la herencia racionalista y las tradi-
ciones románticas que permitirán una productiva imbricación con
las culturas de las clases subalternas y que supone una afirmación
del individualismo romántico en el decir y en el hacer difuminándose
por distintas zonas de la sociedad. También en lo que hace al particu-
lar mundo de los trashumantes: le dará forma a la mirada reivindi-
cadora y generará concretos andariegos que serán a la vez realiza-
ción práctica del individualismo libertario y apóstoles que difundi-
rán diversos capítulos de las ideas.

Desde las dos últimas décadas del siglo XIX y con fortaleza durante
las dos primeras del siglo XX se extendió por espacios significativos
del territorio argentino una verdadera cultura libertaria: algunos in-
telectuales relevantes, también obreros cultos, y singularmente ade-
más poetas y cantores populares, se convertían en apóstoles de “las
ideas”; toda una industria cultural cuyo exponente más poderoso es
el diario y la editorial La Protesta. Pero, en verdad, se extiende a cien-
tos de experiencias que con más o menos continuidad editaban li-
bros y folletos, periódicos, fundaban sindicatos, bibliotecas, compo-
nían e interpretaban himnos y canciones populares, promovían re-
presentaciones “filodramáticas”, lecturas grupales, proporcionándo-
le una identidad flexible, pero identidad al fin, a la naciente clase
obrera, como también a otras franjas de una sociedad que en los gran-
des centros urbanos y también en varias zonas de la pampa, se había
convertido en un mundo cultural sin dudas heterogéneo; en una
magnífica Babel moderna. En ese mundo complejo, prácticamente
apenas constituido como tal, las tradiciones libertarias dejaban, a la

74 Van los linyeras… / LUCAS RUBINICH


vez que producían y reinventaban, elementos importantes con dife-
rente intensidad y significado, y entre ellos una noción romántica del
individualismo: en esa clase obrera urbana predominantemente re-
sultado de la inmigración europea, en los chacareros arrendatarios
y los trabajadores golondrinas que se extendían por la pampa gringa,
en el naciente campo cultural marcado tanto por la reivindicación de
la mirada científica evolucionista, como por la potencialidad román-
tica de Víctor Hugo.

La reivindicación de la individualidad, no solo en lo que hace a la


genialidad artística sino también en las singularidades del mundo
popular, es un elemento central de la cultura libertaria. La conse-
cuencia con una moral más allá de que la mayoría de la sociedad pue- 7 Simón Radowitzky nació en Ucrania
da condenarla, o simplemente el rechazo a una situación que se des- en 1891 y murió en México, 29 de fe-
cubre como de extrema opresión, produce esos rebeldes sociales anó- brero de 1956. Fue un militante obre-
ro anarquista ucraniano Como res-
nimos que son a la vez perseguidos, cristos sufrientes que conforman
puesta individual a la brutal represión
una bakuniniana “masa de desheredados”, oprimidos de todas las de la Semana Roja de 1909 en Buenos
clases que manifiestan su rebeldía de diversas formas. Y entonces Aires, Radowitzky, entonces de 18
expresan una especie de sentimiento “natural”, de instinto de justi- añós, mediante un atentado con bom-
ba, mató al jefe de policía Ramón Lo-
cia como componente de las culturas populares: el hombre, solo, se
renzo Falcón, responsable de esa re-
rebela ante la autoridad o reniega de formas de vida y se marcha a los presión. Fue condenado a prisión per-
caminos. En el marco de esta mirada compleja que además de la he- petua y pasó 21 años en el penal de
rencia racionalista incorpora elementos románticos, los rebeldes anó- Usuahia y se transformó en un mito
por su conducta inquebrantable. In-
nimos pueden convertirse en héroes que colocan la propia vida en un
dultado tras esos largos años, vivió en
lugar secundario frente a una implicación apasionada con la necesi- Uruguay y luchó en el bando republi-
dad de justicia. Serán eso Simón Radowitzky y Kurt Wilkens 7: cano durante la Guerra Civil Españo-
vindicadores populares que afirmarán la posibilidad de que cada hom- la. Murió en México, donde trabajaba
en una fábrica de juguetes, a los 65
bre que habita en una hacinada habitación de un conventillo de la
años de edad. Kurt Gustav Wilckens
ciudad babélica de principios de siglo XX, puede ser algo más que nació en 1886 en el norte de Alemania.
una sufriente bestia de carga. El sentimiento de justicia que brota en Estudió jardinería, e ingresó en 1906
la masa de los desheredados genera individuos, hombres libres, al durante dos años, al servicio militar en
la primera compañía del Garde-
fin, conformados por esa acción individual que no incluye a otro que
Schutzen-Bataillons prusiano. Luego
no sea el que la realizó. Viejos valores populares encuentran posibili- en 1910, al viajar a los Estados Unidos
dades de resignificación: el culto del coraje, el desprecio por los alca- para perfeccionarse en su oficio, cono-
huetes, el apasionamiento desinteresado con una causa, la solidari- ce, trabajando junto a sus compañeros
de aventuras en las cosechas, las ideas
dad con los perseguidos sean quienes fueran, aparecen no solo en la
libertarias, sobre todo las de Leon
práctica de los gauchos perseguidos o de los bandoleros del sur de Tolstoi. Arriba a Buenos Aires el 29 de
Europa, sino también, en esos apóstoles del mundo nuevo que ha- septiembre de 1920. En 1922 sensibi-
blan como doctores desde la tribuna y aunque algunos pueden serlo, lizado pòr los fusilamientos de obre-
ros en la Patagonia producto de la ex-
la mayoría no son líderes obreros.
pedición del 10 de Caballería a cargo
del Tte. Cnel. Héctor Benigno Varela

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decide transformarse en un vindicador. Barrington Moore se pregunta por los momentos en que esa masa de
A las 7 de la mañana del 25 de enero de
desheredados comienza a incorporar una noción de injusticia sobre
1923, Varela salió de su domicilio de la
calle Fitz Roy. Wilckens arrojó una
su situación. ‘‘¿Qué es lo que les da el coraje para romper parcial o
bomba y completó su labor con tiros totalmente con el orden social y cultural en el que están insertos?”
de revólver. Ocurrió que una niña de (Moore 1996). Es necesario que exista capacidad para resistir las pre-
diez años se cruzó entre Varela y
siones sociales poderosas y a esto lo llamará fuerza moral, pero esa
Wilckens y la actitud de este último al
cubrirla con su propio cuerpo para que
fuerza moral es efectivamente fuerza cuando existe la capacidad para
no recibiera ninguna esquirla, permi- “conformar, a partir de las tradiciones culturales existentes, nuevos
tió que fuese apresado. Como otros patrones históricos para condenar lo que existe…” (Moore, 1996), y
vindicadores libertarios reivindicó su
eso es lo que llamará inventiva moral.
acto como un acto individual.: ‘‘Fui yo
solo. Único autor. Yo fabriqué la bom-
Enrique Dickman observa con sensibilidad una situación particular
ba sin ayuda. Acto individual.’’ Meses
mas tarde Wilckens seria asesinado en
que expresa de algún modo lo que es un verdadero proceso amplio en
la cárcel por Ernesto Pérez Millán donde se está desplegando esta inventiva moral. Específicamente
miembro de la Liga Patriótica Argen- describe algo significativo de uno de esos rituales instituyentes en
tina.
que los oscuros hombres de la masa se convierten sutilmente en indi-
viduos transformando su estigma en un ícono de dignidad, verdade-
ras misas laicas motoras de esa inventiva moral. Es una tarde de 1897
en la ciudad de Buenos Aires…

cuatro o cinco mil desocupados llenaron de bote en bote la vieja y des-


mantelada sala del teatro Doria. Muchos quedaron en la calle porque no
cabían en el local. El aspecto del auditorio era asaz raro y desconsola-
dor. Harapientos y famélicos; miradas torvas de rebeldes instintivos o
atiborrados de La conquista del pan de Kropotkin; rostros iluminados
por el hambre y la idea y resignadas bestias de carga se dieron cita aque-
lla tarde, en aquel local, para ‘‘protestar contra la actual organización
social’’. Odio y amor flotaban en el ambiente gris de la extraña asamblea
(…). La figura simbólica y sintética de aquel conglomerado fue, sin duda,
el viejo Aimamí. Su aparición en el escenario hizo correr un estremeci-
miento extraño por el auditorio. Alto, flaco, de aspecto famélico, de ros-
tro pálido y ojos negros, profundos y luminosos, velados por espesas
cejas negras, parecía el espectro del Hambre, símbolo de la explotación
del hombre por el hombre, y la encarnación de la protesta instintiva y
embrionaria. Vino solo con un estandarte que llevaba inscripto –con
letras negras sobre un fondo blanco– la siguiente extraña leyenda: ‘‘Que-
remos la repartición de los sobrantes’’. En la punta del asta del estan-
darte había clavado un pan. Y no siendo organizador ni orador en aquel
acto, el viejo Aimamí, mudo y taciturno, se ubicó, empero, con su extra-
ño estandarte, en la primera fila del escenario (Dickman, 1949, en Del
Campo Hugo, 1971).

Como ninguna otra de las perspectivas ideológicas de la época, el


anarquismo, en su relativa heterogeneidad en la que la herencia ra-

76 Van los linyeras… / LUCAS RUBINICH


cionalista es cruzada por elementos románticos, podrá contribuir a
conformar una verdadera fuerza moral, mezclando los elementos
innovadores con las tradiciones existentes. El viejo que fue una bes-
tia de carga y pudo observar los destinos trágicos de rebeldías aisla-
das, desprovistas de fe colectiva, cuando está terminando el siglo XIX
puede levantar un estandarte, que rechaza la opresión, por el gesto
en sí mismo, posibilitado por esa verdadera misa laica de deshereda-
dos que habilita y de algún modo prestigia cristianamente la singula-
ridad del dolor extremo.

Muchachos anónimos que ya han reivindicado su individualidad apos-


tando a la aventura de cruzar el Atlántico o de salir como vagabundo
desde los montes chaqueños para llegar a la ciudad tumultuosa, reafir-
man su voluntad de transformar su propio sufrimiento en energía con-
testataria frente a lo que han reconocido como injusto. Cuando su ex-
periencia de participación en las luchas de la época convierte su desti-
no en trágico, surgirán relatos desde diferentes tribunas que de alguna
manera los convertirán en cristos laicos. Y así lo percibirán probable-
mente miles de hombres con orígenes culturales y linguísticos diferen-
tes que, en el reconocimiento de la opresión, irremediablemente senti-
rán la pertenencia a un mundo en común a la vez que se reconocerán
como seres singulares. Esos cristos laicos, legitimados por discursos
trascendentes, serán además demasiado cercanos, iguales.

Así es que el joven obrero yugoeslavo Cosme Budeslavich, que proba-


blemente se había negado a aceptar resignadamente las levas del ejér-
cito austrohúngaro y que caminó por los viejos caminos de la costa
de Dalmacia hasta abordar un barco que lo traería a América, partici-
pa, en Rosario, de la huelga de la Refinería Argentina, en octubre de
1901. El redactor de La Protesta Eduardo Gilimón, narra en su folle-
to “Hechos y comentarios”, escrito en 1911, que la policía de Rosario
intervino brutalmente ante esta rebelión popular y el “obrero
Budeslavich fue muerto de un balazo, en momentos en que huía de la
carga policial y se encontró detenido en su fuga por un alambrado.
La primera víctima del movimiento obrero había caído.” (Gilimón,
1971). El cuerpo de un muchacho que había cruzado el océano en una
corriente colectiva que levantaba los sueños de la América y que qui-
zás estaba descubriendo otros que hablaban de la redención huma-
na, quedaba inerte enredado en el alambrado de un establecimiento
industrial. El periodista Florencio Sánchez narrará estos hechos des-
de el diario La República de Rosario y cuatro días después por las

ISSN electrónico 1851-9814 apuntes DE INVESTIGACIÓN / tema central: Partir 77


calles de esa ciudad se realizará “una grandiosa manifestación de pro-
testa” (Gilimón, 1971).

La marcha de conmemoración del 1 de mayo de 1904 en Buenos Ai-


res está conformada por “cuarenta o cincuenta mil hombres enarde-
cidos, autosugestionados por el propio entusiasmo y el éxito de la
manifestación.” (Gilimón, 1971). Un incidente deriva en un intenso
tiroteo con la policía (“la plaza se convierte en un campo de batalla”).
Luego de la refriega, Gilimón describe un hecho en el que un grupo
de trabajadores “coloca en una escalera un cadáver y se lo lleva, pa-
sando por la avenida de Mayo, al local de ‘La Protesta’, primero, y al
de la Federación, después. Los trabajadores custodian aquel cuerpo
revólver en mano, y tras ellos, a paso lento, va un piquete de agentes
de policía a caballo, sin intentar despojarlos del lúgubre trofeo.” Ese
cadáver tendido en las maderas que arman la simple herramienta de
trabajo que es una escalera y sostenido con odio y firmeza por manos
de estos nuevos obreros, es la condensación de cómo se presenta y se
ve la injusticia en el mundo de las masas humilladas atravesadas por
elementos tradicionales sobre los que se imbrica con cierta comodi-
dad la perspectiva libertaria: la multitud amorfa de hombres andra-
josos se convierte por obra de una experiencia colectiva en indivi-
duos portadores de primitivos sentimientos de rebeldía. La reden-
ción adquiere una potencia inconmensurable expresada en la ima-
gen trágica de ese hombre muerto que se singulariza cuando entra en
la historia trascendente de la mano del relato del militante anarquis-
ta redactor de La Protesta:

“¡El muerto es un obrero oscuro, apellidado Ocampo, de raza indígena,


nacido en el selvático y misterioso Chaco. Ha muerto haciendo fuego
contra la policía, Ha muerto matando.” (Gilimón, 1971)

El relato sobre iguales convertidos en héroes por cometer actos indi-


viduales vindicatorios, o de aquellos alcanzados por una bala que ya
no son simples muertos en pelea, sino centros simbólicos de rituales
de redención humana, es uno, de los por lo menos dos, elementos
sólidos que conformarán los cimientos dramáticos de nociones
individualistas que han construido los agitadores libertarios. El otro
elemento está constituido por objetos de la alta cultura que también
circularán empáticamente por ese mundo popular obrero de reciente
constitución: en los personajes de Víctor Hugo como el Valjean de
“Los miserables”, citado por las coplas populares de los payadores
anarquistas; en la fuerza inconmensurable de los versos de

78 Van los linyeras… / LUCAS RUBINICH


Almafuerte: en su glorificación de los humillados y ofendidos, en su
rechazo fogoso al soberbio dios que perdona en lugar de simplemen-
te amar. Sobre estos cimientos dramáticos armados con un
entrelazamiento complejo entre elementos de las culturas subalter-
nas y de la alta cultura se construirán relatos populares y objetos cul-
turales diversos que dirán algo sobre gestos individuales menos trá-
gicos como el simple salirse del rebaño y echarse a los caminos.

Y quizás un punto relevante que se alzará sobre esos cimientos refor-


zando una flexible noción de individualismo romántico y que será un
elemento central de la reivindicación libertaria de esta cultura tras-
humante y de la propia cultura de los linyeras portadores de “ideas”,
sea la temprana legitimación de la gauchesca desde las zonas cultas
del mundo libertario. Porque hay núcleos básicos de la gauchesca que
se incorporarán “naturalmente” al componente individualista que con-
formaba ese mundo libertario (el coraje individual, la rebelión frente
a la autoridad, la deserción ante las obligaciones militares impuestas
por el Estado como valor positivo, el cruce de la frontera: todos ges-
tos sostenidos por hombres del pueblo que por sostenerlos cobran
una dimensión singular, heroica), pero también porque habilita y le-
gitima a su vez una serie de objetos culturales de una zona ligada a lo
que se podría llamar la industria cultural libertaria que portan dos
cuestiones en relación a los trashumantes llamados linyeras: por un
lado, una reivindicación político-cultural de esa práctica, y por el otro,
algunos de estos objetos son herramientas concretas y efectivas en la
tarea apostólica de concretos linyeras libertarios.

Es Alberto Ghiraldo quien, en marzo de 1904, inaugura la revista Mar-


tín Fierro como suplemento semanal del diario La Protesta, fundan-
do esa reivindicación en que Martín Fierro es el “símbolo de una épo-
ca de nuestra vida, la encarnación de nuestras costumbres, nuestras
instituciones, creencias, vicios y virtudes, es el grito de una clase lu-
chando contra las capas superiores de la sociedad que la oprimen, es
la protesta contra la injusticia, es el reto varonil e irónico contra los
que pretenden legislar y gobernar sin conocer la necesidades de los
que producen y sufren.” (Martín Fierro, 2007). En 1906 estrenará en
El Argentino, un teatro comercial al que concurren sectores cultos de
la Buenos Aires de la época, el drama antimilitarista Alma gaucha. El
personaje central de la obra es un gaucho desertor condenado a muer-
te por deserción y resistencia a la autoridad cuyo nombre es Cruz.
Cruz, como aquel sargento de la guardia de la frontera que en medio
de la pelea se puso a pelear contra sus compañeros al lado del gaucho

ISSN electrónico 1851-9814 apuntes DE INVESTIGACIÓN / tema central: Partir 79


Martín Fierro porque no podía consentir que se cometiese el delito
de matar así a un valiente. Este Cruz es el que en una escena le cuenta
a un soldado acerca de su situación y le menciona que “el asunto es
largo y viene de mi padre que pelió con los indios”. El soldado lo co-
rregirá “contra los indios querrá decir”. A lo que el gaucho de
Ghiraldo contestará “No me equivoco tan feo, amigo. Pelió con ellos,
contra el ejército, ¿sabe?” (Gamerro, 1989).

Los gauchos rebeldes exagerados en la singularidad del que no solo


cruza la frontera sino que pelea con el malón, como el de la obra de
Ghiraldo, son el procesamiento de una tradición desde una mirada
ideológica antimilitarista. Esa mirada encontrará no pocos ecos en
ese nuevo espacio cultural nacional que, sensible desde diferentes
lugares al individualismo spenceriano, desplegará como una de sus
primeras puntas de modernización al conjunto de las prácticas deri-
vadas del mundo teatral: autores nacionales, compañías nacional,
críticos en los principales diarios de Buenos Aires y sobre todo un
nuevo público urbano que se había educado en las ofertas de compa-
ñías italianas, francesas y españolas, y ahora se hallaba ante estas
locales, que a su vez se encontraban con su voluntad de nacionalizar-
se. Alma gaucha es anunciada en el diario La Nación días antes del
estreno que concitará la presencia de personas del mundo culto de la
época. Periodistas, escritores, poetas y políticos están dentro de un
público que repleta la sala. En un palco se ubicará una referencia
poderosa para esta primera generación de escritores que serían los
bastiones del campo cultural moderno, pero también de un nuevo
mundo popular de lectores que se alfabetizaba: Almafuerte, que en
medio de los aplausos hacia el autor que aparecerá en el escenario, lo
nombrará en voz alta como su discípulo.

Bendecido por Almafuerte, poeta rebelde y reconocido más allá de


los nuevos círculos culturales, ya había sido en 1895 prologado por
Rubén Darío, poeta de América, al que tuvo como maestro y amigo
de las noches de Bohemia del Buenos Aires finisecular. Cuando en
1904 crea y dirige el suplemento cultural Matin Fierro del diario anar-
quista La Protesta, antes había dirigido el semanario artístico y lite-
rario El Sol que se editó desde 1898 hasta 1903. Esto permite soste-
ner sin muchas vueltas que Ghiraldo estaba en una trama de relacio-
nes que expresaba la zona más dinámica del mundo cultural argenti-
no de la época. Y en ese mundo, había sensibilidades favorables a las
rebeldías individualistas amparadas en lecturas de Spencer aunque
quizá también de Guyau, a una radicalización romántica de la noción

80 Van los linyeras… / LUCAS RUBINICH


de libertad y por lo tanto para mirar con simpatía al mundo liberta-
rio (casi exclusivamente alentado por extranjeros hasta el momen-
to). Estos elementos dibujaban un clima potencialmente favorable a
la incorporación de zonas de la gauchesca. No es la iniciativa de al-
gún recién llegado a ese mundo y por lo tanto un gesto intrascenden-
te, el de titular Martín Fierro a un sumplemento cultural en el que
participarán artistas escritores con relevancia en la cultura de la épo-
ca. El joven José Ingenieros, consagrado ya por la publicación de su
tesis y premiado por la Academia Argentina de Medicina, escribirá
una narración en la que el personaje central es un filósofo que se
compromete con sus amigos a sostener exclusivamente la verdad en
cualquier ocasión. Primero denostado por sus amigos y luego juzga-
do por actuar con la verdad en todo momento, será condenado. Es
un filósofo y su nombre es Martín Fierro. Las tres primeras tapas de
la revista repetirán el dibujo de un gaucho contemplando con altivez
un horizonte ostentosamente soleado, habrá relatos y poesías que
recuperarán el lenguaje de la gauchesca. Quizás un elemento con-
densador de cómo esta recuperación de la gauchesca produce gestos
inclusivos, que trasciende a los círculos propiamente anarquistas, sea
el expresado en un par de versos de la obra que ocho años después se
convertiría en el poema nacional cuando el personaje afirma que su
gloria “es vivir tan libre, Como el pájaro en el cielo”.

El mundo libertario, otra vez desde las zonas prestigiadas de la cultu-


ra producirá la operación potencialmente anunciada por la manera
de recuperar la gauchesca, de relacionar ese gaucho rebelde y anda-
riego, con los nuevos trashumantes anunciadores de mundos nuevos
que se relacionan con el mundo rural de la época y que viajan en los
trenes de carga junto a cientos de otros trashumantes que además
son trabajadores golondrinas en las diferentes cosechas. Será otro
criollo con reconocimiento en el mundo cultural a partir de su actua-
ción como dramaturgo, Rodolfo González pacheco, quien le ponga
palabras a esta construcción que estaba diseminada bajo formas di-
ferentes en el espíritu de la cultura libertaria de la época. “Y lo mismo
que nosotros queremos a los bohemios, empiezan ahora a querer los
trabajadores del campo a los lingheras. Ven en ellos la encarnación
de sus sueños de vida libre, los perseguidos, igual que en otros tiem-
pos sus héroes, por las policías brutales, los reivindicadotes de sus
derechos pisoteados por los ricos. Todavía no saben todo, pero ya
presienten mucho: que el linghera es como un trovador rebelde; algo
así como el brazo de Moreira, con la garganta de Santos Vega. Un

ISSN electrónico 1851-9814 apuntes DE INVESTIGACIÓN / tema central: Partir 81


gaucho nuevo, con más arbitrio y más voz; mucho más completo.”
(González Pacheco, 1956)

Ese gaucho nuevo, más completo, será un personaje de varios mun-


dos, es bravo como Moreira y artista como Santos Vega. Casi un ideal
griego de conjunción entre poeta y soldado, aunque resistente a la
disciplina. Se relaciona con bienes de la cultura universal y cree en su
poder emancipatorio, pero es también un hombre dispuesto para el
trabajo rudo y además, como Moreira, para la pelea. Es, en verdad,
un apóstol de las ideas en el mundo rural. Estos hombres serán lite-
ralmente, como dice Barrington Moore, “los agentes viajeros” que
hacen “el duro trabajo de minar el viejo sentido de inevitabilidad”
(Moore, 1979). Existirán, de hecho, muchos tipos de vagabundos en
ese mundo rural de las tres o cuatro primeras décadas del siglo, pero
aquel construido literariamente por estos autores reconocidos y tam-
bién por los payadores será el que contenga la potencia cultural de
encarnar el individualismo romántico que en las miradas militantes
es algo más que el fugitivo de la opresión.

Había concretos vagabundos libertarios recorriendo los caminos y


con su misma práctica reforzaban esta reivindicación de la visión in-
dividualista a la que el mundo cultural y de la publicística anarquis-
ta, le daba alguna direccionalidad ideológica. Llevaban efectivamen-
te como dice el diario La Antorcha el 6 de noviembre de 1925, en “sus
cabezas, pensamientos, en sus mochilas, libros, folletos, diarios, pe-
riódicos, todo un kiosco ambulante’’. Y su tarea consistía en cruzar
las regiones, a pie, en trenes de carga “haciendo surco en la opinión,
dejando semilla, suspiros revolucionarios, consuelos para los dolori-
dos que gimen clamando justicia.” (La Antorcha, 1925, en Maguid,
1974). En sus mochilas llamadas “monos” podían amontonarse li-
bros de la cultura universal, del pensamiento anarquista, casi siem-
pre el Martín Fierro y, a partir de 1920 un específico folleto con in-
tención ideológica iluminadora dirigida a los trabajadores del campo
escrito en su propio lenguaje, La Carta Gaucha, firmada por Juan
Cruzao y editada por editorial La Protesta. El subtítulo apunta al lec-
tor: “Escrita pa’ los gauchos”. En verdad, el gaucho que se esconde
tras el seudónimo, es Luis Woolands un militante anarquista, rubio
descendiente de holandeses y trabajador en el campo en la segunda
década del siglo en el Sur de la provincia de Buenos Aires. Sin lugar a
dudas, este joven trabajador de origen europeo que conocía las ta-
reas rurales y descubrió el pensamiento y la acción libertaria, quiso
encontrar la manera de abordar problemas que podía enfrentar la

82 Van los linyeras… / LUCAS RUBINICH


militancia para la relación con los trabajadores criollos del campo. El
primero era el desprecio hacia los gringos que había alentado la lite-
ratura gauchesca coronado en el delator pulpero Sardetti, del popu-
lar Moreira de Gutiérrez, y que luego reforzaría una mirada política
presente claramente en el centenario.

… yo aprendi sin maistros, es desir, sin maistros de ofisio; m’enseñaron


lo que sé y les voy a contar aquí, unos gringos pobres, tan pobres como
yo, que trabajamos juntos en unas contrusiones.

¡Amigos! Cuando me acuerdo de aquellos hombres, me da vergüensa


llamarles gringos... D’ellos aprendi que los verdaderos gringos somos
los pobres de cualquier nasion, y que los argentinos d’inorantes que so-
mos los despresiamos. ¡Somos barbaros los hijos d’esta tierra, y atra-
saos!

El personaje que escribe la Carta Gaucha (y utiliza como recurso de


encuentro las faltas de ortografía) repetirá una y otra vez que pudo
aprender a leer y a escribir gracias a unos gringos anarquistas que
además no derrochan el valor que sin dudas poseen, en peleas trivia-
les. Se reivindicará el coraje de los gauchos, el deshonor que sindica
hacerse policía y la utilización de ese coraje para hacer la revolución.

Porque miren si no es como pa’ ponerse a llorar a gritos en ver dentrar


de milico al hijo de un gaucho que tal ves murio peliando con l’autorida..

No hay que andar con miedo de perder el pellejo, que al fin y al cabo mas
vale morir do un balaso quo morirse de hambre;…

El gaucho debe morir en su lay: peliando con I’autorida; si no, no es


gaucho: es una mulita que la mata cualquier perro.

Quizá su sesgo decididamente panfletario y pedagógico no lo haya


convertido en la deseada herramienta de conversión, en principio
porque en las zonas de cosecha la mayoría de los trabajadores eran
golondrinas, y en su mayoría europeos, o primera generación de ar-
gentinos y su relación con la gauchesca que efectivamente existía, se
entablaba con argumentos menos estructurados ideológicamente. Es
posible suponer, no obstante que su apelación moreirista al coraje y
a la rebelión ante la autoridad como componente fundamental del
ser gaucho, debe haber conmovido a más de un golondrina criollo
que escuchaba esas palabras leídas en una ranchada por un linyera
de “ideas.” La huelga grande de La forestal en el Chaco en 1921 pudo

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haber sido un contexto en que un folleto como este tuviese la oportu-
nidad de interpelar con algún éxito en su propuesta integral a un
mínimo colectivo de gauchos alzados con claros adversarios. De to-
dos modos, más allá de una mayor o menor empatía en la recepción
de los trabajadores rurales, lo que sin dudas se incorporaba a la cul-
tura linyera libertaria era el folleto en sí mismo, como parte del equi-
paje.

Entre los trovadores gauchescos que iban de pueblo en pueblo llama-


dos payadores, se incluirán figuras libertarias con alta recepción po-
pular. Martín Castro, el payador rojo, improvisará sus coplas en los
boliches de los pueblos y ciudades ( “… como linghera a cuestas, llevo
mi propia guitarra… que es mi tribuna de divulgación anárquica…”),
pero también escribirá canciones rebeldes que se transformarán en
exitosas en distintos ámbitos. Una de esas será la canción del linghera.
Allí peleará con una vieja imagen de vagabundo oprimido y resigna-
do y celebrará la existencia de un nuevo tipo de trashumante:

Hoy es un libro verbal


Que va leyendo sus páginas,
Es el arte que camina,
La prensa libre que viaja.

Su tema “Guitarra roja” se cantará en el amplio territorio pampeano


y en las cuchillas orientales. La canción aparecerá en un folleto edita-
do alrededor de 1930 que tendrá ese título. Allí se podrán leer letras
de milongas camperas en las que se cita a Kropotkin y se homenajea
a Kurt Willkens. Pero en ese mundo popular pampeano rural y en los
suburbios de las grandes ciudades se repetían esas milongas y can-
ciones con más fuerza y de manera más extendida cuando aquellas
planteaban situaciones de injusticias, de dolores proletarios y de re-
beliones instintivas. Ellas podían salir de la boca del payador y tam-
bién de otros cantores circunstanciales del mundo pampeano que
podían citar con respeto al personaje de Víctor Hugo aunque no se
haya leído a Los Miserables porque bastaba saber que era un errante:

Yo lo venero al errante
Que a manera de Valjean
Huye llevándose un pan
Para su propio sustento,

Hay momentos en que sus versos y su presencia confrontan sin me-


diaciones con la autoridad. Cuando Ghiraldo estrena Alma Gaucha

84 Van los linyeras… / LUCAS RUBINICH


en 1906 y su argumento habla de un desertor a las obligaciones mili-
tares, hay rumores de que las “patotas bravas”, jóvenes criollos de
sectores altos que actúan contra los gringos y los rojos, impedirán su
realización. Pero claro, el autor, que en otros momentos no podrá
impedir la cárcel y un mínimo destierro, está en un grupo cultural
del que participan personajes relevantes de la cultura y el mismo hijo
del General Mitre. Las representaciones de Alma Gaucha, entonces,
discurren sin inconvenientes. La Nación anuncia el estreno y luego
hará una crítica favorable de la obra. Cuando el payador Martín Cas-
tro, en un invierno de 1921, esté cantando una canción que se llama
“Juancho el desertor” en una vinería, oscuro boliche atestado de tra-
bajadores golondrinas, vagabundos y otros parroquianos del subur-
bio, cercano a los galpones ferroviarios de la ciudad de Pergamino,
llegarán matones de La Liga Patriótica, para hacer callar al trovador.
El narrador de estos hechos Laureano Riera Díaz, militante anarquista
y también, por unos años linyera de ideas, cuenta que frente a esa
irrupción censuradora, un libertario de acción, “El pibe” Ortells, tam-
bién trashumante, estibador de cereales cuando se queda en Perga-
mino, fue corriendo hasta su pieza que quedaba cerca y volvió arma-
do. La policía quería llevar preso al payador. Ortells usaba zuecos. Se
descalzó y se paró en una mesa ante todos:“Al que toque al cantor le
levanto la tapa de los sesos”, dijo. Riera Díaz describe la escena: “Te-
nía una Parabellum en cada mano. Se hizo silencio. Los de uniforme
salieron a la vereda. Martín Castro cantó entonces a Simón
Radowitzky y a Kurt Wilkens. Silencio total en la vinería que estaba
en la calle San Nicolás...”. (Riera Díaz, 1979).

Los payadores anarquistas como Martín Castro se convertían en un


indicador concreto del encuentro entre la alta cultura y las culturas
populares posibilitado por el mundo libertario. Y en ellos entonces se
potenciaban entrecruzadas entre reivindicaciones individualistas
ideológicas y aventuras de gauchos rebeldes, elementos de una vi-
sión del mundo extendida por amplias zonas de la sociedad, que rei-
vindicará e idealizará, otorgándole sesgos sutilmente diferentes, al
gesto de echarse a los caminos y a la figura de aquellos hombres cul-
tos portadores de una voluntad andariega y desinteresados de las
ambiciones mundanas.

ISSN electrónico 1851-9814 apuntes DE INVESTIGACIÓN / tema central: Partir 85


IV.
Linyera soy, corro el mundo
y no sé donde voy;
linyera soy, lo que gano
lo gasto, o lo doy.
No sé llorar, ni en la vida
deseo triunfar...
No tengo Norte, no tengo guía...
para mí, todo es igual...

Ivo Pelay y Antonio Lozzi, Canción del linyera

En momentos del primer peronismo comienza a desaparecer el fenó-


meno de los trabajadores golondrinas levantadores de cosechas que
viajaban en los techos de los trenes cargueros y con ellos los trashu-
mantes que marchaban en esa corriente conservando alguna singu-
laridad; también para ese período se asientan en las grandes ciuda-
des franjas significativas de migrantes rural-urbanos convertidos en
obreros y, particularmente, hacia los años finales de la experiencia
peronista, un cantor popular, masificado gracias a la extensión y di-
versificación de diferentes componentes de la industria discográfica,
convertirá en éxito de ventas varias canciones, entre ellas, una que se
había estrenado en un sainete de teatro porteño en la década del trein-
ta que se titula “Canción del Linyera”. Allí se construye la figura un
vagabundo desinteresado de los placeres mundanos, amante de una
vida sin ataduras, casi etéreo. Los principales consumidores, los que
transformarán estas canciones en éxitos, serán los miembros de esa
población obrera optimista, parada sobre lo que, con mínimo esfuer-
zo comparativo respecto de su inmediata vida anterior, perciben como
cimientos firmes sobre los que se armarán sueños realizables, entre
ellos sus nuevas y modernas casas, que habilitan a disfrutar de un
confort recién inaugurado.

Es pertinente preguntarse entonces por qué en ese contexto se pro-


ducen estas simpatías hacia los andariegos idealizados expresadas,
por ejemplo, en esta canción. ¿Qué es lo que genera lazos entre un
personaje cuya singularidad incluye como elemento importante el
renegar de la disciplina del trabajo industrial, no apostar a formar
una familia y levantar como bandera el no poseer voluntad de triun-
far en la vida, y este obrero nuevo que, efectivamente celebra la in-
corporación a esa disciplina, porque le permitirá fundar una familia,
mejorar sus condiciones y la de sus hijos, y entonces (como sostiene
la moral predominante que comparte) triunfar en la vida?

86 Van los linyeras… / LUCAS RUBINICH


Ese mismo mundo que permitirá a los nuevos obreros triunfar en la
vida, será el que progresivamente apague la concreta posibilidad de
vagabundear sobre los trenes de carga. Bepo Ghezzi, un linyera liber-
tario que anduvo en la vía desde la mitad de los años treinta hasta los
primeros cincuentas, relata en su historia de vida organizada por Hugo
Nario, la sensación de un andariego que comienza a percibir el fin de
ese mundo. Su mirada sobre el surgimiento del peronismo tiene la
singularidad de armarse desde un pueblito cercano a la ciudad de
Rojas en la provincia de Buenos Aires, en lo que era el productivo
triángulo maicero de la pampa húmeda. El que narra, hombre del
mundo libertario y que como antifacista ve en el peronismo un fenó-
meno asimilable a los totalitarismos europeos recién derrotados, mira
con nostalgia y algo de desconcierto esa migración que celebra el aban-
dono del campo. Sin embargo, su relato sensible, no puede descuidar
las esperanzas de peones rurales, de golondrinas que probablemente
a partir de esta aurora concreta, ya apresable, abandonen la vía como
los otros abandonan el paraje rural. Dice en sus notas el trashumante
Bepo Ghezzi observando la desestructuración de las condiciones que
le habían permitido andar en la vía:

En 1945 ya había surgido el nombre de Perón y algunos gremios de la


capital apoyaban las medidas que tomaba la Secretaría de Trabajo y Pre-
visión. Para fines de 1944 habían regresado a pasar las fiestas en Hunter,
en Rojas, en Guido Spano muchos de los que se habían ido a Buenos
Aires a probar suerte. ¡Cómo habían cambiado! Un año atrás se habían
ido de pantalón, blusa y alpargatas, crotos como nosotros. Regresaban
de traje corbata y zapatos. ¿Contá, cómo es la vida en Buenos Aires?
Más que la novedad, aquellos que se habían quedado y ahora querían
abandonar el pueblo, lo que buscaban era el empujón final. Los interro-
gados mezclaban verdad y fantasía: luces, diversiones, edificios, autos,
mujeres, espectáculos, fútbol, boxeo y sobre todo, la hasta entonces no
conocida presencia protectora del sindicato para trabajar, y para no tra-
bajar también.

Los viejos sacudían incrédulos la cabeza.

–Uno no sabe. Más vale seguro, lo que uno conoce, que lo bueno por
conocer.

–¿Y a qué le llama seguro usté? ¿Al maiz?(SIC)

El hombre se encogía sin argumentos. La tentación crecía en muchos.


¿Y si nos fuéramos? (Nario, 1988)

Cientos y cientos de muchachos que habían compartido las tareas


rurales, que habían andado de linyeras para ir a alguna cosecha, hi-
jos de criollos muchos, otros de inmigrantes que no habían logrado

ISSN electrónico 1851-9814 apuntes DE INVESTIGACIÓN / tema central: Partir 87


hacer la América tomaban el tren en la estación de, de Rojas, de Salto
o Arrecifes, ahora como pasajeros legales en los trenes que el
peronismo había estatizado. Para los trabajadores sin conchabo fijo
que quedaban, las formas del trabajo rural en las zonas de cosechas
del amplio mundo pampeano resultaban problemáticas en tanto el
avance de un proceso que parecía no detenerse, hacía cada vez me-
nos necesaria la mano de obra masiva. Hacia 1953, nuevamente el
linyera libertario Bepo Ghezi observa con asombro y desazón las
manifestaciones concretas del creciente proceso de tecnificación en
el mundo agrícola. Dice ante la nueva máquina cosechadora que ha-
bía llegado a un campo en el que estaba haciendo alguna changa:
“Era una verdadera maravilla. Hacía todo el trabajo a un tiempo, pero
no necesitaba embolsar: echaba el grano, ya trillado, a una tolva que
marchaba junto a la máquina.” (Nario, 1988). Inmediatamente con-
cluirá que esa tecnología es otro elemento más que anuncia el fin de
una época: “teníamos los días contados” (Nario, 1988).

En el marco de este proceso, desde fines de los años cuarenta y con


contundencia en las dos décadas posteriores, los linyeras que podrán
verse debajo de algún puente o en los galpones de una estación de
tren serán pocos, principalmente viejos y se asentarán gran parte de
tiempo en algún lugar particular. Su imagen real se acercará más al
vagabundo tradicional y en no pocas ocasiones a un sin hogar que
eventualmente mendiga sin ostentación.

Las políticas sociales del gobierno también actuaban sobre aquellos


que seguían pernoctando debajo de los puentes, cerca de una chacra
en el territorio pampeano, o en las playas de maniobra de las estacio-
nes suburbanas del ferrocarril. Con algo de rechazo contenido, Bepo
Ghezi narra como en eso años el gobierno había hecho construir un
hogar para ancianos cerca de la ciudad de La Plata y allí “habían jun-
tado a los viejos linyes que dormían en las vías y puentes del Gran
Buenos Aires y los habían llevado para que en el fin de sus días no les
faltara comida, techo y abrigo. Por el medio del parque donde se le-
vantaba el hogar cruzaba el ferrocarril de la Plata a Buenos Aires.
Muchos viejitos, cuando pudieron burlar la vigilancia, subían a los
cargueros y escapándose de la protección y del abrigo volvían al frío y
a la soledad para seguir viviendo libres los últimos días de su vida”.
(Nario, 1988).

En los últimos tramos del libro que organiza sus memorias continúa
la evaluación de ese período y culmina con un último párrafo en el

88 Van los linyeras… / LUCAS RUBINICH


que reconoce el fin de una práctica o, por lo menos, el fin de esa prác-
tica que permitía imaginar situaciones ideales como las descritas en
la canción del linyera. Dirá Ghezi en los tres renglones finales de su
libro de memorias: “Ya no habrá primavera para las vías. Y por más
que calienten los días, los cargueros no llevarán otra cosa que carga
bruta. Al pie de los terraplenes todas las ranchadas se han apagado
para siempre”. (Nario, 1988).

Mientras el horizonte se encapotaba para los concretos trashuman-


tes portadores de “ideas”, amplias franjas del mundo popular urbano
desplegaban sus simpatías por la figura idealizada en la canción po-
pular. ¿Quiénes eran esos obreros que en verdad tampoco arrastra-
ban experiencias totalmente homogéneas? En esa franja amplia de
población había efectivamente un componente importante de
migrantes rural-urbano, pero aun en ese caso, con distintos puntos
de origen en términos sociales y culturales. Los migrantes de las zo-
nas rurales profundas del litoral, por ejemplo, o lo que provenían de
los cerros del noroeste argentino, tenían alguna diferencia con los
que, con el mismo origen, habían hecho el paso previo como obreros
no especializados en la capital provincial. A su vez, estos diferían de
los fracasados de la pampa gringa que no lograban transformarse en
chacareros, o de los que eran simples trabajadores rurales, peones de
la construcción, de las empresas o cooperativas cerealeras de pue-
blos pampeanos que serán prósperos. Los primeros eran criollos e
indígenas mayoritariamente, los otros tenían más presencia de inmi-
gración ultramarina. Eran en muchos aspectos, diferentes. No obs-
tante, todos ellos, o por lo menos gran parte de ellos, llegaban con
comunes esperanzas fundadas a los grandes conglomerados urbanos
y efectivamente realizaban el deseo de encontrar un trabajo estable y
con remuneraciones que les permitía acceder a un mundo de consu-
mo relacionado con el confort del hogar y el disfrute de cierto ocio
posible de ser medido y planificado.

Las formas de vida percibidas como lejanas que posibilitaba imagi-


nar la radio a principios de los años cuarentas y que hasta se trans-
formaban en imágenes en una revista o en el blanco y negro de la
pantalla de un cine de pueblo o ciudad provinciana, se convertían en
este tiempo, de algún modo en reales. Accedían a viviendas con pisos
de madera, con living, dos habitaciones y bañera y, en muchos casos,
esas viviendas tomaban la forma de chalet californiano. Era el sueño
que la industria cultural que ya había crecido de manera poderosa
habilitaba en la imaginación de muchachos y muchachas jóvenes, con

ISSN electrónico 1851-9814 apuntes DE INVESTIGACIÓN / tema central: Partir 89


poca educación formal, y dispuestos a aprender oficios. Era para ellos,
una América urbana, más cercana en el espacio, pero quizá con simi-
lar fuerza simbólica que la que convocó a millones de hombres oscu-
ros del sur de Europa entre las dos últimas décadas del siglo XIX y
las dos primeras del siglo XX. Estos obreros que comenzaban a for-
mar parte de las grandes ciudades, eran fundadores de un nuevo
sedentarismo en su historia de vida antecedida por una migración
reciente, un sedentarismo optimista, no resignado.

En la comodidad de las casas producto de los planes de vivienda de


los sindicatos o el Estado o quizá de la autoconstrucción facilitada
por un ingreso estable y que habilitaba consumos y gastos extras, se
disfrutaba de estos artefactos de confort hogareño como la radio o el
tocadiscos que pasaban a formar parte de la escenografía de la vi-
vienda obreras. En un sillón recién adquirido similar al de las pelícu-
las que se veían los fines de semana, se escuchaba a Tormo cantar.
Los que no habían logrado todavía ese confort, con veinte centavos
comían una porción de pizza y un vaso de vino y a otros veinte los
introducían en las máquinas reproductoras de discos para que Anto-
nio Tormo entonase una canción regional que decía algo de los luga-
res abandonados y en parte añorados, pero también otras, de ritmo y
letras más universales, que reivindicaban arquetipos con la doble
condición de ser estigmatizados e idealizados: el bohemio y el vaga-
bundo.

L a canción “Mis harapos” que en pleno auge del peronismo, la voz de


Tormo hace escuchar a millones de obreros, había circulado desde
principios del siglo XX alentada por zonas de la bohemia urbana y
suburbana y por trovadores libertarios que circulaban por diversos
espacios y también por el mundo linyera. Es atribuida al que fuera
director del suplemento Martín Fierro del diario La protesta: Alber-
to Ghiraldo. La mínima escena dramática de la canción y sus dos per-
sonajes conforman un pequeño folletín romántico. El héroe es un
“caballero del ensueño” que tiene “pluma por espada” y en su aspecto
se observa una “romántica melena..., lacia y mal peinada”. Es “po-
bre… enfermo”, piensa, escribe y sabe soñar. En una noche calificada
como amarga se encuentra con su primo que es rico, poderoso y bien
querido, y al pasar, este roza su smoking con los harapos del perso-
naje. Hay indiferencia del hombre de smoking que se aleja sin estre-
char la mano y avergonzado de su “primo el soñador”. Luego de un
instante de angustia el personaje recobra sus fuerzas y le avisa al
mundo –aunque se dirija en primera persona a su primo– que aque-

90 Van los linyeras… / LUCAS RUBINICH


llos que actúan como ese primo son “arquetipos de tartufos”. Y re-
afirmando su identidad le gritará a lo que simboliza ese hombre ele-
gante: “mis orgullos te rechazan! ¡déjame con mis harapos! ¡son más
nobles que tu frac!”.

González Pacheco sostendrá en su reivindicación libertaria del linyera


que ellos son los bohemios del campo, del “mismo tipo romancesco y
belicoso”, “la encarnación de los sueños de vida libre” de los trabaja-
dores rurales. El linyera de Ivo Pelay, autor de sainetes representa-
dos en salas comerciales de Buenos Aires, no es belicoso, pero sí des-
interesado sin ambigüedades (“lo que gano lo gasto o lo doy”) y ob-
viamente reniega de las aspiraciones convencionales (“ni en la vida
deseo triunfar”). El recitado que introduce la canción sentará las co-
lumnas que diseñarán a este personaje casi irreal (¡Trotamundo su-
blime, hermano de gaviota, suerte de caracol segado por mil soles,
besado por mil vientos) con el que simpatizarán millones de hom-
bres y mujeres reposicionados socialmente en el marco del peronismo.

Quienes están disfrutando de su incorporación a la ciudadanía ple-


na, que incluye la ciudadanía social, no podrán evitar el estigma de
los sectores previamente integrados que verán en esta irrupción in-
tempestiva de masas con capacidad de consumo en lugares centrales
de la gran ciudad, un sinónimo de vulgaridad. Un despliegue de for-
mas y colores que inhibían la mesura de los grises predominantes y
que se desplegaban masivamente en lugares públicos de paseo y di-
versión, reforzaban esa estigmatización. Los hombres que ahora con
una quincena productiva y a la que se accedía en plazo efectivo, po-
dían adquirir zapatos a dos colores, corbatas floreadas, trajes a rayas
y sombrero, abandonando la simple vestimenta campesina o de po-
bre obrero urbano, y las mujeres, que accedían a usar maquillajes
baratos, aros de fantasía y vestidos en los que no escaseaban ostento-
sos rojos, no podían evitar que la mirada efectivamente dominante
en términos simbólicos del mundo social (y tal como resultan los pre-
dominios culturales, extendida a diferentes sectores de la sociedad),
descalificasen esa estética coronada por la piel cobriza de esos crio-
llos con ancestros indígenas a los que se llamó cabecitas negras. Ese
calificativo que podía extenderse a cualquier obrero rubio por su con-
dición de adherente al peronismo, es la condensación de una descali-
ficación fuerte en términos culturales que para los descalificados ex-
presa una dolorosa paradoja en tanto se produce en el momento en
que se accedía a todo lo soñado. Existía la habilitación legal para ejer-
cer los derechos como trabajador y también política. Sin embargo, el

ISSN electrónico 1851-9814 apuntes DE INVESTIGACIÓN / tema central: Partir 91


disfrute del ingreso masivo y por lo tanto conflictivo a la ciudadanía
social se acompañaba de esa descalificación cultural.

Una verdadera lucha de clases cultural, cuya dimensión política otor-


gaba fuerza, capacidad de respuesta a los subordinados. Y en esa lu-
cha cultural se conquista territorio paso a paso como parte de un co-
lectivo social ligado en gran parte a una identidad política, pero ob-
viamente se reciben heridas. El discurso cultural dominante que pone
a ese mundo obrero y peronista como sinónimo de vulgar, deja mar-
cas fuertes en esas personas que soportan el estigma. Se camina por
calles por las que antes no se caminaba, se accede a lugares que antes
no se accedía, pero en esa marcha que es triunfal, los adversarios que
han perdido autoridad para evitar ese acceso no han debilitado todo
su poder simbólico y lo despliegan aun en retirada. Los peleadores
populares deben también encontrar otros elementos que le otorgue
más densidad para reconvertir las diferentes dimensiones del estig-
ma en bandera. En términos políticos esto ocurre con “descamisa-
dos” que lo hace, identificando los valores positivos del trabajo rudo,
del esfuerzo, dibujando al protagonista del pueblo peronista como
símbolo de la dignidad en el trabajo. Pero hay otros pliegues del es-
tigma que son más difíciles de procesar políticamente, salvo
asociándolo a la figura de Evita, a la que se tolera que pueda reivindi-
car a sus “grasitas”, pero como parte de las concesiones del mundo
popular hacia la que se puede percibir pasionalmente como una
aguerrida heroína romántica.

Reforzar lo que se es ahora y lo que se fue antes dignificándolo frente


a los motes descalificatorios como “cabecita negra”, que expresan un
clima extendido y reforzado por la intensidad de la lucha política, es
parte importante del pertrechamiento necesario para quedar mejor
parado en las batallas simbólicas. Una herramienta fundamental en
esta tarea de construcción de identidad y de reconversión de tradi-
ciones serán algunos objetos culturales puestos a disposición por la
industria cultural que habilitarán figuras legitimadas de estigmati-
zados construidos como rebeldes dignos. Esos son el bohemio y el
linyera, rebeldes dignos o, mejor dicho, dignificados y legitimados
por la alta cultura, claramente en la literatura romántica y también
en zonas menores como los folletines rebeldes del mundo libertario
que sin dudas eran parte de la vieja cultura obrera. El encuentro en-
tre estas zonas lo posibilitará Antonio Tormo que aunque sea desca-
lificado por el antiperonismo como cantor de los cabecitas negras,
tiene todos los componentes que lo habilitan a continuar un tipo de

92 Van los linyeras… / LUCAS RUBINICH


canción nacional que primero habilitó Leopoldo Lugones y que luego
derivó en objetos que fueron parte de la incipiente industria cultural
de fines de los años veintes y los treintas: la llamada canción criolla.
Los recopiladores de canciones populares como Andrés Chazarreta y
Gómez Carrillo salían por los campos del NOA argentino a encon-
trarse con la nacionalidad. Esa nacionalidad debía contener en tér-
minos artístico populares, elegancia, mesura, suavidad y firmeza, se-
gún lo había marcado Lugones para que fuese la expresión de la gran
tradición grecolatina. Allí no entraba el folklore del litoral que aun-
que producto de diversas mezclas tenía una fuerte entonación
guaranítica, entonces indígena, que no se incluía en este diseño con-
ceptual. Tormo, como Gardel, como Corsini, como Magaldi, cantaba
viejos valses criollos (como “La loca de amor” y “La pulpera de Santa
Lucía”) y se acompañaba como ellos de un grupo de guitarras, que en
este caso tenían la muy fuerte tradición española de las provincias de
cuyo. El cantor esgrimía la pronunciación de un español universal,
delicado, amable y compatible con el hablar culto tradicional, que es
propio de los hablantes de esa región. Con esas características clási-
cas incorpora a su repertorio un rasguido doble, “El rancho e’ la
cambicha”, que es de la zona musical del litoral argentino considera-
da vulgar por el canon musical folklórico de ese momento y que, des-
de el título en adelante, podría haber sido recepcionada como una
caricatura de un campesino del norte de Entre Ríos o de Corrientes.
No obstante es convertida por la voz universal del cantor y el acom-
pañamiento musical de delicadas guitarras criollas en un legítimo 8 La letra de la canción tiene un carác-
himno festivo de todos los migrantes, protagonizado por el más es- ter festivo (” Y esta noche de alegría/
tigmatizado de los migrantes, en una costumbrista escenografía de con la dama más mejor/en el rancho
‘e la Cambicha/al trotecito bailaré”)
su lugar de origen.8
que puede, por momentos, lindar con
la caricatura (“Un frasco de agua flori-
Si hay un gesto que permíte a Antonio Tormo ser considerado por el
da/para echarle a las guaynas/y un
mundo popular peronista recién constituido, como “uno de los nues- paquete de pastillas/que a todas con-
tros” es el de interpretar “El rancho ‘e la cambicha”. Eso allana el vidaré.”), pero sin embargo, es Anto-
camino para que estas dos figuras de rebeldes individualistas como nio Tormo el que la dignifica: su figu-
ra de muchacho rubio, vestido de traje
el bohemio, y seguramente más el linyera en tanto puede ser imagi-
que despliega una voz delicada y vir-
nado no solo como personaje de literatura, se incorporen como per- tuosa, junto a esa entonación cuyana
trechos para la lucha simbólica. Ahora se puede percibir que la socie- asociada a un decir culto.
dad dominante que descalifica colocando en el lugar del vulgar al
que participa del mundo popular peronista no es homogénea, desde
esos mismos espacios surgen rebeldes que “saben soñar” y otros que
pudiendo tener los beneficios que ofrece esa sociedad se marchan a
los caminos y aunque se los descalifique ellos tendrán otras voces
legítimas y también la propia voz que en vez de nombrarlo como un

ISSN electrónico 1851-9814 apuntes DE INVESTIGACIÓN / tema central: Partir 93


deshecho los reivindique como rebeldes. Además de construir como
legítima la contestación política a través de una práctica concreta,
también se afianza en la relación con estos objetos la legitimidad cul-
tural de la rebeldía. En estos rebeldes legitimados por ese mundo
cultural ajeno, se reconocerán otros más familiares, como los de las
rebeldías campesinas y más cercanamente los de la gauchesca escu-
chados ahora en el radioteatro. Pero sobre todo, muchos de esos obre-
ros que hoy habitaban alguna zona del gran conglomerado urbano
podrán reprocesar su experiencia de haber estado con linyeras o
haberlos visto sin imaginar en esos momentos que podían tener la
dimensión mítica que la canción cantada por Tormo les otorgaba.
Ellos mismos en su primer viaje a la ciudad anduvieron como esos
vagabundos, por los caminos polvorientos y subieron a un tren con la
simple vestimenta campesina y llevando al hombro una bolsa o una
vieja valija. Había en esa historia de vida reciente una identificación
fuerte con el linyera mítico: la decisión de largarse a los caminos casi
con lo puesto escapando del mundo conocido para buscar un mundo
mejor. Los mundos de los que se escapan son distintos y los puntos
de llegada también, pero la rebeldía individual (habilitada por un
proceso colectivo que incorpora el ideal de la decisión individual que
quiebra la inevitabilidad) de abandonar lo conocido, de renunciar a
la seguridad que otorga aun en la pobreza, el saber que hay que hacer
cada día, es absolutamente homologable.

Experiencias sociales y emblemas


Los elementos que expresan y a la vez arman o rearman visiones del
mundo tienen intensidades y acoples diferentes, de acuerdo a los
momentos, en relación con la experiencia social y miradas ideológi-
cas más estructuradas. Estos elementos son más productivos cuando
forman parte de una experiencia social colectiva y pueden serlo me-
nos cuando esa experiencia ha desparecido o se ha relajado. Cuando
esto último ocurre estos elementos tienden a cristalizarse y pueden
convertirse en un objeto cultural que simplemente refiera a otro mo-
mento, en la expresión de un ritual nostálgico. Es no obstante una
manera de revivificarlo y es probable que esta revivificación ritual
permita mantener estas nociones en una imaginaria bandeja a dispo-
sición de experiencias sociales que la fusionarán con esa práctica vi-
tal y la transformarán.

94 Van los linyeras… / LUCAS RUBINICH


Lo que aquí se intentó analizar es cómo aparece emblematizado un
elemento que forma parte central de dos experiencias sociales signi-
ficativas e intensas para la sociedad argentina: la inmigración de ul-
tramar de fines del XIX y principio del XX y las migraciones internas
de los cuarentas y primeros cincuentas con las conmociones político
culturales que las acompañan. Con distinta intensidad en estas dife-
rentes experiencias y también con acoplamiento en diversas miradas
ideológicas y políticas la noción individualista romántica circuló con
varias formas y estilos por zonas de la alta cultura, de las culturas de
las clases subalternas urbanas y de la industria cultural. Las ideas de
unicidad, originalidad y autorrealización individual y la figura del
héroe –que ahora puede ser el oscuro hombre del pueblo cuando se
revela y lo hace sin grandilocuencia y no siempre con contención ideo-
lógica fuerte ante lo inevitable– fueron práctica, experiencia social
concreta, argumentos ideológico-culturales, bienes culturales y tu-
vieron emblemas.

Un emblema extraordinariamente productivo porque expresaba las


experiencias sociales más generales y porque podía acoplarse a dis-
tintos discursos fue la figura del trashumante que viajaba en trenes
de carga renegando del mundo convencional y quizás imaginando
otro distinto, ideal: el linyera. O si se quiere, fueron las construccio-
nes diferentes sobre la referencia efectivamente existente de esos con-
cretos trotamundos, las que se convirtieron en verdaderos emblemas
de esa idea individualista romántica que formaba parte de ideales
colectivos.

Hacia 1911, Emile Durkheim sostenía que los “ ideales colectivos no


pueden constituirse y tener conciencia de sí mismos sino a condición
de fijarse en cosas que puedan ser vistas por todos, comprendidas
por todos, representadas en todos los espíritus: dibujos figurados,
emblemas de todas clases, fórmulas escritas o habladas, seres ani-
mados o inanimados. Y sin duda sucede” –decía Durkheim– “que,
por algunas de sus propiedades, estos objetos tienen una especie de
afinidad para con lo ideal y lo atraen hacia ellos naturalmente’’
(Durkheim, 2005). Insistía en que lo que el llamaba ideal podía in-
corporarse a cualquier cosa del mundo debido a circunstancias más
o menos azorosas que debía tomarse en cuenta en cada caso. Cuando
eso ocurre, no importa cuál sea la cosa o ser sobre la que ese ideal se
fija, “por vulgar que sea, está fuera de parangón”. Y entonces es posi-
ble entender ”cómo un pedazo de tela puede aureolarse de santidad,

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cómo un delgado pedazo de papel puede llegar a ser una cosa muy
preciada” (Durkheim, 2005).

Es verdad que en este caso ciertas formas de la noción individualis-


ta romántica y el emblema que las realimenta construido con ele-
mentos de experiencias sociales concretas, relatos orales y bienes
culturales de distintas zonas de la cultura, va a tener intensidades
distintas de acuerdo a cómo, cuándo y por quiénes, sea apropiada.
Ocupa un lugar relevante en la cultura libertaria cuando esa cultura
tiene alta productividad social y cultural principalmente en las dos
primeras décadas del siglo, y –aunque menor– también en los años
treinta. En ese mundo, en esa época, el linyera en tanto trashuman-
te idealista, es un emblema que posee una poderosa vitalidad. Para
los chacareros de la pampa húmeda, también en esa tres primeras
décadas, es una manera de procesar una experiencia demasiado
cercana y la presencia de ese emblema es fuerte porque supone idea-
lizar una zona de la propia experiencia directa, o familiar inmediata
anterior, que las movilidades ascendentes pueden querer ocultar.
La forma que toma el emblema en el primer peronismo, la converti-
rá en herramienta que permitirá a una identidad, de algún modo
nueva –social y políticamente exitosa, aunque estigmatizada
culturalmente por las miradas convencionales hegemónicas–, ar-
marse frente a esa descalificación.

96 Van los linyeras… / LUCAS RUBINICH


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