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Memorial

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MEMORIAL

Memorial es una categoría que se usa en la liturgia para referirse al hecho de la presencia y
actualización del único misterio pascual de Jesucristo en todas las acciones litúrgico –
sacramentales, de manera especial en la eucaristía, que es el memorial de la muerte y
resurrección de Jesucristo, el Señor.

De esta forma, en palabras del benedictino Burkhard Neunheuser: “Nuestro culto es el


memorial del Señor hecho con palabras y con una acción sacramental. Esto es verdad, en
primer lugar, a propósito de la acción de la eucaristía: ésta es memorial de la muerte y
resurrección del Señor. Tal memorial —en virtud del Espíritu Santo, conforme a la promesa
del Señor, por medio de la fe— es un memorial real, que hace presente de manera eficaz y
dinámica la acción salvífica de Cristo (muerte y resurrección, es decir, el ofrecimiento
sacrificial de Cristo como núcleo de toda su acción salvífica) no sólo en el recuerdo
subjetivo, sino en la realidad objetiva. Nosotros, al hacer este memorial, por medio de él
tomamos parte en la donación sacrificial de Cristo, somos insertados en ella; más aún, en
Cristo, con Cristo y por Cristo ofrecemos su sacrificio al Padre, ahora como sacrificio
nuestro. El sacrificio único de la cruz no se repite; sin embargo, en el memorial está él
presente, se nos da “aquí y ahora” para nuestra salvación y para gloria de Dios Padre”.

Memorial no consiste simplemente en el hecho de «recordar». No ha de entenderse como


un proceso introvertido, con el que evocamos un acontecimiento o una persona del pasado,
sin compromiso alguno por nuestra parte; en general, cuando el uso bíblico recuerda,
significa que el pasado es traído hasta el presente, y que de esta manera se convierte en
impulso para hacer algo, ahora. No se trata de trasladarse al pasado, sino, al contrario,
trasladar el pasado al presente, para que en éste resulten eficaces sus implicaciones. Este
sentido del recuerdo se verifica también cuando se trata de un acto ritual que se hace como
memorial (zikkaron), con todas las consecuencias que esto supone para el sentido
significativo del rito (cfr. Ex 12, 14).

La fe cristiana recupera en este sentido la categoría memorial y la aplica a la acción


celebrativa, en concreto a la eucaristía. La fe cristiana siempre ha entendido que cuando
Cristo celebró la última cena con los discípulos, estaba realizando un memorial, y al
cambiar de sentido, por su Palabra, los gestos de aquel rito, quiso que los discípulos lo
repitieran precisamente en el sentido que les había dado; Jesús les mandó repetir aquello
como memorial suyo.

El memorial en el Antiguo Testamento

El memorial bíblico aparece aludido en una serie de términos hebreos ligados a la raíz zkr
de origen semita, cuyas formas principales, verbales o nominales, son zéker, zikkaron y
azkarah. El memorial aparece como un día festivo o como una acción sagrada o conjunto de
ritos, mediante los cuales Dios mismo “se acuerda” de su pueblo y de sus acciones
salvíficas y el pueblo “se vuelve” hacia su Dios “recordando” estas obras.

Obviamente, el “acordarse” divino es un antropomorfismo, pero revela una acción salvífica


real por parte de Dios o sea, una nueva intervención eficaz en la vida de su pueblo. Dios se
acuerda de su alianza (cf Ex 6,5), de sus promesas, de su misericordia y de su benevolencia
(cf. Sal 25,6; 105,42), de sus elegidos, de Abrahán (cf Gén 19,29), de David (cf. 132,1), de
su profeta (cf Is 38,3), etc. La “memoria de Dios” implica no solamente la gracia, sino
también el juicio sobre las acciones humanas, de manera que supone para el hombre un
motivo de esperanza y de perdón y un aviso para evitar el castigo.

Por parte del hombre, el “recuerdo” de las obras realizadas por Dios no es más que la
respuesta de la fe y la aceptación agradecida y obsequiosa del corazón. De este modo, el
memorial del hombre se integra en la bendición o alabanza, en la confesión de fe y en la
acción de gracias, que son otras tantas formas de expresar a Dios el reconocimiento por sus
beneficios y el primer paso para formular la invocación y la petición de nuevos favores. Se
cierra en cierto modo un ciclo que tiene por origen a Dios y que se dirige al hombre: Dios
que “se acuerda” para manifestar su bondad a su criatura y ésta, “recordando” esta bondad,
le bendice, le alaba y da gracias, y se siente movido a invocar nuevamente la protección
divina. El memorial se revela como un componente esencial de la “bendición” bíblica,
género de plegaria que desemboca también en la Eucaristía. En efecto, Jesús, “tomando el
pan y habiendo pronunciado la bendición, lo partió...” (Mt 26,26 y par).

Por tanto, el memorial se celebraba no solamente “en recuerdo del Señor”, sino porque
constituía en sí mismo un nuevo acontecimiento de salvación, producido y manifestado en
el rito, al tiempo que anunciaba nuevas actualizaciones. Esto explica que el memorial
aparezca siempre en la Biblia como un “signo” que reúne en sí el pasado (función
rememorativa) y el presente (función actualizadora), y garantiza la esperanza en el futuro
(función profética). Al celebrar el memorial, el pueblo experimentaba de nuevo la salvación
de Dios.

El memorial en el Nuevo Testamento

Es evidente que, entendido así el memorial, su significado es de la máxima importancia


para la comprensión del mandato de Jesús: “Hagan esto en memoria mía” (1 Cor 11,24-25),
frase que encuentra adecuado comentario en las palabras de san Pablo: “Pues cada vez que
comen de este pan y beben el cáliz anuncian la muerte del Señor hasta que vuelva” (1 Cor
11,26).

Por medio de este mandato, Jesús instituyó un nuevo memorial, distinto del anterior en el
signo y en el contenido, pero no en la forma de evocar y de hacer presente el
acontecimiento actualizado. Los relatos de la institución de la Eucaristía y especialmente el
de san Lucas (cf. Lc 22,7-20) ponen de relieve que Jesús sustituyó el banquete del cordero
pascual – memorial antiguo – por el banquete de su cuerpo y sangre – memorial nuevo -. El
relato de 1 Cor 11,20-34 subraya, además, con mayor énfasis el carácter de mandato de
celebrar el memorial de las palabras del Señor, mandato que tiene por objeto una acción ya
conocida y establecida ritualmente, la fracción del pan y la bebida del cáliz del Señor. San
Pablo quería recordar a los cristianos de Corinto que esa acción es memorial del Señor y
como tal tenían que celebrarla para “anunciar su muerte y proclamar su resurrección” hasta
su retorno (cf. 1 Cor 11,26).
Resulta claro que el memorial es una acción, pero san Pablo le añade el matiz de anuncio
eficaz de la muerte del Señor, o sea, de “acción-anuncio que tiene todo el poder de hacer
presente de manera real y no meramente intencional el misterio de la Pascua de Cristo. Esta
“acción-anuncio” va unida a las palabras de bendición, de acción de gracias y de oblación y
entrega personal de Jesús en el pan y en el vino que han de ser consumidos: “Tomen,
coman: Éste es mi cuerpo entregado por ustedes..... Beban.... Ésta es mi sangre de la
alianza, que es derramada...” (Mt 26,26-27 y par). Por tanto, el memorial del Nuevo
Testamento consiste en el cumplimiento de un acto ritual, de una acción compuesta de
palabras y de gestos ligados no ya al viejo rito del cordero, sino a la muerte y resurrección
del Señor. El memorial sigue siendo no una mera evocación subjetiva, sino un recuerdo
objetivo que pone ante el Padre el sacrificio de Cristo y lo hace presente precisamente en la
acción memorial que se celebra para cumplir su mandato.

La eucaristía, memorial del misterio pascual

La eucaristía que es “el sacramento de nuestra fe”, es precisamente memorial de la


pasión, muerte y resurrección del Señor.

En efecto, el memorial eucarístico aparece en los relatos de la institución de la


eucaristía, en las palabras del Señor: “Hagan esto en memoria mía” (I Corintios
11,24-25; cf. Lucas 22,19).

El Concilio Vaticano II recordó expresamente que “Nuestro Salvador.... instituyó el


sacrificio eucarístico .... con el cual iba a perpetuar, por los siglos hasta su vuelta, el
sacrificio de la cruz, y a confiar a.... la Iglesia el memorial de su muerte y
resurrección” (Sacrosanctum concilium 47).

Los estudios del benedictino Odo Casel (1948), dentro del movimiento litúrgico, han
permitido apreciar el sentido pleno del término, es decir, considerar el memorial
como una memoria real, re-presentación o nueva presencia de lo que se conmemora,
un acontecimiento históricamente ya pasado, pero que se hace actual al comunicar de
manera eficaz su potencial salvífico.

En cada eucaristía, y en concreto en la plegaría eucarística, se hace el memorial de


nuestra salvación al repetir las palabras y los gestos del Señor en el transcurso de la
última cena que son expresión del único sacrificio de la nueva alianza, que constituye
la vida entera de Jesucristo, sellada con su sangre.

En este sentido, la eucaristía no es sólo un recuerdo, sino actualización del sacrificio de


Cristo en el hoy de la iglesia y tensión hacia la realidad gloriosa de Cristo resucitado.

Dimensión escatológica del memorial

Puesto que la liturgia es el memorial del misterio de salvación hasta que el Señor vuelva.
De hecho, el memorial litúrgico es, de por sí, un alimento de la esperanza del pueblo; el
recuerdo de las maravillas de Dios, actualizadas en el hoy por la celebración de la
eucaristía, aseguran una plena fidelidad de Dios a su promesa.
Recordar algo a Dios es tanto como asegurar su intervención. De ahí que el sentido original
de 1 Corintios 11, 26, incluya un elemento de finalidad; la traducción más exacta es: «hasta
que se realice el término: su venida». Sentido profético. Al celebrar la Cena, la eucaristía,
«anunciamos» la muerte del Señor. Esta proclamación se realiza por el mismo hecho de
celebrar la Eucaristía, pues cuando la comunidad se reúne en asamblea para celebrar el
memorial, constituye un signo, una señal, para toda la humanidad.

En conclusión, al celebrar el memorial de la salvación en Jesucristo se expresa la


conciencia que tiene la Iglesia de constituir el signo del misterio pascual, de una manera
que compromete a la humanidad entera, pues toda la humanidad está abocada, como último
destino, a encontrarse con Cristo en su retorno

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