Clara y El Invitapajaros
Clara y El Invitapajaros
Clara y El Invitapajaros
Empezaba otra tarde de invierno y Clara se aburría al solcito, en un rincón del patio.
Ella no sabía muy bien qué hacer con sus vacaciones, y en la casa no sabían qué hacer con ella. En
eso llegó Dino, un amigo que andaba igual, y todo cambió, porque la vida es más fácil cuando no estamos
solos.
Los dos tuvieron la misma idea: fueron hasta el arbolito seco que había en el fondo, y se pusieron a
armar un espantapájaros, más para espantar al aburrimiento que a los pájaros.
- ¡Y de paso tendremos otro amigo! -dijo Clara.
Para vestir al arbolito, juntaron un pulóver roto del padre de Dino, la camiseta de básquet que le
quedó chica al hermano de Clara, una sábana vieja, hilo, papeles, una cacerola pinchada, largos ratos de
alegría, alguna pelea y mucho amor.
- Está bueno -dijo Dino- pero no asusta a nadie. Mirá.
- ¡Pajaritos! Es como si los llamara…
- Demasiada buena onda; no se va a hacer respetar nunca este pavote -se desanimó Dino-: Es como
vos decís, en lugar de espantarlos los invita. Yo me voy a ver una película de guerra en el Canal de los
Chicos.
Lo mágico de este mágico Invitapájaros era que podía hablar, pero eso también lo hacen los grandes,
los chicos, los loros y las radios. Lo más mágico era que sabía escuchar, y entonces fue haciéndose amigo de
otros chicos como Clara, de alguna flor que pese al invierno crecía acurrucada contra él, y principalmente se
hizo amigo de los pájaros.
Con el paso de los días, primero unos cuantos gorriones sin techo, y después todos los pájaros del
barrio, hicieron nidos y se mudaron a vivir a las manos abiertas del "Invitapájaros".
Y Clara quedó muy feliz con ese nuevo amigo esperándola siempre en el patio, con su cuerpo de
trapo y su cara abollada, porque podía jugar a que no estaba sola y charlar con él de las cosas que les
pasaban a los dos.
Alguien, por fin, tenía tiempo de escucharla.
Otro día Clara descubrió un álbum viejo, donde había unas fotos suyas de años atrás con chupete y
baberito rosa.
Ella miraba la foto y se miraba en el espejo, tan distintas la Clara-bebé de antes y la Clara-nena de
ahora. Y se preguntó: ¿Qué es crecer?
Como hacía siempre, fue por toda la casa preguntando lo mismo a cada uno por separado, para ver
qué le contestaban.
- ¡Crecer es progresar! -le gruñó el papá con los ojos fijos en las cuentas que siempre hacía. Papá
tenía deditos como arañas bailando en los botones de su calculadora, lentes gruesos y una corbata como
tobogán, por donde bajaban florecitas, redondeles y palotes siempre de color gris.
Clara no entendió la contestación del padre, pero mirándole la gran panza imaginó: "se crece para
adelante".
- Crecer es saber dar un paso al costado - dijo mamá sin levantar la vista de la torta que decoraba-
es darse cuenta cuándo uno estorba. ¡Así que córrete de ahí!
Entonces Clara dejó paso libre a su madre, que iba y venía con un rumor de confites y crema batida.
Desde un rinconcito, muy callada, miró esa ancha espalda de mamá y pensó: "se crece para los costados".
- ¡Poder saltar más alto que los otros! ¡Eso es crecer! -le dijo el hermano, que apilaba trofeos,
medallitas y otros premios ganados jugando al básquet.
Clara miró cómo su hermano estiraba los brazos larguísimos y colgaba un póster de su
equipo, allá lejos en la pared, y pensó: "se crece para arriba".
Afuera estaba un mundo de apurones, en casa cada uno tenía su verdad, y por el Canal de los
Chicos seguían ¡crash bum, pow auch!, los dibujitos en guerra.
¿Nadie podría explicarle lo que era crecer?
Entonces Clara salió al patio a ver a su amigo Invitapájaros, que la recibió con un saludo de
gorriones inquietos y mariposas color miel. El Invitapájaros no sólo podía escuchar las palabras sino que era
sabio en leer los ojos, así que adivinó:
- A vos te pasa algo, Clarita...
- Más o menos, ando averiguando cómo es eso de crecer, pero no creo que vos puedas ayudarme,
porque nunca te vi crecer, ni para arriba ni para adelante ni para los costados.
El Invitapájaros le regaló a Clara unas palabras como caricias.
- A uno también lo hacen crecer las buenas cosas que sueña para mañana, los recuerdos lindos de
ayer, y momentos como este de ahora, las conversaciones con amigos, sean nenes, pájaros o estrellas, el olor
de la tierra donde uno ha nacido, todo lo que se puede hacer por otros... Yo guardo debajo de estos trapitos
que son mi piel, ideas que se me ocurren, sentimientos buenos, colores, alguna música, nuestra amistad.
Todas esas cosas ayudan a ser mejor, y si uno se olvida de ellas anda como vacío: eso es muy triste…
- ¡No andar vacío! -repitió Clara mirando al Invitapájaros -algo sabes del asunto después de todo.
Y fue muy rápido a contarle a mamá, a papá, al hermano y al mundo que también se puede crecer
para adentro.
Edgardo Epherra