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SNDleisinx

Organo del Departamento de Filosofía


Facultad de Filosofía y Letras

EDITORIAL

Ocravio N. D'ERISI: La prudencia (III) 163

ARTICULOS

CARLos R. KELZ : El tránsito de la existe di ser . . . 167


RAÚL EcHAuRi: Arte y conocimiento 185
BEATRIZ BOSSI DE KIRCHNER: Contemplación y Dios en Aristóteles 189
MARGARITA MATJRI ÁLVAREZ : Breves notas acerca de La Política
de Aristóteles 205
OLGA E. LABRE - J. E. BOLZÁN: La teoría de la ciencia de Guil termo
de Ockham: una imagen. prospectiva 211

NOTAS Y COMENTARIOS

GUSTAVO E. PONFERRADA: Santo Tomás y la prostitución 225


OCTAVIO N. DERISI: Una seria contribución al tema de
la libertad 230
In memoriam. Santiago de Estrada 234

BIBLIOGRAFIA

MARIO PANGALLO: "Habitust" e vita morale. Fenomenologia e Ifondazione dn-


tologica (Laura E. Corso), p. 236; LEO J. ELDERS: Santo Tomás de Aquino hoy
y otros ~dios (Maricel D. M. de Candolfi), p. 237; Jumo R. MÉNDEZ: El
amor, fundamento de la participación, metafísica. Hermenéutica de la Sumara
contra Gentiles (Octavio N. Derisi), p. 239.

1990
Año XLV (Julio-Setiembre)
N° 177
SAPIENTIA
Propiedad de la Universidad Católica Argentina "Santa María de los Buenos
Aires'

SAPLENTIA es órgano oficial del Departamento de Filosofía de la Facultad de


Filosofía y Letras de la Universidad Católica Argentina; es también órgano
de la Sociedad Tomista Argentina.

Director: Octavio N. Derisi

Subdirectores; Vicente O. Ciliberto, Héctor Aguer.

Secretarios de Redacck in: Gustavo E. Ponferrada, Juan R. Courréges

Pr°secretario dei Redacción y Administración: Néstor A. Corona

Comité de Redacte: Juan A. Casaubón, Alberto Caturelli, Abelardo F. Rossi,


Carmelo E. Palumbo

Coordinadores: Mario E. Sacchi, María C. Donadío de Gandolfi

Encargada de Publicidad: Nélida S. Danese de Brennan

Dirigir toda correspondencia relativa a manuscritos, suscripciones y libros para


recensión a:

REVISTA SAPIENTIA
Facultad de Filosofía y Letras UCA
Bartolomé Mitre 1869
1039 BUENOS AIRES — REPUBLICA ARGENTINA
LA PRUDENCIA

III
LA VIRTUD DE LA PRUDENCIA

e. Ubicación de la prudencia en el conocimiento práctico


Hemos visto antes que la inteligencia especulativa procede del hábito natu-
ral del Intellectus, que sin esfuerzo aprehende los primeros principios del ser, al
hábito adquirido por la repetición de los actos, de la Ciencia, que saca las con-
clusiones más determinadas, pero siempre universales; y de ésta baja a las con-
clusiones concretas "per reflexisonem ad phantasma", de los hechos singulares.
Todo este desarrollo se realiza en el arden teorético (cfr. 1, n. 3 de este trabajo).
En cambio, la inteligencia práctict4 se inicia con el hábito natural de la
Sinderesis, que aprehende sin esfuerzo el bien moral y los primeros principios
del mismo, como "hay que hacer el bien y evitar el mal" "no debe perjudicarse
al prójimo?' y otros evidentes por sí mismos.
A la Sinderesis sigue el Consejo, que investiga los medios para lograr ese
bien.
Al Consejo sigue el hábito intelectual del Juicio que juzga sobre esos medios
si SO2 conducentes o no y en qué medida para lograr el fin.
Estos tres grados de la inteligencia práctica permanecen en el plano espe-
culativo (Cfr. el n. 3 de este trabajo).
Y luego viene la ciencia estrictamente práctica de la prudencia,' que Mica
a la acción de las virtudes morales esos medios adecuados para ajustarlos a su
bien, en el justo medio o medida, es decir, entre los dos extremos, o mejor,
entre los dos excesos pernticiolsos.2
Por eso, en cuanto a los principios universales de la ciencia práctica de que
se nutre, la prudencia es connatural al hombre.
En cuanto a su aplicación a otros principios más determinados y a la apli-
cación práctica de los mismos a la acción individual de la voluntad, enrique-
cida con las virtudes morales, para conducirlos a su auténtico bien moral. —en
que ella específicamente consiste— la prudencia se adquiere par la repetición
de sus actos, es una virtud adquirida?
La prudencia es, pues, una ciencia práctica, elevada a la virtud por la repe-
tición de sus actos que ordenan la acción estrictamente humana de la voluntad,
enriquecida por las virtudes morales, a su bien. Es el "rectus ordo agibilium",

1 S. Th., II-II, 47,2; III Sent, D. 33, Q. 2, a.4.


2 S. Th., 47,7. ,
3 S. l'h., II-II, 47,4; S. Th., 141, 57, 5 ad 3 y 61, a.

SAPIENTIA., 1990, Va. XLV


164 ocrAno N. DERIn

"el recto orden del obrar". Pero para que la ciencia práctica de la prudencia
llegue a ser virtud intelectual, se requiere la repetición de sus actos, que enri-
quecen a la inteligencia y facilitan su difícil actuación. La virtud de la prudencia
es una virtud intelectual, una ciencia práctica y a la vez una virtud moral,
porque ordena y preceptúa a las virtudes morales para llevarlas a su justo bien,
misión fundamental de la prudencia.4
Como dijimos antes, ella supone la recta ordenación de la voluntad adqui-
rida por los hábitos o virtudes morales, que la inclinan de un modo perma-
nente al bien moral o humano, a los que la prudencia aplica en la justa medida
racional a su bien, para evitar excesos de más o de menos y las dirige con su
imperio .5 La ciencia práctica) dei la prudencia no puede aplicarse sino para el bien
obrar humano.

En cambio, la técnica o el arte, según dijimos, ordenan la actividad del


hacer para el logro de una buena obra bien hecha o de una obra de arte bella,
prescindiendo del orden moral humano. Así un artista puede lograr una obra
realmente bella, sin tener una disposición rectamente humana. Tal la diferencia
del "rectus urdo agibilium" del ,hábito de la prudencia, y del "rectus ordo facti-
bilium" de la técnica y del arte. De todos modos también la técnica y el arte
requieren la repetición de sus actos para conivertirse: en hábito o virtud de la
inteligencia. práctica.

7. Conocimiento de los principios universales y del acto singular de la prudencia


Para poder cumplir debidamente su cometido, la virtud intelectual de la
prudencia debe estar en posesión de los principios universales de la moral. Sin
ellos no podría encauzar las virtudes a su M'en.o
Pero tiene que conocer también los hechos concretos, a que debe aplicar las
virtudes morales. Sin este conocimiento la aplicación de los principios morales
sería imposible, porque son universales? Y aunque las conclusiones de la ciencia
práctica son universales, pueden aplicarse a los hechos singulares, por cierta
reflexión a los sentidos interiores de lag fantasía:8 "Per fefiexionen ad phantas-
ma" que dice Santo Tomás, de donde se obtienen por abstracción los principios
universales.

8. La prudencia es una virtud especial


Cuando las virtudes pertenecen a diversas potencias, dice Santo T oirás, su
distinción formal se hace más evidente. Pero cuando diversas virtudes se refie-
ren a una misma potencia, en este caso a la inteligencia, la distinción se logra
por la diversidad de sus objetos formales. Así la prudencia, se diferencia de
las virtudes intelectuales especulativas, como el Entendimiento, la Sabiduría y la
Ciencia, que son de objetos universales; mientras la Prudencia se ordena a

4 S. Th., 47,8. VI Ethic, Lec. 9


6 S. Th., I1-II, 47,7 y 8. De Vitt., 1,12 ad 26. 5,1; VI Eth., lee. 9.
6 S. Th., 1141, 47,1 y 2. S. Th., 56,2 ad 3; VI Eth., lec. 4.
7 S. Th., II-II, 47, 3; VI Eth„ lec. 6 y 7.
S. Th., 11. gil, 42.3, I, 84, 7.
LA PRUDENCIA. 165

acciones individuales y contingentes.9 A su vez se diferencia de la técnica y del


arte, también virtudes intelectuales, que se ordenan al bien de objetos indivi-
duales exteriores, pero prescindiendo del orden humano o moral, mientras que
la Prudencia se dirige a ordenar el orden individual interno o moral.»

9. La prudencia presupone el bien moral de las virtudes

En efecto', a la prudencia no corresponde señalar el fin a las virtudes mora-


les, que lo poseen por una inclinación natural y par los hábitos adquiridos."
Sobre esa base la prudencia sólo aplica esas virtudes inclinadas ya de por
sí al bien moral al acto concreto para que se ajusten al medio debido sin exce-
sos y sin defecto y además las impera a su ejecución.'2
La prudencia desde la inteligencia gobierna y dirige las virtudes morales a
su fin, otorgándoles los medios necesarios para 40.13

10. Distintos sectores de la prudencia


El hombre tiene obigaciones morales individuales, familiares y políticas.
Debe obrar bien como individuo, como miembro de una familia y como ciuda-
dano o miembro de una sociedad política y, sobre todo, en este casa, cuando
es gobernante.
En todos estos casos debe obrar conforme a las tres virtudes morales; y la
prudencia las ajustará con sus medios a su debido fínt.14

Por eso, hay una prudencia individual, una familiar y otra política.13
La prudencia de la persona individual aplica las virtudes de la misma a su
fin en la recta medida.
La prudencia familiar se dirige principalmente a ordenar las virtudes del
jefe de la familia', para que conduzca a ésta a su fin correctamente, es decir,
a la promoción de los sexos, a la procreación y educación de los hijos. Por eso,
también la prudencia familiar debe estar en la esposa y en los hijos para orde-
narlos a cumplir sus deberes respectivos mediante las virtudes morales.
La principal es la Prudencia política, por tratarse, de ajustar las virtudes
morales de los ciudadanos al bien común de la sociedad política, que es el bien
moral superior y más, importante. En efecto, el bien común 09 el bien de toda la
comunidad de las personas: las condiciones necesarias para su recto, desarrollo
en los diversos aspectos: económico, político, social y cultura. Esta supremacía
del bien común confiere a la prudencia política una supremacía sobre las demás
Prudencias.16

9 S. Th., II-11, 47,4; S. Th., I- II, 57,5 ad 3; y 61,1.


10 S. Th., II-111, 47,3.
11 S. Th., II-II, 47,6. S. Th., I-I1, 66, 3 ad 3; y De Ver., 5,1.
12 S. Th., II-II, 47,6.
33 S. Th., II-11, 47,8; S. Th., I-II, 57,6; DO Virt., 12 ad 26; y 5 ad 1. VI Eth., Rec,
14 S. Th., II-II, 47,6,7 y 8. Cfr. lugares citados en la última nota.
15 S. Th., II-II, 47,6 y 11; VI Eth., lec. 7.
16 S. Th., II-II, 47,11.
Oczkvro N. DEmSI

Ahora bien, en este sector, la prudencici períenece . ante íodo, como dice
Santo Tomás, al Príncipe, es decir, al gobernante —sea cual sea' el régimen
gubernativo, monárquico, aristocrático o democrático—, pues es propio de la
prudencia imperar el acto bueno a la virtud y es al gobernante a quien com-
pete ante todo imperar a los súbditos lo necesario para lograr el bien común.17
Al súbdito como tal no compete la prudencia política; pero, como hombre
o persona individual debe poseer la prudencia de toda persona, que debe orde-
nar sus virtudes morales mediante la misma.18

11. La prudencia del que vive en gracia y del pecador

Quien posee la gracia santificante o la vida de Dios posee la claridad, y


que gracia y caridad van siempre juntas e, incluso según algunos autores, son
hábitos que se identifican. Ahora bien, quien posee la caridad posee todas las
virtudes, incluso, por ende, la prudencia.
En efecto, la virtud de la caridad lleva conexas consigo todas las virtudes.19
•En cambio, en el pecador puede haber, en primer lugar una falsa pruden-
cia, cuando ordena su acción para lograr un fin malo o pecaminoso. En este
sentido podríamos decir que posee una falsa prudencia: por ejemplo si uno es
un buen ladrón., es decir, un hOmbre que sabe robar.
En segundo lugar, el pecador puede poseer una prudencia para un. bien,
pero que no es el bien perfecto o estrictamente moral. Por ejemplo, prudencia
para navegar bien.
Finalmente, puede poseer la prudencia para ver lo que pertenece a urea
recta, viola,, pero carecer de fuerza de voluntad para imperado y realizarlo. Es
decir, no llega a la meta de la virtud de la prudencia, que preciSamente consiste
en el acto que impera la voluntad a su bien mora1.20

12. La prudencia posee una parte natural y otra adquirida

La visión de los primeros principios morales, la Sinderesis, es un hábito


natural, no adquirido y que está en la base de la prudencia.
En cambio, la deducción de los mismos a sus consecuencias es fruto de la
ciencia práctica adquirida por la repetición de sus actos, es decir, es una virtud.
Y más todavía es virtud adquirida la que conduce al acto formal de la pruden-
cia, que es el imperio o aplicación de estos principios al acto concreto de la
virtud mora1.21 Esta virtud supone mucho esfuerzo y repetición del acto correcto
de la misma, tanto más que es la principal virtud de la moral, porque siendo
intelectual dirige a las otras virtudes morales, que residen en la voluntad res-
pecto a las pasiones.
(Continuará)
MONS. DR. OCTAVIO N. DERISI

S. Th., II-II, 47, 12. S. Th., I-II, 54, 2 ad 1.


18 Ibid.
19 S. Th., II-II, 47,14; y 44,3; De Virt., 5,2 ad 3.
20 S. Th., 47,13. De Ver., 5,1; VI Eth., Lee. 10.
21 S. Th., II-II, 47,15; De Ver., 18, 7, ad 7.
EL TRANSITO DE LA EXISTENCIA A, spn

1. Introducción

El movimiento, derivado de la convocatoria apuntada en la encíclica


Aeterni Patris, del Santo Padre León XIII, ha significado un acontecimiento
de capital importancia para la restauración de los estudios tomistas. Este
hecho trajo aparejado un sinnúmero de controversias en el seno de la propia
escuela y, más específicamente, en torno a las nociones claves de Santo Tomás:
Precisamente, sobre este particular desacuerdo entre sus seguidores, versa la
naturaleza de nuestro estudio, que hemos denominado "El tránsito de la exis-
tencia al ser". La sustancia del presente trabajo, sustentado sobre la base
especulativa de la ontología tomista, resulta un sincero homenaje a Mons. Dr.
Octavio N. Derisi, infatigable amigo de estos estudios metafísicos.

2. Tres corrientes de opinión tomista

El esfuerzo de relectura ha permitido descubrir el auténtico rostro del ser


(esse) tomista, a la par que ha disipado, de un modo fundamental, las dudas
en torno al mentado "olvido del ser" (Seinsvergessenhel) atribuido por Hei-
degger a la tradición metafísica de Occidente. Ni Santo Tomás se olvidó del
ser, porque su ontología se funda en él,1 ni la restauración del ser tomista surge
por impulso del pensador germano.2
En este enfoque, donde la metafísica tomista exhibe su doctrina original,
se presentan delineadas dos concepciones fundamentales del esse. La primera
corriente, solidaria con el aristotelismo y ligada a la tradición escolástica, en-
tiende el esse qua existe tila, porque reviste el esse in acto con el ropaje del
esse ut actos. Esta perspectiva, íntimamente vinculada a Cayetano, Juan de San-
to Tomás, Liberatore, Sanseverino, de María, Billot y Mercier, encuentra en
Manser, Sertillanges, Garrigou Lagrange, Grabmann, Gredt, Ramírez y Rodrí-
guez,3 a sus más distinguidos seguidores. A esta orientación se asocia Mons.
Derisi entre otros tantos de no menor prestigio. El primer período de Maritain
y de Gilson asoma tímidamente de esta pléyade de notables, con algunos toques

1 Cf. DE RAEYMAEICER L., Frefazionet a C. Fabro, in Partecipazione e causatita, Torino,


1960, p. 4.
2 Cf. FARRO C., L'interpretaziane dell'atto in S. Tornmaso e Heidegger, "Atti del Congres
so nItternazionale", vol. I, Roma, 1974, pp. 514-515.
3 Cf. GREDT, J., Elemento philosophiae, v. I, Friburgi, 1937, p. 4; MERCIER, Metaphy-
sigur Générale, Paris, 1923, p. 26; RODRÍGUEZ, V., "'El ser que es objeto de la metafísica
según la interpretación tomista clásica", Estudios Faosófioos, 14 (1963); en estas obras
podemos encontrar la correspondencia del vocablo "existencia" con el "esse" tomista.
SAPIENTIA., 1990, Vol. XLV
168 CABLOS R. anz

de disidencia. Tardíamente se separan del primer grupo para encolumnarse en


el segundo.
La otra corriente, acudiendo a la "filosofía esencial" descubre una singular
fecundidad en la doctrina del actus essendi, entendido como acto participado
del Ipsum esse, capaz de replantear, desde sus bases, todo el edificio especu-
lativo elaborado hasta el presente. Aquí nos enfrentamos a uno de sus más
singulares representantes, el P. Fabro, quien, aplicando el "método genético"
en sus estudios, ha avistado con toda profundidad el significado del ser tomista.
El mismo nos lo dice: "In questo senso l'approfondimento dell'originalith, della
nozione metafisica dello esse fondata sulla nozione di partecipazione é appena
all'inizzio: dalla sua esatta comprensione e dal suo approfondimento dipenderá
la consistenza di quell'originalitá dell'atto proprio dello spirito, nel suo cos-
tituirsi esistenziale, che é la scelta radicale della libera".4
Intimamente ligado a esta novedad interpretativa del tomismo, se en-
cuentra De Raeymaeker. Por su parte, Gilson ve una suerte de formalismo
en tomo a las nociones claves de la metafísica en la escolástica. De ahí que,
junto a de Finance, se asocie a esta perspectiva renovadora. A estos bastiones
de renovación tomista, se han sumado representantes de todo el mundo, tales
como Alvira, Clavel, Delladonne, González, Echauri, Ferro, Malendo, Mondin,
Sánchez Sorondo, Soaje Ramos y Wilhemsenn, por sólo mencionar algunos.
Una visión encontrada al tomismo esencial y a la escolástica considera
que Santo Tomás es susceptible de una revisión "crítica". Se trata de la escuela
marechaliana de Lovaina. Ellos remiten el esse a la cópula del juicio operando
una síntesis con Kant. Otros han intentado acercar el tomismo a las propias
fuentes hegelianas. Por nuestra parte, consideramos que esta corriente no
pertenece al genuino pensamiento tomista por 'lo que nos excusamos de no
abordarlo en el presente estudio. Solamente enfocaremos el tránsito operado
del "esse", concebido como "existencia", al entendido como "actus essendL".
El reverdecer del "tomismo esencial" ha contribuido a esclarecer un punto
neurálgico de la metafísica, a saber, que a poco de la muerte del Santo Doctor,
se produjo un oscurecimiento de la noción de ser. La intromisión 'del vocablo
"existencia", para significar lo que Santo Tomás denominó actus essendi o,
simplemente, esse, junto a la habitual costumbre de asociar el ser con el ente,
y el hecho que se ha convertido al ser en un quid, resultan algunas de las
causas del mentado eclipse. Dicho con otras palabras, si el esse resulta un
sinónimo de la existencia, entonces el esse acto (perteneciente al ablativo) se
devora al esse ut actus (propio del nominativo).

3. El ente: lo existente
Para probar que Santo Tomás no olvida el rango fundamental del ser,
sino que, por el contrario, le confiere la primacía absoluta sobre cualquier otra

FABRO, C., L'interpretaztone dell'atto in S. Tommaso, ed. cit., p. 515.


EL TRÁNarro DE LA. KKISTENCIA AL SER j(9

noción metafísica, observemos la modificación realizada en torno a la noción


de ente.
En lo que concierne a la definición, recordemos las fórmulas en las que
deriva el ente (ens) del ser. Hoc nomen ens imponitur ab ipso acto essendi: 3
acuñada en los primeros escritos de Santo Tomás, se continúa a lo largo de
toda la obra. Un ejemplo de ello es la Suma Contra Gentiles, I, 25. En los
Comentarios a la Metafísica de Aristóteles expresa la misma noción: ens im-
ponitur ab ipso esse. Luego, al "ente" se lo designa por cuanto tiene el ser 6
y, por lo tanto, la razón de ser del ente le viene del ejercicio de su propio
acto de ser.? Si esto es así entonces Santo Tomás ha establecido una diferencia
ontológica entre el ente y el ser (esse), aunque no lo declare de esta manera.
Afirmar que "el ente es lo que tiene ser" no implica absorber el ente en la
categoría de "género". De hecho, Santo Tomás dice que el "ente no es un
género".8 Por lo tanto, si no se le puede "comprender" mediante una categoría
intelectual, entonces tampoco se podrá agregar diferencia alguna que no se
encuentre contenida en él. Los conceptos genéricos dependen del proceso abs-
tractivo, pero el ente mismo no es un "concepto genérico". Aun las determina-
ciones y modos de ser están implicados en el ente y acceder a él no significa
agotar su realidad.9 De esto se infiere que no debemos confundir "lo cognosci-
ble" con "lo que es", porque mientras lo primero depende del proceso abstrac-
tivo y tiene por objeto las formas esenciales, lo segundo depende de un juicio
de existencia.

Aquí nos enfrentamos a la inestimable riqueza de lo real que nos presenta


una dimensión del ente huidizo a toda determinación conceptual y, por lo
tanto, lógica. Esto equivale a afirmar que, aunque el entendimiento tiene por
objeto el ente, principio de todo conocimiento, lo que podemos conocer de
él no se reduce exclusivamente a lo aprehendido por nuestra capacidad inte-
lectual. Por consiguiente, el realismo metafísico mantendrá siempre la prima-
cía de la verdad ontológica sobre la verdad lógica. La lógica, así como todo
lenguaje humano, resulta un signo de la capacidad de conocer, pero éste se
funda en el ente y no a la inversa.
Por otra parte, se puede sostener que "todos los entes pertenecen a un
mismo género",10 si con ello querernos expresar su pertenencia a todo lo que
merece el título de real. En efecto, toda la comunidad de los entes existe efecti-
vamente y su entidad no se reduce al rostro eidético significado con la res sino
que implica su inmediata referencia al ipsum esse.

5 In I Sent., dist. VIII, q. 1, a. 1.


6 Cf. In I Sent., dist. VIII, q. 1, a. 1; y Comm. Peri Herm., lect. 5, n9 71
ti Se denominan entes de razón a aquellas cosas que se encuentran sólo presentes a los
ojos de la inteligencia. Estas "ficciones' tiene el ser de aquel que las piensa. Por consi-
guiente, son entes en tanto que participan del esss ejercido por la facultad racional. Se trata,
entonces, de conceptos sin realidad extramental.
8 Comm. Met., TIII, lect. 8; cf. también Cont. Gent., 1, c. 25; S. Theol., q. 3, a. 5. De
Pot., q. 7, a. 3.
9 Cf. ALvmA., T.. CLANET, L.; MELEND«, T., Metafísica, Navarra, 1982, p. 38‘
le Corren. Met., 'IV, lect. 1.
PIÓ CARLOS. R. -KE-Lz

4. Del ente al ser

Santo Tomás no realiza una ontología de la "existencia", sino de lo exis-


tente, es decir, del ente. El se presenta a los ojos de la inteligencia corno
una realidad de hecho. Pero él mismo está fundado (Grund) en el ser (esse). El
cual (el actos essencli) no estriba en lo primero que cae al conocimiento, sino el
ente: primo in intellectu cadit ens.11 Esta afirmación, acuñada en el seno de la
filosofía aristotélica, y desarrollada por la vertiente árabe, es asumida en toda
su profundidad por Santo Tomás.12
Por lo tanto, la inteligencia se atiene naturalmente al ente, porque él resul-
ta lo primero conocido. Los sentidos externos e internos están adecuados al ente
por su directa dependencia con la inteligencia; en virtud de que los sentidos
no tienen otro objeto fuera de aquel que les proporciona la inteligencia.12
Entonces, a partir de la primera concepción de lo real se forja el id quod
est de una cualquiera cosa que se nos presenta a la inteligencia. En esta opera-
ción se labra, entonces, el "ente en común" (ens commune) que constituye el
"horizonte" de la vida especulativa. En un segundo momento, la inteligencia
retorna a lo real existente para alcanzar al ente bajo la razón de verdadero."
Se trata de una adecuación del entendimiento a lo que est. En este pasaje de la
primera operación a la segunda, se transita de lo "formal" a lo "existente", es
decir, al ente en acto y en ejercicio de ese acto. Por consiguiente, se pasa de un
ámbito lógico a otro de realidades individuales y concretas.
Ahora bien, si observamos la metafísica idealista, veremos que ella sienta
sus bases sobre la primera operación, haciendo de lo real una fantástica trama
de relaciones conceptuales. Lamentablemente, quienes en el seno del tomismo
no dieron relevancia a la segunda operación (permanecieron en el formalismo)
abrieron el camino al racionalismo esencialista de la modernidad. En esta parti-
cular crítica heideggeriana podemos concordar: "«el ser ha sido perdido» en
estas concepciones metafísicas".
Entonces, con la reflexión sobre el ente, el filósofo avanza, allende la abs-
practio hacia los caminos de la separatio y, mediante ésta, se presenta lo existente
bajo la luz intensiva de un juicio que lo afirma, cada vez que establece "esto
es". Aquí estamos en presencia del ens naturae y no del ens rationis.15 Éste se
funda en aquél sin agotarlo, porque, tal como lo hemos señalado, el sujeto de la
lógica resulta coextensivo al sujeto de la filosofía, pero no a la inversa. Entonces,
el juicio de existencia, al que alude Santo Toma's,16 y que confunde Manser con
el co-principio de la esencia,17 responde a la pregunta por el an est. Pero esta

11 S. Theol., I, q. 5, a. 2.
12 Cf. Comm. Met., IV, lect. 2.
13 Sobre el particular, cabe recordar el significativo aporte de Fabro, Gilson y de
Finance al problema del conocimiento.
14 Cf. Comm. Peri Herm., I, lect. 3, n9 31.
15 Cf. Comm. Met., IV, lect. 4.
16 Cf. Id., VII, lect. 17; Comm. Sec. Anal., I, lect. 3, n9 17.
"Falsch ist es, wenn jemand behauptet, Thomas hiitte dem 'esse' nie formell und aus-
driiklich den Sinn der Existen gegeben. Das hat er faktisch getan" (MANSER, G. M., Das
Wesen des Thomismus, Friburgi, 1949, pp. 549-550).
EL TRÁNSITO DE LA EXISTENCIA AL SER 171
sentencia sólo enuncia une necesidad lógica: "esto es" o "el ente es", algo "está
de hecho". Pero un juicio de actualidad del ente no debe confundirse bajo
ningún aspecto con el actus essendi o esse. Aun nos estamos moviendo en el
ámbito de la existencia o, si se prefiere, del existir de hecha de una determi-
nada cosa.
El esfuerza especulativo de Santo Tomás va aún más lejos: cabe penetrar
en lo más íntimo del ente para descubrir la proporción de las proporciones, la
radical inmanencia del acto de ser, y su insondable trascendencia. En este ámbi-
to el metafísico descubre la fuente de "irradiación inteligible", el ser con toda
su intensidad y mismidad, el ipsum esse rei.IS He aquí una de las cuestiones
mayores que olvida la escolástica. Perspectiva a la que tampoco divisó Man-
ser y que confundió Maritain con lo que él mismo denominara "filosofía
mística".19
Finalmente, y siempre en el ámbito de la reflexión metafísica, se alcanza,
como en una suerte de panorama, las perfecciones intensivas del actus essendi.
Perfecciones que se presentan como participaciones recortadas en la existencia
por una determinación esencial: "Todo ente, no siendo el ser mismo, tiene el
ser recibido en alguna cosa, mediante la cual el ser resulta restringido, y así
en todo ente finita una cosa es la esencia (natura) del ente que participa del ser
y otra cosa es el ser participado".2° Por consiguiente, el juicio de existencia abre
un camino a cuyo término el ente expresa con la categoría de participio su
participación en el ipsum esse.
En este rango inteligible, lo que est manifiesta por un lado, una composi-
ción esencial y, por el otro, una composición real? Mediante ésta, el ente (tó
ón) emerge del no ser (me ón) siendo, porque "el primer efecto de la creación
es el ser, antes que él nada es".212 De ahí que, para Santo Tomás, la diferencia
ontológica fundamental, que otrora señalara Parménides, se encuentra en la
relación dialéctica enes-esse. Más aún, la propia realidad del ente depende del
esse, porque "todo lo que está siendo" estriba en una limitada participación del
actus essendi. El mismo Aquinate lo expresa de esta manera: "el esse no es el
ente, sino aquello por lo cual el ente es (existe)".23 En efecto, el ser tomista
desentraña. al ente de la nada radical (confiriendo actualidad a toda lo que
le pertenece como tal); y lo hace un existente.
A nuestro entender, muchos equívocos se podrían haber evitado distin-
guiendo el "ser" perteneciente a la cópula del juicio, del "ser" entendido como
nombre; porque, mientras el primero expresa el sentido más radical del estar

18 Cf. Comm. Peri Herm., Proemium, n9 1.


19 Maritain cree ver en este ámbito do la realidad un atisbo del "misterio" de Dios y,
a la par, un prolegómeno de lo religioso. No negamos el profundo valor que tenía para
Santo Tomás lo religioso, pero aún la noción de creación, como toda su filosofía, resulta
de cuño natural y no de índole sobrenatural.
2° De spirit. creat., a. 1.
21 Dice Santo Tomás: "El ser considerado absolutamente, es infinito", pero, "si el ser
de cualquier ente es finito, es necesario que sea limitado por cualquier otra cosa" (Cont.
Gent., 1, c. 43).
22 Cf. De Pot., q. 7, a. 2.
213 Esse non est ens, sed est quo ens est (L Hebd., 1, 2).
172 CARLOS R. ICE=

siendo de una determinada cosa,, el segundo alude al sujeto que ejerce el ser.
En este ámbito, la significación verbal queda oculta tras el nombre. Fue éste el
sentido que se le otorgó generalmente al esse. De esta manera se opacó su
aspecto más profundo.

5. De la "existencia" al "esse"

Cabe recordar que detrás de las palabras de un determinado lenguaje se


encuentra un problema más profundo aún: las nociones ontológicas presupues-
tas en dichos vocablos. De ahí que convenga comenzar por aclarar las palabras
para disipar la común relativización del ser. Comenzaremos entonces por res-
ponder a un interrogante que ha estado presente en el curso de toda la discusión
tomista: el esse, ¿equivale a la existencia?
Recordemos que el vocablo existencia en la lengua latina tiene un bien
definido contenido: existo, ere, stiti, stitum, significa "estar en acto fuera de sus
causas" o, también, "mantenerse de hecho en la realidad". Por lo tanto, se
trata de un concepto "extensivo" del subsistir actual de una determina cosa.
Clásicamente, este vocablo expresa el momento del "presentarse" o "apare-
cer" de una realidad, de ahí el tránsito que el propio lenguaje hizo del vocablo
"ser" por el "estar". Aquí nos encontramos al bien conocido caso de Egidio el
Romano en sus disputas con Enrique de Gante. El es el primero en cambiar la
nomenclatura al emplear el esse tomista como sinónimo de la existencia. De ahí
que, posteriormente, sin cometer los errores de Egidio, la escolástica difundiera
este lenguaje. Bien sabemos que Santo Tomás no usó el vocablo "existencia"
como sinónimo de actus essendi, sino de "entidad".
En nuestros tiempos, encontramos en Manser un típico exponentee de
quienes piensan que el ser y la existencia son sinónimos. Es categórico: basta
que apliquemos las reglas de la lógica para concluir que expresan lo mismo.
Afianza su posición en algunos textos de las Quest. disp. de Anima, a. 11; Cont.
Gent. L. 11, c. 56; S. Theta 1, q. 76, a. 4 ad 4.24 En ellos, Santo Tomás dice ex
pluribus acto existentibus non fit unum simrpliciter. Por lo tanto, el esse expresa
el orden del existir: in genere existentiae.25 De esta manera se demostraría, para
Manser, que el esse "realiza a una naturaleza", realización que, por lo demás,
para toda criatura implica composición, porque siempre la "esencia" y la "exis-
tencia", como potencia y acto respectivo, constituyen al único ser real. Nos
llama la atención, en primer lugar, que Manser explícitamente diga que Santo
Tomás no use este vocablo y que él lo use; en segundo lugar, no distingue el
Sein del Seiende; en tercer lugar, confunde el actus essendi con el actus exis-
tentiae, es decir, no diferencia entre el acto de la sustancia en tanto que sustan-
cia, esto es, el acto que hace que la sustancia sea y la sustancia en acto (ens

24 Cf. MANSER, G. M., Das Wessen des TOMiS7121.18, ed. cit., pp. 508 ss.
25 Cf. Anal. Post., II, lect. 6, n9 4.
16 Cf. GREDT, J., Elementa Philosophicie aristotelico-thomisticae, v. I, Friburgi, 1937,
p. 4 y p. 104.
EL TRÁNSITO DE LA EXISTENCIA AL wat 173

in actué). Sin estas distinciones, necesariamente se incurre en el error de asimilalr


un término al otro.
También Gredt adhiere a esta posición cuando habla de las "partes" en
que se divide el ente26 El Cardenal Mercier sostiene que, desde un punto de
vista etimológico, los vocablos "ser" y "existencia" no son equivalentes, por-
que mientras el primer miembro no expresa movimiento ni devenir, el segundo
lo trae implicado. Pero, al momento de aclarar el significado metafísico de
los términos en cuestión, afirma que "al ser real" se le opone "lo no existente"
y, por tanto, decir que una cosa está en acto o que existe es lo mismo. De ello
infiere que, lo que el acto de existir o la existencia expresa, resulta aquello que
el propio Santo Tomás denomina eisse.27
Otro ejemplo de ello es el uso que se hace del actus essendi para expresar
el hecho de que una cosa sea. La presencia de hecho de una cualquiera cosa
que existe implica "duración", permanencia en el tiempo y, como Santo Tomás
ha dicho que el esse "resulta algo quieto y fijo en el ente",28 entonces se toma-
ron como equivalentes la "existencia" con el acto que hace que lo existente sea.
Precisamente, Giacon, González Alvarez, Gredt, Manser, Maritain, Mercier y
Ramírez, entre otros, entienden que el permanecer actual de un ente resulta el
actus essendi por el que ese mismo ente es. Aun el insigne medievalista francés
E. Gilson, en sus tres primeras ediciones de El Tomismo, incurre en este error
que luego corrige en sus tres ediciones posteriores.29
Al vertir el esse en los moldes filosóficos de la existencia, se asoció la actua-
lidad del ente con el acto del ente.30 Pero la actualidad del ente designa —lo
repetimos una vez más— la condición o estado, más que el actus essendi, en
cambio la existencia apunta al "estado de actualidad", por contraposición al de
simple "posibilidad". Con lo cual desaparece su dimensión de acto intensivo
participado para designar aquello indicado con la definición.31 Pero como la
definición sólo hace saber lo que el ente es, entonces se pierde de vista el
acto de ser.
Esta no es más que una revisión del error de Maritain, especialmente en su
primer período. Por esto afirma que la razón de ser de los "seres" resulte su
esencia. En sus Siete lecciones sobre el ser es muy explícito: "Ser existencia...
yo no salgo de ellos. Si se me interroga sobre este concepto de ser, termino por
explicarlo diciendo, y no puedo decir más que esto (no es una definición sino

21 Cf. MERCIE11, Métaphysique Générale, Paris, 1923, p. 27. En la misma perspectiva


se encuentra LOTTINI, J., .Compendium philosophae, Flor• entiae, 1904.
22 Cont. Gent., 1, c. 20.
29 iCf. LA PLANTE, H., "E. Gilson and the concept of existence", The Thomist, 1964
(fase. 3), pp. 302-326.
30 Cf. GIACON, C., S. J., Le grandi tesi del tomismo, Milano, 1948. En esta obra afirma:
"Come in fatti dev'essere sommamente luce ció che fa splendere tutte le cose, cosi dev'essere
sommamente atto ció che fa essere in atto tutte le cose; ma essere in atto tutte le cose é
effetto dell'esistere parché, sel una cosa non esiste, é nulla; dunque l'esistere é l'atto per
ecceleriza" (Id., p. 169). Como se puede ver claramente, confunde el estar en acto con el
existir por virtud de su actus essendi.
31 La existencia apunta al estado de actualidad por contraposición al de simple posi-
bilidad. a. GIACON, C., Id., pp. 172-173.
174 CARLas R. KELz

una simple designación) que el ser es lo que existe o puede existir".32 En este
texto se refiere al ente, sólo él existe y, en este sentido, la existencia alude
exclusivamente a su estado de actualidad o de posibilidad. En la misma obra,
citando a Cayetano explica que: "la palabra «existencia», el concepto y el
nombre de existencia, designa la existencia misma desde el punto de vista de
la esencia, tanto que es una cierta densidad inteligible, es aquí la existencia
ut sígnificata, como aprehendida en su concepto, mientras que dado en el juicio
y en el verbo donde se expresa el juicio, la existencia es tomada ut exercita,
en cuanto ejercida" 33

El juicio de existencia, tal como lo formula Maritain, hace referencia a la


actualidad o posibilidad de un ente, por lo tanto, de ninguna manera está
hablando del esse en el sentido de actus essendi. Sólo se habla de una exis-
tencia actual necesaria o de una existencia posible. Existencia o no existencia
que expresa la condición de "contingencia" de las creaturas, pero nada más.
El estado, de un ente implicaría, por un lado la esencia y por el otro, el esse
ut exercitum, que resulta su concretez, su propia hechura y, por lo tanto, la
posición fuera de la nada.

El error mariteniano, como el de Manser, estriba en la entificación del actus-


essendi. De ahí que resulte irrelevante una vez comprobada la existencia del
ens ex nihil°. Por otra parte, en Approches sans entraves, cap. XI, explaya un
doble significado del concepto existencia. Redactado de manera muy oscura
presenta al esse en el sentido antes señalado y a la existencia como actualidad
existencial. Probablemente aquí se refiera a lo que explicita en el Court traité:
"aquello que tiene por esencia no ser una esencia" 34

El problema es que al no desprenderse de la terminología tradicional el


esse mismo se presenta como la actualidad existencial, haciendo la salvedad que
en El campesino de la Garona se lamenta que Heidegger no haya reparado en
el esse tomista. Aquí dice: "Santo Tomás no se detuvo en el ens, en el ente,
sino que se fue derecho al esse, al acto de ser (es una lástima, ya lo he dicho,
anteriormente, que Heidegger no haya podido ver esto). Yo me excuso de recu-
rrir a un lenguaje técnico, sucede que él debió haberlo hecho bien, ¡es necesa-
rio hacerlo bien de una vez!".35 No nos cabe la menor duda que esta última
sentencia de Maritain resulte de un significativo valor filosófico: debemos em-
pezar a usar el lenguaje de Santo Tomás con todo rigor, si no queremos perder
"los senderos trazados por el propio pensador medieval".

32 "Saint Thomas est bien persuadé qu'un chien vivant vaut mieux qu'un lion mort,
quoi qu'il pense aussi, ce qui irrite certains, qu'un lion (vivant) vaut mieux q'un chien.
Et il est persuadé aussi que par delá tout l'ordre des étres, extra ~rae genes respecta totitus
esse, Dieta contient en soi toute la perfection de l'étre parce qu'a est l'Et-re méme ou
ter méme subsistant par sol (MAarrAIN,, J., Court traité de l'existence et de l'exis ' tant,
Paris, 1947, p. 64).
33 Id., pp, 64-65.
34 MARITAIN, J., en una obra editada en el año 1947, Da Bergson a Tornmaso d'Aquino,
dice que hay una supremacía de la "existencia" sobre la esencia; ahora bien, veinte años
después aclara el correcto sentido del término en un artículo publicado en la Reme Tho-
miste (cf. "Le concept d'existenoe", Reme Thomiste ,[19681, pp. 5-40). También véase el.
Court traité de l'existence et de teristant,, Paris, 1947, pp. 58-59.
35 MARrrALN, J., Le paysan de la Gamow, Paris, 1966, p. 198.
EL TRÁNSITO DE LA EXISTEITCIA AL SER 175

En Gilson, en cambio, vemos una profundización del tema y una resolución


notablemente superior a la de estos pensadores precedentes. E inclusive, se
observa un definitivo paso de la existencia al esse. Gilson distingue entre el acto
de la forma, que hace que el entee sea lo que es y el acto de ser que confiere
realidad a ente mismo. Para Gilson, la forma sigue siendo el acto de la materia,
tal como lo señalara Aristóteles, pero Santo Tomás habría introducido una
novedad en el orden del existir mismo: Esse dicitur actus enti3 in quantum est
ens."
Así, el esse siempre pertenece al ens, pero no se agota en él. Podríamos
décir que excede el orden sustancial que él mismo hace ser. De ahí que, para
Gilson, el actus essendi no resulte abstraído por una operación de la inteligencia
cual si se tratara de un concepto. El intelecto sólo puede afirmar que en todo
ente hay una "forma de las formas, un acto de los actos, una perfección de las
perfecciones, un principio de los principios",38 pero no lo puede definir. El ser
es acto y sólo esto. Gilson, cuidadoso de no equiparar el ser con la esencia y de
poner a la existencia como un añadido, reveló el oscurecimiento de la metafí-
sica tomista, precisamente cuando se redujo este vocablo a una dimensión
meramente abstracta. En este sentido fue Gilson el primero en ver la forma-
lización esencialista de la escolástica tardía en el seno del tomismo. De aquí
en más, un nutrido número de filósofos le han seguido, renovando las expre-
siones acuñadas por el pensador galo.
De Raeymaeker se inscribe en este grupo de estudiosos del esse tomista.
"La primera observación importante —nos dice— consiste en que el esse es usa-
do por Tomás de Aquino en el sentido de existir de un modo casi exclusivo".39
Para De Raeymaeker, el ser tiene un valor absoluto pues entre lo que exis-
te y lo que no existe media, precisamente, la creación en el ser. El pasaje
del ser categorial, también denominado copulativo, al ser entendido como
actus essendi, implica disociar el sentido abstractivo propio de la primera
dimensión; ¿se trata de una intuición? "No se lo descubre ni detrás, ni debajo,
ni encima, ni al costado, en suma no es de ninguna manera fuera del ente
que se nos presenta a nosotros el esse, sino dentro del ente mismo: él se revela
como el ser del ente, es decir, como aquello en razón de lo cual lo dado posee
intrínsecamente la consistencia propia del ente".4° Pero esta "razón de ser" ina-
plica la participación en el "valor absoluto" de ser, que se encuentra en toda
dimensión finita.

36 .Quod. IX, II, 3.


377 Cf. In II Sent., dist. 6, q. 2, resp.
38 "L'intellection de l'esse pose la forma des formes, l'acte des actes, la perfection des
perfections le principe des principes" CILSON, E., "Propos sur l'étre et sa notion", en Studi
Tomistici 3, p. 16).
39 "Prima osservazione importante: il termine esse é usato da S. Tommaso nel senso di
esistere e ció in modo quasi esclusivo" (DE RAEYMAEXER, L., Riflessioni su *emi filosofía
fondamentali;, Milano, 1957, p. 19).
40 "Autant dire qu'il n'y a pas de champ d'expérience, hormis celui de l'étant, ou io
découvre l'&tre. Ce n est ni derriere, ni en dessous, ni au-dessus, ni á caté, bref ce n 'est d'
aucune maniére en dehors de l'étant que se présente á nous l'esse, mais s'est dans l'étant lui
neme : il s'y revele comme l'étre de l'étant, c'est-á-dire comme ce á raison de 9uoi le
donné posséde intrinséquement la consistance propre á l'étant" (DE RAEYMAEICER, L.,
inspiratrice de la métaphysique thomiste", Aquinas 111 [1960], p. 65).
176 CAnws R. ICELz

Por consiguiente, el "influjo" que impregna a todás las cosas manifiesta


que todo ente posee su esse proprium pero de modo relativo, finito, determina-
do. No obstante, el esse, se presenta como la perfección de todas las perfeccio-
nes, como una perfectio essendi o esseitas que penetra en la intimidad de todo
lo real. Al igual que Fabro, D'e Raeymaeker sostiene que la cupla. acto-potencia
responde a la estructura participado-participante, porque desde esta perspectiva
ontológica Santo Tomás podía expresar más cómodamente la relación Creador-
creatura y la emanación del esse como un valor participado por encima de todo
otro valor.
Solidario a la revisión tomista del esse, de Finance procura delinear la
doctrina diciendo que el ente manifiesta una proporción fundada en el esse y
expresada por el lenguaje con la categoría de participio esta participación. Se
trata del acto de existir o esse. De Finance vuelve a plantear el problema de la
equiparación del actus essendi con el acto de existir. No obstante esta dificultad,
lo presenta como el primer principio de entidad y corno el último constitutivo
de todo lo real.4-1 De ahí que distinga entre la existencia, como un efecto formal
del acto de ser, y el existir como acto que pone a lo concreto corno concreto.
A su entender el vocablo existencia poco se encuentra en Santo Tomás. Un sim-
ple estar puesto, meramente pasivo, no expresa el efecto de un acto de crea-
ción. De ahí que el mismo lenguaje distingue el sustantivo abstracto existencia,
de aquel otro vocablo de la tradición latina, esse, que expresa más claramente
el "principio de ser".42 Del mismo modo que Gilson, señala que el esse resulta
inteligible, pero no conceptualizable, en cambio todas las dimensiones de la
esencia resultan objetivables porque expresan la medida y las determinaciones
de lo que son.'43
A este primer nivel, el esse se sitúa en el ámbito de la riqueza ontológica
de lo existente y se opone a las determinaciones formales del an est y del quid
est. La existencia, así entendida, no añade ni modifica la textura de las cosas.
Con Kant podríamos estar de acuerdo: "el ser no es un predicado rear.44
Vistas las cosas de esta manera, el esse no resulta un acto relativo a la potencia
que lo limita. Por el esse lo existente resulta existente, porque él resulta el prin-
cipio de realidad participado de Esse ips.um. Sobre este nivel, vemos aparecer
—en de Finance— el problema de la participación del acto de ser; de ahí que
sostenga que "la suficiencia, exclusividad y privilegio" emerge de lo individual
por virtud de su esse.
Volquemos nuestros ojos a Fabro. En él descubrimos un rostro original,
nuevo, cuyas consecuencias recién comienzan a presentarse a la mira de los.
metafísicos. Consideramos que es el primero que redescubre, con toda su fuerza
original, la doctrina tomista del actus essencli como principio constitutivo funda-
mental de todo lo que merece el título de real. Junto a ello, Fabro señala

41 Cf. de FINANCE), J., Connaissance de l'étre, Paris, 1966, pp. 315-316.


42 (Cf. de FINANCE, J., Id., p. 341.
43 "...puisque ce qu'elle dit, c'est justement dans quelle mesure et jusqu'á quel
point l'étrel est" (de FINANACE, J., Etre et Agir, dans la philosophie de Saint Thoinas,
ed., Roma, 1965, p. 339).
44 Cf. DE FINANCE, J., Etre et Agir, ed. cit., p. 111.
EL TRÁNSITO DE LA EXISTENCIA AL SER 177

que la doctrina de la participación en el ene es la clave interpretativa de todo


el edificio filosófico tomista. Vayamos pues al análisis de sus ideas centrales.

En primer lugar, cabe una cuestión fundamental, la distinción entre la


existencia, entendida como hecho (o como estado del ente ), y el actus essendi
(inherente a lo existente sin por ello poderlo agotar). De ahí que Fabro diga
que las creaturas son, en el genuino pensamiento de Santo Tomás, una parti-
cipación finita y, por lo tanto, participada del amor infinito de Dios. La realidad
se presenta ahora como una creación donde los grados de perfecciones forma-
les —del orden esencial— remiten a una perfección actual de un orden superior.
Esta participación puntualiza dos caras de la realidad: una estática y otra
dinámica. Por la primera se pone de manifiesto la relación Esse ipsum - esse per
participationem, en tanto que por la segunda se expresa la capacidad que tiene
una cosa en potencia para recibir su acto respectivo (Fabro denomina partici-
pación predicamental).
De este primer desarrollo, extrae la primera conclusión: en Santo Tomás
ge manifiesta una maduración interna que se consolida en la distinción partici-
pans-participatum. Pero con esta concepción, ¿debemos ahora hablar de un
platonismo-tomista, tal como antes hablábamos de un aristotélico-tomismo? En
realidad no se trata de ni de lo uno ni de lo otro. Santo Tomás excede a toda
determinación. En él se debe descubrir un pensador original, nuevo en la
tradición filosófica de occidente. Allí donde la escolástica postomista aplica
la doctrina aristotélica del acto y la potencia para entender la distinción de
esencia y existencia, Fabro avizora la dupla de actus essendi y essentia funda-
das sobre la relación "participado-participante".

Por lo señalado, la tradicional distinción real de Santo Tomás surge como


un desarrollo de la doctrina de la participación; y de ahí que tengamos también,
que hablar de un doble proceso: a) metodológico, y b) sistemático de elabora-
ción del esse. Para el primer proceso, Santo Tomás habría recurrido a la doctri-
na neo-platónica de la participación (distinción participatum-participans); en
tanto que para el segundo proceso a la cupla acto-potencia de raigambre arista-
télica, revisada por los pensadores árabes. Este método "genético" resulta
uno de los modos de análisis más originales que se hayan realizado en el
corriente siglo sobre el pensamiento de Tomás de Aquino.

Otro aspecto que merece ser destacado es el de la aplicación de la doctrina


de la "blancura intensiva" a la doctrina del esse. Se trata de explicar la conti-
güidad de grados ontológicos en el ascenso de lo inferior a lo superior. El tema
en cuestión proviene del idealismo ontológico de Plotino, pero que Santo Tomás
lo desbroza en el contexto del realismo creacionista. La similitud en el orden
formal expresa una continuidad de grados donde lo inferior resulta asumido
por las formas superiores. Así se resuelve el salto o la caída causal mediante
la ejemplaridad entitativa, es decir, a través de la participación por vía de,
imitación. Pero, a su vez, este rango de formalidades encuentra su última reso-
lución y determinación en el esse, porque él resulta la actualitas amniturn ac-
tuum. Por consiguiente, según el rango intensivo de participación (ser, vivir,
inteligir.,.. ), resultará la formalidad trascendental emergente. Entonces, los
178 CAransY B. KET.2

gradós inferiore vienen respaldados por los superiores estableciéndose un ritmo


binario entre el esse per essentiam y el esse per participationem. En esta pers-
pectiva se salva la trascendencia del esse ipsum a la par que se funda la causa-
lidad en la participación, porque los entes son realmente participados de su
fuente creadora, Dios mismo.15
Por otra parte, nuestro autor usa el término "relación trascendental" y
"predicamental", en el sentido de la diferencia ontológica fundada sobre el
plano real y no solamente lógico, donde el esse por participación se presenta
tralcendiendo un orden de inmanencia (relación predicamental). Trascenden-
cia que lo vincula al Esse ipsum. Este conjunto doctrinal salva al pensamiento
tomista del esencialismo formalista de la tradición escolástica, porque establece
la existencia en el ser y remite el orden causal al de la participación trascen-
dental que vincula el actos essendJi con el Esse ipsum. Toda una reforma que
pudo ser realizada gracias a la integración crítica del neo-platonismo y el
aristotelismo en la tradición inaugurada en los albores del pensamiento con
Parménid es.

6. Del ser corno acto al acto de ser

Resulta conveniente aclarar que, en el lenguaje tomista, la noción de "acto"


ocupa un lugar de privilegio. Pero su uso común, en los medios filosóficos, no
siempre se ajusta al sentido original conferido por el filósofo medieval. Un
ejemplo de ello es la calificación de "aristotelismo maduro" por su relación
con la doctrina aristotélica del "acto y la potencia". Una concepción de tomis-
mo de esta naturaleza se la encuentra presente en el pensamiento de Manser,
Gredt, Mercier y otros. En cierta medida está emparentada con el "historicismo
filosófico" que afirma la emergencia de la doctrina del acto y la potencia como
una creación aristotélica. En realidad, el Estagirita no "inventó" estas nociones
sino que, más bien, sistematizó una concepción basada en la observación de la
realidad.
Tomás de Aquino tenía presente que el objeto de la filosofía estriba en la
verdad, así como ésta en el ser, y como las categorías de "acto y potencia", del
clásico griego, expresan correctamente dimensiones de la esencia del ente,
entonces cabían en su propio pensamiento. Ellas resultan expresión cabal de
la estructura de lo real. Pero su lugar de privilegio en el tomismo no implica,
que hagamos de él un "aristotelismo maduro". Ello tergiversa la genuina doctri-
na de Santo Tomás. Estas aclaraciones introductorias son una explícita refe-
rencia a quienes no distinguieron entre el "ser in acto", propio del pensamiento
aristotélico,46 y el "ser ut acto", de raigambre tomista. Vayamos, pues, a la refor-
ma introducida por este pensador a la doctrina del acto y la potencia.
En primer lugar, cabe tener presente que la noción de acto está vinculada
a "lo que está hecho", a la concluido, es decir, a aquello que no le falta
nada respecto de su término o conclusión; Pero esta noción nos habla solamente

45 Cf. FABRo, C., Partecipazione e causalita, ed. cit., p. 272.


46 Cf. BEatc, H., El ser como acto, ramplona, 1968.
EL TRÁNSITO DE LA EXISTENCIA AL SER 179

de lo que existe de facto. Así lo entendió Aristóteles y lo entienden todos aque-


Hos que se precian de aristotélicos. Sobre este respecto, observó Santo Tomás la
íntima vinculación existente entre el acto y la perfección, de ahí que diga que
todo lo que tiene de perfección el ente le viene dado de su propo acto: unurn-
quodque est perfectum inquanturn est actu;471 más aún, todo lo que est implica
la perfección del acto .48
Además avizoró Tomás de Aquino la posibilidad de disociar la exclusiva
relación del acto con la forma otorgada por el Estagirita. Ahora podemos dar-
nos cuenta, más fácilmente, que la perfección participada no le podía corres-
ponder con exclusividad a la forma, sino que, por encima de ella, podía confe-
rirla al ser (esse). La reforma implicaba elevar, por sobre el rango propio de la
forma sustancial, acto supremo en el orden quiditativo, un acto que establezca
al ente en la existencia. De hecho así lo hizo. Ahora se comprende el nuevo
rostro del "acto" en relación al ser, pues, entre las perfecciones de "lo que está
en acto", el ser (esse) se comporta como perfección suprema y última determi-
nación de lo real.
He aquí la originalidad el ser tomista: no se reduce a la forma ni a la
esencia de un compuesto sustancial, sino que constituye a una determinada
esencia un est. Esto implica vislumbrar en el corazón de lo real un acto parti-
cipado que entre en íntima composición con aquello que lo recibe como tal.
Por lo demás, el actus essendi tomista, que establece en la existencia a esta o
aquella quididad determinada, estriba en una participación aminorada del Esse
ipsum. De ahí que manifieste, de muchas y -variadas maneras, la familiaridad
con su causa. Una vez más vemos cómo Santo Tomás no se detiene en el ens,
sino que se va directo al ser entendido como actus essendi: Omne quod se-
quitur ad esse rei est ci accidentale.49 Por su parte, el ente encuentra en los
elementos que lo componen el correlato del actus essendi: la sustancia completa.
En este sentido Santo Tomás afirma que la sustancia se comporta como un
accidente respecto de su acto de ser.
El actus essendi se aloja en lo profundo del ente como en su propia casa:
non sic propine dicitur quod esse sit, sed quod per esse aliquid sít.° Más aún, en
el estar siendo, el ser se oculta tras la simple actualidad que se presenta a la
mirada perpleja por lo existente. De ahí que nosotros estemos tentados de creer
que el acto de ser no es; y en cierta forma nada es, antes de que el Esse ipsum
se dirima en lo que est.

Por consiguiente, no vemos con nuestros ojos sensibles al acto de ser,


y sin embargo, tenemos conciencia de una realidad actuada: él está en la
inmensidad de lo existente, palpitando en su entraña. El está más alllá de toda
determinación conceptual. Está ahí, presente, sin que ello signifique que se lo
pueda atrapar. Al acto de ser se lo encuentra en la esencia del ente, sin ser
una esencia; en las formas actuales de la sustancia, sin ser una forma. En defi-

47 Cont. Gent., I, c. 28.


48 Cf. S. Thea., I, q. 5,a . 3.
49 Cont. Gent., I, c. 22, 2.
50 De Div. Ncnn., Pera, 751.
180 CARLos R. KELZ

nitiva, él resulta la perfectio omnium perfectionurn, como gusta llamar Santo


Tomás al esse, porque, estando en lo íntimo de la sustancia del ente, resulta un
acto más perfecto que la forma misma. El ser expresa así, la perfección de su
causa.

Finalmente, el "ser como acto" expresa lo que, en el, lenguaje tomista, se


denomina ente (ens); en cambio, el "acto de ser" resulta el acto por el que las
cosas acaecen en la existencia. Si se maneja con el lenguaje de la "existencia"
para expresar al "acto de ser", se procede a vestirlo con el ropaje esencialista
del gen generalissirnum. De esta manera se convierte a la realidad en un
inmenso piélago de existencias posibles o de formas compiladas en un diccio-
nario de ideas. Santo Tomás no incurre en este error, aunque se lo interprete de
este modo. Por esto mismo conviene tener presente la "caída trascendental" del
esse en el seno de 'lo existente y, a la par, la trascendencia absoluta del Esse
ipsum respecto del eme participado y creado por Él.

7. El ser y Dios
Dios se presenta, en el pensamiento tomista, como "algo" más allá de lo
cual el pensamiento no puede ir, porque resulta el término de toda búsqueda.
De ahí que hable de un ente supremo. Sabemos que nuestro conocimiento tiene
por objeto el ente y que, por lo tanto, Dios no se excluye de esta calificación.
Los textos, en la obra de Santo Tomás son elocuentes: "Aquel ser, pues, que
es ente subsistente, es necesario que no sea causado; ningún ente causado, en
efecto, es su ser",51 "sólo Dios es ente por propia esencia, porque su esencia es
su ser; pero toda otra creatura es ente participado, en cuanto que su esencia
no es su propio ser". Pero entonces, Dios, ¿es ente o ser? La pregunta parece
obvia, pero no lo es. Por ello conviene aclarar el tema.
Hemos dicho que nuestro conocimiento tiene por objeto al ente. Por lo
tanto, todo lo que se conoce se lo conoce bajo la razón de ente. Pero una cosa
es atribuirle a Dios la entidad, por analogía con lo conocido, y otra cosa es que
Dios resulte con "propiedad" un ente, objeto adecuado a nuestra inteligencia.
Conocerlo como ente no significa que Dios se reduzca a existir como un ente.
En los textos en los cuales Santo Tomás habla que Dios resulta un cierto "algo",
lo dice exclusivamente quoad nos, es decir, conforme a la naturaleza de nuestro
conocimiento. Pero una inteligencia de Dios no puede confundirse con la afir-
mación de lo que "Dios es", sin con ello no correr el peligro de entificar la
naturaleza divina. Lo que sucede es que el conocimiento de Dios rebasa nues-
tras posibilidades, de ahí que estemos tentados de verlo como una "cosa más":
`Sed Dei quidditas est ipsurin esse, unde est supra intellectum".53

sl Cont. Gent., I, c. 52.


521 S. Theol., I, q. 104, a. 1; cf. I, q. 4, a. 3, ad. 3; q. 3, a. 4; De Pot., q. 3, a. 5.
53 De Camis, lect. 5, DARos, W. en su estudio "Notas sobre el concepto de 'ente' en
Tomás de Aquino (Dios: ser o ente?)", publicado en Sapientia (1978) comete el error
común de la escolástica y, particularmente, de quienes no distinguen los planos en los que
se mueve el propio Santo Tomás. Cf. al respecto CLAVEL% L., El nombre propio de Dios,
Navarra, 1980, para aclarar este relevante tema en el pensamiento tomista. También reco-
mendamos el estudio de ECHAURI, R., "Dios y el ser", Anuario Fiiosófico, 1986.
EL TRÁNSITO DE LA. EXISTENCIA AL SER 181

Acertadamente dice el Prof. Echauri: "El entendimiento humano está conna-


turalmente adecuado a lo que las cosas son, a su esencia; pero frente a un objeto
sin quididad, o cuya quididad está íntegramente absorbida por el ser, el espíritu
humano debe reconocer su importancia y sus límites"." De ahí que, cuando
Santo Tomás realiza una inteligencia de Dios mismo afirme de Él todo cuanto
no pertenece al ámbito de la existencia. No podía ser de otra manera. El juicio:
quod Deus est, remite al misterio de la intimidad divina. ¿Qué puede decir ea
hombre, acantonado en las oscuras dimensiones de lo existente, de un ser que
es ser y nada más?
El hombre sólo puede remontar la participación hasta su fuente misma y
decir: "Dios es". Pero ello no implica conocer "lo que es". Conocer su esencia
implicaría tener una inteligencia a su medida. Lo cual es un absurdo. Por esta
razón Santo Tomás, al momento de decir lo que Dios es, afirma que a n sólo le
compete ser: "Deus est suum, esse subsistens. Nihil igitur aliad prado'. Ipstun
potest esse suum esse" 35 Esta perspectiva la funda en razón de que "la natura-
leza o esencia de cualquiera de las cosas creadas no es el ser puro, que en Dios
resulta su propia subsistencia, mientras que en la creatura es ser recibido o
participado";56 ello implica, definitivamente, que Santo Tomás sostiene que
"Dios es el ser mismo": Deus autem est ipsum .essell y no un ente, cuando de
la naturaleza divina se trata.
Para comprender el pensamiento de Santo Tomás conviene disociarlo de la
metafísica de Aristóteles, aunque use su lenguaje. De esta forma podremos
observar la evolución operada en el seno de una bien entendida tradición filo-
sófica. A la luz de esta perspectiva, Santo Tomás entiende la declaración del
Exodo 3, 14, donde Dios dice su propio nombre: "Yo soy el que soy". Es la luz
intensiva del actus essendi la que le ha permitido refinar el propio lenguaje para
iaproximarse, en la medida de lo posible, al misterio de los misterios, a Dios
mismo. Él resulta el ser cuyo nombre propio se toma de su naturaleza simple
y subsistente. Este nombre le pertenece con propiedad, en tanto que a las crea-
turas les corresponde por participación: Unde per ipsum suum esse Deus differt
a quolibet alio entere Observemos la significativa confluencia del Pseudo-dioni-
sio, de Agustín y del gran tratado sobre Las Causas, de Proclo.59
Ahora bien, las afirmaciones precedentes nos llevan a interrogarnos si la
misma idea de Dios presente en las obras de juventud resulta desarrollada
en las obras de madurez. La evolución no se puede negar, sin embargo, ya en
los Comentarios a la Metafísica como a los Segundos Analíticos afirma que el
"esse no es un género". Ciertamente, no podía hacer del ser un género sin caer
necesariamente en la afirmación que Dios resulta el género supremo. Pero,
cómo era posible( reducir a Dios a una categoría sin con ello destruir el Dios

54 Cf. E CHAURI, R., Id., p. 14.


56 Cont. Gent., II, e. 52.
56 "IPsa autem natura vel essentia divina est eius esse; natura autem vel essentia cuius-
net rei creatae non est suum esse purum, quia ipse Deus est suum esse subsistens; in
creatura autem est esse receptum vel participatum" (De Verit., q. 21, a. 5).
57 Cont. Gent., 1, c. 25.
58 De Pot., q. 7, a. 2, ad 4.
59 Cf. CLAVE1LL, L., El nombre propio (Ze Dios, ed. cit., p. 62.
182 CARLOS R. KEtz

que afirmaba con la fe? La prematura disociación del esse respecto de la sustan-
cia y la respectiva redimensión del ente confirma el supuesto que Santo Tomás
distingue entre el objeto de aprehensión intelectual (las formas esenciales) y
el objeto supremo del conocimiento, Dios.

8. Conclusión

Si pretendemos un reencuentro con el tomismo esencial, debemos revisar


la metafísica tomista. Pero, para poder aventar las dificultades a los problemas
señalados, en el curso de la exposición, debemos recurrir una y otra vez el
proceso operado por el propio Santo Tomás en su doctrina. De ahí que conven-
ga tener presente algunos puntos en especial:
1. El método genético de análisis de los textos de Santo Tomás, que ha
manifestado la indirecta contribución aristotélica en la formación del ser
(esse) tomista, porque el actus essendi, en la distinción de ser y esencia,
está concebido en un contexto personal y sin directa derivación de la
doctrina propia del Estagirita. Por otra parte, recordemos que para los
griegos, entre las causas de todas las cosas no cabe la causa de la exis-
tencia misma. Para ellos la "existencia" era el estar siendo inmutable y
eterno de las formas. En esta perspectiva no cabe un fundamento de la
existencia de la ousía. Ellas no necesitan de ningún otro ser fuera de la
propia forma.
Santo Tomás, en cambio, a partir de la noción de participación en el
ser, disocia el ser de la forma y establece, para todo lo existente, una causa
fuera de ellas mismas. "Por ende —dice Santo Tomás— resulta menester
que aquello que es causa de las cosas en tanto que son entes, sea causa
de las cosas, no sólo según que sean tales por las formas accidentales, ni
según que sean éstas por las formas sustanciales, sino también según todo
aquello que pertenece al ser de aquéllas de cualquier modo" feo

De esta manera, no podía dejar librado al ente a la mera suerte de


una efectiva existencia sin con ello olvidar el creacionismo que profesaba.
De ahí que siempre tenga presente una distinción entre lo existente y su,
origen radical. Distinción acuñada en el amanecer de la teología crea-
cionista con una expresión que nunca olvidará Santo Tomás: "la primera
de las cosas creadas es el ser". Por lo tanto, el ser no cabe en los moldes
de la simple actualidad (Wirklichkeit) formal postulada por el Estagirita.
El ser establece lo existente permitiendo su manifestación. Pero la mani-
festación es actual por su acto de ser. El cual resulta "lo más íntimo en
cada cosa y lo que en ellas más profundamente está"."
2. Para el Dr. Angélico el ser, el esse, o aetus essendi, resulta el acto del
ente y la perfección suprema de la que participa. Por el ser el ente es,

00 S. Theol., I, q. 44, a. 2.
el Id., q. 8, a. 6.
EL TRÁNSITO DE LA EXISTENCIA. AL SER 183

de ahí ¿pe no quepa la asociación del esse con el de una simple res, por-
que su rango ontológico no se equipara al de una esencia. Confundir lo
esencial del ente con una esencia implica forjar una filosofía extraña al
tomismo, porque se asume un lenguaje que nada tiene que ver con la
filosofía de la que se parte. Lamentablemente esto ha sucedido con. quie-
nes han querido reforzar la tradicional tesis de la distinción entre la esen-
cia y el esse. La sinonimia entre el vocablo existencia y el actus essendi ha
sido la más grave herejía metafísica en el seno del tomismo. Por esta
razón, sería muy conveniente no otorgar al vocablo 'existencia' otro sig-
nificado en el seno del pensamiento tomista, fuera del conferido por su,
,autor, si con ello queremos evitar la confusión que aún se encuentra pre-
sente en muchos pensadores de la escuela. En realidad, debiéramos afir-
mar que lo existente participa del actus essendi, así como éste del Esse
Ipsurri. De ahí que el actus resulte el signo más evidente de la trascen-
dencia en la inmanencia y la fuente de la cual todo lo existente existe.
Por otra parte, el desafortunado recurso mariteniano a atribuir el
rango de 'Filosofía existencial' al tomismo, causó no pocos equívocos,
porque se ha pretendido asimilar a Santo Tomás a los más encumbrados
existencialistas de nuestro tiempo. El error era más de tenor nominal que
real: ni Maritain, ni Gilson han pretendido asimilar el tomismo al rango
de un existencialismo antiesencialista. Por el contrario, ellos buscaban alejar
definitivamente de las entrañas del tomismo el resto de formalismo que
aún permanecía en los seguidores de Santo Tomás. Lamentablemente, la
sinonimia entre el vocablo existencia, con el esse tomista, no contribuyó a
disipar las dudas y cavilaciones en torno a su correcto significado.

3. Para evitar que el ente se 'devore' al ser, conviene no usarlos como sinó-
nimos, sino en su significado original (otorgado por Santo Tomás): El
esse resulta la actualidad de todos los actos 62 y, por lo tanto, lo que hace
ser al ente; el esse no es la existencia, sino "el acto del existente, en cuanto
es ente",63 de ahí que una cosa sea el "ser como acto" y otra el acto de
ser (actus essendi).

4. Por su parte, la causalidad forma las estructuras hipostáticas, en tanto que


la participación funda el ser del ente en el Esse ipsurni. Por consiguiente,
la doctrina de la participación aplicada al ente finito establece la consti-
tución esencial del ente desde una perspectiva estática. Por su parte, el
principio de causalidad, en un sentido amplio afecta al aspecto dinámico
de los seres. De ello se infiere que: la causalidad se funda en la emanación
de todo ser participado de su fuente creadora; la cual, en cuanto causa-
lidad eficiente es diversa de la causalidad del movimiento (inmanente a
las estructuras hipostáticas).
5. La inteligencia metafísica se encuentra rebasada por la intensidad inteli-
gible del esse que excede toda posible definición y, por lo tanto, toda

62 De Pot., q. 7, a. 2, ad 9.
63 In 1 Sent., dist. 19, q. 2, a. 2, sol.
184 CARLOS R. laza

posible conceptualización. De ahí que Santo Tomás, cuidando el lenguaje


que usa, particularmente cuando se refiere a Dios, afirme: "Deus non sic
&atuse non existens, quasi nudo modo sit existens, sed quia est supra onme
existens, inquantum est suum,, essie".64 Como se puede ver, tiene muy clara
la dificultad que representa atribuir el rango de "existente" a Dios. De ahí
que use el término "quasi" para evitar que se otorgue a Dios una determi-
nación esencial tal como les corresponde a todos los existentes. Por lo
tanto, está hablando en un sentido analógico: la existencia le pertenece
con propiedad a todo lo causado y participado de Dios, y a Él impro-
piamente, "quasi" —dice Santo Tomás—, por cuanto que no entraña ningún
origen ni causalidad. Esta diferencia esencial entre el Ene ipsum y el esse
per participationiem mantiene intacta la trascendencia divina a la par que
impide reducir la divinidad a un ene formale existentium.
6. El acto de ser participa del Ipeum esse, lo cual significa que Tomás de
Aquino funda la estructura entitativa sobre la doctrina de la participación;
y, en tal sentido conviene reconocer a Cornelio Fabro como el genuino
develador del sentido más profundo del ser, en el pensamiento tomista
contemporáneo. En un segundo orden, cabe tener presente la inestima-
ble contribución de Gilson, De Raeymaeker y de Finance a la difusión
de la doctrina del «tus essendi. En tal sentido, sería conveniente evitar
los equívocos, en los cuales incurrieron Manser y el primer Maritain, corri-
giendo definitivamente los senderos trazados por la escolástica hasta el
presente.
7. La definición de Dios como lpsum esse resulta una conquista personal del
Doctor Angélico. Ella le permite distinguir el "Ser que es", y nada más,
de todo aquello que "es como tal". Finalmente, cabe señalar que el conte-
nido de la revelación en el texto bíblico en cuestión, a saber, Exodo 3, 14-
16, no enuncia una posición metafísica en Santo Tomás, sino que resulta
asumido de acuerdo al propio concepto de esse. Noción esta que le per-
mite a la inteligencia llegar poco a poco, de participado en participación
a los portales de la divinidad. Es aquí mismo donde silencia su voz el
filósofo para dejar la palabra al teólogo.

CABLOS R. KEL Z
Roma

04 De Pot., q. 1Z, a. 1, ad 2.
ARTE Y CONOCIMIENTO

Todo hombre desea naturalmente saber, pero éste, según Aristóteles, no


es una actividad unívoca, que posea un sentido único. Por el contrario, existen
para él tres clases o tipos de saber. En primer lugar, el saber teorético o especu-
lativo, cubierto por la matemática, la física y la metafísica, reina suprema del
saber humano.
En segundo lugar, el saber práctico propio de la vida activa, que procura
alcanzar la excelencia moral del hombre gracias a la virtud, ya sea como
individuo (ética), ya sea como ciudadano del Estado (política).
Finalmene, el saber poiético o productivo, que fabrica objetos con vistas a
su utilidad, desde un cuchillo hasta un satélite, u objetos con vistas a su belleza
exclusivamente, totalmente inútiles, por tanto, debido a su ineficacia práctica.
En suma, el hombre ejerce tres actividades primordiales: conocer, actuar
y hacer. El arte se inscribe en este último plano, porque su finalidad consiste en
hacer una obra querida solamente en razón de su belleza. El arte, por ende,
no es una actividad cognoscitiva, sino poiética, destinada a crear nuevos seres,
y no a conocer los ya existentes. No se somete a la realidad circundante para
adentrarse en ella y auscultar sus secretos, sino que elabora realidades origina-
les con una entidad artística propia.
La ciencia y la filosofía, en cambio, tienen como misión específica el cono-
cimiento del mundo y de los entes que lo pueblan; pero el arte no está intere-
sado en el entendimiento de las cosas, ni en capturar su naturaleza íntima, ni
en sus relaciones mutuas, ni en los primeros principios de lo real, como lo hace
la filosofía primera o metafísica. En tal sentido, como quehacer radicalmente
distinto del conocimiento, el arte no está empeñado en saber, ni en provocar un
saber, ni en transmitir tampoco un saber, sino tan sólo en crear obras que
encanten a la sensibilidad y deleiten a través de ella al espíritu mismo.
Según el realismo filosófico, conocer significa capturar la naturaleza de las
cosas. Existe, en tan sentido, un entendimiento de lo real, propio de nuestra
inteligencia. Y las cosas resultan entendibles o cognoscibles debido a que anida
en ellas una forma sustancial, que constituye su razón, su sentido inteligible, el
cual comulga con la razón humana. La, razón o lógos de la cosa resulta asa
homogénea a la razón o lógow humano; en otras palabras, existe una profunda
connaturalidad entre el espíritu cognoscente y la realidad extramental.
El entendimiento humano va conociendo paulatinamente lo que las cosas
son, o sea, las va concibiendo progresivamente. El primer fruto de esta apre-
hensión de lo real es justamente el concepto, pues éste designa lo concebido
(conceptus) y lo concebido o concepto es lo real mismo en tanto que resulta
conocido.
Indudablemente, la palabra "conocimiento" es analógica, pero ella apunta
siempre en general a todo tipo de contacto o aprehensión de alguna realidad.
En este sentido amplio, se puede hablar de un conocimiento animal, puramente
sensible e instintivo, incapaz de concebir el objeto, ni calar, por ende, en su
SAPIENTIA., 1990, Vol. XLV
186 RAÚL ECHAURI

esencia. También se puede hablar de un conocimiento angélico, exclusivamente


intelectual, es decir, inmediato e intuitivo, y no racional como el nuestro. Sin
embargo, estrictamente hablando, el conocimiento humano, inicialmente intelec-
tual y espontáneo en la forja de los conceptos, resulta siempre, y naturalmente,
gradual y discursivo, y su objeto adecuado lo constituye la esencia de las cosas,
la naturaleza de todo cuanto existe.
Esta captación íntima de lo real resulta totalmente extraña al arte, empe-
ñado en pergeñar nuevos objetos y no en acceder a los que nos circundan.
Por ello, como señala U. Eco, el arte, "más que conocer el mundo, produce com-
plementos de mundo, formas autónomas que se añaden a las ya existentes exhi-
biendo leyes propias y vida personal".'
Por otra parte, no existe para el artista, cuando acomete su labor poiética,
un conocimiento previo de la obra, es decir, carece de una idea preconcebida
de la misma, como declara R. Soldi: "Uno está delante de la tela en blanco y
tiene vagamente la idea de lo que hará, es decir, hay como un fantasma previo,
que va creciendo y cambiando a medida que se elabora la obra".2
Sin duda, él la va conociendo al paso que la va construyendo, pero cono-
cimiento significa aquí simplemente la toma de consciencia de un nuevo ser
producido por su imaginación creadora. Por su parte, también el espectador
"conoce" la obra cuando la contempla, sea viéndola, escuchándola o leyéndola;
pero conocer, en este caso, implica solamente entrar en contacto con una reali-
dad original y, de ningún modo, una penetración en la esencia de lo real.
Cuado escuchamos una fuga de Bach, o vemos un cuadro de Cézanne, o
una escultura de Moore, ¿qué conocemos? Indudablemente, la obra en cuestión,,
y nos deleitamos con ella, si es que colma nuestro gusto 9stético, pues,
como observa Santo Tomás, "pertenece al sentido de lo bello que en su aspecto
o conocimiento se aquiete el apetito".3
Pero este conocimiento de la obra, no nos revela nada acerca de la
naturaleza de las cosas, a menos que la consideremos como mero ente, y no
como obra de arte. Una escultura, por ejemplo, posee la misma estructura
ontológica que cualquier otro ente, a saber, está compuesta de materia y forma,
según la óptica aristotélica; es asimismo una sustancia dotada de sus acciden-
tes y ejerce, según la visión tomista, un acto de ser sin el cual no existiría.
Pero el artista no ha producido su obra para que nos instruyamos acerca
de su estructura metafísica, ni para que ejerzamos sobre ella nuestra reflexión
filosófica. Si lo hacemos, cosa legítima por otra parte, excedemos el dominio
del arte y entramos en el de la filosofía. La aprehensión de una obra de arte
no tiene nada que ver, por consiguiente, con el conocimiento intelectual de
las cosas, tarea propia y exclusiva de las ciencias y la filosofía.
Por ello, quizás sea más pertinente hablar de "contemplación" de la obra
artística que de conocimiento, aunque la primera implique el segundo. "En
el fondo —estima Gilson— si el arte es un hacer, la percepción de la belleza
es conocimiento y contemplación".4 Esta contemplación de la obra tampoco
I-U. Eco,Obra abierta, Ariel, Barcelona, 1979, p. 88.
2 R. SOLDI,La Nación, 1-XI-1981. ,
3 S. TomÁs DEAQUINO, Sumisa theologi4e, la-Rae, q.XXVII, a.l.
4 E. GILSON,Introduction aux arts du beau, Vrin, Paris, p. 221.
ARTE Y CONOCIMIENTO 187

supone una "comprensión"' de la misma, si por comprensión entendemos la


captura de un sentido inteligible. Al respecto, L. Tolstoy manifiesta su desazón,
al visitar una exposición de autores simbolistas: "Traté primeramente de exa-
minar sus obras sin pedir a nadie explicaciones, deseando comprender por mí
mismo lo que significaban. Pero son obras incomprensibles'9
He aquí resumida una actitud bastante frecuente ante las obras de arte,
sobre las cuales se quiere ejercer un acto de comprensión intelectual, tratando
de explicar y entender lo que significan, como si ellas fuesen, ideas. Las obras
de arte no son textos inteligibles para instruirse y aprender. Ellas procuran
encarnar la belleza, pero éstla es un misterio, y, como tal, remisa y reacia a
la razón, al discurso y a la captación intelectual.
Sin embargo, esta búsqueda de sentido resulta pertinaz y casi invencible.
Al respecto, G. Marcel se pregunta qué significa "comprender" en el terreno
del arte, pues si se trata de comprender la obra, tal como se comprende un
texto o una clase teórica, el término "comprensión" resulta inadecuado. Por
ello, Marcel propone introducir la idea de una "comprensión no estrictamente
intelectual, y esto no es fáciP'.6
No sólo no es fácil, es imposible, porque, hablando rigurosamente, se
comprenden las ideas o conceptos,, pero no las formas, ni los colores, ni los
sonidos, carentes por sí mismos de significación propia. Incluso, aunque las
formas pictóricas signifiquen, sobre todo si son representativas o imitativas
(un árbol pintado significa espontáneamente el árbol real), ellas no han de
ser apreciadas como los signos pintados de la realidad correspondiente, sino
como formas autosignificativas, es decir, como formas que agotan en sí mismas
su significación o, dicho de otro modo, que sólo se significan a sí mismas.
Por tal motivo!, ellas no pertenecen al registro de la significación, ni al plano
del conocimiento.
"¿Una obra de arte puede entenderse —pregunta E. Sábato— del mismo
modo que se entiende un teorema o una explicación sobre el funcionamiento
de un Banco o de un aparato de computación?" 7 Indudablemente que no. Se
“entiende" un teorema o el funcionamiento de una máquina o una demostra-
ción filosófica, o sea se entiende todo aquello que guarda una relación directa
con algún sentido inteligible. Por ello, advierte nuevamente Sábato "que la
palabra entender tiene que ver esencialmente con todo aquello que se puede
explicar, con lo que se puede reducir a razones".8
Pero, ¿qué tipo de explicación podernos brindar de una sinfonía o de un
cuadro? Ninguna, porque ni la belleza de la sinfonía, ni la del cuadro, se
someten al discurso racional. La belleza ha de ser admirada y gozada; por
ello, no se trata de comprender, ni de entender, sino tan sólo de complacerse
con lo que se ve o se escucha: "A fuerza de leer y querer comprender —es-
cribe Gilson— no aprendernos a ver y, en un feliz abandono al encanto de las
apariencias, no consentimos en mirar por el placer de ver".9

5 L. TOLSTOY, ¿Qué es el arte?, El Ateneo, Buenos Aires, 1949, p. 117.


6 Débat sur l'art contemperain, Paris, La Presse frangaise et étrangére, 1949, p. 378r.
7 E. SÁBATO, Entre la letra y la sangre, Planeta, Buenos Aires, 1988, p. 26.
8 Op. cit., loc
9 E. GiLsoN, Op. cit., p. 262.
188 RA*L. EcHkuni

Sin duda alguna, la presencia de imágenes, sobre todo en pintura y escul-


tura, ha inducido a la búsqueda o captación del sentido inteligible o del men-
saje de la obra. Y aunque tal búsqueda pueda ser legítima, el sentido, o tema,
o mensaje de la obra en cuestión, no incide directamente en la belleza de la
misma. La obra podrá tener un sentido o contenido religioso, patriótico o mi-
tológico, pero su belleza como obra de arte está más allá de lo que las imáge-
nes sugieren o indican. Y ha sido justamente para evitar que el espíritu se
detenga en la significatividad de la obra, que el arte de nuestro siglo ha su-
primido la imagen como mensajera de sentido. Al anularse la imagen, el espec-
tador quedaba solamente en presencia de la pintura, y desconcertado ante ella
al ver frustrada la posibilidad de una aprehensión racional. En efecto, sin
imagen, toda significación y comprensión parecen desvanecerse.
Por otra parte, el hecho de que el entendimiento no pueda aplicarse a
la obra de arte, no significa que ésta carezca de inteligibilidad. Desde el mo-
mento que el arte es creación de formas, hay inteligibilidad, porque toda
forma es de suyo inteligible, ese decir, hace referencia a la inteligencia, trátese-
de formas representativas o no.
Asimismo, en toda obra de arte palpita una estructura inteligible, que el
espíritu percibe a través de los sentidos, porque la experiencia estética es
tanto sensible como espiritual. Ubi oculfus aut auditu, ibi spd'rit use: donde está
el ojo o el oído, allí también está el espíritu. Así como no conocen los sentidos.
solos, o la inteligencia sola, sino el hombre a través de ellos, del mismo modo.
la contemplación estética no incumbe únicamente a la sensibilidad o al espí-
ritu, sino a todo el hombre.
Aunque la experiencia estética sea "esencialmente distinta de un acta
de conocimiento intelectual", escribe Gilson, ella supone, en el caso de la.
pintura, "la aptitud del sentido de la vista para percibir, bajo forma de cua-
lidades sensibles, la estructura inteligible de un cierto conjunto de líneas,,
formas y colores".lo
Pero esta inteligibilidad de la obra que el espíritu detecta, no tiene nada
que ver con un entendimiento o comprensión intelectual de la misma. La
armazón inteligible que los ojos u oídos advierten, al ver o escuchar, no quiere_
decir que las entendamos racionalmente, porque el arte no es un lenguaje y
no está abocado, por ende, a la expresión de ideas o sentimientos. Al arte le.
incumbe específicamente la tarea de crear belleza para gratificar nuestra sen-
sibilidad y nuestro espíritu, y no la de promover un conocimiento O un saber-
acerca del mundo.
RdJL ECHAURT

10 E. CusoN, Peinture et réalité, Vrin, Paris, 1972, pp. 236-237. Y otro tanto ocurr*
con la música: "Lo que supone esta interpretación de la experiencia musical es que el
placer que implica fluye de la aptitud de las potencias sensibles humanas para percibir
relaciones inteligibles bajo la forma de cualidades sensibles. Al usar la palabra percibir
queremos decir que esta experiencia es radicalmente distinta del conocimiento intelectual,
pero sostenemos también su naturaleza esencialmente cognoscitiva, así como la naturaleza
esencialmente inteligible de su objeto". Cf. E. GILSON, Pintura y real4diad, Aguilar, Madrid,
1961, p. 157.
CONTEMPLACION Y DIOS EN ARISTOTELES

Un cierto número de pasajes, tanto de la Etica Eudendal como de la Etica


Nicornaquea, parecen sugerir que la contemplación, que es la fuente de la feli-
cidad más alta, tiene a Dios por objeto.
En la primera obra, la referencia a Dios es explícita en las famosas y larga-
mente discutidas palabras de la conclusión, donde Dios es caracterizado como
un principio que no da órdenes y como un fin que es patrón de referencia para,
la elección de bienes naturales que no son laudables en sí mismos. En conse-
cuencia resulta malo aquello que nos aparta, sea por exceso o por defecto, del
servicio y la contemplación de Dios.1 A pesar de la sugerencia hecha por van
Armin de que un escriba cristiano debió haber cambiado en el original la
palabra "intelecto" (notusi ) por "Dios" (theós)2 y de la propuesta de Defourny
de reemplazar "Dios" por "tó theoletikóC 3 —las que recibieron el apoyo de
Dirlmeier 4 quien interpretó que en este pasaje "Dios" no se refiere al motor
inmóvil sino al Dios inmanente al hombre— en los últimos veinte años podemos
advertir una tendencia a redimir la interpretación tradicional, a partir de las
críticas efectuadas en el V Simposio Aristotélico de 1969 5 y especialmente a
propósito de un trabajo de Verdenius e dedicado exclusivamente a la interpre-
tación de este texto. Lamentablemente no podemos entrar aquí en una discusión
de los fundamentos legítimos de la interpretación tradicional. Simplemente inten-
taremos demostrar que esta interpretación no resulta inconsistente a la luz
de otros muchos pasajes de distintas obras del Filósofo. Aunque el intelecto es
divino y hasta "lo más divino en nosotros"? Aristóteles nunca lo identifica con
Dios mismo, ni siquiera en aquellos pasajes de De Anima en que atribuye al
nous poieti!kás algunos de los mismos epítetos que confiere a Dios en el libro
XII de la Metafísica. Y aunque en la Etica Nicarnaquiea nos exhorta a ser tan
inmortales como nos sea posible y a honrar la vida intelectual como la actividad

1 Cf. Etica Eudernia (EE) VIII 3, 1249 b 13-21.


2 'Cf. voN ARmiN, Die drei aristatelischen Ethiken, Akademie der Wisswnschaften in
Wien. Philosophisch-historische Klasse. Situngsberichte 202, Bd. 2. Wien, Leipzig, 1924,
p. 67-71.
3 DEFOURNY, P., "L'activité de conteanplation dans les Morales d' Aristote", Bulletin
de l'Institut historique beige de Romo, 1937 (18), p. 92.
4 DIRLMETER, Aristotaes, Heidelberg, 1966, pp. 451-4.
5 Bnrn, E., "Mutiplicité et unité du bien selon EE 18", p. 1631; RowE, "The Mean-
ing of Phrónesis in the Eudemian Ethics", pp. 86-7; VIIRDENIUS, "Human Reason and God
in the Eudemian Ethics", p. 288 y otros, en Untersuchungen zur Eudernischen Ethik, Aktatt
des 5 Symposium Aristotelicum, Berlin, 1971.
Cf. VERDENTUS, op. cit.
7 EE, VII 14, 1248 a 26 y sgtes.; Etica Nicomaquea (EN) X 7, 1177 a 15-16.

SAPIENTIA, 1990, Vol. XLV


190 BEA..nirz Rossi DE KIRCHNER

más alta 8 no identifica al sujeto con el objeto. Este es caracterizado como el


más excelente (tá spaudaiótaton).9 Aunque en esta obra no se refiere explícita-
mente a Dios como objeto de la theoría, deja claramente asentado que la sabi-
duría trasciende la esfera de lo cambiante o de lo meramente humano en
cuanto remite a cosas mucho más divinas que el hombre, como aquellas de las
cuales el kósmas está compuesto.1°
Ciertamente Aristóteles establece una serie de parangones entre la contem-
plación humana y la divina, pero es preciso retomar la idea de que la actividad
teorética no consiste en un mero juego intelectual que hace felices a los hom-
bres que lo practican, independientemente de los objetos que pretenden alcanzar
científicamente y de los resultados de la búsqueda.
Sin duda, Dios está incluido entre los objetos de la contemplación humana
y con certeza sabemos que Aristóteles atribuye a Dios, a su vez, la actividad
contemplativa. Entre las actividades humanas, la más íntimamente relacionada
a ésta (syngenestáte) será la más productiva de felicidad, ya que a los hombres
les corresponde la bienaventuranza en la medida en que tienen alguna seme-
janza de aquella actividad." También en un pasaje de Metafísica aparece la
afirmación de esta semejanza.12
Ahora bien, Aristóteles no nos brinda en las éticas una verdadera explora-
ción de esta actividad tantas veces defendida y propuesta como fin más alto
y patrón de referencia externo de la sabiduría práctica, la cual organiza la vida
como un todo a fin de alcanzarla.
Por tanto nos proponemos un análisis del concepto aristotélico de "divinidad"
por una parte, y de la vida que le es propia a ella, a fin de aproximarnos a la
clarificación de los resultados que alcanza su "semejanza" en el hombre a la
hora de culminar en teología.

II

Ya en las primeras obras Aristóteles atribuye carácter divino al cielo y a


los astros. El cielo es considerado "indolente" (apathés) frente a las miserias
de los mortales, posee una vida bienaventurada y un movimiento eterno.13
En esta teología sideral pueden detectarse trazos platónicos relativos a la vida
intelectual ininterrumpida (propia del alma del mundo del Time()) y a la
relación entre inmortalidad y movimiento incesante. Y en el capítulo 12 del
libro segundo de De Caelo Aristóteles intrcduce la consideración de un cierto
principio divino inmóvil y separado del primer cielo que, a diferencia de los

8 EN, X 7, 1177 a 19-21.


9 EN X 4, 1174 b 14-23.
1,0 EN, VI 4, 1141 a 33-b2.
31 EN X 8, 1178 b- 21-27.
12 Metafísica (Met.) XII 7, 1072 b 14-15.
De Caelo, I y II.
CONTEWLA
. Cal« MOS. EN AiusTórrELEs 191

astros, está libre de toda praxis.14 Hallamos aquí un verdadero antecedente


del motor inmóvil.
En la Etica Eudelnia Dios es presentado como un ser tan superior que
el hombre no puede entablar con él una amistad recíproca de igualdad, y
cuya perfección hace que no piense en otra cosa que en sí mismo, por lo cual
su felicidad es absolutamente autosuficiente.15 Más adelante nos ocuparemos
de la interpretación del objeto de la contemplación de Dios, a la luz de ciertos
pasajes importantes de Metafísica. Pero en función de nuestro análisis, cabe
retener que ya en una obra tradicionalmente considerada como de juventud
como es la Etica Ettdemia, Aristóteles afirma con seguridad que Dios no piensa
en otra cosa que en sí mismo.
En la Etica Nicomaquea nos dice que Dios goza siempre de un placer
único y simple y nos sugiere que no ejerce un movimiento sino un acto inmó-
vil que resulta más placentero que el movimiento mismo.16
En la Retórica, la divinidad viene en auxilio de las víctimas de injusticia
y los dioses se indignan del éxito inmerecido.17 Este tipo de afirmaciones han
de tomarse como una cierta apelación de Aristóteles a las creencias populares
con respecto a la divinidad, con el propósito de presentar sus propias concep-
ciones como relacionadas con éstas. En general se trata de un recurso de tipo
dialéctico —abundante en fórmulas hipotéticas y restrictivas— que no debe
tomarse como una base sólida para defender la tesis de la intervención de
Dios en el curso del mundo.

III

Ya en el contexto de la Metafísical, reitera el carácter autosuficiente de


Dios y se muestra contrario a admitir sentimientos bajos de celos atribuibles
a la divinidad.
Cabe destacar que es precisamente en el primer libro de esta obra donde
establece una íntima relación entre Dios y la "ciencia buscada" u ontología.
El pasaje es conocido. Llama "divina" a esta ciencia por dos motivos: tanto
porque Dios es un principio o causa (y como tal entra en la consideración de
esta ciencia supuesta) como porque Dios la posee, él sólo, o bien de modo
eminente (e mános e málista).1-8
Este pasaje resulta problemático porque en tal caso parece que Dios debe-
ría tener conocimiento no solamente de sí mismo (causa final) sino de las
demás causas o principios que Aristóteles considera pertinentes a esta ciencia,
a saber, la causa formal, material y eficiente.

14 De Caelo, 11 12, 292 b 22; a 22-23.


EE, VII 3, 1238 b 27-218; VII 12,. 1245 b 14-19; Polltica, VII 1, 1323 b 23-26.
16 EN VII15, 1154 b 24-28.
17 Ret. 11 5, 1383 b 8-9; II 9 1386 b 15-16.
18 Met. I 2., 982 b 29-983 a.16.
192 BEATRIZ BOSSI DE KIRCEINER

Una vía conciliatoria de estos dos puntos de la doctrina aristotélico de


la divinidad es considerar que el conocimiento ontológico de Dios "en grado
eminente" se concentra exclusivamente en sí mismo en razón de la imper-
fección de los otros tipos de causalidad.19 Parecería entonces que el conoci-
miento que Dios tiene requiere ser incompleto para preservar su perfección.

Pero a primera vista esta interpretación no parece poder conciliarse con


otro pasaje en el cual Aristóteles critica a Empédocles por haber concebido a
Dios como un ente menos sabio que los demás entes: Dios no lo conocería
todo en razón de no poseer en si el principio del odio (teniendo presente que
el conocimiento es para Empédocles de lo semejante por lo semejante) !2°

A pesar de que Aristóteles, en una primera consideración, parecería caer


en el mismo "error" que critica (en razón de que su Dios se tiene corno
objeto exclusivo de pensamiento y tampoco lo conocería todo) ,21. sin embargo,
en este mismo pasaje nos ofrece una pauta importante que lo distingue y
aparta del error de Empédocles.
Según la doctrina que Aristóteles atribuye a Empédocles, Dios no podría
jamás conocer el principio del odio, habida cuenta de su teoría del conocimien-
to (basada en la semejanza). Esto constituiría, a los ojos de Aristóteles, una
limitación cognoscitiva de Dios que no condice con su carácter de ente superior.

En cambio, en el marco de la doctrina aristotélica, no cabe suponer una


limitación real o virtual de Dios en su capacidad cognoscitiva. En su absoluta
simplicidad Dios sería capaz de penetrar todo ente inteligible.

La razón por la cual Dios solamente se piensa a sí mismo consiste, por el


contrario —no ya en una limitación— sino en su propia perfección intrínseca.
Aristóteles supone que si Dios pensara otros objetos no sería lo mejor.
De este modo y por el momento podemos salvar la coherencia interna del
discurso: Dios se tiene por objeto exclusivo de pensamiento y por ello tiene, en
grado eminente, conocimiento ontológico, del tipo que se propone la "ciencia,
buscada" que Aristóteles intenta desarrollar. Lo cual no le exige poseer conoci-
miento de todos los tipos de causas o principios atribuibles a esta ciencia. Tal
como en el caso del Dios de Empédocles, su conocimiento es incompleto, pero
a diferencia de éste, no lo es por hallarse en inferioridad de condiciones inte-
lectuales sino precisamente por causa de su superioridad y perfección última.

"The Relation of God to World in the Metaphysics", Etudes sur la Meta.


OWENS, J.,
physique d'Aristote, Actes du VI Symposium Aristotelicum, Paris, Vrin, 1979, p. 223, res-
puesta a la primera objeción.
20 Met. 1114, 1000 b 3-9.
1 Mientras para el Prof. Brunschwig no se trata simplemente de una crítica interna,
sino que denota que para Aristóteles mismo la proposición 'Dios no conoce todas las cosas"
es una consecuencia absurda en si, para Owens, en tanto y en cuanto el conocimiento de
Dios es de lo perfecto, la misma proposición expresa una verdad necesaria en la epistemo-
logía de Aristóteles, por lo que considera que debe tomarse solamente como una crítica
interna respecto de Empédocies. (Cf. OWENS(,, op. cit., p. 224).
CONTEMPLACIÓN Y 'DIOS EN ARISTÓTELES 193

Queda aún por develar la razón por la cual es necesaria la identidad sujeto-
objeto en el caso del acto divino, ya que la aludida superioridad de Dios res-
pecto de cualquier otro posible objeto de pensamiento no parece ser motivo
suficiente para tal identidad, si se piensa, por ejemplo, que el hombre aprehende
formas inteligibles antológicamente inferiores a su propia forma sin por ello
degradarse o perder su posición en el reino animal.
Para resolver este asunto deberemos considerar ciertos supuestos de la
doctrina aristotélica del conocimiento abstracto.
En el libro VI lo divino, objeto de la teología, es caracterizado como sustan-
cia inmóvil, separada de la materia y eterna= En el XI hallamos un pasaje
paralelo en el cual lo divino es considerado principio y soberano.23
Antes de entrar en el contenido del libro XII, es preciso realizar una aclara-
ción preliminar. En la estructura general del pensamiento aristotélico la "teolo-
gía" no es propuesta como una ciencia que tenga por objeto el conocimiento
de Dios en sí mismo sino solamente como una indagación que considera la divi-
nidad suprema como causa primera del movimiento del cosmos, en una pers-
pectiva que parte del mundo sensible para determinar la necesidad de la
existencia de Dios.24 La naturaleza de Dios se irá develando mediante las nece-
sidades que el planteo demostrativo exija.
En el capítulo cuarto Aristóteles se plantea la pregunta por los principios.
Concluye diciendo que no existen principios comunes para todas las categorías,
ya que no hay nada común y distinto aparte de la sustancia y las demás catego-
rías, de modo que la unidad de los principios debe ser entendida en sentido
analógico .z La afirmación de tal unidad supone el relevamiento de una identi-
dad de funciones en los varios campos de la experiencia?5 Forma, materia y
privación son los mismos sólo por analogía. Por contraste, la primera sustancia
será un principio común a todas las cosas, pero solamente en cuanto causa últi-
ma de movimiento y queda descartado desde ahora que pueda ser considerada
principio común en el sentido de "elemento" cuya naturaleza sea participada
en las demás sustancias o en las otras categorías.
En el capitulo quinto introduce la causalidad de los astros divinosffl La
generación y corrupción están garantizadas en su eternidad y necesidad por el
movimiento circular de los astros. El movimiento oblicuo del sol respecto del
ecuador lo aleja y lo acerca de los hemisferios terrestres produciendo alternati-
vamente la corrupción y la generación. De un modo gradual los primeros capí-
tulos nos acercan al contenido de la segunda parte del libro XII, donde el tema
de Dios es desarrollado. Así como los astros son causa motriz de las sustancias
corruptibles, los motores inmóviles son causa del movimiento de los astros y

22 Met. VI 1, 1026 a 15-32.


23 Met. XI 7, 1064 a 36-b 14.
24 Coincidimos en este sentido con la tesis de C. NATALI (Cosmo e divinitá, la struttura
logica della teologia aristotelica, L'Aquila, 1974, cap. II) .
25 Met. XII 4, 1071 a 24-29.
26 LESZL, Logic and Metephysics in Aristotle, Padova, 1970, pp. 126-129; 379-336.
27 Met. XII 5, 1071 a 11-17.
194 BEATRIZ Bossi DE KIRCH:NER

puede constatarse una línea de dependencia en el sentido del movimiento


entre los tres tipos de sustancias.28

IV

La segunda parte del libro introduce en el capítulo sexto "la demostración"


de la existencia del primer motor.
Aristóteles retorna la clasificación de las sustancias y anuncia que es nece-
sario que haya una sustancia eterna e inmóvil. La primera fase de la demostra-
ción parte de la primacía de la sustancia: si hay movimiento eterno éste supone
la existencia de una sustancia eterna. A su vez, la eternidad del movimiento
es demostrada por la vía del absurdo: es imposible que el movimiento se, genere
o se corrompa porque siempre es.29
A continuación, identifica el movimiento eterno con el circular. De este
modo parece confundir la eternidad racionalmente demostrable con el aspecto
visible de ella, i.e. con la continuidad del movimiento celeste, como Berti obser-
va.3° Los astros gozan de un movimiento eterno y regular pero exigen la exis-
tencia de un principio tal que su sustancia sea acto.3' Tal sustancia no puede
moverse, es necesariamente inmóvil, porque el movimiento consiste precisamen-
te en la actualización de una potencialidad.
Las cualidades de esta sustancia son determinadas a base de datos experien-
ciales y el argumento se funda en la doctrina del acto y la potencia.32

Aijet. XII 5,. 1071 a 36. Cf. NATAL; op. cit., p. 69. El cielo de las estrellas fijas es
causa de un movimiento uniforme, paralelo al ecuador y siempre idéntico respecto de la tierra
mientras que el movimiento eclíptico del sol es causa de la alteración de la generación y
la corrupción. El primer motor mueve la esfera de las estrellas fijas y ésta causa uno de los
movimientos del sol, el cual tiene además otro movimiento propio no reconducible a la
influencia del movimiento de las esferas superiores, que, es causa de la irregularidad.
29 Met. XII 6, 1071 b 6-11. Algunos comentadores (entre ellos, Owens, Bonitz, Tricot
y Reale.) entienden que la brevedad del pasaje exige considerar la demostración de la eterni-
dad del movimiento que ofrece Aristóteles en el libro VIII de la Física (251 a 8- 252 b 6).
La demostración de la eternidad del tiempo, más articulada que la anterior del movimiento,
apoya la precedente en cuanto e! tiempo es una afección del movimiento, aunque Berti la
considera completamente secundaria. La argumentación por el absurdo es la siguiente: si
el tiempo no fuese eterno, debería tener un comienzo y un fin; en tal caso habría que
suponer un tiempo anterior al comienzo y uno posterior al fin, pero eso es imposible: no
puede haber un "antes" y un "después" si no hay tiempo.
30 BERTI, Op. cit., p. 148: según este autor, esto significa que el discurso astronó-
mico no solamente no es esencial a la estructura lógica de la argumentación aristotélica sino
que representa un inútil distractor sin rigor lógico.
31 Met XII 6, 1071 b 17-20.
32 A continuación Aristóteles examina una serie de objeciones posibles a los varios
momentos del razonamiento precedente. El primer punto en cuestión es la precedencia del
acto respecto de la potencia: es necesaria una causa motriz que ponga en movimiento al
ente en potencia, la cual debe estar en acto y ser acto puro. Aristóteles rechaza las afirma-
ciones de los teólogos que hacen de la noche o de una mezcla homogénea potencial el
origen de todas las cosas (Cf. Met. XII 6, 1071 b 26-31). Para Aristóteles las mismas cosas
siempre han sido, sea en ciclos, sea de otro modo (Cf. Met. XII 6, 1072 a 7-9). La potencia
sólo precede al acto en un sujeto panicular antes del movimiento, pero en sentido absoluto
el acto es anterior a la potencia.
CONTEIMPLACTÚN Y DIOS EN ARISTÓTELES 195

Aunque el término "Dios" no es mencionado en el desarrollo de este argu-


mento del capitulo sexto y la sustancia actual e inmóvil resulta —en este primer
paso— necesaria exclusivamente por razones kinéticas, en los capítulos próximos
(7, 9 y 10) la descripción de su tipo de vida recibe una serie de transferencias
por analogía que provienen de otros campos de investigación, tales corno la ética
y la psicología.33

Cabe señalar que Aristóteles también resulta condicionado por la creencia


mítica en la eternidad de los cielos, ya que en rigor la eternidad de los movi-
mientos astrales no puede ser observada (se requeriría para ello de un observa-
dor igualmente eterno) ni probada por medio de argumentaciones lógicamente
fundadas (que únicamente pueden mostrar la necesidad de la eternidad del
movimiento tornado como un todo).34 Se trata de confirmar por vía filosófica
el contenido de una esperanza: la esperanza de que la renovación de la vida
continuará siempre. El único movimiento que es seguro es aquel que continua-
mente genera las condiciones de su propia continuación.35.

Nos detendremos ahora en el famoso pasaje que nos explica el modo cómo
el cielo de las estrellas fijas se asegura su propia continuidad:
..."De modo que el primer cielo ha de ser eterno. Entonces hay algo
que lo mueve. Puesto que lo que es movido y a su vez mueve es inter-
medio, hay algo que mueve sin ser movido, algo eterno que es sustancia
y actualidad. Así mueven el obleto del deseo y el objeto del pensamiento,
sin ser movidos. Los primeros de éstos son los mismos. Pues el bien apa-
rente es el objeto del apetito pero el bien primero es objeto del deseo
racional. Deseamos según nuestro parecer, más que nuestro parecer sea
según lo que deseamos : el principio es la intelección. El intelecto es
movido por lo inteligible y la otra columna es inteligible per se. Y de
esta columna, la sustancia es primera. Y la simple y en acto. (No es lo
mismo uno y simple, pues uno se refiere al número en tanto que simple
se refiere al modo cómo se es). Lo buenoy lo elegible per se se hallan
en la misma columna; y lo primero es siempre mejor o análogo a lo
mejor".06
Así, el problema de explicar cómo algo inmóvil ejerce su acción motriz
es resuelto por Aristóteles mediante la apelación al carácter deseable per se e
inteligible en primer grado de esta sustancia en acto. Puede suponerse en con-
secuencia que el primer cielo posee un alma capaz de inteligir y desear. Como
bien se ha dicho, de alguna manera la doctrina de la animación de los astros ya
está implícitamente admitida aquí.37

En cuanto al marco de la argumentación, ha de reconocerse que Aristóteles


conserva un esquema típicamente académico: las columnas o listas de contrarios.
Una de ellas contiene lo positivo (el ser, la unidad, la sustancia, etc.) y la otra

3 En tal sentido coincidimos con la apreciación de SIM111,. (Cf. "The Activity of Inmo-
bility" Etudes sur la Met. d'Aristote, p. 231).
34 BERTT, Op. Cit., p. 156.
;35 An. Post. 95 b 37. De Gen/. et Carrupt. 337 a 1 y sigtes. Aristóteles considera que no
hay por qué temer que los astros se detengan, a pesar de las apreciaciones de los físicos
(Cf. Met. IX 8, 1050 b 22-24).
36 Met. XII 7, 1072 a 23-b 1.
37 NATALI, Op. cit., p. 83.
196 BEIATRIZ BOSSI DE KIRCH:NER

incluye lo negativo (el no ser, la pluralidad y la no-sustan,ciaiidad).38 En cada


casa, lo negativo no es conocido per se sino como la negación del término
positivo.
Siendo la intelección el punto de partida, lo inteligido, primer término de
la columna, se identifica con el objeto del deseo racional. Pero Aristóteles efec-
túa una importante modificación del esquema académico al reemplazar a lo Uno
por la sustancia simple. Lo Uno no es para Aristóteles un verdadero principio
ontológico ni un género supremo. La simplicidad, por el contrario, denota un
modo de ser: pura actualidad sin potencia ni materia alguna, absolutamente
estable (no es que ahora sea y luego deje de ser) e identidad eterna.
Este objeto de amor es causa final del movimiento del primer cielo.3s Y
en consecuencia es bueno en cuanto necesario:40 su ser siempre idéntico es
bueno porque garantiza su simplicidad. Este principio del que dependen el
cielo y la naturaleza 41 no puede cambiar ni dejar de ser objeto de amor del
primer cielo, el cual seguirá su curso inalterablemente en forma regular.
No se trata de que los astros aspiren a unirse con la sustancia inmóvil,
como reconoce Natali 42 dado que su inmaterialidad frustraría toda tentativa
de hacerlo; el amor por Dios no significa para los astros abandonar su natura-
leza, ya que lo que éstos aman es el tipo de existencia del primer motor, su
eternidad e identidad. En cambio a los astros, puesto que están en movimiento,
les es posible ser de otro modo (dejar de moverse o surcar espacios diferentes).43
Debido a esta situación aman al primer motor y se mueven regularmente
deseando su perfecta identidad. Pero nunca la alcanzan. Así es preciso, puesto
que si pudiesen alcanzar este tipo de vida, dejarían de moverse. Es necesario
que nunca lleguen a realizar su causa final a fin de garantizar la continuidad
de su movimiento y, en consecuencia, la continuidad de la vida en el mundo.
En un polémico trabajo Skemp 44 ha intentado mostrar que esta, explicación
de Aristóteles es insatisfactoria en sus propios términos en cuanto, señala, para
que el primer motor sea verdaderamente causa final debe constituirse en obje-
tivo para la actualización de una potencia que culmina en la realización de
una forma en la materia. De modo que el primer motor no podría ser causa
final en sentido estricto porque no es alcanzado por ningún otro ente en el
grado en el cual él mismo es actualidad.
Podemos apuntar al respecto que Aristóteles no parece sostener que toda
causa final ha de operar como forma alcanzable, del modo como operan las
causas finales en el mundo sublunar. No se trata de un fin práctico, diría Aristó-

313 Cf. Met. I 986 a 23; K, 1066 a 15; Física, 201 b 25; Met., 1004 b 27; De Gen. et
Corrupt. 319 a 15; De Sensu 447 b 30; 448 a 16; An. Post. 670 b 21.
39 Met. XII 7, 1072 b 1-4.
40 Cf. NATAL' op. cit., p. 84.
41 Met. XII 7, 1072 b 13-14.
42 Cf. NATAL!, op. Cit., p. 85.
43 Met. XII 7, 1072 b 6-7: la sustancia eterna móvil puede ser diversa según el lugar
(aunque no según su esencia).
44 Cf. SKEMP, op. cit., pp. 235 y 244.
CoNTEmPLAczóav Y DIOS EN ARISTÓTELES 197

teles, pero si de un fin contemplativo: el acto de la contemplación es capaz de


trascender la propia forma sin abandonarla. También el nous supera el mero
ámbito físico y biológico de las coordenadas temporo-espaciales. Tal vez no
haya una absoluta continuidad entre las explicaciones que ofrece Aristóteles
con relación al tema de la causalidad final. Pero tampoco la hay entre estos
dos órdenes, en sentido ontológico, desde su propia perspectiva. El nous es
capaz de identificarse (intencionalmente, diríamos hoy) con sus objetos de con-
templación. De modo que en cierto sentido puede decirse que el primer motor
sí es alcanzado por el alma del cielo, pero desde luego no de un modo físico,
sino intelectualmente. Cuando Aristóteles nos exhorta a "ser inmortales" tanto
como podamos (Etica Nicomaquen, X) análogamente nos invita a abrazar inte-
lectualmente la quietud propia de la inmortalidad y su plácida regularidad, no
a abandonar nuestra propia forma e irracionalmente pretender otra, sino a
realizarla propiamente por medio de la contemplación.

El último problema que Aristóteles trata en el capítulo séptimo se refiere


al tipo de actividad en que pasa su vida el primer motor. Se esfuerza aquí, no
ya por explicar "mecánicamente" el movimiento del universo, sino por dar
razón de por qué su vida es la más deseable y la mejor. Además de que esta
explicación contribuye a fundamentar el hecho de ser amado por el primer
cielo, hallamos en ella una serie de datos que, en cierto sentido, superan el
encuadre del discurso, por su tono "lírico" y porque por primera vez llama al
primer motor, "Dios":
`Su vida es como la mejor que por poco tiempo hay para nosotros. Pues
aquello es siempre así (lo cual es para nosotros imposible), ya que su
actividad es placer (porque el caminar, la percepción, y la intelección
son lo más placentero, en tanto que la esperanza y el recuerdo lo son a
causa de los primeros). La intelección rper se tiene por objeto lo mejor
per se y la que en grado máximo es per se tiene por objeto lo que en
grado máximo [es mejor per se] . El intelecto se inteliget a sí mismo
por participación del inteligible: deviene pues inteligible aprehendiendo
e inteligiendo de modo que intelecto e inteligido son lo mismo pues el
intelecto es receptivo de lo inteligible y de la esencia. Y actúa teniendo.
De modo que lo que parece tener el intelecto divino es actividad más
que receptividad, y la contemplación es lo más placentero y lo mejor.
Por consiguiente, si así de bien se halla Dios siempre (como nosotros
algunas veces) es admirable, pero si aún en mayor grado, esto será
todavía más admirable. Y así se halla,y la vida también le pertenece,
pues la actividad del intelecto es vida y Dios es tal actividad. Y la acti-
vidad de Dios per se es vida óptima y eterna. Decimos por tanto que
Dios es viviente eterno y mejor, de modo que la vida y la eternidad
continua y sempiterna pertenecen a Dios: pues esto es Dios".45

El capítulo concluye asignando a Dios los siguientes caracteres esenciales:


eternidad, inmovilidad, separación de las cosas sensibles, indivisibilidad (no
tiene partes ni magnitud), impasibilidad e inalterabilidad 4s

45 Met. XII 7, 1072 b 14-30.


46 Met. XII 7, 1073 a 3-13. El pasaje expresa una cierta teología negativa ya que los
términosque califican a Dios son negaciones de los atributos de la sustancia sensible.
198 BEIATIWZ Bassi DE KIRCI1NER

En el pasaje citado Aristóteles establece una confrontación entre las acti-


vidades más placenteras y superiores del hombre y aquella de Dios, acentuando
el hecho de que las actividades humanas se distribuyen en tres coordenadas
temporales (recuerdo y esperanza se lanzan al pasado y al futuro respectiva-
mente), de las cuales la más placentera es el presente, por lo cual, el gozo de
Dios será máximo, en cuanto es, poseedor de un eterno presente, en el que
desarrolla la actividad más perfecta ininterrumpidamente. En cambio, los hom-
bres poseemos tal placer por breve tiempo.47

En segundo término pude notarse que la diferencia entre la contemplación


humana y la divina no solamente reside en una cuestión de duración sino que
también consiste en un grado superior para el caso de Dios.
El verdadero nudo del pasaje se halla en la interpretación del significado
de "intelección per se" (noesis he kath'hautén). De ella nos dice Aristóteles que
tiene por objeto lo mejor per se o en sí mismo. Esto puede concebirse como lo
que es intrínsecamente mejor independientemente de otro, i.e. por sí mismo.
Dentro de las categorías, esto corresponde a la sustancia y la aprehensión in-
telectual de la sustancia rescata la forma inteligible de ella. El intelecto conoce
primariamente la forma inteligible e incidentalmente se conoce a sí mismo, pues
cuando la conoce, la recibe y deviene lo que conoce. En un texto paralelo de De
Anima, en que se refiere al conocimiento de los objetos inmateriales reitera la
doctrina de la identidad pensar-pensado, como es sabido.48 Esta recepción de la
forma tan propia del intelecto es explicada por el hecho de que el intelecto no
tiene un carácter propio a fin de ser capaz de tomar el carácter de lo que cono-
ce:49 El nous es receptivo de la forma y en potencia algo semejante aunque no
idéntico a ella.5°
Estas explicaciones valen tanto para el intelecto humano como para el
intelecto divino. Pero en Dios parece, sugerir un "mayor grado" de autosufi-
ciencia tanto de parte de su intelecto como del objeto de, su intelecto. Ya en
a Etica Rudeinia nos deja asentado que Dios es un principio que no necesita
nada; luego el objeto inteligible per se en más alto grado es Dios mismo. De
modo que Dios, más que recibir otra forma, ya actúa teniéndose, por lo cual,
lo que parece caracterizar al intelecto divino es la actividad más que la
receptividad.
Se ha señalado al respecto que Aristóteles puede fácilmente dar por supues-
to que la sustancia inmaterial es cognitiva porque por definición (así como la
forma en la materia da origen al compuesto y la forma recibida sin la materia
da lugar al conocimiento) la forma inmaterial que existe per se es, ciertamente,
un pensar, una cognición.5' Si existe, conoce.

47 NATAL', op. cit., pp. 86-7. El autor concluye que la diferencia entre nuestro pensa-
mientoely de Dios no es sólo de grado, como se dice en un primer momento (1072 b
14-15; 24-25) sino támbién de calidad (1072 b 25-26). Nuestra capacidad está liMitada
por la fatiga corporal (Cf. EN 1175 a 3; De Somno, 454 b 8).
48 De Anima, 430 a 2-4.
49 De Anima, 429 a 20-22.
50 De Anima, 429 a 15-18.
51 Cf. OWENS, op.. Cit., , p. 212; 227- 228.
CONTEMPLACIÓN Y Dips EN ARISTÓTELES .19

Es cierto que las únicas formas inmateriales autosubsistentes que Aristó-


teles considera son todas ellas intelecto (sean los motores inmóviles, sea el
notas que forma parte del alma humana) pero también les atribuye otras capa-
cidades, como desear, amar, ser feliz y vivir. De modo que desde nuestro punto
de vista no puede decirse, sin más que por definición ellas son una cognición,
lo que no es otra cosa que un acto intelectual. Mas bien habría que admitir
que Aristóteles las concibe como verdaderos sujetos vivientes cuyo vivir consiste
sobre todo en conocer o pensar.

A raíz de que Aristóteles afirma que la contemplación divina es el mismo


tipo de actividad que las mentes humanas cumplen cuando están comprometi-
das en el pensamiento abstracto (de formas sin su materia) Norman 52 supone
que cuando describe al primer motor como pensamiento de sí mismo, no se
refiere, como tradicionalmente se ha creído, a una actividad que pudiera ser
llamada "auto-contemplación".

Este autor distingue dos tipos de pensamiento: uno que depende del objeto
exterior y otro que es completamente autosuficiente. Y deduce que si para
poder pensarse a sí mismo el intelecto debe primero pensar las formas ("el inte-
lecto se intelige a sí mismo por participación del inteligible"), que el intelecto
se intelige a sí mismo significa que piensa los noetá que ha llegado a ser a
través del primer estadio de pensamiento. Así concluye que "pensarse a sí
mismo" es pensar las propias entidades mentales, dado que Aristóteles usa
regularmente la expresión "el intelecto se piensa a sí mismo" para describir el
pensamiento puro abstracto, y para diferenciarlo del pensamiento de las cosas
que tienen materia. Se trata, en suma, de derribar la interpretación tradicional
según la cual el primer motor es presentado como un Narciso celestial que mira
alrededor para buscar la perfección que desea contemplar y no hallando nada
mejor que sí mismo se encierra en su postura de permanente auto-admiración.

Aunque la tesis resulta debidamente fundada en el pasaje que hemos citado


y en otros textos significativos de De Anfma'53 y aunque se acepte que pensarse
a sí mismo es lo mismo que pensar los propios contenidos de pensamiento teoré-
tico o científico, no obstante, esto no es suficiente para negar la "autocontempla-
ción" de Dios, ya que en razón de que "lo mejor per se en grado máximo" no
puede ser algo diferente de Dios mismo, éste queda concentrado en sí. Aunque
la caricatura de Narciso sea ilustrativa para derribar un exagerado antropomor-
fismo aplicado a Dios, la interpretación de Norman no es suficiente para abrir
el intelecto divino a otros posibles objetos de pensamiento distintos de sí.

El autor de Magna Moraría plantea claramente el dilema: "quien se ocupa


científicamente de sí mismo, es considerado un insensible. Un dios como tal
sería absurdo".M Por una parte, Dios no puede contemplar otra cosa fuera (le
sí (porque entonces habría algo mejor que él mismo que merecería su atención),
pero que Dios se contemple a sí mismo resulta también absurdo.

52 Cf. NORMAN, "Aristode's philosopher-God", Phrónesis XIV, 1969, p. 67.


53 De Anima, 429 b 5-10; 429 b 21-430 a 9.
54 Magna Moraba, 1213 a 1-8.
200 BEATRIZ Bossi DE KIRCHNER

Basándose en los textos de la Metafísica III y I que hemos mencionado


(cfr. notas 20 y 18, respectivamente) 'Clark entiende que es absurdo suponer
que Dios podría ser ignorante de cualquier principio y concluye que el primer
motor se piensa a sí mismo no introspectivamente sino porque él es, cognosci-
tivamente, el mundo. En el más alto grado de conocimiento queda suprimida
la distancia objeto-sujeto.55
Esta interpretación de Dios como el "lugar" de las formas —aunque intere-
sante— no halla asidero en los textos del Filósofo, quien tantas veces critica a
Platón por haber separado las formas de los entes sensibles en los cuales son.
Por lo demás, si hubiera realmente querido dejar en claro esta doctrina lo hubie-
ra hecho.
Lo que sí cabe rescatar de la interpretación d'e Clark es que en Dios no
parece haber una línea de distinción entre sujeto y objeto. Esto parece ser con-
firmado por el hecho de que Dios no parece ser receptivo sino pura actualidad.
Quedan todavía por analizar los pasajes más relevantes sobre la cuestión
que corresponden al capítulo 9 del libro XII.

VI

Desde un comienzo Aristóteles reconoce, al retomar la cuestión del intelec-


to, que ésta implica una serie de aporías y dificultades. Todo el texto, cuyo
andamiaje es complejo, tiene un carácter dialéctico reconocible.
Sinteticemos los puntos capitales:
1. En primer lugar, Aristóteles considera la posibilidad de que el intelecto
divino no piense nada. A lo cual responde: en tal caso sería como un
hombre que duerme y no tendría la dignidad de ejercer la mejor acti-
vidad posible.
2. Descartada la primera hipótesis, desecha una segunda: si su esencia
no fuese el pensar sino que tuviese solamente la potencia de pensar
no sería la mejor sustancia. Dado que el intelecto divino es acto puro
y la mejor sustancia, no puede pensar al modo humano, como teniendo
una facultad de pensar.
3. Por tanto, concluye que la intelección es su esencia.
En tal caso, considera dos posibilidades: o bien el intelecto divino (a) se
piensa a sí mismo o bien (b) piensa en otra cosa.
Si (b) piensa en otra cosa, caben a su vez dos posibilidades: que piense
siempre lo mismo (b.1) o que piense cosas diferentes (b.2).

55 CLARK, Aristotle's Man, Oxford, 1975, p. 179. El caso del Dios de Aristóteles, sin
embargo, no puede asimilarse al de Dios en Santo Tomás, quien intieligiéndose, intelige
todas las otras cosas en cuanto es principio de las mismas.
- CONTEMPLACIÓN Y DIOS EN ARISTÓTELES 201

Se pregunta a continuación si establece alguna diferencia en la resolución


de la cuestión el hecho de que el objeto del pensamiento divino sea lo noble
o bueno, o lo sea aquello que el azar determine. Responde que sería absurdo
suponer que este intelecto piense en algunos objetos. Dice que es evidente que
piensa lo más divino, lo más honorable y lo que no cambia. Pues lo que cam-
bia —aclara— podría hacerlo hacia lo peor, y además implicaría algún tipo de
movimiento. Luego —concluimos— la hipótesis (b.2). que sostiene que el inte-
lecto divino piensa cosas diferentes queda descartada. El intelecto divino no
puede estar sujeto al azar, ni pensar en más de un objeto ni en un único objeto
que cambie. Implícitamente afirma que Dios piensa siempro lo mismo; (b.1)
—si Dios piensa en otra cosa— o (a) —si Dios se piensa a sí mismo— quedan
aún en pie.

Entonces Aristóteles observa que si este intelecto fuese potencial (y no


pura intelección) la continuidad de su pensamiento sería laboriosa y otra cosa
sería entonces más honorable que el intelecto mismo, a saber, lo pensado. Pues
el pensar y lo pensado también pertenecen al que piensa las peores cosas. De
modo que si hay que evitar estas consecuencias —parafraseamos el pasaje— (ya
que es mejor no contemplar ciertas cosas que contemplarlas) el pensamiento
no sería lo mejor. E inmediatamente concluye Aristóteles: por lo tanto, se
piensa a sí mismo si es lo mejor, y la intelección es intelección de intelección.

Retomemos los nudos argumentativos de estas observaciones.

Es comprensible que si la intelección fuese un acto dependiente de una


facultad o potencia (que pudiera o no estar ejerciéndose) este acto se podría
interrumpir (en razón de suponer una cierta laboriosidad o esfuerzo). En tal
caso, el acto podría ser inferior a otros posibles objetos de pensamiento, cual
los que son eternos. Por otra parte, dado que hasta el que piensa lo peor,
piensa, se concluye que el acto de pensamiento no tendría en sí mismo un valor
intrínseco, sino que su valor depende del valor del objeto pensado. ( Aunque
comparado a las demás funciones humanas sea superior). Por lo cual es preciso
descartar estas consecuencias —i.e. que el intelecto divino pueda pensar en otra
cosa que en lo mejor— y retener que el pensamiento no es lo mejor, sino que
deviene lo mejor si piensa lo mejor. Puesto que Dios mismo es lo mejor, Dios
no puede pensar otra cosa distinta de sí. Por tanto concluye que se piensa a
sí mismo y es intelección de intelección.

A continuación el mismo Aristóteles se plantea la pregunta por la razón


de la identidad sujeto-objeto en Dios. .Si el pensar y lo pensado no son lo mismo,
¿cómo estará el bien presente en el pensar? Parecería que aunque el objeto
fuese lo mejor, no por ello deberá el pensar devenir también lo mejor. Aunque el
ser o la esencia de uno y otro no son lo mismo, en algunos casos —observa Aristó-
teles— la ciencia es la cosa. Así,; en las ciencias teoréticas el discurso es la cosa,
le. la intelección. Cuando el objeto no contiene materia la intelección es una
con lo inteligido.57

56 Met. XII 9, 1074 b 17-35.


57 Met. XII 9, 1074 b 37-1075 a 5.
BEATRIZ • BOSSI DE KIRCB:NER

Esta identidad, ya afirmada en el capítulo 7 y en numerosos pasajes de D


Anima es común a la actividad de Dios y al pensamiento abstracto que el
hombre puede ejercer.

Finalmente Aristóteles se pregunta si lo pensado es compuesto. Si lo fuese,


implicaría para el intelecto un cambio al pasar de una parte del todo a la
otra. Pero todo lo que no tiene materia es indivisible. Así como el intelecto
humano aprehende, en un cierto tiempo limitado, el bien —no en un aspecto
o en otro sino en una totalidad— (siendo diferente, de éste), de este modo
la intelección misma de sí se tiene por toda la eternidad.58

Gracias a la identidad pensar-pensado de las formas inmateriales e indivi-


sibles, tanto en el pensamiento divino cuanto en el humano de tipo intelectual
directo, el bien del objeto se hace presente en el pensar. El bien no ya respecto
de una categoría determinada o en un sentido relativo sino el bien como unidad
total o radical. Sin embargo!, esta presencia del bien en el pensar no supone
una transformación o identificación del sujeto pensante en el objeto que es
pensado. En el caso del intelecto humano éste es diferente de lo mejor que es
pensado. En el caso de Dios coincide, pero no en razón de que el pensamiento
se identifica con el objeto, como si por arte de magia pudiera el objeto transfor-
mar al sujeto, sino porque, por otras razones, Dios piensa en Dios. Y estas razo-
nes están relacionadas con la dignidad propia de Dios como ser superior a
cualquier otro ente, por una parte (la atención de Dios no podría detenerse
eternamente en algo inferior a sí) y por razones "mecánicas" por otra parte.
Es preciso que Dios sea una sustancia inmóvil como explicación última del
movimiento universal. Esto implica que su objeto de pensamiento debe ser
algo único, simple, inmaterial que lo mantenga detenido eternamente. Si tuviese
por objeto cosas múltiples, su pensamiento debería moverse de una a otra. En
cierto sentido, Dios queda "limitado" a un pensamiento estático. Pero esto no
comporta para Aristóteles una verdadera limitación cognitiva, ya que el instan-
te de la mirada global fija en un punto culminante es cualitativamente supe-
rior al proceso que, en el caso del intelecto humano, la precede.

Metafóricamente hablando éste es el momento de la "inmortalidad" a la


cual el intelecto humano tiene acceso por la vía contemplativa.

Cuando Aristóteles apela a la identidad pensar-pensado, lo que quiere


significar es que el pensamiento verdaderamente es trascendente, llega al objeto
y se confunde con él. El pensamiento humano puede acceder a lo mejor, tanto
si es concebido como el orden del universo como si se concentra en el principio
de ese orden.
Es evidente que Dios no conoce el mundo, en razón de su naturaleza com-
puesta. Se ha dicho que es incapaz de conocer otra cosa que sí mismo porque
no tiene capacidad de recibir nuevas formas:59

58 Met. XII 9, 1075 a 6-11.


59 Cf. OwEavs, op. cit., p. 219, 222.
CONTEMPLACZÓi< Y Dilos Ex ARISTÓTELES 203

Si bien es cierto que su actividad es más ejercicio que receptividad; como


dice el mismo Aristóteles, la razón de su exclusividad en el pensamiento es que'
cualquier otra forma distinta de sí es inferior a sí. Inclusive las formas puras
son inferiores a él mismo.

Dios es un principio fundante del orden del universo y de su movimiento.


En este sentido puede decirse que —en cuanto se conoce— tiene conocimiento
"metafísico" del tipo que la ciencia buscada aspira obtener, como dice Aristó-
teles en el libro I.

Por su parte, Owens sostiene que Dios se conoce como causa sin ningún
conocimiento del efecto. No obstante reconoce que no hay una respuesta directa
a esta cuestión en el texto de Aristóteles, fuera del carácter enteramente simple
y no proposicional del conocimiento de las sustancias separadas.60

Precisamente por ser simple, parece poco probable que solamente sea
de uno de los términos de la relación (la noción de causa implica la de efecto).
Más bien habría que suponer que Dios no se plantea su ser en términos de
causalidad, y que su pensamiento se cierra en sí como una esfera sin apertura.

Esta falta de apertura, tan extraña a nuestra mentalidad, no supone para


Aristóteles limitación alguna en el sentido óntico y gnoseológico. Aunque Dios
pudiera conocer lo que por mezcla o composición con principios potenciales
es imperfecto, tal ejercicio no sería digno de un dios, cuya actividad es la inte-
lección pura.

VII

Dios no es "la" sustancia, sino que es una sustancia determinada. Una


sustancia que es la primera, que es puro acto y la más perfecta, pero esto no
le da de suyo conocimiento de los demás tipos de sustancias ni de sus principios,
ya que el ser sustancia no es algo común y uno para todas las sustancias.
Eh tanto la contemplación divina es un acto libre, independiente, perfecto
y eterno, la contemplación humana está condicionada a un proceso previo de
composición y descomposición conceptual y demostrativa, siempre perfectible
e intermitente, cuyo último eslabón, el momento inmóvil de la contemplación
teorética, produce la felicidad más alta que es dable alcanzar.

De todas las teorías, la teología es la superior, en cuanto tiene lo mejor por,


objeto. En este sentido, la filosofía culmina en el momento en que logra ligar
este mundo cambiante y móvil con un principio causal perfecto y ordenador.
A primera vista, la contemplación teológica parecería resultar superior a
la vivencia religiosa del culto griego ordinario, o para decirlo en términos
hegelianos, a la religión a nivel de la representación.

60 Cf. OwEws, <>p. cit., p. 227.


204 BEATRIZ Basa DE K1RCH:NER

Sin embargo, no parece que podamos reducir la contemplación a una expe-


riencia exclusivamente intelectual. Aristóteles establece también el elemento
desiderativo y amoroso —al menos para las almas de los motores respecto de
la primera sustancia.

Y paradójicamente Aristóteles utiliza en un recurso dialéctico el supuesto


amor de los dioses para con aquellos hombres que se entreguen al ejercicio de la
contemplación, i.e. al ejercicio de la actividad quqe ellos mismos persiguen, para
exhortar a su auditorio a realizar la teoría.62.

Llegamos ahora a estar en condiciones de elaborar algunas conclusiones


con referencia a la invitación de Aristóteles a ejercer la contemplación corno
¡in más alto de nuestra vida y a apartarnos de todo aquello que por exceso
o defecto nos impide el servicio y la contemplación de Dios, a la luz de los
resultados que hemos recogido del análisis de ciertos pasajes claves de Meta-
fiska.
1. Con respecto al problema de la interpretación de la conclusión de
EE con referencia a la palabra "Dios", cabe considerar que no se puede tratar
simplemente de honrar al dios en nosotros, al intelecto que nos permite el acce-
so a la contemplación. Porque este intelecto, sujeto del acto, es otro que el
divino o lo mejor, como el mismo Aristóteles declara en uno de los textos que
hemos analizado ("siendo diferente de éste", cfr. nota 58).

2. Que la contemplación no consiste en entregarse a la actividad inte-


lectual por sí misma, independientemente del valor del objeto que se piensa,
como si fuese un juego deleitable, queda claro a partir de la afirmación de
Aristóteles de que el pensamiento no es lo mejor (cf. nota 56) sino que es el
bien del objeto el que, al hacerse presente en el pensar, por cierta identidad
con éste, lo cualifica como bueno. Por tanto, se trata de llegar al principio prime-
ro que garantiza la continuidad y el orden regular del universo. Sólo así la
contemplación será la mejor actividad, la más autosuficiente y la más produc-
tiva de felicidad.

3. Si Dios es su propio bien y felicidad y no necesita nada, el sentido


del "servicio" de Dios no puede ser otro que el del propio beneficio. Nuestro
bien tiene referencia a algo superior a nosotros que de algún modo es también
causa de nuestro propio ordenamiento interior. La sabiduría práctica ordena,
manda y regula la vida moral a fin de que la armonía de las virtudes haga
posible el florecimiento de la contemplación. Y ésta culmina en la inmovilidad
del pensamiento detenido en los más altos y honorables objetos, entre los cuales
Dios es, en su simplicidad y autosuficiencia, el modelo a admirar.

BEATRIZ BOSSI DE KIRCHNER

61 EN, X 8, 1179 a 25-31.


BREVES NOTAS ACERCA DE LA POLITICA DE ARISTOTELES

Posiblemente la Política tal como ha llegado hasta nosotros fue publicada


después de la muerte de Aristóteles y, según la opinión más generalizada, se
trata de un conjunto de lecciones acroamáticas impartidas por Aristóteles en el
Liceo. Con estos precedentes, pueden entenderse con facilidad las dificultades
con que la crítica se ha encontrado a la hora de poner en orden los diferentes
libros,1 un total de ocho de que consta la obra. A esto es preciso añadir que no
hallamos manuscritos de la Política hasta el siglo XIII, el primero de ellos debi-
do a Guillermo de Moerbeke en lengua latina. El primer manuscrito en lengua
griega es el llamado "Parisinus Graecus" del siglo XIV.
La fecha en que fue "acabada" la Política, no en cuanto a su contenido
sino a su redacción última, resulta también problemática si bien suelen seña-
larse los años 330-326 como período posible de redacción tomando como guía el
último hecho histórico al que la Política se refiere, la muerte de Filipo de
Macedonia.
El pensamiento político de Aristóteles es conocido a través de las dos
únicas obras que nos han llegado sobre el tema, la Política y los fragmentos de
la Confstitución de Atenas, dada a conocer en 1891 por Sir F. Kenyon. Es nece-
sario destacar que el conjunto de la obra perdida es mucho más extenso que el
de la que ha llegado a nuestras manos, así podrían citarses entre otras Los
pleitos de las ciudades, destinada a dar conocer a Filipo de Macedonia las dife-
rencias entre los pueblos griegos supuesto su deseo de unificar Grecia; Las
Leyes, posible legislación sobre Estagira; Alejando o o la colonización, dirigida a
su discípulo Alejandro Magno sobre los posibles inconvenientes que plantearían
sus proyectos políticos.
La raíz del desarrollo de la Política como ciencia de la koinomía perfecta o
pális hay que hallarla en el último fragmento de la Etica a Nicómaco 2 donde
Aristóteles se plantea la necesidad de dar cuerpo social a la ética cuyo conte-
nido ha desarrollado en los libros precedentes. Al legislador compete la tarea
de promover la virtud de los ciudadanos, pero la dificultad se halla precisa-
mente ahí; los sofistas que se declaran maestros en el arte de instruir para la
política están, sin embargo, lejos de desempeñar dicha función.3 Por otro lado,
los políticos que han consagrado su vida al gobierno de la pálils (Pericles, por

1 Las discrepancias en cuanto al orden en que han de leerse los libros de la Política
se mantiene a partir del cuarto libro, siendo total la unanimidad respecto a los tres primeros
La ordenación de W. L. Newrnan, 1887 - J. Marías, 1951, se distancia de la tradicional de
la forma siguiente: L. IV (VII), L. V (VITI), L. VI (IV), L. VII (V), L. VIII (VI),
(entre paréntesis la clasificación tradicional). Otras ordenaciones a tener en cuenta son:
I. Bekker, 1831. B. Saint-Hilaire, 1837; Faton, 1855; Bekker-Susemihl, 18554872. A estos
intentos de dar unidad a la Política de Aristóteles se une la voz de W. Jaeger, para quien
cualquier intento de ordenación resulta vano para dar orden a un todo que de sí carece
de unidad.
2 X, 9, 1180b —final.
3 Etica a Nicómaco, X, 9, 1181a 12-14.
SAPIENTIA, 1990, Vol. XLV
206 MARGARITA MAURI ÁLVAREZ

ejemplo) 4 no han sido capaces de transmitir el conocimiento empírico adquirido


ni a sus hijos ni a sus amigos .:5 Cómo llegar a ser buen legislador, cuestión de
trascendental importancia porque los ciudadanos de la péihs encuentran en las
leyes el punto de referencia de su formación moral, es lo que Aristóteles se
propone investigar en la Política, partiendo de una doble dirección metodoló-
gica: a) análisis de las aportaciones anteriores sobre el temas b) estudio de las
Constituciones y de las Leyes 7 que Aristóteles justifica en el L. II, cap. 1 de la,
Políticas alegando la falta de cualidad dé las Constituciones actualmente exis-
tentes. La finalidad de la investigación aristotélica es "poder encontrar la forma
recta (orthós) y útil (jrésimon)",9 no se trata en ningún caso de "un capricho
de sofista".1°
A esta introducció0, desde la Etica a. Nicámaco al tema de la Politica se
añade una precisión en el L. I de esta última obra 141 de por qué derroteros se
llevará esta investigación : "dividir lo compuesto hasta llegar a sus (partes)
simples, pues éstas son las últimas partes del todo",12 es decir, el análisis de las
partes de un todo complejo con el fin de llegar a sus unidades originarias. Este
análisis da comienzo con la observación de las cosas desde su origen.10
El interés de Aristóteles se centra en hallar el régimen mejor —no el
ideal como en el caso de Platón—, el más seguro lá capaz de devolver la corir
fianza en la pais tradicional al ciudadano desorientado por la situación inesta-
ble del momento. Aristóteles busca un modelo político posible para una polis
en declive, "casi todo se ha descubierto ya —dice Aristóteles— si bien algunas
cosas no se han organizado y otras no son todavía puestas en práctica por los
que las conocen".4
En más de una ocasión, se ha criticado la postura poco "aperturista" de
Aristóteles que permanece aferrado a la pais tradicional desinteresándose de
la opción más universal de la pólis que le ofrecía su discípulo Alejandro. Se
ha querido ver en ello un deseo de "salvar las tradiciones, perpetuar el pasado.
(... ) que sólo existió en las consejas tradicionales ( ). Los intereses de los
ciudadanos le importan poco, a él le interesa su areté".116

4 PLATÓN, Menón; 946; Protágoras; 319c-320a.


5 Etica a Nicómaco, X, 9, 1181a 5-6.
6 (Pocas son, a juicio de Aristóteles, estasaportaciones. Dedica los caps. 1.7 del L. II
de la Política a la crítica del sistema político que Platón expone en La República y Las
Leyes,
7 En el L. II Aristóteles analiza la Constitución de Faleas de Calcedonia (e. 7);
Constitución de Hipodamo de Mileto (c. 8); Régimen político de Lacedemonia (c. 9);
Creta i(c. 10) y 'Cartago (c. 11), juntamente con algunas leyes dictadas por los legisladores
Solón, Efialtes, Pericles, Zaleuco, Carondas de Catania, Onomácrito, Tales, Licurgo, Filolao,
de Corinto, Faleas, Dracón, Pitaco, y Androdamas de Regio.
8 1260b 37.
9 1260b 32-33.
10 1260b 34.
11 I, 1, 1252a 17-23.
12 Ibid. 19-20.
13 I, 2, 1252a 24.
14 MARÍAS, J., Aristóteles. Política, Madrid, IEP, 1983 reimp., p. LVII: "El tema de
la ciencia política no es el ideal de politeia, la constitución perfecta, sino algo mucho más
modesto, pero más apremiante: la seguridad.
15 Política, II, 5, 1264a 3-5.
16 Frarrosi METÍA, E., Leyenda y poder en torno a Aristóteles, Pórtico, Universidad de.
Zaragoza, 1982, p. 90.
ACERCA DE LA «POLÍTICA" DE ARISTÓTELES 207

El final de la Etica a Nicómato da paso, pues, a la Política, ciencia que


continúa la Etica y se fundamenta en ella. La felicidad como aspiración de la
vida humana, el análisis de aquello en, que consiste y los medios para hacerla
posible han sido tratados por Aristóteles en la Etica a Nicómaco, ciencia que a
su vez se halla vinculada por fundamento a la Metafísica. Pero el hombre que
es ser-moral, lo es en sociedad, en el seno de la pais que contribuye al pleno
desarrollo de todas sus capacidades; el hombre es un animal político y por eso
en la pais encuentra su más alta perfección. La Política sigue la misma direc-
ción que la Etica a Nicómaco, pero desde la perspectiva del legislador, de
aquél que ha de legislar unas leyes con el fin de hacer al ciudadano mejor.
Con cierto desorden, Aristóteles da cuenta de todos los temas que al finali-
zar la Etica a Nicómaco se proponía, si bien sus puntos de vista aparecen con
frecuencia mezclados con comentarios y críticas a opiniones generalizadas o
particulares. De entre todo el conjunto de la Política de Aristóteles, quisiéramos
destacar aquellos puntos más relevantes, los fundamentales en que se asienta
su pensamiento político.

1. Sociabilidad natural del hombre (I, 1253a 2 ss.)


La pais es una comunidad natural porque el hombre es por naturaleza
un animal político. La razón que muestra esta sociabilidad es el lenguaje, "el
hombre es el único animal que tiene palabra".V La voz sirve para expresar el
dolor o el placer, pero la palabra va más allá;, y expresa lo que es justo e injus-
to, lo que es bueno o malo; el hombre es el único ser capaz de ello, y lo expresa
en la comunidad.

2. La ciudad es la comunidad perfecta (I, 1252b 28 ss.)


La ciudad constituida por el conjunto de aldeas —kóme— es "el extremo
de toda suficiencia".le Considerada en sí misma, es tan natural como la familia
—orikía— o la aldea, pera la pólis constituye la finalidad nottural de estas comu-
nidades, primeras en el orden temporal, pero segundas en el de la finalidad.
La oikía es la comunidad natural que se constituye para satisfacer las nece-
sidades cotidianas; la Mine, aún siendo una comunidad natural como la oikía
satisface necesidades que no son cotidianas. La comunidad natural perfecta,
pero, es la formada por la unión, de diversas aldeas, que constituye la pótis
en la que la vida puede desarrollarse con toda plenitud; la ciudad permite que
el hombre se haga ciudadano.

3. Defensa de la propiedad privada (II, 5, 1263a 26 ss.)


Si bien ha de existir cierta propiedad que sea común, en general, la propie-
dad ha de ser privada, así, los motivos de disensión serán menores y, al mismo
tiempo, las ganancias serán mayores si cada persona cuida de lo que es suyo.

1,7 I, 2, 1253a 9-10.


lbid. 29.
MARGARITA MAIIRI ÁLVAREZ

Es sabido —dice Aristóteles— que lo que es común es objeto de menor atención.


El tema de la propiedad se suscita, en la Política a partir de la crítica al sistema,
platónico propuesto en La República y Las, Leyes. Al "comunnismo" de la pro-
piedad que Platón propone, opone Aristóteles la necesidades de mantener la
propiedad privada limitada por el legislador a un término medio. Los argumen-
tas que apoyan esta tesis son los siguientes:
a) El amor a sí mismo es natural —no se trata del egoísmo o desmesurado
amor a uno mismo— y de él deriva la importancia de considerar algo coma
propio.
b) La propiedad privada hace posible la ayuda a los amigos o compañeros.
e) Hemos de considerar no sólo aquello malo de que nos priva la comu
nidad de bienes, sino también lo bueno que no podemos realizar."9 Desde este
segundo punto de vista, la comunidad de bienes nos priva de poner en práctica
dos virtudes: la templanza (sofrosynes) respecto de las mujeres ajenas, y la
generosidad (eieuteriótetos), respecto a las propiedades.

4. La Ley ( III, 16, 1287a 18ss.)


La ley representa la razón de la comunidad, lo imparcial a que ha de ate-
nerse el legislador. Las leyes justamente establecidas han de gozar de soberanía
absoluta,° y el legislador —instruido para la ley— ha de tenerla sólo: en los
casos que la ley, por ser general, no pueda contemplar exactamente, "la ley
ha de estar por encima de todo, y los magistrados y la república han de decidir
únicamente sobre los casos particulares"'
Existen dos clases de leyes: las consuetudinarias (katá tá éthe) y las escritas
(katá grámmata nómon)?T Aristóteles concede mayor importancia a las prime-
ras porque aquello de que tratan es más fundamental, tanto es así que quien
gobierne puede llegar a ser más importante que las leyes escritas, pero nunca
llegará a serlo más que las consuetudinarias.
Las leyes escritas pueden ser simples en tanto producto de hombres que
son imperfectos; por otra parte, las leyes dictadas son generales y, en cambio,
los hechos son siempre particulares. De esto se deduce la necesidad que tiene
la comunidad de cambiar algunas leyes, decisión que ha de realizarse siempre
con precaución: si el bien que el cambio reporta es inferior al mal que se deriva
de alterar una ley largamente obedecida, es preferible pasar por alto el error
de la ley. El cambio fácil de las leyes —dice Aristóteles 23— debilita su fuerza
que reside en la costumbre y antigüedad, "ya que la ley no tiene otra fuerza.
para hacerse obedecer que el uso, y éste no se produce sino mediante el trans-
curso de mucho tiempo, de modo que el cambiar fácilmente las leyes existentes
a otras nuevas debilita la fuerza de la ley"?4

19 II, 5, 1263b 27-29.


20 III, 11, 1282b 1-13.
21 VI (IV), 5, 1292a 32,34.
22 VIII, 16, 1287b 4 SS.
23 II, 8, 1268b 26 ss.
24 II, 8, 12(3'9a 20-24.
ACERCA DE LA "POLÍTICA" DE ARISTÓTELES

5. La virtud
La virtud caracteriza al hombre bueno y al buen ciudadano. Por la virtud
se llega a la felicidad ya sea individual o de la pais, por esta razón, la finalidad
del legislador ha dé encaminarse a proponer por las leyes y la educación la
virtud de los ciudadanos que tiene a su cargo. Cada ciudadano ha de tener
como tal la virtud que le corresponde según sea su cargo en la ciudad, por eso,
la virtud del gobernante es diferente dé la de los gobernados porque es dife-
rente la virtud del que manda y la virtud de los que obedecen: las virtudes son
las mismas, pero desarrolladas en grados diferentes. Ya al finalizar el Libro
Aristóteles ha entrado en esta cuestión al analizar las relaciones en el seno de la
oikia. ¿Ha de tener el hombre en su función de señor, marido y padre las
mismas virtudes que sus subordinados por naturaleza, esclavos, esposa e hijos?
La respuesta es la misma que encontramos después en el L. III, cap. 4, la vir
tud es la misma en grado diferente según la relación que se establece entre
quien gobierna y quien es gobernado.
El régimen mejor 25 será, pues, el que en mayor medida contribuya a la
felicidad de la ciudad. Partiendo de la definición de felicidad que hallamos en
la Etica a Mcómaco —la felicidad consiste en el uso perfecto' de la virtud— 26
el régimen mejor es el que promueve la virtud de los ciudadanos, es decir,,
su bien.

6. Mesotes (VI [IV1, 11, 1295b 25 ss.)


La idea del término medio (méson) que Aristóteles hace célebre en la defi-
nición y clasificación de las virtudes, es aplicada también a la división social
de la ciudad: entre los ricos y los, pobres, la clase media ofrece estabilidad e
ingresos suficientes para vivir con liberalidad e independencia. La mejor comu-
nidad política es la constituida por esta clase media porque el término medio
es el mejor.27 Por otro lado, la pais en que domine la clase media se verá libre
de sediciones aumentando así su seguridad y estabilidad. Aristóteles nos recuer-
da que Solán, Licurgo y Carondas procedían de esta clase media.

7. La esclavitud (I, 4, 1254b 23 ss.)


El esclavo —dáulol— es un elemento de la ozkía subordinado al señor en,
una relación de instrumento, animado a su servicio por naturaleza, pues el escla-
vo no se pertenece a sí mismo sino a otro.28 La configuración que la naturaleza
adquiere en el hombre que llamamos esclavo es tal que le convierte en un ser
capaz de ser de otro, incapaz de conducirse a sí mismo, su mejor suerte está
en ser dirigido por otro naturalmente capaz de ello. La relación señor-esclavo
es útil para ambos y naturalmente fusta cuando dirige quien naturalmente debe

25 IV (VII), 13, 1332a 3 ss.


26 I, 10, 110% 10.
27 VI ( IV ) , 11, 1295b 4.
28 I, 4, 1254a15.
210 MARGARITA MAURI ÁLVAREZ

hacerlo y lo, hace bien, y obedece el que por naturaleza no puede hacer otra
cosa, y obedece bien (es virtuoso, pues el esclavo no deja de ser hombre y por
ello participa en el grado de virtud que le corresponde).
Sin embargo,. Aristóteles no puede obviar la cuestión de la esclavitud por
convención, la situación del que es dáulos a consecuencia de la ley que acuer-
da que "lo cogido en la guerra es de los vencedores". Si bien se dice algunas
veces que la victoria en el combate se inclina a favor de los que son virtuosos
(que sería tanto como afirmar que los perdedores vienen a serlo por su condi-
ción moral) hay que reconocer —dice Aristóteles— que esto no es tan claro pues
la causa de la guerra puede ser injusta.

MARGARITA MAURI ALVAREZ


Barcelona

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LA TEORIA DE LA CIENCIA DE GUILLERMO DE OCKHAM
UNA IMAGEN PROSPECTIVA

La teoría de la ciencia de Guillermo de Ockham revista un doble y pecu-


liar interés en tanto ha marcado su impronta en la historia del pensamiento filo-
sófica y aun del científico,' hecho explicable en buena medida si se lo com-
prende desde la amplia perspectiva que comporta la elaboración de su singular
filosofía del conocimiento. En efecto: la consolidación de la intuición del indi-
viduo como única realidad existente, y la concomitante eliminación de todo
tipo de logicismos en las distintas disciplinas le conducen, por una parte, a
introducir perfeccionamientos complementantes del método aristotélico; y, por
otra, a desarrollar una filosofía que, perteneciendo por su estructura al medioevo
ha ejercido una notable influencia en pensadores modernos.

LOS ANTECEDENTES DEL TEMA

Es Aristóteles quien establece la posibilidad del conocimiento científico


al señalar las condiciones que debe cumplir para ser tal:
"Juzgamos poseer completo conocimiento científico, contra el conocer
accidental de los sofistas, cuando estimamos saber la causa de la que
dependen los hechos; que es ella la causa y no otra y, además, que el
hecho no puede ser de otra manera".2

La ciencia en cuanto a su estructura resulta ser un sistema constituido en base


a un método inductivo-deductivo, una suerte de progresión que, iniciada en las
observaciones, se eleva hasta los principios generales para volver finalmente al
dato del cual se partiera. En efecto, la investigación científica comienza con el
conocimiento de que "se dan ciertos fenómenos", o bien de que coexisten
ciertas propiedades, debiendo inducir principios explicativos a partir de los referi-
dos fenómenos y deducir a posteriori enunciados sobre los mismos, a partir de
premisas que incluyen tales principios; de este modo la explicación científica
es una transición desde el conocimiento de un hecho hasta arribar al conoci
miento acabado de las razones del mismo.
Son dos las formas esenciales de inducción de las que Aristóteles se vale:
la primera es la enumeración simple a partir de la cual lo que se observa que
es verdadero de varios individuos se toma como base para una generalización
sobre lo que se presume verdadero de la especie a que pertenecen dichos
individuos. El segundo tipo de inducción, en cambio, consiste en una intuición
directa de aquellos principios generales que están ejemplificadas en los fenó-
menos; supone una cierta perspicacia que radica en la capacidad para ver lo
que es esencial en los datos de la experiencia sensible.

1 Véase al caso el estudio de E. Moonnt, "Ockham and Eegidius of Reme", Franasran


Studies, 1949, IX, pp. 417 y ss.
2 .ARISTÓTELES, Anal. Post., I, 2; 71 b 9-12.
SAPIENTIA, 1990, Vol. XLV
212 OLGA E. LABRE J. E. BOLZÁN

como ya se ha advertido, la segunda etapa de la investigación científico


es deductiva; y en ella, las generalizaciones logradas por inducción son usadas
como premisas de las que se deducen enunciados sobre las observaciones ini-
ciales. Y en punto a esto es preciso notar que Aristóteles establece una impor-
tante restricción sobre los tipos de enunciados que pueden aparecer como pre-
misas y conclusiones de los argumentos; en efecto, la ciencia es un conocimiento
cierto adquirido mediante silogismos que parten
"de premisas verdaderas, primeras, inmediatas, más conocidas que la
conclusión, anteriores a ella y causas de la misma".3

De los cuatro requisitos el más importante es el que enuncia la relación causal,


pues también es posible construir silogismos válidos a partir de premisas verda-
deras que no establezcan la causa de la atribución que resulta formulada en
la proposición conclusiva.

Concebido así, el conocimiento científico acaba siendo un conjunto deduc-


tivamente organizado de enunciados; en el nivel más alto de generalidad se
encuentran los primeros principios de todas las demostraciones: el de identidad,
no-contradicción y el del tercero excluido, aplicables a todos los argumentos
deductivos; subsiguientemente y en un segundo nivel de generalidad se hallan
los primeros principios y las definiciones de una ciencia en particular que, en
cuanto tales, son los puntos de partida de todas las demostraciones de esa
ciencia, funcionando como premisas para la deducción de las correlaciones que
se encuentran en niveles más bajos en generalidad.
El método aristotélico, por su parte, se afirmó y desarrolló durante el perío-
do medieval; en efecto, Aristóteles había insistido en que los principios expli-
cativos debían inducirse de las observaciones y precisamente una importante
contribución de los estudiosos medievales fue desarrollar nuevas técnicas induc-
tivas para el descubrimiento de principios explicativos; y en este sentido sus
concepciones básicas sobre la explicación científica no habrían de diferir mucho
de la sustentada por los científicos modernos. En efecto, cuando un fenómeno
había sido exactamente descrito de manera que sus características eran adecua-
damente conocidas, se lo explicaba relacionándolo con un conjunto de princi-
pios generales o teorías que abrazaban a todos los fenómenos similares. De
esta manera el problema de la relación entre la teoría y la experiencia plan-
teado por esta forma de explicación fue analizado particularmente por los esco-
lásticos al desarrollar sus métodos de resolución y composición, complemen-
tantes de la inducción aristotélica.4
Entre los primeros en entender y utilizar una nueva teoría de la ciencia
que procuraba aunar, siempre bajo la égida de Aristóteles, experiencia y razón
frente a los fenómenos naturales pero a través de explicaciones más inmediatas,
figura Roberto Grosseteste, quien basara su teoría de la ciencia sobre la distin-
ción aristotélica entre el conocimiento de un hecho (demonstratio quia) y el

3 ARISTÓTELES, o. c., 1, 2; 71 b 21-22.


del tema podrá consultarse: A. C. CROMBIE, Historia de T aa cien-
4 Para una ampliación
cia: De San Agustín a Galileo. La ciencia en la Baja Edad Media y comienzos de la Edad
Moderna, Madrid, Alianza Editorial, 1874, p. 101 y ss.
LA TEORÍA DE LA CIENCIA DE G. DE OCKHAM 213

conocimiento de la razón de ese hecho (demonstratio proptetr quid). concibió la


inducción como un proceso creciente de abstracción que iba de lo que Aristó-
teles había dicho era más cognoscible para nosotros, esto es, el objeto com-
puesto percibido por los sentidos, a los principios abstractos primeros en el
orden de la naturaleza. El método seguía un orden definido: por medio del
proceso de resolución mostraba cómo ordenar y clasificar según semejanzas y
diferencias los elementos que constituyen un fenómeno, obteniéndose así una
definición nominal; y luego, por medio del proceso contrario de recomposición,
y recordando las proposiciones de forma que las más particulares parecieran deri-
varse de las más generales, demostraba que la relación de lo general a particu-
lar era de orden causal.
Asimismo tuvieron gran importancia, para el conjunto de las ciencias
naturales, las discusiones realizadas por Escoto y Ockham. En particular, la
teoría de la ciencia de Ockham es, como veremos, dependiente de la de Escoto
y Santo Tomás, resultando en buena medida una crítica más o menos pormeno-
rizada de las tesis fundamentales de estos autores en puntos tales como el de
la unidad de la ciencia,5 la constitución específica de una disciplina 6 y las
características propias de su sujeto,7 entre otras.
Si bien Ockham admite la definición aristotélica de ciencia como conoci-
miento de lo universal y necesario, obtenido por demostración a partir de
premisas necesarias, evidentes e indemostrables, formula una muy interesante
distinción entre premisas cuya necesidad es determinada por criterios lógicos
o por significados derivados de los términos, y aquéllas cuya evidencia se esta-
blece empíricamente y que se llaman necesarias en un sentido condicional o
"en la suposición del curso común de la naturaleza". Los principios de la Física,
por ejemplo, tienen evidencia y necesidad sólo en este último sentido.
Y en punto a esto es interesante notar los perfeccionamiento que introdujo
Ockham en la teoría de la inducción; en efecto, formuló un procedimiento para
extraer conclusiones de las uniones disposicionales siguiendo un método de la
diferencia que consiste en comparar dos casos: uno en el cual un efecto se
produce, y un segundo en el cual está ausente el mismo efecto buscado. Ahora
bien, si se puede mostrar que existe un factor circunstancial "C" que está
presente cuando el efecto "E" también lo está, y ausente cuando el efecto no
se produce, se podrá concluir que la circunstancia "C" puede ser la causa del
4decto "E". Simbólicamente:
N9 de casos Circunstanciás Efectos posibles
1 ABC E
2 AB

5 Cfr. a modo de ejemplo: S. THOMAE AQuzains, In Pdmum librum Posteriorum Ana-


kticorum Aristotelis, Lib. I, cap. XXVIII, lectio XLI. y OcKnAm, Scripturn in librum Pri-
17iUM Sententiarum, Ordinatio, St. Bonaventure, Nueva York, 1970, I Prolioqus, q. VIII, pp.
224-5.
6 Cfr. S. THOMAE Awn■TA-ris, Surnma Theologiae, q. 54 a. 4, respondeo; y OcicHAm,
I Proi., q. VIII, p. 230.
7 Cfr. SaoTus, Re'portatio Paris, I Prol., q. I, a. 2,, n° 5; y OaKHA2vr, I Fra., p. 230.
214 OLGA E. LABRE- J. -E. Bozzárr

Como en la práctica resulta difícil determinar si dos conjuntos de circuns-.


tancias difieren en un único aspecto, instaba a investigar muchos casos con el
fin de minimizar la posibilidad de que un factor no localizado sea el respon-
sable de la aparición del efecto .8

LA NOCION DE CIENCIA

Detengámonos ahora más por menudo en el análisis de la noción de ciencia


propuesta por Ockham.
La cuestión aparece metodológicamente acotada a la ciencia entendida
como "conocimiento cierto y evidente de algo verdadero y necesario que proce-
de de premisas necesarias".9 Y en el esquema de los predicamentos es
"una cualidad existente en el alma como en su sujeto, o bien, un con-
junto de tales cualidades que informan el alma".10

Ockham procura justificar tal opinión de un modo racional sosteniendo que el


nombre "ciencia" en cuanto tal no es sino un término que supone por un con-
junto de actos (suppositio personalis) con referencia a los cuales recibe su
acabamiento ontológico; es más, la ciencia no es sino ese conjunto de actos que
existen en el alma como en su sujeto.
cuando conoce, el alma se modifica alterándose; y en el orden de las
cualidades la ciencia es un hábito puesto que la potencia intelectiva se modi-
fica a través d'el conocimiento tomándose hábil y pronta en el ejercicio de
nuevos actos cognoscitivos.
La aplicación de la teoría de la suppositio le condujo a una original concep-
tualización de la ciencia entendiéndola como una pluralidad de actos —recurso
al individuo— que pueden ser considerados y estudiados con una cierta inde-
pendencia del todo.

a) La significación lingüística del término ciencia


11. '
La insistencia de Ockham en que las cosas individuales son los únicos exis-
tentes no significa que rechace la ciencia considerada como conocimiento de
proposiciones universales. Ni tampoco desconoce Ockham las ideas aristotélicas
de los principios indemostrables y de la demostración. En cuanto a lo primero:
un principio puede ser indemostrable en el sentido que la mente no puede
menos que asentir a su enunciado una vez que capta el significado de los térmi-
nos. O bien, puede ser indemostrable en el sentido que es conocido evidente-
mente por la experiencia. En efecto, ciertos primeros principios sólo son cono-
cidos por la experiencia como en el caso de la proposición "todo calor calienta"."

8 OCKHAM, Summula Philosophia Naturalis, St. Bonaventure, Nueva York, 1984, II,
cap. 3.
9 Ociaum, I Sent., Prologus, q. VIII, p. 208.
10 OcxHAM, o. c., q. VIII, p. 212.
11 OCKHAM, O. c., q. IX, p. 221 y ss.
LA TEOldA. DE LA- CIENCIA DE G. DE, OCKHAM 215

En cuanto a la demostración, Ockham acepta la definición aristotélica de


demostración como el silogismo que produce ciencia procediendo a analizar los
distintos significados del término:

1. "Ciencia es el conocimiento cierto de algo verdadero".12 Conforme a


este primer sentido, la ciencia se basa en la autoridad; la teología en este laxo
sentido puede ser considerada ciencia.

2. "Ciencia es un conocimiento cierto y evidente de algo verdadero".


En este caso se afirma que, la ciencia es un conocimiento basado en la
experiencia. Ockham considera que puede existir conocimiento científico de
cosas contingentes. Desde luego no admite que una proposición afirmativa y
asertórica, relativa a cosas contingentes y referida al tiempo presente (en rela-
ción a quien habla, se entiende) pueda ser una verdad necesaria; pero sí sos-
tiene que proposiciones afirmativas y asertóricas incluyendo términos que repre-
sentan cosas contingentes, pueden ser necesarias si son o pueden ser conside-
radas como equivalentes a proposiciones hipotéticas concernientes a la
posibilidad.
En otras palabras, Ockham considera las proposiciones necesarias que
incluyen términos que representan cosas contingentes como equivalentes a
proposiciones hipotéticas en el sentido de que son verdaderas respecto de cada
una de las cosas a las que representa el término sujeto durante el tiempo de
la existencia de las mismas. Así la proposición: "todo x es y" (donde "x" repre-
senta determinadas cosas contingentes, e "y" representa la posesión de una
propiedad necesaria) resulta equivalente a estas otras: "si hay una 'x', 'x' es
`y"'; o "si es verdadero decir de algo que es un 'x', es verdadero decir que es
dy3 .51

La demostración, para Ockham, es demostración de los atributos de un


sujeto, no de la existencia del mismo. No podemos demostrar, por ejemplo,
que existe una determinada clase de hierba, pero sí sus propiedades. Es verdad
que podemos conocer experimentalmente que tiene esa propiedad, pero si
sólo conocemos el hecho porque lo hemos experimentado, no conocemos la
razón del hecho. Por el contrario, si podemos mostrar a partir de la naturaleza
de la hierba en cuestión (el conocimiento de la cual presupone, desde luego,
la experiencia) que ésta posee necesariamente la propiedad de que se trata,
tenemos conocimiento demostrativo.

Por tanto, el aserto aristotélico según el cual no existe ciencia de lo singu-


lar," indica Ockham, no supone afirmar que siempre lo significado por el sujeto
de la conclusión sea necesario bajo cualquier aspecto que se lo considere; sólo
establece que las conclusiones obtenidas en cualquier ciencia son, en cuanto
conclusiones científicas, necesarias, eternas e incorruptibles.

OCKHAM, O. C., q. IX, p. 245.


OCKHAlf, o. c.., pp. 2604
OCIMAM, O. C., p. 229.
216 OLGA E. LABRE - jw E. EtozzÁN

3. "Ciencia es un conocimiento cierto y evidente de algo verdadero y


necesario";" quedan comprendidos en este caso el conocimiento de los prime-
i Y finalmente,
4. "Ciencia es un conocimiento cierto y evidente de algo verdadero y
necesario que procede de premisas necesarias en un silogismo".'6
La ciencia es el silogismo demostrativo; es ésta una visión cabalmente
aristotélica de la ciencia: "la forma silogística vale igualmente en todos los
campos"." Esto no quiere decir que Ockham pensase que todas las proposicio-
nes puedan probarse silogísticamente, pero sí que el razonamiento silogístico
tiene valor en todas las materias en las que puede obtenerse conocimiento cien-
tífico. En vista del hecho que, con bastante frecuencia se considera —analítica-
mente— que Ockham es un filósofo empirista,8 conviene tener en consideración
este aspecto cuasi-racionalista de su filosofía.
Por lo demás, la scientia puede ser considerada como conocimiento de una
conclusión o bien de un silogismo completo.
La conclusión es un complejo que no puede ser considerado disociadamen-
te de los términos que involucra; y sólo se da conocimiento de la conclusión,
del todo, si cada una de las partes es conocida. Ockham rechaza la doctrina
de Escoto según la cual una ciencia es definida por su sujeto, e identifica la
scieintia con la conclusión adquirida mediante el conocimiento evidente del
sujeto y del predicado, o por medio de un silogismo.
Finalmente, la ciencia puede ser considerada asimismo como un hábito o
una colección de hábitos.19 Siendo un único hábito mental, la scientia es una
cualidad entre otras tal como la aprehensión o la sabiduría. En el segundo
sentido se describe operativamente la ciencia corno una colección de conoci-
mientos: complejos, incomplejos, principios, conclusiones, correcciones de erro-
res, resolución de falsas doctrinas que pertenecen a una misma cosa o que
tienen un orden determinado.

b) Conclusiones

A partir de la doctrina precedente Ockham extrae estas conclusiones:


1) Las ciencias no tienen unidad ,numérica: una nueva pregunta intentará
responder el Venerabais Inceptor: ¿es la ciencia un hábito numéricamente uno?
Sí, responden los tomistas, y lo es en virtud de su objeto formal;2° tesis esta
que Ockham rechaza pues juzga que la misma realidad considerada bajo el
mismo aspecto puede ser objeto de ciencias diversas, así como también un
mismo hábito puede referirse a objetos diferentes.

OCKHAM, o. c., pp. 245-6.


OcKHAm, o. c., p. 243.
OCKHAM, a.. c., p. 246.
18 ABBAGNANO, Historia de la Filosofía, Tomo I, Montaner-Simon, Barcelona, 23 ed.,
1964, p. 463 y ss.
19 OCXHAM, 1. Sent., Prol., q. 216 IX, 240-7.
20 (Cfr. el análisis que sobre este tema realiza OciatAm en: I Sena., q. VIII, p. 208.
LA TEORÍA DE LA CIENCIA DE G. DE O'CKHAM 217

Para confirmar la primera parte de esta tesis aduce ejemplos: una misma
realidad puede ser conocida por los sentidos y también por la inteligencia; algo
puede resultar conocido intuitiva y abstractivamente; todo aquello que puede
ser objeto de ciencia puede ser también objeto de error o de opinión.
El Venerabi Inceptor retorna aquí una idea expuesta en el inicio del Pró-
logo al Comentario a las Senteocias: el conocimiento intuitivo y el abstractivo
no pueden distinguirse por sus respectivos objetos, que son exteriores; y anuncia
que las tratiornes según las cuales se distinguen los objetos formales referidos a
un mismo objeto material no son intrínsecas a las cosas; se trata de compara-
ciones hechas por la inteligencia.2a
Hemos señalado que la ciencia comprende el conocimiento de los, términos
complejos e incomplejos, de los principios y conclusiones como así también de
las refutaciones de errores y falsos argumentos, comportando su metodología
tres estadios en tanto procede analizando, definiendo y sintetizando; en tal
sentido es conceptualiza. da por Aristóteles en el Libro I de la Fístiea,22 el Libro I
de los Analíticos Posterriores;23 y el Libro III de la Metafiska.24 De manera
que, así entendida, la ciencia no tiene unidad numérica sino que comporta una
gran variedad en hábitos distintos no sólo específicamente, sino también —en
algunos casos— genéricamente hablandoY5'
El capítulo primero de la Summula Philósophia Natura se inicia con el
análisis lingüístico del término "unidad". Según Ockham lo numéricamente
uno puede entenderse de dos maneras: estricta o propiamente connota aquello
que es por sí mismo una unidad, cual es, por ejemplo, el caso de Dios o del
.compuesto; pudiendo además tomarse de un segundo modo amplio e impropio,
!constituyendo entonces unidad la sola agregación de muchas realidades especí-
fica o sólo numéricamete diversas. Y en punto a esto resulta evidente que la
,unidad que caracteriza a la ciencia no es la de un ser substancial, sino que
se trata más bien de la relativa coherencia que guardan las partes entre sí .26
Además se comprueba experimentalmente que cuando algo constituye en
.sentido propio una unidad, cualquier modificación parcial que le acontezca
es concomitantemente una modificación del todo; pero analizando en particular
,e1 caso de la ciencia puede observarse que el estudio de algunos de sus aspectos
precede a la consideración de otros, e incluso en el hipotético caso de que se
cometiese un error, éste afectaría tan sólo a una conclusión y no a la totalidad
cuerpo doctrinal; lo cual, ciertamente no sería verdadero si la ciencia
tuviese una unidad conforme al primero de los modos establecidos. Conclusión
sque, por otra parte, aparece confirmada en tanto se considere que
"a los actos específicamente distintos les corresponden hábitos que tam-
bién son distintos en cuanto a su especie; ahora bien, los actos corres-
pondientes a las distintas conclusiones se distinguen específicamente y,
por tanto, también los hábitos";27
• OCKHAM, o. c., p. 212.
22 ArtisTáTFT-Es, Phys., 184 b 25-185 a 5.
23 ARISTÓTELES, And. Post., 76 a 31-32.
24 ARISTÓTELES, Metaf., 995 a 28-9.
25 OCKHAM, I Sent. Prol. q. 1, p. 9.
26 OCKHAM, Sumsn«. Phil. Naturaiis, I, cap. 1.
• OCKHAM, o. c., íb.
218 OLGA E. LARRE - J. E. BOLZÁN

por lo cual la ciencia se constituye en cuanto tal corno un conjunto de hábitos


que guardan una cierta relación entre sí y .que tienen una unidad de conjunto
o de orden.28
Por tanto hay tantas ciencias cuantas verdades que configuran una unidad
en virtud del orden que se les prescribe. El sistema surge del orden relativo,
de las partes. Y si por absurdo, no obstante la diferencia de los actos, se afirma-
se que los hábitos son idénticos, entiende Ockhami que con ello acabaríase des-
truyendo la vía para probar la diversidad de todos los hábitos intelectuales;
y, en verdad, no caben dudas; de que la metafísica y la lógica no constituyen
un único hábito numéricamente hablando porque las conclusiones a que arriban
estas dos disciplinas son obviamente distintas. Finalmente, acota que las cien-
cias se distinguen por la diversidad de realidades significadas por sus sujetos.29
Como es dable advertir todos los argumentos reposan sobre un idéntico
principio: la diversidad real de actos supone a su, vez una distinción —también
real— de los hábitos correspondientes, norma que encuentra su fundamentación
en una peculiar opción gnosealógica que exige siempre como criterio de validez
el recurso al singular y su consiguiente contrastación empírica; siendo además,
avalada por la misma doctrina del Estagirita, quien afirma que las ciencias
se dividen al modo como se dividen los actos del entendimiento en virtud de
los cuales se adquiere el conocimiento científico. Y es casi imposible no recor-
dar aquí la posición de Santo Tomás frente al mismo tema. En efecto, el
Aquinate entiende que la ciencia es
"una cualidad simple, no compuesta de muchos hábitos".31

Esta conclusión resulta admitida en tanto se homologa el orden de los hábitos,


con el de las potencias, pues
"una potencia, aún siendo (numéricamente) una, se extiende a una
pluralidad (de actos) en tanto convienen en algo uno, esto es, en gene-
ral, en cierta razón del objeto, ocurriendo también algo semejante con,
el hábito".32

Para Ockham, por el contrario, toda distinción real de los hábitos supone
una distinción real de los actos correspondientes, y consiguientemente de las
ciencias que ellos conforman. Su propósito general es, de este modo, traducir
todo lenguaje abstracto al universo de los individuos; de tal manera que, en su
sistema, la unidad de una ciencia resulta sólo del relativo orden que las distintas
partes guardan entre sí; mientras que para Santo Tomás dicha unidad depende
de un término final que es el género con relación al cual existe esta ciencia.'
En función de esta misma doctrina de la unidad de la ciencia se plantea
una discusión con Escoto para quien resulta imposible que un mismo conoci-

OCKHAM, o. e., íb.


OcKnAm, o. c., cap. 2.
30 ARISTÓTELES, De Anima, 431 a 1-2.
31 S. THOMAE AQUINATIS, Summa Theologiae, q. 54, a. 4.
32 S. THOMAE . AQUINATIS, íb.
33 S. THOMAE AquINAns, In Primurn librum Posteriorum Analyticorum Aristotelis; Lib.
1, cap. XXVIII, Lectio XLI.
LA TlaCtRÍA DE LA CIENCIA ' DE G. DE OCKHLAM 219

miento pueda pertenecer a dos ciencias distintas porque en sentido estricto


afirma— sólo corresponde a aquella que pueda demostrarlo a priori. La apli-
cación de este supuesto teórico se verifica en un plano teológico-metafísico;
en efecto: para Escoto el metafísico en cuanto tal no demuestra absolutamente
nada de Dios, sino que sólo realiza inferencias a partir de las realidades creadas,
por lo cual todas las verdades que a El se refieren pertenecen pura y simple-
mente a la Teología y sólo relativamente (seoundurn quid) a la Metafísica 34
Ockham se opone a esta enseñanza teniendo en cuenta la precedente distin-
ción metodológica del nombre ciencia. Si se admite que la ciencia es una colec-
ción de hábitos no hay inconveniente alguno en que una misma verdad perte-
nezca a distintas disciplinas; es: más, ésta es una doctrina que el mismo Averroes
sustenta cuando afirma que el físico prueba la existencia de las sustancias sepa-
radas y el metafísico la supone;36 pero, en cambio, si la ciencia es: un único
hábito, ya no es posible que una misma verdad pertenezca a ciencias distintas
siendo precisamente éste el uso que le da Aristóteles al término en la Etica.37
"porque cualquier ciencia es como tal una única realidad numéricamente
hablando puesto que no contiene el conocimiento de una pluralidad de
conclusiones".36

2) Ninguna ciencia tiene más de dos causas. Siendo la ciencia un hábito


pertenece —según se dijo— a la categoría cualidad; es, por tanto, una realidad
simple que no ha de tener sino dos causas: la eficiente y la final. No obstante,
metafóricamente hablando puede decirse que una ciencia tiene causa material
y formal denominando "materia" aquello con referencia a lo cual existe una
ciencia; siendo éste un modo impropio de hablar, como también lo es decir
que el color es materia de mi visión y causa material de la aprehensión y de
la sensación. De un modo semejante se denomina "forma" a la distinción de las
partes de una ciencia, y así análogamente puede decir que tres líneas, son la
causa formal de un, triángulo y que la mano, el pie, la cabeza y los restantes
miembros del hombre son su causa formal, afirmaciones todas no rigurosas.38
Por otra parte, estrictamente hablando corresponde a la esencia de la causa
material el recibir en sí la forma, cosa que ciertamente no hace el sujeto de
-una ciencia sino más bien el intelecto; de modo que no corresponde asignarle
a la ciencia sino las dos causas citadas.

3) Las ciencias tienen pluralidad de su¡etos. Para desarrollar este tema el


Venerabilis Inceptor procede en etapas:
Primero muestra que el conocimiento incomplejo del sujeto no basta para
engendrar el de la propiedad: la experiencia nos persuade de ello; así, la visión

34 "Responden quod metaphysica, quantum ad illud quod de Deo considerat est simr
plicitér scientia quia est secundum quid propter quid, idea ad metaphysicam seeundumquid
pertinent illae veritates" SCOTUS, Repartata Parisiensia, Prol. III, Quaestiuncula 1.
35 AVEI<ROES, In Arist. rhysicam, 1, c. 5, t. 88 (ed. Iuntina, Venetiis, 1550, IV, ff. 22
vb, 23 v2),
36 OCKHAM, Sent. Prol. q. 1, p. 11.
- 37 ARISTÓTELES, Eth. Nic., 1139 b 14-17 en donde enuncia las cinco virtudes diano-
éticas: arte, ciencia, prudencia, sabiduría y razón, intuitiva.
3 OCKHAM, Expositio in libros. Physicorum, St. Bonaventure, N.Y., 1984, Prologus.
22g OLGA E. LABRE - J. E. BOLZÁN

de la tierra no nos produce ninguna idea propia acerca del sol. Toda intuición
supone normalmente que el sujeto cognoscente padece la acción de la cosa per-
cibida; y cada vez que el espíritu entra en posesión de un nuevo conocimiento,
incomplejo y propio es necesario un nuevo contacto con lo real.
Ockham continúa su exposición diciendo que el sujeto no contiene virtual-
mente la propiedad que se le atribuye, es decir, que no siempre es causa.39
Muestra en seguida que el conocimiento distinto del sujeto y de la propiedad
no basta para producir la evidencia de la proposición inmediata donde la sola
percepción intuitiva del sujeto designado no nos produce un conocimiento evi-
dente del mismo: sólo experimentalmente podemos conocer que el calor se
comunica, mientras que la blancura no.
Advierte, por último, que el conocimiento distinto del sujeto y aquel del
predicado no bastan siempre y en todos los casos para engendrar la evidencia
de la proposición necesaria que constituyen. Y aun cuando se admita que el
conocimiento de los principios contiene el de las conclusiones es imposible soste-
ner que el conocimiento del sujeto produce el del predicado. Desde el punto de
vista del conocimiento, el sujeto goza de una cierta primacía que no implica
causalidad.4°
Finalmente, Ockham enumera sistemáticamente aquello que según su Grite--
río no corresponde a la razón de sujeto, esto es: tanto el contener virtualmente
los predicados cuanto el ser motivo de determinación y especificación para la
ciencia, fundamento de su dignidad y objeto primero de conocimiento. De este
modo lo que en sentido propio pertenece a la razón de sujeto es el subyacer a
los predicados en una proposición; ser, por tanto, el referencial de la predi-
cación misma.41
Por tanto:
1) El sujeto de una ciencia, completo o parcial, es inseparable del sujeto--
de una conclusión.
2) El sujeto nunca es directamente conocido: sólo puede ser objeto de
conocimiento en tanto es una parte de la conclusión.

3) El conocimiento de una conclusión supone el conocimiento que por sepa-


rado se obtiene del sujeto y su atributo.

4) Una importante consecuencia de este modo de definir el problema


es que tanto el sujeto cuanto el atributo definen una sciefak.
5) Además: el mismo sujeto según sus diferentes atributos constituye dife-
rentes ciencias. El conocimiento de los cuerpos desde el punto de vista del

39 OKHAM, I Sent., Prol., k. IX, p. 229.


40
OCKHAM, I Sent., Prol., q. IX, p. 283.
41 "Ideo die° quod de ratione subiecti scientiae non est aliud nisi quod subiciatur res-
pectu praedicata in propositione salta proprie dicta". Ocinum, o. c., ,Prologuis, pp. 247-8.
42 Cfr. D. PAPP, Ideas revoludb varias en la Muda. Su hiátork ' desde el Renacimiento
NOTAS Y COMENTARIOS

SANTO TOMAS Y LA PROSTITUCION

Una propuesta de legalización del ejercicio de la prostitución con el pre-


texto de limitar la propagación del SIDA ha suscitado comentarios de los que
se han hecho eco publicaciones de diversas zonas del país. Se ha objetado que
esa legalización no evitará que también se ejerza ese degradante comercio
(como sucedió con la idespenalización del aborto: en casi todos los países
aumentó el número de abortos ilegales a los que se sumaron los legales) . Tam-
bién se ha señalado que los contactos sexuales mercenarios no son el único
ni el más importante vehículo de transmisión del mortal síndrome. Además, los
controles médicos serían de casi imposible realización: una persona declarada
sana puede contraer el mismo día la enfermedad y contagiarla. Por otra parte,
inevitablemente se fomentaría el proxenetismo y la trata de blancas que cuenta
con organizaciones internacionales de enorme poder. Y es presumible, dado el
alarmante clima de permisivismo moral existente en la actualidad, que se haya
reducido grandemente el comerciar con el cuerpo humano.

En sentido contrario se han aducido motivos de tan escasa envergadura


que no resisten un análisis serio. Lo asombroso es que entre estas forzadas
argumentaciones se ha invocado la autoridad de Santo Tomás de Aquino para
avalar esta práctica aberrante. Aunque no se cita el lugar de donde se toma
el texto, se transcribe este pasaje:, "Las prostitutas representan en el mundo
el papel de las sentinas en los barcos o de las cloacas en los palacios: si se
suprimiesen sería tanta, la hediondez que nadie la soportaría". En algunas publi-
caciones hay pequeñas variantes que no cambian el sentido del texto( así por
ejemplo, en lugar de "prostitutas" se lee "prostíbulos") .

Ahora bien, 1) estas palabras nunca fueron escritas por Santo Tomás; 2)
más aun, no concuerdan con su pensamiento explícito; 3) están fuera de
contexto.

1. La frase está tomada del capítulo 14 del libro IV del opúsculo "De
Regno" (también titulado "De regimine principum") que Santo Tomás co-
menzó a redactar respondiendo a un pedido del rey Hugo II de Chipre que le
solicitara una síntesis de filosofía política. El reino de Chipre, ocupado por los
cruzados con el fin (o el pretexto) de evitar una invasión turca, fue vendido
por Ricardo Corazón de León en 1181 a Hugo de Lusignan (abuelo de Hugo II).
A pesar de sus buenas intenciones el rey extranjero sólo fue aceptado a regaña-
dientes. En 1233 hubo una revuelta contra Enrique, el padre de Hugo II y los
chipriotas lograron la adopción de la legislación del reino franco de Jerusalem,
en donde las "ligas" debían aprobar las decisiones' importantes del rey (como en
la mayoría de los países 'europeos).

Hugo II, tal vez deseando ampliar el poder real apoyándose en razones
sólidas, pidió a Santo Tomás, ya entonces considerado como una de las mayores
autoridades intelectuales de la cristiandad, los principios de una política justa.
En 1266 el Aquinense organizaba las Facultades de Teología y de Artes en el
"Studium" de su Orden religiosa en. Roma, a la vez que enseñaba, en el de la
Curia Romana; comentaba en sus cátedras los libros de Jeremías y de Trenos;
dirigía las disputas escolásticas sobre la potencia divina; tenía debates "de quo-

SAPIENTIA, 1990, Vol. XLV


226 GUSTAVO E. PONFERBIADA

libet" (tema libre) ; terminaba su primer comentarlo a una obra de Aristóteles


(De anima) y su "catena" de comentarios patrísticos a los evangelios. Trasladada
la corte pontificia a Viterbo por razones de seguridad (había disturbios en Roma),
continuó allí sus trabajos y comenzó su comentario a la Física aristotélica y
sobre todo su magna obra, la Suma de Teología. A pesar de todo encontró tiempo
para redactar el tratado pedido por el rey de Chipre. Escribió un "libro I" con 15
capítulos; un "libro II" quedó interrumpido en el capítulo 4. Nunca lo concluyó.
Empero la cita es de un libro IV; ¿por qué?

Tras la muerte del Santo, en 1274, un historiador de su Orden, Tolomeo


de Lucca (en realidad "Bartolomeo") continuó el libro II, cuyo capítulo 16 da
fin a la obra, Pero al parecer creyó útil agregarle otro trabajo, suyo, en el que
hace gala de 'erudición histórica. El estilo y el tono general difieren bastante
del de Santo Tomás pero en su "Historia Eclesiástica" atribuye el todo al
Aquinense. Sin embargo el código más antiguo de este tratadito, el Vaticano,
del siglo XIII, termina, en el capítulo 4 del libro II; el Florentino, de comienzos
del siglo XIV, indica: "Libro del Rey y del Reino, comenzado por el venerable
doctor fray Tomás de Aquino de la. Orden de Predicadores y después completado
por fray Tolomeo 'de Lucca de la misma Orden". Lo mismo señalan otros 'códices
italianos y también el Colbertino y el Parisiense; solamente el Barberini asigna
algo más al Aquinense, los capítulos 5 y 6 pero siempre del libro II.

Pero hay otros índices muy claros: en el capítulo 20 del libro Hl trata de
la muerte del emperador Rodolfo de Ausburgo, ocurrida en 1292, diez y ocho
años después de la del Santo; en el capítulo 8 del libro IV afirma que los fran-
ceses lograron reinar en Sicilia por haberse adaptado al modo de ser de los
nativos cuando en realidad el despotismo de Carlos de Anjou era resistido vio-
lentamente (la resistencia culminó con las famosas "vísperas sicilianas") . El
mismo Tolomeo afirma que fue confesor de Santo Tomás; consta que murió
en 1327, cincuenta y tres años después que Santo Tomás. No se sabe cuándo
nació, pero en esa época el promedio de vida no llegaba a los sesenta años; si
los hubiese vivido tendría cinco o seis cuando, según él, habría tratado con el
Aquinense en Nápoles, en 1272. Si llegó a los setenta, no tendría más de quince
o diez y seis y no podría ser sacerdote. Para salvar su afirmación algunos autores
lo hacen más que octogenario: es posible que lo fuere, pero queda en pie que
sus informaciones no son muy confiables.

En el capítulo 14 del libro IV del De Regnio, Tolomeo estudia las instituciones


políticas de Lacedemonia, siguiendo, según afirma, las críticas que hace Aristó-
teles a ese sistema de gobierno. Con respecto a la organización militar asienta
que los lacedemonios creían que los guerreros no debían casarse o unirse a
mujeres porque esto les haría perder valentía en los combates. Esta sería la
tesis sostenida por Platón (según Simplicio) , pero rechazada por Aristóteles
en el opúsculo Los problemas. Lo curioso es que Platón en La Repüiblica afirma
que los guerreros deben tener en común las mujeres (Rep., V, 449a-X, 461e) y
Aristóteles en su Política reprocha a los lacedemonios la excesiva, libertad que
concedían a sus mujeres que llevaban una vida licenciosa y terminaban domi-
nando a los hombres (Poi., II, 9; 1269a19-1270a11). Nada parecido a lo que
afirma Tolomeo. Y aquí aparece el famoso texto atribuido a Santo Tomás
falsamente.

"El Filósofo introduce la fábula de la unión de Marte con Venus que relata
Hesíodo, de la que infiere que si se abstuviesen (los soldados) de las mujeres
e inclinarían a los hombres. Por eso Aristóteles reprueba la opinión de Platón
porque es menos mala la relación con mujeres que el caer en vicios viles. Por
eso dice San Agustín que las prostitutas hacen en el mundo el papel de las
sentinas en el mar o la cloaca en el palacio; quita las prostitutas del mundo
Y lo llenarás de sodomia" (De Regno, IV, 14; 1073).
NOTAS Y COMENTARIOS 227

2. El pasaje anterior no sólo no es de Santo Tomás sino que no es coherente


con su pensamiento. El Aquinense es un teólogo: su labor tiene por base la
revelación divina sobre la que reflexiona con la ayuda de la filosofía. Su moral
sexual tiene su fuente principal en la carta I a los Corintios, sobre la que dio
dos veces un curso completo, en 1259-1260 y 1272-1273. Citemos algunos ver-
sículos: "No queráis engañarós: ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúl-
teros, ni los afeminados, ni los sodomitas... entrarán en el reino de Dios"
(1 Cor., 8, 9-10) ; "El cuerpo no está hecho para la fornicación, sino para el
Señor" (tb., 6,13) ; "¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo?
¿Y voy a tomar los miembros de Cristo para hacerlos miembros de una pros-
tituta? ¡Jamás! ¿No sabéis que el que se une a una prostituta se hace un
mismo cuerpo con ella? Porque dice (Dios) que serán dos en una sola carne"
(ibk, 6,15-16) ; "Huid de la fornicación. Todo otro pecado que el hombre cometa
queda fuera del cuerpo; pero el que fornica, peca contra su propio cuerpo. ¿No
sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu que habita en vosotros y lo
habéis recibido de Dios y que no os pertenecéis?" (ib., 6,18-20).

Con esta base bíblica desarrolla en diversas obras, sobre todo en la Suma
de Teología, II parte, su teología moral. En ella asienta que siendo libre la
voluntad, el hombre puede ya seguir las tendencias propias de su condición ra-
cional, ya actuar irracionalmente cediendo a sus pasiones. De ahí que sea nece-
sario, para obrar rectamente, que la voluntad desarrolle hábitos conformes
a las exigencias de realización de la persona, es decir, virtudes. La virtud es
el hábito, que inclina a la voluntad a obrar correctamente, eligiendo el medio
entre el exceso y el defecto (S. teol., 1-11,6-66).

En el último capítulo de De Rehizo que redactara, Santo Tomás afirma:


"Los deleites superfluos apartan de la honestidad de la virtud. Pues nada lleva
más a los excesos que corrompen el medio (en el que consiste la virtud) que
el deleite: tanto porque la naturaleza apetece el deleite y cuando obtiene un
deleite moderado impele a ceder al atractivo de deleites torpes, como el leño
seco se enciende con poco fuego; tanto porque el deleite no sacia el apetito
sino que una Vez gustado provoca más sed de él. Por lo tanto pertenece al
ejercicio de la virtud que los hombres se abstengan de deleites superfluos. Así,
evitando lo superfluo llegarán más fácilmente al medio de la virtud" (De Regno,
II, 4; 845) .

Quien sostiene que se deben evitar los deleites superfluos porque llevan a
excesos que desvían del término medio en el que consiste la virtud y que la
virtud es el hábito que inclina al hombre a obrar correctamente, es decir, con-
forme a su condición de persona no podría aceptar la prostitución legalizada.
Al tratar de la, lujuria afirma: "Sin duda alguna, la lujuria es pecado" (Sumas
tea, II-II, 153,3) y agrega: "Es manifiesto que la lujuria es un pecado capital"
(ib., 153,4). Al estudiar la fornicación como forma de lujuria, escribe: "Abso-
lutamente, sin ninguna duda hay que sostener que la fornicación simple (no
adúltera) es pecado mortal" (tb., 154,2).

Queda claro su pensamiento. En ninguna obra trató directamente de la


prostitución, pero los textos citados bastan para su condenación moral: es un
grave atentado contra la persona y su dignidad, agravada por el carácter mer-
cantil que posee. Accidentalmente la menciona en tres oportunidades. La pri-
mera, en su comentario a las "Sentencias" de Pedro Lombardo, texto teológico
usado en las universidades; allí sólo señala que en la antigüedad las mujeres
convictas de delitos eran condenadas a actuar en prostíbulos (In IV Sent., d.
33, q.1,a.3,1) pero que cuando prevaleció la religión cristiana esto fue extirpado
de la legislación (ab., ad 2m.).
223 GUSTAVO E. `PO A

La segunda mención aparece en la Suma en el tratado de la justicia;


sobre la restitución de bienes mal habidos se pregunta si se puede retener lo
recibido por algo ilícito. Y aclara: "Alguno da ilícitamente porque paga una
cosa ilícita, aunque el hecho de pagar no sea ilícito, como el que paga a una
prostituta por fornicar. Por ello la mujer puede retener lo, que se le dio, salvo
que lo hubiese obtenido por extorsión, dolo o engaño" (Suma tea., II-I1,62,5,2m.).
Pagar por algo ilícito es ilícito, pero en sí el pagar lo convenido no es ilícito.
Notemos que se trata de la justicia, cuyo cumplimiento no involucra el orden o
desorden pasional del sujeto (ib., 58,9), que es objeto de otra virtud, la forta-
leza o la templanza (así es justo quien paga sus impuestos aunque interiormente
consienta en la ira que experimente al hacerlo).

Un tercero y último pasaje de los escritos del Santo menciona la prostitu-


ción. ES en la Suma, en el tratado de la fe; a ella se opone la infidelidad. Se
pregunta si los ritos paganos pueden"tolerarse". Son actos de culto errados:
no adoran al verdadero Dios, aunque sus fieles los consideren buenos. El prohi-
birlos podría traer males mayores: también Dios tolera, el pecado para permitir
un bien o para evitar un mal mayor. Y aquí se inserta. el único texto aducible
sobre la tolerancia del meretricio: "Así también en el gobierno humano los
que rectamente presiden toleran algunos males para no impedir algún bien
o también para que no se incurra en males mayores, como dice San Agustín en
`De .ordine': quita las prostitutas del trajinar humano y turbarás todo con
lascivia" (11-11,10,11).

Los gobernantes cristianos aunque consideraban idolátricos los ritos paganos


no los prohibían para evitar un mal mayor, como sucedía también con la pros-
titución. No se trata, es evidente, de la legalización sino de la "tolerancia". En
latín "tolerare' significa "sufrir", "padecer", "soportar", "aguantar". También
en nuestra, lengua, aunque el uso común ha hecho que "tolerar" se entienda más
bien como equivalente a "admitir" o "permitir" sin aprobar. Santo Tomás cos-
notía muy bien la lengua, que empleaba: sería más que sorprendente pensar que
adMitiese que se pueda legalizar lo que causa sufrimiento o pesar.

3. Queda por analizar el contexto del engañoso pasaje de Tolomeo. Según


él, Aristóteles se opone a Platón al juzgar la opinión de los, lacedemonios que
creían inconveniente que los guerreros tengan mujeres. Es curioso que no cite
las obras clásicas de esos autores: Platón aprobaría esta opinión "según dice
Simplicio"; de Aristóteles envía a Los problemas, obra de la que sólo hay
fragmentos. Como consecuencia infiere que el permitir la prostitución evita
un mal mayor: la sodomía (no pensó que siglos después se trataría también
de legalizar este mal mayor). De todos modos las referencias a los filósofos,
tal como las alude, no tratan de la prostitución sino de la unión con mujeres.
El texto está fuera de contexto.

Tampoco en las obras de San Agustín se halla la frase tan desagradable,


que compararía a las prostitutas o a los prostíbulos con letrinas. Lo que más
se le acerca es un párrafo que se lee en De ordine (mencionado, como vimos,
por Santo Tomás) : "Qué cosa más sórdida, más vacía de decencia y más llena
de torpeza que las prostitutas, las proxenetas y otras de este pestífero género?
Quita las prostitutas del trajín humano y turbarás todo con lujuria; ponlas en
lugar de las matronas y deshonrarás todo con suciedad y fealdad" (De ord.,
1.13). Estas palabras, nada suaves, son un juicio condenatorio de esta lamen-
table actividad. Sin embargo la oposición dialéctica prostitutas-matronas puede
desconcertar. Si se "quita del trajín humano" el "pestífero género" aludido,
todo queda "turbado por la , lujuria"; pero si se lo coloca en el respetable lugar
de "las matronas", todo queda "deshonrado con suciedad y fealdad". Santo
Tomás , Interptcha este estrilo retórico con la explicación de un hecho guberna-
mental justificable.
NOTAS Y COMENTARIOS 229

Continuando su exposición, Tolomeo cita otro pasaje de San Agustín. Lo


transcribe correctamente pero también fuera de contexto'. Es éste: "La ciudad
terrena hizo de los prostíbulos una torpeza lícita". En latín, "turpitudo", torpeza,
significa fealdad moral, infamia, deshonor, vergüenza. Nada sería más aberrante
que legalizar esta indignidad. Si leemos el pasaje entero entenderemos aun
mejor su sentido. El Obispo de Hipona, 'exponiendo la necesidad de evitar las
excitaciones voluptuosas, recuerda que tras el pecado original nuestros primeros
padres "descubrieron que estaban desnudos; entrelazaron hojas de higuera y
se hicieron taparrabos"; tras la primera falta, la exhibición, de los genitales
provoca una reacción pasional. Aun los "gimnofistas" de la India, que andan
desnudos cubren esos órganos (Ciudad de Dios, XIV, 17). Y continúa:
"La misma unión sexual y no sólo la que busca la obscuridad para escapar
a La justicia por ser un abuso carnal sino también la realizada en prostíbulos,
que la ciudad humana convirtió en torpeza lícita y aunque lo que allí se haga
no sea penado por ley alguna, aun en este caso se evita que se haga pública
esta lascivia permitida e impune; y por vergüenza natural los lupanares están
en lugares disimulados. Y pudo más fácilmente la impudicia evitar el vínculo
de la prohibición que el descaro alejar estas cuevas de hediondez" (ib., XIV, 18) .
Tolomeo entiende avalar con este texto —con la frase que extrae de él—
la posición supuestamente aristotélica favorable a permitir la prostitución a los
guerreros para evitar el mal mayor de la sodomía. Pero San Agustín más bien
se queja de ese permisivismo. Santo Tomás conocía muy bien el contexto de
la frase y la emplea, sin embargo, en un sentido más amplio: no ciertamente
en el de legitimar un mal sino sólo de tolerarlo. Una ley humana nunca puede
convertir lo malo en bueno. La ley, para ser éticamente válida, debe ante todo
promover el bien moral que es parte decisiva del bien común.

Por desgracia, para muchos lo malo es sólo lo prohibido por la ley positiva
y lo bueno lo permitido por ella. La legitimación jurídica de la prostitución hará
que se la considere como una actividad no sólo lícita sino hasta necesaria. Este
tipo de argumentación —y no textos apócrifos atribuidos a Santo Tomás— es
la que pretenden imponer los empresarios nacionales o internacionales del
lenocinio.
La preocupación sanitarista, que parece inspirar el proyecto de legitimación
de la prostitución podría más bien volcarse a la búsqueda de soluciones a los
problemas que padecen quienes, faltos de solidez en sus principios éticos u
olvidándose de ellos en momentos de crisis, creen que comprando o vendiendo
placer físico podrían supnrar ya situaciones conflictivas, ya desajustes psíquicos,
ya fallas afectivas, ya carencias o apetencias económicas, sin reparar cómo
de ese modo envilecen la dignidad de la sexualidad humana. La legislación
sólo tiene sentido como medio de promoción del bien común que incluye no sólo
valores económicos y materiales sino ante todo morales y espirituales, es
decir, específicamente humanos.
4. En conclusión: carece de todo fundamento y es abusivo el pretender
apoyarse en la autoridad de Santo Tomás de Aquino para justificar la legali-
zación de un mal que él mismo declara moralmente ilícito y gravemente peca-
minoso. Esto, no significa que la autoridad civil deba punirlo. Los actos de
gobierno deben estar regidos por La prudencia (Suma teol., 1-11, q.50, a.2) ; y es
netorio que los valores éticos —salvo en sus principios generales— no son
conocidos y por ende aceptados igualmente por todos, aun los que afectan la
dignidad de la persona humana (Suma tieo/., q.94, a.4). Por ello la 'coacción
jurídica puede ocasionar males mayores que los que de hecho se dan: es
propio del legislador prudente tolerar males menores para evitar otros 311á3
graves (Sumas tea, a.3, ad 2m.),
230 GUSTAVO E: .PONFERBIADA

Precisamente este principio (el del "mal menor") ha sido secularmente


aplicado a la tolerancia da la prostitución. En la legislatura penal de muchos
países (entre ellos la Argentina) no aparece como delito el meretricio. No indica
esto que se lo autorice sino que no constituye una falta punible. Y la razón
es clara: los valores morales nunca pueden imponerse por la fuprza; por ello
cuando se los trasgrede y su represión puede ocasionar males mayores, es
prudente tolerar la trasgresión.
GUSTAVO ELOY PONFERRADA

Consultar: SANTO TOMÁS, De Realzo, Opuscula Philosophica, ed. R. Spiazzi, Marietti,


Torino, 1954; Summa theologiae, ed. Caramello, Marietti, 'Ferino, 1950; SAN AGUSTÍN, De
ordine, Patrologia Latina, Migne, París, volumen 32; De civitate Dei, ibidem volumen 41;
PLATÓN, La República, ed. J. Pabon, Instituto de Estudios Políticos, Madrid, 1969 (bilingüe);
AIUSTOTELES, Política, ed. J. Marías, Instituto de Estudios Políticos, Madrid, 1970; M .
GRANDCLAUDE. Les particularitás du De regimine principum, Revue d'Histoire du Droit
París, 1929; M. DE 'BURGOS, ¿Es de Santo Tomás el tratado De regimine principum? Aca-
demia de Ciencias Morales y Políticas. Madrid, 1936; M. BROWNE, An sit authenticum
opusculum S. Thomad De regimine principum, Angelicum, Roma, 1936; P. GLORIEUX, Le De
regimine principum: hypotheses et précisions, Divus Thomas, Piacenza, 1936; A. PASSERIN
D'ENTRAVES, Scritti poNlici di S. Tommalso, Zanichelli, Bologna, 1946; A. CHENU, Infra-
duction a rétude de saint Thomas d'Aquin, Vrin, Paris, 1960; A. VERMEERSCII, La tolerancia,
Buenos Aires, 1950; A. DUGRE, La toleranoe du vice selon saint Thomas, Gregorianum, 1925.

UNA SERIA CONTRIBUCION AL TEMA DE LA LIBERTAD

A sus numerosas y valiosas obras filosóficas y teológicas, escritas sin cesar


durante más de veinte años, y que han contribuido a brindar solución doctri-
nara adecuada a los problemas más actuales de nuestro tiempo, Battista Mon-
din agrega hoy esta magnífica contribución al esclarecimiento del tema siem-
pre vigente de la libertad. Se trata del desarrollo histórico y de una exposición
antropológico-metafísica muy sólida del tema, a la luz de los principios de
Santo Tomás y con una amplia irradiación crítica sobre el variado espectro
de toda la filosofía moderna y contemporánea.
La Primera. Parte del Libro es una exposición del tema de la libertad, como
ha sido estudiado en el pensamiento clásico, en el pensamiento cristiano y en
el pensamiento moderno. En cada sector, Mondin analiza el pensamiento de los
autores, que se han ocupado con preferencia del tema de la libertad. Así, de
los gr egos ha elegido a Platón, a Aristóteles, a Filón y a Plotino. Todos ellos
defienden la libertad, pero con limitaciones de acuerdo a su sistema. Unica-
mente Aristóteles en la EtXa a Ntcórmaco la expone adecuadamente con un
sentido realista. Unicamente le falta haberla profundizado más en el aspecto
metafísico.
Del pensamiento cristiano, Mondín expone a San Pablo, Orígenes, San
Agustín, Boni°, Santo Tomás de Aquino y Escoto. San Pablo, sin ser filósofo,
se refiere a la libertad propia del cristiano, liberado por Cristo del pecado y sus
consecuencias, por la gracia divina: libertad de los hijos de Dios.
En la amplia exposición del pensamiento de San Agustín, Mondín subraya
la distinción que el Santo Doctor hace entre "Libre arbitrio" y "Libertad".

* BArrisTA MON-DIN, L'uomo libero; Dina Editore, Roma, 1989, 257 pp.
NOTAS Y COMENTARIOS 231

El primero es el poder que posee el hombre por su naturaleza de hacer el bien


y el mal, con la inclinación a éste, que tiene por el pecado original. En cambio,
la libertad es el poder de elegir el bien, que posee el cristiano por la gracia,
liberado del pecado. Orígenes y Bocelo, sin penetrar del todo en sus funda-
mentos metafísicos, defienden muy bien la libertad.

El único que 11eva a cabo hasta: el fin esta obra es Santo Tomás de Aquino.
Para él la libertad es fruto, primeramente, de la inteligencia, como causa final,
que señala, el fin del hombre, que. es el bien .especificante de la voluntad. A su
vez la libertad es fruto de la voluntad, que, como causa eficiente, está .espe-
cificada formal y necesariamente por el bien en sí o felicidad, que le presenta
el entendimiento; ,pero que es libre en cuanto a los,medios o bienes finitos en
busca de esa felicidad; porque todos ellos participan de ese bien, pero ninguno
se identifica plenamente con él. Santo Tomás prueba la existencia de la libertad
con argumentos antropológicos —por la conciencia, principalmente— y meta-
físicos, y por la exigencia de la misma que implican la moral, el derecho, ,e1
premio y el castigo y otros aspectos de la vida humana, que no tendrían sentido
sin la libertad. En una palabra, la doctrina tomista de la libertad es la que
,se conforma con su auténtica realidad, bien esclarecida y filosóficamente fundada.

En cambio, Escoto defiende que la libertad es fruto de sólo la voluntad,


como causa eficiente. En el fondo, como en otros aspectos de su filosofía —por
ejemplo, en lo referente al último fin del hombre– Escoto es irracionalista.

En tercer lugar, Mondín se ocupa ampliamente del pensamiento moderno


acerca de la libertad: en Descartes, Spinoza, Kant, Schelling, Marx, Nietzsche
y Sartre. Sabido es que Descartes, aun siendo católico, quiere hacer una filo-
sofía puramente racional, independiente de la concepción cristiana. Descartes
defiende la libertad como una propiedad esencial del hombre. Pero paradojal-
mente, él, que es un racionalista, es irracionalista en el fundamento de la
libertad: ella depende exclusivamente de la voluntad.

A este respecto conviene recordar que en el fundamento metafísico de las


esencias y en el ser de las cosas Descartes también es irracionalista; porque
ambas cosas, según él, dependen, en última instancia, de la Voluntad divina.
Dios podría, si quisiese, cambiar el orden esencial, vg. hacer que un hombre
no fuera animal racional. Santo Tomás hace ver muy bien que este orden
estrictamente metafísico, depende necesariamente de la Esencia y de la Inte-
ligencia divinas, y poz, eso es inmutable. La Voluntad divina puede realizar
o dar ser a cualquier esencia, pero no puede cambiar a ninguna de éstas, porque
ellas están constituidas antecedentemente —no en el tiempo sino en el plano
metafísico— a la Voluntad divina, por la Esencia e Inteligencia de Dios.

En cuanto a Kant, sabido es que en su, formalismo a priori, la inteligencia


,sólo puede conocer los fenómenos y convertirlos 'en objetos, pero no puede alcan-
zar los n:oúmenos o la cosa en sí. Esta está más allá Gel alcance de la imeli-
gernia. Por eso, La Crítica de la Razón Pura declara imposible la metafísica;
es imposible conocer los noúmenos, Dios, .el mundo y el yo y, por ende, tambLé,n
la libertad. La causalidad según esta Crítica, o sea, según la razón, es siempre
necesaria y de los fenómenos. En este plano de la razón no cabe la libertad.
La libertad, según Kant, está fundada como postulado de la praxis, a saber de
la moral. Así como Kant no ha dudado de la ciencia, tampoco duda de la
realidad de la moral, del imperativo categórico, como postulado de la Razón
_Práctica, pero que no puede demostrarse con la inteligencia. Ahora bien, el
232 OCTAVA N. DERTS1

cumplimiento de la moral es imposible sin la libertad. Por eso, como bien


advierte Mondín, in ordine cognitionis primero es la moral y consiguientemente
la libertad; pero in ordine essendi, primero es la libertad, que funda la moral.
De todos modos, como realidad en sí o noúmeno, nunca se podrá probar con
la razón la existencia de la libertad. Ella es solaMente un Postulado nece-
sario para la moral.

Por otra parte, añade Kant, para el cumplimiento de la moral es menester


suponer —otro postulado— la existencia de un Ser supremo, de Dios, que esté
sobre el hombre y lo obligue a cumplir "el deber por el deber", que es el impe-
rativo de la moral, sin ningún valor que la mueva o la obligue a obrar bien.
Por eso, Seheler, que defiende la moral fundada en los valores espirituales>
llama a la moral formalista de Kant "farisaica". Porque, con razón, ningún
hombre cumple el deber sólo por el deber, sino por motivos valiosos.

A continuación, Mondín se ocupa de Schelling, quien dentro de su concep-


ción idealista defiende la libertad de un modo irracionalista, como fruto Lex-
elusivo de la voluntad.

Antes Mondín se ha ocupado de Spinoza, quien con su panteísmo hace


imposible la libertad; aunque él quiere defenderla en el hombre sub specie aeter-
nítiatis, es decir, dentro de la única substancia divina, oue es inmutable. La
libertad de Dios es respecto a las creaturas, que están fuera de su ser.

Marx con su materialismo dialéctico está encerrado lógicamente en un


determinismo absoluto, en el cual es imposible la libertad, fruto exclusivo del
espíritu. El se refiere a la libertad como liberación de la opresión con 'la lucha
de clases. Pero lógicamente desconoce la verdadera libertad, como autodominio
de la propia libertad de la voluntad.

Nietszche, con la negación de Dios, de la moral y de todos los valores,


pretende que el super hombre, así liberado de todas las ataduras, es libre, con
la libertad propia de un animal no encerrado en una jaula. Pero el verdadero
sentido de la libertad, como poder de autorrealización del hombre está fuera de
su órbita, negado el espíritu y sus valores.

Sartre opone el ser en si —el único ser que en realidad es y, en definitiva>


un puro aparecer— al ser para sí, es decir, al hombre. Este se constituye como
conciencia y libertad en oposición y con la negación del ser. Por eso, el hombre
es "un ser quia no es lo que es y es lo que no es", se constituye por la nada del
ser. La libertad de Sartre no es una propiedad del espíritu; el hombre es pura
libertad, pura ansia de llegar a ser sin nunca obtenerlo. Porque si llegara a ser,
dejaría de ser ser para si, o sea, conciencia y libertad; dejaría de ser hombre,
b:).ría el ser en sí, absurdo y cerrado en sí mismo. Con esta base 'completamente
arbitraria sobre su concepción del ser, Sartre concluye que el hombre es un
ser absurdo, porque aspira a ser destruyéndose como ser para sí es decir, que
quiere ser Dios, porque eso sería Dios para Sartre: un ser en sí y a la vez para
sí. Por esa razón también para Sartre Dios es absurdo y no puede existir>
porque no puede ser el ser en sí y a la vez el ser para sí.

En el fundamnto de la filosofía existencialista de Sartre, hay una falsa


concepción materialista del ser y, en definitiva, un nihilismo antropológito
contradictorio, ya que no se puede afirmar que el hombre no es, si no hay
un hombilet —en! este caso el amo Sartre—. que lo piense y lo &trine. Si todo
NOTAS ~M'
ARIOS 233

fuera nada como pretende Sartre, no habría quién pudiera afirmar que todo
ea nada.

En la Segunda Parte, teorética y positivamente filosófica, Mondín hace un


esbozo completo de una antropología, dentro de laa, cual ubica y desarrolla
el tema de la libertad.

Los seres materiales, hasta el animal inclusive, están hechos por la natu-
raleza, son y obran siempre del mismo modo, de acuerdo a las leyes naturales
con. que Dios losi ha creado y dirige; son seres acabados, qué, obran incons-
ciente y necesariamente. En cambio, gracias a su espiritualidad inteligente y
libre, el hombre es un ser incompleto, quien con su libertad dirigida por la
inteligencia puede y debe realizarse según un modelo que él mismo se traza.
De allí la importancia de la decisión de la libertad, que hace al hombre dueño
de si y de su destino. El hombre, en su actividad espiritual, es independiente de
todo ser, fuera de Dios, que, como veremos, lejos de destruir su libertad la hace
posible y la asegura.

En esta parte de su libro Mondín refuta el freudismo y otros sistemas


materialistas, que niegan la libertad. No podemos detenernos en el amplio aná-
lisis que hace del subconsciente, que no puede destruir la libertad. Es notable
la erudicción de Mondín al respecto y el conocimiento que muestra de todos
los principales sistemas modernos de la, filosofía en sus fuentes. A la vez, con
este conocimiento de los principales representantes de la filosofía actual, el
autor sabe extraer de ellos todo lo que es compatible con la verdadera con-
cepción de la libertad. Toda esta parte es riquísima en doctrina. Y aunque
lo nombra poco, está toda ella fundada en Santo Tomás.

Mondín expone con cuidado y precisión la verdadera noción de la libertad,


el poder de elección de los medios para el fin. Fundamenta antropológica y
metafísicamente la libertad en la conciencia, en el 'juicio de indiferencia de la
inteligencia frente a los diversos bienes y también por las consecuencias que
se seguirían a su negación: la imposibilidad de la moral, del derecho, de la
cultura y de otros valores. En última instancia, la libertad se funda en la
espiritualidad.

El autor distingue muy bien la libertad de contradicción —entre si y no— y


la de contrariedad —entre un bien u otro y aún entre un bien y el mal—.
Distingue también muy bien en la, voluntad, la espontaneidad y la libertad.

La espontaneidad es la actividad que procede naturalmente sin violencia


o coacción externa. Es un concepto genérico, más amplio que el de la libertad.
Existe incluso en los seres materiales, 'como en una planta que crece sin vio-
lencia o en un animal que vuela sin opresión exterior. En cambio, a la •espon-
taneidad la libertad añade, como diferencia, específica, el autodominio cons-
ciente de la propia actividad y, con ella, el autodominio de sí y de la reali-
zación del modelo que se proponga. La voluntad obra espontáneamente respecto
a su objeto formal, el bien como bien, pero sin libertad. La libertad comienza,
respecto a los medios o bienes particulares, que pueden apetecerse, porque par-
ticipan del bien, pero pueden no apetecerse, porque no son plenamente el bien.

Dentro de esta exposición substancialmente tomista de la libertad y de


sus fundamentos filosóficos, Mondín la proyecta sobre los principales problema
actuales dependientes de la libertad.
234 OcrA.vio N. DERTsx

Importante es subrayar en esta obra los capítulos referentes a la subsis-


tencia, como constitutivo esencial de la persona, la insistencia y la int rioridad
de la conciencia, la autoconciencia, la coexistencia ser con los, otros—, eL
valor de la persona y su estar ordenada a la trascendencia, en general, y en
especial a la divina, y las relaciones entre la libertad, moral y religión.

El leristianismo, con la gracia que libera al hombre del pecado y le confiere


el dominio de sus pasiones, es quien confiere al hombre la verdadera libertad,
como ya lo advertía San Agustín. Por su libertad, dice el autor, el hombre es
dueño de sí mismo, y, por eso, un ser absoluto. Pero esa libertad está esencial-
mente ordenada a la trascendencia divina, a Dios como a su Supremo Bien.

Por otra, parte, este ser absoluto del hombre no excluye, sino al contrario,
supone y se apoya en la intervención del Ser de Dios, en su libertad. Esta
intervención divina, lejos de destruir la libertad humana, interviene en ella
y la asegura. Porque todo ser, aún el de la actividad libre, depende inmediata
y esencialmente del Ser divino, sin el cual nada sería. La creatura no es ser,
sino que lo posee contingentemente y dependiente del único Ser que es Dios.
Por eso la intervención del Ser divino es siempre necesaria en cualquier ser,
aún ten la libertad, respetando siempre la naturaleza de tai ser. Por eso Dios
mueve a la libertad del hombre, sin. modificarla en cuanto tal, en cuanto liber-
tad. En definitiva, la necesaria intervención del Ser divino —fuente necesaria
de todo ser y actividad contingente— lejos de quitar, hace posible y asegura
la libertad del hombre.
Esta obra de Mondín expone y fundamenta sólidamente, sobre la base de
una antropología y metafísica, la libertad del hombre en todo su alcance y
en todas sus dimensiones. De los principios fundamentales deduce con riguroso
raciocinio todas sus consecuencias. En síntesis, se trata de una obra de sólida
doctrina, que expone y fundamenta filosóficamente las diversas facetas de la
libertad, y las desarrolla con riguroso orden y espléndida claridad. En una
palabra, una sólida contribución al acervo filosófico y teológico cristiano de
la libertad. El libro ha sido pulcramente impreso y presentado por la Editora
Dino de Roma.

OcrAvio N. DERISI

IN MEMORIAM. Oración fúnebre de S. E. Mons. Dr. Octavio N. Derisi en la misa


de cuerpo presente del Dr. Santiago de Estrada,

Beati qui in Domino moriuntur, bienaventurados los que mueren en el Señor.


Soy más que nunca se han cumplido estas palabras de la Sagrada Escritura.
Una vida entera consagrada desde niño al Señor hasta su muerte, en todos
los cargos y situaciones, con amor y entrega filial. Eso fue Santiago de Estrada.
Ocupó múltiples cargos, siempre fiel a la Iglesia y a la vida cristiana. Fue
PLresidente de la Juventud de la Acción Católica Argentina. Fundó y fue primer
Presidente de la Corporación de Abogados Católicos, una de las instituciones
más vigorosas de la Iglesia, por el número y calidad de sus miembros, y por
,vu actuación jurídica en todos los ambientes. Su actual Presidente es preci-
samente un sobrino de su fundador, el Dr. Solanet.
NOTAS Y COMENTARIOS 235

El Dr. Santiago de Estrada ocupó la cátedra universitaria y actuó también


en diversos cargos de la justicia. Fue miembro fundador de los Cursos de
Cultura Católica, en su momento la Institución de más alto nivel académica
católico de nuestro país, junto a su Director y amigo entrañable, Tomás
D. Casares.

Dos veces ocupó la. Embajada Argentina ante la Santa Sede. Desde ella
trabajó para adecuar la Constitución, a fin de que el nombramiento de los
obispos no estuviese bajo la autoridad del Estado. Sin duda por teso y por otros
méritos mereció que la Santa Sede lo honrase con una de sus condecoraciones
más elevadas.
Desde la fundación de la Universidad Católica fue profesor de Derecho
en la misma. Ocupó la cátedra de Derecho Canónico: de Derecho Público
Eclesiástico, del cual era maestro. Pero sobre todo fue un Decano ejemplar de
la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de la UCA durante muchos años.
Y lo hizo con dedicación entera. No sólo organizó la. Facultad en múltiples
aspectos, sino que convivió todos los días con los alumnos. Oía Misa y comul-
gaba con ellos y se constituyó para los mismos en padre y consejero.

Formó una familia ejemplar, con Clara su compañera entrañable de toda


su vida, y con sus seis hijos, todos ellos formados en el molde católico de su
padre. Baste recordar cómo su hijo Santiago trabaja inteligente e incansa-
blemente en calidad de Secretario de Acción Social de la Nación, siguiendo el
ejemplo de su padre.
Lo importante es subrayar que en toda su vida, en sus múltiples y elevadas
actuaciones, Santiago de Estrada fue siempre un católico ejemplar y obró con-
forme a los principios de su fe cristiana. Este espíritu cristiano animaba toda
su actuación y todo lo que hizo lo realizó con humildad y sencillez, como los
grandes hombres de la Iglesia.
Hoy, al despedir sus restos mortales, nos deja el recuerdo de una vida
ejemplarmente cristiana; para que en nuestro camino ella sea dechado y luz
que conduzca la nuestra y nos guíe por el camino seguro que ella recorrió. Y
sobre todo nos deja la seguridad de que su alma está ya con Dios en el
cielo, para recibir lel premio de sus méritos cristianos y para interceder ante
el Señor por Clara, su amada esposa que lo sostuvo durante toda su vida, por
sus hijos y toda su familia cristiana y por cuantos tuvimos el honor y la dicha
de ser sus amigos y compañeros de tareas durante tantos años.
Que su alma descanse ten la paz del Señor, a quien tanto amó y tan
fielmente sirvió.
BIBLIOGRAFIA

MARIO PANGALLO, "Habitus" e veta ~rale. Fenomenlologia e fotnclazione «do-


Ziogícat, Edic. LER, Napoli-Roma, 1988, 102 pp.

Preocupa al autor de leste libro una cuestión mucho más amplia que a que
en él aborda. En, la Pitroduzione (pp. 1 a 13) afirma, que hay en la actua-
lidad una profunda crisis en la valoración del acto moral, debida a considera-
ciones 'no abarcativas de la complejidad de la naturaleza del mismo. Siguiendo
a Sto. Tomás de Aquino, quien afirma que nada impide que alguna realidad
sea "secundum quid multa, et secundum quid unum" (E. Th., 1-II, q. 17. a. 4. e.),
Pangallo caracteriza el acto humano afirmando que se trata de "una realtá
unica ma ,composita" (p. 2). Por ello, su análisis exige una "ricerca interdis-
ciplinare" (investigación interdisciplinaria, p. 3) que, subordinada a principios
étkos, aborde, bajo diversos respectos, los distintos componentes de su natura-
leza. Señala que conoce las dificultades contemporáneas para una tarea como
la que propone, debido a que hoy se cuestiona la validez misma de la interre-
ladón y unidad de los saberes científicos, en razón de que la metafísica es rele-
gada "come semplice nostalgia" (p. 4), o es objeto de un rechazo radical, pues
la ausencia de la inteligibilidad metafísica del ente deja sin fundamento la
vinculación de los diversos ámbitos del saber científico.

Pangallo se propone en este libro el análisis de una cuestión profunda-


mente vinculada con Ja de los actos humanos, y 'que considera "filo conduttore"
(p. 8) entre distintos ámbitos del saber: el terna de los hábitos; y exhibe como
prueba de la presencia de este asunto en la temática de la ciencia no filosófica
contemporánea, la amplia bibliografía (pp. 86 a 90) que cita al fin de su
trabajo.

La obra consta de tres capítulos (en los que presenta interesantes menciones
bibliográficas de índole filosófica y científica no filosófica) , y una conclusión.
En el capítulo primero: Idee per un aPProccio fenomenologiao-sctentifico ana
nozione cli "habitus" (pp. 11 a 31) , plantea como 'problema cuál es la naturaleza
de lo que se designa "hábito", esto es, una realidad que si bien resulta de la
repetición de actos es diferente de !ella, y que dispone para la realización de
operaciones de la misma clase, confiriendo además una progresiva facilidad para
la ej ecuciór de las mismas. Como respuesta a este interrogante, conforme a su
objetivo de lograr una "ricerca interdisciplinare" y de cumplir con la "esigenza
di :•.,indazione ontologica" (p. 8) , describa aspectos de la naturaleza de los há-
bitos, confrontando los rasgos que se atribuyen a los mismos, desde la psicología
"empírica" y la "racional" (filosófica) . Afirma en relación a ello que, si bien
la noción de hábito de la psicología empírica contemporánea se limita a los
hábitos operativos, a veces, la psicología empírica y la racional (de orientación,
clásica, y en especial tomista), con terminologías diferentes, arriban a conclu-
siones semejantes y/o complementarias.

Pangallo dedica el segundo capítulo de su trabajo a La rnozione firosofica, di


"habitus": aspetto ontologico metafisico (pp. 32 a 51). Allí persigue penetrar en
e'. "fondamento ontologico" (p. 31) de la noción de "habitus" para hacer cabal-
mente inteligibles los datos de la experiencia y de la psicología empírica, para
SAPLENTLA, 1990, Vol. XLV
BD3LIOCRAFÍA 237

dar lugar a una definición de "habitus" no restringida a la de los de índole


operativa, y para indagar sobre la variedad de hábitos humanos en general, y
de la vida moral en particular. Considera la naturaleza metafísica del "habitus"
ateniéndose fundamentalmente a la exposición de Sto. Tomás en su tratado
de las hábitos de la S. Th. q. 49. También enuncia alguna de las tesis tomis-
tas de dicha tratado, en relación a la clasificación y génesis de los mismos.
En el capítulo tercero, Gli "habitus" nella vita morale: 1"`homo virtuosus"
(pp. 52 a 81), refiere las tesis centrales de la posición tomista en el tratado de
la virtud de la S.Th. con respectó a la naturaleza de la virtud y su definición.
También aborda allí, el denso tema de la distinción de las virtudes con tel pro-
pósito de exponer "i criteri di classificazione delle virtü" (p. 58) : "ratione su-
biecti", "causae efficientis", "naturae", "obiecti", "ordinationis ad ultimum fi-
Dem", "perfectionis". Destaca, a propósito del terna, la oposición de Santo Tomás
al intelectualismo ético socrático, platónico y neoplatónico, como su equilibrio
entre el racionalismo y el voluntarismo, y la relevancia del estudio tomista de
la conexión de las virtudes entre sí, para fundar la unidad real del "homo vir-
tuosus" (natural y sobrenaturalmente considerado). Cierra este capítulo con
algunas consideraciones acerca de la virtud y el acto moral y exponiendo sus
conclusiones sobre 'cierta cuestión a la que Pangallo asigna especial importancia:
la influencia del hábito virtuoso en iel ejercicio de la libertad.
Finalmente, expone una Concllusione (pp. 82 a 85) en la que resume, las
tesis centrales de lo expuesto, y donde reitera sus expectativas con respecto a
una "nuova antropología e una morale rinnovata" (p. 85) de inspiración clásica
y en especial tomista, en diálogo con el pensamiento contemporáneo.

Es de especial interés el material biblográfico que, como ya se indicó, el


autor cita al fin de su trabajo. Allí presenta una selección bibliográfica, de
los últimos diez años, en torno al tema de su libro. Es clasificada en dos secciones:
la que corresponde al Aspetto Psicologico (pp. 86 a 92) y al Aspetto filosoricof-
morale (pp. 92 a 96) , cada una de las cuales se subdivide según otras conside-
raciones. Así, en la sección correspondiente al ámbito de la psicología, cita mate-
rial bibliográfico sobre neurobiología y neurofisiología, acerca de problemas
vinculados con el terna de la relación de la mente, el cuerpo y los hábitos per-
ceptivos, con respecto al tema del comportamiento en general y también sobre
aptitudes, disposiciones y hábitos. Y en la sección pertinente al ámbito filosófico-
moral, presenta un elenco de obras distribuidas en torno al tema de la virtud
en relación con: la vida moral en general, la libertad y la felicida-d.
Como se aprecia, el libro de Pangallo es un trabajo de utilidad para profun-
dizar algunos aspectos fundamentales del tema que en él examina.

LAURA E. CORSO

LEO ELDERS, Saint° Tomás de Aquino hoy y otros estudios, edc. de la So-
ciedad Tomista Argentina, Buenos Aires, 1989, 78 pp.

Esta colección de estudios es resultado del curso que dictara gel R. P. Dr. Leo
J. Elders, S . V.D. , afamado filósofo y teólogo tomista holandés, en su visita a
la Argentina en setiembre de 1988 invitado por la Sociedad Tomista Argentina.
El título de esta publicación no sólo está tomado de uno de los artículos, sino
que expresa la preocupación e intención del A. en cada uno de los trabajos,
el.• presentar un Santo Tomás como respuesta siempre viva e insoslayable.
238 BII3L.IOGRAFÍA

1. La idea central en "Santo Tomás de Aquino y Aristóteles" es que S.T.


ha aceptado la orientaciótn general del aristotelismo, su método de investiga-
ción, el realismo, el papel atribuido a las ciencias de la naturaleza, a pesar
re las actludes opuestas en el mundo universitario de París. Las doctrinas
centrales que S. T. recibe d,e A. son: la epistemología y gnoseología realistas},
el intelectualismo en la captación de la realidad, la doctrina de las cuatro
causas, nociones fundamentales de la metafísica, de la ,cosmología y la antro-
pología, y también de la filosofía moral, política y económica. Un caso particular
co'nstituy'en los Comentarios, cuya finalidad es muy exhaustiva, porque
aclara la estructura de la obra comentada, analiza los argumentos, rechaza
las interpretaciones reñidas con la doctrina aristotélica, señala eventuales acuer-
dos o desacuerdos con la fe cristiana, a la postre construye una filoáofía realista
conforme a la revelación. Pero S. Ti es consciente de la oposición de muchos
teólogos y eclesiásticos a las teorías de A. y por ello invierte el planteo y opta
por una interpretación benévola de A. antes que perder concepciones válidas y
fértiles. De ahí :que profundiza y va más allá del texto de A. y se propone
asentar' los fundamentos de la única verdadera filosofía que ayudaría a los hom-
bres de su generación y de las siguientes a comprender el mundo y el hombre
y elaborar y defender la doctrina de la fe.;

2. El segundo estudio "El Aquinate y la Metafísica del Liber de Causis",


trata del Cometerlo de S., T. a un, tratado que E. considera de importante
gravitación pero poco original o ejemplar. Luego de algunas consideraciones
sobre la identidad del autor del D. C., su uso y difusión en la Edad Media,
explica las razones del Aquinate al comentar este tratado, como son las de
proveer los instrumentos de base para su uso universitario, recuperar todo lo
que de verdad en él se encuentra, advertir sobre sus errores y clarificar un
tratado difícil y comúnmente atribuido a Aristóteles. E. considera que para
E. T. cualquier doctrina que se encuentre en el D.C., se encuentra de forma
más clara y detallada en la "Elementatio theologica" de Proclo, que es la obra
más importante de la literatura neoplatónica.

3. En: la "Teología, natural de Santo Tomás de Aquino", aborda el problema


de la vigencia e importancia del conocimiento filosófico acerca de Dios, el
peculiar papel que le cupo a S. T. en, la constitución de la teología filosófica
y la actualidad del uso doctrinal de 'su pensamiento. Para ello, le fue necesario
a E. determinar, por una parte, la naturaleza y significación de la teología filo-
sófica o natural en S. T. y, por otra, atender a la evolución de tal estudio a
partir de S. T., :en particular durante, los siglos XIV y XV. Son interesantes
las reflexiones, de E. sobre la experiencia de Dios en S. T. y las posibilidades
de su conocimiento. Para E. grande es la utilidad de la teología filosófica de
S. T. como preambuia ficlei, pues provee una base sana y sólida para la bús-
queda de lo sacro y para evaluar las religiones; ayuda a descubrir el sentido de
la vida humana y a valorar al mundo en su justa medida; ofrece una filosofía,
común que evita los excesos del pluralismo y comprende mejor el ateísmo con-
temporáneo. Además ayuda a la. sacra doctrina a penetrar más íntimamente
en la revelación divina.

4. Según E., "La cuarta vía", uno de los cinco procedimientos en la demos-
tracción de la existencia de Dilos, es la más difídil y discutida, perol a su vez es
la vía más íntima y más poética: es la subida desde las bellezas parciales hacia
el Sol de la Verdad. E. ha optado por una explicación directa —y, considero,
suficientemente clara— de los textos que sustentan la cuarta vía, a fin de
disuadir las críticas y sortear las dificultades. Probablemente subsistan las obje-
BIBLIOGRAFÍA

dones, pero es de: notar que la explicación ofrecida por E. es correcta, sin
titubeos y ,zs el recurso más aperopiado para salvar las diferencias.
5. "Santo Tomás de Aquino hoy", es el último trabajo y en cierta forma
el que sintetiza la idea central que animó los cuatro restantes, pues tal idea
fue siempre, paso a paso, la vigencia del pensamiento de S. T. y su valor
intelectual, cultural y pedagógico. En esta ocasión el asunto se desarrolla en
un contexto histórico, el del renacimiento del tomismo a partir de mediadas del
siglo pasado, en especial la década de 1920. Se destaca en particular la inter-
vención de los Sumos: Pontífices, sobre todo la labor del Papa León XIII en
su encíclica Aeterni Patris donde se hace, manifiesto que, la Iglesia ha hecho
cuya la doctrina de S. T. Son interesantes las últimas reflexiones sobre Santo
Tomás de Aquino hoy, .respecto de la presencia de 8. T. en la docencia de
Seminarios, en congresos, ediciones y en especial las recomendaciones del Papa
Juan Pablo II.
Resulta interesante resaltar algunos análisis ofrecidos por E. en todos los
trabajos. En, primor lugar la presentación de Santo Tomás Comentador. Considera
que Dos comentarios —en particular los de Aristóteles— son una empresa filosófica,
sin confusión con la doctrina sacra, aunque la interpretación no impide una
apertura a la doctrina de la fe. Interpretación fiel, docta e inigualable por su
penetración en el pensamiento del autor comentado. Suele adoptar un punto
de vista más doctrinal que histórico, pues la cuestión central es la "veritas
rerum". En segundo lugar, en lo que se refiere a Santo Tomás autor, cabe
señalar sus análisis claros, directos y desapasionados, como en el tratamiento
de la teología filosófica de S. T. que ubica al autor en su contexto doctrinal
y con referencia a las actitudes intelectuales que se presuponen. Por último,
su propuesta, apoyada en las razones reiteradas por los Sumos Pontífices, es la
de retornar a los principios, métodos y doctrina de Santo Tomás para una reno-
va,ción espiritual y teológica de la Iglesia.
MARICEL D. M. DE GANDOLFI

JULIO RAÚL MENDEZ, El Amor fundamento de la Participación Metaftistea,


riamenéutica de /a SItmina Contra Gentiles, Editado por la Universidad Ca.
tólica de Salta y Sudamericana, Buenos Aires y Salta, 1990, 394 pp.
Este libro de Méndez es la tesis con que se doctoró en la Pontificia M'u-
versidad Lateranense, bajo la dirección del eminente tomista Cornelio Fabro.
El autor ha fundado su trabajo principalmente en los textos de la Summa
Contra Gentes de Santo Tomás, sin descuidar otros textos del mismo autor.
Porque esta obra pertenece a la madurez donde el Aquinate ha expuesto can
más profundidad y amplitud que el Amor divino es la causa eficiente y libre
de la participación del Esse, del ser creado. Así lo advierte el autor al comienzo
de la Primera Parte de su obra. Es de advertir que la Summa Contra Getnites,
en gran parte es filosófica, porque está dirigida a los gentiles.
Méndez ahonda en el fundamento de la Metafísica, con una exposición
sobre la analítica del Ente en la S.C.G., con la distinción de esencia y esse.
■ En esta parte fundamental de su tesis el autor pasa al estudio del ente par-
ticipado, deteniéndose en la causalidad, tan importante para explicar la par-
ticipación.
En la Segunda Parte, el Profesor de la Universidad de Salta expone el
modo cómo se asciende del ente participado al Esse imparticipado, y en la
Tercera Parte, inversamente, desarrolla el descenso del Esse imparticipado al
240 BusuoGRAnk

esse del ente participado, ea decir, la causalidad universal divina de la creación


de los seres finitos.
En la Cuarta Parte el autor se detiene en el • fundamento intelectual de la
participación: en el Esse e Intelligere divino —identificados— se fundan por
causalidad ,ejemplar necesaria las esencias y, por eso, son también ellas nece-
sarias y eternas como el mismo Dios. Esta Causalidad ejemplar de la Esencia
e Inteligencia divinas, es lógicamente —no realmente,— anterior a la Causa,'
lidad eficiente, con que la Voluntad o Amor divino confiere libremente el ser
—ei 'esse— real a las esencias por El elegidas.
En la Quinta Parte se expone con amplitud y profundidad el tema central
de la tesis: ,e1/ Amor funKlamento de la participación metafísica diel eissio creado.
El Esse infinito de Dios no necesita de ningún otro ser para su Perfección
y Felicidad. En su Infinitud contiene todo Esse o Perfección. Pero este Esse
infinito, identificado con el Bonum también infinito, puede y quiere libremente
hacer partícipes de su Ser o Bondad a otros seres. Y como Esse simple no lo
puede hacer por , emanación del propio Ser, y como Esse o Acto puro tampoco
lo puede hacer por información. El Acto Puro del Ser imparticipado en modo
alguno puede mezclarse y formar parte del esse participado. El único modo
posible de hacer partícipes de su Ser o Bondad a otros seres es por medio de la
causalidad, eficiente y libre, o sea, por un acto libre de su Voluntad o Amor.
Por eso, el Amor de Dios es quien libtemente hace partícipes de su ser o
Bondad a otros seres.
El mismo Amor con que Dios necesariamente ama su Esencia o Bondad
infinita —único Acto de Amor de Dios— se extiende libremente para hacer
partícipes de esa Bondad a otros seres, es decir, a conferir libremente el acto
de ser o de bien —identificados—, a diversas esencias.
por eso, el acto de ser que confiere acto o realidad en, sí a la esencia y el
ente participado es efecto contingente del Amor libre divino.
A esta libertad de la. Causa eficiente del. Amor divino, corresponde la con-
tingencia del efecto.
Y como Dios no puede querer nada sin tener como Fin su propio Bien
infinito, el Amor divino no sólo es Carusas eficiente que crea o da el ser, lo
conserva y aumenta en los seres participados; sino también Causa final de
los mismos; que los ordena a su gloria, es decir, a la participación y manifes-
tación de su Bien infinito.
El ente participado —tanto en su esencia como en su acto de ser— aparece
así sostenido en su comienzo por la acción,divina, como Causa ejemplar nece-
saria y constitutiva —de las esencias— y por la Causa ,elficiented libre del Amor
divino —el acto de ser—, y en su término por la Causalidad final del Bien
divino, identificado también con su Amor, que ordena a los entes participados
a la gloria de Dios, identificado con su propio bien.
El libro ,esitá enriquecido, adiemás del índice de tres partes, con un índice,
de materias, de los textos de Santo Tomás y una amplia Bibliografía. Con lo
cual la obra puede ser mejor utilizada.
El libro está seriamente meditado y bien organizado y fundado en la meta-
física tomista y además claramente expuesto. Como dice el P. Fabro en el
Proemio, la obra de Méndez constituye una verdadera contribución para la filo-
sofía, lograda a la luz de los principios de Santo Tomás, principalmente de la
SJC.G. En síntesis, una obra que enriquece y honra a la filosofía argentina.
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