Metafisica
Metafisica
Metafisica
Martínez Porcell
METAFÍSICA
Joan Martínez Porcell
METAFÍSICA
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INTRODUCCIÓN
INTRODUCCIÓN
Hay muchas anécdotas biográficas que ilustran las
diferentes actitudes que puede suscitar un libro de
metafísica. Hume deseaba entrar en la biblioteca de
Londres y seleccionar libros. Si tratasen de metafísica, los
iría tirando al río porque ocupaban un lugar inútil en las
estanterías. Kant, un día de otoño expresó el fin de la
metafísica con una fórmula que recuerda cuando el senado
romano afirmó “delenda est Cartago”. Heidegger ironizaba
diciendo que la filosofía cristiana era “holzenes Eisen” un
hierro de madera, y más recientemente, la voz enloquecida
que grita la muerte de Dios, todavía resuena por nuestras
calles...
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Esta afirmación nos advierte de la dificultad del reto
asumido. Efectivamente, cuando se olvida el ser, no hay
acceso al ente. Aristóteles lo afirmó de una forma muy
elocuente “lo que antes, ahora y siempre los mortales han
buscado y han comprobado que es muy difícil, es esto: qué
es el ente”
Este es un libro de metafísica cristiana, inspirada en
la armonía que la tradición filosófica cristiana ha
encontrado entre la razón y la fe. Esta armonía nos lleva a
las primeras pinturas de las catacumbas romanas que
presentaban a Jesucristo no sólo como un buen pastor o un
maestro. En las catacumbas de la Vía Latina se descubrió un
mural de Jesús y sus discípulos, alrededor de una mesa y
todos vestidos de filósofos. Cristo, igual que si fuese
Sócrates, con la toga sobre la espalda y los discípulos
pendientes de su palabra. La novedad es descubrir a Cristo
cómo filósofo.
El equilibrio entre la fe y la razón que pasa por el
ágora griega y desafía fue el primer reto de San
Justiniano, el primer filósofo cristiano y, después de él, dos
mil años de metafísica cristiana a lo largo del tiempo.
Incluso Nietzsche afirma que la filosofía alemana está
escrita con la sangre de los teólogos. Santo Tomás, Doctor
humanitatis, es un buen maestro y amigo. Él siempre
consideró su ingente obra como respuesta a la pregunta que
ya de niño formulaba a los monjes de Monte Casino: “¿Dic
mihi: quid est Deus?”. Por este motivo vale la pena
presentar un libro de metafísica cristiana.
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Sin orgullos ni complejos. El hombre, como un árbol
que tiene las raíces hacia arriba, busca el fundamento
donde apoyar su vida. San Agustín nos recuerda que el
hombre busca la verdad y que no descansa hasta
encontrarla. La fe y la razón se encuentran y se ayudan
mutuamente. Nunca la fe ha descendido tanto ni la razón se
ha elevado tan alta. La imagen del niño sobre la espalda del
gigante es también un bello ejemplo que ilustra que poco
podemos cuando trabajamos aislados, pero que es mucho lo
que se logra cuando formamos parte de un círculo de
grandes pensadores y maestros que nos han abierto camino.
He querido redactar un manual docente y práctico.
Quisiera expresar mi deuda respecto al Tratado de
Metafísica. Teología natural. Gredos. Madrid (1961), que ha
sido, incluso agotado, el libro de texto en clase durante
estos últimos años. El análisis minucioso y el rigor han
inspirado buena parte de la redacción de mi manual, y de
forma particular la primera sección dedicada a la existencia
de Dios. En la parte dedicada a la esencia divina, me he
inspirado en Michael Grison que en su libro Teología natural
o Teodicea. Curso de filosofía tomista. Herder. Barcelona
(1972), presenta de una forma más breve los capítulos
dedicados a los atributos divinos. He incorporado algunos
análisis más detallados que hacen referencia al proceso de
abstracción y de las aproximaciones noéticas en los que me
ha resultado de gran ayuda las obras de Johannes B. Lotz y
Leonardo Polo (Lotz, J.B., La experiencia trascendental.
BAC. Madrid 1982; Polo, L., Curso de Teoría del
conocimiento. 4 vols. EUNSA. Pamplona 1984).
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Otros autores relevantes en el campo de la
metafísica están reseñados en la Bibliografía. He ampliado
un poco más el apartado dedicado a otras aportaciones en
el acceso a Dios para abrir un poco más la ventana de
posibilidades más allá de las estrictamente tomistas e
incluso he añadido un capítulo nuevo sobre filosofía
cristiana basándome especialmente en libros y artículos
publicados recientemente, como Dios, persona y
conocimiento. Editorial Balmes. Barcelona (2008).
El Autor
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I. LA POSIBILIDAD Y MÉTODO DE LA
TEODICEA
1 La teodicea y la metafísica
El primer autor que utiliza la palabra “teodicea” fue
Leibniz cuando en 1710 al dar título a su tratado sobre Dios:
“Essais de théodicée sur la bonté de Dieu, la liberté de
l’homme et l’origine du mal” utilizó el nombre "teodicea" (θεός
= Dios) i (δίκη = justicia) que significa, literalmente,
justificación de Dios.
En una primera aproximación puede parecer que la
expresión “teología natural” es más adecuada para designar el
objeto de nuestra disciplina. Pero si nos fijamos con atención,
no es así. En efecto, la palabra “teología” no conduce
directamente a pensar en Dios, a poner a Dios como objeto de
estudio, ya que éste es el objeto de la teología, y el adjetivo
“natural” haría referencia a una parte específica de esta
teología genérica de la cual formaría parte. Así pues, la
teología, según esto, tendría dos partes: una natural y otra
sobrenatural. Pero entonces, nuestra disciplina no sería
filosófica sino teológica. Precisamente, para evitar este
equívoco, santo Tomás aclara que hay una diferencia
genérica, y no meramente específica, entre la teología natural
y la sobrenatural.
La definición de la teodicea, casi unánimemente
admitida, es esta: “ciencia de Dios obtenida por la luz natural
de la razón”. Y suele justificarse esta razón diciendo:
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a) Que se trata de una ciencia, es decir, de un complejo
orgánico de verdades que llegan a conclusiones de premisas
ciertas
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a) Conocimiento de Dios sicuti est.
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1.2. El carácter noético de la teodicea
El proceso cognitivo mediante el cual llegamos a la
primera causa del ente común es formalmente metafísico. Si
nos quedáramos en una consideración meramente física,
cosmológica, de las cosas del mundo, la indagación de la
causa nos conduciría únicamente a las causas segundas. La
última pregunta quedaría siempre esperando respuesta. Aquí
no se trata de buscar un motor último del universo, sino de
indagar la causa primera del ente común. El ente teológico
únicamente se ofrece al metafísico como causa del ente
ontológico, es decir, como autor de la naturaleza
1.3 La teodicea parte de la metafísica
La teodicea es una parte de la metafísica. Como
veremos, el ser común o genérico de todos los entes se nos
manifiesta en cuanto que efectuado por el Ente divino. Por
otra parte, no podemos llegar a Dios sino es desde el ente
común de nuestro mundo. La teodicea forma parte de la
metafísica. Su objeto formal quo es metafísico: el tercer grado
de abstracción e inmaterialidad conseguido a la luz natural de
la razón. Su objeto formal quod también es metafísico: el Ente
secundum quod est ente, causa propia del ser de todas las
cosas.
1.4 Teodicea y teología sobrenatural
El objeto material de la teodicea es Dios, en cuanto que
causa de la existencia de las cosas, pero su objeto formal es la
razón de ente. Si estudia a Dios, no lo hace en cuanto que
Dios, sino únicamente en cuanto que Causa primera de la
existencia, como fuente del ser. Lo que la teodicea pueda
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decir de Dios como causa viene rigurosamente determinado
por lo que haya dicho la ontología sobre el ente como efecto.
En cambio, el objeto formal de la teología sobrenatural es
Dios, en su razón de la Deidad. Como expresa santo Tomás, el
sujeto de la Sagrada Teología es Dios, sub ratione Deitatis.
Por otra parte, también es diferente el medio por el que estas
dos ciencias conocen a Dios: la teodicea lo hace con la razón,
mientras que la teología lo hace a la luz sobrenatural de la
Revelación
El objeto de la teología sobrenatural o revelada
sobrepasa con mucho lo que puede ser accesible a la razón.
Nos lleva a conocer a Dios como Padre, Hijo y Espíritu Santo,
nos enseña que en Cristo podemos ser hijos de Dios etc. Sin
embargo, hay verdades comunes a la teología sobrenatural y
a la teodicea. La Revelación nos descubre los misterios
escondidos en Dios como afirma el Concilio Vaticano I, sobre
el hecho de la revelación sobrenatural positiva: “La misma
santa Madre Iglesia sostiene y enseña que Dios, principio y fin
de todas las cosas, puede ser conocido con certeza por la luz
natural de la razón humana partiendo de las cosas creadas;
porque lo invisible de Él, se ve, partiendo de la creación del
mundo, entendido por medio de lo que ha sido hecho [Rom.
1, 20]; sin embargo, plugo a su sabiduría y bondad revelar al
género humano por otro camino, y éste sobrenatural, a sí
mismo y los decretos eternos de su voluntad, como quiera que
dice el Apóstol: Habiendo Dios hablado antaño en muchas
ocasiones y de muchos modos a nuestros Padres por los
profetas, últimamente, en estos mismos días, nos ha hablado
a nosotros por su Hijo” [Hebr. 1, 1 s; Can. 1]. (D.1785)
“A esta divina revelación, hay ciertamente que atribuir
que aquello que en las cosas divinas no es de suyo inaccesible
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a la razón humana, pueda ser conocido por todos, aun en la
condición presente del género humano, de modo fácil, con
firme certeza y sin mezcla de error alguno. Sin embargo, no
por ello ha de decirse que la revelación sea absolutamente
necesaria, sino porque Dios, por su infinita bondad, ordenó, al
hombre a un fin sobrenatural, es decir, a participar bienes
divinos que sobrepujan totalmente la inteligencia de la mente
humana; pues a la verdad ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni ha
probado el corazón del hombre lo que Dios ha preparado para
los que le aman [1 Cor. 2, 9; Can. 2 y 3]” (D.1786)
Estas verdades hacen referencia a los actos libres del
amor de Dios: la Trinidad, la Encarnación, la Redención, la
gracia etc., de los que nuestra razón no puede obtener
ninguna certeza por ella misma. Pero la Revelación también
contiene unas verdades que la razón puede descubrir; que
Dios es único y verdadero creador del universo, es objeto de
fe y también verdad accesible a la razón natural. La encíclica
Humani generis afirma que la noción de un Dios personal que
protege y gobierna el mundo con su providencia es una
verdad accesible a ambos conocimientos.
Ahora bien, ¿por qué razón Dios ha revelado lo que
éramos capaces de conocer? Si Dios no nos hubiera ordenado
a un fin sobrenatural, la revelación no sería absolutamente
necesaria pero, si tenemos en cuenta la condición real de la
humanidad, la revelación es moralmente necesaria para que
todo el mundo pueda conocer "sin dificultad, con certeza y sin
errores" las verdades que en sí mismas no son inaccesibles a
la razón.
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La adhesión a estas verdades comunes a la teología
sobrenatural y a la teodicea, los motivos son diferentes.
Mientras que en teodicea el espíritu humano se adhiere a los
objetos de conocimiento que es capaz de percibir a la luz
natural de la razón, en teología sobrenatural, el espíritu se
fundamenta en que la fe brinda su asentimiento movida por la
autoridad del mismo Dios que revela aquellas verdades.
“Si bien es cierto que la razón humana, sencillamente
hablando, puede realmente con solas sus fuerzas y luz natural
alcanzar conocimiento verdadero y cierto de un solo Dios
personal, que con su providencia conserva y gobierna al
mundo, así como de la ley natural impresa por el Creador en
nuestras almas; sin embargo, muchos son los obstáculos que
se oponen a que la razón use eficaz y fructuosamente de esta
su nativa facultad. En efecto, las verdades que a Dios se
refieren y atañen a las relaciones que median entre Dios y el
hombre, trascienden totalmente el orden de las cosas
sensibles y, cuando se llevan a la práctica de la vida e
informan a ésta, exigen la entrega y abnegación de sí mismo.
Ahora bien, el entendimiento humano halla dificultad en la
adquisición de tales verdades, ora por el impulso de los
sentidos y de la imaginación, ora por las desordenadas
concupiscencias nacidos del pecado original. De lo que resulta
que los hombres se persuaden con gusto ser falso o, por lo
menos, dudoso lo que no quisieran fuera verdadero. Por eso
hay que decir que la «revelación» divina es moralmente
necesaria para que, aun en el estado actual del género
humano, todos puedan conocer con facilidad, con firme
certeza y sin mezcla de error alguno, aquellas verdades
religiosas y morales que de suyo no son inaccesibles a la
razón.
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Más aún, la mente humana puede a veces sufrir
dificultades hasta para formar un juicio cierto sobre la
«credibilidad» de la fe católica, no obstante ser tantos y tan
maravillosos los signos externos divinamente dispuestos, por
los que, aun con la sola luz natural de la razón, puede
probarse con certeza el origen divino de la religión cristiana. El
hombre, en efecto, ora llevado de sus prejuicios, ora instigado
de sus pasiones y mala voluntad, no sólo puede negar la
evidencia, que tiene delante, de los signos externos, sino
resistir y rechazar también las superiores inspiraciones que
Dios infunde en nuestras almas.” (D.2035)
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Por otra parte, una misma inteligencia no puede hacer
a la vez un acto de ciencia y un acto de fe respecto del mismo
objeto como por ejemplo, la existencia de Dios. “La ciencia
tiene su origen en principios evidentes en sí mismos, y, por
consiguiente, son algo visto. Por eso es necesario que lo que
se conoce científicamente, sea también, de algún modo, visto.
Mas, como acabamos de decir (q.1 a.4), no es posible que un
mismo sujeto crea y vea la misma cosa. Luego es imposible
también que una misma realidad sea sabida y creída por el
mismo sujeto. Puede, no obstante, suceder que la realidad
vista o sabida por uno sea creída por otro. Así, cuanto
creemos ahora sobre la Trinidad, esperamos verlo en el
futuro, según las palabras del Apóstol: Ahora vemos en un
espejo, confusamente. Entonces veremos cara a cara (1 Cor
13,12). Esta visión es ya realidad para los ángeles; o sea, ellos
ven lo que nosotros creemos. Igualmente puede ocurrir que,
aun en el estado de viadores, lo que ve o sabe un hombre,
sea creído por otro que no haya tenido demostrativamente
evidencia de ello. En todo caso, lo que comúnmente se
propone a todos los hombres como cosa que deban creer, no
forma parte del objeto del saber. Estas son las verdades que
caen absolutamente bajo la fe. No se tiene, pues, fe y ciencia
de un mismo objeto.” (S. Th. II-II, q.1, a.5)
2 La posibilidad de la teodicea
Existen muchos tipos de conocimiento y de
acercamiento al orden noético. El conocimiento riguroso y
científico puede ser experimental, es decir, empírico, o
filosófico. Pero también el conocimiento filosófico, de carácter
especulativo, puede ser cosmológico y psicológico o de orden
metafísico. Estas subdivisiones del conocimiento filosófico
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dependerán del grado de abstracción que usamos, ya se trate
del primer o tercer grado de abstracción. La teodicea no
pretende un conocimiento de Dios dentro del orden físico.
Dios, si es, no es un ente cosmológico ni psicológico. La
primera causa extrínseca de todas las cosas del cosmos no es
un ser del cosmos. Debemos hacer posible un conocimiento
filosófico especulativo de orden metafísico que trate de la
Causa Primera de los entes de este mundo. Hay que advertir
aquí la importancia de la teodicea en cuanto presupuesto para
la teología, ya que es ella la que puede prestar los preambula
fidei y demostrar metafísicamente la existencia de Dios y sus
principales atributos. Precisamente el agnosticismo teológico,
estrechamente vinculado al nominalismo, es el sistema que a
lo largo de la historia ha negado esta posibilidad. Y esto
fundamentalmente lo ha hecho en tres supuestos.
2.1 La no existencia del objeto
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Según el positivismo de Comte, lo que trascienda el
orden de los fenómenos podrá convertirse en objeto de
ciencia positiva. El cuadro de las ciencias rigurosas ya se ha
repartido todo lo que es digno de ser estudiado
rigurosamente. Él mismo se encargó de elevar al estadio
positivo la última de las ciencias, la sociología, quedando el
cuadro completo. La teodicea, lejos de ser una ciencia, fue un
saber de un estadio previo al científico. Con el empirismo y el
positivismo no se niega aún el objeto de la teodicea, pero
nuestra disciplina pierde su sentido científico, debido a una
grave distorsión del mismo concepto de ciencia y la
destrucción de la noción metafísica de causa.
Según el materialismo, hay que dar un paso más y
negar la existencia de Dios, objeto de la teodicea. Hegel
postula como principio fundamental que la conciencia humana
es la realidad primera, generadora de toda otra realidad
efectiva. Feuerbach, en su obra "La esencia del cristianismo"
aplica este principio en la interpretación de la religión y de
Dios. No es Dios quien crea el hombre sino al contrario. Toda
realidad, en apariencia exterior, es, en rigor, interior al
hombre.
2.2 La negación de la actividad propia del intelecto humano
Para Hume, la única fuente de impresiones e ideas es
la sensación. Hay que reducir las ideas a impresiones
sensibles y reducir el intelecto al sentido. Con esta reducción
deberán desaparecer del ámbito cognoscitivo todos aquellos
objetos que no consten a los sentidos. Es evidente que si no
se da en el hombre una función cognoscitiva superior a la
pura sensación, no será posible una ciencia que vaya más allá
de las puras cosas sensibles, como es el caso de la teodicea.
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2.3 La imposibilidad de relación entre objeto y facultad
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Desde que Guillermo de Ockham postuló que sólo
existe lo individual, que sólo el singular concreto es objeto de
ciencia, y que la intuición concreta es la única manera de
conocimiento natural, quedó muerta la vía para el
conocimiento de Dios, vía que el mismo Ockham recorrió
hasta casi sus últimas consecuencias, negando el rigor a todos
los argumentos demostrativos de la existencia de Dios. La
suerte de la teodicea quedaba supeditada a la existencia de
una intuición concreta de Dios. Y si la intuición debía ser
sensible, como ocurre en el empirismo, positivismo,
materialismo, sensismo y kantismo, la teodicea quedaba
absolutamente anulada como ciencia.
Precisamente la abstracción formal era una pieza clave
para poder traspasar el ámbito de lo fenoménico y penetrar en
el dominio del ser mostrando así el valor metafísico del
principio de causalidad. Esta es la única posibilidad de la razón
humana para ir desde el ser finito hasta Dios. Resolver la
validez de la relación noética entre la facultad (intelecto) y el
objeto (Dios), que Kant señala es del todo necesario, si
queremos seguir el hilo de nuestra exposición. Lo dejamos
para más adelante.
2.4 La trascendencia de la acción
La reivindicación de la abstracción de la existencia nos
permite unir la trascendencia y la inmanencia que parece ser
el centro de la pretensión de toda teodicea. En general, se
llama inmanente lo que es en sí mismo y trascendente, lo que
está fuera o sobre otro, lo que lo sobrepasa. ¿Puede
encontrarse alguna cosa que, ontológicamente considerada,
sea trascendente al intelecto y, a la vez, noéticamente
inmanente?
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La trascendencia ontológica únicamente implica la
alteridad, es decir, la distinción que hace que un ente no sea
otro, que también es en sí. Con que haya alteridad, es decir,
con que el ente ab alio sea otro, basta.
La trascendencia noética se refiere al conocimiento.
Para que haya conocimiento de cualquier realidad se necesita,
al mismo tiempo, una cierta trascendencia y una cierta
inmanencia del objeto. Ahora bien, en nuestro caso, el
conocimiento por el cual un trascendente ontológico se hace
inmanente noético no se produce sino mediante una acción.
Todo ente que obra en otro, aunque ontológicamente le sea
trascendente, le es en cierto modo inmanente. Por eso se
puede hablar de la compatibilidad de una trascendencia
entitativa de un ser respecto a otro, con su inmanencia
operativa en él. Precisamente en toda causalidad, un ente
trascendente es a la vez inmanente a aquellos efectos a los
que comunica su perfección. El fuego es trascendente
ontológicamente al humo pero le es inmanente noéticamente.
Conociendo el humo, sabemos que hay fuego. Sólo resta por
saber, en qué medida y bajo qué modalidades, el
conocimiento del efecto nos lleva al conocimiento de la causa.
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La segunda, seguida por Descartes, y más tarde por
Malebranche, nos llevan finalmente al ontologismo y al
panteísmo. Es cierto que después de Kant ha habido otros
filósofos que han postulado la existencia de Dios como fruto
de una intuición no racional por la vía del empirismo. Es el
caso del vitalismo, el existencialismo y las teorías de la
experiencia religiosa. Pero la verdadera vía de la teodicea se
debe buscar en la del conocimiento intelectual abstractivo del
ser común desde el que poderse elevar a la primera causa
extrínseca.
3 El método de la teodicea
Por todo lo que llevamos dicho, el método de nuestra
disciplina no podrá ser esencialmente diferente del método de
la metafísica. Si fuera la teodicea una ciencia independiente,
experimental o matemática, se podría buscar un método
propio, experimental o matemático, pero siendo parte de la
metafísica, su método será formalmente metafísico.
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El proceso metódico para la determinación de la
existencia de Dios consiste en una búsqueda inductiva. El
proceso a seguir es inductivo: arrancando de las cosas finitas,
dirigidas, procedemos a la demostración de que tienen causa.
El proceso metódico para la determinación de que Dios existe
es inductivo, pero no experimental ni físico, sino a posteriori
metafísico.
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24
II. NECESIDAD DE LA DEMOSTRACIÓN
II. NECESIDAD DE LA DEMOSTRACIÓN
1 Introducción
23
2 El Ontologismo
Gioberti fue el primero en llamar "ontologistas" todos
aquellos filósofos que afirman el conocimiento inmediato de
Dios como algo natural y esencial al intelecto humano. Más
aún, sin el conocimiento de Dios no podemos conocer ninguna
otra realidad, de modo que el conocimiento de Dios no sólo es
original, es decir, el primero de todos nuestros conocimientos,
sino también originario, es decir, fuente de todos los demás
conocimientos humanos.
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Así, la teoría metafísica de la iluminación agustiniana
explica el conocimiento de todas las verdades en la verdad
divina.
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El universal es real en los muchos precisamente en
tanto que universal y este es su estricto valor real. Cuando
Ockham, en la disputa sobre los universales, afirma que lo real
es lo singular y que sólo existe el individuo, pone en
entredicho esta definición, y al proponer una nueva
interpretación de la suppositio medieval, el universal pasa a
ser sólo algo lógico. La idea general nominalista pierde
tensión, porque hace homogéneos los abstractos, y no puede
referirse a sus diferencias reales, porque las pierde,
igualándolas como casos.
Pero esta pérdida de solidez ontológica afectó también
al campo noético ya que en toda intuición de lo real se da
indebidamente por supuesta la existencia. Ahora bien, la
interpretación productiva del pensamiento del racionalismo
moderno comienza precisamente cuando el pensamiento
supone la existencia real de lo pensado.
El error es pensar que el objeto mental necesita de la
existencia, cuando tiene suficiente con ser pensado por un
pensamiento que piensa; a quien le falta la existencia es al
ente para poder ser. Y al contrario, el acto de pensar es capaz
de conferir la suposición al objeto mental, pero no de conferir
la existencia al ente.
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El gráfico intenta mostrar la posición del Realismo. Las
cosas guardan dentro de sí un núcleo esencial, representado en
los distintos círculos concéntricos. La unidad de esta esencia se
encuentra realmente repartida en la diversidad de la realidad. Es
una unidad “de” y “en” la multitud de las cosas (de multis et in
multis).
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El gráfico intenta mostrar la posición del nominalismo.
Ahora en la realidad únicamente hay puntos negros, sin
esencia en su interior, es decir, sin relaciones lógicas internas.
De ahí el signo de substracción que domina el plano
ontológico del nominalismo, ya que se “sustrae” a la realidad
el carácter real de la esencia. Por el contrario, esta sustracción
se ve compensada en la otra parte del gráfico, -la del
pensamiento lógico-, con el signo de “adición”. Efectivamente
en el campo del pensamiento lógico no existe conexión con la
realidad, sino un exceso de pensamiento. La nube muestra la
creciente multiplicación de pensamientos lógicos, que ahora
son puros abstractos.
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El nominalismo inicia el camino del conceptualismo
constructivo que proporciona los fundamentos de la metafísica
moderna desde Descartes, Spinoza y Leibniz hasta Kant y
Hegel y más allá de él. El aumento de nuestro conocimiento
de la realidad a partir de los abstractos es sistemáticamente
olvidado por los idealistas modernos, que dejan de conocer
mejor la realidad porque aceptan del nominalismo que insistir
en el conocimiento de la realidad no tiene sentido o bien que
la realidad no permite un mejor conocimiento. Este divorcio
entre ideas y realidad hace que la idealismo siga lo pensado,
el ser objetivo, y deje lo real fuera de la investigación.
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Quizá por ello, la analogía con la que intentamos
explicar esta desigual proporción se nos inclina un poco hacia
la diversidad y la trascendencia. Comprender esta actualidad
no formal del ser significa no sólo aclarar el ser desde el acto,
sino también aclarar el acto de entender como acto, es decir,
fundamentar la inteligencia como hábito activo de
operaciones. De hecho, el análisis de la intencionalidad nos ha
revelado el acto de ser como aquel residuo que no puede
abstraerse del todo y hacia el cual el entendimiento retorna
constantemente explicitando noéticamente en nuevas
operaciones lo que ónticamente ha estado siempre al
comienzo.
La abstracción es anterior a la generalización, pero ésta
no ha agotado la fecundidad de aquella, y eso quiere decir
que el acto intelectual todavía puede ser más fecundo, ya que
puede revelarnos más intensamente la realidad, aunque no de
forma extensiva.
La tesis de la abstracción formal y total, o la
iluminación de operaciones intelectuales era parte del esfuerzo
que Tomás hacía para considerar un marco eidético nuevo
capaz de concebir el ser como acto, y que tendremos ocasión
de aclarar más adelante. Sabía que la metafísica quedaría
incompleta si pasaba por alto la actividad cognitiva con la que
conocemos el ser de las cosas.
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Pensar la actualidad no es solamente dinamizar la composición
esencia-acto de ser sino concebirla como unidad tensionada
que está implícita en el primer abstracto y, por tanto, permitir
al pensamiento seguir pensando en lugar de igualar las
diferencias que va encontrando. Esta tensión está ónticamente
en el interior de la distinción real pero también en el interior
de entender en acto, que son las dos vertientes olvidadas por
nominalismo. Después del nominalismo sólo quedan tres
posibilidades para el conocimiento de Dios:
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Malebranche no tiene más recurso que colocar las ideas
en Dios. En su obra Entretien d’un Philosohe chrètien et d’un
philosohe chinos, sur l’existence et la nature de Dieu afirma:
“Todas nuestras ideas claras están en Dios en cuanto a su
realidad inteligible. No es sino en Él donde nosotros las
vemos... Si nuestras ideas son eternas, inmutables,
necesarias, se comprenderá que no pueden encontrarse más
que en una naturaleza inmutable”
“La extensión inteligible” de Malebranche viene a ser
como la idea unitaria de la realidad, como la medida o ley
lógica de los seres existentes. En este sentido la extensión
inteligible es infinita, ya que sobrepasa principalmente todos
los modos que existencializan la realidad, siendo fuente
inagotable de nuevas participaciones, y propiamente existe
objetivamente en Dios. Si todas las cosas se ven en la
extensión inteligible y la extensión inteligible se ve en Dios,
parece que todo conocimiento supone la visión de Dios. Así
pues, el finito se conoce en el infinito.
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4 Valoración crítica
Nuestra réplica al ontologismo es clara: en el orden
natural -único en que se plantean los problemas de la
teodicea- no poseemos de hecho ni de derecho la intuición de
Dios. El orden noético es justamente inverso al orden
ontológico. Aunque Dios sea fuente ontológica de las cosas
sensibles, son éstas la fuente noética de nuestro conocimiento
de Dios. ¿Qué queda entonces de la inmediatez, de la
intuición del conocimiento humano de Dios? Sólo negando la
abstracción y afirmando exclusivamente el conocimiento por
intuición defendido por los presupuestos nominalistas,
podemos apelar a la intuición como único recurso para salvar
la existencia de nuestro conocimiento de Dios.
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5 La experiencia religiosa
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Los modernistas defienden el inmanentismo según el
cual la vida religiosa proviene únicamente del interior del
corazón y del sentimiento pero de nada exterior al hombre, ni
de argumentos ni, tampoco, de una revelación. Así lo expone
la encíclica Pascendi dominici gregis, de 8 de septiembre de
1907, sobre las falsas doctrinas de los modernistas:
“D-2072 Pues ya, empezando por el filósofo, el
fundamento de la filosofía religiosa lo ponen los modernistas
en la doctrina que vulgarmente llaman agnosticismo. Según
éste, la razón humana está absolutamente encerrada en los
fenómenos, es decir, en las cosas que aparecen y en la
apariencia en que aparecen, sin que tenga derecho ni poder
para traspasar sus términos. Por tanto, ni es capaz de
levantarse hasta Dios ni puede conocer su existencia ni aun
por las cosas que se ven. De aquí se infiere que Dios no
puede en modo alguno ser directamente objeto de la ciencia;
y por lo que a la historia se refiere, Dios no puede en modo
alguno ser considerado como sujeto histórico. Sentados estos
principios, cualquiera puede ver fácilmente qué queda de la
teología natural, qué de los motivos de credibilidad, qué de la
revelación externa. Y es que todo eso lo suprimen los
modernistas y lo relegan al intelectualismo: sistema dicen
ridículo y de mucho tiempo muerto (…)
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Pero borrada la teología natural, cerrado el paso a la
revelación por haber rechazado los argumentos de
credibilidad, más aún, suprimida de todo punto cualquier
revelación externa, en vano se busca fuera del hombre la
explicación. Hay que buscarla, pues, dentro del hombre
mismo, y como la religión es cierta forma de vida, se ha de
encontrar necesariamente en la vida del hombre. De ahí la
afirmación del principio de la inmanencia religiosa. Ahora
pues, el primer, como si dijéramos, movimiento de cualquier
fenómeno vital, cual ya hemos dicho que es la religión, hay
que derivarlo de alguna indigencia o impulso; y los orígenes,
si hemos de hablar más ceñidamente de la vida, hay que
ponerlos en cierto movimiento del corazón que se llama
sentimiento. Por lo cual, como quiera que el objeto de la
religión es Dios, hay que concluir absolutamente que la fe,
principio y fundamento de toda religión, debe colocarse en
cierto sentimiento íntimo que nace de la indigencia de lo
divino. (…)
36
La inteligencia, pues, sobreviniendo a aquel
sentimiento, se inclina sobre él y en él trabaja a la manera de
un pintor que restaura el dibujo ya desfigurado, de viejo, de
un cuadro, para que resalte nítido: así en efecto, sobre poco
más o menos, explica el caso uno de los maestros del
modernismo”
37
Sin embargo, muchos son los obstáculos que se oponen
a que la razón use eficaz. Y fructuosamente de esta su nativa
facultad. En efecto, las verdades que a Dios se refieren y
atañen a las relaciones que median entre Dios y el hombre,
trascienden totalmente el orden de las cosas sensibles y,
cuando se llevan a la práctica de la vida e informan a ésta,
exigen la entrega y abnegación de sí mismo. Ahora bien, el
entendimiento humano halla dificultad en la adquisición de
tales verdades, ora por el impulso de los sentidos y de la
imaginación, ora por las desordenadas concupiscencias nacida
del pecado original. De lo que resulta que los hombres se
persuaden con gusto ser falso o, por lo menos, dudoso lo que
no quisieran fuera verdadero. Por eso hay que decir que la
«revelación» divina es moralmente necesaria para que, aun en
el estado actual del género humano, todos puedan conocer
con facilidad, con firme certeza y sin mezcla de error alguno,
aquellas verdades religiosas y morales que de suyo no son
inaccesibles a la razón. Más aún, la mente humana puede a
veces sufrir dificultades hasta para formar un juicio cierto
sobre la «credibilidad» de la fe católica, no obstante ser tantos
y tan maravillosos los signos externos divinamente dispuestos,
por los que, aun con la sola luz natural de la razón, puede
probarse con certeza el origen divino de la religión cristiana.”
5.3 La fenomenología de la religión
A principios del siglo XX, Edmund Husserl inicia un
vigoroso movimiento filosófico, llamado fenomenología, que
literalmente significa "ciencia de los fenómenos". Fenómeno
es todo hecho presente inmediatamente a la conciencia con
anterioridad al acto por el que sería elaborado, interpretado o
deformado.
38
Una vez hecha la reducción fenomenológica,
desaparecen los intermediarios sensibles y queda únicamente
la descripción de las esencias, es decir, lo puramente
inteligible, comprensible, lo universal. Una aplicación
fenomenológica a la teodicea la llevó a cabo Max Scheler, el
cual aplicó el método fenomenológico al estudio de la vida
moral y religiosa. El valor posee una objetividad por la que se
imponen a la conciencia estimativa, y es en función de los
valores religiosos que se puede plantear la cuestión de Dios.
Desde este punto de vista, el conocimiento de Dios ya no es
un producto del razonamiento formal, sino fruto de la
estimación de los valores religiosos.
39
Siguiendo la doctrina de santo Tomás, deberíamos
distinguir una doble intuición: aquella del conocimiento
habitual, a la que les es suficiente con la presencia ontológica
del ser inteligible en el intelecto; y aquella otra, propia del
conocimiento actual, que exige la presencia in ratione obiecti o
la presencia noética del objeto al intelecto. Aunque es cierto
que Dios está en el alma por esencia, presencia y potencia, no
tiene presencia noética, es decir, no está como objeto de
intelección, tal como requeriría su conocimiento actual. Esta
fue la argumentación de santo Tomás a la cuestión de la
evidencia de Dios:
“La existencia de Dios es ciertamente evidente en
absoluto, porque El es su mismo ser. Pero con respecto a
nosotros, que no podemos concebir lo que es, no es evidente.
Por ejemplo, que el todo sea mayor que su parte es en
absoluto evidente. Pero para el que no concibe qué es el todo,
no es evidente. Y así sucede que nuestro entendimiento se
halla, respecto a lo más evidente, como el ojo de la lechuza
respecto del sol, como se dice en el II de los “Metafísicos”. No
es necesario que, conocido el significado del término “Dios”,
sea evidente inmediatamente su existencia, como afirmaba la
“primera” razón. En primer lugar, porque no es para todos
evidente, ni aun para los que conceden la existencia de Dios,
que sea la cosa más alta que se puede pensar, pues muchos
de los antiguos hasta afirmaron que este mundo es Dios. Ni
siquiera las diversas interpretaciones que San Juan
Damasceno da al término “Dios” nos autorizan para afirmar
esto. Además, supuesto que todos entiendan que es un ser
superior a cuanto se puede pensar, no se sigue
necesariamente que exista en la realidad. Debe haber
conformidad con el nombre de la cosa y la cosa nombrada.
40
(...) Así como para nosotros es evidente en sí que el
todo es mayor que cualquiera de sus partes, así la existencia
de Dios es evidentísima en sí para los que ven la esencia
divina, por ser ésta idéntica a su existencia. Mas, como no
podemos ver su esencia, llegamos a conocer su existencia no
en si misma, sino por sus efectos.” (C. G. L.1. c. 11)
6 Crítica general
41
a) La proposición "Dios existe" es absolutamente per se nota
(evidente por sí misma).
42
La proposición "Dios existe" tiene evidencia ontológica,
es decir, ciertamente la existencia corresponde
necesariamente a Dios. Pero no tiene evidencia noética
inmediata, porque no conocemos los términos de la
proposición, es decir, no sabemos lo que Dios es.
43
Dios no es el objeto formal propio de nuestro intelecto,
ni Dios se nos manifiesta inmediatamente en el objeto formal
propio de nuestro intelecto.
44
III. LA POSIBILIDAD DE LA DEMOSTRACIÓN
1 El agnosticismo teológico de Kant
La idea de la existencia como posición absoluta fue
elaborada por Kant en su obra El único fundamento posible de
una demostración de la existencia de Dios (PPU, Madrid
1989). Esta obra fue publicada en 1763 pero se acostumbra a
establecer hacia el año 1772 el periodo más crítico con el
problema de la existencia. Por tanto, esta obra se incluye en
el denominado periodo precrítico, en el cual busca los
principios fundamentales que lo llevan a redactar Crítica de la
razón pura (1781) (Manuel García Morente. Tecnos. Madrid.
1981).
45
“La modalidad de los juicios es una función muy
especial de los mismos que se caracteriza por no contribuir en
nada al contenido del juicio (pues fuera de la cantidad,
cualidad y relación, nada queda ya que constituya el contenido
del juicio), y referirse tan sólo al valor de la cópula, en
relación con el pensar en general.” (Kant, E., Crítica de la
razón pura. Manuel García Morente. Madrid, Tecnos, 2002. p.
204)
De la misma manera que la modalidad no es un
predicado especial de los juicios, tampoco los conceptos
modales, entre ellos el de la existencia, no añaden ninguna
determinación especial a la cosa. Kant divide el análisis del
conocimiento en dos grandes mundos: el de la intuición y el
del concepto. Para que se produzca el conocimiento es
necesario que las categorías del concepto se apliquen a las
intuiciones de las impresiones sensibles. Los conceptos sin
intuiciones son vacíos, y las intuiciones sin conceptos son
ciegas. Por la intuición se nos da la materia del objeto y la
categoría proporciona la forma. De su unión resulta el objeto
conocido. Este maridaje fecundo entre la intuición y el
concepto, en qué consiste el conocimiento, significó una
verdadera revolución copernicana en la filosofía posterior.
De la aplicación de las categorías a las intuiciones se
derivan una serie de principios puros del entendimiento, que
establecen para los objetos de conocimiento unas cuantas
verdades a priori. Según se trate de las categorías de
cantidad, de calidad, de relación o de modalidad, estos
principios recibirán el nombre de axiomas de la intuición,
anticipaciones de la percepción, analogías de la experiencia y
postulados del pensamiento empírico.
46
Aquí únicamente nos interesa decir algo de los
postulados del pensar empírico en general, y más
concretamente del que resulta de la aplicación de la categoría
de existencia. Pues bien, los postulados aplicables a la
categoría de la existencia son tres:
“1º. Lo que conviene con las condiciones formales de la
experiencia (según la intuición y los conceptos), es posible.
47
Hay que advertir que la intuición de la que nos habla
Kant es la intuición sensible, "estética" (de αϊσθησις =
sensación). De lo que se ha dicho, claramente se infiere que la
existencia nunca podrá ser conocida enteramente a priori.
Para conocer a priori la existencia se necesitaría que el
concepto de la cosa precediera a su percepción y que por el
mero análisis del concepto obtuviéramos la existencia real del
objeto. Es verdad que el postulado de la realidad demandando
percepción no exige una percepción inmediata del objeto para
conocer su existencia, pero sí su conexión con alguna
percepción real según los principios del enlace empírico
(analogías de la experiencia). Por tanto, aunque enteramente
a priori no podemos conocer ninguna existencia, podemos
hacerlo comparative a priori, es decir, relativamente a otra
existencia ya dada, siempre en el ámbito de una experiencia
posible.
Pero cualquier pretensión de sobrepasar los límites de
la experiencia posible debe ser declarada ilusoria. El
entendimiento no puede conocer la existencia de Dios porque
Dios no es un objeto experimentable, porque no es intuido
sensiblemente ni está en relación con lo empíricamente
intuido. Kant niega la manera de conocer intuitiva de la razón
humana. No hay ninguna otra intuición en el hombre que la
sensible. Kant inicia un amplio análisis para concluir que en la
base de este uso ilegítimo del intelecto se encuentra una
ilusión trascendental inevitable. Para Kant la idea de Dios es
una mera idea.
Como valoración crítica de la posición kantiana,
podemos decir que el conocimiento en Kant se define
exclusivamente en función de la intuición sensible (pura y
empírica). Pero esto implica:
48
a) La negación de la abstracción formal de la inteligencia
humana, que es capaz de llegar al ser de las cosas sensibles,
punto de partida de la demostración de Dios.
49
Todo conocimiento es una concepción que se expresa
en un concepto, incluso el verbo. Si el ser es conocido, lo es
por el concepto. Pero no es menos cierto que la palabra
"concepto" puede tener un sentido más restringido, más
esencialista y más extenso. Es históricamente cierto que los
tomistas no aceptaron fácilmente la afirmación de la no
predicabilidad o conceptualización de la existencia. Entre otras
consecuencias, esto implicaría la imposibilidad de la metafísica
como ciencia del ente en cuanto ente. Pero, si queremos
insistir en la plenitud de la noción de ente, tenemos que
insistir en la composición de esencia y de otra cosa que no es
la esencia. Esta otra cosa que no es esencia, no se puede
concebir y parece que toda la estructura metafísica cae. El
problema es mantener que el ente actual es compuesto de
esencia y ser (ut actus). Cuando afirmamos que el ser no
puede ser conceptualizable queremos decir que, no siendo
una esencia, no puede ser captado por un "concepto" (como
si se tratara de la aprehensión de una esencia).
Evidentemente esto no quiere decir que no sea objeto de
concepción, sino ¿cómo se le podría conocer? Pero no de una
simple aprehensión, como si se tratara de una esencia, que no
es.
Está claro que la existencia se puede predicar, pero no
en el sentido "moderno" porque, entonces, la gente entenderá
que la existencia se puede predicar de la esencia como una
determinación esencial más. Y eso no puede ser así. Hay tres
significados de ser:
50
El primer y segundo significado son reales; el tercero
no existe realmente, sino sólo en el entendimiento, pero el
significado de "es" no es el mismo en los tres casos.
En "Sócrates es blanco", "es blanco" es un solo
predicado y "es" tiene la función de cópula lógica. "Es blanco"
es un predicado conocido a través de un concepto. En cambio,
"Sócrates es" puede significar que "Sócrates" es algo en la
naturaleza de lo real. Sócrates sería entonces el sujeto del
cual se predica que "es". También aquí tenemos una
proposición de dos términos, al igual que en el caso anterior,
pero ahora el predicado es un verbo. Sócrates sigue siendo
una esencia, un nombre, pero ¿su predicado se refiere
también a una esencia como en el caso de "blanco"? Es decir,
"Sócrates es blanco" ¿es una proposición idéntica a "Sócrates
es"? No hay problema en cuanto a la "concepción".
51
La existencia es “extra genus notitiae”, es decir, “está
fuera” del orden no del conocimiento, pero sí del conocimiento
discursivo. Puede haber discurso para afirmar el ser, pero no
de él. El ser es el elemento del ente que, porque no es
esencia, no se puede tener en la definición quiditativa de él.
2 El agnosticismo positivista
El positivismo afirma la imposibilidad de salir del orden
de los fenómenos para establecer la existencia de una Causa
primera. El fundamento noético del agnosticismo positivista es
el nominalismo, que había relegado los conceptos abstractos a
ser meras entidades verbales, y que sólo reconocía la intuición
sensible como única fuente de conocimiento. Con esta
reducción de las fuentes del conocimiento al mero sentido, el
nominalismo empirista niega toda facultad al ser.
El precedente más inmediato del agnosticismo
positivista es David Hume que, fiel al principio nominalista,
declara que todos los conceptos abstractos son entidades
verbales y reduce todo el mundo de las ideas a meras
imágenes sensibles. La idea es una imagen acompañada de
un nombre común, pero estas imágenes no trascienden nunca
el orden de los fenómenos. Hume rechaza por igual la
categoría de sustancia, que sólo es un puro nombre, y la
noción de causalidad.
52
De hecho, para explicar la causalidad es suficiente
tener en cuenta dos cosas: 1) dos fenómenos, uno de los
cuales se denomina antecedente y el otro, consiguiente, y 2)
la relación o conexión de estos dos fenómenos. Pero que
tengamos conocimiento del influjo causal que existe entre los
dos fenómenos es más que cuestionable. En este sentido es
muy conocido el ejemplo de las bolas de billar.
“He aquí una bola de billar quieta sobre la mesa, y otra
bola que se mueve hacia ella con rapidez. Las dos chocan; y la
bola que anteriormente estaba en reposo adquiere ahora un
movimiento. Esta es una tan perfecta instancia de la relación
de causa y efecto como cualquier otra que conozcamos, sea
por sensación o por reflexión. Examinémosla por tanto. Es
evidente que las dos bolas entraron en contacto antes de que
fuese comunicado el movimiento, y que no hubo intervalo
alguno entre el choque y el movimiento. La contigüidad en
tiempo y lugar es, por lo tanto, una circunstancia requerida
para la operación de todas las causas. Es evidente
similarmente, que el movimiento que fue la causa es anterior
al movimiento que fue el efecto. La prioridad en tiempo es,
por lo tanto, otra circunstancia requerida en toda causa. Pero
esto no es todo. Probemos con otras bolas del mismo género
en una situación similar, y siempre hallaremos que el impulso
de la una produce movimiento en la otra. Hay aquí, por lo
tanto, una tercera circunstancia, a saber, la de una conjunción
constante entre la causa y el efecto. Todo objeto similar a la
causa, produce siempre algún objeto similar al efecto. Más allá
de estas tres circunstancias de contigüidad, prioridad, y
conjunción constante, nada puedo descubrir en esta causa La
primera bola está en movimiento; toca a la segunda;
inmediatamente la segunda se pone en movimiento; y cuando
pruebo el experimento con las mismas o semejantes bolas, en
53
las mismas o semejantes circunstancias, encuentro que al
movimiento y contacto de una de las bolas, sigue siempre el
movimiento de la otra. Por más giros que le dé a este asunto,
y por más que lo examine, no puedo hallar nada más en él.”
(Hume, D., Compendio de un Tratado de la naturaleza
humana. Félix Duque. Clásicos del pensamiento. Tecnos.
Madrid)
Una bola de billar choca con otra poniéndola en
movimiento. Lo único que se puede establecer y comprobar es
que la primera bola en movimiento choca con la segunda, y
que la segunda bola empieza a moverse al recibir el choque
de aquella, pero el influjo causal o causalidad de una bola en
la otra no es percibida nunca por sentido.
En realidad, el razonamiento que se habían hecho los
lógicos anteriores a Hume era de tipo psicológico. Cuando es
el sujeto el que hace un esfuerzo (para detener una bola, por
ejemplo) entonces tiene conciencia inmediata de este
esfuerzo; por tanto, la idea de causa tendría validez al menos
cuando se trate del mismo sujeto cognoscente. Y podría
hacerse extensiva a las cosas del mundo exterior, ya que el
esfuerzo que uno puede hacer, y del que tiene conciencia, no
es mayor ni menor del que hace la primera bola para poner en
movimiento la segunda bola. Pero Hume rechaza totalmente
este argumento, afirmando que nuestra conciencia inmediata
de la causalidad interna es más que cuestionable. Lo único
que podemos asegurar es que al fenómeno "bola de billar" le
corresponde otro fenómeno: "la detención de su movimiento".
54
Es conocida la famosa ley de los tres estados de
Augusto Comte. El problema de la demostración de la
existencia de Dios adquiere un carácter religioso. El Dios que
es imposible demostrar no es el Dios, primera causa de los
fenómenos, sino el Dios de la religión. De forma que debe
demostrar que la creencia en Dios está desprovista de
fundamento. Y en realidad no podía llegar a otra conclusión,
teniendo en cuenta que el principio fundamental de Comte,
siguiendo el nominalismo empirista, es que todo conocimiento
debe ser intuitivo y sensible. Como la fe no es producto de la
intuición sensible, sino que versa sobre una realidad
presuntamente inventada en estadios anteriores, se trata de
una vana creencia.
3 El agnosticismo fideista
Luis de Bonald fue el principal representante del
fideísmo que propone la fe como primera y, en definitiva,
única fuente válida de conocimiento cierto. Este exclusivismo
noético pone el ejercicio total de la causalidad cognoscitiva en
Dios, mientras que la razón, los sentidos y los objetos mismos
no son causas de conocimiento humano. De esta doctrina
noética se deriva inmediatamente una importante
consecuencia en consideración al tema que nos ocupa: la
imposibilidad de la demostración racional de la existencia de
Dios con anterioridad o con independencia de la Revelación.
La existencia de Dios es primariamente objeto de fe. Por
tanto, si Dios no se hubiera revelado al hombre, hubiera sido
siempre desconocido para nosotros. Ya desde un punto
meramente lógico, el fideísmo es insostenible, pues comienza
por negar la validez de una razón que no esté apoyada en la
fe, y acaba por defender la fe sustentada en la razón.
55
El fideísmo es un racionalismo de la fe. Los fideístas
defienden con la razón la verdad, por definición no-racional,
del fideísmo.
Por otra parte, el modernismo no es más que el
positivismo aplicado al hecho religioso. No nos ha de extrañar
encontrar sus precedentes en Kant y Lutero, por un lado, y en
Comte y los positivistas por otro, ya que los dos principios del
modernismo son el agnosticismo y la inmanencia vital.
Necesitamos abandonar la dimensión teórica de la
demostración de Dios y atenernos a los hechos positivos. La
experiencia religiosa decidirá, pues, en último término la
solución positiva del problema filosófico de Dios. Dios no será
nunca el fruto de una investigación teórica. No hay, pues,
ninguna posibilidad de hacer una demostración científico
especulativa de la existencia de Dios. La teodicea con sus
argumentos, aplicaciones de la causalidad o motivos de
credibilidad no nos aportarán nunca un conocimiento de Dios
que pueda ser experimentado. Y es que el principio de
causalidad eficiente nos remonta siempre de unos hechos
empíricos a otros hechos también empíricos, sin llevarnos
nunca a una realidad por principio inexperimentada.
56
La vía científica experimental es radicalmente incapaz de
conducirnos a una demostración de la existencia de Dios.
Ahora bien, la existencia de Dios sólo puede ser determinada
si en lo que conocemos encontramos algo efectuado que sólo
pueda ser atribuido a Dios como causa propia. Una vez Kant
ha negado la realidad y posibilidad de esta metafísica, debe
negar también la posibilidad de demostrar la existencia de
Dios.
El problema de la demostración de la existencia de Dios
se plantea en el estricto ámbito de la metafísica. Y esto en los
dos momentos de esta demostración: el punto de partida y el
proceso de la demostración. Por un lado, el punto de partida
de la demostración no puede ser ninguna afirmación de la
ciencia, sino un punto inicial metafísico, que pertenece a la
ontología. Por otro lado, también el proceso demostrativo, que
pertenece a la teodicea, debe ser formalmente metafísico. Así
pues, la vía de acceso a la demostración exige el valor
metafísico de la noción de ser (posibilidad de la ontología); y
el proceso de demostración exige la validez metafísica del
principio de causalidad (posibilidad de la teodicea). El
agnosticismo existencial se nutre de la negación de este doble
supuesto: la negación del valor metafísico de la noción de ser
y la del principio de causalidad.
En este proceso demostrativo hay que excluir la fe y la
Revelación, ya que la fe es posterior y debida a la Revelación
y ambas presuponen un ejercicio racional. Todas las formas
de agnosticismo, haciéndose eco del nominalismo, coinciden
en la negación de la abstracción como vía cognitiva. Todas
parten, implícita o explícitamente, del hecho de que no existe
un intelecto capaz de intervenir en la elaboración del
conocimiento humano.
57
Tanto Kant, como el positivismo posterior, después de
haber afirmado que únicamente la intuición es fuente de
conocimiento, coinciden en la negación de la tarea abstractiva
de la inteligencia. La primera consecuencia de la negación de
la abstracción es precisamente la negación del valor metafísico
de la noción de ser y la segunda, la reducción del principio de
causalidad al orden de los fenómenos físicos.
Hay que plasmar la crítica a este doble supuesto. ¿Es
válida la negación de la abstracción? Y si no lo fuera, ¿podrían
seguir siendo válidas las negaciones del valor metafísico de la
noción de ser y el principio de causalidad? ¿Es válido afirmar
que sólo podemos conocer intuitivamente? Para responder a
estas cuestiones necesitamos superar el principio de
inmanencia que postula Kant y proponer una noética
apropiada en la distintio que configura la contingencia de los
entes. Si una facultad es absolutamente independiente de
todo órgano corporal tendrá por objeto propio el ser espiritual
puramente inteligible. Pero si un ser espiritual no subsiste en
sí mismo, sino que es una sustancia incompleta que toma
cuerpo en una materia, entonces el objeto propio de su
conocimiento será el ser inteligible realizado en el sensible. El
objeto propio de nuestra facultad de conocer son las formas
inteligibles inmersas en los seres sensibles. Por este motivo
nuestro acto noético sólo es posible gracias a los sentidos, que
nos proporcionan la materia en su individualidad de la cual
podemos extraer la forma en su universalidad. Esta extracción
es obra de la abstracción, condición imprescindible del
conocimiento propio del hombre. Rehabilitada la abstracción
como condición imprescindible del conocimiento humano, no
constituye ningún problema ni la afirmación del valor
metafísico de nuestra noción de ser, ni la validez del principio
de causalidad.
58
IV. BASES NOÉTICAS DE LA DEMOSTRACIÓN
DE DIOS
DE DIOS
59
Consiste en separar el todo universal de sus partes
subjetivas, como se hace al abstraer "animal" "de hombre". Y
puede ser formal cuando se fundamenta en la composición de
la forma y la materia o del acto y la potencia y consiste en
separar lo que es formal y actual de lo que es material o
potencial.
En el interior de las demostraciones metafísicas
conviene efectuar otra distinción muy importante entre el
conocimiento de existentes o de esencias y propiedades. Toda
demostración que concluya en una existencia debe iniciarse
necesariamente en algún hecho existencial que sea evidente a
la observación sensible, pero hay que tener en cuenta que,
incluso en este caso, lo sensible no será nunca un medio de
demostración metafísica. Únicamente la demostración
metafísica puede alcanzar la existencia de una realidad que no
se encuentra en el orden de la experiencia sensible. La
demostración metafísica es de tipo causal, pero en la
causalidad hay que distinguir dos tipos de demostración: la
que va de la causa al efecto y la que va del efecto a la causa.
La demostración por la causa se llama a priori, porque la
causa tiene prioridad ontológica sobre el efecto.
60
Remontando la vía de la causalidad eficiente
procederemos desde los efectos a demostrar la existencia de
la causa, es decir a conocer que la causa existe. Si se da el
efecto, es que la causa preexiste. En cuanto a la existencia de
Dios, debemos decir que es demostrable siempre que nos
encontremos con efectos que sólo puedan ser atribuidos a
Dios, como su causa propia. Ahora bien, la demostración a
posteriori de la existencia de Dios es específicamente
metafísica, y, por este motivo, lo sensible, lo experimentable
entrará sólo desde un punto de vista material en el contenido
de la metafísica, ya que formalmente la metafísica se ocupa
únicamente de lo suprasensible. Por tanto, el punto de partida
de la demostración de la existencia de Dios, aunque se
encuentra en el mundo de las realidades físicas, sensibles a la
observación y a la experiencia, será siempre entendido desde
su formalidad metafísica. El dato a partir del cual se inicie la
prueba de Dios será el ser de los entes que constan al sentido.
A partir de la grieta noética que el nominalismo de
Ockham abrió al problema metafísico de Dios, los filósofos que
pretenden una solución positiva de esta cuestión se dividieron
en dos grandes grupos: los intuitivistas y los abstractivistas.
Descartes y Cayetano son los genuinos representantes de
cada uno de estos sistemas respectivamente. El punto de
partida de la demostración de Dios será o bien el
conocimiento intuitivo de la idea clara y distinta de infinitud y
perfección de la esencia divina (Descartes) o bien el
conocimiento abstractivo del ser de las cosas sensibles tal
como se nos da en el tercer grado de formalidad (Cayetano).
Descartes piensa que el conocimiento de esencias es
anterior por necesidad al conocimiento de existencias, de tal
forma que el conocimiento de lo que Dios es, nos vendrá dado
61
por intuición en la misma idea de Dios, es decir, en la idea de
perfección y infinitud que el yo encuentra en su propio ámbito
noemático (intuición intelectual). Esta prioridad de la idea o
esencia de Dios por encima del conocimiento de su existencia
le parece más que cuestionable a Cayetano que abandona la
intuición, y busca en la abstracción la condición imprescindible
de nuestro acceso a Dios.
La ciencia se da cuando los entes concretos se
encuentran despojados de toda realidad sensible, gracias a la
abstracción. Ahora bien, Cayetano nos propone dos tipos de
abstracción: la total y la formal. La abstracción total consiste
en separar el todo universal de sus partes subjetivas, de la
misma forma en que separamos "animal" o "racional" de
hombre. Cuando decimos "'el hombre es animal racional", es
evidente que es todo el hombre el que es animal, y todo el
hombre el que es racional. La abstracción total se efectúa
sobre la totalidad del objeto mental. La abstracción formal, en
cambio, se fundamenta en la composición de materia y forma
o de potencia y acto y consiste en separar lo que es formal y
actual de lo que es material o potencial. En este sentido,
cuando decimos que "Pedro tiene raciocinio" o “Pedro tiene
cuerpo” sólo abstraemos una parte del todo: la racionalidad o
la corporeidad.
La abstracción total puede ser específica (si separamos
la especie de los individuos, como en el caso de hombre en
referencia a Pedro o Juan) o genérica (si separamos el género
de las especies, como en el caso de animal en referencia a
hombre o caballo). La abstracción formal se da siempre que
separamos lo que es actual o determinante de lo que es
potencial o indeterminado. Por otra parte, hay diferentes
"grados" de abstracción formal: la abstracción física se obtiene
62
gracias a una relativa depuración, cuando sólo se separa la
singularidad de la materia sensible pero no se prescide de sus
propiedades. En la abstracción matemática se separan las
cualidades sensibles y se "mantiene" la cantidad o materia
inteligible. Por último, con una depuración completa, se
encuentra la abstracción metafísica que consigue depurar
tanto la materia sensible como la inteligible.
En la abstracción total se incluye el todo, pero de una
forma genérica y confusa. El cuerpo mental, que existe en el
abstracto "hombre", es muy diferente del cuerpo real. En
cambio, la abstracción formal, es mucho más precisa, pero
parcial. La animalidad o la racionalidad son características del
hombre pero no son todo el hombre. El uso de estos dos tipos
de abstracción condiciona el acceso racional al ser, pero en
cualquier caso, tanto si entendemos la esencia como una
parte o como el todo, la abstracción siempre pone aparte un
elemento del todo.
63
Y precisamente cuando intentamos encontrar el orden
en la diversidad y mostrar que no se trata de una anarquía de
elementos, es cuando nace la analogía y la participación.
64
Pero ya que las dos primeras condiciones se
encuentran unidas a la tercera en tanto que implicaciones
suyas (en el conocimiento objetivo se encuentra connotada la
existencia del objeto conocido y la existencia del sujeto
cognoscente), la validez u objetividad del conocer puede
expresarse como el valor metafísico de la inteligencia humana.
2 Noética de la distintio
Habíamos advertido en párrafos anteriores la necesidad
de elaborar un marco eidético capaz de explicar
convenientemente la intelección del ser como acto. La
metafísica quedaría incompleta si pasaba por alto la actividad
cognitiva con la que conocemos el ser de las cosas. El
diferente uso de la abstracción formal y total era sólo un
aspecto de este nuevo marco noético que incluye, entre otros,
el concepto objetivo de las cosas, la relación del ente concreto
respecto lo abstracto o la iluminación de las operaciones
intelectuales.
65
El primer gráfico manifiesta la posición
epistemológica del realismo. Las esencias reales (el círculo
concéntrico) llegan al entendimiento directa e
inmediatamente. Esto se produce debido a que las ideas
únicamente son el camino “a través del cual” (quo) se
produce esta unión intencional. Son bien distintas las cosas
en el segundo gráfico que pone de manifiesto la posición
idealista. El grabado está dividido en dos grandes campos
por una línea vertical (el principio de inmanencia). Esta vez
las esencias de las cosas no llegan hasta el entendimiento.
Ahora no es la realidad sino las mismas ideas las que son
conocidas (quod).
66
Lo que aquí está en juego es la opción de dos
metafísicas radicalmente diferentes, que divergen en la
comprensión del carácter autónomo del orden de la
existencia. Esta comprensión le es imposible a quien se
acerque al ser por el camino de la representación conceptual.
68
individuales participa de la fuerza del sentido común. A él le
son ordenados los datos sensibles comunes, llamados así
porque informan los contenidos propios de los sentidos
individuales como fundamento común de todos ellos. No hay
color ni dureza sin extensión ni sonido sin una dirección de la
cual provenga.
Se trata, en último término, de la espacialidad que
santo Tomás llama quantitas y, Kant, "espacio". Mientras que
los sentidos externos sólo perciben el espacio dentro de los
límites que les es propio, es decir, dentro de los límites
impuestos por cada sentido, el sentido común capta el espacio
en sí mismo, y éste es percibido en toda su plenitud. El
espacio es el objeto formal del sentido común presente a
priori en él.
69
fundamental de la intuición, como percepción del ente real y
presente.
70
Pero en el espacio se anuncia ya el tiempo, ya que el
tiempo deja entrever una extensión, por pequeña que sea, en
el hecho de que las impresiones se suceden las unas a las
otras. Las ondas del aire no nos llegan simultáneamente sino
sucesivamente, ni los objetos se presentan al sentido común
en un "ahora mismo" indivisible. Porque los sentidos
individuales y el sentido común puedan transformar todo este
material deben realizar una unificación en el tiempo o unir lo
que acaba de pasar en el presente.
Sin este presente psíquico no podría constituirse el
color o el sonido. Pero el presente psíquico es muy corto y
realiza el tiempo sólo en los contenidos individuales y del
sentido común. Aquí lo indirectamente percibido apunta a una
facultad superior -la memoria sensible-, a la que se ordena el
tiempo en él mismo, y con él, el pasado en toda su extensión,
de manera que el tiempo se presenta como el objeto formal
constitutivo de la memoria inserido a priori en ella.
Este objeto formal es lo que hace posible no sólo
aquello que está unificado en el espacio sino también en el
tiempo, si el pasado se nos da como ampliación y
complemento del presente. Como condición de posibilidad, el
tiempo configura los objetos formales del sentido común y de
los sentidos individuales que quedan co-constituidos por él. La
memoria penetra en las facultades de la percepción sensible
que le están subordinadas.
71
Mientras que la percepción depende de lo
inmediatamente presente, la representación proviene de la
espontaneidad de la memoria, evocando a la conciencia lo que
se encuentra en ella conservado. Por esta razón no es
necesario que un ente actúe sobre los sentidos como algo real
y presente. La representación nos ofrece algo experimentado
anteriormente, pero no lo experimentado en el presente
inmediato. La representación está a un nivel inferior a la
intuición, pero también puede calificarse de intuición en tanto
que representa contenidos intuidos anteriormente. Aquello
experimentado en un momento determinado se encuentra
enriquecido y completado, pero también recubierto y
desenfocado. A veces no se puede discernir con certeza que
se ha percibido realmente. Una vez más esto pone de
manifiesto la limitación de la intuición sensible.
La fantasía o imaginación se encuentra intrínsecamente
relacionada con la memoria, ya que ambas pueden
considerarse actividades de la misma facultad. Mientras que la
memoria evoca contenidos relacionados con experiencias del
pasado, la fantasía no necesita de esta relación. Por otra
parte, la imaginación evoca el pasado sin transformarlo
mientras que en la fantasía hay una especie de transformación
del pasado. Debido también a la unión de estas dos
facultades, la fidelidad de la memoria se ve a menudo
afectada por la fantasía.
72
2.1.3 La cogitativa
La experiencia no se acaba en la intuición sensible,
unida en el espacio y el tiempo. Según Kant, esto todavía es
un contenido "ciego", es decir, carece de toda interpretación.
Todas las facultades sensibles prescinden de la interpretación
o bien se limitan a unificar, en niveles más altos, las
impresiones que han recibido. Y por lo que respecta al tiempo,
sólo ponen en juego el presente y el pasado pero dejan de
lado el futuro. Un poco en esa dirección se orienta la fantasía
porque dibuja algo nuevo y da una interpretación que no se
encuentra prefigurada en lo meramente percibido. Esta
interpretación la realiza la facultad sensible más elevada que
en los animales se llama estimativa y en las personas
humanas cogitativa.
Efectivamente, los contenidos experimentados mueven
afectivamente tanto a los animales como a los hombres y
suscitan movimientos como el deseo o repugnancia, la tristeza
o la alegría. Estos movimientos son causados en parte por los
contenidos respectivos pero también por la misma
peculiaridad de cada especie. Estas reacciones son
movimientos respecto de lo que conviene o no a la propia
vida. El animal puede encontrar alimentos, huir de los
enemigos, captar el peligro etc.
Se trata de una estimación que da a aquello que ya
está espacial y temporalmente unido una interpretación y
orientación hacia determinados fines, como la construcción de
un nido o la defensa de los enemigos. Todo esto implica ya,
en buena medida, alguna previsión del futuro, aunque sólo
sea a nivel del impulso instintivo dado por la propia
naturaleza.
73
Es verdad que el animal se encuentra limitado al
fenómeno en relación a la acción o la pasión, y todavía no
capta la cosa en sí misma. De hecho Kant hace extensiva esta
limitación al conocimiento del hombre que no supera la
interpretación subjetiva o no es capaz de objetivar su
conciencia. La propiedad específica de la cogitativa consiste en
estimar lo espacial y temporalmente unido no sólo por su
importancia en relación a la acción o pasión humanas sino
según su significado interno. Así interpreta algo de color como
"hombre", o algo resistente como "madera", formando figuras
o imágenes intuitivas de lo que son las cosas en sí mismas. En
la imagen domina la propia unidad interior y por este motivo,
la cogitativa puede llamarse "potencia unitiva". Aquí empieza
la percepción de la cosa en sí, ya que se da la interpretación
objetiva que introduce nuestra experiencia en el proceso de la
objetivación. La imagen-cosa que hace posible la unificación
de las impresiones y de la experiencia objetiva constituye el
objeto formal a priori de la facultad cogitativa.
Tanto la cogitativa como la estimativa informan todos
los grados de la sensibilidad y elaboran el material sensible.
Así llegamos a poseer los diversos mundos o entornos, dentro
de los cuales se desarrolla la experiencia. El hombre, en
cambio, llega al mundo en sí mismo. Al sobrepasar el límite de
su entorno se va aproximando al mundo en sí mismo. El
entorno del animal se constituye por la propia naturaleza, pero
en la naturaleza del hombre se encuentra ya prefigurado el
paso del entorno al mundo, del para-nosotros al en-sí. En la
naturaleza del hombre se encuentra la condición que hace
posible la manifestación de la cosa en sí misma. La imagen-
cosa de la cogitativa no puede entenderse en sí misma sino es
informada por esta condición.
74
De ahí que la diferencia entre la estimativa y la
cogitativa sea un desbordamiento (refluentia) de la vida
espiritual sobre la sensible, y el grado más alto de la
sensibilidad humana coincide con el grado más ínfimo de la
percepción espiritual. En el animal la interpretación de lo
espacial y temporalmente unido permanece en la subjetividad,
y pertenece al campo de la representación. Por eso su
experiencia no llega hasta la realidad sino que se queda en los
fenómenos. El hombre, en cambio, entra en la interpretación
objetiva de lo real, realiza una percepción que penetra en la
misma realidad y que puede denominarse experiencia en
sentido propio. Está orientada al en-sí de la cosa y puede
decirse experiencia óntica.
El diverso contenido de la estimativa y la cogitativa es
resultado de una muy diversa elaboración que está
determinado por las formas a priori del animal y del hombre.
Esta elaboración activa es la aludida por santo Tomás cuando
afirma que la cogitativa añade (adinvent) las imágenes-cosas
al material. El modo de elaboración se encuentra
predeterminado en la estimativa y en la cogitativa en todos los
niveles de la sensibilidad.
75
2.1.4 El futuro y el sujeto
76
El gráfico muestra las distintas operaciones
efectuadas durante el proceso de abstracción (movimiento
de la cosa al entendimiento). Desde la esencia real (círculo
concéntrico) de la cosa misma, el movimiento de abstracción
significa una gradual desmaterialización de la cosa percibida
por el sentido hasta llegar a la idea concebida en el
entendimiento.
77
Kant da un paso adelante cuando afirma que el tiempo
no es sino la forma del sentido interno, es decir, de la
intuición de nuestro propio yo y de nuestro estado interior. A
la intuición de los objetos externos se añade ahora la intuición
de nuestros estados internos. Es más, esta última se
encuentra contenida siempre en la primera, por lo que no se
puede realizar sin ella. Mi percepción de las cosas presupone
de hecho que yo percibo mi propio percibir. La experiencia
directa del objeto incluye la experiencia refleja del sujeto.
Igualmente en santo Tomás encontramos que el
sentido no sólo es consciente de sus contenidos (sensibilia)
sino también de su propio acto (sentit se sentire). Cuando
está volcado sobre el otro también lo está en sí mismo, en una
"vuelta" sobre sí mismo que todavía es bastante rudimentaria
(redire incipit, non tamen completur eius reditio). No se trata
aún de la clara vuelta sobre uno mismo en que consiste la
auto-conciencia, sino tan sólo una noticia confusa de los
propios actos sensibles.
78
El tiempo es la condición formal a priori de todos los
fenómenos en general, y no sólo del sentido interno. Kant sólo
asigna al tiempo una "realidad empírica" que ha de unirse a la
"idealidad trascendental". Esto quiere decir que el tiempo, sin
las condiciones subjetivas de nuestra intuición sensible, no es
absolutamente nada. También Aristóteles afirmó que si no
existiera el alma humana, no habría tiempo, ya que el tiempo
sólo es el "número del movimiento según un antes y un
después" y sólo el hombre, al contar el antes y el después,
puede llegar a la esencia del tiempo.
79
Santo Tomás estudió como los afectos o pasiones
pertenecen a la sensibilidad y distingue la apetencia
(concupiscible) de la ira (irascible). En estas pasiones hay
muchos grados de intensidad tanto en el animal como en el
hombre, aunque, mientras que en el animal están
fundamentalmente dirigidas al objeto y ligadas al instinto, en
el hombre están orientadas a la objetivación y por tanto, no
están condicionadas únicamente por el instinto sino que
empiezan a abrirse al bien y al mal en sí mismos. Sea como
sea, la experiencia en sentido pleno incluye el compromiso del
sujeto que experimenta, y por tanto, incluye las reacciones
afectivas.
2.1.5 Tiempo y eternidad
Kant ve en la experiencia, además de la intuición
sensible, el concepto del entendimiento. Ni los conceptos sin
la intuición ni la intuición sin los conceptos pueden originar el
conocimiento. Es tan necesario hacer sensibles los conceptos
como hacer concebibles las intuiciones. No es el único filósofo
que fue consciente de la importancia de la relación entre
tiempo y eternidad.
80
Él afirma que la sensibilidad está sometida al tiempo
(pars sensitiva subiacet temporari) pero que el alma se
encuentra por encima de él (pars intellectiva animae
secundum se est supra tempus). El hombre está en el
horizonte del tiempo y la eternidad (in confinio).
“En realidad, aunque el ser del alma no dependa en
absoluto del cuerpo, sin embargo, cuando ambos están
unidos, el cuerpo sírvele de envoltura y es su propio sujeto
recipiente. De ahí que su propia operación, que es el
entender, aunque no depende del cuerpo, pues prescinde de
órgano corpóreo, tiene, no obstante, su objeto en el cuerpo, o
sea, el fantasma. Por eso, mientras el alma está en el cuerpo,
no puede entender sin fantasma, como tampoco recordar si
no es por la potencia cogitativa y memorativa, en las cuales se
preparan los fantasmas, como consta por lo ya dicho. Y por
eso esta manera de en tender y la similar de recordar,
destruido el cuerpo, desaparecen.
81
Otro ejemplo: También los hombres al dormir, no
usando de los sentidos, si no están impedidos por
perturbación alguna a causa de los humores o flatos,
perciben, bajo la influencia de agentes superiores, ciertas
cosas futuras que exceden el alcance de la razón humana. Y
este fenómeno se da sobre todo en los que sufren síncopes y
éxtasis, cuanto mayor es el alejamiento de los sentidos
corporales. Y esto no sucede sin razón. Porque, como el alma
humana está situada en el confín de los cuerpos y de las
substancias incorpóreas, “como existentes en el horizonte de
la eternidad y del tiempo”, apartándose de lo ínfimo se acerca
a lo supremo. Por esto, cuando está totalmente separada del
cuerpo, se asemejará perfectamente a las substancias
separadas en el modo de entender y con abundancia recibirá
su influencia.” (C.G II c. 81)
El planteamiento platónico siempre ha intentado
encontrar un acceso inmediato a lo eterno y a su
contemplación intuitiva mientras que el planteamiento
aristotélico busca el acceso mediado o indirecto de lo eterno,
rechazando la contemplación intuitiva. Lo eterno no se nos da
independientemente del tiempo sino dentro de él, en su
fundamento más profundo. Esta lealtad al tiempo no excluye
lo eterno, como ocurre en Kant y mucho más en Heidegger, al
contrario, el tiempo experimentado en su último fundamento
conduce al centro mismo de la eternidad. La eternidad sólo se
nos comunica en tanto que fundamento profundo de la
posibilidad del tiempo, conduciéndonos al entendimiento y la
razón. Conviene así pues la unificación en la simultaneidad.
Tanto tiempo como eternidad son modos de la duración pero
se distinguen en que, mientras el tiempo tiene su ser en la
sucesión (in quadam successione habet esse), la eternidad
está en la simultaneidad (aeternitatis esse est totum simul).
82
La unificación característica de todos los grados de
conciencia deberá conseguir una especie de simultaneidad de
todos los estados unificados. Esta simultaneidad está por
encima de cualquier dispersión o separación, tanto en la
yuxtaposición del espacio como en la sucesión del tiempo,
conduciéndonos hacia lo plenamente simple.
Según santo Tomás una potencia activa es más alta en
la medida en que está más unida. Los grados de conciencia se
distinguen según este grado de unidad. En los sentidos
individuales es donde hemos encontrado un grado mayor de
dispersión, ya que producen la descomposición del objeto total
en los objetos parciales que lo componen.
83
La síntesis viene del tiempo, al menos en su dimensión
de pasado que se encuentra en el objeto formal de la
memoria, que puede efectuar esta simultaneidad y captar de
una sola vez la extensión del objeto en todas sus dimensiones
temporales. Y finalmente la dispersión inicial queda superada
por la cogitativa que transforma lo unido espacial y
temporalmente en la imagen-cosa. Lo que hasta ahora sólo se
había unido exteriormente, queda unificado para la
interpretación de la cosa en tanto que imagen sensible gracias
al objeto formal de la cogitativa, y su unidad interna. Todo el
proceso descansa en la simultaneidad de la que procede y a la
que vuelve una y otra vez.
Los diversos grados de la sensibilidad caminan hacia
una superación cada vez mayor de la dispersión. Lo simple se
destaca cada vez más de la dispersión en la que inicialmente
se encuentra. Los objetos formales de cada facultad son
capaces de realizar una mayor síntesis, porque lo simple se
encuentra ya en ellos. Para entender sus objetos formales
necesitamos una explicitación de lo simple que está latente en
ellos. Ni el espacio ni el tiempo constituyen su horizonte
último.
Aún no se ha manifestado que es lo realmente simple.
Primero hemos buscado en los sentidos externos lo simple en
el espacio, pero no nos detenemos aquí, ya que el espacio nos
lleva al tiempo. El espacio es el mismo que el tiempo reducido
al presente, es una separación que se restringe al puro "ahora
mismo" y nos presenta los momentos como yuxtaposiciones,
pero el ahora mismo sólo puede comprenderse como paso del
pasado al futuro y esto quiere decir que el espacio sólo puede
comprenderse a partir del tiempo.
84
Así pasamos de lo simple en el espacio a lo simple en el
tiempo, llegando entonces a la memoria sensible. Pero
tampoco nos detenemos aquí. Lo espacial y temporalmente
unido de la imagen-que no es todavía su esencia total. No
basta con el presente y el pasado. Necesitamos el futuro que
forma parte del objeto formal de la cogitativa, y así pasamos
de lo simple en el tiempo a lo simple en la imagen-cosa.
Todos los objetos formales inferiores se entienden como
concreciones del objeto formal más alto: el de la imagen-cosa,
aunque todavía estamos en una cierta dispersión.
Pero lo simple se va destacando cada vez más de la
dispersión propia de la temporalidad y la espacialidad, y en
ello reside la condición de posibilidad de la función sintética.
Lo simple es lo que está por encima de la dispersión. Es
aquello supra-temporal y supra-espacial, aquello que es
simultáneo por excelencia (totum simul): lo eterno. Pero en la
medida en que lo simple va más allá de toda dispersión,
dejamos el terreno de lo sensible y empezamos el reino de lo
propiamente espiritual. Toda la vida intelectual está ordenada
a lo simple, está por encima del tiempo y participa de la
eternidad. De ahí que la inteligencia sea intus legere, es decir,
leer lo más íntimo de la realidad (excellentia cognitionis
penetrantis ad íntima). El conocimiento lee en la imagen
sensible aquello simple que está escondido y entonces lo
temporal se hace transparente a lo eterno.
2.1.6 Entendimiento y razón
En el campo espiritual distinguimos dos grados: el
entendimiento y la razón, que santo Tomás llama ratio e
intellectus. Entre la cogitativa y la razón, el entendimiento
sirve de intermediario.
85
Del mismo modo que no puede haber cogitativa sin
entendimiento, tampoco puede haber entendimiento sin
razón. Gracias a la penetración activa del entendimiento en la
cogitativa, ésta puede hacer lo que hace, elevarse por encima
de la mera estimativa. Del entendimiento proviene aquella
refluentia, aquel desbordamiento de la vida espiritual en la
sensibilidad.
86
Es una facultad hermenéutica que interpreta el sentido
de lo intuido. Esta unidad apunta al fundamento del que
proviene, ya que no se conforma con el significado que
puedan tener las cosas por el sujeto, como ocurre con los
animales, sino del sentido objetivo o interno de las cosas en sí
mismas. El entendimiento desde la apariencia de las cosas
llega a las cosas tal como son en sí mismas, poniendo de
manifiesto su esencia y expresándola en conceptos. Lo simple
es entendido en este nivel como la esencia permanente y así
participa de lo eterno. Pero el entendimiento apunta a la
razón.
87
Gracias a su absoluta simplicidad, lo eterno excluye
también toda concreción y todo soporte distinto a sí mismo,
pasando de lo que tiene el ser (haben esse) al ser mismo (est
esse). Así pues, la reducción de lo intuido en la esencia se
completa con la reducción al ser como fundamento de la
esencia. Reducir lo intuido en los conceptos categoriales es
insuficiente si no reducimos éstos al ser en tanto que
superación simple de todos los conceptos. Tendremos ocasión
de profundizar más adelante esta reductio, o movimiento de
reducción de la esencia al ser.
El entendimiento y la razón no hacen posible la
experiencia de las cosas reduciéndolas al tiempo y
encerrándolas en él (como hace Heidegger) sino, al contrario,
remontando las cosas y el tiempo hasta lo eterno. Kant
concluye en el campo de la experiencia posible porque las
categorías del entendimiento sólo llegan a las esencias y con
las ideas de la razón no es capaz de manifestar el ser.
La esencia y el ser no se nos dan independientemente
de las imágenes sensibles, al contrario, los conseguimos a
partir de las imágenes por medio de una percepción mediada
y no intuitiva que toma la forma de un proceso de
interiorización que llamamos abstracción. El proceso de
abstracción necesita de muchos pasos que van avanzando
desde las propiedades más externas hasta las estructuras más
internas de lo real. Esto requiere, como veremos, volver, una
y otra vez, sobre las imágenes sensibles.
88
El proceso descrito explica cómo avanzamos desde la
experiencia hasta la esencia y el ser, de forma que el
pensamiento se encuentra siempre y en cada momento
contenido en la experiencia. Se trata, pues, de pensamiento
implícito, concomitante, ya que permite resaltar la esencia y el
ser dentro de la esencia sin separarlo de ella. En cambio, el
pensamiento explícito o reflexión subsiguiente, que ya no es
experiencia sino reflexión sobre la experiencia, libera la
esencia y el ser del objeto experimentado, separándolos de él
y expresándolos en conceptos. Ahora bien, el pensamiento
explícito tiene sus raíces en la experiencia de la cual obtiene
continuamente nuevas consecuencias. La experiencia óntica
está constituida por esta "vuelta al ser" en tanto que es lo
máximamente simple y eterno, y solamente así es posible la
experiencia de la cosa en su calidad de objeto. Precisamente
porque Kant no realiza esta vuelta, la experiencia que él
propone no nos ofrece el ente en sí de la cosa sino tan sólo el
ente para nosotros.
2.2. La conversio ad phantasmata
La reflexión metafísica, llamada "intensiva", aunque no
tengamos un conocimiento intelectual del singular, defiende
una "cierta" aprehensión del entendimiento para con el ente
concreto, una manera de conocimiento indirecto, como una
"cierta reflexión”.
"Nuestro entendimiento no puede conocer primaria y
directamente lo singular de las cosas materiales. El porqué de
esto radica en que el principio de singularización en las cosas
materiales es la materia individual, y nuestro entendimiento,
tal como dijimos (q.85 a.1), conoce abstrayendo la especie
inteligible de la materia individual.
89
Lo abstraído de la materia individual es universal. Por
eso, nuestro entendimiento directamente no conoce más que
lo universal. Indirectamente, y como por cierta reflexión,
puede conocer lo singular, porque, como se dijo (q.84 a.7),
incluso después de haber abstraído las especies inteligibles,
no puede entender en acto por ellas a no ser volviendo a las
representaciones imaginarias en las que entiende las especies
inteligibles, como se dice en III De Anima. Así, pues,
directamente conoce por las especies inteligibles lo universal.
Indirectamente, lo singular representado en las imágenes. Así
es como construye la proposición Sócrates es hombre.” (S. Th.
I, q. 86, a. 1)
El sentido no puede tener el conocimiento directo de lo
individual, pues se limita a las cualidades exteriores y no
puede llegar a la sustancia individual. Tampoco el
entendimiento puede explicar el conocimiento de los
singulares, ya que el entendimiento sólo tiene el universal
como objeto propio. Si ni el entendimiento ni el sentido son
capaces de conocer el singular, lo es la parte de la sensibilidad
que llamamos cogitativa, que por su unión y participación en
la razón puede conocer el singular tanto según la "intentio
singularitatis" como según la "intentio substantialitatis". La
capacidad de reflexión es propia de las sustancias espirituales
las cuales, ya que están libres de materia y extensión,
permiten a las potencias encontrarse reunidas en auto-
presencia y pueden replegarse sobre sí mismas o sobre sus
propios actos (redditio). La reflexión que lo permite es aquella
que une sensibilidad y reflexión al mismo tiempo. La
inteligencia puede volver no sólo sobre sí misma sino también
sobre la totalidad del proceso, por lo tanto también sobre los
actos y los objetos de la sensibilidad. Es una "conversio",
"reversio", "aplicatio".
90
El gráfico muestra las distintas operaciones efectuadas
durante el segundo movimiento: la conversio (movimiento del
entendimiento a la cosa). Durante este “retorno” a la esencia
real (círculo concéntrico) de la cosa misma, el alma no sólo
“deshace el camino” sino que reconoce las operaciones que
efectuó durante el proceso de abstracción (razón,
entendimiento, cogitativa, fantasía, memoria, sentido común y
sentidos externos). Ahora no sólo conoce la cosa (círculo
concéntrico) sino también las operaciones intelectuales con las
cuales las conoce. Más aún, conoce gradualmente la potencia
intelectiva (facultad) que es capaz de realizar dichas operaciones
y gradualmente el propio yo (que empieza a “volverse sobre sí
mismo").
91
El hombre puede darse cuenta, en la reflexión, del
contenido de la imagen de la cogitativa, y "razonando" a partir
de los signos individuales allí presentes, reunir alguna
información sobre la existencia y naturaleza de lo concreto.
Esto implica, por otra parte, una unión no dualista entre el
alma y cuerpo.
92
Efectivamente, después del movimiento de las cosas
hasta el alma (de abajo arriba) propio de la abstracción, el
entendimiento aún puede moverse una segunda vez (de arriba
abajo), en un movimiento que va del alma hasta las cosas de
una manera muy diferente. En el primer movimiento el alma
ya había conocido el modo de ser particular de los individuos,
y había confrontado los individuos con la razón formal de ser
(razón lógica). Ahora lo que hace es confrontar la razón
formal refiriéndola a la razón de acto de ser encontrado en los
individuos singulares.
93
El gráfico muestra ahora sintéticamente los dos
movimientos estudiados: la abstracción (de la cosa al alma)
y la conversio o reductio (del alma a la cosa).
94
En resumen, el entendimiento puede conocer los
singulares dos veces: primero, implícitamente; después,
explícitamente. Y es en este segundo momento cuando llega a
un concepto propio del singular. Y la razón por la cual el
entendimiento puede tener este conocimiento explícito del
singular en la reflexión es porque en el mismo conocimiento
de lo universal, el singular había ya pasado el umbral de la
inteligencia. El universal arrastra el singular a la órbita de lo
inteligible y éste, con su concreción, proporciona el fondo
ontológico de aquél. La metafísica es "realista" porqué el
entendimiento obtiene los objetos como una continuación del
sentido.
La primera noción de ente que se obtiene por
abstracción formal es la más imperfecta y confusa. Es el
comienzo de la metafísica; la reflexión que hemos hecho está
condicionada por la abstracción formal y total, pero se
explicita a través de una dialéctica que significa un proceso de
contraste respecto de la simplificación lógica.
Todos los seres se parecen porque tienen la propia
razón de ser, pero la noción no dice nada más, porque en
concreto cada ser tiene su propio modo de ser, que es
diferente de cualquier otro. La noción de ser es inadecuada
para informar el entendimiento de una vez para siempre.
Debe ser explicitada una vez tras otra, cada vez más, en la
objetivización. La razón de ser es un "abstracto", pero no
como los otros abstractos.
95
En la clarificación de toda experiencia no sólo debemos
atender al objeto sino también al sujeto, ya que, como hemos
visto, son dos procesos que se dan siempre unidos. La
reductio del objeto se da a la vez que la redittio sobre el
sujeto.
96
Este gráfico sintetiza los dos movimientos: reductio y
redittio y, al mismo tiempo, se produce en el sujeto un
movimiento en espiral que intenta insinuar el movimiento
dialéctico del conocimiento, ya que este doble movimiento
se da incesantemente de la cosa al alma y del alma a la
cosa, ya que nunca se conoce la realidad en un solo acto de
pensamiento.
97
3 El proceso de la demostración
3.1 El fundamento de la demostración
La idea de Dios no puede ser punto de partida válido
de ninguna demostración de la existencia de Dios. Más bien
nos interesa el ser del ente efectuado, un ser efecto o, mejor
dicho, el ser de un efecto. Un ente se nos muestra efectuado
cuando incluye imperfección o potencialidad, y ésta se nos
manifiesta especialmente en su composición o estructuración
metafísica
Efectivamente, allí donde hay estructuración, existen, al
menos, dos elementos mutuamente referidos y ordenados,
comportándose entre sí como lo determinable y lo
determinante, es decir, como potencia y acto. No se trata
solamente de elementos diferentes, sino diversos; pero las
cosas diversas no se pueden reducir a la unidad (diversa
inquantum huiusmodi non faciunt unum), si no es gracias a un
principio extrínseco, a una causa que justifique su unidad.
El punto de partida de la demostración de Dios será el
ente particular estructurado, es decir, el ente finito y móvil.
Para poder explicar su unidad y estructura necesitamos apelar
a la causa en tanto que principio extrínseco. La demostración
de la existencia de Dios partirá de los seres mudables y
limitados patentes a la experiencia ordinaria. El fundamento
inmediato del proceso demostrativo de la existencia de Dios es
el principio de causalidad eficiente. El ser de los seres
mudables y limitados se nos ofrece como efecto. Ahora bien,
dado el efecto, es necesario que la causa preexista, y por
tanto, desde cualquier efecto se puede demostrar la existencia
de su causa propia.
98
Partiendo del ser particular, bajo la consideración de
cualquiera de sus aspectos, llegamos a la demostración de la
existencia de Dios, causa propia del ser del que partimos, o
razón necesaria y suficiente del aspecto considerado.
Es cierto que la contingencia de los entes finitos puede
tomar muchas formas de expresión, como "todo lo que es
posible de ser y de no ser, es causado"; "todo ente
contingente exige una causa", "lo que no es por sí mismo,
depende de una causa" "toda estructura exige una causa" o
"todo compuesto tiene causa", pero todas estas expresiones
se refieren radicalmente al hecho de que la unión
incondicionada, es decir, no causada de la diversidad es
imposible. La estructura de la diversidad exige una causa
eficiente.
3.2 El valor metafísico de la causalidad eficiente
La ontología muestra la objetividad del concepto de
causa eficiente. Este valor metafísico comprende tres
apartados: el valor ontológico, el valor teológico y el valor
gnoseológico. Entendemos por valor ontológico de la
causalidad eficiente su aplicación al ser mismo, y no sólo a los
fenómenos; por valor teológico, su aptitud para aplicarse a
Dios como Causa primera; y por valor gnoseológico, su
eficiencia noética para darnos a conocer cosas que no se
encuentran en el área de nuestra experiencia. Examinemos
este triple valor por separado.
a) Valor ontológico. Hay que distinguir la noción de causa de
otras que le son cercanas, tales como "antecedente",
"principio", "condición" u "ocasión".
99
La causa es más que el principio, que puede ser sólo un
punto de partida. Toda causa es principio, pero no todo
principio es causa (el punto es principio de la línea pero no su
causa, y la unidad es principio del número pero no su causa).
Hay que diferenciar la causa del antecedente, que sólo es un
hecho que se realiza antes de otro (la noche es antes que el
día, pero tampoco es su causa) Igualmente hay que distinguir
la causa de la condición "sine qua non ", que sólo es lo que
hace falta para que la causa pueda actuar (por ejemplo, abrir
la ventana para que entre el sol); o la ocasión, que es sólo la
circunstancia favorable para que actúe la causa. Por encima
de estas nociones, la causa es aquella que tiene por sí misma
una influencia positiva en la existencia del efecto.
Aristóteles definió cuatro clases de causas. La causa
material es el sustrato permanente, potencial y determinable
de todo cambio físico. La causa formal es el acto intrínseco
que determina y especifica un ser de tal esencia. La causa
ejemplar se reduce a la formal y es la forma o idea del efecto
que preexiste en el espíritu de la causa eficiente de una
manera inmaterial, imitable y comunicable. La causa eficiente
es aquella que con su acción influye en la producción o
existencia de un ser. Su causalidad es su acción. Y la causa
final es el fin en vistas al cual la causa eficiente realiza su
actividad, es decir, aquello por lo que uno hace una cosa. La
causa formal específica el ser, la material lo singulariza, la
final lo ordena, y la eficiente lo actualiza. La causa eficiente
es, pues, aquella por la que el ente se realiza en acto.
La causalidad no es percibida por el sentido, no es un
sensible per se. No es sentida, pero es entendida por la
inteligencia inmediatamente en la cosa sentida.
100
Es un inteligible per se y un sensible per accidens. La
causa sólo puede ser percibida per se por la inteligencia en el
cambio que los sentidos le muestran. Causa est quod influit
esse. Es una verdad evidente que todo ser que llega a la
existencia tiene necesidad de una causa eficiente. Todo ser
que no es la existencia, sino que tiene existencia, exige una
causa eficiente productora.
b) Valor teológico. Para Kant, la causalidad vale para el
objeto, es más, entra a formar parte, como elemento formal,
del objeto de experiencia, pero le niega valor trascendente, y
por tanto su aplicación a Dios. Ya que no es nada más que
una forma a priori del entendimiento, debemos negarle todo
valor de aplicación que intente sobrepasar los límites de la
experiencia posible. Ahora bien, una vez establecido el valor
ontológico de la causalidad eficiente, se descubre con facilidad
su valor teológico. Aunque no sea uno de los trascendentales
y no se encuentre en todos los géneros del ser, la causa es
una noción análoga que se define por relación inmediata con
el ser trascendental.
101
c) Valor gnoseológico. El valor noético del principio de
causalidad es el fundamento metodológico de todas las
ciencias reales especulativas. Simplemente hay una diferencia,
ya dicha, entre la labor del científico y la del metafísico. El
científico presupone que la causa existe, e indaga cuál es la
causa, mientras que el metafísico, no pudiendo prescindir de
la cuestión existencial, ha de investigar primero si existe la
causa del ser en tanto que ser de todos los entes finitos. Y
sólo cuando haya determinado que esta causa no puede ser
ningún otro ser finito, habrá demostrado la existencia de Dios.
La demostración por el efecto es ascendente,
procediendo por vía de inducción. Se parte, pues, del efecto
para ascender a la existencia de la causa. Debemos añadir
aquí que, sin embargo, desde el efecto no se puede demostrar
la existencia de cualquiera de sus causas, sino únicamente de
la causa propia. Como veremos, habrá que proceder desde el
efecto propio a la causa propia, para que la demostración sea
concluyente.
3.3. El proceso in infinitum
El esfuerzo en todo proceso demostrativo sólo se verá
recompensado si llegamos finalmente a la causa propia del
efecto del que partimos. Pero esto sólo será posible si la serie
de causas no es infinita, es decir, si negamos la posibilidad de
un proceso al infinito en la serie de causas subordinadas.
102
El problema del proceso real al infinito se plantea al
metafísico al buscar la razón suficiente de los entes reales, la
causa adecuada de efectos reales universalmente
considerados, mientras que el infinito matemático tiene
significación meramente lógica y formal.
b) El proceso in infinitum en el orden físico y en el orden
metafísico. Si se trata en el orden físico, las causas son
siempre segundas y unívocas, y aunque no explican
adecuadamente el efecto, dan razón satisfactoria de su
aparición. En el orden metafísico, se trata de causas
esencialmente análogas, no unívocas, que han de dar razón
total, no sólo de la producción (generación) sino también de la
conservación del efecto (ser).
c) El proceso per se y el proceso per accidens. El proceso in
infinitum per se es siempre metafísico, debiendo incluir causas
esencial y actualmente subordinadas en el ser o en el obrar,
mientras que el proceso in infinitum per accidens no es
metafísico. Lo que importa dejar bien claro es que la
demostración de la existencia de Dios es enteramente ajena a
esta cuestión de la posibilidad de una multitud infinita de
causas subordinadas.
Lo que ahora afirmamos es que el proceso al infinito
per se es imposible. En cambio, no se puede demostrar
racionalmente la imposibilidad de un proceso al infinito per
accidens.
1. El proceso in infinitum per se es imposible por tres razones:
103
b) La incongruencia de aceptar una serie donde sólo hay
causas segundas. Es imposible una serie infinita de causas
donde todas las causas fueran segundas (todas serían
medios), ya que, de este modo, ninguna causa sería primera
ni del ser ni del obrar de ninguna de las otras, ni de todas ni
de la serie, y así se suprimirían todas las causas y la serie
misma.
104
Para explicar la actual generación de A (hijo) nos basta
la causa B (padre), y si apelamos a C (abuelo), no es para
explicar la generación de A (ahora nieto), sino la de B (hijo).
El abuelo no tiene arte ni parte en la generación de quien
resulta ser su nieto. Y es que la generación actual no está
pendiente de la serie de las generaciones pasadas. Por eso no
puede ser declarado imposible el proceso al infinito en la serie
de generaciones particulares.
Veamos com explica santo Tomás la posibilidad de un
mundo eterno en De Aeternitate mundi:
“Supuesto, según la fe católica, que el mundo no ha
existido desde siempre, como afirmaron equivocadamente
algunos filósofos, sino que el mundo ha tenido un comienzo
en su duración, como atestigua la Sagrada Escritura, que no
puede errar, se plantea la duda de si podría haber existido
desde siempre. Para explicar esta cuestión según verdad, hay
que distinguir primero en qué convenimos con los que opinan
lo contrario, y en qué diferimos de ellos.
105
Si se dice que es imposible, o se dice porque Dios no
puede hacer algo que exista siempre, o porque no puede ser
hecho en sí mismo, aún si Dios de suyo puede hacerlo. En la
primer parte todos están de acuerdo, es decir, que Dios puede
hacer algo que exista siempre, considerando su poder infinito.
Queda por tanto averiguar si es posible que sea hecho algo
que exista siempre. Si se dice que algo así no puede ser
hecho, no puede entenderse sino de dos modos, o tener dos
causas de su verdad, es decir, por falta de potencia pasiva, o
porque repugna a la razón. En el primer sentido se puede
decir que, antes de que el ángel fuese hecho, no podía ser
hecho, porque no fue precedido por alguna potencia pasiva,
ya que no fue hecho de materia previa, sin embargo, Dios
podía hacer al ángel, y podía hacer que el ángel fuese hecho,
porque lo hizo, y fue hecho. Así entendido, por tanto, hay que
conceder simplemente, según la fe, que no puede ser siempre
lo que es causado por Dios: porque afirmar esto sería afirmar
que la potencia pasiva siempre ha existido, lo que es herético.
Pero de esto no se sigue que Dios no pueda hacer que algún
ente sea hecho desde siempre.
106
Es necesario investigar entonces si en la afirmación
conjunta de estas dos tesis hay repugnancia para la razón:
que algo sea causado por Dios, y sin embargo, sea siempre.
(…)
107
Ni es necesario que por ello sea al mismo tiempo nada
y ser, por el hecho de que no precede según la duración: si la
creatura ha sido siempre, no se afirma que alguna vez nada
haya sido, sino que se afirma que su naturaleza es tal, que no
sería nada si fuera dejada a sí misma, como si supusiésemos
que el aire siempre fuese iluminado por el sol, sería necesario
decir que el aire es hecho luminoso por el sol.
108
3.4 La causa propia
La causa propia es aquella que por sí misma, e
inmediatamente como tal puede producir el efecto estudiado.
En este sentido, la causa propia no será nunca una causa
accidental, ya que las causas particulares o singulares
únicamente son causa propia de efectos particulares o
singulares, mientras que los efectos universales requieren,
como causa propia, una causa universal superior.
En la búsqueda de la causa propia, tal como hemos
demostrado, no procederemos remontando una serie infinita
de causas segundas accidentalmente subordinadas, sino que
procederemos remontando la serie de causas eficientes
esencialmente subordinadas. El proceso inductivo debe
concluir finalmente en el que toda causa propia requiere: que
sea esencial e inmediata, y sin otra determinación que
provenga del efecto.
109
110
V. ARGUMENTOS APRIORÍSTICOS
1 Argumentos a priori
La demostración a priori es la que procede desde la
causa ontológica al efecto demostrado. Ahora bien, se puede
pasar de la causa formal o esencia a la existencia de una cosa
de dos maneras diferentes: o bien procediendo por deducción
desde la esencia a la existencia considerada como propiedad
suya, y entonces se trata de una demostración estrictamente
a priori; o bien, procediendo por análisis desde la esencia de
una cosa a uno de sus elementos o predicados reales, y
entonces se trata de un demostración relativamente a priori,
llamada a simultaneo.
Respecto de la primera afirmación, la existencia de Dios
no es propiedad ni elemento de su esencia, y nuestro
conocimiento real de la esencia divina no es tampoco anterior
al conocimiento de su existencia. Para que fuera posible un
argumento estrictamente a priori de la existencia de Dios
debería suceder que la esencia de Dios fuese realmente
anterior a su existencia, pero esto no es así.
Respecto de la segunda afirmación, para poder
demostrar la existencia de Dios a simultaneo necesitaríamos
conocer la esencia de Dios antes de saber que Dios existe.
Pero con anterioridad al conocimiento de la existencia de Dios
no podemos conocer nada de Él. Todo conocimiento de la
esencia divina exige, o cuando menos presupone
implícitamente, el conocimiento de que Dios existe.
111
2 El argumento ontológico
San Anselmo de Canterbury fue el primero en formular
el argumento ontológico en Proslogium. En el primer capítulo
de este libro san Anselmo alza su corazón a Dios, pidiendo la
luz necesaria para poder creer.
112
b) Entendemos el significado de id quo maius cogitari nequit,
y por tanto, tenemos la idea de un ente mayor del cual nada
puede pensarse, pero esta idea no es tan clara como para
incluir la existencia. Para determinar que el objeto de esta
idea existe, deberíamos conocer la naturaleza divina.
Para defenderse de las objeciones de Gaunilón, San
San Anselmo escribió el Liber apologeticus ad insipientem (P.L
CLVIII col 242) en que repite los argumentos del Proslogium,
insistiendo en que el ser quo maius cogitari nequit no puede
tener comienzo ni final, algo que no puede suceder a ninguna
otra criatura. Para demostrarlo, San Anselmo apela a la fe,
pasando de la perspectiva de la negación de Dios, donde
comienza el argumento, a la perspectiva estrictamente
cristiana, en la que es inconcebible la no existencia de Dios.
En todas sus obras Santo Tomás critica la argumentación
anselmiana. Básicamente su argumentación se resume en
estos puntos:
113
No obstante, aun suponiendo que alguien entienda el
significado de lo que con la palabra Dios se dice, sin embargo
no se sigue que entienda que lo que significa este nombre se
dé en la realidad, sino tan sólo en la comprensión del
entendimiento. Tampoco se puede deducir que exista en la
realidad, a no ser que se presuponga que en la realidad hay
algo tal que no puede pensarse algo mayor que ello. Y esto no
es aceptado por los que sostienen que Dios no existe.” (S. Th.
I, q.2, a.1, ad2)
La crítica general del argumento radica en que éste
efectúa un paso ilegítimo desde el orden ideal al orden real.
Como muy bien explica Cayetano no es lo mismo la existencia
exercita, que la existencia signata. Efectivamente, la
existencia exercita pertenece a la esencia divina, con la que se
identifica, pero no es propia de nuestra noción abstracta de
Dios. El argumento de san Anselmo pretende pasar de la
existencia signata del concepto de Dios a la existencia de Dios
exercita en la naturaleza de las cosas. San Buenaventura
acepta plenamente el argumento de san Anselmo, ya que es
imposible imaginar que no exista el ser purísimo. "Si Dios es
Dios, Dios es, pero el antecedente es de tal modo verdadero,
que no puede pensarse que no sea, por tanto la existencia de
Dios es una verdad indudable.” Lo que san Buenaventura
quiere decir es que un ser perfectísimo y actualísimo debería
ser también "existencialísimo". Todo esto está muy bien pero
nuevamente el paso al orden existencial no queda en modo
alguno justificado.
“Y así, quien quisiere contemplar las perfecciones
invisibles que a la unidad de esencia se refieren, fije el
aspecto del alma en el ser y entienda que el ser es en sí tan
114
certísimo que ni pensar se puede que no existe; que el ser
purísimo no se ofrece al entendimiento sino ahuyentándose
plenamente el no ser, como tampoco se ofrece la nada al
mismo entendimiento sino ahuyentándose plenamente el ser.
Porque, así como la nada absolutamente nada tiene del ser ni
de sus propiedades, así tampoco el ser nada tiene del no ser,
ni en acto ni en potencia, ni en su verdad objetiva ni en la
estimación nuestra. Y, en verdad, como el no ser sea privación
del ser, no se concibe por el entendimiento, sino por medio
del ser; pero el ser no se concibe por otro ser, dado que todo
cuanto entiende como no ser. O se entiende como ser en
potencia o se entiende como ser en acto.
116
“Lo que clara y distintamente concebimos como
perteneciente a la naturaleza de una cosa puede afirmarse
con verdad de ella; pero una vez investigado cuidadosamente
qué sea Dios, clara y distintamente con cebimos que pertenece
a su naturaleza existir; luego podemos afirmar con verdad de
Dios que existe.” (Responsio ad primas obiectiones, Oeuvres
de Descartes, édition Charles Adam et Paul Tannery,
1897-1910, éd. Léopold Cerf. Tomo 7. (pp. 115-116)
“En el repertorio de ideas de nuestra mente se
encuentra la del ente sumamente perfecto que goza del
privilegio especial de que en ella se conoce la existencia, no
posible y contingente, sino absolutamente ne cesaria y eterna;
y como del solo hecho de percibir contenido en la idea de
triángulo, que sus tres ángulos equivalen a dos rectos, nos
persuadi mos justamente que el triángulo tiene tres ángulos
iguales a dos rectos, de igual manera con sólo percibir la
existencia necesaria y eterna conte nida en la idea del ente
sumamente perfecto, rectamente debe concluir se que el ente
sumamente perfecto existe.” (Principia Philosophiae, Oeuvres
de Descartes, édition Charles Adam et Paul Tannery,
1897-1910, éd. Léopold Cerf. Tomo 8 (p.10)
“Después de lo cual, hube de reflexionar que, puesto
que yo dudaba, no era mi ser enteramente perfecto, pues veía
claramente que hay más perfección en conocer que en dudar;
y se me ocurrió entonces indagar por dónde había yo
aprendido a pensar en algo más perfecto que yo; y conocí
evidentemente que debía de ser por alguna naturaleza que
fuese efectivamente más perfecta. En lo que se refiere a los
pensamientos, que en mí estaban, de varias cosas exteriores a
mí, como son el cielo, la tierra, la luz, el calor y otros muchos,
no me preocupaba mucho el saber de dónde
117
procedían, porque, no viendo en esas cosas nada que me
pareciese hacerlas superiores a mí, podía creer que, si eran
verdaderas, eran unas dependencias de mi naturaleza, en
cuanto que ésta posee alguna perfección, y si no lo eran,
procedían de la nada, es decir, estaban en mí, porque hay en
mí algún defecto.
118
Leibniz, afirma que el Ser necesario, si es posible,
existe, pero es posible, por tanto existe. La primera premisa
de Leibniz es verdad. Si el ser necesario es posible, entonces
existe, siempre que hablemos de posibilidad real.
Efectivamente, donde reina la necesidad absoluta, podemos
pasar de la posibilidad a la existencia. Probar la posibilidad
real de Dios es lo mismo que probar que Dios existe.
“Así, pues, Dios sólo (o el ser necesario) posee el
privilegio de que basta que sea posible para que tenga que
existir. Y como nada puede oponerse a la posibilidad de lo que
no tiene límites, ni negación, ni, por consiguiente,
contradicción, esto es suficiente para que conozcamos a priori
la existencia de Dios.
119
Para que la posibilidad sea real hay que encontrar la
razón de inteligibilidad en el orden de la actualidad, de la
existencia, ya que la verdadera posibilidad sólo se define en
función de la existencia.
120
En todos los tiempos se ha hablado de un ser
absolutamente necesario, pero ha habido menos preocupación
por comprender si es posible —y cómo lo es— concebir
simplemente una cosa semejante, que por demostrar su
existencia. Es, por supuesto, muy sencillo dar una definición
nominal de este concepto diciendo que es algo cuyo no-ser es
imposible. Pero con ello no sabemos más que antes acerca de
las condiciones que hacen necesario considerar el no-ser de
una cosa como absolutamente impensable y que son
precisamente lo que pretendemos conocer, es decir, si
mediante este concepto pensamos algo o no pensamos nada.
En efecto, el hecho de rechazar por medio de la palabra
«incondicionado» todas las condiciones que son siempre
indispensables al entendimiento para considerar algo como
necesario, dista mucho de hacernos comprender si pensamos
algo o quizá nada en absoluto a través del concepto de un ser
incondicionadamente necesario. Más aún: se ha creído
explicar este concepto —puesto en circulación al azar, pero
convertido al final en moneda corriente— mediante una
multitud de ejemplos, de suerte que ha llegado a parecer
superflua por completo cualquier otra pregunta relativa a su
inteligibilidad. Toda proposición de la geometría, por ejemplo,
que un triángulo posee tres ángulos, es absolutamente
necesaria. En el mismo sentido se ha hablado de un objeto
completamente exterior a la esfera de nuestro entendimiento,
como si comprendiéramos a la perfección lo que su concepto
quiere decir. Todos los ejemplos ofrecidos están tomados, sin
ninguna excepción, no de cosas ni de su existencia, sino de
simples juicios. Ahora bien, la necesidad absoluta de los
juicios no es una necesidad absoluta de las cosas. En efecto,
la necesidad absoluta del juicio constituye tan sólo una
necesidad condicionada de la cosa o del predicado del juicio.
121
La proposición anterior no afirmaba que hubiese tres
ángulos absolutamente necesarios, sino que decía: si tenemos
aquí un triángulo (si está dado), tenemos también
necesariamente (en él) tres ángulos. Sin embargo, la fuerza
de ilusión que esta necesidad lógica ha revelado es tan
grande, que del hecho de que uno se haya formado de una
cosa un concepto a priori de características tales, que —en
opinión de uno mismo— abarque en su comprensión la
existencia, se ha creído poder inferir con toda seguridad: que,
como la existencia entra de modo necesario en el objeto de
ese concepto —es decir, si ponemos esa cosa como dada
(existente)—, quedará puesta su existencia de modo
igualmente necesario (según la regla de la identidad); que,
consiguientemente, este ser será, a su vez, absolutamente
necesario, ya que su existencia es pensada en un concepto
arbitrariamente adoptado y bajo la condición de que
pongamos su objeto.” (Critica de la razón pura. Dialéctica
trascendental, 1. 2, c. 3, sec. 4. a. Manuel García Morente.
Tecnos. Madrid. 1981)
Para Kant, "ser" no es predicado real, es decir, no es el
concepto de alguna cosa que pueda unirse al concepto de
otra. La existencia es sólo un predicado lógico. La cosa real,
existencialmente hablando, no tiene más propiedades que
este mismo objeto considerado como meramente posible. El
problema que, según Kant, tiene el argumento ontológico es
que utiliza la existencia como si fuera un predicado real. En
esto consiste, para Kant, el error que lo invalida. Siempre será
absolutamente inútil buscar la existencia entre los atributos de
un ser posible, ya que no la encontraremos. Esta es, en
síntesis, la crítica kantiana al argumento ontológico. Los
argumentos de Kant contra él son ineficaces. En primer lugar,
hemos de negar el primer argumento kantiano.
122
Usando de la distinción ya conocida "quoad se" y
"quoad nos" la afirmación "Dios existe" es efectivamente
analítica, en contra de lo que opina Kant, ya que la esencia de
Dios implica formalmente su existencia. Si concedemos la
posibilidad positiva de Dios, el argumento ontológico sería
legítimo, y el argumento de Kant no valdría. El problema está
en que la posibilidad real de Dios sólo puede demostrarse a
posteriori, y entonces el argumento ontológico deja de ser
ontológico.
La argumentación de Kant no tiene ningún valor fuera
del propio sistema kantiano y de su concepción, ontológica y
noética, de la existencia. La oposición al argumento
ontológico, como igualmente su agnosticismo teológico
existencial depende directamente de la concepción de la
existencia como predicado exclusivamente lógico. Para aclarar
este concepto nos es muy útil la distinción que santo Tomás
efectúa entre el uso real del predicado existencial y su uso
meramente lógico, de forma que queda en evidencia la
insuficiencia de la argumentación kantiana contra la prueba
ontológica de Dios y al mismo tiempo la insuficiencia de la
prueba ontológica misma.
A pesar de la crítica de Kant al argumento ontológico,
este revive con mucha fuerza durante el período del idealismo
postkantiano. Hegel, por ejemplo, es un decidido partidario
del argumento anselmiano. El valor del argumento ontológico
depende de diversas influencias, entre las que podemos
destacar: a) la teoría platónica de que la idea es antes que el
ser, y en consecuencia, rige ontológica y noéticamente, sus
determinaciones, b) la teoría, platónica también, de que toda
verdad tiene sustantividad propia y entidad objetiva,
123
c) el ontologismo, implícitamente platónico y explícitamente
formulado por Malebranche; d) la teoría, igualmente vinculada
al platonismo, de las ideas innatas; e) la teoría de la
ejemplaridad y de las participaciones; f) la teoría agustiniana
de la objetividad de las esencias; g) la tesis cartesiana de la
prioridad absoluta del conocimiento esencial sobre el
conocimiento existencial etc.
Al argumento ontológico le falta la base ontológica y el
fundamento noético. La base ontológica porqué no se da
cuenta de que la idea de Dios, como dato inicial del
argumento, es una idea abstraída de las cosas sensibles y
fundamentada en ellas; y el fundamento noético porque el
argumento ontológico pretende utilizar como único principio el
de no contradicción, y resulta que, en el proceso de
argumentación, este principio no es seguido fielmente.
124
VI. PROCESO HISTÓRICO DE LAS PRUEBAS DE
LA EXISTENCIA DE DIOS
LA EXISTENCIA DE DIOS
1 Las pruebas de la existencia de Dios en la filosofía
griega
En el período presocrático de la filosofía griega no se
puede hablar de un tratamiento explícito del problema de
Dios. Puede afirmarse, sin embargo, que los jonios
fundamentan su afirmación en pruebas físicas mientras que
los eleáticos niegan las pruebas por el movimiento. Los
pitagóricos generalmente, consideran el orden ético como el
más adecuado para llegar a Dios.
Todas las vías tomistas, a pesar de la marcada
dirección antiplatónica de santo Tomás en el problema de la
metafísica, encuentran sus precedentes en la especulación
teológica de Platón
La prueba del movimiento, arranca de la existencia de
éste para concluir en la existencia del alma que, moviéndose a
sí misma, será causa del movimiento de los cuerpos. En esta
alma todos los hombres deben reconocer a Dios. La prueba
para la causa eficiente está desarrollada en Timeo. En base a
la distinción del cosmos inteligible, que no tiene origen y
siempre es, y el cosmos sensible, que tiene origen y siempre
cambia, intenta Platón, en función del principio de causalidad
eficiente, la prueba de la existencia de Dios, sin conseguir, sin
embargo, otra conclusión que un alma del mundo, o, como
máximo, un Dios que, si bien trasciende todas las cosas
sensibles, es inmanente al cuerpo.
125
La prueba para la contingencia del mundo no se
encuentra en Platón formulada de manera explícita. Y es que
la teoría de la eternidad del mundo estaba tan presente en la
mentalidad griega, que dificultaba mucho la posibilidad de
llegar a Dios como ser necesario y creador. Los griegos se
preguntaban por el origen causal e incluso el ser de las cosas
del mundo en cuanto a su movimiento, actividad y
ordenación, pero no por el origen del ser en tanto que ser de
las cosas mundanas. El argumento para la contingencia
deberá esperar su formulación de la filosofía cristiana. Pese a
esto, Platón, al preguntarse por los seres vivos que nacen y
mueren, no encuentra en ellos razón suficiente de su
existencia, y por esta razón afirma la necesidad de una vida
inmortal.
El argumento por los grados de perfección es la más
platónica de todas. La existencia de las ideas sustantivas y
separadas de las cosas sensibles se convierte en prueba de la
existencia de Dios desde el mismo momento en que las ideas
se identifican con la divinidad. Cierto que Dios quedará
cerrado en el inmanencia del cosmos, pero Dios como causa
eficiente de toda perfección será un elemento platónico que
posteriormente quedará definitivamente hilvanado en toda
auténtica demostración de la existencia de Dios.
“En efecto quien hasta aquí haya sido instruido en las
cosas del amor, tras haber contemplado las cosas bellas en
ordenada y correcta sucesión, descubrirá de repente, llegando
ya al término de su iniciación amorosa, algo maravillosamente
bello por naturaleza, á saber, aquello mismo, Sócrates, por lo
que precisamente se hicieron todos los esfuerzos anteriores,
que, en primer lugar, existe siempre y ni nace ni perece, ni
crece ni decrece; en segundo lugar, no es bello en un aspecto
126
y feo en otro, ni unas veces bello y otras no, ni bello respecto
a una cosa y feo respecto a otra, ni aquí bello y allí feo, como
si fuera para unos bello y para otros feo. Ni tampoco se le
aparecerá esta belleza bajo la forma de un rostro ni de unas
manos ni de cualquier otra cosa de las que participa un
cuerpo, ni como un razonamiento, ni como una ciencia, ni
como existente en otra cosa, por ejemplo, en un ser vivo, en
la tierra, en el cielo o en algún otro, sino la belleza en sí, que
es siempre consigo misma específicamente única, mientras
que todas las otras cosas bellas participan de ella de una
manera tal que el nacimiento y muerte de éstas no le causa ni
aumento ni disminución, ni le ocurre absolutamente nada.
127
Comparado con Platón, Aristóteles nos ofrece menos
variedad de elementos para demostrar la existencia de Dios,
pero proporciona, en cambio, una mayor y más depurada
diversidad de elementos conceptuales para pensar su esencia.
Aristóteles llega a Dios como motor inmóvil a partir de su
reflexión sobre el movimiento, descubierto por el camino de la
eficiencia en Física y por el camino de la finalidad en
Metafísica. La prueba de que Aristóteles propone en los libros
de la Física es laboriosa y pesada, y responde más a su interés
por clarificar los problemas del ser y el devenir que por la
misma demostración de la existencia de Dios. El movimiento
aparece a los ojos metafísicos de Aristóteles, no como realidad
sustantiva sino como tránsito de lo que todavía no es (ser en
potencia) hacia lo que ya es (ser en acto). La doctrina del acto
y la potencia, que en el orden cosmológico se corresponde a
la de forma y materia, será la principal causa de la separación
de la doctrina de Platón.
“Todo lo que está en movimiento tiene que ser movido
por algo. Porque, si no tiene en sí mismo el principio de su
movimiento, es evidente que es movido por otra cosa (pues lo
que lo mueve tendrá que ser otra cosa.” (Aristóteles., Física, Η
(VII), 241 Biblioteca clásica Gredos. Madrid. 1995)
Los principios que constituyen el individuo son dos: la
materia y la forma que están sustancialmente unidos. Y
también son dos los principios de actuación: el motor y el fin.
La consideración del movimiento, como proceso universal del
desarrollo de los seres naturales, llevará finalmente a
Aristóteles al establecimiento de los dos polos de su
metafísica: por un lado, una materia primera original y
originaria, pura potencia para cualquier forma.
128
De otro, una forma no menos original y originaria
también, si no de entidad, sí del movimiento, acto puro sin
ninguna potencialidad ni de materia, que identifica con Dios.
129
partidarios de las Especies, si no hay algún principio que
pueda producir cambios. Pero tampoco éste es suficiente, ni
otra substancia aparte de las Especies; porque, si no actúa, no
habrá movimiento. Y, aunque actúe, tampoco, si su substancia
es potencia; pues no será un movimiento eterno; es posible,
en efecto, que lo que existe en potencia deje de existir.
130
Dios nos otorgó para ver los inteligibles, no sea oscurecido por
cosas sensibles”
Igualmente hay que abandonar el razonamiento
discursivo y destruir el orgullo.
“La inteligencia, que se considera semejante a Dios y
supone que es principio activo, cuando en realidad está
probado que solo es pasividad, está dominada por el amor de
sí misma y es atea. Y comete impiedad la mente que,
mientras Dios siembra y planta los bienes del alma, dice: yo,
yo planto"
Plotino aportará valiosos materiales para la
fundamentación filosófica del teísmo cristiano con su
concepción teocéntrica del universo y la doble melodía del
descenso emanado y el ascenso purificador de las cosas a
Dios.
131
del cual se derive también aquél: pues lo Uno es principio de
todo número. Alguien dirá; admitamos que así sea para el
número, cuya serie es composición, mas, para los seres, ¿qué
necesidad hay que exista también lo Uno, del cual se deriven
los múltiples? Debe responderse que de otra manera los
múltiples se halla rían dispersos entre sí...” (Plotino., Enneada
V, 1 y 3. Enéadas: libros III y IV. Editorial Gredos. Madrid.
1985).
En Proclo resuena la totalidad del pensamiento griego.
Con respecto al tema de la demostración de Dios, hay que
tener en cuenta sus tres vías de elevación al Absoluto: la
unidad, el Bien y la causalidad.
“5. Toda multiplicidad es posterior al Uno. Supóngase,
en efecto, una multiplicidad anterior al Uno. El Uno, entonces,
participará de la multiplicidad, mientras que la primera
multiplicidad no participará del Uno, supuesto, en primer
lugar, que existe como tal multiplicidad antes de que el Uno
llegue a existir, y que no puede participar de lo que no existe;
y, en segundo lugar, porque lo que participa del Uno es uno y
no-uno4 y, si el Primer Principio es una multiplicidad o
pluralidad, todavía “uno”. Ahora bien, es imposible que exista
una multiplicidad que no participe en modo alguno del Uno.
Por consiguiente la multiplicidad no es anterior al Uno. (...)
8. Todo lo que de cualquier manera participa del bien
está subordinado al primer bien, que no es otra cosa que bien.
En efecto: si todas las cosas que existen desean su bien, es
evidente que el primer Bien está más allá de las cosas que
existen. Pues, si se identificara con cualquier cosa existente,
esta cosa existente sería idéntica al Bien, y en virtud de esta
identidad excluiría de sí el deseo del Bien: porque todo apetito
132
implica una carencia y una separación del objeto apetecido;
ahora bien —puesto que esto es imposible—, hay que
distinguir su existencia de su bondad, y esta última estará
inmanente en la primera y será participada por ella.
133
las cosas decimos de ellas que las conocemos. Y, si las causas
se encadenan entre sí en forma circular, las mismas cosas
serían a un tiempo anteriores y consiguientes, es decir,
supuesto que toda causa productiva es superior a su
producto, cada una de ellas sería a un tiempo más eficiente
que las demás y menos eficiente que ellas.
134
San Agustín nos transporta a un plano estrictamente
psicológico y vital, pensando el hombre como un todo en sus
condiciones de existencia natural y sobrenatural. Todas las
pruebas agustinianas de Dios están envueltas en una
atmósfera de religiosidad y parecen dirigidas a los fieles que,
poseyendo la fe, buscan su inteligencia. Aún no se ha
verificado la delimitación entre la filosofía y la teología, entre
la razón y la fe, entre la ciencia en sentido estricto y el saber
religioso.
135
¿No te sucede alguna vez que, ocupado ese que mora
dentro de ti en otros pensamientos, no ves lo que tienes
delante de los ojos? En vano están de par en par las ventanas
si está ausente quien por ellas mira. No son, pues, los ojos
quienes ven, sino que alguien ve por los ojos; levántale,
despiértale. No, no te fue rehusado; hízote Dios animal
racional, te antepuso a las bestias, te formó a su imagen.
¡Qué! Esos tus ojos, ¿no van a servirte sino para ver de hallar,
como los animales, cebo para el vientre y nada para la mente?
Levanta, pues, la mirada de la razón, usa de los ojos cual
hombre, ponlos en el cielo y en la tierra: en las bellezas del
firmamento, en la fecundidad del suelo, en el volar de las
aves, en el nadar de los peces, en la vitalidad de las semillas,
en la ordenada sucesión de los tiempos; pon los ojos en las
hechuras, y busca al Hacedor” (San Agustín., Sermón 126, c.
1 Obras completas. Tomo XXIII. BAC. Madrid)
“Confieso que no sé para qué han sido creados los
ratones, y las moscas, y demás gusarapillos; pero veo que en
su orden tienen su hermosura, aunque, por mal de nuestros
pecados, nos sean adversos. Pues no hay cuerpo ni
miembrecito de ani mal donde no halle medidas, proporciones
y orden, todo dispuesto para la unidad de la concordia. Y todo
ello, ¿de dónde puede proceder sino de la suma medida,
número y orden, que subsisten en la majestad in mutable y
eterna de Dios?” (San Agustín., De Gen. Cont. Man I, XVI, 26
PL 34, 185)
“Interrógale al mundo: la magnificencia del cielo, el
brillo y armonía de los astros; el sol, que se acompasa a las
exigencias del día; la luna, solaz y mitigación de la noche.
Interrógale a la tierra, productora de hierbas y árboles,
poblada de animales, embellecida de los hombres; interrógale
136
al mar, henchido de tanta y tanta variedad de peces;
interrógale al aire, florecido de tan numerosos volátiles;
interroga, en fin, a todos los seres, y mira si no parecen estar
diciendo a su modo: «Es Dios quien nos ha hecho». Nobles
filósofos hubo que interrogaron al universo, y descubrieron en
el artificio al artífice. Más entonces, ¿por qué se revela la
cólera de Dios contra su impiedad? Por reprimir la verdad con
injusticia. Venga el Apóstol y aclárese. Ya dijo por dónde
llegaron al conocimiento de Dios. Lo invisible de él entra por
las criaturas en los ojos del entendimiento; hasta su
sempiterno poder y divinidad, para que sean inexcusables.
Pues, habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios
ni le dieron gracias, antes se disiparon en sus pensamientos, y
se anubló su necio corazón; y, llamándose a sí mismos sabios,
hiciéronse necios. Lo que por su diligencia hallaron, por su
orgullo lo perdieron. Llamándose a sí mismos sabios, esto es,
arrogándose un don de Dios, hiciéronse necios. Son, repito,
palabras del Apóstol. Diciéndose a sí mismos sabios, dieron en
necios.” (San Agustín., Sermón 141, c. 2. n.2 PL., 38, 776)
b) Prueba desde la consideración del hombre.
137
su mutabilidad en todo el tiempo de la vida mortal (si es que
debe llamarse vida) es que se acabe por llegar a la muerte.
No hay alguno que no esté más próximo a ella al fin del año
que lo estaba antes del principio del año, y más cercano
mañana que hoy, y más hoy que ayer, y más poco después
que ahora, y más ahora que poco antes; porque todo el
tiempo que vamos viviendo lo desfalcamos del espacio de la
vida, cada día se va disminuyendo más y más lo que resta; de
manera que no viene a ser otra cosa el tiempo de esta vida
que una precipitada carrera a la muerte, donde a ninguno se
permite ni parar un solo instante ni caminar con paso alguno
más tardo, sino que a todos los lleva un igual movimiento: ni
les obliga a que caminen con diferente paso, porque el que
tuvo vida más breve no paso más aprisa sus días que el que la
disfrutó más larga, sino que, como al uno y al otro les fueron
arrebatando igualmente unos mismos momentos, el uno tuvo
más cerca y el otro más distante el término adonde ambos
corrían con una misma velocidad; y una cosa es el haber
andado más camino y otra el haber caminado con paso más
lento.” (San Agustín., De civ. Dei, L. 13, c. 10. PL., 41, 383.
“Traspasa todo lo visible que hay en ti, trasciende
también lo in visible: el cuerpo se ve, el alma no se ve, pero se
muda. Ora quiere, ora no quiere; ora sabe, ora no sabe; ora
se olvida, ora recuerda; unas veces aprovecha, otras
desfallece. No es Dios esto, no es Dios esta naturaleza, no es
el alma porción de la sustancia divina. Todo lo que hay en
Dios es bien inmutable, bien incorruptible. Invisible es Dios,
invi sible el alma, pero mudable el alma, inmutable Dios,
Trasciende, pues, no sólo lo que en ti se ve, sino también
aquello que en ti cambia. Tras ciéndelo todo, trasciéndete a ti
mismo.” (San Agustín., Serm. Post. Maur. Reperti (Denis., II,
T3-4)
138
c) Prueba desde la consideración de las verdades eternas.
139
La corriente platónico-agustiniana del periodo de
formación presenta, desde el primer momento, un predominio
casi absoluto de ideas platónicas y neoplatónicas, agustinianas
y pseudo-dionisianas, especialmente de la teoría platónica de
que la idea es fuente de conocimiento de la realidad.
Precisamente en función de esta teoría surgió, en medio de la
corriente agustiniana, el llamado "argumento ontológico". Por
el contrario, en la corriente aristotélica la idea dominante es
que las cosas del mundo sensible preceden al conocimiento de
las ideas y, por tanto, la condición psicológica del
conocimiento humano reclama necesariamente la percepción
sensible como fundamento y base material de todo ulterior
conocimiento.
3.1 La corriente agustiniana
La preocupación fundamental de San Anselmo fue
reducir toda la metafísica a una gran teodicea en la que Dios
apareciera como causa eficiente, ejemplar y final del mundo
inteligible y del mundo sensible. Las pruebas anselmianas de
la existencia de Dios pueden distribuirse en dos grupos: el
primero lo constituye el argumento ontológico expuesto en el
Proslogium, y que tendremos ocasión de estudiar más
adelante.
140
lo que existe parece existir en virtud de un solo y mismo ser.
Porque todo lo que existe viene de algo o de la nada. Pero la
nada no puede recibir el ser de la nada, porque ni siquiera se
puede imaginar que haya algo sin causa; luego lo que existe
no tiene el ser más que en virtud de otra cosa.
141
“Sigamos. Si alguien examina atentamente las naturalezas
distintas que se ofrecen a él, quiera o no, se da cuenta que no
tienen todas el mismo grado de dignidad, sino que se
distinguen por su mayor o menor nobleza. El que duda de que
el caballo no es por su naturaleza superior a la madera, y el
hombre al caballo, no sería digno de ser llamado hombre, Por
consiguiente, así como no se puede negar que entre las
diversas naturalezas hay algunas mejores que otras, así la
razón nos obliga a deducir que hay una tan superior a las
otras, que no la hay mayor.
142
Existe, pues, una sola naturaleza, substancia o esencia,
que es buena y grande por sí misma, que saca su existencia
de su propio seno, y de la cual emanan verdaderamente la
bondad, la grandeza, la existencia, que, por consiguiente, es
la soberana bondad y grandeza, el ser y la substancia por
excelencia; en una palabra, el principio superior a todo.” (San
Anselmo., Monologium., c. 4 Obras Completas. BAC. Madrid.
2009)
a) Los sentidos y la razón nos muestran un gran
número de cosas buenas. Ahora bien, sabemos que todo tiene
una causa. Es necesario, pues, preguntarse si cada cosa
buena tiene una causa particular de su bondad o si hay una
causa para todos los bienes.
143
Si se reducen a una, esta causa única será la causa del
universo, a la que llamamos Dios. Si esta multiplicidad de
causas existe por sí misma, al menos debemos aceptar que
posee esta facultad de existir, pero entonces esta facultad es
causa por la que existen y, por tanto, hay una causa del
universo y no varias. Si se producen unas por otras, se daría
la contradicción que algo recibe y da el ser a la vez. La
conclusión es que hay una única causa existente por sí misma,
a la que llamamos Dios.
c) Los seres que conocemos son desiguales en naturaleza y
perfección y se ordenan según una cierta jerarquía. El
universo entero o se compone de un número infinito de seres
o de un número finito. Un número infinito es absurdo, por lo
tanto, el universo se compone de un número limitado de
cosas.
144
Por lo tanto debe existir una causa incausada que ha
producido el mundo y el hombre.
145
Las cosas, pues, tuvieron un comienzo del que sólo
Dios puede dar razón.
146
Los argumentos de Ricardo de San Víctor tuvieron
mucho eco en el siglo XII y fueron aceptados por muchos
escolásticos posteriores. Los libros de Sentencias fueron una
manifestación cultural de gran envergadura a lo largo del siglo
XII. Sus autores se proponían resumir sintéticamente todos
los conocimientos teológicos sobre la base de la especulación
patrística. El principal de ellos, llamado con razón el maestro
de las Sentencias, fue Pedro Lombardo. Su obra capital, Libri
quattuor sententiarum, sirvió de texto en casi todas las
escuelas y universidades de la edad media. En cuanto a la
demostración de la existencia de Dios, la base general de la
argumentación descansa en el principio de que a través de la
criatura se puede conocer el Creador.
Alejandro de Hales se propuso la recuperación de toda
una tradición filosófica y teológica que, unida a la corriente
agustiniana originará la escuela franciscana. Esta obra de
recuperación une los más variados y diversos argumentos
utilizados por los filósofos medievales y por la Patrística y
presenta un carácter marcadamente ecléctico. Habrá que
esperar a san Buenaventura para obtener una prueba de Dios
ofrecida con la peculiar característica de la escuela
franciscana.
3.2 La corriente aristotélica
Avicena puede considerarse el iniciador de la filosofía
aristotélica entre los musulmanes. Su obra fundamental lleva
por título La Curación, y es una suma filosófica en la que trata
de lógica, física, matemática y metafísica. Avicena conjuga la
influencia aristotélica con la idea neoplatónica de la
emanación, proponiendo una jerarquía de inteligencias
interpuestas entre Dios y el mundo corporal.
147
El mundo es un efecto eterno emanado de Dios, que
demuestra su existencia en tanto ser perfecto y necesario,
pero no como causa primera creadora del universo. No es
extraño que las pruebas que más repite Avicena sean
precisamente la de los grados de perfección y la del posible y
necesario.
148
es primer motor de todos los movimientos y determinante de
todos los reposos.
Los tres filósofos musulmanes representan diversos
estadios del proceso de elaboración de la prueba de Dios
dentro de la corriente aristotélica. Avicena se mueve en el
plano de la contraposición entre el ser necesario y el ser
posible y sobre la base de la distinción entre la esencia y la
existencia. Comienza en el ser posible y con la existencia
contingente para llegar al ser necesario como pura existencia.
149
por el arzobispo D. Raimundo, y en la que trabajaron Juan
Hispalense, Domingo González (Dominicus Gundissalinus),
Gerardo de Cremona y Pedro Gallego.
150
VII. LAS CINCO VIAS DE SANTO TOMÁS
VII. LAS CINCO VIAS DE SANTO TOMÁS
1 Introducción
En todas y cada una de las cinco vías de santo Tomás
podemos descubrir cuatro elementos esenciales: 1) un punto
de partida, que es siempre un efecto universal y evidente de
los entes singulares, 2) el principio de causalidad eficiente 3)
la imposibilidad de un proceso infinito en la serie de las causas
actual y esencialmente subordinadas, y 4) el término final de
cada vía, que es siempre la existencia de una Causa primera y
que con distintas formalidades responde a la definición
nominal de Dios.
La primera vía comienza en la existencia del
movimiento; la segunda, en la subordinación de las causas; la
tercera, en la contingencia de los seres; la cuarta, en la
gradación de las perfecciones trascendentales; y la quinta, en
la ordenación a un fin. Estos cinco puntos de partida son
formalmente diferentes, porque cada uno de ellos toma el ser
finito bajo una determinada formalidad, pero materialmente
idénticos, ya que todos ellos coinciden en estar radicados en
el ser causado, efectuado, compuesto y finito.
Cada vía de santo Tomás usa una formulación del
principio de causalidad eficiente que intenta ser congruente
con la formalidad del punto de partida. Así, en la primera vía:
todo lo que se mueve, se mueve por otro (omne autem quod
movetur ab alio movetur); en la segunda: toda causa
subordinada es causada por otra (impossibile est quod aliquid
sit causa efficiens sui ipsius ); en la tercera: el ser contingente
151
es causado por un ser necesario (oportet aliquid esse
necessarium in rebus); en la cuarta: toda perfección graduada
es causada (magis et minus dicuntur in diversis secundum
quod appropinquant diversimode ad aliquid quod maxime est);
y en la quinta: la ordenación a un fin es causada (ea autem
quae non habent cognitionem non tendunt in finem nisi
directa ab aliquo cognoscente intelligente).
153
a) Es evidente a los sentidos que algo se mueve en el mundo.
b) Todo lo que se mueve se mueve por otro, ya que nada
puede pasar de la potencia al acto si no es por algún ente en
acto. Es imposible que una cosa esté al mismo tiempo en acto
y en potencia bajo el mismo aspecto; por tanto, es imposible
que alguna cosa sea al mismo tiempo motor y movido, es
decir, que se mueva a sí mismo. Por tanto, es necesario que
todo lo que se mueva sea movido por otro. c) Ahora bien, si
aquello por lo cual se mueve es también movido, es necesario
que se mueva por otro y éste por otro. Pero en esto no se
puede proceder al infinito. d) Hay que concluir en un primer
motor que no se mueva, y a este lo llamamos Dios
2.2 Explicación y consecuencias
El punto de partida de la primera vía lo tomamos del
movimiento en tanto que es acto del móvil. No del movimiento
en tanto que movimiento sino del movimiento realizado en un
sujeto, es decir, en un ente. El punto de partida de la primera
vía es el ser móvil en tanto que ser móvil, el ser
existencializado como móvil
Es fundamental entender el movimiento
metafísicamente, es decir, en tanto que tránsito de la potencia
al acto. Así entendido el movimiento como cambio o paso de
la potencia al acto conlleva potencialidad y no sólo existe en
los seres materiales, sino también en los espirituales. El
principio de causalidad aplicado a la vía afirma que todo lo
que se mueve se mueve por otro, que no es nada más que la
expresión de la causalidad en el área del movimiento. El móvil
como móvil pasa de la potencia al acto y de la indeterminación
a la determinación; pero nada puede pasar por sí mismo de la
potencia al acto.
154
El movimiento sólo se explica en función del cambio
desde el poder ser, del no ser todavía, o ser en potencia,
hasta el ya ser o ser en acto.
155
3 Segunda vía
3.1 Formulación
También la segunda vía fue formulada por santo Tomás
en la S. Th I. q. 2. a. 3 y C. G. I, c. 13
“La segunda es la que se deduce de la causa eficiente.
Pues nos encontramos que en el mundo sensible hay un orden
de causas eficientes. Sin embargo, no encontramos, ni es
posible, que algo sea causa eficiente de sí mismo, pues sería
anterior a sí mismo, cosa imposible. En las causas eficientes
no es posible proceder indefinidamente porque en todas las
causas eficientes hay orden: la primera es causa de la
intermedia; y ésta, sea una o múltiple, lo es de la última.
Puesto que, si se quita la causa, desaparece el efecto, si en el
orden de las causas eficientes no existiera la primera, no se
daría tampoco ni la última ni la intermedia. Si en las causas
eficientes llevásemos hasta el infinito este proceder, no
existiría la primera causa eficiente; en consecuencia no habría
efecto último ni causa intermedia; y esto es absolutamente
falso. Por lo tanto, es necesario admitir una causa eficiente
primera. Todos la llaman Dios.” (S. Th I, q.2, a. 3)
a) Encontramos en las cosas sensibles un orden de causas
eficientes.
b) Es imposible que algo sea causa eficiente de sí mismo, ya
que necesitaría ser anterior a ella misma, lo cual es imposible.
c) Es también imposible proceder al infinito en las causas
eficientes.
d) Por tanto, es necesario llegar a una primera causa
eficiente, que llaman Dios.
156
3.2 Explicación y consecuencias
La primera vía arrancaba del movimiento como acto del
móvil. La segunda, en cambio, parte de la actividad del motor,
es decir, de la existencia de causas eficientes esencialmente
subordinadas obrando actualmente para la producción de un
efecto cualquiera. Es evidente la diferencia entre el
movimiento y la causalidad y por tanto, la diferencia formal
respecto de la primera vía, ya que ahora no empezamos en
los efectos de las causas, situados pasivamente el término
final del devenir, sino de la actividad de un orden de causas
eficientes que concurren en la producción y conservación de
un efecto.
Es evidente a nuestra experiencia inmediata la
existencia de este orden o serie de causas eficientes
subordinadas. Así, por ejemplo, la actividad de una planta
para producir el fruto está subordinada a la actividad eficiente
de la tierra, del aire, del sol, etc. Estamos ante un orden de
causas eficientes esencialmente subordinadas. Ahora bien, el
principio de causalidad aplicado a la vía dice que nada es
causa eficiente de sí mismo. La misma causalidad o es
incausada o es causada por otra. El elemento concreto del
proceso demostrativo no se fija en el efecto general, ni en el
orden de causas o en las causas por ellas mismas, sino
únicamente en la actividad o causalidad de las causas
eficientes que actúan ordenadamente en la producción de un
efecto. Empezamos en la causalidad causada del ser finito, y
llegamos a una primera causa incausada. Por otra parte,
sabemos que es imposible proceder al infinito en la serie de
causas eficientes. La razón de la imposibilidad del proceso
infinito en estas causas está, en que si se diera el proceso
infinito no habría una primera causa y, por el mismo motivo,
no habría ninguna.
157
Existe una multiplicidad de motores, es decir, existe la
causalidad eficiente de diversas causas esencialmente
subordinadas unas a otras. Ahora bien, si nada puede ser
causa de sí mismo y es imposible un proceso infinito en la
serie de causas eficientes actual y esencialmente subordinadas
en el obrar, hay que concluir en la necesidad de la existencia
de una primera causa eficiente, la actividad de la cual no sea
causada ni por sí misma, lo cual es imposible, ni por otra
causa. Por tanto, hay que concluir en una primera causa
eficiente a ninguna otra subordinada en el obrar, a la que
llamamos Dios.
Esta Causa primera incausada es esencialmente activa,
es decir, activa por esencia, ya que si en su ejercicio no
depende de ninguna otra causa es porque sólo puede
especificarse por sí misma. Esta Causa primera es fuente de la
actividad o eficiencia de toda causalidad, es decir, es fuente
del ser en tanto que ser de todas las cosas finitas, aunque
respete la causalidad unívoca que les es propia a cada una de
ellas.
La actividad productora y conservadora del ser en tanto
que ser de todos los entes causados, es la acción propia de
Dios como Causa primera y universal, ya que todas las causas
segundas son causas particulares que explican únicamente
que estos seres son causados. Este padre, por ejemplo, no es
causa del ser de este hijo, sino sólo causa de que el hijo sea
engendrado o que esta materia adquiera esta forma: el ser del
hijo engendrado es efecto propio de la causa primera. La
actividad de la causa primera es actividad pura sin mezcla de
potencialidad. mismo obrar, es decir, Acto puro, y debe ser su
mismo ser, es decir el ipsum esse Subsistens.
158
4 Tercera vía
4.1 Formulación
Santo Tomás formula la tercera vía a la S. Th I, q. 2, a.
3 y en C. G 1, c, 15
“La tercera es la que se deduce a partir de lo posible y
de lo necesario. Y dice: Encontramos que las cosas pueden
existir o no existir, pues pueden ser producidas o destruidas, y
consecuentemente es posible que existan o que no existan. Es
imposible que las cosas sometidas a tal posibilidad existan
siempre, pues lo que lleva en sí mismo la posibilidad de no
existir, en un tiempo no existió. Si, pues, todas las cosas
llevan en sí mismas la posibilidad de no existir, hubo un
tiempo en que nada existió. Pero si esto es verdad, tampoco
ahora existiría nada, puesto que lo que no existe no empieza a
existir más que por algo que ya existe. Si, pues, nada existía,
es imposible que algo empezara a existir; en consecuencia,
nada existiría; y esto es absolutamente falso. Luego no todos
los seres son sólo posibilidad; sino que es preciso algún ser
necesario. Todo ser necesario encuentra su necesidad en otro,
o no la tiene.
159
El fundamento de la argumentación se encuentra en el hecho
de que las causas esencialmente subordinadas en el obrar no
son actos completos en el orden operativo, sino que a)
Encontramos algunas cosas que son engendradas y se
corrompen, es decir, que pueden ser y pueden no ser. b) Es
imposible que estas cosas existan siempre, ya que lo que
puede no ser, alguna vez no ha sido. c) Si todas las cosas
fueran posibles de no ser, alguna vez nada existió, pero
entonces tampoco ahora habría nada, porque lo que no es no
empieza a ser sino gracias a algo que es. Si nada existió sería
imposible que ninguna cosa empezara a ser, y nada existiría,
lo cual es claramente falso. d) Por lo tanto, no todos los entes
son posibles, sino que debe existir algún ente necesario. e)
Todo ente necesario, o no tiene causa de su necesidad o la
tiene en otro. f) Pero es imposible proceder al infinito en la
serie de los seres necesarios que tienen causa de su
necesidad, como también lo era en la serie de las causas
eficientes, según se probó. g) Por lo tanto, necesariamente ha
de existir algún ente que sea per se necesario, que no tenga
causa de su necesidad y sea causa de la necesidad de los
demás, y al que todos llamamos Dios.
4.2 Explicación y consecuencias
Esta vía es conocida como la vía de la contingencia.
Possibile, en la terminología de santo Tomás no significa la
potencialidad objetiva de un ente ontológico, sino que el ente
real es contingente en el sentido de que puede no ser. Hay
dos momentos importantes en la tercera vía que dividen por la
mitad el proceso general argumentativo: el primero arranca
del ente posible en sentido definido y concluye en la existencia
de algún ente relativamente necesario, que será causa de que
el ente posible exista, pero no causa de la existencia del ente
160
posible; el segundo arranca de la primera conclusión para
concluir en la existencia del ente absolutamente necesario, es
decir, el que posee en sí mismo la razón de su necesidad y es
causa de la necesidad de los seres relativamente necesarios y
de la existencia y realidad de todos los seres contingentes.
El punto de partida del proceso general de la
demostración de Dios por la tercera vía tomista comienza en
el ser de los entes que son possibilia esse et non esse, entes
que, aunque existan, son indiferentes a ser y no ser. La
posibilidad de ser y de no ser de estos entes se nos hace
evidente en el hecho de su generación y corrupción.
Conocemos que son posibles de no ser en cuanto los vemos
nacer y morir, es decir, cuando experimentamos que su
existencia se despliega entre su inicio y su final. Por tanto, el
punto de partida de la tercera vía tomista es el ser finito,
posible de ser y de no ser, conocido en la limitación de su
duración.
Generación y corrupción manifiestan un ser que tiene
limitada su duración. La primera consecuencia de esto es que
estos seres son posibles de ser y de no ser, es decir, son
contingentes. La contingencia, como posibilidad de ser y de no
ser, es una consecuencia noética de la generación o
corrupción de los entes, aunque en el orden ontológico la
contingencia preceda a su generación o corrupción.
Ontológicamente los entes no son contingentes porque se
corrompen, sino que se corrompen porque son contingentes.
El punto de partida de todas las vías está siempre en
los hechos de experiencia. Por esta razón, la vía no trata de
los entes corruptibles, porque la corruptibilidad en sí misma no
161
puede ser experimentada, sino de los entes que de hecho se
engendran y se corrompen, es decir, de los entes limitados en
su duración. Lo posible de ser y de no ser, el contingente, no
implica por sí mismo ni comienzo (generación), ni final
(corrupción), sino tan sólo principio (causa). Las esencias de
las cosas posibles de no ser son intemporales y nada nos
dicen sobre su comienzo y su final en el tiempo. De ahí que no
pueda ser demostrada la imposibilidad de un mundo ab
eterno. Una vez establecido que el punto de partida de la
tercera vía tomista es el ser finito como limitado en duración,
podemos aplicar el principio de causalidad: el ser limitado en
la duración (posible de ser y de no ser, es decir, contingente)
es causado por un ser necesario.
Probado ya que debe existir algo necesario como causa
de los seres limitados en la duración, comienza el segundo
momento de la vía tomista. Todo ser necesario o tiene causa
de su necesidad en otro o no tiene causa de su necesidad,
siendo absolutamente necesario. Ahora bien, no es posible
proceder al infinito en la serie de los necesarios que tienen
causa de su necesidad en otro. Las razones de la imposibilidad
de proceder al infinito en las causas eficientes ya fueron
expuestas, aunque hay que observar que ahora se trata de
causas del ser y no solo del movimiento (primera vía) o de la
actividad (segunda vía). Se trate de causas que,
esencialmente subordinadas en el presente, intentan dar
razón necesaria y suficiente del ser de los entes que tienen
limitada su duración.
162
La conclusión formal es ens a es, que no está
subordinado a ningún otro ente ni en el movimiento, ni en la
causalidad ni en el ser. Entre el primer motor inmóvil, la
primera causa incausada y el Ser necesario no hay
identificación formal, sino únicamente coincidencia material.
5 Cuarta vía
5.1 Formulación
Santo Tomás formula el llamado argumento de los
grados del ser en S. Th I, q. 2, a. 3; C. G I, c. 13, C.G II, c. 15
y De Pot. q.3 a.5
163
a) Encontramos cosas que son más o menos buenas, más o
menos verdaderas, más o menos nobles etc.
b) Pero el más o menos se afirma de las cosas porque éstas
se aproximan o se alejan de algo que es máximo, al igual que
ocurre cuando decimos que algo está más caliente cuanto más
próxima está a lo que es máximamente cálido.
c) Por lo tanto, existe una cosa que es verísima, óptima,
nobilísima y, por tanto, máximo ente, ya que las cosas que
son máximamente verdaderas son también máximamente
entes.
d) Lo que es máximo en algún género es causa de todos los
que están en ese género, al igual que el fuego, que es
máximamente cálido, es causa de todas las cosas calientes.
e) Existe, pues, una cosa que es causa del ser, de la bondad y
de cualquier otra perfección en todas las cosas, al que
llamamos Dios
5.2 Explicación y consecuencias
El argumento por los grados o participaciones lo
conocemos generalmente como argumento "climatológico" ya
que parte de que una misma perfección se encuentre
realizada en diversos grados. El dato inicial de la cuarta vía es
que hay en las cosas ciertas perfecciones realizadas en
diversos grados, como la bondad, la verdad, la nobleza y otros
semejantes. La exigencia inicial radica en la gradación de las
perfecciones, y por tanto, de la multitud de perfecciones que
encontramos en las cosas, deben quedar excluidas todas
aquellas que no se realicen graduadamente, es decir, en
mayor o menor grado.
Ahora bien, la prueba no tiene en cuenta cualquier
perfección capaz de existir en mayor o menor grado.
164
Esto explicaría porque los ejemplos de perfecciones
propuestas por santo Tomás sean la bondad, verdad y
nobleza, y "otros similares". La mayoría de perfecciones
realizadas en las cosas, aunque no sean esenciales, derivan de
la esencia, genérica o específicamente considerada y suelen
ser propiedades (vivir, entender, querer), o accidentes
(ciencia, sabiduría, justicia, templanza) de la esencia de las
cosas. Todas estas perfecciones, por muy graduadas que
sean, son estériles a la hora de remontar hacia Dios, porque la
limitación misma con la que se nos presentan encuentra plena
comprensión en el mismo sujeto
Debemos excluir del punto de partida de la vía todas
las perfecciones como género, especie, diferencia, propiedad y
accidente. Aparte de todas ellas, aún nos quedará un grupo
de perfecciones como el ser, la unidad, la verdad, la bondad,
que efectivamente están realizadas en todas las cosas
secundum magis et minus. En nuestra experiencia
encontramos cosas con más o menos entidad, unidad, verdad,
bondad, belleza, etc., es decir, cosas limitadas en la razón de
ser, de unidad, de verdad etc. Es en estas cosas que empieza
la cuarta vía.
Ahora aplicamos el principio de causalidad eficiente al
dato inicial, que no es otro que la existencia de perfecciones
graduadas, es decir, la existencia de seres limitados en la
razón de ser. Las perfecciones puras trascendentales que
aparecen realizadas en las cosas secundum magis et minus,
es decir, no según toda su plenitud, sino limitadamente,
secundum partem o participadas, son recibidas en los diversos
sujetos, es decir, son efectuadas, y por tanto, causadas por
algo exterior. Una perfección se tiene en mayor o menor
grado según su proximidad o lejanía de la fuente.
165
La afirmación de santo Tomás no está en el plano
noemático o ideal, como algunos han interpretado, acusando
al tomismo de dejarse influenciar del platonismo. No es cierto
que la idea de una perfección limitada se mida por la idea de
una perfección ilimitada, ya que la idea no es medida de la
realidad. Una idea imperfecta no presupone una idea perfecta.
La afirmación sólo tiene sentido y valor en el plano existencial
de la realidad concreta. Las perfecciones reales son más o
menos limitadas según su proximidad a la perfección real e
ilimitada. De ahí que una perfección limitada es siempre
participada y exige haber sido realizada por una causa que
posea esa perfección de forma sustancial.
166
lo que él mismo es, se distingue del otro, y la diversidad de
causas produce efectos diversos. Por tanto, encontrándose
como común el ser a todas las cosas, las cuales son distintas
unas de otras en virtud de lo que son, es preciso que
necesariamente el ser les sea asignado no por ellas mismas,
sino por alguna causa única. Y éste parece ser el
razonamiento de Platón, que quiso que antes de toda multitud
hubiera una unidad, no sólo en los números, sino también en
la naturaleza de las cosas.
La segunda razón es que cuando se encuentra algo
participado en muchos de modos diversos, es necesario que
por aquél en el que se encuentra de modo perfectísimo se
atribuya a todos aquellos en quienes se encuentra de forma
más imperfecta. En efecto, en aquellas cosas que
positivamente se dicen según un más y un menos, poseen esa
característica según su mayor alejamiento o proximidad a algo
uno; si esa característica les conviniera a cada uno de ellos en
virtud de sí mismo, no habría razón para que se encuentre en
uno de modo más perfecto que en otro; como vemos que
ocurre con el fuego que siendo lo más caliente es el principio
del calor para todas las cosas cálidas. Ciertamente hay que
establecer que exista un único ente, que es ente perfectísimo
y absolutamente verdadero; esto se prueba porque hay algo
que produce el movimiento siendo absolutamente inmóvil y
perfectísimo, como ha sido probado por los filósofos. En
consecuencia, es necesario que todas las otras cosas menos
perfectas reciban el ser de él mismo. Y esta es la prueba del
Filósofo.
167
necesariamente la causa de todas las cosas cálidas, que
tienen el calor por modo de participación. Ciertamente hay
que admitir que exista un ente que sea su propio ser, lo cual
se prueba por el hecho de que es necesario que haya un
primer ente que sea acto puro, en el que no haya ninguna
composición. Por eso es preciso que de este ente único
procedan todas las otras cosas que no son su propio ser, sino
que no puede ser que eso común contienen el ser modo de
participación. Este es el razonamiento de Avicena. En
consecuencia, de este modo se demuestra por la razón y se
posee por fe que todas las cosas han sido creadas por Dios.”
(De Potentia, q. 3, a. 5)
Las perfecciones trascendentales de ser, unidad,
bondad, verdad, etc. se encuentran en una diversidad de
sujetos realizadas en mayor o menor grado, es decir, con
menor plenitud de la que son capaces. Ahora bien:
168
principio de su limitación. La recepción en una potencia
explicaría el aspecto negativo de su limitación
Las bases noéticas tomistas de la demostración de Dios
exigirían probar ahora que en la serie de las causas de las
perfecciones trascendentales realizadas en las cosas no se
puede proceder hasta el infinito. Pero en la cuarta vía no se
encuentra este paso. La razón es clara: si se arranca de un
estrato ontológico en el que aparecen dichas perfecciones de
ser, unidad, bondad, verdad, etc. que atraviesan todas las
realidades, la inferencia desde los entes en que aparecen
limitadas hasta la existencia de aquel que las realiza sin límite
es inmediata, es decir, pasamos de la existencia de los entes
por participación al ser sustancialmente perfecto de una forma
inmediata.
169
No estamos ante la causalidad de Dios en cuanto al
movimiento, a la actividad o a la mera existencia de los entes,
sino de la propia causalidad del ser y de todo lo que participa
de esta fundamental perfección.
6 Quinta vía
6.1 Formulación
La quinta vía, conocida con el nombre de argumento de
la finalidad, es formulada por Santo Tomás en varios lugares
de sus obras: S. Th I, q. 2, a. 3; C.G 1, c. 13 y c. 42
“La quinta se deduce a partir del ordenamiento de las
cosas. Pues vemos que hay cosas que no tienen conocimiento,
como son los cuerpos naturales, y que obran por un fin. Esto
se puede comprobar observando cómo siempre o a menudo
obran igual para conseguir lo mejor. De donde se deduce que,
para alcanzar su objetivo, no obran al azar, sino
intencionadamente. Las cosas que no tienen conocimiento no
tienden al fin sin ser dirigidas por alguien con conocimiento e
inteligencia, como la flecha por el arquero. Por lo tanto, hay
alguien inteligente por el que todas las cosas son dirigidas al
fin. Le llamamos Dios.” (S. Th I, q.2, a. 3)
a) Constatamos que los entes que no tienen conocimiento,
como los cuerpos naturales, actúan para un fin, ya que
siempre o a menudo actúan de la misma manera para lograr
lo mejor.
170
c) No podemos proceder hasta el infinito en la serie de los
seres inteligentes directores que a la vez son dirigidos.
171
Esta constancia en el obrar y la tendencia a la
consecución de un efecto determinado demuestran la relación
entre el agente, su acción y el fin de la acción, excluyen al
azar como explicación y piden alguna intención en el agente
que obra. La aplicación del principio de causalidad reclama
que la dirección a un fin que tienen los movimientos de los
entes sea causada eficientemente por algún ser inteligente.
172
La acción de la inteligencia y de la voluntad humana
puede explicar la ejecución del programa por el cual la
inteligencia está ordenada al ser inteligible y la voluntad al
bien. Pero, ¿quién ordena y dirige a una y otra facultad a su
respectivo objeto? También los actos de los seres dotados de
conocimiento y deseo racionales están exigiendo un ser
inteligente y libre que explique su ordenación o dirección al
fin.
No podemos proceder al infinito en la serie de los seres
inteligentes directores que a la vez son dirigidos. Tendremos
que llegar a un ser inteligente, la acción del cual no necesite
ser regulado por nadie. Se debe concluir en la existencia de
un ser sumamente inteligente, supremo director de todos los
movimientos, acciones y operaciones de los seres naturales, al
que llamamos Dios.
173
174
VIII. OTRAS PRUEBAS DE LA EXISTENCIA DE
DIOS
DIOS
1 Introducción
175
se hace eco cuando afirma en su obra Nuevos ensayos sobre
el entendimiento humano que "Las verdades necesarias,
siendo anteriores a la existencia de los seres contingentes,
deben estar fundadas en la existencia de una sustancia
necesaria”.
a) Hay verdades que gozan del carácter de
necesidad, inmutabilidad y eternidad. Este es el caso no sólo
de los primeros principios primeros de cada ciencia, sino
también el de muchos juicios que hacemos sobre hechos
contingentes. Es evidente que estas verdades no comienzan a
ser cuando las cosas empiezan ni dejan de ser cuando las
cosas desaparecen.
176
La prueba por las verdades eternas no consigue un
verdadero valor demostrativo. Necesitamos distinguir un doble
orden de entidades: el real, donde se sitúan todos los entes
contingentes con existencia actual, de los que se nos habla en
la prueba; y el orden ideal, que conforma la dimensión propia
de las verdades eternas. Las características de necesidad,
inmutabilidad y eternidad hay situarlas en el mismo plano en
que se encuentra el sujeto. No negamos que estas
características sean propias de la verdad, pero mientras no
vemos la verdad encarnada en una realidad, su interna
necesidad, inmutabilidad o eternidad serán sólo de carácter
ideal.
El argumento que tenga la pretensión de llegar a Dios
desde las verdades eternas, por su necesidad interior, en un
orden inteligible o ideal, sin descender a su fundamentación
real en el ser como tal, está intentando un paso ilegítimo
desde el orden ideal al real. Santo Tomás no aceptó la prueba
agustiniana en sus cinco vías, ni tampoco elaboró ningún
argumento demostrativo de la existencia de Dios
fundamentado en la eternidad de la verdad. Él mismo plantea
en C.G II, c. 84 que la eternidad de la verdad puede ser
entendida de dos maneras: una desde el punto de vista de la
verdad entendida; y la otra desde el punto de vista del sujeto
inteligente. La verdad puede ser eterna desde el primer punto
de vista, pero desde el segundo. La conclusión de santo
Tomás es que el alma no es eterna sino que las verdades
eternas se fundamentan en algo eterno, ya que se
fundamentan en la verdad eterna como causa universal.
Únicamente si damos por supuesta la eternidad de la verdad
entendida, puede concluirse que las verdades entendidas se
fundamentan en algo eterno ("quod veritates intellectae
fundentur in aliquo aeterno").
177
El paso de este "aliquo aeterno" a Dios como verdad
primera exige todo un procedimiento causal, en el que el
punto de partida no puede ser la eternidad de la verdad sino
la creaturabilidad del sujeto real.
“En cuanto a lo que se arguye en segundo lugar,
referente a la eternidad de la verdad que el alma entiende,
hay que tener en cuenta que la eternidad de la verdad
entendida puede comprenderse de dos modos: uno, en
cuanto a lo que se entiende; otro, en cuanto a aquello por lo
cual se entiende. Y si realmente la verdad entendida es eterna
en cuanto a lo que se entiende, síguese la eternidad de lo
entendido, mas no la de quien entiende. Mas si la verdad
entendida es eterna en cuanto a aquello por lo que es
entendida, síguese que el alma inteligente es eterna.
178
ser capaz de durar siempre. De donde se sigue que por la
eternidad de la verdad inteligible se puede probar la
inmortalidad del alma, pero no su eternidad. Lo cual tampoco
se puede demostrar por la eternidad del agente, como quedó
claro por lo dicho antes (c. 31 ss.), al tratar la eternidad de las
criaturas.” (C.G II, c. 84)
3 El deseo de felicidad (argumento eudemonístico)
La prueba de la existencia de Dios fundamentada en el
deseo de felicidad tiene su origen histórico en la filosofía
agustiniana. Como resumen paradigmático es usual repetir el
dicho de San Agustín: “inquietum est cor nostrum donec
requiescat in te [Domine]"
“Grande eres, Señor, e inmensamente digno de
alabanza; grande es tu poder y tu inteligencia no tiene límites.
Y ahora hay aquí un hombre que te quiere alabar. Un hombre
que es parte de tu creación y que, como todos, lleva siempre
consigo por todas partes su mortalidad y el testimonio de su
pecado, el testimonio de que tú siempre te resistes a la
soberbia humana. Así pues, no obstante su miseria, ese
hombre te quiere alabar. Y tú lo estimulas para que encuentre
deleite en tu alabanza; nos creaste para ti y nuestro corazón
andará siempre inquieto mientras no descanse en ti.” (San
Agustín., Confesiones, L.1 c.1 Alianza Editorial. Madrid)
El argumento puede presentarse en diversas
formulaciones:
a) "Todo deseo natural supone la existencia real de lo
deseado, es decir, de su fin. Ahora bien, el hombre siente por
necesidad el deseo de Dios de su felicidad y su fin; por tanto,
Dios existe"
179
b) "Dios es a la vez el objeto formal específico del
entendimiento y de la voluntad. Ahora bien, toda potencia
supone la realidad del objeto formal que la específica. Por lo
tanto, Dios existe"
180
Del mismo modo, la prueba de la existencia de Dios por el
camino de la causalidad final presupone el conocimiento de la
existencia de Dios y no al revés. Los argumentos que propone
santo Tomás se enfocan por el camino de la causalidad
eficiente. Él siempre rechaza la prueba de la existencia de
Dios por el deseo de felicidad y la posibilidad de conseguirlo.
“El hombre conoce naturalmente a Dios como
naturalmente le desea. Y le desea naturalmente en cuanto
naturalmente desea la bienaventuranza, que es cierta
semejanza de la bondad divina. Por esto no es necesario que
Dios sea en si mismo naturalmente conocido, sino en su
semejanza. Y, en consecuencia, es necesario que el hombre
vaya al conocimiento de Dios raciocinando por las semejanzas
que encuentra en sus efectos.” (C.G I, c. 11)
4 La ley moral (argumento deontológico)
En el argumento deontológico se mezclan muchas
cuestiones más o menos implicadas en él, como la existencia
del orden moral natural, la posibilidad de fundamentar la
moral sin conocimiento implícito o explícito de la existencia de
Dios, etc. Lo que nos planteamos aquí es si se puede concluir
con validez la existencia de Dios como Supremo Legislador,
desde el conocimiento de la ley moral natural. Por el mismo
motivo por el que la ley natural es ontológicamente una
participación de la ley eterna en la criatura racional, nos
preguntamos si podemos pasar noéticamente desde el
conocimiento de la ley natural al conocimiento de la ley
eterna.
Podemos anticipar nuestra posición afirmando que,
desde la existencia de la ley natural puede demostrarse la
181
existencia de Dios únicamente a través de la causalidad
eficiente, es decir, en dependencia estricta del proceso
general usado hasta ahora.
El argumento puede formularse de la siguiente manera:
a) Consta a nuestro conocimiento la existencia de una ley
natural moral en la naturaleza humana.
b) Esta ley natural es causada.
c) Es imposible proceder ad infinitum en la serie de causas
legisladoras que sean causadas.
d) Por lo tanto, podríamos concluir que existe una primera
causa legisladora que llamamos ley eterna, y que responde a
la definición nominal de Dios.
Expuesto así el argumento, es indudable su conexión
con el proceso general seguido hasta ahora, y en concreto con
la tercera vía tomista. En primer lugar, el punto de partida se
sitúa en el orden de la actividad y busca una explicación
metafísica de esta misma actividad.
182
una naturaleza animal, como todo otro animal, pero también
posee una naturaleza específica en tanto que ser racional, a
la que está supeditada su ser físico, vegetativo y animal. Por
este motivo, la ley natural en el hombre posee una especial
cualificación y que llamamos ley natural moral.
La persona humana es capaz de concebir el ser en
tanto que ser gracias a su entendimiento, tender al bien
universal y ser libre ante los bienes parciales, gracias a su
voluntad. El hombre posee plena responsabilidad, es libre
portador de su propio ser y esto lo constituye en portador de
derechos inalienables. La persona humana es portadora de
una concepción, una impresión o diseño de sus derechos
fundamentales que son naturalmente recibidos, que le vienen
dados entitativamente en su racionalidad, y que, a pesar que
sean espontáneamente conocidos por la razón, no son
producto de la razón.
183
En definitiva, la persona humana, en virtud de la
naturaleza de su propia voluntad, sólo puede querer el bien y
evitar el mal. Así podemos validar el punto de partida de la
prueba: es evidente con anterioridad a toda demostración de
la existencia de Dios, la existencia de una ley moral natural.
Ante el hecho de la ley moral, nos preguntamos por su
misma razón de ser, por su autosuficiencia o hetero-
suficiencia. La ley natural es el fundamento último de toda
legislación humana positiva, pero ella no encuentra en sí
misma su propio fundamento. La ley natural es racional pero
no es producto de la razón. La razón, la naturaleza humana,
es el soporte de la ley natural pero no es su causa, sólo es su
receptáculo.
184
activo que con su inteligencia y voluntad ha causado esta
norma inmutable de la actividad voluntaria. Este principio se
llama la ley eterna, y por ello definimos la ley natural como
participación de la ley eterna (“lex naturalis nihil aliud est qual
participatio legis aeternae in rationali creatura”).
5 Otras aproximaciones a Dios
5.1 La fe moral
Tanto la crítica que hace Kant a las pruebas clásicas de
Dios como su posición sobre una "fe moral" en Dios han
tenido una enorme influencia. Según Kant, las formas del
pensamiento sólo pueden alcanzar una experiencia posible.
Pero la razón afirma conceptos que escapan a la experiencia,
como la idea de sujeto (el yo), del mundo y de Dios. Estas
"ideas de la razón pura" no se pueden fundamentar en
argumentos sólidos.
185
cosmológica, según Kant, radica en la aplicación del principio
de causalidad más allá del campo de la experiencia.
Y finalmente tampoco la prueba teológica está
justificada porque la experiencia del orden y de la finalidad del
mundo sólo probaría la existencia de un arquitecto del mundo
pero no la de un Dios creador. En las argumentaciones la
posición de Kant es la misma: una concepción de la
inteligencia que no tiene el ser como objeto sino el fenómeno.
En cambio, Kant en Crítica de la razón práctica llegará a
la conclusión de la existencia de Dios reflexionando sobre la
vida moral. El imperativo categórico nos presenta la ley moral
como deber que obliga sin condiciones. La moralidad no tiene
como fundamento ni la búsqueda de la felicidad ni la
concordia con una voluntad exterior sino que significa un
punto de partida absoluto.
186
el menor aditamento de móviles sensibles, a saber, de la
necesaria integridad de la primera y más egregia parte del
bien supremo -la moralidad- y, como éste sólo puede
resolverse totalmente en la eternidad, al postulado de la
inmortalidad. Pero también para la posibilidad del segundo
elemento del bien supremo, a saber, de la felicidad adecuada
a aquella moralidad, esta misma ley moral tiene que conducir
con el mismo desinterés que antes, a base de la mera razón
imparcial, a la suposición de la existencia de una causa
adecuada a este efecto, esto es, a postular la existencia de
Dios como perteneciente necesariamente a la posibilidad del
bien supremo (el cual es objeto de nuestra voluntad
necesariamente unido con la legislación moral de la razón
pura).
(...) Sin embargo, en la tarea práctica de la razón pura,
es decir, en la elaboración necesaria para el bien supremo, se
postula esa coincidencia como necesaria: debemos tratar de
promover el bien supremo (que, por consiguiente, debe ser
posible). Por lo tanto, se postula también la existencia de una
causa de la naturaleza que sea distinta de toda la naturaleza,
causa que contenga el fundamento de esta relación, a saber,
de la coincidencia exacta de la felicidad con la moralidad.
(…) Pero esta causa suprema ha de contener el
fundamento de la coincidencia de la naturaleza, no sólo con
una ley de la voluntad de los entes racionales, sino con la
representación de esta ley, en cuanto éstos se la ponen como
motivo determinante supremo de la voluntad, o sea no sólo
con las costumbres según la forma, sino también con su
moralidad como su motivo impulsante, esto es, con su
intención moral. Por lo tanto, el bien supremo sólo es posible
en el mundo si se acepta una causa suprema de la naturaleza
187
que tenga una causalidad conforme a la intención moral.
Ahora bien, un ente capaz de actos según la representación
de leyes, es una inteligencia (ente racional), y la causalidad de
tal ente esta representación de las leyes, una voluntad. Por
consiguiente, la causa suprema de la naturaleza, si ha de
suponerse para el bien supremo, es un ente que mediante
entendimiento y voluntad es la causa (por consiguiente, el
autor) de la naturaleza, es decir, Dios.
188
5.2 Las disposiciones libres
189
tanto natural como sobrenatural, en cuanto experimenta en el
alma cierta «connaturalidad» afectiva, con los mismos bienes,
ya natural, ya añadida por don de la gracia; y es evidente de
cuán grande auxilio pueda ser aún este mismo semioscuro
conocimiento para la investigación de la razón.
190
imaginación, ora por las desordenadas concupiscencias
nacidos del pecado original. De lo que resulta que los hombres
se persuaden con gusto ser falso o, por lo menos, dudoso lo
que no quisieran fuera verdadero. Por eso hay que decir que
la «revelación» divina es moralmente necesaria para que, aun
en el estado actual del género humano, todos puedan conocer
con facilidad, con firme certeza y sin mezcla de error alguno,
aquellas verdades religiosas y morales que de suyo no son
inaccesibles a la razón.” (De la Encíclica Humani generis, de
12 de agosto de 1950. D.2305)
La teología enseña que la razón natural no está sola y
que existen otras fuentes de conocimiento como la fe y el don
de sabiduría, que pueden influir sobre la razón sin cambiar su
naturaleza. Así es como las convicciones del creyente y las
luces del místico refuerzan la actividad del filósofo. La razón
metafísica se ve fortalecida gracias a los hábitos provenientes
de la voluntad, como sucede en el caso del conocimiento por
connaturalidad o por inclinación.
“La sabiduría implica rectitud de juicio según razones
divinas. Pero esta rectitud de juicio puede darse de dos
maneras: la primera, por el uso perfecto de la razón; la
segunda, por cierta connaturalidad con las cosas que hay que
juzgar. Así, por ejemplo, en el plano de la castidad, juzga
rectamente inquiriendo la verdad, la razón de quien aprende
la ciencia moral; juzga, en cambio, por cierta connaturalidad
con ella el que tiene el hábito de la castidad. Así, pues, tener
juicio recto sobre las cosas divinas por inquisición de la razón
incumbe a la sabiduría en cuanto virtud natural; tener, en
cambio, juicio recto sobre ellas por cierta connaturalidad con
las mismas proviene de la sabiduría en cuanto don del Espíritu
Santo.” (S. Th II-II, q.45 a.2)
191
La razón puede conocer el Dios personal que gobierna
el mundo, pero es tarea propia de la voluntad dominar las
fuerzas negativas que puedan perturbar y liberar la
inteligencia para que pueda llegar a su objeto. Es legítimo
buscar la concordancia de la revelación con la moralidad pero
hay que mantener el valor intrínseco de los preámbulos
racionales de la fe.
5.3 Maurice Blondel
La investigación de Maurice Blondel (1861-1949) se
dirige a la acción humana y su relación con el pensamiento,
tal como fue expresada en su tesis doctoral L’Action (1893) y
en otras obras posteriores La Pensée (1934), L'Être et les
êtres (1935), La Philosophie et l'Esprit chrétien (1946). La
tesis inicial parte de un hecho comprobado: que somos
nosotros mismos los que actuamos y que nuestra voluntad no
se contenta con ninguno de los objetos que desea. Por otra
parte, la voluntad siempre quiere lo que quiere; de hecho, no
puede no querer; incluso cuando no quiere, quiere no querer.
Hay, pues, una única cosa necesaria que penetra toda
nuestra acción y de aquí proviene el carácter de trascendencia
que posee toda vida humana. Blondel interpreta desde esta
perspectiva todas las pruebas clásicas de la existencia de Dios.
La contingencia muestra lo único que es necesario y que está
presente en la pobreza de nuestros actos. Las pruebas se
proponen en un campo nocional pero se fortifican en el
ámbito de los pensamientos vivos. Es en la práctica donde se
encuentra lo único necesario, ya que sólo la acción es capaz
de referirse a toda la vida humana y por ello se convierte en el
lugar del don sobrenatural.
192
“No es la acción la que roba terreno al pensamiento; es
el pensamiento el que ilumina y emplea la acción para su
propio desarrollo”
“Soy y actúo, incluso a pesar mío” (…) “Todos los
intentos de acabar la acción humana fracasan” (…) La
voluntad no se contenta con ninguno de los objetos que ha
querido; siempre hay menos en lo que es hecho o deseado
que en lo que hace o desea” (…) “Nuestra voluntad que quiere
supera todas nuestras producciones particulares. Hay, pues,
un “único necesario” que penetra y promueve nuestra acción,
un acto puro del pensamiento perfecto, una potencia que
proporciona a todo momento de nuestro desarrollo lo que
hace falta de fuerza, de carrera y de claridad” (…) “Por la
presencia de este pensamiento que trabaja sordamente las
almas, la vida voluntaria reviste necesariamente un carácter
de trascendencia” (pag 337-347) “El hombre, por sí mismo, no
puede ser lo que ya es a pesar de él, aquello que pretende ser
voluntariamente. ¿Sí o no, querrá vivir, hasta morir por ello, si
así puede hablarse, consintiendo en ser suplantado por Dios?
O bien ¿pretenderá bastarse sin Él, aprovecharse de su
presencia necesaria sin hacerla voluntaria, obtener de Él la
fuerza de poder prescindir de Él, y querer infinitamente sin
querer lo infinito?” (Blondel, M., L'Action, Essai d'une critique
de la vie et d'une science de la pratique. Bibliotheque de
Philosophie Contemporaine. Alcan, París. (1893) Traducción
española: M. Blondel., La acción. B.A.C Madrid (1996) Pág.
354-355.
Es de apreciar la aportación de Blondel al señalar,
precisamente, la relación que el pensamiento debe mantener
con la acción. Sin duda que la práctica da vida y certeza a las
193
certezas porque el problema de Dios no interesa solamente a
un tipo de inteligencia puramente especulativa, sino que pide
la adhesión de la voluntad. Los argumentos que nos
encaminan a Dios deben poseer una lógica suficiente para
conseguir un asentimiento lógicamente firme que deberá
sostener las verdaderas aspiraciones humanas.
194
Efectivamente, el pensador danés había criticado las
pretensiones de la razón en el campo metafísico y religioso. La
existencia de Dios no podía ser demostrada porque en la
naturaleza no encuentra ninguna señal de su acción.
195
La fe sobrenatural, tal como la propone la teología, se
fundamenta en razones de credibilidad y es radicalmente
diferente de esta "fe filosófica" con la que Jaspers quiere
adherirse libremente a una trascendencia inexpresable. Es
mérito de Jaspers haberse distanciado de otras posiciones
existencialistas, como la J.P Sartre, M. Merleau-Ponty o el
mismo Heidegger que creen incompatibles la libertad con la
afirmación de Dios.
“Un Dios demostrado no es Dios, no sería más que una
cosa en el mundo” (…) “La libertad suprema, libre de toda
intervención por parte del mundo, se sabe al mismo tiempo
vinculada de la manera más profunda a la trascendencia” (…)
“Cuando todo está perdido solo subsiste esto: Dios es” (…)
“El hombre para quien la vida se ha hecho transparente, ve
todas las posibilidades, e incluso las situaciones sin otra salida
que la muerte, como enviadas por Dios” Jaspers, K.,
Introducción a la filosofía. Círculo de Lectores, Madrid (1989)
p. 51, 56, 61.
5.5. El misterio según Gabriel Marcel
196
“La expresión “problema de Dios” es, sin duda alguna,
contradictoria e incluso sacrílega” (ídem p.176) “No puede
tratarse de contar con uno mismo, con las propias fuerzas,
para hacer frente a este compromiso desmesurado; pero en el
acto por el cual lo contraigo, abro al mismo tiempo un crédito
infinito a aquel hacia el cual lo contraigo, y la esperanza no es
otra cosa” (Marcel, G., Du refus à l'invocation. Gallimard.
París (1956) p. 217-218.
Dios no es problema porque Dios no es ningún objeto y
no se encuentra ante nosotros como tal para ser demostrado,
sino que nos está presente como una invocación; más bien
somos nosotros los que estamos llamados por este "tú" más
interior a nosotros que nosotros mismos. Existimos en el
misterio.
197
Si bien a la certeza de la razón necesita el recurso de la
acción del creador como causa de la creación, es decir, el
camino de la causalidad, no es menos cierto que es posible
presentir Dios de la forma que propone Marcel, aún
manifestando un interés admirable por el mundo personal y el
juego de las libertades y mostrando como la libertad humana
no puede acabarse sino es en Dios.
5.6 Henry Bergson
En Las dos fuentes de la moral y de la religión, Henry
Bergson presenta el misticismo como el hecho principal que
permite llegar a la realidad divina. Es así como hay que recibir
los testimonios directos de los místicos que nos hablan de la
unión con Dios. Como escribe santa Teresa: “Algunas veces,
cuando leía tenia súbitamente un sentimiento íntimo de la
presencia de Dios. No podía dudar en modo alguno que no
estuviese Él en mi o que yo no estuviese completamente
abismada en Él”. Para Bergson la experiencia es la única capaz
de abordar el problema de la existencia y la naturaleza de
Dios. Bergson admira la experiencia de los místicos al
considerar que sólo la religión considera a Dios como un ser
capaz de relacionarse. Cuando Dios invade el alma del místico
lo transforma y le concede un impulso gracias al cual puede
llegar a la raíz misma de la realidad.
“La religión lo considera como un ser que puede
relacionarse con nosotros” (Bergson, H., Las dos fuentes de la
moral y de la religión. Editorial Sudamericana (1946) p. 258)
(…) “El amor que lo consume no es ya solamente el amor de
un hombre hacia Dios, es el amor de Dios por todos los
hombres. A través de Dios, por Dios, ama a toda la
humanidad con un amor divino” (ídem., p. 270)
198
(…)“Coincidiendo con el amor de Dios por su obra,
amor que lo ha hecho todo, manifestaría el secreto de la
creación a quien supiera interrogarlo” (…) “se convierten en
imitadores y continuadores originales, pero incompletos, de lo
que fue completamente el Cristo de los evangelios” (ídem., p.
152)
Bergson reconoce que la experiencia mística no puede
dar al filósofo la certeza definitiva de Dios pero afirma que en
la armonía entre la mística y el razonamiento se produce el
impulso vital que está en el origen de la naturaleza y del alma
humana. Bergson, aunque iniciado en el judaísmo, declarará
la adhesión moral al cristianismo en su testamento y en todas
sus obras sitúa el amor como el atributo central de la vida
religiosa.
La existencia de Dios no depende necesariamente de
una experiencia mística, ya pesar de que nuestra noción
filosófica de Dios sea imperfecta, responde realmente al
conocimiento de su naturaleza. Es cierto que esta idea
coincide con el Dios de la Biblia que entra en relación con
nosotros de forma sobrenatural, pero esta relación es gratuita
y sólo puede ser conocida por la fe. Por lo tanto, es la fe la
que nos permite interpretar el hecho místico como un
encuentro con Dios.
199
200
IX. LA ESENCIA DIVINA
IX. LA ESENCIA DIVINA
Después de tratar de la existencia de Dios comenzamos
el estudio de su esencia dividido en cuatro capítulos
diferentes: la cognoscibilidad de la esencia divina; el
constitutivo formal de Dios; los atributos entitativos y los
atributos operativos de Dios
1 La cognoscibilidad de la esencia divina
1.1 El conocimiento humano de Dios
El proceso histórico de esta cuestión está marcado por
el agnosticismo "esencial" de Dios, desde Plotino, que afirma
la imposibilidad de predicar ningún atributo positivo de Dios,
pasando por Maimónides, con su doctrina sobre los nombres
de Dios, hasta llegar a la sistematización más clara del
agnosticismo esencial de Dios defendido por los autores
nominalistas, tales como Hamilton, Mansel, Spencer, Kant,
Loisy, Tyrrell i Le Roy
No se trata aquí de menospreciar la importancia de la
experiencia en todos nuestros conocimientos, incluso cuando
tratamos de Dios. Ahora bien, nuestro proceso cognoscitivo
puede seguir dos caminos: el que va desde el objeto a sus
efectos (sentido deductivo); y el que va desde el objeto a su
causa (sentido inductivo). En los dos caminos hay conexión
entre causa y efecto pero lo que verdaderamente necesitamos
es la conexión del efecto a la causa y no de la causa al efecto.
La causa no implica relación, y menos aún dependencia
respecto del efecto, pero este sí que posee una clara
dependencia respecto a la causa.
201
Por este motivo es necesario empezar siempre desde
los efectos universales, como el ser de los entes, y llegar al
conocimiento existencial de la Causa Primera y a alguna cosa
de su esencia. También habrá que superar la tentación del
puro equivocismo que afirma que los seres efectuados son
totalmente diferentes de Dios.
Las razones de nuestro conocimiento esencial de Dios
se fundamentan, precisamente, en que las cosas efectuadas
manifiestan algo de la esencia divina. La Causa Primera debe
tener de alguna forma lo que realiza en las cosas, y por este
motivo, vemos que las perfecciones de las cosas causadas
reflejan la perfección de su causa. El camino aristotélico más
que el platónico reclama dar razón (propter quid) de la
existencia de toda perfección en tanto que propiedad o
atributo de la esencia. Tendremos que deducir de la definición
fundamental de Dios, lograda al final de la demostración de su
existencia, todas las afirmaciones esenciales de la Causa
Primera, asignando el propter quid de cada atributo
demostrado.
Empezaremos por el examen metafísico del efecto finito
y pasaremos del efecto a la causa infinita siguiendo el hilo de
la conexión que existe entre el efecto y la causa. Ahora bien,
como que nuestros conocimientos se encuentran en la
realidad finita, siempre que queramos afirmar alguna
perfección de la causa primera, previamente deberemos
depurar el modo en que esta perfección se encuentra
realizada en el ente finito.
202
La principal limitación en esta tarea la encontraremos
en la misma trascendencia divina, porque ninguno de nuestros
conceptos podrá expresar adecuadamente la esencia divina y,
por tanto, nunca conseguiremos un conocimiento de Dios,
inmediato, adecuado y completo.
A lo largo de la historia han sido numerosos los intentos
de afirmar el conocimiento directo de la esencia divina, sobre
todo debido a la influencia platónica de la precedencia de la
idea sobre el ser. San Agustín nos habla de la visión de las
verdades eternas y algo parecido afirmará san Buenaventura.
El nominalismo provocará la afirmación del conocimiento
inmediato de la esencia de Dios, como harán Descartes,
Malebranche, Espinosa, o todos los ontologistas, como
Gioberti o Rosmini.
La propuesta de santo Tomás es muy diferente. Nos
advierte que algo se puede conocer de dos maneras: o bien
por su propia forma, igual que el ojo ve una piedra por la
imagen o especies de la piedra; o bien, por la forma de otra
cosa parecida a ella, al igual que la causa se conoce por la
semejanza que tiene con el efecto.
203
“Es imposible que un entendimiento creado por su
capacidad natural vea la esencia de Dios, pues el
conocimiento se realiza según el modo como lo conocido está
en el que conoce. Y lo conocido está en el que conoce según
su modo de conocer. De ahí que todo conocimiento se ajuste
a la naturaleza del que conoce. Así, pues, si el modo de ser de
alguna cosa conocida excede el modo de ser de la naturaleza
del que conoce, es necesario que el conocimiento de aquello
esté por encima de la naturaleza de aquél. (…)
204
misma (omne agens agit sibi simile) y mantiene que los
efectos de la causa primera le son análogos y no unívocos ni
equívocos. Hay dos razones claras que muestran que nuestro
conocimiento de la esencia divina no podrá nunca ser perfecto
y adecuado. La primera es que nuestro intelecto existe
encarnado en la materia corporal y abstrae las formas de la
materia. La segunda es una consecuencia obvia de la primera
y hace referencia a la situación existencial del objeto.
Esto no quiere decir que no podamos tener ningún
conocimiento de la esencia divina o que nuestro conocimiento
de ella sea meramente negativo Maimónides, afirmaba que
Dios sólo podía ser conocido como causa de las cosas, y que
sus atributos, como la sabiduría o la vida, no decían nada
positivo de Dios, sino que sólo expresaban que Dios era causa
de la sabiduría o de la vida de las cosas.
205
proceden muchos y variados afectos, se nos demuestra que
cualquiera de ellos es deficiente respecto de la virtud del
agente. Por consiguiente ninguna forma de efecto alguno
divino está en el efecto con la misma razón con la que está en
Dios. (…)
206
este modo imperfecto de significación, y por último, como lo
negativo de nuestro modo de conocer no destruye la
afirmación positiva, podremos sublimar la perfección y
atribuirla a Dios según el modo subsistente en que Él existe.
“En la medida en que podemos conocer la naturaleza
de alguna cosa por sus propiedades y efectos, así podemos
indicarla con el nombre. Así, porque podemos conocer la
sustancia de la piedra en sí misma por su propiedad,
conociendo qué es la piedra, el nombre piedra indica la
naturaleza de la piedra en cuanto tal; puesto que expresa la
definición de piedra por la que conocemos qué es la piedra.
Pues el concepto que expresa el nombre es la definición,
como se dice en IV Metaphys.
207
2 El constitutivo formal de Dios
Conocemos que Dios es, algo de lo que es, pero no lo
conocemos sicuti est, sino tan sólo en la medida en que está
representado en las perfecciones de las criaturas. Ahora nos
preguntamos cuál es el constitutivo formal de Dios, es decir,
cuál es la esencia metafísica de Dios (id quod est divina
substantia), siempre dentro de nuestro conocimiento
analógico y imperfecto de Dios.
Es evidente que este constitutivo debe ser exclusivo y
expresión sustantiva de Dios; debe ser ontológicamente
original y noéticamente originario de los otros atributos
divinos; debe ser la primera nota distintiva entre Dios y el
resto de criaturas; y ha de ser un distintivo único y referirse
siempre al ser. A lo largo de la historia se han dado hasta
cinco grandes respuestas sobre cuál es este constitutivo
formal de Dios: la bondad, la unidad, la inmutabilidad, la
libertad y la fundamentabilidad. Y hay que añadir también: el
entender y el ipsum esse subsistens.
Siguiendo la obra de santo Tomás, el constitutivo
formal de Dios no es ni la unidad, ni la inmutabilidad ni
ninguna de las características citadas anteriormente, sino el
ipsum esse subsistens. Partiendo de los resultados de cada
una de las cinco vías estudiadas, vemos que concuerdan en
una misma formalidad nocional. El primer motor inmóvil es su
misma actividad motora, porque es Acto puro. La primera
causa incausada ha de ser actividad causal pura, sin
potencialidad, porque es su mismo ser. El ente a se necesario
es una esencia que se identifica con su propia existencia. El
máximo ente no podrá tener su ser participado, sino que ha
de ser acto pleno, es decir, ipsum esse subsistens.
208
Y la primera inteligencia no podrá ser una mera
facultad sino que es su mismo ser, es ipsum intelligere
subsistens. Las mismas vías que demuestran la existencia de
Dios nos llevan hasta la misma definición metafísica de Dios.
El ipsum esse subsistens cumple todas las condiciones
exigidas, antes mencionadas. Es un atributo que sólo es
propio de Dios. Es expresión sustantiva y no accidental de
todo otro atributo; es ontológicamente original y no derivado
de ningún otro; es noéticamente originario de todos los
atributos divinos y sirve de fundamento a la más clara
distinción entre Dios y las criaturas.
209
210
X. LOS ATRIBUTOS DIVINOS
X. LOS ATRIBUTOS DIVINOS
211
En este caso sólo podemos tener una distinción de
razón sin fundamento en la realidad, como por ejemplo
cuando decimos “animal racional” o “hombre”. Así es como
afirmamos alguna perfección de Dios con conceptos que
intrínsecamente son idénticos aun cuando los consideremos
desde aspectos distintos, como cuando nos referimos a la
esencia o existencia divinas, a pesar que realmente la esencia
de Dios es existir. De hecho los conceptos que atribuimos a
Dios se multiplican a causa de la debilidad de nuestra
inteligencia y de la riqueza inagotable de su ser.
“Los nombres dados a Dios no son sinónimos. Esto se
entendería fácilmente si pensáramos que tales nombres no
son aplicados para negar algo o para designar su situación de
causa respecto de las criaturas, pues de este modo los
distintos conceptos corresponderían a las cosas negadas o a
los efectos afirmados.
212
a las variadas y múltiples concepciones de nuestro
entendimiento les corresponde uno completamente simple,
aun cuando sea entendido imperfectamente. De este modo,
los nombres atribuidos a Dios, aun cuando signifiquen una
realidad, sin embargo, porque expresan tal realidad con
variados y múltiples conceptos, no son sinónimos.” (S. Th I, q.
13 a.4)
2 Unidad, verdad y bondad de Dios
2.1 Simplicidad y unidad
Dios existe y por tanto posee las propiedades
trascendentales del ser: unidad, verdad y bondad. Dios es el
ser Necesario y no tiene nada que implique contingencia ni
límite. De aquí provienen los atributos de la infinitud, la
inmensidad o la eternidad. Finalmente estudiaremos tres
atributos positivos: la inteligencia, la voluntad y la potencia.
Dios es simple, es decir, en Él no hay ninguna clase de
composición que la filosofía de la naturaleza y la metafísica
encuentran en los entes contingentes. De Dios negamos la
composición cuantitativa, porque no es cuerpo, o la
composición de la materia y forma sustancial, porque en Él no
hay potencia, ya que es acto puro. Tampoco tiene distinción
de naturaleza y realidad individual (suppositum) ni distinción
entre esencia y existencia, ni tampoco composición de
sustancia y accidentes, porque no es posible añadir nada al
ser absoluto.
Todo ente compuesto implica dependencia,
contingencia y potencialidad. Dependencia de sus
componentes porque éstos no pueden unirse por sí mismos y
213
necesitan causa; potencialidad, porque estos componentes se
relacionan entre ellos como la potencia al acto.
“De lo establecido queda claro que Dios es
completamente inmutable. Primero, porque, tal como quedó
demostrado (q.2 a.3), existe un primer ser a quien llamamos
Dios. Por ser primer ser requiere ser acto puro sin mezcla
alguna de potencialidad, pues la potencia es absolutamente
anterior al acto (q.3 a.1). Todo lo que de una manera u otra
se muda, de un modo u otro está en potencia. Por lo cual, es
imposible que Dios de algún modo se mueva.
214
Si la naturaleza divina pudiera comunicarse a diversos
seres, se distinguiría en ellos aquello que los caracteriza en su
singularidad: el ser de diversos dioses no podría ser simple.
Por otra parte, no podemos concebir diversos dioses
infinitamente perfectos, ya que uno tendría que poseer alguna
perfección que los otros no tienen. Esta unicidad divina no es
matemática o numérica sino metafísica. El ser por sí mismo
sólo puede ser uno, porque es el ser mismo.
2.2 La verdad divina
La verdad es la conformidad entre la realidad y la
inteligencia, aunque primariamente se encuentra en ésta y
secundariamente en el ser, en la medida en que está
ordenado a la inteligencia. Ahora bien, la verdad está
máximamente en Dios tanto si lo consideramos en sí mismo
como si lo consideramos como causa de las criaturas, tal como
afirma la cuarta vía. En Dios hay identidad entre la inteligencia
y lo inteligible. El ser trascendental es verdadero por
referencia a la inteligencia divina que lo piensa.
215
"Como ya se dijo (a.1), la verdad se encuentra en el
entendimiento en cuanto que aprehende las cosas como son;
y en las cosas en cuanto que son adecuables al
entendimiento. Todo esto es así en Dios en grado sumo. Pues
su ser no sólo se conforma a su entendimiento, sino que
también es su mismo entendimiento. Y su conocer es la
medida y causa de cualquier otro ser y entendimiento. Y Él
mismo es su ser y su conocer. Por lo tanto, en Él no sólo está
la verdad, sino que Él mismo es la primera y suma verdad.”
(S. Th I, q.16 a.5)
2.3 la bondad divina
No tratamos aquí de la bondad en sentido moral, sino
en el sentido más general. Dios es bueno porque es el Bien
supremo. El bien es aquello deseable y por tanto una
perfección, un acto. El ente potencial tiende a su perfección o
acto que es siempre un bien, porque si no, no habría ningún
movimiento hacia él. Dios es bueno porque es perfección
infinita y acto puro.
216
De la misma manera que toda verdad nos lleva a la
verdad primera, también todo bien nos lleva a la bondad
suprema de Dios, ya que Dios es el bien de todo bien.
" (…) tal como dijimos (q.2 a.3) y en eso se concuerda
con Aristóteles, lo primero es aquello que es ser y bueno por
esencia; y nosotros le llamamos Dios.
217
3.1. La infinitud
La infinitud divina es ausencia de límite. Negativamente
significa que Dios no tiene límites y positivamente que posee
la actualidad de su propio ser. Dios sólo puede ser infinito
desde el punto de vista espiritual, porque la noción misma de
infinitud divina está ligada a la noción de ser divino que es
subsistente en Sí mismo y, por tanto, sin ninguna realidad que
pueda limitarla.
El ser sólo está limitado por la esencia o forma a la que
actualiza, y por la que queda reducida y limitada. Pero quien
es puro ser ya no tiene una esencia determinada y por tanto
es perfección sin límite. Una forma material puede realizarse
en una multitud de individuos, pero queda limitada por la
materia a ser tal forma individual.
218
"(…) la infinitud de una forma no determinada por la
materia contiene razón de lo perfecto. Lo sumamente formal
de todo es el mismo ser, como quedó demostrado (q.4 a.1 ad
3). Como quiera que el ser divino no es un ser contenido en
algo, sino que subsiste en sí mismo, como también quedó
demostrado (q.3 a.4), resulta evidente que el mismo Dios es
infinito y perfecto.” (S. Th I, q.7 a.1)
3.2 La inmensidad
Dios es inmenso significa que está fuera de toda
medida (aspecto negativo) presente en todo ser y en todo
lugar (aspecto positivo). Dios escapa de toda dimensión
espacial y su presencia no puede quedar reducida a ninguna
extensión porque su potencia no tiene límites. Esta
inmensidad toma a veces la forma de omnipresencia o
también ubiquidad.
Santo Tomás demuestra este atributo a partir del ser
divino en tanto que Causa Primera. El ser finito es el efecto
propio de Dios, el acto de existir de las cosas es el efecto más
universal, y, por tanto, es producido por una Causa
absolutamente universal. De la manera que el sol no deja de
iluminar, Dios conserva la existencia de las cosas en todo
momento. Ahora bien, precisamente porque el acto de existir
es el más profundo que hay en las cosas, el principio que las
hace ser y que las hace ser todo lo que son, quiere decir que
Dios penetra en el corazón mismo de la realidad.
219
Por otra parte, de la misma manera que el ser de la
criatura depende de la creación y conservación divinas,
también su acción depende de su concurso. Ninguna criatura
es causa de su ser sino es en la potencia de Dios que mueve
su operación como causa principal.
Contra esos hay que decir que está en todas partes por
esencia. Así, pues, hay que decir que está en todos por
potencia en cuanto que todo está sometido a su poder; que
220
está por presencia en todos en cuanto que todo queda al
descubierto ante Él; que está en todos por esencia en cuanto
que está presente en todos como razón de ser, como se dijo
(a.1).” (S. Th I, q.8 a.3)
3.3 La eternidad
La eternidad es la posesión entera, perfecta y
simultánea de una vida sin fin (interminabilis vitae tota simul
et perfecta possessio). Por una parte, es preciso negar a Dios
todo lo que se puede atribuir al tiempo, ya que Dios ni
empieza ni acaba. Su vida tampoco tiene sucesión (tota
simul); por otra parte, se afirma positivamente que Dios se
posee en un instante único.
221
Es cierto que podemos encontrar una participación de
esta eternidad en la forma como nuestro espíritu domina la
sucesión de las cosas. Por esto, la inteligencia puede constituir
el tiempo. Es verdad que éste está fundamentado en la
realidad, pero es preciso que el espíritu vincule los intervalos
de duración según un antes y un después. Por esto podemos
también concebir una duración sin fin.
“El concepto de eternidad se deriva de la inmutabilidad,
como el de tiempo del movimiento, según ha quedado dicho
(a.1). Como quiera que Dios es lo más inmutable, a Él le
corresponde en grado máximo ser eterno. No sólo es eterno,
sino que es su misma eternidad. Por otra parte, ninguna otra
cosa es su propia duración, porque ninguna es su propio ser.
Dios es su mismo ser uniforme. Por lo cual, lo mismo que es
su esencia, así también es su eternidad.” (S. Th I, q.10 a.2)
4 Inteligencia y voluntad en Dios
4.1. La ciencia divina
Hay ciencia, es decir, acto de inteligencia en Dios,
porque Dios tiene todas las perfecciones y sobretodo, como
inteligencia suprema, mueve el espíritu y ordena el universo.
Santo Tomás deriva la inteligencia divina de su inmaterialidad.
El ente material está limitado por su forma; el intelecto
humano, que es más independiente de la materia, es capaz de
hacerse con todo el ser, y Dios, como acto puro, tiene ciencia
perfecta.
El primer objeto de la ciencia divina es Dios mismo. Se
conoce de forma inmediata sin ninguna idea ni representación
inteligible de su esencia.
222
Podemos imaginar lo que es la ciencia divina por
analogía con lo que sucede en nuestro conocimiento, en el
que se da una especie de fusión entre el sujeto y el objeto.
223
Dios conoce estas posibilidades porque conoce todas
las formas en las que su esencia es imitable. La ciencia de
pura inteligencia conoce todo el campo ilimitado de los
posibles, pero los ve en una sola mirada dirigida a su esencia.
La ciencia de Dios no es discursiva como la nuestra
porque ve todos los efectos en su esencia como en su causa.
Tampoco es una ciencia variable, o múltiple. Incluso conoce el
no ser, es decir, todo lo que no es actualmente pero ha sido o
será, y también los posibles que tal vez no existirán nunca.
Conoce el mal, porque conoce la perfección que debería tener
un ente.
Incluso conoce los futuros contingentes. Éstos están
indeterminados en sus causas. Es imposible a una inteligencia
que sólo conozca las causas prever los efectos que tendrán,
como no sea por conjetura. Esto sucede en la naturaleza en la
que un obstáculo determinado puede anular el efecto
previsto; y sucede mucho más en la libertad, en la que el
efecto del acto libre no está en modo alguno determinado.
Pero Dios conoce el efecto en sus causas y los ve actualmente
en una sola mirada que domina todos los tiempos. Nosotros
avanzamos sin saber quién nos sigue pero su mirada
comprende la sucesión entera.
Y finalmente, Dios conoce los entes singulares, porque
no solo comprende las formas generales sino estas mismas
formas multiplicadas en la materia y dispersas en el espacio y
el tiempo. La mirada del acto puro llega al último grado del
ser.
“En Dios hay ciencia y del modo más perfecto. Para
probarlo, hay que tener presente que la diferencia entre los
224
seres que tienen conocimiento y los que no lo tienen, estriba
en que estos últimos no tienen más que su propia forma,
mientras que a aquéllos les es connatural tener también la
forma de otra cosa, pues la especie de lo conocido se
encuentra en quien conoce. (…)
225
ya que si todos los seres tienden a difundir el bien que poseen
(omne agens agit sibi simile), mucho más conviene a Dios que
otros participen de su bondad.
226
“Así, pues, con respecto a la voluntad divina hay que
tener presente que en Dios es absolutamente necesario
querer algo de lo que quiere; sin embargo, no lo es querer
todo lo que quiere. Pues la voluntad divina tiene una relación
necesaria con su bondad, que es su objeto propio. Por lo
tanto, Dios quiere por necesidad su bondad, como nuestra
voluntad necesariamente quiere el bien. Lo mismo cabe decir
de cualquier otra potencia que tiene una relación necesaria
con su propio objeto, como, por ejemplo, la vista con el color,
porque en su naturaleza está el que tienda a ello.
227
Esta potencia es infinita, lo cual no significa que Dios
pueda hacer una esencia infinita igual a la suya, ya que el
efecto siempre permanece inferior a la potencia del agente
que la produce. Por el hecho de que la potencia divina llega a
todo lo que es lógicamente posible decimos que Dios es
todopoderoso, ya que puede hacer todo lo que no implique
contradicción. Ya que Dios es el ser por sí mismo y el acto de
existir de las criaturas es su efecto propio, su potencia se
extiende a todo lo que pueda recibir el ser, es decir, a toda
esencia que no implique contradicción interna.
El hecho de que Dios no pueda hacer aquello que es
contradictorio no implica falta de poder ya que lo que es
contradictorio no tiene inteligibilidad ni relación con el ser. En
vez de decir que Dios no puede hacer estas cosas
contradictorias deberíamos decir que estas cosas no pueden
ser hechas. La potencia de Dios la nombramos potencia
absoluta cuando la consideramos aparte de los otros atributos
y potencia ordenada cuando la pensamos unida con ellos.
“Ya se dijo (a.1) que en Dios se encuentra la potencia
activa en cuanto El mismo es acto. Y su ser es infinito en
cuanto que no está limitado por ningún recipiente, como
dijimos anteriormente al tratar la infinidad de la esencia divina
(q.7 a.1).
228
XI. DIOS Y EL MUNDO
Dios es absoluto y trascendente y el mundo depende
de Él, pero no están en las mismas condiciones uno y el otro.
Existe relación real entre la criatura y Dios pero sólo hay
relación de razón entre Dios y la criatura.
229
1 La creación
230
El acto de ser es el efecto más universal y por lo tanto
tiene que depender de la causa más universal. Por ello, es
obra propia de Dios, ya que sólo él puede crear. Si buscamos
la causa del ser como tal tenemos que ir más allá de todos los
seres finitos y limitados que sólo ejercen su causalidad
segunda en la producción de una esencia determinada. El ser
necesario es el único que puede producir el ser puro y simple.
Las criaturas son instrumento de Dios en la producción de los
entes que devienen pero no en su creación.
Como ya tuvimos ocasión de estudiar, la creación deja
lógicamente posibles tanto la existencia del mundo sin inicio
como el inicio del tiempo. Sólo por fe se puede afirmar que el
mundo ha comenzado. Un mundo sin inicio también es posible
y también hubiera sido creado desde toda la eternidad,
aunque no sería eterno porque tendría sucesión, y esta
sucesión sería la señal de su contingencia. Pero también es
posible un mundo que comience en un punto de partida, ya
que, a pesar de que la voluntad de Dios es eterna, esto no
significa que su efecto sea eterno. De entre estas dos
posibilidades lógicas es la fe la que afirma que el mundo ha
comenzado en el tiempo.
2 La conservación
El ser creado nunca deja de depender de Dios.
Podemos decir que todo el universo es creado continuamente
por Dios, y eso es lo que entendemos por creación continua o
conservación del ser.
“Es obligatorio afirmar, a la luz de la fe y de la razón,
que las criaturas son mantenidas en su existencia por Dios.
(…) De tal modo depende de Dios el ser de todas las criaturas,
231
que ni por un instante podrían subsistir, sino que volverían a
la nada si no fueran conservadas en el ser por la acción de la
virtud divina, como dice Gregorio. Insistiendo. Todo efecto
depende de su causa en cuanto ésta es causa de él. Pero hay
algunos agentes que son causas de sus efectos sólo en cuanto
a ser hechos, sin serlo directamente en cuanto al ser de los
mismos. Esto resulta evidente tanto en el orden de lo artificial
como en el de lo natural.” (S. Th I, q.104 a.1)
Existen dos tipos de acción conservadora del ser: la
conservación directa y positiva, que se da cuando el efecto
depende de tal forma de la causa que no puede subsistir sin
su influjo permanente; y, en cambio, se da conservación
indirecta o negativa cuando sólo se apartan del efecto las
causas de su corrupción o destrucción, como cuando el
hombre preserva las obras de arte o los árboles de un bosque.
232
La acción pertenece a la causa eficiente; la planta obra
verdaderamente produciendo su fruto y el escultor
esculpiendo la figura. Hay causalidad de los entes finitos sobre
sus efectos, pero esta causalidad sólo es posible gracias a una
acción más alta. Una acción, tanto si es natural como si es
libre, sólo produce el efecto gracias al poder de Dios que
"obra en todo lo que obra" (operatur in omni operante).
233
Dios no puede dar a una potencia natural el poder de
moverse a sí misma como tampoco el de mantenerse en el ser
por sí misma. Toda aplicación de una potencia a una acción es
obra principal y primera de Dios en tanto que primer motor de
todo lo que cambia. La propia voluntad queda dentro de esta
acción divina. Dios la mueve no sólo como causa final, sino
también como causa eficiente.
234
la vez. No hay una parte del efecto que sea de Dios y otra
parte de la criatura sino que todo el efecto depende de Dios y
la criatura, y cada una de ellas es causa inmediata del efecto.
4 La providencia
La Providencia es la concepción eterna del orden
creado por la inteligencia divina y el gobierno es su ejecución
temporal. La providencia es el plan según el cual las cosas se
ordenan a su fin. Las acciones de las criaturas tienden a lograr
fines particulares pero se orientan a Dios como fin último, de
forma que Dios concibe desde toda la eternidad por qué
caminos las criaturas vuelven a él.
“Es necesario que en Dios haya providencia. Pues,
como se demostró (q.6 a.4), todo el bien que hay en las cosas
ha sido creado por Dios. En las cosas se encuentra el bien no
sólo en cuanto algo sustancial, sino también en cuanto que las
cosas están orientadas a un fin, en especial el fin último que,
como hemos sostenido (q.21 a.4), es la bondad divina.
235
Tanto la providencia como el gobierno divino se
deducen del principio de finalidad: todo lo que actúa, actúa
por un fin. Cuando Dios actúa quiere un fin bueno que es su
propia bondad reflejada en todo bien, porque todo lo que Dios
ha creado se parece a él.
236
5 Dios y la libertad
Somos libres con libertad de elección que
necesariamente implica ausencia de determinación, pero a la
vez Dios conoce toda nuestra vida. Este es un gran misterio
ante el cual la teodicea sólo puede mostrar que no hay
contradicción entre la libertad humana y el conocimiento
absoluto de Dios apelando a la trascendencia divina
En primer lugar -y por lo que respecta a la ciencia de
Dios- el conocimiento que Dios tiene de nuestros actos libres
no los convierte en necesarios. Nosotros vivimos en el tiempo
y no podemos conocer los actos que las voluntades libres
realizarán en el futuro, pero Dios vive en la eternidad y para él
no existe el futuro sino que conoce en un presente constante
todas las cosas, no en sus causas, sino en sí mismas.
237
2) Otro aspecto es el de considerar lo contingente tal como
está en su causa, y, por lo tanto, es visto como algo futuro,
sin una determinada existencia, porque la causa contingente
está relacionada con lo opuesto. Así, no puede tenerse un
conocimiento cierto de lo contingente. Por eso el que conoce
un efecto contingente sólo como presente en su causa, más
que conocimiento tiene una conjetura. Pero Dios conoce todo
lo contingente, no sólo como está en sus causas, sino también
como cada una de las cosas contingentes es en sí misma. Y
aun cuando lo contingente pase a ser en acto de forma
sucesiva, Dios, sin embargo, no lo conoce en su ser concreto
de forma sucesiva, como nosotros, sino simultáneamente.
Porque su conocimiento se mide por la eternidad, como
también su ser. Pero la eternidad, que existe totalmente de
forma simultánea, abarca todo el tiempo, como ya se dijo (q.
10 a.2 ad 4).
238
de la facultad de obrar, ya que la volición es del ser tanto
como la potencia de la cual provee. Pero es propio de Dios
mover la voluntad desde su propio interior.
239
Y en tercer lugar -y en cuanto a la relación entre
nuestra libertad y la providencia divina- tenemos que apelar al
modo de la duración y de la causalidad en Dios. La
providencia de Dios, al igual que su conocimiento, está más
allá de la duración o sucesión de actos, y abarca con una
única mirada todo el orden de las criaturas. Ve como
presentes todos los efectos, tanto los necesarios como los
libres.
240
Es cierto que el mal existe en las criaturas porque son
finitas pero no son malas por ser finitas. Si el mal sólo fuera
negación, entonces deberíamos afirmar que el puro no-es es
un mal, pero la nada no es ni buena ni mala, porque no es. El
mal, en cuanto a privación de ser no es ser, sino que es no-
ser. El mal no es una entidad, sustancia o accidente, pero, en
cambio, hay mal, en tanto que existe la privación en un sujeto
bueno. No hay igualdad entre el bien y el mal como proponen
los dualismos. Dios es el bien y el principio de todo bien, pero
no puede existir un ser que sea el mal por esencia o la
primera causa de todo mal.
Podemos distinguir tres especies de mal: el pecado, la
pena y los males de la naturaleza. Los dos primeros (malum
culpae y mulum poenae), sólo afectan a las criaturas
espirituales y sólo pueden tratarse desde la Revelación. La
tercera forma de daño (malum naturalis defectus) afecta a la
naturaleza inanimada y es lo que puede tratar la filosofía. El
mal no posee una causa formal, ya que es privación de forma;
tiene una causa material, que es el sujeto al que afecta,
aunque tampoco tiene una causa final, ya que por sí mismo el
sujeto tiende al bien. Pero nos cabe preguntarse si tiene una
causa eficiente.
241
“De todo lo establecido resulta claro que no hay un
primer principio de los males, como hay un primer principio de
los bienes.
242
Pero el mal que consiste en la corrupción de algunas
cosas, sí se reduce a Dios como a su causa. Y esto es así
tanto en las cosas naturales como en las voluntarias.
243
Lo que sucede es que para comprender el mal habría
que comprender perfectamente el orden del mundo, ya que
sólo él puede captar con claridad el bien del todo en vistas al
cual permite los defectos de los entes particulares
La posición de la filosofía cristiana se mueve entre el
optimismo absoluto de Leibniz que afirma que nuestro mundo
es el mejor posible y el pesimismo absoluto de Schopenhauer,
que afirma que este mundo es el peor posible ya que debe
seguir siendo. Dios podría haber producido una criatura
superior al hombre o podría haber añadido otros individuos,
por lo que podemos afirmar que podría haber creado un
mundo mejor que éste.
244
BIBLIOGRAFÍA
BIBLIOGRAFÍA
Añadimos a continuación una amplia Bibliografía que pueda ser útil
para cursos superiores o especializados.
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Cuadernos de Anuario Filosófico. Serie universitaria 102.
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266
ÍNDICE
INTRODUCCIÓN...............................................................3
2 La posibilidad de la teodicea..........................................16
2.1 La no existencia del objeto.........................................17
2.2 Negación de la actividad propia del intelecto humano...18
2.3 La imposibilidad de relación entre objeto y facultad......19
2.4 La trascendencia de la acción......................................20
3 El método de la teodicea...............................................22
2 El Ontologismo.............................................................24
3 El nominalismo.............................................................25
4 Valoración crítica..........................................................33
5 La experiencia religiosa.................................................34
5.1 La filosofía religiosa protestante..................................34
5.2 La inmanencia vital del modernismo............................34
5.3 La fenomenología de la religión...................................38
267
6 Crítica general...............................................................41
6.1 El ateísmo como problema..........................................41
6.2 La inevidencia de la existencia de Dios.........................41
6.3 Necesidad de la demostración.....................................43
2 El agnosticismo positivista..............................................52
3 El agnosticismo fideísta..................................................55
4 Valoración general.........................................................56
2 Noética de la distintio.....................................................65
2.1 El proceso de abstracción.............................................67
2.1.1 Sentidos individuales y sentido común........................67
2.1.2 La memoria sensible y la fantasía...............................70
2.1.3 La cogitativa.............................................................73
2.1.4 El futuro y el sujeto...................................................76
2.1.5 Tiempo y eternidad...................................................80
2.1.6 Entendimiento y razón..............................................85
2.2 La conversio ad phantasmata.......................................89
3 El proceso de la demostración.........................................98
3.1 El fundamento de la demostración................................98
3.2 El valor metafísico de la causalidad eficiente..................99
3.3. El proceso in infinitum...............................................102
3.4 La causa propia.........................................................109
268
V. ARGUMENTOS APRIORÍSTICOS....................................111
1 Argumentos a priori......................................................111
2 El argumento ontológico...............................................112
2 Primera vía..................................................................153
2.1 Formulación..............................................................153
2.2 Explicación y consecuencias.......................................154
3 Segunda vía.................................................................156
3.1 Formulación..............................................................156
3.2 Explicación y consecuencias........................................157
4 Tercera vía...................................................................159
4.1 Formulación..............................................................159
4.2 Explicación y consecuencias.......................................160
5 Cuarta vía....................................................................163
5.1 Formulación..............................................................163
269
5.2 Explicación y consecuencias.......................................164
6 Quinta vía....................................................................170
6.1 Formulación..............................................................170
6.2 Explicación y consecuencias.......................................171
270
X. LOS ATRIBUTOS DIVINOS..........................................211
2 La conservación............................................................231
3 El concurso divino.........................................................232
4 La providencia..............................................................235
5 Dios y la libertad...........................................................237
6 Dios y el mal................................................................240
BIBLIOGRAFÍA................................................................245
271
272
273
El Dr. Joan B. Martínez Porcell es profesor
ordinario de la Facultad Eclesiástica de Filosofía de
Catalunya, y catedrático de metafísica de la Facultad de
Filosofía de la Universidad Ramón Llull de Barcelona.