2° Etapa LENGUA 5° Año
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Lengua
Lengua
2° etapa
5° año secundario
Presentación
En esta segunda etapa, nos dedicaremos a estudiar el cuento moderno, para lo cual
leeremos cuentos de dos narradores fundamentales de la literatura argentina, como
son Jorge Luís Borges y Julio Cortazar.
Veremos, en principio, las características del cuento moderno. Abordaremos, luego,
las principales características del fantástico en relación con lo extraño y lo
maravilloso.
Estudiaremos el campo cultural en el que surge la escritura de Borges, poniendo el
énfasis en la polémica de los grupos de Boedo y Florida. Luego estudiaremos los
procedimientos textuales de Las ruinas circulares de Borges y veremos las
características de lo fantástico en este cuento y su relación con el poema El golem y
con la cábala.
En relación con Cortazar, estudiaremos los procedimientos fantásticos en Casa
tomada y en Carta a una señorita en Paris. Veremos cómo se construye lo fantástico
en relación con lo familiar y lo inasible. Veremos también la multiplicidad de lecturas
que permite la ambigüedad que genera este tipo de relatos.
ENCUENTRO 1
El cuento moderno. Características. Lo fantástico en
relación con lo extraño y lo maravilloso. Algunos
enfoques teóricos.
Llamamos cuento moderno a un tipo de relatos breves surgidos a partir del siglo
XIX en oposición a lo llamados cuentos tradicionales.
Llamamos cuentos tradicionales a los que se han transmitido oralmente a lo largo
de la historia y que en algún momento han sido recogidos de manera literaria en los
libros. En oposición a estos se ha pensado el cuento moderno, surgido a partir de
los relatos del escritor Edgar Allan Poe en el siglo XIX, y que ha tenido un gran
desarrollo, a partir de entonces, en autores como Franz Kafka, Gabriel García
Márquez, Horacio Quiroga, Borges y Cortazar, entre muchísimos otros.
1. Suceso único
2. Brevedad
3. Tensión y efecto
4. Personajes concebidos en función del suceso central
Suceso único
Brevedad
Tensión y efecto
La narración en un cuento no debe dispersarse con, por ejemplo, descripciones
extensas del lugar o de los personajes. Siempre debe mantener en su brevedad una
tensión e intensidad constantes.
El cuento no conoce tiempos muertos, porque la tensión debe sentirse de principio a
fin. Una novela se puede leer a lo largo de varios días y con tantas interrupciones
como creamos necesario hacer sin que nada de lo fundamental se pierda. En un
cuento, no. El cuento exige del lector una lectura de un tirón, de una sola vez, si no
queremos que el efecto y la tensión se diluyan.
Actividades
¿Se cumplen estas características en el cuento de Augusto Monterroso? Justificá en
cada uno de los casos.
Para responder:
1. ¿A qué llamamos cuento moderno?
2. ¿Cuáles son las diferencias con el cuento tradicional?
3. ¿Cuáles son las principales características del cuento moderno y en qué
consiste cada una?
Actividad
A escribir...
Te proponemos que escribas un cuento breve, breve, y lo compartas con todos en el
foro...
La Bella Durmiente cierra los ojos pero no duerme. Está esperando al príncipe. Y
cuando lo oye acercarse, simula un sueño todavía más profundo. Nadie se lo ha
dicho, pero ella lo sabe. Sabe que ningún príncipe pasa junto a una mujer que tenga
los ojos bien abiertos.
Los hombres salen del saloon y se enfrentan en la calle polvorienta, bajo el sol
pesado, sus manos muy cerca de las pistoleras. En el velocísimo instante de las
armas, la cámara retrocede para mostrar el equipo de filmación, pero ya es tarde:
uno de los disparos ha alcanzado a un espectador que muere silencioso en su
butaca.
Fueran cuales fueran los resultados -declaró el enfermo, tres días después de la
operación- la actual terapéutica me parece muy inferior a la de los brujos, que
sanaban con encantamientos y con bailes.
Verse y amarse locamente fue una sola cosa. Ella tenía los colmillos largos y
afilados. Él tenía la piel blanda y suave: estaban hechos el uno para el otro.
Para Todorov, cada uno de estos tipos, se define de acuerdo al modo de explicar los
fenómenos sobrenaturales que aparecen en la narración.
Lo maravilloso
Si al finalizar el relato, el fenómeno sobrenatural permanece sin explicación, nos
encontramos ante un relato maravilloso. Tal sería el caso de los cuentos de hadas,
donde los acontecimientos irracionales forman parte del universo narrado y de su
estructura.
Lo extraño
Si al final del relato, el fenómeno sobrenatural es explicado racionalmente, nos
encontramos ante un relato extraño. Lo que en un comienzo escapaba de las leyes
físicas, finalmente tiene una explicación racional que permite finalizar la lectura con
total certidumbre. Nada queda sin explicación.
Lo fantástico
Para esta investigadora, la explicación que plantea Todorov acerca de los tres tipos
de relatos, no es la más adecuada porque al presentar la oposición duda/disipación
de la duda, deja afuera del fantástico a un importante corpus de textos en los que no
aparece la duda sobre lo sobrenatural, pero que no pertenecen a lo maravilloso.
Como Sin
PROBLEMA PROBLEMA
Actividades
Para responder…
1. ¿Cómo define Todorov lo fantástico?
2. ¿Cuáles son las categorías que plantea?
3. ¿Cuáles son las objeciones que le hace Ana María Barrenechea?
4. ¿Cuál es la definición del fantástico de Barrenechea?
Para pensar…
Esta visión de la autora responde a algunos teóricos que han augurado la
desaparición del fantástico.
A escribir…
¿Te animás a escribir un cuento fantástico breve? Pensá cómo podés generar el
aspecto problemático entre los dos mundos que propone Barrenechea.
ENCUENTRO 2
En 1914, el padre de Borges se jubiló debido a su ceguera casi total, por lo que la
familia pasó una temporada en Europa. Sorprendidos por la guerra, se instalaron en
Ginebra donde Borges escribió algunos poemas en francés y cursó la preparatoria
(1914-1918).
Vivió en España de 1919 a 1921 y dos años después la familia regresó a Buenos
Aires. En 1923 publicó el poemario Fervor de Buenos Aires. En 1924, dos libros más
de poemas: Luna de enfrente e Inquisiciones. Durante los siguientes años se dedicó
a escribir cuentos y poemas sobre temas muy argentinos como el tango y las peleas
de cuchillo. En 1927 se sometió a una operación de los ojos, con los años escribiría
su "Poema de los dones", donde alude a su ceguera, una tragedia familiar. Más
tarde abordó temas de corte fantástico, género en el que se enmarcan sus ficciones
más reconocidas en todo el mundo. En 1949 apareció El Aleph, libro de cuentos
donde Borges reelabora sus obsesiones sobre el espacio y el tiempo circular. En
1961 compartió con el escritor Samuel Beckett el Premio Formentor, otorgado por el
Congreso Internacional de Editores. En 1980 se le otorgó el Premio Cervantes.
Murió en Ginebra el 14 de junio de 1986. Entre sus libros de poemas, podemos
mencionar: El otro, el mismo; Elogio de la sombra; El oro de los tigres, La rosa
profunda y La cifra; entre sus libros de relatos, pueden citarse: Ficciones; El Aleph;
El jardín de los senderos que se bifurcan y El hacedor.
Se llamó así, a dos grupos literarios antagónicos iniciados en la década del ’20 en
Buenos Aires. Los escritores de Boedo (Leonidas Barletta, Elías Castelnuovo,
Álvaro Yunque, entre otros) defendían una visión social del arte y publicaban sus
ideas en revistas como Dínamo o Los pensadores. Consideraban a los del grupo de
Florida elitistas y preocupados solo por las formas de la literatura.
El grupo de Florida (Oliverio, Girondo, Jorge Luis Borges, Conrado Nalé Roxlo,
entre otros), nucleado en las revistas Proa y Martín Fierro abogaba por una
literatura de vanguardia.
Actividades
Para responder:
1. ¿Cómo define Castelnuovo al grupo de Boedo? ¿A qué se refiere cuando dice
que “dieron vuelta el patrón de la literatura”?
2. ¿Qué dice de los escritores de Florida?
3. ¿Cuál es su mirada sobre Borges?
Al principio, los sueños eran caóticos; poco después, fueron de naturaleza dialéctica.
El forastero se soñaba en el centro de un anfiteatro circular que era de algún modo el
templo incendiado: nubes de alumnos taciturnos fatigaban las gradas; las caras de los
últimos pendían a muchos siglos de distancia y a una altura estelar, pero eran del
todo precisas. El hombre les dictaba lecciones de anatomía, de cosmografía, de
magia: los rostros escuchaban con ansiedad y procuraban responder con
entendimiento, como si adivinaran la importancia de aquel examen, que redimiría a
uno de ellos de su condición de vana apariencia y lo interpolaría en el mundo real. El
hombre, en el sueño y en la vigilia, consideraba las respuestas de sus fantasmas, no se
dejaba embaucar por los impostores, adivinaba en ciertas perplejidades una
inteligencia creciente. Buscaba un alma que mereciera participar en el universo.
A las nueve o diez noches comprendió con alguna amargura que nada podía esperar
de aquellos alumnos que aceptaban con pasividad su doctrina y sí de aquellos que
arriesgaban, a veces, una contradicción razonable. Los primeros, aunque dignos de
Lo soñó activo, caluroso, secreto, del grandor de un puño cerrado, color granate en la
penumbra de un cuerpo humano aun sin cara ni sexo; con minucioso amor lo soñó,
durante catorce lúcidas noches. Cada noche, lo percibía con mayor evidencia. No lo
tocaba: se limitaba a atestiguarlo, a observarlo, tal vez a corregirlo con la mirada. Lo
percibía, lo vivía, desde muchas distancias y muchos ángulos. La noche catorcena
rozó la arteria pulmonar con el índice y luego todo el corazón, desde afuera y adentro.
El examen lo satisfizo. Deliberadamente no soñó durante una noche: luego retomó el
corazón, invocó el nombre de un planeta y emprendió la visión de otro de los órganos
principales. Antes de un año llegó al esqueleto, a los párpados. El pelo innumerable
fue tal vez la tarea más difícil. Soñó un hombre íntegro, un mancebo, pero éste no se
incorporaba ni hablaba ni podía abrir los ojos. Noche tras noche, el hombre lo soñaba
dormido.
En las cosmogonías gnósticas, los demiurgos amasan un rojo Adán que no logra
ponerse de pie; tan inhábil y rudo y elemental como ese Adán de polvo era el Adán de
sueño que las noches del mago habían fabricado. Una tarde, el hombre casi destruyó
toda su obra, pero se arrepintió. (Más le hubiera valido destruirla.) Agotados los
votos a los númenes de la tierra y del río, se arrojó a los pies de la efigie que tal vez
era un tigre y tal vez un potro, e imploró su desconocido socorro. Ese crepúsculo,
soñó con la estatua. La soñó viva, trémula: no era un atroz bastardo de tigre y potro,
sino a la vez esas dos criaturas vehementes y también un toro, una rosa, una
tempestad. Ese múltiple dios le reveló que su nombre terrenal era Fuego, que en ese
El mago ejecutó esas órdenes. Consagró un plazo (que finalmente abarcó dos años) a
descubrirle los arcanos del universo y del culto del fuego. Íntimamente, le dolía
apartarse de él. Con el pretexto de la necesidad pedagógica, dilataba cada día las
horas dedicadas al sueño. También rehizo el hombro derecho, acaso deficiente. A
veces, lo inquietaba una impresión de que ya todo eso había acontecido... En general,
sus días eran felices; al cerrar los ojos pensaba: Ahora estaré con mi hijo. O, más
raramente: El hijo que he engendrado me espera y no existirá si no voy.
coronar su vejez y a absolverlo de sus trabajos. Caminó contra los jirones de fuego.
Éstos no mordieron su carne, éstos lo acariciaron y lo inundaron sin calor y sin
combustión. Con alivio, con humillación, con terror, comprendió que él también era
una apariencia, que otro estaba soñándolo.
Actividad
Para responder:
1. ¿Te gustó el cuento?
2. ¿Podrías hacer una síntesis de la historia en un párrafo?
3. ¿Cuál es la revelación que se produce al final del cuento?
4. Teniendo en cuenta lo que vimos acerca de Boedo y Florida, ¿Por qué
pensás que un escritor de Boedo no hubiera escrito este cuento?
5. ¿Por qué podemos afirmar que este relato es un cuento? Justificá teniendo en
cuenta las características del cuento vistas.
A partir de lo que vimos sobre el fantástico vamos a pensar por qué este cuento
puede ser pensado desde ese modo literario.
Un relato fantástico
Procedimientos textuales
Ficciones
Vamos a ver los artificios que construyen este texto y empezamos por el título del
libro al que este cuento pertenece. Ficciones. ¿Por qué Borges pone este título?
Pareciera que desde el comienzo al autor quiere que quede claro que los relatos
aquí incluidos pertenecen al ámbito de la literatura, que quede claro que hay
invención, artificio, construcción literaria ¿Se entiende?
Encontramos en los textos de Borges una puesta en duda sistemática del universo y
del hombre dentro de ese universo, basada en la filosofía idealista de Berkeley, para
quien el mundo no existe fuera de la mente divina. Pero también se basa en otras
corrientes filosóficas como el platonismo, y también en diversas literaturas y
leyendas que especulan con fantasmas, con simulacros, con seres creados por la
imaginación de los hombres, con historias donde no se sabe si se sueña o se está
despierto.
Actividad
Para pensar y responder…
1. ¿Qué opción, en relación a los modos, te parece que se da en Las ruinas
circulares? ¿O se dan ambas?
2. ¿Qué mirada acerca de la realidad del universo propone este relato, según tu
opinión?
Diversas son las metáforas utilizadas por Borges para hablar del hombre y el
mundo. Numerosos son los relatos en los que aparece el tema de la búsqueda y no
escapa a esta figura Las ruinas circulares, relato en el que el mago consume días y
noches con el fin de soñar el hijo que desea. Pero esta metáfora podría pensarse
más allá de la situación particular de este relato como símbolo de la pluralidad que
se resuelve en unidad o del hombre que alcanza la comunión con el absoluto.
Al volver a leer el cuento uno puede encontrar pistas de esta segunda historia, como
por ejemplo:
Tal vez “nadie lo vio desembarcar” porque es un sueño, tal vez “sin sentir” porque es
un sueño ¿Se entiende?
Actividad
Buscá en el cuento todas las pistas que permitan adivinar esta segunda historia.
Actividad
Para pensar y responder:
1. Podemos decir que en este cuento el fuego es un elemento fundamental
¿Por qué te parece que esto es así? ¿Qué rol cumple este elemento en el
relato?
2. Rastreá la presencia del fuego, ¿Cómo empieza y cómo termina el cuento?
3. Hacé una lectura detallada sobre los espacios en los que suceden los hechos,
¿Qué referencias a la circularidad hay en esos espacios?
4. Explicá que quiere expresar el narrador con la siguiente secuencia de
sustantivos: “Con alivio, con humillación, con terror, comprendió que él
también era una apariencia, que otro estaba soñándolo”.
El Golem de Borges
Vamos a trabajar con este poema de Borges, que comparte la temática de Las
ruinas circulares...
El Golem
Golem se dice del ser animado creado a partir de materia inanimada. Según la
leyenda nació en Praga y la versión más conocida es la plasmada por el escritor
Gustav Meyrink en su novela del mismo nombre de 1915. Esta se supone que es la
versión conocida por Borges.
Cratilo es un texto de Platón (mencionado aquí como “el griego”) considerado uno
de los primeros textos en los que se plantea la discusión acerca de si el lenguaje
tiene relación con los objetos o si es absolutamente arbitrario.
Actividad
Para responder:
Actividad
A partir de la siguiente reflexión de Borges sobre la literatura fantástica, escribí un
texto sobre cómo El Golem y Las ruinas circulares hablan del misterio de la vida
humana y del universo.
http://video.google.es/videoplay?docid=-
3562250863327291954#docid=985243780456627878
ENCUENTRO 3
Casa tomada: los procedimientos fantásticos. Lo
fantástico en relación con lo familiar y lo inasible. Diversas
lecturas.
Su primer cuento
Leelo atentamente.
Casa tomada
Nos gustaba la casa porque aparte de espaciosa y antigua (hoy que las casas
antiguas sucumben a la más ventajosa liquidación de sus materiales) guardaba los
recuerdos de nuestros bisabuelos, el abuelo paterno, nuestros padres y toda la
infancia.
Nos habituamos Irene y yo a persistir solos en ella, lo que era una locura pues en
esa casa podían vivir ocho personas sin estorbarse. Hacíamos la limpieza por la
mañana, levantándonos a las siete, y a eso de las once yo le dejaba a Irene las
últimas habitaciones por repasar y me iba a la cocina. Almorzábamos al mediodía,
siempre puntuales; ya no quedaba nada por hacer fuera de unos platos sucios. Nos
resultaba grato almorzar pensando en la casa profunda y silenciosa y como nos
bastábamos para mantenerla limpia. A veces llegábamos a creer que era ella la que
no nos dejo casarnos. Irene rechazo dos pretendientes sin mayor motivo, a mi se me
murió María Esther antes que llegáramos a comprometernos. Entramos en los
cuarenta años con la inexpresada idea de que el nuestro, simple y silencioso
matrimonio de hermanos, era necesaria clausura de la genealogía asentada por
nuestros bisabuelos en nuestra casa. Nos moriríamos allí algún día, vagos y
esquivos primos se quedarían con la casa y la echarían al suelo para enriquecerse
con el terreno y los ladrillos; o mejor, nosotros mismos la voltearíamos
justicieramente antes de que fuese demasiado tarde.
Irene era una chica nacida para no molestar a nadie. Aparte de su actividad matinal
se pasaba el resto del día tejiendo en el sofá de su dormitorio. No se porque tejía
tanto, yo creo que las mujeres tejen cuando han encontrado en esa labor el gran
pretexto para no hacer nada. Irene no era así, tejía cosas siempre necesarias,
tricotas para el invierno, medias para mi, mañanitas y chalecos para ella. A veces
tejía un chaleco y después lo destejía en un momento porque algo no le agradaba;
era gracioso ver en la canastilla el montón de lana encrespada resistiéndose a
perder su forma de algunas horas. Los sábados iba yo al centro a comprarle lana;
Irene tenía fe en mi gusto, se complacía con los colores y nunca tuve que devolver
madejas. Yo aprovechaba esas salidas para dar una vuelta por las librerías y
preguntar vanamente si había novedades en literatura francesa. Desde 1939 no
llegaba nada valioso a la Argentina. Pero es de la casa que me interesa hablar, de la
casa y de Irene, porque yo no tengo importancia. Me pregunto qué hubiera hecho
Irene sin el tejido. Uno puede releer un libro, pero cuando un pullover está terminado
no se puede repetirlo sin escándalo. Un día encontré el cajón de abajo de la cómoda
de alcanfor lleno de pañoletas blancas, verdes, lila. Estaban con naftalina, apiladas
como en una mercería; no tuve valor para preguntarle a Irene que pensaba hacer
con ellas. No necesitábamos ganarnos la vida, todos los meses llegaba plata de los
campos y el dinero aumentaba. Pero a Irene solamente la entretenía el tejido,
mostraba una destreza maravillosa y a mi se me iban las horas viéndole las manos
como erizos plateados, agujas yendo y viniendo y una o dos canastillas en el suelo
donde se agitaban constantemente los ovillos. Era hermoso.
Lo recordaré siempre con claridad porque fue simple y sin circunstancias inútiles.
Irene estaba tejiendo en su dormitorio, eran las ocho de la noche y de repente se me
ocurrió poner al fuego la pavita del mate. Fui por el pasillo hasta enfrentar la
entornada puerta de roble, y daba la vuelta al codo que llevaba a la cocina cuando
escuché algo en el comedor o en la biblioteca. El sonido venia impreciso y sordo,
como un volcarse de silla sobre la alfombra o un ahogado susurro de conversación.
También lo oí, al mismo tiempo o un segundo después, en el fondo del pasillo que
traía desde aquellas piezas hasta la puerta. Me tire contra la pared antes de que
fuera demasiado tarde, la cerré de golpe apoyando el cuerpo; felizmente la llave
estaba puesta de nuestro lado y además corrí el gran cerrojo para más seguridad.
Fui a la cocina, calenté la pavita, y cuando estuve de vuelta con la bandeja del mate
le dije a Irene:
-Tuve que cerrar la puerta del pasillo. Han tomado parte del fondo.
Dejó caer el tejido y me miró con sus graves ojos cansados.
-¿Estás seguro?
Asentí.
-Entonces -dijo recogiendo las agujas- tendremos que vivir en este lado.
Yo cebaba el mate con mucho cuidado, pero ella tardó un rato en reanudar su labor.
Me acuerdo que me tejía un chaleco gris; a mi me gustaba ese chaleco.
Los primeros días nos pareció penoso porque ambos habíamos dejado en la parte
tomada muchas cosas que queríamos. Mis libros de literatura francesa, por ejemplo,
estaban todos en la biblioteca. Irene pensó en una botella de Hesperidina de
muchos años. Con frecuencia (pero esto solamente sucedió los primeros días)
cerrábamos algún cajón de las cómodas y nos mirábamos con tristeza.
Y era una cosa más de todo lo que habíamos perdido al otro lado de la casa.
Pero también tuvimos ventajas. La limpieza se simplificó tanto que aun levantándose
tardísimo, a las nueve y media por ejemplo, no daban las once y ya estábamos de
brazos cruzados. Irene se acostumbró a ir conmigo a la cocina y ayudarme a
preparar el almuerzo. Lo pensamos bien, y se decidió esto: mientras yo preparaba el
almuerzo, Irene cocinaría platos para comer fríos de noche. Nos alegramos porque
siempre resultaba molesto tener que abandonar los dormitorios al atardecer y
ponerse a cocinar. Ahora nos bastaba con la mesa en el dormitorio de Irene y las
fuentes de comida fiambre.
Irene estaba contenta porque le quedaba más tiempo para tejer. Yo andaba un poco
perdido a causa de los libros, pero por no afligir a mi hermana me puse a revisar la
colección de estampillas de papa, y eso me sirvió para matar el tiempo. Nos
divertíamos mucho, cada uno en sus cosas, casi siempre reunidos en el dormitorio
de Irene que era más cómodo. A veces Irene decía:
Un rato después era yo el que le ponía ante los ojos un cuadradito de papel para
que viese el mérito de algún sello de Eupen y Malmédy. Estábamos bien, y poco a
poco empezábamos a no pensar. Se puede vivir sin pensar.
Aparte de eso todo estaba callado en la casa. De día eran los rumores domésticos,
el roce metálico de las agujas de tejer, un crujido al pasar las hojas del álbum
filatélico. La puerta de roble, creo haberlo dicho, era maciza. En la cocina y el baño,
que quedaban tocando la parte tomada, nos poníamos a hablar en vos mas alta o
Irene cantaba canciones de cuna. En una cocina hay demasiados ruidos de loza y
vidrios para que otros sonidos irrumpan en ella. Muy pocas veces permitíamos allí el
silencio, pero cuando tornábamos a los dormitorios y al living, entonces la casa se
ponía callada y a media luz, hasta pisábamos despacio para no molestarnos. Yo
creo que era por eso que de noche, cuando Irene empezaba a soñar en alta voz, me
desvelaba en seguida.)
Es casi repetir lo mismo salvo las consecuencias. De noche siento sed, y antes de
acostarnos le dije a Irene que iba hasta la cocina a servirme un vaso de agua. Desde
la puerta del dormitorio (ella tejía) oí ruido en la cocina; tal vez en la cocina o tal vez
en el baño porque el codo del pasillo apagaba el sonido. A Irene le llamo la atención
mi brusca manera de detenerme, y vino a mi lado sin decir palabra. Nos quedamos
escuchando los ruidos, notando claramente que eran de este lado de la puerta de
roble, en la cocina y el baño, o en el pasillo mismo donde empezaba el codo casi al
lado nuestro.
No nos miramos siquiera. Apreté el brazo de Irene y la hice correr conmigo hasta la
puerta cancel, sin volvernos hacia atrás. Los ruidos se oían mas fuerte pero siempre
sordos, a espaldas nuestras. Cerré de un golpe la cancel y nos quedamos en el
zaguán. Ahora no se oía nada.
-Han tomado esta parte -dijo Irene. El tejido le colgaba de las manos y las hebras
iban hasta la cancel y se perdían debajo. Cuando vio que los ovillos habían quedado
del otro lado, soltó el tejido sin mirarlo.
-No, nada.
Como me quedaba el reloj pulsera, vi que eran las once de la noche. Rodeé con mi
brazo la cintura de Irene (yo creo que ella estaba llorando) y salimos así a la calle.
Antes de alejarnos tuve lástima, cerré bien la puerta de entrada y tiré la llave a la
alcantarilla. No fuese que algún pobre diablo se le ocurriera robar y se metiera en la
casa, a esa hora y con la casa tomada.
Actividades
Para responder después de leer:
Procedimientos fantásticos
Actividad
Para responder:
3. ¿Por qué Casa tomada es un cuento fantástico, según lo que hemos visto?
La recurrencia
Actividad
Para responder:
1. ¿Qué es la recurrencia?
2. ¿Cómo se presenta en Casa Tomada?
3. ¿Hay algún otro elemento del cuento que colabore con esta idea de recurrencia?
¿Cuál y por qué?
La diversidad de lecturas
Diversas lecturas han interpretado este cuento como una manifestación de esa
irrupción social, y han leído en los hermanos protagonistas del relato una alegoría de
las clases medias horrorizadas frente al avance del peronismo y de las clases
populares.
En 1964, el sociólogo Juan José Sebreli afirma en Buenos Aires, vida cotidiana: y
alienación:
Actividad
1. Investigá cuál era la postura político-ideológica de Julio Cortazar.
Actividad
Para pensar y responder:
1. ¿Qué es lo ominoso para Sigmund Freud?
2. ¿Qué distinción hace entre vida y literatura al respecto?
3. ¿Cómo se genera en este cuento lo ominoso?
http://www.youtube.com/watch?v=tWP5oaNtJzU
ENCUENTRO 4
Carta a una señorita en París: procedimientos
fantásticos.
Para terminar esta etapa vamos a trabajar con este cuento publicado también en
Bestiario.
A leer…
Carta a una señorita en Paris
Andrée, yo no quería venirme a vivir a su departamento de la calle Suipacha. No tanto
por los conejitos, más bien porque me duele ingresar en un orden cerrado, construido ya
hasta en las más finas mallas del aire, esas que en su casa preservan la música de la
lavanda, el aletear de un cisne con polvos, el juego del violín y la viola en el cuarteto de
Rará. Me es amargo entrar en un ámbito donde alguien que vive bellamente lo ha
dispuesto todo como una reiteración visible de su alma, aquí los libros (de un lado en
español, del otro en francés e inglés), allí los almohadones verdes, en este preciso sitio de
la mesita el cenicero de cristal que parece el corte de una pompa de jabón, y siempre un
perfume, un sonido, un crecer de plantas, una fotografía del amigo muerto, ritual de
bandejas con té y tenacillas de azúcar... Ah, querida Andrée, qué difícil oponerse, aun
aceptándolo con entera sumisión del propio ser, al orden minucioso que una mujer
instaura en su liviana residencia. Cuán culpable tomar una tacita de metal y ponerla al
otro extremo de la mesa, ponerla allí simplemente porque uno ha traído sus diccionarios
ingleses y es de este lado, al alcance de la mano, donde habrán de estar. Mover esa tacita
vale por un horrible rojo inesperado en medio de una modulación de Ozenfant, como si
de golpe las cuerdas de todos los contrabajos se rompieran al mismo tiempo con el
mismo espantoso chicotazo en el instante más callado de una sinfonía de Mozart. Mover
esa tacita altera el juego de relaciones de toda la casa, de cada objeto con otro, de cada
momento de su alma con el alma entera de la casa y su habitante lejana. Y yo no puedo
acercar los dedos a un libro, ceñir apenas el cono de luz de una lámpara, destapar la caja
de música, sin que un sentimiento de ultraje y desafío me pase por los ojos como un
bando de gorriones.
Usted sabe por qué vine a su casa, a su quieto salón solicitado de mediodía. Todo parece
tan natural, como siempre que no se sabe la verdad. Usted se ha ido a París, yo me quedé
con el departamento de la calle Suipacha, elaboramos un simple y satisfactorio plan de
mutua convivencia hasta que septiembre la traiga de nuevo a Buenos Aires y me lance a
mí a alguna otra casa donde quizá... Pero no le escribo por eso, esta carta se la envío a
causa de los conejitos, me parece justo enterarla; y porque me gusta escribir cartas, y tal
vez porque llueve.
Me mudé el jueves pasado, a las cinco de la tarde, entre niebla y hastío. He cerrado
tantas maletas en mi vida, me he pasado tantas horas haciendo equipajes que no
llevaban a ninguna parte, que el jueves fue un día lleno de sombras y correas, porque
cuando yo veo las correas de las valijas es como si viera sombras, elementos de un látigo
que me azota indirectamente, de la manera más sutil y más horrible. Pero hice las
maletas, avisé a la mucama que vendría a instalarme, y subí en el ascensor. Justo entre el
primero y segundo piso sentí que iba a vomitar un conejito. Nunca se lo había explicado
antes, no crea que por deslealtad, pero naturalmente uno no va a ponerse a explicarle a la
gente que de cuando en cuando vomita un conejito. Como siempre me ha sucedido
estando a solas, guardaba el hecho igual que se guardan tantas constancias de lo que
acaece (o hace uno acaecer) en la privacía total. No me lo reproche, Andrée, no me lo
reproche. De cuando en cuando me ocurre vomitar un conejito. No es razón para no vivir
en cualquier casa, no es razón para que uno tenga que avergonzarse y estar aislado y
andar callándose.
Cuando siento que voy a vomitar un conejito me pongo dos dedos en la boca como una
pinza abierta, y espero a sentir en la garganta la pelusa tibia que sube como una
efervescencia de sal de frutas. Todo es veloz e higiénico, transcurre en un brevísimo
instante. Saco los dedos de la boca, y en ellos traigo sujeto por las orejas a un conejito
blanco. El conejito parece contento, es un conejito normal y perfecto, sólo que muy
pequeño, pequeño como un conejilo de chocolate pero blanco y enteramente un conejito.
Me lo pongo en la palma de la mano, le alzo la pelusa con una caricia de los dedos, el
conejito parece satisfecho de haber nacido y bulle y pega el hocico contra mi piel,
moviéndolo con esa trituración silenciosa y cosquilleante del hocico de un conejo contra
la piel de una mano. Busca de comer y entonces yo (hablo de cuando esto ocurría en mi
casa de las afueras) lo saco conmigo al balcón y lo pongo en la gran maceta donde crece
el trébol que a propósito he sembrado. El conejito alza del todo sus orejas, envuelve un
trébol tierno con un veloz molinete del hocico, y yo sé que puedo dejarlo e irme,
continuar por un tiempo una vida no distinta a la de tantos que compran sus conejos en
las granjas.
Entre el primero y segundo piso, Andrée, como un anuncio de lo que sería mi vida en su
casa, supe que iba a vomitar un conejito. En seguida tuve miedo (¿o era extrañeza? No,
miedo de la misma extrañeza, acaso) porque antes de dejar mi casa, sólo dos días antes,
había vomitado un conejito y estaba seguro por un mes, por cinco semanas, tal vez seis
con un poco de suerte. Mire usted, yo tenía perfectamente resuelto el problema de los
conejitos. Sembraba trébol en el balcón de mi otra casa, vomitaba un conejito, lo ponía
en el trébol y al cabo de un mes, cuando sospechaba que de un momento a otro...
entonces regalaba el conejo ya crecido a la señora de Molina, que creía en un hobby y se
callaba. Ya en otra maceta venía creciendo un trébol tierno y propicio, yo aguardaba sin
preocupación la mañana en que la cosquilla de una pelusa subiendo me cerraba la
garganta, y el nuevo conejito repetía desde esa hora la vida y las costumbres del anterior.
Las costumbres, Andrée, son formas concretas del ritmo, son la cuota del ritmo que nos
ayuda a vivir. No era tan terrible vomitar conejitos una vez que se había entrado en el
ciclo invariable, en el método. Usted querrá saber por qué todo ese trabajo, por qué todo
ese trébol y la señora de Molina. Hubiera sido preferible matar en seguida al conejito y...
Ah, tendría usted que vomitar tan sólo uno, tomarlo con dos dedos y ponérselo en la
mano abierta, adherido aún a usted por el acto mismo, por el aura inefable de su
proximidad apenas rota. Un mes distancia tanto; un mes es tamaño, largos pelos, saltos,
ojos salvajes, diferencia absoluta Andrée, un mes es un conejo, hace de veras a un conejo;
pero el minuto inicial, cuando el copo tibio y bullente encubre una presencia inajenable...
Como un poema en los primeros minutos, el fruto de una noche de Idumea: tan de uno
que uno mismo... y después tan no uno, tan aislado y distante en su llano mundo blanco
tamaño carta.
Me decidí, con todo, a matar el conejito apenas naciera. Yo viviría cuatro meses en su
casa: cuatro -quizá, con suerte, tres- cucharadas de alcohol en el hocico. (¿Sabe usted que
la misericordia permite matar instantáneamente a un conejito dándole a beber una
cucharada de alcohol? Su carne sabe luego mejor, dicen, aunque yo... Tres o cuatro
cucharadas de alcohol, luego el cuarto de baño o un piquete sumándose a los desechos.)
Al cruzar el tercer piso el conejito se movía en mi mano abierta. Sara esperaba arriba,
para ayudarme a entrar las valijas... ¿Cómo explicarle que un capricho, una tienda de
animales? Envolví el conejito en mi pañuelo, lo puse en el bolsillo del sobretodo dejando
el sobretodo suelto para no oprimirlo. Apenas se movía. Su menuda conciencia debía
estarle revelando hechos importantes: que la vida es un movimiento hacia arriba con un
clic final, y que es también un cielo bajo, blanco, envolvente y oliendo a lavanda, en el
fondo de un pozo tibio.
Sara no vio nada, la fascinaba demasiado el arduo problema de ajustar su sentido del
orden a mi valija-ropero, mis papeles y mi displicencia ante sus elaboradas explicaciones
donde abunda la expresión «por ejemplo». Apenas pude me encerré en el baño; matarlo
ahora. Una fina zona de calor rodeaba el pañuelo, el conejito era blanquísimo y creo que
más lindo que los otros. No me miraba, solamente bullía y estaba contento, lo que era el
más horrible modo de mirarme. Lo encerré en el botiquín vacío y me volví para
desempacar, desorientado pero no infeliz, no culpable, no jabonándome las manos para
quitarles una última convulsión.
Comprendí que no podía matarlo. Pero esa misma noche vomité un conejito negro. Y dos
días después uno blanco. Y a la cuarta noche un conejito gris.
Usted ha de amar el bello armario de su dormitorio, con la gran puerta que se abre
generosa, las tablas vacías a la espera de mi ropa. Ahora los tengo ahí. Ahí dentro.
Verdad que parece imposible; ni Sara lo creería. Porque Sara nada sospecha, y el que no
sospeche nada procede de mi horrible tarea, una tarea que se lleva mis días y mis noches
en un solo golpe de rastrillo y me va calcinando por dentro y endureciendo como esa
estrella de mar que ha puesto usted sobre la bañera y que a cada baño parece llenarle a
uno el cuerpo de sal y azotes de sol y grandes rumores de la profundidad.
De día duermen. Hay diez. De día duermen. Con la puerta cerrada, el armario es una
noche diurna solamente para ellos, allí duermen su noche con sosegada obediencia. Me
llevo las llaves del dormitorio al partir a mi empleo. Sara debe creer que desconfío de su
honradez y me mira dubitativa, se le ve todas las mañanas que está por decirme algo,
pero al final se calla y yo estoy tan contento. (Cuando arregla el dormitorio, de nueve a
diez, hago ruido en el salón, pongo un disco de Benny Carter que ocupa toda la
atmósfera, y como Sara es también amiga de saetas y pasodobles, el armario parece
silencioso y acaso lo esté, porque para los conejitos transcurre ya la noche y el descanso.)
Su día principia a esa hora que sigue a la cena, cuando Sara se lleva la bandeja con un
menudo tintinear de tenacillas de azúcar, me desea buenas noches -sí, me las desea,
Andrée, lo más amargo es que me desea las buenas noches- y se encierra en su cuarto y
de pronto estoy yo solo, solo con el armario condenado, solo con mi deber y mi tristeza.
Los dejo salir, lanzarse ágiles al asalto del salón, oliendo vivaces el trébol que ocultaban
mis bolsillos y ahora hace en la alfombra efímeras puntillas que ellos alteran, remueven,
acaban en un momento. Comen bien, callados y correctos, hasta ese instante nada tengo
que decir, los miro solamente desde el sofá, con un libro inútil en la mano -yo que quería
leerme todos sus Giraudoux, Andrée, y la historia argentina de López que tiene usted en
Son diez. Casi todos blancos. Alzan la tibia cabeza hacia las lámparas del salón, los tres
soles inmóviles de su día, ellos que aman la luz porque su noche no tiene luna ni estrellas
ni faroles. Miran su triple sol y están contentos. Así es que saltan por la alfombra, a las
sillas, diez manchas livianas se trasladan como una moviente constelación de una parte a
otra, mientras yo quisiera verlos quietos, verlos a mis pies y quietos -un poco el sueño de
todo dios, Andrée, el sueño nunca cumplido de los dioses-, no así insinuándose detrás
del retrato de Miguel de Unamuno, en torno al jarrón verde claro, por la negra cavidad
del escritorio, siempre menos de diez, siempre seis u ocho y yo preguntándome dónde
andarán los dos que faltan, y si Sara se levantara por cualquier cosa, y la presidencia de
Rivadavia que yo quería leer en la historia de López.
No sé cómo resisto, Andrée. Usted recuerda que vine a descansar a su casa. No es culpa
mía si de cuando en cuando vomito un conejito, si esta mudanza me alteró también por
dentro -no es nominalismo, no es magia, solamente que las cosas no se pueden variar así
de pronto, a veces las cosas viran brutalmente y cuando usted esperaba la bofetada a la
derecha-. Así, Andrée, o de otro modo, pero siempre así.
Le escribo de noche. Son las tres de la tarde, pero le escribo en la noche de ellos. De día
duermen ¡Qué alivio esta oficina cubierta de gritos, órdenes, máquinas Royal,
vicepresidentes y mimeógrafos! Qué alivio, qué paz, qué horror, Andrée! Ahora me
llaman por teléfono, son los amigos que se inquietan por mis noches recoletas, es Luis
que me invita a caminar o Jorge que me guarda un concierto. Casi no me atrevo a
decirles que no, invento prolongadas e ineficaces historias de mala salud, de
traducciones atrasadas, de evasión Y cuando regreso y subo en el ascensor ese tramo,
entre el primero y segundo piso me formulo noche a noche irremediablemente la vana
esperanza de que no sea verdad.
Hago lo que puedo para que no destrocen sus cosas. Han roído un poco los libros del
anaquel más bajo, usted los encontrará disimulados para que Sara no se dé cuenta.
¿Quería usted mucho su lámpara con el vientre de porcelana lleno de mariposas y
caballeros antiguos? El trizado apenas se advierte, toda la noche trabajé con un cemento
especial que me vendieron en una casa inglesa -usted sabe que las casas inglesas tienen
los mejores cementos- y ahora me quedo al lado para que ninguno la alcance otra vez con
las patas (es casi hermoso ver cómo les gusta pararse, nostalgia de lo humano distante,
quizá imitación de su dios ambulando y mirándolos hosco; además usted habrá
advertido -en su infancia, quizá- que se puede dejar a un conejito en penitencia contra la
pared, parado, las patitas apoyadas y muy quieto horas y horas).
A las cinco de la mañana (he dormido un poco, tirado en el sofá verde y despertándome a
cada carrera afelpada, a cada tintineo) los pongo en el armario y hago la limpieza. Por
eso Sara encuentra todo bien aunque a veces le he visto algún asombro contenido, un
quedarse mirando un objeto, una leve decoloración en la alfombra y de nuevo el deseo de
preguntarme algo, pero yo silbando las variaciones sinfónicas de Franck, de manera que
nones. Para qué contarle, Andrée, las minucias desventuradas de ese amanecer sordo y
vegetal, en que camino entredormido levantando cabos de trébol, hojas sueltas, pelusas
blancas, dándome contra los muebles, loco de sueño, y mi Gide que se atrasa, Troyat que
no he traducido, y mis respuestas a una señora lejana que estará preguntándose ya si...
para qué seguir todo esto, para qué seguir esta carta que escribo entre teléfonos y
entrevistas.
Andrée, querida Andrée, mi consuelo es que son diez y ya no más. Hace quince días
contuve en la palma de la mano un último conejito, después nada, solamente los diez
conmigo, su diurna noche y creciendo, ya feos y naciéndoles el pelo largo, ya
adolescentes y llenos de urgencias y caprichos, saltando sobre el busto de Antinoo (¿es
Antinoo, verdad, ese muchacho que mira ciegamente?) o perdiéndose en el living, donde
sus movimientos crean ruidos resonantes, tanto que de allí debo echarlos por miedo a
que los oiga Sara y se me aparezca horripilada, tal vez en camisón -porque Sara ha de ser
así, con camisón- y entonces... Solamente diez, piense usted esa pequeña alegría que
tengo en medio de todo, la creciente calma con que franqueo de vuelta los rígidos cielos
del primero y el segundo piso.
Interrumpí esta carta porque debía asistir a una tarea de comisiones. La continúo aquí
en su casa, Andrée, bajo una sorda grisalla de amanecer. ¿Es de veras el día siguiente,
Andrée? Un trozo en blanco de la página será para usted el intervalo, apenas el puente
que une mi letra de ayer a mi letra de hoy. Decirle que en ese intervalo todo se ha roto,
donde mira usted el puente fácil oigo yo quebrarse la cintura furiosa del agua, para mí
este lado del papel, este lado de mi carta no continúa la calma con que venía yo
escribiéndole cuando la dejé para asistir a una tarea de comisiones. En su cúbica noche
sin tristeza duermen once conejitos; acaso ahora mismo, pero no, no ahora. En el
ascensor, luego, o al entrar; ya no importa dónde, si el cuándo es ahora, si puede ser en
cualquier ahora de los que me quedan.
Basta ya, he escrito esto porque me importa probarle que no fui tan culpable en el
destrozo insalvable de su casa. Dejaré esta carta esperándola, sería sórdido que el correo
se la entregara alguna clara mañana de París. Anoche di vuelta los libros del segundo
estante, alcanzaban ya a ellos, parándose o saltando, royeron los lomos para afilarse los
dientes -no por hambre, tienen todo el trébol que les compro y almaceno en los cajones
del escritorio. Rompieron las cortinas, las telas de los sillones, el borde del autorretrato
de Augusto Torres, llenaron de pelos la alfombra y también gritaron, estuvieron en
círculo bajo la luz de la lámpara, en círculo y como adorándome, y de pronto gritaban,
gritaban como yo no creo que griten los conejos.
He querido en vano sacar los pelos que estropean la alfombra, alisar el borde de la tela
roída, encerrarlos de nuevo en el armario. El día sube, tal vez Sara se levante pronto. Es
casi extraño que no me importe verlos brincar en busca de juguetes. No tuve tanta culpa,
usted verá cuando llegue que muchos de los destrozos están bien reparados con el
cemento que compré en una casa inglesa, yo hice lo que pude para evitarle un enojo... En
cuanto a mí, del diez al once hay como un hueco insuperable. Usted ve: diez estaba bien,
con un armario, trébol y esperanza, cuántas cosas pueden construirse. No ya con once,
porque decir once es seguramente doce, Andrée, doce que serán trece. Entonces está el
amanecer y una fría soledad en la que caben la alegría, los recuerdos, usted y acaso
tantos más. Está este balcón sobre Suipacha lleno de alba, los primeros sonidos de la
ciudad. No creo que les sea difícil juntar once conejitos salpicados sobre los adoquines,
tal vez ni se fijen en ellos, atareados con el otro cuerpo que conviene llevarse pronto,
antes de que pasen los primeros colegiales.
Cortazar adopta en este cuento la forma epistolar, ya que el personaje escribe una
carta a su amiga en París para contarle cómo los conejitos que vomita han ido
destrozando el orden de su casa.
¿Cuáles son las marcas textuales que te permiten demostrar que el cuento tiene
forma de carta? Señalá por lo menos cinco.
Lo fantástico
Sin dudas este cuento pertenece como los anteriores al modo fantástico. Vos podés
explicarnos por qué. Simplemente te damos una guía en las siguientes preguntas:
Actividades
Completá el siguiente cuadro:
Mundo
cotidiano
Irrupción de lo
inexplicable
Reacción de
los personajes
ante esa
irrupción
Posibles
explicaciones
de lo sucedido.
Diversidad de
lecturas
http://video.google.es/videoplay?docid=-3562250863327291954#
Y esta otra realizada en París, en la que habla de cómo escribe sus cuentos
fantásticos.
http://www.youtube.com/watch?v=DmHg5BaDtGo&feature=PlayList&p=2EC92C6AD0479415&playne
xt_from=PL&playnext=1&index=33
Es muy importante que cuando vayas a rendir la evaluación lleves los cuentos que
trabajamos, porque te vamos a pedir que ejemplifiques con citas textuales. Así
que podés llevarlos marcados con todo lo que hemos trabajado en esta etapa.
AUTOEVALUACIÓN
1. Explicá por qué Casa Tomada es un cuento fantástico. Justificá con ejemplos
del texto.
3. ¿Por qué decimos que en Las ruinas circulares hay dos relatos? ¿Qué huellas
del segundo relato podrías dar como ejemplo?
CLAVE DE LA AUTOEVALUACIÓN
3. Cuando hacemos una lectura retrospectiva del cuento y sabemos cómo termina el
relato, volvemos a leerlo a ver qué pistas hay de ese final supuestamente sorpresivo.
Entonces, hay una primera historia el hombre que quiere soñar a su hijo, pero hay
una segunda historia que se revela al final: que el hombre que sueña no es un
hombre sino un sueño de otro.
Las pistas de esta segunda historia, pueden ser, entre muchas otras,
“Nadie lo vio desembarcar en la unánime noche”
“(...) repechó la ribera sin apartar (probablemente sin sentir)”
Porque pueden ser un indicio de que efectivamente no es un hombre y por eso nadie
lo vio y por eso probablemente no sintió nada.