3er Año
3er Año
3er Año
Edipo Rey
La obra teatral “Edipo Rey” del autor griego Sófocles, se basó en una leyenda que circulaba
durante esa época. A continuación te presentamos dicha leyenda, léela con atención, te
ayudará a comprender la obra.
Layo, hijo de Lábdaco, de la estirpe de Cadmo, era rey de Tebas y estaba casado con Yocasta, hija del
noble tebano Menoceo, sin haber tenido hijos en todos sus años de matrimonio. Anhelando vivamente
un heredero, consultó el caso a Apolo de Delfos, recibiendo del oráculo la siguiente respuesta: «¡Layo,
hijo de Lábdaco! Pides la bendición de un hijo; pues bien, te será concedido uno. Pero sabe que por
mandato del Destino perderás la vida por mano de este mismo hijo. Tal es el mandato del Cronida Zeus,
que ha escuchado la maldición de Pélope a quien un día tú robaste el suyo». Es el caso que en su
juventud Layo había tenido que huir de su patria y el rey del Peloponeso le había acogido
hospitalariamente en su palacio, pero él, pagando con ingratitud a su bienhechor, había raptado en los
juegos de Nemea a Crísipo, el bello hijo de Pélope.
Consciente de su culpa, Layo creyó al oráculo y vivió largo tiempo separado de su esposa. Sin embargo,
el acendrado amor que los unía, hizo que se juntasen a pesar de la advertencia del Destino y al fin
Yocasta dio a luz un hijo. Venido ya éste al mundo, los padres recordaron la sentencia del oráculo y, para
sustraerse a ella, a los tres días mandaron exponer al recién nacido en las salvajes montañas de Citerón
con los pies horadados y atados. Pero el pastor que había recibido el cruel encargo sintió compasión por
aquel niño inocente y lo entregó a un compañero que guardaba en aquel mismo monte los rebaños de
Pólibo, rey de Corinto. Luego, volviendo a casa, se presentó al Monarca y a su esposa diciéndoles que
había cumplido su orden. Éstos creyeron que el niño habría perecido de hambre o devorado por las
fieras, haciendo de este modo imposible la realización del oráculo. Aquietaron su conciencia con el
pensamiento que, al sacrificar al hijo, le habían preservado del crimen de parricidio y vivieron desde
entonces con el corazón aligerado.
Entretanto el otro pastor desligaba los pies, cuyos talones aparecían traspasados de parte a parte, de
aquel niño que le había sido entregado y cuya procedencia desconocía en absoluto. Por sus pies heridos
le llamó Edipo, lo que significa «el de los pies hinchados», y lo llevó a su señor, el rey Pólibo de Corinto.
Compadecido éste de aquel ser abandonado, lo entregó a su esposa Mérope y lo crio como si fuese hijo
suyo. Siendo tenido por tal en la corte y en todo el país. Ya mozo, siguió gozando de la consideración de
primer ciudadano del reino, viviendo en la feliz convicción de ser hijo y heredero del rey Pólibo, quien no
tenía otros. Pero un azar vino a sacarlo de su dichosa ignorancia y precipitarlo a los abismos de la
desesperación. Un corintio que por envidia le aborrecía desde mucho tiempo antes, en un banquete,
exaltado por el vino, dijo a voz en grito a Edipo, que se sentaba enfrente, que no era hijo de Pólibo.
Afectado gravemente por aquel reproche, apenas si pudo el mozo aguardar el final de la comida, si bien
de momento disimuló sus dudas.
A la mañana siguiente se presentó a sus padres, que realmente no lo eran, sino adoptivos, y les pidió la
verdad. Pólibo y su esposa estaban muy indignados con el que había proferido las ofensivas palabras y
trataron de desvanecer las dudas de su hijo, si bien no pudieron darle una categórica respuesta. El amor
que el joven vio en aquel proceder suyo le hizo bien, pero desde aquel día la desconfianza no dejó ya de
roerle el corazón, pues las palabras de su enemigo le habían penetrado en lo hondo. Finalmente tomó el
báculo en secreto y, sin decir nada a sus padres, se encaminó al oráculo de Delfos con la esperanza de
obtener de él la refutación de aquella inculpación afrentosa. Pero Febo Apolo, en lugar de responder a
su pregunta, le reveló una nueva desdicha que le amenazaba mucho más cruel que la anterior.
Dijo el oráculo: «Darás muerte a tu propio padre, te desposarás con tu madre y dejarás a los hombres
una descendencia execrable». Al oír Edipo aquel fallo, le sobrecogió una angustia indecible y, como el
corazón seguía diciéndole que unos padres tan amantes como Pólibo y Mérope forzosamente debían ser
sus progenitores legítimos, no se atrevió a volver a su patria por miedo a que, empujado por la fatalidad,
pudiera poner la mano sobre su amado padre Pólibo y, atacado de irresistible locura, contraer un
matrimonio infame con su madre Mérope. Partiendo de Delfos, tomó el camino de Beocia. Se
encontraba todavía en la vía que conduce de aquella ciudad a la de Daulia cuando, al llegar a una
encrucijada, vio que venía hacia él un carruaje ocupado por un anciano desconocido con un heraldo, el
cochero y dos criados. El sendero era angosto, y el cochero, obedeciendo al viejo, quiso apartar con
malos modos al caminante. Edipo, colérico de temperamento, replicó con un golpe al insolente
conductor. El viejo, al ver que el mozo las emprendía con tal descaro contra el cochero, apuntándole con
el bastón de doble punta que llevaba en la mano, le pegó un fuerte bastonazo en la cabeza. Exasperado
Edipo, sirviéndose por primera vez de la hercúlea fuerza que le concedieron los dioses, levantó su báculo
y lo descargó sobre el anciano con tanta furia, que el hombre cayó rodando de su asiento. Se produjo
una pelea; Edipo tenía que defenderse contra tres adversarios, pero venció su juvenil vigor y, después
de derribarlos a todos, excepto a uno, que huyó, prosiguió su camino.
Estaba convencido de no haber hecho otra cosa que defender su vida contra un plebeyo foceo o beocio
y sus criados, pues el anciano no llevaba ninguna insignia de su alto rango. Y sin embargo, el muerto era
Layo, rey de Tebas y padre del homicida, de viaje hacia el oráculo pítico; con lo cual quedaba cumplida la
predicción hecha a padre e hijo, y que ambos habían tratado de esquivar. El rey de Platea, Damasístrato,
encontró los cadáveres de los caídos en la encrucijada y, compadecido, mandó darles sepultura. Muchos
años más tarde el viajero que pasaba por allí podía ver aún su monumento funerario, constituido por un
montón de piedras.
Poco después de aquel suceso se había aparecido ante las puertas de la ciudad de Tebas en Beocia, la
Esfinge, un monstruo alado que tenía rostro y pecho doncella y el resto de león. Era hija de Tifón y
Equidna, la ninfa-serpiente, madre de numerosos engendros, y hermana de Cerbero, el can de los
infiernos, de la Hidra de Lerna y de la Quimera que escupía fuego. Aquel monstruo se había establecido
sobre una roca y desde ella planteaba a los habitantes de Tebas toda suerte de acertijos que había
aprendido de las Musas. Si el que se había avenido a resolver el enigma no lo acertaba, la Esfinge lo
desgarraba y devoraba. Aquella plaga vino a azotar la ciudad en el momento en que ésta lloraba a su
Rey, asesinado en el curso de un viaje —nadie sabía por quién— y en cuyo lugar había empuñado las
riendas del poder de Creonte, hermano de la reina Yocasta. Llegaron las cosas hasta el extremo de que
la Esfinge apresó y devoró al propio hijo del regente, el cual no había sabido resolver un enigma
planteado por ella.
Aquella desgracia indujo a Creonte a pregonar públicamente que daría el trono y la mano de su
hermana Yocasta a quien librase la ciudad de aquel ser sanguinario.
Edipo acertó a llegar a Tebas, con su báculo de viajero, precisamente cuando acababa de hacerse
público el ofrecimiento. Interesándole el peligro y el premio tanto más cuanto que estimaba en_poco la
vida por efecto de las amenazadoras predicciones que sobre él gravitaban; se dirigieron a las rocas
donde la Esfinge tenía su residencia y le pidió que le plantease un enigma. Pensando formular al
forastero uno indescifrable, le díjo el siguiente: «Cuadrúpedo por la mañana, bípedo a mediodía, trípedo
al atardecer. De todos los seres vivos es el único que cambia el número de pies; y cuanto mayor es el
número de los que mueve, menor es la fuerza y rapidez de sus miembros». Edipo se sonrió al escuchar
el acertijo, que no le pareció ofrecer ninguna dificultad.
—Tu enigma es el hombre —le díjo—: al alborear de su vida, mientras es un niño débil y sin fuerzas,
anda sobre los dos pies y las manos; cuando es vigoroso, al mediodía de su vida, anda sobre dos pies
solamente; y por fin, al llegar al ocaso de su existencia, anciano necesitado de apoyo, empuña entonces
el bastón para que le sirva de tercera pierna.
El acertijo había sido acertadamente resuelto, y la Esfinge, presa de vergüenza y desesperación, se lanzó
a la muerte desde lo alto de la peña. En recompensa Edipo recibió el reino de Tebas y la mano de la
viuda, que era su propia madre. Yocasta le dio hasta cuatro hijos, uno tras otro; primero los gemelos
Etéocles y Polinices, después dos hijas, Antífona primero y luego Ismene y los cuatro eran a la vez sus
hijos y sus hermanos.
Ahora, después de haber leído la leyenda y la obra; hasta donde se te indicó, responde las
preguntas que se te plantea:
1. En el prólogo de la obra, Edipo, se presenta paternal, salvador, preocupado de lo que
aqueja a su pueblo. Identifica tres (3) expresiones con este carácter paternal.
a. --------------------------------------------------------------------------------------------------------------
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b. --------------------------------------------------------------------------------------------------------------
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c. --------------------------------------------------------------------------------------------------------------
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2. La participación del sacerdote, es vital por ser un anciano y sabio (ya que ha vivido
más). El discurso que “lanza” en el prólogo, tiene tres momentos; indica cuáles son:
a. -------------------------------------------------------------------------------------------------------------
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b. -------------------------------------------------------------------------------------------------------------
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c. -------------------------------------------------------------------------------------------------------------
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4. ¿Cómo se presenta el pueblo, a través del diálogo del sacerdote, ante Edipo?
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4to. Año “Ollantay”
La obra teatral “OLLANTAY” de autoría Anónima, tiene tres teorías acerca de su origen.
A continuación, te presentamos un texto donde se explican estas teorías, léela con
atención, te ayudará a comprender la obra.
A raíz de la aparición de este drama, han surgido algunas teorías que tratan de explicar
su origen. Para este fin, los defensores de cada teoría plantean argumentos que se
presentan a continuación:
A. TEORIA QUECHUA
- Defensores: S. Barranca, Von Tschudi, C. Markham, Pacheco Z., J.M. Arguedas, etc.
- Idioma: El empleado fue el runasimi o lengua de los nobles. Denotando una lengua en
desarrollo.
- Estructura: No existe semejanza al estilo europeo, dado que el Siglo de Oro
- Español se desarrolló entre 1580 y 1680.
- Personajes y Ambiente: son netamente incásicos, por su caracterología y toponimia.
- Religión: No hay ningún atisbo de cristianismo.
B. TEORIA COLONISLISTA
- Defensores: Bartolomé Mitre, Raúl Porras Barrenechea, José de la Riva Agüero, entre
otros. Son los defensores.
- Hay semejanza con la dramática española del tiempo de Lope de Vega, Calderón y
Tirso de Molina.
- La presencia de lo gracioso (Piquichaqui) y la división en escenas determina lo
español.
- No hay otra manifestación literaria teatral de aquella cultura. Se acerca a lo europeo
en cuanto a la métrica y a la rima.
C. TEORIA ECLECTICA
Sostenida por Luis Alberto Sánchez, Ricardo Rojas, Fernández Nodal. Estos dicen que:
TRADUCCIONES DE OLLANTAY
Este drama concita interés y admiración, tanto por su fondo y contenido, así como por
su expresión natural; por ello fue traducido a varios idiomas, tales como:
Ahora, después de haber leído el texto y la obra; hasta donde se te indicó, responde
las preguntas que se te plantea:
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5to. Año “Eneida”
La obra “Eneida” del autor romano Virgilio, obra que, de alguna manera, realza y
engrandece al ya desaparecido imperio romano. A continuación te presentamos una
lectura que te ayudará a contextualiza la obra, léela con atención, te ayudará a
comprender la obra.
Publio Virgilio Marón, conocido como Virgilio, fue un poeta romano, natural de Andes, que vivió
en varias ciudades romanas entre los años 70 a.C. y 19 a.C. Recibió una buena educación cultural que
completó en Cremona, Milán y Roma, donde pasó a formar parte del círculo de los poetae novia, así
como de los intelectuales más notables. Este autor está considerado, junto con Ovidio, uno de los
máximos representantes de la poesía épica de su época. Sus primeras composiciones tratan sobre los
campesinos y la vida pastoril, como las Églogas o Bucólicas, y tuvieron un éxito considerable que no
casaba demasiado bien con el carácter retraído del poeta. Posteriormente escribe las Geórgicas, un
tratado sobre agricultura y, finalmente, inicia en el 29 a.C. su obra maestra, La Eneida.
El contexto histórico en el que Virgilio escribe su obra nos muestra una época complicada, con
guerras, brutalidad y profundas crisis socio-políticas. Por un lado, Pompeyo y Craso intentaban entregar
el poder al senado. Diez años después formarían un triunvirato con César que acabaría con la República.
Virgilio, testigo de todos estos conflictos ve, posteriormente, como de la mano del emperador Augusto,
admirado y apoyado por el poeta, se instaura un período de paz. Augusto, que también apreciaba al
poeta, le pide parte de sus escritos, a lo que el autor contesta que se encuentra en pleno proceso
creativo de su obra La Eneida. Aun así, más adelante le presentará algunos de los libros de la obra.
La Eneida es un poema épico compuesto por doce libros. Los seis primeros, inspirados en
la Odisea de Homero, conforman la parte «odiseica» o de aventuras. En esta parte encontramos el
periplo por los mares y las diferentes aventuras del protagonista desde que sale de Troya hasta que llega
a Italia. Los seis últimos se inspiran en la Ilíada, también de Homero, y muestran las batallas acontecidas,
ya en tierras italianas. Tal y como indica su género literario, la obra que nos ocupa está basada en la
epopeya oral, que se toma como modelo a seguir y, además, origina las cosmogonías. Nos encontramos,
pues, ante una narración escrita individualmente donde se exponen, en tono elevado, las gestas de
héroes, divinidades y pueblos.
El autor utiliza la tradición como fuente inspiradora para escribir su obra. Además, esta nos
ofrece una simbiosis perfecta entre los dos grandes temas épicos, la patria y la mitología, de forma que
los fragmentos referentes a lo mítico se introducen brillantemente en la narración histórica. El
argumento de La Eneida revela una exaltación de los orígenes del pueblo romano y está constituido por
los viajes de Eneas, héroe troyano de estirpe divina, desde su huida tras la destrucción de Troya pasando
por sus viajes por mar, su estancia en Cartago y las guerras que mantuvo para poder establecer su linaje
en tierras lacias. El título de la obra hace honor al nombre y las aventuras que corre su protagonista.
Algunas de las técnicas características de la poesía épica utilizadas por Virgilio en La Eneida son:
la invocación a la Musa, que encontramos al principio del poema. Esta invocación, que imita los modelos
homéricos, aparte de utilizarse para resumir el argumento de la obra, era usada también para dar un
carácter divino y veraz a los versos del poeta. De esta forma el poeta, que se expresaba aquí en primera
persona, accedía gracias a la Musa, a las palabras adecuadas para seducir al público y se encontraba,
asimismo, en disposición transmitir los valores primarios de la sociedad. En el «canto a las armas y al
héroe» de La Eneida, el autor solicita a la Musa las causas de la ira de la diosa Juno hacia el piadoso
protagonista y hace un breve resumen del poema.
En la obra, también podemos encontrar un movimiento narrativo que nos conduce de forma
pausada hasta el final así como la técnica de relato retrospectiva, como el flash back, que encontramos
en el libro I, concretamente en el relato sobre el caballo de Troya que Eneas hace durante el banquete
ofrecido por su anfitriona, la reina Dido, o las técnicas de analepsis proléptica, que nos permiten
conocer informaciones futuras, como ocurre en los versos 461 al 472 del libro X, donde Júpiter nos
avanza la inminente muerte de Palante —y también la de Turno más adelante— anunciándonos quien
será el ganador del combate justo antes de que empiece. Para terminar, también encontramos escenas
de carácter narrativo como el combate entre Turno y Palante (versos 440-500 del libro X) o el de
Volscente y Nilo (versos 422-445 del libro IX), o la reunión de Júpiter y Venus, donde el primero, envía al
hijo de Maya, Hermés, a Cartago para que la reina Dido dé la bienvenida a los Teucros (versos 237-300
del libro I). El objetivo del uso de esta técnica es mantener el suspense, resaltar los aspectos dramáticos
y retrasar el desenlace.
Por otro lado, para evitar caer en la monotonía de la narración el autor utiliza recursos como la
comparación y el símil, que podemos encontrar, por ejemplo, en los versos 222-224 del libro II, en los
que se compara el grito proferido por Laoconte durante su muerte con el mugido de un toro herido; el
discurso, como el del fantasma de Creusa a Eneas en los versos 776-789 del libro II o el de Dido antes de
suicidarse en los versos 650-662 del libro IV; y las descripciones detalladas, como la descripción de
Caronte en los versos 298-304 del libro VI.
Teniendo en cuenta el contexto de importantes cambios políticos en el que se desarrolla esta obra, es
posible que Virgilio, mediante su escrito, quisiera dotar a la nueva Roma regida por Augusto, de una
cosmovisión basada en los mitos, que aportara legitimidad a esta nueva etapa. Es posible, también, que
ese fuera el motivo del interés en la obra de Virgilio por parte del emperador romano. Por consiguiente,
la finalidad de esta obra, donde todo gira alrededor del objetivo del protagonista que no es otro que
fundar Roma, pudiera ser perfectamente la justificación de un imaginario mítico, conocido por todos,
que ejercería un efecto de cohesión en la sociedad de la época.
Casi con su obra terminada, Virgilio decidió viajar y recorrer Grecia y Asia, lugares que se reflejaban en
sus versos. A la vuelta se indispuso y murió, dando orden a sus amigos de destruir el manuscrito si algo
le ocurría. Augusto se opuso firmemente y ordenó a sus amigos hacer público el manuscrito, el cual tuvo
gran aceptación y éxito por parte del público en general, a quien se cree que iba dirigido.
Un rasgo muy destacable de esta obra es que el destino del protagonista, ya prefijado de antemano,
prevalece por encima de todo, incluso, de los deseos divinos. Por otro lado, hay una clara justificación de
las aventuras del protagonista, Eneas, el cual tiene además un objetivo que se muestra claro en toda la
obra y que es la fundación y la glorificación de Roma. Ni siquiera los designios divinos pueden superar
este fin. Se hace, pues, necesario que nuestro protagonista llegue a su destino para que el avance de la
civilización romana sea posible.
En definitiva, nos encontramos ante un clásico que reúne todas las características literarias de la poesía
épica de la época a la altura de clásicos griegos, como la Ilíada o la Odisea. Virgilio, en las diferentes
narraciones que conforman su obra, siempre antepone, a todo, el designio del destino del protagonista
que es la fundación y el desarrollo de la civilización romana. De esta forma, Eneas queda idealizado
como un héroe poseedor de los valores del pueblo romano, que consigue con grandes esfuerzos, luchas
y vicisitudes su objetivo de instalarse en tierras del Lacio. En mi opinión, es más un héroe piadoso que
sufre y padece que un héroe combativo y valeroso, como pudiera ser Aquiles.
El autor hila brillantemente el relato histórico con la mitología, así como ficción y realidad alcanzando su
objetivo de glorificar Roma y la ascendencia troyana y divina de los romanos. El uso de las diferentes
técnicas y recursos estilísticos propios de la épica ayudan a que el relato sea más ameno. Aunque la
calidad de esta obra maestra es incuestionable, debo decir que la personalidad del personaje principal,
Eneas, no muestra demasiada pasión, limitándose a seguir los dictámenes de los dioses, lo que crea un
gran contraste con otro de los personajes, Dido —personalmente, mi favorito y el que más me ha
impactado—. Resulta fácil para el lector identificarse con la reina Dido, mujer de gran carácter y llena de
pasiones humanas. De hecho, las escenas que más me han emocionado han sido su suicidio y su
encuentro con Eneas en el Averno.
Por otro lado, y ya para terminar, debo decir que las constantes alusiones a una mitología que no todos
conocen, pueden enturbiar, en ocasiones, el entendimiento de algunos pasajes de la obra. Asimismo, el
lenguaje refinado y erudito con el que se expresa el autor también requiere un esfuerzo de comprensión
por parte del lector. El uso constante de diferentes palabras para designar un mismo concepto
(troyanos-teucros) o los diferentes nombres dados a los dioses (Júpiter-Jove), podría detener
vuestra lectura para buscar información aclaratoria sobre todo ello. Por tanto, es recomendable antes
de emprender la lectura de esta poesía épica, realizar un pequeño estudio sobre mitología
grecorromana, así como del contexto socio-político de la época. Desde mi punto de vista, todo ello nos
dará una base sólida que nos permitirá el disfrute y el entendimiento pleno de una obra que alterna
épica, lírica y dramatismo, y desprende una gran humanidad.
Ahora, después de haber leído el texto y la obra; hasta donde se te indicó, responde
las preguntas que se te plantea:
1. ¿Qué le solicita, de manera suplicante Juno a Eolo y a cambio de ese pedido que le
ofrece Juno?
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2. ¿Cuándo Eneas llega a Cartago, se encuentra con Dido, ésta los acoge; pero; qué
decisión toma Venus para trate bien a Eneas?
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4. ¿Quién es Anquises, cómo acompaña a Eneas durante su travesía, qué sucede con
él en el libro III y qué representa para Eneas este personaje?
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