Subsidio 0. Libro P. Rivas
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Exégesis NT II:
San Pablo
Subsidio Nº 0
San Pablo
Su vida
Sus cartas
Su teología
Con la colaboración de
Sandro Rojas
Él comprendió que el Evangelio de Jesucristo era una Buena Noticia para todos los
hombres y extrajo las consecuencias, superando las barreras estrechas de los que
pretendían limitar la predicación del Evangelio encerrándolo dentro de un exclusivismo
religioso que sólo tenía en vista al pueblo de Israel. Contemplando el proceder de Dios con
el patriarca Abraham y escuchando el mensaje de los profetas del Antiguo Testamento,
Pablo se pregunta: “¿Acaso Dios es solamente el Dios de los Judíos? ¿No lo es también de
los paganos?”, y él mismo se responde: “¡Evidentemente que sí!” (Rom 3, 29). Años más
tarde, un discípulo podrá resumir así el mensaje de san Pablo: “También los paganos
participan de una misma herencia, son miembros de un mismo Cuerpo y beneficiarios de la
misma promesa en Cristo Jesús, por medio del Evangelio” (Ef 3, 6).
Pablo también es el autor de gran parte del Nuevo Testamento. De los 27 libros que
lo componen, 13 pertenecen al “corpus paulinum” (¡!). Fuera de estos, otros libros llevan
la impronta ‘paulina’, como es el Evangelio de san Lucas y el libro de los Hechos. Para
muchos autores, también la llamada “Primera Carta de san Pedro” acusaría influencias de
la teología de san Pablo. La Carta a los Hebreos fue transmitida durante mucho tiempo
como carta de san Pablo. Además de estas, otras numerosas obras literarias aparecieron
con su nombre desde los primeros tiempos de la Iglesia, pero no fueron aceptadas en el
Canon y se encuentran incluidas entre los llamados “apócrifos”.
La Iglesia recurre siempre a la Palabra de Dios para hallar la luz y las respuestas
que les son necesarias ante los problemas que la historia le va planteando diariamente. Con
mucha frecuencia esta Palabra se deja oír por medio de la voz de san Pablo, que nunca deja
de tener actualidad. Más aun, se podría decir que en la respuesta de la Palabra de Dios
nunca está ausente el aporte del Apóstol.
La primera fuente a la que se recurre para describir una biografía de san Pablo es el
libro de los Hechos de los Apóstoles. Otra fuente está constituida por los datos
autobiográficos que aparecen en sus cartas. La literatura apócrifa aporta también algunos
datos, pero que no son dignos de fe porque por lo general pertenecen al orden de la leyenda
o de la novela.
Entre los datos de Hch y las cartas paulinas hay puntos de coincidencia, pero
también de conflicto y contradicciones: En cuanto a la presentación del personaje, Hch
tiene una imagen de Pablo cordial, querido y reverenciado por todos, y que se enfrentaba
con sus adversarios judíos y paganos. En las cartas, en cambio, aparece como una
personalidad que por lo general está en conflicto con los cristianos de las primitivas
comunidades. Más adelante se presentarán los desacuerdos que aparecen cuando se
comparan los datos de Hch y de las cartas en lo referente a los datos biográficos.
Hch presenta una imagen de Pablo mucho más idealizada debido a que la obra fue
compuesta alrededor del 80 d.C., es decir, cuando habían transcurrido unos 15 o 20 años
desde el martirio del Apóstol. Desde el momento que Hch es parte del Evangelio de san
Lucas, como tal no tiene una finalidad biográfica. No pretende ser una ‘biografía de san
Pablo’, sino un libro con otras inquietudes y perspectivas. Así como el autor no se dedicó a
trazar una biografía detallada de Jesús, tampoco lo hizo con san Pablo. En uno y otro caso
seleccionó, ordenó y explicó aquellos datos que eran de importancia para el fin que se
había propuesto, y que en este caso era mostrar cómo – por obra del Espíritu Santo – la
salvación prometida por Dios en el Antiguo Testamento y realizada por Jesucristo estaba
destinada a todas las naciones y llegaba a ellas por la predicación de los Apóstoles. No es
una historia por el interés de la historia misma, sino una obra teológica que requiere una
fundamentación histórica, pero quedando la historia siempre subordinada a la teología. 1
Sus datos históricos sólo pueden ser utilizados con un gran sentido crítico.2
1
H. SCHLIER, La carta a los Gálatas, Salamanca, Sígueme, 1975; 124-37. G. BORNKAMM, Pablo de Tarso.
Salamanca, Sígueme, 1979; 16-17. J.A. JÁUREGUI, Historiografía y teología en Hechos: Estado de la
investigación desde 1980, EstBib 53 (1995) 97-123. L.H. RIVAS, Algunas cuestiones historiográficas en torno
al libro de los Hechos de los Apóstoles, Teología XXXIII, 68 (1996-2) 221-235.
2
BARBAGLIO, G., Pablo de Tarso y los orígenes cristianos, Sígueme, Salamanca 1989; 20.
Noticias personales
San Pablo pertenecía a una familia judía observante; se jactaba de ser judío y de
pertenecer a la tribu de Benjamín (Rom 11,1; Fil 3,5). Llevaba como timbre de orgullo
pertenecer al grupo de los fariseos (Fil 3,5), que se aferraban a la ley y a las tradiciones en
una actitud polémica y combativa contra una interpretación no ortodoxa de las mismas.
Coherente con esta pertenencia, tenía celo ardiente por las tradiciones de los antepasados
(Gal 1,14), y vivía de manera irreprochable (Fil 3,6).
El libro de los Hechos confirma estas afirmaciones (23,6; 26,5) y además aporta
una cantidad de datos que no son corroborados por sus cartas, pero que sin embargo son
verosímiles. Dice que nació en Tarso, una ciudad importante (Hch 22,3; cf. 9,11.30; 11,25;
21,39), famosa por su cultura helenista, y que gozaba del privilegio de que sus habitantes
fueran considerados ciudadanos romanos, por lo que Pablo gozaba de este derecho (Hch
16,37; 22,25-28). Hch dice también que algunos familiares de Pablo vivían en Jerusalén
(Hch 23,16).
Contra lo que se dice en Hch 22,3, san Jerónimo ofrece la noticia de que san Pablo
nació en Judea, en el pueblo de Giscala, y que más tarde sus padres emigraron a Tarso,
después que Giscala fue tomada por los romanos.3
En el libro de los Hechos aparece el dato de que san Pablo recibió la “formación
teológica” en la ciudad de Jerusalén, y que fue instruido por Gamaliel el viejo (Hch 22,3),
un ilustre maestro judío que en una oportunidad asumió la defensa de los apóstoles (Hch
5,34-39). Este dato no se confirma con las noticias que el mismo Pablo da en sus cartas, y
no parece coherente con ellas. Más adelante habrá que referirse a las noticias que da el
libro de los Hechos sobre la actuación de Pablo en Jerusalén como perseguidor de los
cristianos, cuando todavía no había conocido a Cristo.
Un problema que viene inquietando a los investigadores desde hace varios siglos es
el de la inserción del Apóstol. ¿Dentro de qué marco debe ser ubicado? El judaísmo de la
época de Pablo no era monolítico (como tampoco lo es en la actualidad). Las principales
vertientes eran el hebreo (palestinense) y el helenista (de la diáspora). Sin representar de
manera muy rígida los distintos contextos geográficos, indicaban más bien la forma en que
3
“Pablo apóstol, que antes era llamado Saulo (Hch 7,58), está fuera del número de los doce Apóstoles, como
él mismo lo reconoce (1Cor 15,5.8), pertenecía a la tribu de Benjamín y a la ciudad de Giscala en Judea.
Cuando esta ciudad fue tomada por los romanos, emigró con sus padres a Tarso de Cilicia. Sus padres lo
enviaron a Jerusalén para que se instruyera en la Ley y fue educado por el sapientísimo varón Gamaliel,
recordado por Lucas” (SAN JERÓNIMO, De Viris Illustribus, V; PL XXIII, 615)
A partir del siglo XVIII se presentó a Pablo con la figura de un adversario del judaísmo;
esa imagen dominó durante largo tiempo en algunas corrientes de la investigación del
Nuevo Testamento. Algunos autores llegaron a despojar a Pablo de su condición de judío
para revestirlo de la túnica griega. Esto tuvo consecuencia inmediata sobre la cristología
presentada como paulina: se dijo que el Cristo-Señor predicado por Pablo no se derivaba
del Antiguo Testamento sino que era una divinidad al estilo de las que adoraban los
paganos. Estas ideas fueron rechazadas, y en la actualidad es casi unánime la afirmación de
que Pablo es un auténtico judío, aunque se difiere cuando se trata de precisar la línea del
judaísmo dentro de la que debe ser encuadrado: el judaísmo palestinense apocalíptico, o el
judaísmo palestinense fariseo... Su postura no es anti-judía, sino que dentro del judaísmo
aporta la novedad de haber abierto a los gentiles la participación en el pueblo de la alianza,
por la fe y sin integrarse en el pueblo de Israel.
Pero estos datos no son dignos de fe. En sus cartas solamente se dice que en Corinto era
opinión corriente que “sus cartas eran enérgicas y severas, en cambio su presencia
resultaba insignificante y su palabra despreciable” (2Cor 12,10).
No aparece con claridad en sus cartas si san Pablo estaba casado. Según las
costumbres de la época, era normal y aconsejable que un judío contrajera matrimonio. Lo
contrario no era bien visto. El hombre debía casarse a los dieciocho años, y el que no lo
hacía antes de los veinte merecía la reprobación de Dios porque transgredía el
mandamiento que manda “Crezcan y multiplíquense”. 4 Pero otras fuentes antiguas
informan que en ciertos círculos del judaísmo de la época de san Pablo había aprecio por el
celibato o la virginidad: Flavio Josefo 5 y Plinio6 hablan de los esenios que renunciaban al
matrimonio. De modo que no se puede decir con certeza que todos los judíos pensaban de
la misma manera acerca del matrimonio y la virginidad.
4
“Rabí Judah ben Tema (finales del siglo II) decía... a los cinco años estudiar la Torah, a los diez la Miŝnah,
a los quince el Talmud, a los dieciocho contraer matrimonio...” (Aboth, V, 21); el Talmud pone en boca de
Rabí Huna (también de finales del siglo II): “El que tiene veinte años y no se ha casado vive sumido en el
pecado... Digamos más bien: vive sumido en pensamientos pecaminosos” (TB, Kidduŝin, 29b).
5
“Los esenios... desdeñan el matrimonio... No condenan en principio el matrimonio y la procreación, pero
temen el libertinaje de las mujeres y están convencidos de que ninguna es fiel a un solo hombre. [...] Hay otra
clase de esenios, que concuerdan con los anteriores en el régimen, las costumbres y las leyes, pero difieren en
lo concerniente al matrimonio. Creen que renunciar al matrimonio es realmente excluir la parte más
importante de la vida, o sea la propagación de la especie” (FLAVIO JOSEFO, Guerra, II, 8, 2; II, 8, 13 ).
6
“Los esenios... un pueblo que vive apartado, sin mujeres, que ha renunciado al amor humano, una raza
eterna en la que nadie nace” (PLINIO, EL ANCIANO, Historia Natural, V, 73, 1-3).
Si Pablo era viudo, habría optado por no contraer nuevo matrimonio y eso mismo
aconsejaba a los fieles de la comunidad de Corinto. El nuevo matrimonio para los varones
que habían enviudado no estaba prohibido, pero sin embargo no era bien visto. En las
comunidades cristianas era totalmente inaceptable en personas que debían ejercer algún
ministerio.7 Así parece que se debe interpretar la expresión “esposo de una sola mujer” que
se encuentra en textos de las cartas llamadas “pastorales” (1Tim 3,2.12; Tt 1,6).
Se dice también que todos los estudiosos de la Ley eran casados. Pero por lo que se
conoce del judaísmo de la época no se puede deducir con certeza que absolutamente en
todos los casos era así. Algunos maestros aconsejaban casarse antes de dedicarse a los
estudios, otros recomendaban casarse después de terminarlos porque para un estudiante era
muy difícil mantener una familia. Se menciona el caso de un rabino que permaneció célibe,
a pesar de que él mismo reprobaba a los que no se casaban “porque es como si derramaran
sangre”.8 Pero es de fecha posterior, y precisamente se hace hincapié en que fue algo
excepcional. Es posible que san Pablo hubiera optado por el celibato, porque los textos de
1Cor pueden entenderse de esta manera. Pero esos mismos textos también podrían
interpretarse en el sentido de que él efectivamente se casó, pero optó por no volver a
casarse después de enviudar o de divorciarse de su mujer.
En Gal 4,13 dice que en un momento de sus viajes misioneros debió detenerse en
una ciudad de Galacia por causa de una enfermedad. No explica cuál fue esta dolencia,
pero como a continuación dice que en esa circunstancia los gálatas lo atendieron muy bien
y se hubieran quitado los ojos para dárselos (4,15), algunos interpretan que Pablo padecería
una enfermedad relativa a la vista.
Mucho se ha escrito y se ha dicho sobre lo que podría significar “la espina clavada
en la carne”, “el ángel de Satanás que le hiere” (2Cor 12,7), y de lo que esto podría aportar
como datos valiosos para elaborar una biografía. ¿Se trata de alguna enfermedad? ¿O de
alguna tendencia pecaminosa? ¿O las persecuciones? ¿O tal vez de algún incidente de su
vida? Desde el momento que el Apóstol lo ha ocultado cuidadosamente bajo el velo de
metáforas, es inútil querer saber algo de lo que él no quiso que se supiera.
El Nombre «Pablo»
Era común que los judíos que vivían en ambiente greco-romano llevaran otro
nombre griego o latino además de su nombre judío. En el Nuevo Testamento hay varios
ejemplos: José Justo (Hch 1,23), Tabita Dorcas (9,36), Juan Marcos (12,12), Simeón Negro
(13,1), Jesús Justo (Col 4,11), etc. Pero el caso de san Pablo es diferente, porque no se dice
que tuviera los dos nombres «Saulo Pablo», sino que en cierto punto de su libro deja un
nombre para comenzar a usar el otro. Desde Hch 7,58 hasta 13,9 se usa solamente
«Sáulos». En 13,9, en la mitad de un relato (¡de una frase!), y sin dar ninguna explicación,
se pasa del nombre hebreo al latino. Desde allí el autor de Hechos usa sólo «Páulos».
Desde la antigüedad se viene buscando alguna razón que explique este cambio de
nombre. San Agustín dijo que el mismo Pablo, por modestia, se puso este nombre que
significa ‘pequeño’.9 San Juan Crisóstomo entendió que era un nombre romano que recibió
al ser enviado a los paganos (Homilía sobre los Hechos, XXVIII,13). San Jerónimo dijo
que se había puesto este nombre en atención a Sergio Pablo, el romano convertido a la fe
cristiana en el momento en que se produce el cambio de nombre. 10 Se debe reconocer que
hasta ahora no se ha encontrado ninguna explicación que sea plenamente satisfactoria.
Conversión
Pablo dice en sus cartas que en su celo por la ley llegó a ser perseguidor de los
cristianos (1Cor 15,9; Gal 1,23; Fil 3,6), que “perseguía con furor a la Iglesia y la arrasaba”
(Gal 1,13). El verbo que aquí se traduce por “perseguir (diōkō)” puede admitir multitud de
matices (por ejemplo combatir, discutir, poner obstáculos, llevar ante el tribunal de una
sinagoga, acusar en un juicio, etc.), pero Pablo nunca dice en qué sentido utiliza esta
palabra ni en qué consistía esta persecución. Si no se tiene ante los ojos el libro de los
Hechos, no se sabe si fue sólo con la predicación, o con actos judiciales, o ejerciendo la
violencia física sobre las personas.
9
“El apóstol Pablo, que antes se llamaba Saulo, a mí me parece que no tomó el nombre de Pablo por otra
razón sino para aparecer como pequeño, como el menor de los apóstoles” (San Agustín, De Spiritu et littera,
VII,12; PL XLIV, 207).
10
“Habiendo sido el procónsul de Chipre Sergio Pablo el que creyó en su predicación en primer lugar, tomó
el nombre de Pablo de aquel a quien había llevado a la fe de Cristo” (SAN JERÓNIMO, De Viris Illustribus, V;
PL XXIII, 615).
Varias veces se dice en el libro de los Hechos que Saulo fue a Damasco “con
poderes de los sumos sacerdotes” para “llevar encadenados a Jerusalén” a los seguidores
de Cristo (9,1-2.21; 22,5; 26,12). Este relato, que se ha hecho tan popular, encuentra
dificultades en el orden de la crítica histórica: en tiempos de san Pablo – bajo la
dominación romana – Jerusalén y Damasco pertenecían a distintas jurisdicciones y estaban,
por lo tanto, bajo diferentes gobernadores romanos. No se entiende cómo Saulo, por
motivos exclusivamente religiosos de los judíos, podía apresar personas de un territorio y
llevarlas encadenadas a otro. Tampoco se explica que el sumo sacerdote de Jerusalén
pudiera dar autorización para esta clase de actos, cuando esto no estaba al alcance de su
potestad.
El libro de los Hechos ofrece tres relatos de la conversión de san Pablo (9,1-19a;
22,4-16; 26,12-18). Algunos elementos se repiten en los tres relatos, pero también se
destacan divergencias. En 9,7 los compañeros de Pablo oyen la voz sin ver nada; en 22,9,
ellos ven la luz, como en 26,13, pero no oyen nada. Mientras en el relato del cap. 9 es sólo
Pablo quien cae en tierra, en el del cap. 26 caen también sus compañeros. Los dos primeros
relatos de la conversión y bautismo de Pablo (cc.9 y 22) destacan la intervención de
Ananías, como punto de contacto entre Pablo y la comunidad de los discípulos. En el relato
autobiográfico de Pablo a lo largo de Gal 1, así como en el cap. 26 de Hch, se omite la
intervención de Ananías y el bautismo de Pablo, y más bien parece que se lo excluye al
negar la participación de hombre alguno en el proceso de conversión: “...la Buena Noticia
que les prediqué... yo no la recibí ni aprendí de ningún hombre, sino por revelación de
Jesucristo.” (Gal 1,11-12): En estos textos el lugar de Ananías es ocupado por el mismo
Cristo. En los dos primeros relatos Jesús no le dice a Pablo qué es lo que deberá hacer en el
futuro, pero en el tercero le ordena ir a los paganos (26,17-18).11
El libro de los Hechos ha recogido tres relatos de la conversión de san Pablo y los
ha reproducido sin dejar traslucir ninguna preocupación por las diferencias y
contradicciones que se pueden encontrar en ellos. Esto es un indicio de que al autor no le
interesaba relatar el hecho tal como había sucedido. Su interés estaba en otro nivel.
Corresponderá entonces estudiar detenidamente cada uno de los relatos de la conversión de
san Pablo en el libro de los Hechos para descubrir qué aspectos de la personalidad y de la
misión del Apóstol se quieren presentar en cada uno de ellos.12
Aparte de este importante texto de la carta a los Gálatas, san Pablo afirma dos veces
en la 1Cor que él ha visto al Señor resucitado: “¿Acaso no he visto a Jesús, nuestro
Señor?” (1Cor 9,1); “Resucitó [...] y por último, se me apareció también a mí” (15,4.8). Se
entiende que está hablando de la experiencia que ha tenido en el momento de su
conversión, pero en ninguno de los casos describe este acontecimiento.
Es inevitable que el lector del Nuevo Testamento se pregunte: ¿Por qué se produjo
la conversión de Pablo? ¿Cómo es que se dio ese cambio de un día para otro? Mucho se ha
escrito sobre este tema. Desde diferentes ángulos se han dado distintas interpretaciones:
históricas, políticas, sociológicas, psicológicas, etc., pero ninguna ha llegado a dar una
explicación satisfactoria. Por lo tanto, sólo resta quedarse con lo que presenta el libro de
los Hechos y lo que dice el mismo san Pablo en las cartas: se trata de una intervención
divina que el hombre no puede explicar.
Sin embargo, entre los judíos palestinenses, aleccionados por las dolorosas
experiencias que habían tenido con los paganos en los últimos siglos y bajo la dominación
romana de ese momento, estaba muy generalizada una actitud de rechazo a todo lo
extranjero, y algunos eran abiertamente opuestos al proselitismo. De ahí se originaba la
concepción que se podría llamar “estrecha”, que llevaba a los judíos a encerrarse dentro de
su comunidad y evitar todo contacto y diálogo con los paganos. Se debe insistir, sin
embargo, en que estas concepciones “estrecha” y “amplia” no se deben considerar como
equivalentes respectivamente a palestinense y helenista. Podían encontrarse ejemplos de
una y otra concepción en cualquiera de las dos corrientes del judaísmo.
13
La “nueva perspectiva” sobre san Pablo se originó con la publicación del libro de E.P. SANDERS, Paul and
Palestinian Judaism. A comparison of Patterns of Religion, Minneapolis, Fortress 1977.
La salida al mundo para llevar el Evangelio a aquellos que no eran sus primeros
destinatarios llevaba consigo un peligro. El cristianismo podía conservar su pureza cuando
era predicado entre los judíos, y estos lo recibían dentro de sus propias categorías bíblicas.
Pero al ser anunciada a los paganos, la predicación cristiana podía ser distorsionada porque
en el mundo pagano de esa época dominaba lo que se ha llamado “el sincretismo”, es decir,
los paganos asimilaban divinidades y creencias de otras religiones, con sus gestos y ritos, y
las amalgamaban con sus propias creencias. El Evangelio padeció los efectos negativos del
sincretismo cuando años más tarde los gnósticos lo fusionaron con otras doctrinas y le
hicieron perder su sentido original. Es sorprendente observar el sano sincretismo que
practicó san Pablo en sus cartas, adoptando conceptos y vocabulario del mundo cultural y
religioso de su tiempo para expresar el mensaje de Cristo al nuevo auditorio sin que el
Evangelio perdiera su sentido y su fuerza original. Más aun, aprovechó las riquezas de la
cultura helenista para sacar a la luz aspectos del Evangelio que de otra manera hubieran
permanecido en la penumbra. De esta forma abrió el camino que continuaron más tarde los
Santos Padres y debe seguir recorriendo la Iglesia.
San Pablo afirma que en el mismo momento en que recibió el llamado para ser
apóstol de los gentiles salió inmediatamente en busca de los paganos. En el contexto donde
está explicando que él fue llamado por Jesucristo, y que por eso mismo siempre actuó
independientemente de los Doce, dice que el primer día de su conversión tuvo plena
conciencia de su misión universal, y obedeciendo el mandato de Dios, “sin consultar a
nadie, y sin subir a Jerusalén para ver a los que eran Apóstoles antes que él, se dirigió hacia
Arabia” (Gal 1,15-17). Este episodio de la primera misión en Arabia no es conocido por el
libro de los Hechos, tampoco Pablo vuelve sobre el mismo en sus cartas, y no es
mencionado por otras fuentes.
Por un dato que san Pablo introduce en la segunda Carta a los corintios se puede
deducir que la misión en Arabia no concluyó bien. Los enviados del etnarca del rey
Aretas14 lo persiguieron hasta Damasco y allí “custodiaban la ciudad” con la intención de
apoderase de él. Por eso debió huir de esa ciudad de una manera pintoresca: salió por una
ventana de la muralla escondido en una canasta (2Cor 11,32-33).
El libro de los Hechos narra las cosas de otra forma: No hay indicios de la misión a
Arabia (ver Hch 26,20). Pablo, después de su conversión, permaneció en Damasco y se
dedicó a predicar a los judíos, y fueron estos judíos quienes “vigilaban noche y día las
puertas de la ciudad” con la intención de matarlo. Por esa razón huyó de Damasco,
descolgándose por el muro escondido en una canasta (Hch 9,19-25).
También hay diferencias en lo que se relata sobre la primera visita que san Pablo
hizo a Jerusalén después de su conversión. Según su propio relato, fue a Jerusalén después
de tres años para conocer a Pedro, y estuvo allí sólo 15 días. De los demás, dice que sólo
conoció a Santiago, el llamado “hermano del Señor”, y permaneció desconocido para el
resto de la comunidad cristiana. Después de esta breve visita se dirigió a las regiones de
14
Aretas IV, que fue rey de los nabateos entre los años 9 y 40 d. C. Los nabateos tenían su capital en Petra, y
Flavio Josefo los llama “árabes”.
El libro de los Hechos, en cambio, da otra versión porque dice que después de huir
de Damasco, Pablo fue a Jerusalén y que todos le temían porque no creían que fuera
cristiano. Entonces Bernabé lo introdujo en la comunidad cristiana, y fue conocido por los
apóstoles y por los cristianos de Jerusalén. En esa ciudad andaba en compañía de los
Apóstoles, predicaba y discutía, hasta que los judíos de la corriente helenista quisieron
matarlo. Por eso debió partir hacia Tarso, su ciudad de origen (Hch 9,26-30).
En otro lugar del mismo libro de los Hechos, san Pablo dice en uno de sus discursos
que la partida de Jerusalén se produjo porque el Señor se le reveló en el Templo, le ordenó
salir de la ciudad y lo envió a los paganos (Hch 22,17-21). En este texto, Lucas pone a
Jerusalén como el lugar del comienzo de la misión de Pablo a los paganos. Esto parece
responder al plan teológico de Lucas, para quien el Evangelio se debe predicar a las
naciones “comenzando por Jerusalén” (Lc 24,47; ver Hch 1,8). Sin embargo, en otro
momento Lucas adelanta este envío colocándolo dentro del marco del último relato de la
conversión (26,17-18). San Pablo, en sus cartas, coincide con este último relato y dice que
el comienzo de esta misión fue el encuentro con Cristo resucitado (Gal 1,15-17).
Antioquía
La ciudad de Antioquía de Siria era una de las más importantes del mundo greco-
romano. Ubicada cerca de la desembocadura del Orontes, poseía el importante puerto de
Seleucia sobre el mar Mediterráneo. Era el punto donde convergían las corrientes
comerciales que venían desde el oriente y desde las costas del Mediterráneo, y por eso
mismo era un importante centro comercial y cultural, que competía con Roma y
Alejandría. El historiador judío Flavio Josefo es testigo de la importancia que tenía la
comunidad de judíos que había en Antioquía, y de la actividad proselitista que
desplegaban:
Siendo esto así, es fácil comprender que la comunidad judía de esta ciudad ya
estaba preparada para los acontecimientos que se iban a producir.
Partiendo de los datos que aportan tanto el libro de los Hechos como los escritos de
san Pablo, se puede concluir que existían grandes diferencias entre la comunidad de
Jerusalén y la de Antioquía. Los cristianos antioquenos dirigían su misión a los paganos
para anunciarles a Cristo e integrarlos en la comunidad; se consideraba que lo único
necesario era la fe en Cristo, por lo que no exigían el sometimiento a las leyes e
instituciones del Antiguo Testamento. En la comunidad cristiana de Antioquía, como en las
otras que san Pablo fue formando más tarde, los paganos bautizados – que no se
circuncidaban ni cumplían las leyes judías – eran aceptados como miembros de la
comunidad y se compartía la mesa con ellos.
Pero los conflictos entre las dos comunidades no podían tardar en aparecer. Entre
los cristianos judíos observantes de las leyes y tradiciones del judaísmo había algunos que
exigían a todos los nuevos convertidos que las observaran e incluso se circuncidaran,
porque implícitamente consideraban que los cristianos incircuncisos seguían siendo
paganos (Hch 15,1). En consecuencia, no se debía tratar con ellos ni compartir su mesa. A
esto se sumaba el temor a los actos de violencia de los nacionalistas judíos que podían
tomar represalias contra los miembros de la comunidad a los que veían sentados a la
misma mesa con personas que no eran de origen judío.
Desde Antioquía comenzaron los viajes apostólicos de san Pablo. En el libro de los
Hechos se dice que así como Jesús había elegido enviado a los Doce, el Espíritu Santo
eligió y envió a Pablo y Bernabé, (Hch 13,2-4). Así comenzaron estos viajes destinados a
llevar el Evangelio a los paganos, con la convicción de que el evangelio está destinado a
todos los hombres, no solamente a los que tienen la ley de Moisés.
El libro de los Hechos describe los itinerarios de los viajes del Apóstol, que
fundamentalmente seguía las carreteras romanas y prefería detenerse en las grandes
ciudades. Pero algunos investigadores ponen en duda el valor histórico de estos viajes
porque se encuentran dificultades cuando se los compara con los datos de las cartas. Se
supone que el autor de Hch ha recogido noticias de visitas hechas por Pablo a distintas
ciudades e iglesias. Varias de estas visitas son corroboradas por noticias que aparecen en
las cartas, y tendrían entonces valor histórico. Pero con estos datos y otros que recogió en
las iglesias, Lucas elaboró los itinerarios con la finalidad de dar cierta continuidad a su
relato.
El libro de los Hch registra que al regreso de este primer viaje san Pablo informó a
la iglesia de Antioquía sobre el éxito de la predicación entre los paganos (Hch 14,27). Pero
esto suscitó problemas que el mismo libro resuelve en un relato que se conoce
tradicionalmente como “Concilio de Jerusalén”, ubicado a continuación del primer viaje
apostólico (Hch 15).
En las cartas de Pablo, por otra parte, se mencionan solamente las dos primeras
visitas a Jerusalén: una desde Damasco (Gal 1,18) y otra (¿desde Antioquía?) “por una
revelación” (Gal 2,1), en la que se produjo el ya mencionado encuentro de Pablo con
Pedro, Juan y Santiago. Pero nunca hace referencias a la tercera visita a Jerusalén, al
‘Concilio’ y a su ‘decreto’.
El «Concilio de Jerusalén»
Este relato toma su punto de partida en el incidente provocado por algunos miembros
de la comunidad de Jerusalén que fueron a Antioquía cuando Pablo y Bernabé regresaron
de su primer viaje, y pretendieron imponer la circuncisión a los paganos convertidos a
Cristo, como condición necesaria para la salvación (Hch 15,1).
URQUÍA
Por la discusión que se produjo ante esta exigencia, se determinó que Pablo, Bernabé
y algunos otros fueran como delegados a Jerusalén para aclarar este problema con los
Apóstoles (v.2). Cuando éstos llegaron a Jerusalén y refirieron lo que estaban haciendo con
los paganos, hubo fuerte oposición por los fariseos que habían abrazado el cristianismo,
porque volvieron a decir que era necesario circuncidar a los paganos y obligarlos a cumplir
la Ley de Moisés (v.5). Se celebró entonces una reunión con los Apóstoles y los
presbíteros (v.6), que concluyó con un ‘decreto’ (vv.23-29), en el que se decía claramente
que no se imponía la obligación de la circuncisión a los paganos convertidos a la fe
cristiana. Estos debían aceptar solamente tres prohibiciones: de comer la carne ofrecida en
sacrificio a los ídolos, de comer carne de animales que no fueron desangrados, y de
uniones matrimoniales ilegales (vv.28-29). Como se ve, estas exigencias, que tienen sus
raíces en el Antiguo Testamento, respondían a ciertas tradiciones del judaísmo y se referían
a ‘normas de convivencia’ entre las dos comunidades, pero no a cuestiones necesarias para
la salvación.
A pesar de que existen opiniones en contra entre los comentaristas, no parece que el
encuentro con Pedro, Juan y Santiago, relatado por san Pablo en Gal 2,1-10, se refiera al
‘Concilio’ del que habla el libro de los Hechos en el cap. 15. Este ‘concilio’ parece que
nunca tuvo lugar, sino que más bien sería un relato creado por Lucas, en el que resumió lo
sucedido a lo largo de varios años. Obsérvese que en su último viaje a Jerusalén, san Pablo
recibió de Santiago la información del ‘decreto’, como si éste hubiera sido redactado en
ausencia de Pablo (Hch 21,25).
De aquí en adelante el compañero de Pablo en sus viajes fue Silas 16 (Hch 15,40). En
la primera parte de su recorrido conoció a Timoteo y lo agregó al grupo misionero (Hch
16,1-3). Este viaje tuvo mayor duración y fue más extenso que el primero: Esta vez no
pasó por la isla de Chipre, donde entonces estaban Bernabé y Marcos, pero tocó los
mismos lugares de la provincia de Galacia que había visitado en el viaje anterior, cruzó la
provincia romana de Asia y tomó la decisión de ingresar en Europa.
Tanto en Filipos como en Tesalónica tuvieron éxito entre los temerosos de Dios. En
Filipos se recuerda la conversión de Lidia, una comerciante de púrpura, y del carcelero,
que se hicieron bautizar junto con toda su familia. El libro de los Hechos dice que san
Pablo evangelizó en Tesalónica durante tres sábados. Pero debe haber estado mucho más
tiempo porque durante su permanencia en esa ciudad recibió ayuda monetaria de los
filipenses en dos oportunidades (Fil 4,16). Pero en ambas ciudades debieron sufrir ataques
de los adversarios, porque los judíos se opusieron a la predicación a los paganos (1Tes
2,2.14-16; Hch 17,5). Cuando san Pablo pasó a Berea fue bien recibido y consiguió que
muchos abrazaran la fe, tanto entre los judíos como entre los paganos. El libro de los
Hechos destaca la noticia de que entre los conversos de Tesalónica y de Berea había
16
En las cartas de Pablo (1Tes 1,1; 2Tes 1,1; 2Cor 1,19) y en la Primera Carta de san Pedro (5,12) es llamado
Silvano, que es la forma latinizada de su nombre.
17
Hay cuatro fragmentos del libro de los Hechos de los Apóstoles en el que el redactor se expresa en primera
persona plural (“nosotros”) y contienen solamente itinerarios: Hch 16,10-17 (de Tróada a Filipos); 20,5-15
(de Filipos a Mileto); 21,1-18 (desde Mileto a Jerusalén); 27,1-28,16 (de Cesarea a Roma). Algunos
manuscritos agregan el pronombre “nosotros” en 11,28 (Antioquía), en un incidente que está fuera de los
viajes y que sería anterior a éstos. Los que sostenían que el autor de los fragmentos era Lucas partieron de
esta lectura dudosa para afirmar que san Lucas era originario de Antioquía.
En este punto las noticias del libro de los Hechos difieren de las que se encuentran en
1Tes. Según el libro de los Hechos, Silas y Timoteo se quedaron en Berea mientras que
otros cristianos acompañaron a Pablo hasta Atenas. El apóstol estuvo un tiempo en Atenas
y luego siguió viaje hasta Corinto. Allí se pudo encontrar con Silas y Timoteo (Hch 18,5).
La carta 1Tes en cambio, dice que Timoteo acompañó a Pablo hasta Atenas, y desde allí
fue enviado por este para recabar noticias de la comunidad de Tesalónica (1Tes 3,1-5).
Cuando Timoteo regresó, Pablo escribió 1Tes (1Tes 3,6).
El libro de los Hechos refiere que cuando Pablo estaba solo en Atenas predicó ante
los filósofos griegos reunidos en el Areópago. Se daba el nombre de Areópago (“Colina
del dios Ares [Marte]”) a una elevación del terreno al sur de la plaza pública, y también al
tribunal de Atenas que en un tiempo se había reunido allí para discutir diferentes asuntos,
criminales, civiles o religiosos. En tiempos de Pablo el tribunal, llamado “Areópago”
sesionaba en otra parte, pero también a esa colina se le seguía dando el mismo nombre. El
texto del libro de los Hechos no permite saber con certeza si los filósofos atenienses
llevaron a Pablo a aquella colina para poder hablar con él, o si lo condujeron ante el
tribunal para que fuera juzgado. En su discurso, Pablo no recurrió a las Sagradas
Escrituras, como hacía normalmente, sino que comenzó hablando del “Dios desconocido”
y citando un texto de un filósofo griego (Hch 17,23.27-28), que muchos atribuyen a Arato,
mientras que otros piensan que es del Himno a Zeus de Cleantes. 18 Pero la predicación
terminó con un fracaso cuando mencionó la palabra “resurrección” (Hch 17,32-34).
Efectivamente, entre las dificultades que encontró el Apóstol en el mundo griego, algunas
pertenecían al orden intelectual, como es el caso del rechazo de la idea de resurrección
(Hch 17,32; 1Tes 4,13-18; 1Cor 15,12), otras tenían que ver con el orden moral, como era
el apego a la fornicación (1Tes 4,1-8; 1Cor 5,1; 6,12-20). En Atenas, sólo unas pocas
personas se unieron a Pablo después de escucharlo, los demás se burlaron.
En esta etapa de la actividad de san Pablo se puso de manifiesto una forma de actuar
que lo distingue de los demás evangelizadores. Aun cuando conocía muy bien la
disposición del Señor según la cual la comunidad debía hacerse cargo del mantenimiento
del predicador (1Cor 9,14), Pablo prefería trabajar con sus propias manos con el fin de no
ser una carga para los demás cristianos (v.15; 1Cor 4,12; 2Cor 11,9; 12,14-16; 1Tes 2,9;
Hch 18,3; 20,33-35; ver 2Tes 3,7-9). Por esa razón trabajaba junto con Aquila y Priscila en
la fabricación de carpas, o de la tela de pelo de cabras, que luego se utilizaba para hacer
carpas (Hch 18,3).19 Esta actitud del apóstol también fue ocasión de críticas, porque lo
distinguía de los otros predicadores, y debió justificarse en el cap. 9 de la 1Cor.
18
El texto de Arato (siglo III a.C.), dentro de su contexto, tiene sentido panteísta, pero en el texto de Hch se
escoge solamente una frase separada del contexto: “Comencemos por Zeus, al que los hombres de ninguna
manera dejemos de nombrar. Están llenos de Zeus todos las caminos, todas las asambleas de los hombres,
llenos de Zeus están todos los mares y los puertos. Todos estamos completamente necesitados de Zeus,
porque somos descendencia suya” (Fenómenos, 1-5).
Durante la evangelización de Corinto se produjeron dos hechos que han servido para
obtener una fecha bastante precisa con respecto a la actividad de San Pablo. En primer
lugar, el encuentro con Aquila y Priscila, recién mencionado. El libro de los Hechos de los
Apóstoles dice que al llegar a Corinto, Pablo “encontró a un judío llamado Aquila,
originario del Ponto, que acababa de llegar de Italia con su mujer Priscila, a raíz de un
edicto de Claudio que obligaba a todos los judíos a salir de Roma” (Hch 18,2). Este edicto
imperial suele identificarse con una noticia transmitida por Suetonio:
“(Claudio) hizo expulsar de Roma a los judíos, que excitados por un tal
Cresto provocaban disturbios” (SUETONIO [¿75-160?], Vida de los XII
Césares, Claudio XXV).20
En segundo lugar, el mismo libro de los Hechos dice que el Apóstol, después de estar
un año y medio en Corinto, debió comparecer ante el gobernador Galión (Hch 18,11-12).
Una inscripción hallada en Delfos menciona a Galión como gobernador de Corinto en
tiempos del Emperador Claudio.
Las noticias del libro de los Hechos informan que en la ciudad de Corinto, Pablo se
dedicó a predicar a los judíos. Cuando reaparecieron los problemas con los judíos, dejó
este domicilio y fue a vivir con Tito Justo, un cristiano venido paganismo (18,7).
Después de permanecer un año y medio o dos años en Corinto, san Pablo abandonó
la ciudad y fue con Aquila y Priscila a Éfeso (Hch 18,18-19).
Éfeso era una ciudad portuaria importante de la provincia romana de Asia, en la que
residía una comunidad judía, pero era principalmente un centro religioso pagano, ya que
allí estaba una de las siete maravillas del mundo antiguo: el famoso templo de Artemisa,21
la diosa de la fecundidad de los seres humanos, de los animales y de los campos.
San Pablo predicó un tiempo en Éfeso con gran éxito entre los judíos, pero luego
dejó también esta ciudad para continuar viaje hacia Antioquía, mientras sus dos
compañeros de tareas quedaban allí. El libro de los Hechos recoge el dato de que Aquila y
Priscila conocieron en Éfeso a Apolo, un judío llegado de Alejandría con gran dominio de
la Escritura y dotado además de brillante elocuencia. Los esposos lo instruyeron en la fe
cristiana, que él conocía de manera imperfecta, y luego le dieron cartas de recomendación
para que fuera a Acaya. Una vez llegado a Corinto, Apolo se dedicó de lleno a la
predicación y a la polémica con los que no aceptaban a Jesús (Hch 18,24-28). La
admiración desmedida de algunos corintios por la elocuencia de Apolo trajo, más tarde,
penosas consecuencias (ver 1Cor 1,12).
Mientras tanto, san Pablo llegó al puerto Cesarea. El libro de los Hechos pasa muy
rápido sobre lo sucedido en esta oportunidad y no recuerda ningún hecho de ese tiempo.
Sólo dice que ‘subió’ a visitar la iglesia. El uso del verbo ‘subir’ sería un indicio de que fue
a Jerusalén, pero no se nombra a la ciudad ni se relata nada sobre la visita. Luego dice que
fue a Antioquía, y tampoco ofrece datos sobre su paso por esta comunidad (Hch 18,22-23).
Al salir para su tercer viaje, abandonará la ciudad definitivamente y nunca más volverá a
ella. Esta parquedad de noticias que da el autor del libro de los Hechos permite sospechar
que san Pablo encontró dificultades con los cristianos de Jerusalén y de Antioquía. Es
posible que en la comunidad se haya creado una situación difícil para san Pablo como
consecuencia del incidente con san Pedro, narrado más tarde en la Carta a los gálatas
(2,11-14). El evangelio de san Mateo, que parece recoger la predicación de la iglesia de
Antioquía en la década del 80, indicaría que en un momento difícil de precisar, en esa
comunidad se dio un giro hacia la posición judeo-cristiana (ver, por ejemplo, Mt 5,19).
Como se ve por la larga lista de saludos de Rom 16,3-15, en Éfeso había un nutrido
grupo de hombres y mujeres que colaboraban con Pablo en la evangelización. Aquila y
Priscila habían fijado su nueva residencia en esta ciudad (Hch 18,18-19), y una comunidad
cristiana se reunía en su casa (1Cor 16,19).
En los primeros meses, san Pablo predicó en la sinagoga de los judíos hasta que se
produjo una ruptura con ellos debido a la oposición que presentaban a la enseñanza del
Apóstol. En 1Cor 16, 9 dice que en Éfeso tenía muchos adversarios. Se trasladó entonces a
la escuela de un pagano llamado Tyrano y continuó su tarea por dos (Hch 19,10) o tres
años (Hch 20,31).
El libro de los Hechos dice, con evidente exageración, que la actividad fue tan
grande que tanto los judíos como los paganos de toda la provincia de Asia pudieron
escuchar la Palabra de Dios (Hch 19,10). Pero también debió padecer mucho, como lo da a
entender en 1Cor 15,32. En la 2Cor habla de haber pasado por peligros de muerte y de
tribulaciones que parecían imposibles de soportar (2Cor 1,8-11).
El libro de los Hechos relata extensamente los incidentes que promovieron en Éfeso
los orfebres que fabricaban las réplicas de plata del templo de Artemisa. Estos orfebres
obtenían muchas ganancias vendiendo estas réplicas a los peregrinos devotos que visitaban
el santuario de la diosa, y veían alarmados que la predicación del Apóstol contra la
idolatría provocaba la reducción de sus ingresos y el desprestigio de Artemisa. Por ese
motivo san Pablo fue arrastrado al gran teatro de la ciudad y presentado ante los
magistrados, que no encontraron culpa en él (Hch 19,23-40).
El libro de los Hechos no registra ninguna prisión prolongada de san Pablo durante
su permanencia en Éfeso. Sin embargo, la carta a los Filipenses, que según la opinión de la
mayoría de los estudiosos ha sido escrita en esta ciudad, atestigua que el Apóstol ha estado
preso durante un tiempo suficientemente prolongado. Es posible que incidentes provocados
por la predicación de san Pablo contra la idolatría, como el mencionado con los orfebres,
hayan llevado al Apóstol a la cárcel. La noticia de que san Pablo estaba en la cárcel llegó a
conocimiento de los fieles de la comunidad de Filipos (Fil 1,12-13), y uno de ellos –
Epafrodito –viajó a Filipos para llevarle ayuda monetaria (4,18) y asistirlo en esa situación
(2,25).
Otros miembros de la comunidad de Corinto decían que eran de Cefas (1Cor 1,12).
Esto sería un indicio de que habían llegado a esta comunidad algunos judaizantes, con la
intención de imponer la circuncisión y la aceptación de las Ley como obligatoria para los
cristianos venidos del paganismo. Estos predicadores invocarían la autoridad de Pedro
(Cefas), el Apóstol que tenía la responsabilidad de los cristianos venidos del judaísmo (Gal
2,7-9). De esta forma se formó un tercer ‘partido’ que también se oponía a Pablo.
En sus cartas a los corintios, san Pablo debió ocuparse también de problemas de
carácter moral que existían en la comunidad: “Es cosa pública que se cometen entre
ustedes actos deshonestos, como no se encuentran ni siquiera entre lo paganos...” (1Cor
5,1). Menciona explícitamente un caso de incesto (5,1) y la práctica de la prostitución
(6,12-20), a los que suma el escándalo de los que ventilan conflictos de la comunidad en
los tribunales de los paganos (6,1-11).
Después de un largo tiempo en Éfeso, san Pablo decidió volver a Jerusalén para
entregar los frutos de la colecta en Macedonia y Acaya (Rom 15,25-28; Hch 24,17). Antes
de dirigirse a Jerusalén se dirigió a Grecia para visitar por última vez las iglesias de
Macedonia y Acaya (Hch cap.20), y según el libro de los Hechos permaneció allí tres
meses (Hch 20,3).
Ni las cartas ni el libro de los Hechos dan noticias de lo que sucedió cuando san
Pablo visitó la comunidad de Corinto por segunda vez. Solamente se sabe, por 2Cor, que
Pablo se retiró muy apesadumbrado mientras la comunidad quedaba en una actitud de
rebeldía con respecto a él. Hay indicios de que un “cabecilla” de la comunidad ofendió
gravemente al Apóstol (2Cor 2,5-6; 7,12). Dejando Corinto, y con el objeto de lograr la
reconciliación con la comunidad, desde algún lugar de Macedonia san Pablo escribió una
carta “con muchas lágrimas” (2Cor 2,4) y envió a su discípulo y acompañante Tito a esta
Es un dato curioso que Tito, que acompañó al apóstol en varios de sus viajes (Gal
2,1) y fue enviado por él para resolver algunos problemas de importancia en la comunidad
de Corinto (2Cor 2,13; 7,6), nunca es mencionado en el libro de los Hechos de los
apóstoles. No se conoce la razón de este silencio.
En otras cartas se ve que también a las demás comunidades fundadas por Pablo
llegaron predicadores de Jerusalén con la intención de corregir lo que el Apóstol les había
enseñado, así como antes habían hecho en la comunidad de Antioquía: “Algunas personas
venidas de Judea enseñaban a los hermanos que si no se hacían circuncidar según el rito
establecido por Moisés, no podían salvarse [...] Se levantaron algunos miembros de la secta
de los fariseos que habían abrazado la fe, y dijeron que era necesario circuncidar a los
paganos convertidos y obligarlos a observar la ley de Moisés” (Hch 15,1.5). Por ese
motivo el Apóstol había debido enviar una carta a la comunidad de Filipos (Fil 3,3). Es
posible que la carta a los fieles de Galacia haya sido escrita en Macedonia, después del
incidente con los corintios, con ocasión de un conflicto que se desató en aquella
comunidad por la actividad de los predicadores que desconocían la autoridad del Apóstol e
imponían el retorno a la circuncisión (Gal 1,7; 4,17; 5,10).
Después de haber pasado dos o tres años en Éfeso, y concluida la visita a las
iglesias de Acaya y Macedonia, san Pablo se apresuró a regresar a Jerusalén para cumplir
con su compromiso de entregar la colecta.
Estaba en los planes de san Pablo comenzar una nueva etapa de su vida. Veía que
ya había realizado lo que se había propuesto. En su visión pastoral consideraba que su tarea
consistía en hacer presente la Iglesia en todos los países. La Iglesia ya estaba fundada en
las provincias de Galacia, Asia, Macedonia y Acaya y, aunque lo deseaba, no pretendía ver
que la totalidad de los seres humanos hubieran aceptado el Evangelio. Después de haber
fundado la Iglesia, podía decir que “su trabajo ya había terminado en aquellas regiones”
(Rom 15,23).
En la Carta a los romanos san Pablo daba noticias de su próximo viaje a Jerusalén,
y explicaba que iba a esta ciudad con la finalidad de entregar el fruto de la colecta.
Manifestaba que temía que esta donación no fuera aceptada por los cristianos judíos. Al
mismo tiempo Pablo preveía que algo podría sucederle en Jerusalén con los demás judíos,
porque como condición para llegar felizmente a Roma les pide que recen para que él no
caiga en mano de los incrédulos de Judea. Él sabía muy bien que entre los judíos había
algunos que lo veían como a un enemigo porque se apartaba del cumplimiento de la Ley, y
podían actuar con violencia contra él (Rom 15,30-31).
En esta parte de su viaje Pablo recibió advertencias del Espíritu Santo de que en
Jerusalén le esperaban grandes sufrimientos (Hch 20,23; 21,4.11). Esta vez san Pablo
desembarcó en Cesarea y se dirigió a Jerusalén sin pasar por Antioquía.
22
Si se sostiene que el cap. 16 de Rom pertenece a esta carta, Rom debe haber sido escrita en Corinto porque
contiene la presentación de una diaconisa de esta iglesia. Pero si se afirma que Rom 16 es una carta diferente,
independiente de Rom, entonces Rom 1-15 puede haber sido escrita en otro lugar.
Poco tiempo después del cambio de gobernador, san Pablo debió comparecer ante
Porcio Festo. En vista de que la prisión se prolongaba, que sus adversarios seguían
acusándolo y los gobernadores se sucedían sin dictar una sentencia definitiva, san Pablo
apeló al César. En esa época el emperador romano era Nerón (Hch 25,11). Esto implicaba
que el juicio debía suspenderse y el acusado debía ser trasladado a Roma. Mientras Pablo
esperaba para partir hacia la capital del Imperio, Agripa II, un bisnieto de Herodes el
Grande que reinaba sobre Galilea, Perea y otras regiones, fue a Cesarea a visitar a Porcio
Festo, y pidió escuchar a Pablo. Agripa, junto con el gobernador y todos los notables
escucharon al Apóstol, y aunque estaban convencidos de su inocencia, lamentaron no
poder dejarlo en libertad porque ya había apelado al César (Hch caps. 25-26).
En el otoño del año 60 san Pablo fue embarcado hacia Roma en calidad de preso,
para ser juzgado por el Emperador Nerón. La fecha no era la más propicia para comenzar
el viaje porque al comienzo del invierno las condiciones ya no son favorables para la
navegación. En efecto, en el camino hacia Roma el barco sufrió un naufragio (Hch 27,13-
44) y la tripulación debió detenerse tres meses en la isla de Malta (Hch 28,1-11), por lo que
el viaje desde Cesarea hasta Roma tuvo una duración de un año. A su llegada a Italia
recibió muestras de cordialidad de la comunidad cristiana de Puteoli que le ofreció
alojamiento. Fue después hacia Roma por la via Apia, y al llegar a las localidades de Foro
de Apio y Tres Tabernas, a unos 65 y 50 kilómetros de Roma respectivamente, se encontró
con cristianos romanos que ya estaban enterados de su llegada y se habían adelantado para
recibirlo. No se explica cómo llegaron a saber los romanos que san Pablo venía en camino.
Es posible que Lucas haya resumido la narración, y no haya informado que la estadía de
Pablo en Puteoli se prolongó el tiempo suficiente como para que alguien pudiera llevar la
noticia hasta Roma.
Al llegar a la capital del Imperio fue conducido a una casa particular donde quedó
preso bajo custodia. Allí permaneció otros dos años (Hch 28,15-16.30-31), y pudo recibir
visitas para predicar y discutir. De todo ese tiempo, el autor del libro de los Hechos no
menciona ningún contacto de Pablo con los cristianos de la comunidad de Roma. Tampoco
dice qué sucedió después que pasaron estos dos años. ¿Pablo compareció ante Nerón? ¿Fue
condenado y ejecutado? ¿O lo absolvieron y salió en libertad?
23
El historiador Flavio Josefo también juzga negativamente a Félix.
Los historiadores latinos dan testimonio de la persecución que Nerón lanzó contra
los cristianos de Roma, después del incendio de la ciudad que tuvo lugar del 19 al 24 de
julio del año 64:
En otra de sus obras, Chronicon I, II, Olympiad. 211, Eusebio precisa que
fue en el año XIV del gobierno de Nerón (años 67-68).
San Jerónimo, que también admitía como auténticas todas las cartas paulinas, y que
daba por realizada la misión a España, asume el dato de Eusebio y ubica la muerte de
Pablo en el último año del gobierno de Nerón (año 67/68):
Sin embargo, parece inverosímil que precisamente en el año 64, en el que Nerón
perseguía a los cristianos, san Pablo haya salido de la cárcel con libertad para continuar los
viajes con el fin de propagar el cristianismo. Por esa razón, parece más seguro fijar el
martirio del Apóstol en el año 64.
San Clemente de Roma dice que la causa de la muerte de los santos apóstoles Pedro
y Pablo fueron la envidia y la rivalidad. En su texto, Tácito dice que muchos murieron por
delación de los mismos cristianos. Estas dos referencias dejan un interrogante que queda
sin respuesta: ¿Los adversarios de san Pablo, que lo persiguieron durante toda su vida
apostólica, actuaron también en Roma para conseguir que Nerón lo condenara a muerte?
Desde la época de los santos Padres se dice que san Pablo fue decapitado por medio
de la espada. El primer dato se encuentra en un texto de Tertuliano, escrito posiblemente
en torno al año 200, que compara el martirio de Pablo con el de san Juan Bautista:
Esta noticia reaparece más tarde en los textos de Eusebio de Cesarea y de san
Jerónimo que han sido reproducidos más arriba. Tertuliano, al decir en el texto citado que
san Pedro imitó la pasión del Señor, indica que murió crucificado. Más claramente lo dicen
San Jerónimo24 y Eusebio de Cesarea. Esta era la pena reservada a los esclavos y a los
extranjeros. Pablo, en cambio, por ser ciudadano romano, habría muerto decapitado porque
la muerte por la espada era la que se aplicaba a los ciudadanos romanos. Los relatos del
martirio de san Pablo que circularon más tarde, profusamente adornados, responden a
leyendas tardías y dependen de los apócrifos.
Desde el siglo II se dice que san Pablo fue martirizado en un lugar llamado “Aquae
Salviae”, en el camino de Ardea, y que su sepulcro está muy cerca de allí, sobre la Vía
Ostiense, el camino que va de Roma a Ostia, en el lugar actual de la basílica de San Pablo
“extra muros”.
Existen también testimonios de que desde el siglo III se veneraban los sepulcros de
san Pedro y san Pablo en la actual Catacumba de San Sebastián, sobre la Vía Apia. Así lo
atestiguan los graffiti dejados por los peregrinos de esa época en un lugar reservado para
reuniones litúrgicas, y una inscripción que hizo colocar el Papa Dámaso (años 366-384):
24
“Pedro... recibió la corona del martirio en el año décimo cuarto de Nerón, que lo crucificó con la cabeza
hacia abajo y los pies hacia arriba. Pedro consideró que era indigno de ser crucificado como su Señor” ( SAN
JERÓNIMO, De Viris Illustribus, I; PL XXIII, 607). El dato ya se encontraba en el apócrifo Hechos de Pedro
(c. 37).
Para explicar esta doble localización se ha conjeturado que por motivos hasta ahora
desconocidos los restos de Pedro, que se hallaban en la colina Vaticana, y de Pablo, que
estaban sepultados en la Via Ostiense, fueron trasladado por un tiempo a la Catacumba de
san Sebastián.
25
Hic habitasse prius sanctos cognoscere debes, / Nomina quisque Petri pariter Paulique requiris. /
Discipulos Oriens misit, quod sponte fatemur, / Sanguinis ob meritum Christumque per astra secuti, /
Aetherios petiere sinus et regna piorum. / Roma suos potius meruit defendere cives. / Haec Damasus vestras
referat nova sidera laudes.
26
A 1,37 metros debajo del actual Altar papal, una lápida de mármol (2,12 m. x 1,27 m.) lleva la inscripción
“PAULO APOSTOLO MART”. Sobre un sarcófago macizo de 2,55 m. de largo por 1,25 m. de ancho y 0,97
m. de altura fueron edificados los sucesivos “altares de la Confesión”. Durante las últimas obras se abrió un
hueco debajo del Altar papal para que los fieles puedan ver la tumba del Apóstol (Datos extraídos de la
página web: vatican.va).
Como las cartas paulinas no pretenden ser una “Epístola” y tienen mucho de
“Carta”, el lector debe tener presente que siempre hay una parte de la información que no
está a su alcance. Como se ha dicho más arriba, en las “Epístolas” el autor elabora una obra
semejante a un breve tratado que está dirigido a un público más amplio que el que figura
como “destinatario”. La materia es tratada intencionalmente en forma completa. Pero en
una carta – como también sucede en la actualidad – el remitente supone que parte de la
información ya es conocida por el destinatario, y no se entretiene en repetirla, por eso el
tratamiento es parcial. El actual lector de las cartas de san Pablo podrá preguntarse a cada
momento: ¿Por qué dice esto? ¿Qué le estará sucediendo a los destinatarios para que les
diga tal otra cosa? Y lo más probable es que no encuentre una respuesta.
c) Cuerpo de la carta, con el desarrollo del tema. San Pablo, por lo general,
expone en primer lugar los temas dogmáticos, para finalizar con las
exhortaciones morales.
e) El saludo final cierra la carta. En las cartas de san Pablo este lugar está
ocupado por una alabanza a Dios o a la Trinidad.
Las cartas se escribían sobre hojas de papiro, una sustancia que se fabrica con fibras
de origen vegetal, de superficie algo rugosa. Se utilizaba un solo lado de la hoja. Como
instrumentos para escribir se usaban cañas o plumas de ganso cortadas en forma oblicua,
de modo que terminaran en una punta. La tinta era negra y se fabricaba con hollín o negro
de humo mezclado con goma. El trazado de los rasgos era lento.
Se llama corpus paulinum la colección de trece cartas atribuidas a san Pablo, tanto
las auténticas, es decir, escritas realmente por él, como las que se presentan con el nombre
de san Pablo, pero pertenecen a sus discípulos.
En cuanto escritos, las cartas auténticas de san Pablo son los textos más antiguos
del Nuevo Testamento. Fueron escritas, aproximadamente, entre los años 50 y 67. Sin
embargo, en cuanto a la edición, es decir, a la publicación de los escritos, esta se realizó
cuando los evangelios sinópticos y el libro de los Hechos ya se encontraban circulando por
las diferentes comunidades. Se piensa que esto sucedió en torno al año 100.
Las cartas de san Pablo eran cuidadosamente guardadas y leídas en las iglesias a las
que fueron dirigidas, pero no fueron conocidas por las demás comunidades hasta que se
realizó la recopilación y edición. Algunos recopiladores, que hoy son desconocidos para
nosotros, hacia fines del siglo I recogieron y editaron las cartas paulinas, tanto las escritas
por san Pablo como las que se debían a sus discípulos. La Segunda Carta de Pedro, escrita
a mediados del siglo II, menciona “todas las cartas de Pablo” (2Pe 3,15-16), lo que indica
que en ese tiempo la colección ya estaba editada.
La colección fue rápidamente aceptada por toda la Iglesia como Sagrada Escritura.
En el texto de la 2Pe citado más arriba se mencionan “todas las cartas de Pablo... con el
resto de la Escritura”. Sugiere, entonces, que estas cartas forman parte de la Escritura. El
manuscrito más antiguo de las cartas paulinas, que se identifica como P 46,
aproximadamente del año 200, incluye todas las cartas con excepción de las llamadas
“pastorales” (1-2Tim y Ti), pero agregando Heb.28
Algunos autores suponen que el “Corpus Paulinum” no fue editado de una sola
vez, sino que es el resultado de la fusión de dos colecciones previas:
De las trece cartas atribuidas a Pablo, sólo siete son reconocidas como
indiscutiblemente autenticas por todos los investigadores.
Las otras seis cartas son tenidas como auténticas por algunos escrituristas, pero es
muy grande el número de los que no las reconocen como tales, o por lo menos lo discuten.
Los que no las admiten como auténticas sostienen que fueron escritas por discípulos de san
Pablo, que después de la muerte del Apóstol se han encontrado ante la necesidad de
actualizar la doctrina ante nuevos problemas, o de corregir errores que surgían en sus
comunidades. Recurrían entonces a lo que era costumbre en la antigüedad: la pseudonimia,
que consiste en tomar el pensamiento de un autor del pasado para volcarlo en una obra
literaria que se presenta y se firma como si fuera escrita por aquel antiguo autor. El
verdadero autor se esconde bajo el nombre de otro (un pseudónimo).
27
En la actualidad, en las normas de la Iglesia para la proclamación litúrgica está ordenado que al enunciar
este texto no se dé indicación de autor.
28
Este papiro se encuentra repartido entre la Biblioteca Chester Beatty, de Dublin (Irlanda) y la Universidad
de Michigan (EE.UU.).
Varias de las cartas tienen unidad aparente. Se presentan como una carta, pero en
realidad son una recopilación de fragmentos de cartas. Los recopiladores encontraron
estos fragmentos en las iglesias, como páginas sueltas, y no lograron descubrir su unidad.
Sin embargo, desearon conservarlos. En algunos casos los fragmentos fueron reunidos con
un cierto criterio de unidad, y en otros se ha dejado el material en forma más desordenada,
como si se hubiesen colocado las páginas una tras otra, sin buscar un sentido de conjunto.
Por ejemplo, según las opiniones más autorizadas, en las cartas a los Corintios hay
por lo menos fragmentos de seis cartas; el capítulo 16 de Romanos sería una esquela
independiente de esta carta, que estaría dirigida a otra iglesia, posiblemente a la de Éfeso;
la carta a los Filipenses contiene trozos de dos o tal vez tres cartas; la carta a los
Tesalonicenses también estaría compuesta por fragmentos de varias cartas diferentes. Este
fenómeno tiene su importancia en el momento de realizar el análisis del texto de las cartas:
¿lo que dice un fragmento pertenece al mismo contexto literario e histórico que lo que dice
otro? ¿Lo que afirma en un lugar está referido al mismo problema que lo que dice
inmediatamente antes o después? ¿Son afirmaciones contemporáneas, o de una a otra
puede haberse dado una evolución en el pensamiento de san Pablo?
Presentación General:
El Libro de los Hechos relata que Pablo y sus compañeros Silas y Timoteo entraron
en Europa y, después de fundar una comunidad en Filipos (Hch 16,11-40), se dirigieron a
Tesalónica. En 1Tes y en las demás cartas (2Cor, 2Tes y 1Pe) el compañero de san Pablo
no es llamado Silas sino Silvano. Podría ser la misma persona: Silas sería el nombre
conocido en los círculos de lengua hebrea, mientras que Silvano correspondería al mismo
nombre latinizado. Pablo predicó allí sólo tres sábados y debieron salir de la ciudad porque
se produjo un tumulto contra el Apóstol, provocado por los judíos de la ciudad (Hch 17,1-
9). De allí fueron a Berea. Como en esta ciudad también se suscitaron dificultades, Pablo
partió para Atenas, mientras Silas y Timoteo se quedaban en aquella ciudad (Hch 17,10-
15). Pablo esperó a sus compañeros en Atenas (Hch 17,16-34), pero finalmente se reunió
con ellos en Corinto (18,1-5). 1Tes habría sido escrita desde Corinto aproximadamente en
el año 51, cuando san Pablo ya se ha vuelto a reunir con Silvano y Timoteo.
La 1Tes relata la sucesión de los hechos con algunas diferencias: después de una
evangelización que parece haber sido más prolongada que tres sábados, porque la fama de
la conversión de los tesalonicenses se ha difundido por toda Macedonia y Acaya (1Tes 1,7-
10), Pablo ha partido y se ha quedado solo en Atenas, porque ha enviado a Timoteo con el
encargo de animar a los tesalonicenses y traer noticias de ellos (2,1-5). Timoteo ha
regresado con las buenas noticias de la perseverancia de la comunidad (2,6-7). Con los
sentimientos que le producen estas noticias, san Pablo escribe desde Atenas la 1Tes.
Algunos autores suponen que en 1Tes estarían reunidos los textos de dos cartas: una
carta desde Atenas y otra desde Corinto. En cierta forma, esto solucionaría algunas de las
divergencias entre los datos de Hch y 1Tes:
a.) La moral: Los tesalonicenses se han convertido del paganismo (1,9). Las
costumbres griegas, sobre todo en lo sexual, estaban muy alejadas de la moral judía y
cristiana. La primera exhortación de Pablo se refiere a la fornicación (4,1-8), mostrando
precisamente que este es un pecado propio de los paganos (4,5). La santidad cristiana y la
presencia del Espíritu Santo en el creyente exigen vivir de otra manera (4,7-8).
Este problema reaparece en 1Tes. Por lo que dice san Pablo en 1Tes 4,13, algunos de
los tesalonicenses “están tristes como los que no tienen esperanza” porque se ha producido
la muerte de alguno o algunos de los miembros de la comunidad. La falta de esperanza
consiste en que no esperan la resurrección, y piensan que los muertos no estarán presentes
para participar del Reino y la gloria (2,12) que se manifestarán cuando vuelva el Señor.
En este momento san Pablo deja ver que él espera la venida del Señor en una fecha
muy próxima, desde el momento que se cuenta entre los que todavía estarán vivos cuando
se produzca este acontecimiento: “... los que vivamos, los que quedemos cuando venga el
Señor...” (4,15.17). Sin embargo, el Apóstol sabe muy bien que ese día permanece en el
misterio de Dios. Por eso los exhorta a vivir en la vigilancia “para que ese día no los
sorprenda como un ladrón” (5,1-11) y ruega a Dios para que se mantengan irreprochables
hasta la Venida de Nuestro Señor Jesucristo (v.24).
Cuando san Pablo ingresó por primera vez en Europa (Hch 16,11-12), junto con
Silas, Timoteo y un tercer acompañante que se expresa en primera persona pero no da a
conocer su nombre, se dirigió en primer lugar a Filipos. Allí comenzó su tarea
evangelizadora dirigiéndose a las mujeres judías que hacían oración junto al río Gangites.
El libro de los Hechos recuerda que la primera mujer que aceptó la palabra del Evangelio
fue una comerciante de púrpura llamada Lidia (16,14), que se bautizó junto con su familia
y recibió a los apóstoles como huéspedes en su casa. Un incidente que se produjo como
consecuencia de un exorcismo hecho por san Pablo sobre una joven que predecía el futuro
llevó a Pablo y Silas a la cárcel. El carcelero aceptó el mensaje de Pablo y se bautizó junto
con toda su familia. Con estos, y algunos otros filipenses, se formó una nueva comunidad
cristiana.
La carta a los Filipenses fue escrita por San Pablo desde la cárcel (Fil 1,12-14),
pero no indica ni el lugar, ni la circunstancia de este período doloroso de su vida.
Antiguamente se unía esta carta con Ef, Col y Flm, y a este grupo se le daba el nombre de
“Cartas de la cautividad” o “de la prisión”, porque todas tienen en común que se presentan
como escritas en una cárcel. Pero desde el momento que se duda de la autenticidad paulina
de Ef-Col, esta colección no tiene razón de ser. Más bien habrá que dejar relacionadas Fil
con Flm, y mantener estas dos cartas separadas de Ef-Col.
Se pregunta cuál es la cárcel desde la que san Pablo escribió a los filipenses. Como
las únicas prisiones prolongadas que relata el libro de los Hechos son las de Cesarea y
Roma, los autores antiguos suponían que san Pablo habría escrito en cualquiera de estas
dos prisiones. Pero contra esto se argumenta que Fil supone una comunicación muy
frecuente entre san Pablo y la comunidad de Filipos, mientras que tanto Cesarea como
Roma están muy distantes de Filipos y las comunicaciones – sobre todo en aquellos
tiempos – no podían ser muy fáciles.
Se debe buscar entonces un lugar más cercano. Por eso se supone que este lugar
puede ser Éfeso, ciudad más cercana a Filipos, y en la que san Pablo residió durante varios
años. En 1Cor 15,32, hablando metafóricamente, dice que en Éfeso debió luchar con fieras,
y en 2Cor recuerda que en la provincia de Asia pasó por peligros de muerte y tribulaciones
que parecían imposibles de soportar (2Cor 1,8-11). Es posible entonces que durante ese
tiempo se puede haber dado un período de prisión desconocido por el autor de Hch.
En la actual carta a los Filipenses se observa que en 3, 1 se comienza una frase con
las palabras “Alégrense en el Señor...”, y se continúa con un largo texto de advertencia
contra los falsos predicadores que no se explica por este imperativo inicial. Más adelante,
en 4, 4, se vuelve a repetir el mismo imperativo: “Alégrense siempre en el Señor...” y se
continúa con un texto que en este caso es coherente con la invitación a la alegría.
Carta A: 4,10-23;
Carta B: 1,1–3, 1; 4,4-7;
Carta C: 3,2–4,3.8-9.
En este caso, admitiendo que estos cortes son solamente hipotéticos, se expondrá la
Carta a los Filipenses como compuesta por tres cartas:
Esta carta habría sido escrita entre los años 54-57. San Pablo se encuentra en la
cárcel. Los filipenses han tenido noticia de que el Apóstol está preso y por medio de un
miembro de la comunidad llamado Epafrodito le han enviado dinero (Fil 4,10-20). Como
se verá en una carta posterior, Epafrodito también se quedó en Éfeso para acompañar y
atender a Pablo. La finalidad de esta carta es expresar el agradecimiento.
Esta carta también ha sido escrita desde la cárcel, en una fecha posterior a la carta
‘A’. San Pablo se dirige a la comunidad de los filipenses para darles noticias de su
situación.
La segunda parte de la carta está constituida por noticias personales: san Pablo les
informa sobre su situación en la cárcel. No se lamenta por su encarcelamiento, sino más
bien se alegra, porque su prisión ha servido para la difusión del Evangelio (1,12-26), y esta
alegría lo acompaña aun en el caso de que debiera derramar su sangre (2,17).
Parecería que el clima de hostilidad que ha llevado a san Pablo a la cárcel puede
manifestarse también en otras partes del Imperio. Ya se ha visto que la actividad de san
Pablo en Filipos se vio interrumpida por tumultos que se promovieron contra él (Hch
16,19-40). Se puede suponer que los filipenses también sufren agresiones. Las
exhortaciones se dirigen a que mantengan la fortaleza en medio de las situaciones adversas
por las que están pasando (1,27-30).
Epafrodito, que fue el encargado de llevar la ayuda enviada por los filipenses a san
Pablo, se ha quedado para atender al Apóstol pero se ha enfermado. Por esta razón, Pablo
lo envía de nuevo a la comunidad (2,25-29). A pesar de las palabras elogiosas y
agradecidas de san Pablo, da la impresión de que para él es un alivio enviar de vuelta a
Epafrodito. Tal vez su presencia era más una carga que una ayuda, y sobre todo si
Epafrodito estaba enfermo. Se supone que Epafrodito no volverá a Éfeso para acompañar a
Pablo, porque para tener noticias de los filipenses, éste espera enviar a Timoteo (2,19.23).
Cuando Pablo escribe esta carta tiene la esperanza de que su prisión termine pronto
y de que él mismo, personalmente, pueda ir a visitarlos (2,24).
En una fecha muy difícil de precisar (¿años 57-58?), san Pablo escribe esta carta en
la que no hace referencias a la cárcel. El apóstol se ve en la necesidad de escribir a los
cristianos de Filipos para advertirles que tengan cuidado de los falsos predicadores, a los
que trata de “perros, malos obreros y falsos circuncisos” (3,2). Por el contenido de las
advertencias se ve que estos predicadores querían introducir en la comunidad la exigencia
San Pablo les muestra que los verdaderos judíos son los cristianos (3,3), que no
ponen su confianza en la carne, sino que esperan la gloriosa resurrección (3,20-21). La
carta termina con un discreto llamado a la reconciliación de dos mujeres que han
colaborado en la evangelización, pero que ahora no se entienden bien (4,2-3), y con una
exhortación a poner en práctica todo lo que ellos saben que es virtuoso (¿por la filosofía?)
y todo lo que han aprendido por la palabra y el ejemplo de Pablo (4,8-9).
Carta a Filemón
Es la única carta de san Pablo dirigida a un particular. Es más bien una esquela. No
es una carta oficial, porque el remitente omite su título de “Apóstol”, y en su lugar pone
simplemente “preso” (1,1). La escribió estando en la cárcel, y en compañía de Timoteo.
Podría tratarse de la misma prisión desde la que escribió a los filipenses. Sería, por lo
tanto, contemporánea con las Cartas ‘A’ y ‘B’.
Lo importante en este caso es que san Pablo ha evangelizado a Onésimo, que ahora
es cristiano (v.10). El esclavo debe volver a la casa de Filemón, donde le espera un castigo
proporcionado a su delito. Los castigos que se aplicaban en ese tiempo a los esclavos eran
muy crueles. Por otra parte, san Pablo quiere que Onésimo se quede con él para asistirlo en
la cárcel (v.13).
Este es el motivo de la esquela. San Pablo intercede ante Filemón para que reciba
bien a Onésimo “no como esclavo... sino como hermano querido” (v.16). Los autores
discrepan en el momento de decidir si san Pablo pide que Onésimo sea liberado, o si quiere
insinuar a Filemón que se lo ceda para que colabore con Pablo en la evangelización. De
todas maneras, la novedad de Flm, para la humanidad de la época, radica en que introduce
el tema de la dignidad humana del esclavo. Esto contrasta con lo que aparece en escritores
de la antigüedad:
El poeta Juvenal (siglos I-II d.C.) ridiculiza el proceder de los patrones con sus esclavos:
Para ganarse la voluntad de Filemón, san Pablo recurre a la fina ironía. Se la puede
descubrir leyendo con atención los vv. 13-14, 15-17; 18-19; 22. También en el v. 11 ofrece
un ejemplo de juego de palabras con el nombre de Onésimo (Onésimos, en griego significa
“útil, provechoso”).
La breve carta (esquela) de Pablo a Filemón contiene uno de los textos más
revolucionarios para la cultura de aquella época: el esclavo Onésimo es considerado
“persona”, y además se recomienda a su patrón que lo trate “como a un hermano”.
La ciudad heredó celebridad por la corrupción de las costumbres que había tenido
en otros tiempos. En la época en que la visitó san Pablo reinaba el vicio, como suele
suceder en las grandes ciudades portuarias. Además de la población estable, Corinto
contaba diariamente con gran cantidad de gente en tránsito, proveniente de todas partes.
Era un centro de entrecruzamiento de razas, culturas y religiones. Una importante
comunidad judía tenía su sinagoga en la ciudad.
29
Ejemplos tomados de: R. PENNA, Ambiente Histórico-Cultural de los orígenes del cristianismo, DDB,
Bilbao 1994; 123.
En las dos cartas, y especialmente en 2Cor, hay evidencias de que Pablo encontró
fuerte oposición entre algunos grupos de la comunidad de Corinto. Se discute si estos
adversarios pertenecían al judeo-cristianismo, o si ya tenían algunos de los rasgos que
caracterizarán a los gnósticos del siglo II.
Las actuales dos cartas a los Corintios muestran indicios de que son el resultado de
la unión de fragmentos de varias cartas (algunos comentaristas hallan hasta seis). Sin
descender a muchas precisiones, se podría hablar de:
Carta ‘A’
Esta sería la primera carta de san Pablo a la comunidad de Corinto. Por la visita de
familiares o allegados de una señora llamada Cloe (1Cor 1,11) san Pablo se ha informado
de que en la comunidad existen divisiones. Siguiendo el ejemplo de discípulos de las
escuelas filosóficas y de los que se iniciaban en las religiones mistéricas, que se agrupaban
en torno a los diferentes maestros, los cristianos de Corinto se han adherido a los distintos
predicadores y han formado algo así como “partidos”. Han confundido el Evangelio con
una “sabiduría terrenal”, y han desvirtuado el sentido del Bautismo, confundiéndolo con
los ritos de las religiones mistéricas, que los ligaba al maestro que los iniciaba. Por eso san
Pablo, en esta carta, no da tanta importancia al rito bautismal (1Cor 1,13-17) e insiste en la
predicación de Cristo Crucificado (vv.21-15).
Esto no es lo único. Pablo debe reprender a los miembros de la comunidad por otros
excesos y errores. Entre ellos existen también los pecados de carácter sexual (incesto y
prostitución, 1Cor 5,1-13; 6,12-20) y el escándalo de llevar los pleitos comunitarios a los
tribunales de los paganos (6,1-11). Por lo que dice el Apóstol en su carta, se ve que algunos
miembros de la comunidad cristiana siguen sosteniendo, como en sus tiempos de paganos,
que la fornicación es algo tan natural y bueno como el comer y beber (6,12-20). Además,
cuando celebran la “cena del Señor” se ponen de manifiesto las separaciones producidas
por la formación de grupos o “partidos” y el menosprecio de los pobres (10,1-22; 11,2-34).
Carta ‘B’
San Pablo responde a algunas consultas que los Corintios le han presentado por
escrito. La primera se refiere a la abstención del matrimonio (cap.7,1). Aunque san Pablo
prefiere la virginidad o el celibato (7,7-8.32-35), aconseja que contraigan matrimonio
aquellos que no se pueden contener (7,9), y que los que están casados no busquen
separarse o divorciarse (7,10-16). Por otra parte, tanto el matrimonio como la virginidad
son dones de Dios (7,7). Pero la virginidad es preferible dada la situación presente: se
aproxima el fin de todas las cosas (7,25-31), y por otra parte el que no se casa está más
libre para servir al Señor (7,32-34).
30
Los rabinos aceptaban que un estudiante se abstuvieran de las relaciones sexuales con su esposa con el fin
de dedicarse al estudio de la Ley, pero discutían sobre la cantidad de semanas que podía durar esta abstención
(TB Ketuboth, 61b-62a).
San Pablo finaliza su carta dándoles instrucciones sobre la colecta que se debe
hacer en favor de la iglesia de Jerusalén (cap.16), y anunciando una futura visita (16,5-9).
Sabiendo que Apolo tiene un grupo de fervorosos seguidores en Corinto, les dice con
evidente ironía que le ha insistido mucho a Apolo para que vaya a visitarlos “pero se negó
rotundamente a hacerlo por ahora: irá cuando se le presente la ocasión” (16,12).
Carta “C”
San Pablo amenaza con hacerles una nueva visita (2Cor 12,14 y 13,1), en la que
será “implacable con los que pecaron y con todos los demás”. Teme encontrar lo que no
desea: contiendas, envidias, animosidades, rivalidades, detracciones, murmuraciones,
engreimientos, desórdenes (2Cor 12,20), y también que no hayan hecho penitencia los que
antes fueron reprendidos por sus pecados de impureza y fornicación (v.21). San Pablo dice
que esta visita será “la tercera”. Tal vez para esta fecha ya se ha realizado una visita (que
sería “la segunda”) de la que no se tiene noticia, o también puede ser que estos fragmentos
de 2Cor deban ser colocados al final de la Carta “D”.
Carta “D”
Carta “E”
Tito ha sido enviado por san Pablo a Corinto con ocasión de la colecta a favor de la
Iglesia de Jerusalén. Posiblemente ha ido como portador de las Cartas “D” y “F”.
Naturalmente, ha debido ocuparse también del conflicto entre Pablo y los corintios. Su
Carta “F”
Se trata de una carta con las instrucciones para realizar la colecta a favor de la
iglesia de Jerusalén (caps.8-9), en continuidad con lo anunciado en el capítulo 16 de la
carta “B”. Podrían ser también dos cartas si los capítulos 8 y 9 se toman por separado. Ha
llegado el momento de entregar el dinero, y los encargados de recolectarlo son enviados a
Corinto. Los cristianos de esta comunidad deben imitar la generosidad de Nuestro Señor
Jesucristo, que “siendo rico se hizo pobre para enriquecerlos con su pobreza” (2Cor 8,9).
En vista de que en otros momentos han surgido en Corinto algunas sospechas sobre
la honestidad de Pablo o de sus colaboradores con respecto al dinero (2Cor 12,16-18: carta
“C”), para evitar toda habladuría sobre la finalidad y la forma de administrar lo recogido en
la colecta, san Pablo no va personalmente, sino que envía a tres discípulos, elegidos por
todas las iglesias, con el encargo de que se ocupen de este asunto (2Cor 8,20).
Un dato curioso de esta carta “F” es que se dice que Tito es el discípulo de san
Pablo encargado de realizar la colecta (8,16-17.23), y junto a él son mencionados dos
“hermanos” de los que no se dan los nombres (2Cor 8,18.22). También en la carta “C”
aparece Tito junto a un discípulo anónimo (2Cor 12,18). Desde la época de los Santos
Padres se pregunta quiénes son estos discípulos y qué razones podría tener san Pablo para
omitir sus nombres. Todo lo que se diga permanece en el terreno de la conjetura.
Podría ser una de las últimas cartas de san Pablo, estrechamente relacionada con la
dirigida a los Romanos. Es posible que haya sido escrita en Macedonia, al final del tercer
viaje, antes de su regreso a Jerusalén. Sin embargo, algunos autores suponen que la carta a
los Gálatas fue escrita por el Apóstol en los comienzos de sus viajes apostólicos (segundo
viaje). Estas diferencias de opinión se deben a la distinta forma en que puede entenderse el
nombre de “Galacia”.
Los gálatas constituyen un pueblo originario de la zona del Danubio, que durante el
primer milenio a. C. se dispersó en distintas direcciones: Suiza, sur de Alemania, norte de
Italia, Galia y Britania. Los de la zona de Galia son llamados “galos”; los que se
trasladaron a las islas británicas son conocidos como “celtas”. Y finalmente otros
Teniendo en vista estos cambios históricos, se puede hablar de una “Galacia del
norte”, que es el pueblo original de los gálatas, y una “Galacia del sur”, que son los
territorios anexados a Galacia cuando fue constituida como provincia romana.
Los investigadores de la Escritura se preguntan qué quiere decir san Pablo cuando
dice “gálatas”. ¿Son los del pueblo de Galacia, propiamente dicho (Galacia del norte)? ¿o
son los habitantes de la provincia romana de Galacia (Galacia del sur)?
Los Padres, se podría decir que unánimemente, entendían que los gálatas eran los
gálatas del sur. Pero esto sucedía porque en la época de los Padres, cuando se nombraba
Galacia, se pensaba en la provincia romana de este nombre, que todavía existía.
San Pablo escribe esta carta a los cristianos de Galacia, porque allí se han
presentado unos predicadores que han trastornado la fe que él les había transmitido y han
desvalorizado su predicación al no reconocerlo como Apóstol. El Apóstol se refiere a ellos
diciendo son “perturbadores” (1,7; 5,10) y “agitadores” (5,12) que “alteran el Evangelio de
No se explicita bien qué es lo que estos predicadores proponen, pero por los
argumentos que expone san Pablo se puede deducir que obligan a la circuncisión (5,2;
6,13.15) y a la observancia de un calendario litúrgico (4,9-10). La mayoría de los
comentaristas entienden que los predicadores infiltrados proponían estas exigencias con la
finalidad de que los gálatas pertenecieran de pleno derecho a Israel, y así pudieran ingresar
a la comunidad cristiana. Otros comentaristas, en cambio, entienden que los predicadores
atribuían a la circuncisión un poder salvador por encima de la salvación obrada por Cristo.
Una lectura alegórica de la historia de Abraham y sus dos mujeres (Gen 16 y 21)
sirve para ilustrar esta enseñanza: el heredero de las promesas divinas es Isaac, el hijo de la
mujer libre, mientras que Ismael, el hijo de la esclava, no hereda (cap.4). La herencia
divina está unida a un régimen de libertad, no de esclavitud.
San Pablo escribió esta carta (Rom 1-15) cuando consideró que ya había finalizado
su tarea en Asia, Macedonia y Acaya, y decidió abrir un nuevo frente misionero hacia
occidente proponiéndose evangelizar España (Rom 15,23-24). Posiblemente fue escrita en
Macedonia entre los años 57/58, antes de viajar por última vez a Jerusalén (15,25). Los
autores que toman el cap. 16 como parte originalmente integrante de Rom sostienen que
toda la carta fue escrita en Corinto.
Roma había sido evangelizada por otros y san Pablo tenía por principio no edificar
sobre cimientos puestos por otro (15,20). Pero para ir hacia España era necesario pasar por
Roma, por eso se atreve a escribir esta carta, la única escrita a una comunidad no fundada
por él. Lo hace con el fin de anunciarles su visita y pedirles colaboración para realizar la
nueva misión evangelizadora. Algunas exhortaciones darían cuenta de que Pablo está
informado de que dentro de la comunidad romana hay dificultades de convivencia entre los
cristianos de origen judío y los de origen pagano (Rom 14,1.13-15.19).
El libro de los Hechos relata el posterior viaje de san Pablo a Roma, pero en
condiciones muy diferentes a las que él esperaba: llegó preso y con toda probabilidad no
pudo realizar su plan de evangelizar España porque debió padecer el martirio sin poder
recuperar la libertad.
San Pablo tiene conciencia de que su predicación es rechazada por muchos, de que
su persona no es aceptada, y de que corren versiones distorsionadas de su enseñanza. Por
eso opta por exponer detalladamente “su evangelio”, es decir, la forma en que él anuncia el
mensaje de Cristo, para que los romanos tengan una versión autorizada de lo que predica
entre los paganos.
Por lo general, se piensa que la carta a los Romanos se extiende hasta el capítulo
15, y que el capítulo 16 constituye una carta diferente. Por otra parte, algunos manuscritos
colocan la doxología final (16,25-27) después de 14,23; el escritor cristiano Orígenes dice
que Marción cortó desde 14,23 hasta el final (Com. a Rom, X, 43). Otros manuscritos
colocan la doxología después de 15,33 (y omiten el cap.16)
El saludo inicial de Rom es el más extenso de todas las cartas paulinas. Ubica su
predicación sobre Jesucristo a partir de lo que se encuentra en los escritos proféticos (1,2) y
admitiendo (única vez en las cartas auténticas de san Pablo) que el Señor es de la
descendencia de David (1,3). De esta forma explicita un punto de referencia común con la
comunidad judeo-cristiana. Los títulos con que saluda a toda la comunidad (1,7) indican
que reconoce a los destinatarios (los venidos del judaísmo y los venidos del paganismo)
como verdaderos cristianos, y al mismo tiempo herederos de los títulos de honor que
distinguen al pueblo de Israel.
Un largo paréntesis (1,18–3,20) muestra que fuera de esta fuerza salvadora de Dios
sólo se encuentra la “ira de Dios”, tanto sobre los paganos como sobre los judíos. Esta
“ira” de Dios está muy lejos en Pablo de ser un tormento inventado por Dios para castigar
a los pecadores. Más bien consiste en dejar a los pecadores en la situación penosa que ellos
crearon por sus malas opciones: Dios “los entregó” a lo que ellos eligieron (1,24.26.28).
La ira de Dios está también sobre los judíos pecadores, porque no basta con
conocer la Ley, sino que también hay que practicarla. Ante esto no valen el privilegio de la
circuncisión ni las promesas de Dios (2,1–3,8). San Pablo finaliza con un florilegio de citas
del Antiguo Testamento con los que muestra que todos los hombres y todo el hombre están
bajo el pecado (3,9-20).
La afirmación tan grave que acaba de hacer san Pablo es corroborada con los textos
de la Ley y los Profetas. En la Ley (el Pentateuco) está el ejemplo de Abraham, que fue
justo por la fe (Gen 15,6) antes de recibir la circuncisión (4,10-11). En los Profetas está la
afirmación de David, que declara dichoso al hombre al que se le perdonan los pecados y no
se les reprocha ninguna culpa (Sal 32,1-2), independientemente de las obras (4,1-8).
Desde el momento que el hombre es hecho justo, ha quedado reconciliado con Dios
y por Dios (5,1-11). De esto se siguen varias consecuencias: la liberación de la muerte, que
es la pena que pesa sobre todos los descendientes de Adán (5,12-21); la liberación del
pecado, que es la fuerza que domina sobre el hombre carnal y lo conduce a la trasgresión
de la Ley y a la muerte (cap.6); y finalmente la liberación de la Ley, que siendo buena en sí
misma se ha convertido en un instrumento mortal en manos del pecado porque en ella está
la pena de muerte contra todos los transgresores (cap.7).
Ante la pregunta que se harían los destinatarios de la Carta, san Pablo dice
claramente que él no ha renegado de Israel ni considera que su pueblo ha quedado privado
de las promesas de Dios. Por eso les revela un misterio: el endurecimiento de Israel tiene
un tiempo limitado. Cuando haya ingresado la totalidad de los paganos, también Israel será
salvado (11,25). Así como los paganos fueron desobedientes y Dios les mostró su
misericordia, también está en el plan de Dios que los judíos sean desobedientes para poder
mostrarles también a ellos la misericordia (11,30-32).
Como en otras cartas, también en Rom los últimos capítulos están destinados a
exhortaciones de carácter moral y a noticias personales. Las exhortaciones morales se
ocupan principalmente de la convivencia dentro de la comunidad y de las dificultades que
se pueden suscitar entre los que viven con mayor libertad con aquellos que todavía están
apegados a las normas del judaísmo (cap.14).
El último capítulo trae las informaciones sobre su deseo de ir a España pasando por
Roma. Espera recibir ayuda de los romanos para esta nueva empresa (15,23-24). Les
informa que los cristianos de origen pagano de Macedonia y Acaya han hecho una colecta
para ayudar a los pobres de Jerusalén: si los judíos han compartido con los paganos la
riqueza del Evangelio, es justo que los paganos hagan partícipes a los judíos de sus
riquezas materiales (15,27).
Ante esta ida a Jerusalén para llevar el resultado de la colecta, Pablo se encuentra
temeroso. Sabe que los cristianos de Jerusalén podrán recibirlo mal, e incluso rechazar la
ayuda. Por eso pide a los romanos que lo apoyen con sus oraciones. En ese mismo pedido
añade que rueguen para que él no caiga en manos de los incrédulos de Judea. Pablo
sospecha que los demás judíos pueden obrar violentamente contra él (15,30-31).
b) La esquela de Rom 16
Este capítulo parece ser una carta dirigida a otra comunidad, diferente de la de
Roma. En Rom, san Pablo se dirigía a una iglesia desconocida, a la que saludaba con una
bendición y sin nombrar a nadie (15,33). Pero en Rom 16 escribe a una comunidad en la
que conoce a muchas personas, a las que saluda nominalmente (16,3-15). Son sus
colaboradores en la evangelización, entre los que se encuentran varias mujeres. Entre las
personas nombradas se encuentran Aquila y Priscila (16,3), que originalmente eran de
Roma, pero fueron a residir en Corinto, donde Pablo los conoció (Hch 18,2), y luego se
trasladaron a Éfeso (Hch 18,18-19). Es posible que la carta esté dirigida a esta última
comunidad.
Desde Corinto, donde se encontraba durante su última visita a esta comunidad (año
57), san Pablo escribe esta breve nota a la iglesia de Éfeso, con el objeto de presentar a
La Iglesia ha reconocido que varias obras escritas con el nombre de san Pablo
contienen una auténtica interpretación de la doctrina del Apóstol y las ha incluido en el
Canon de las Escrituras.
Muchos autores sostienen que esta Carta no es auténtica de san Pablo. Se presenta
como enviada por el Apóstol a la misma comunidad que la 1Tes, pero sin ninguna
referencia a esta carta precedente. Más bien llama la atención la advertencia a no alarmarse
por una carta atribuida al mismo Pablo que dejaría entender que es inminente el Día del
Señor (2Tes 2,1-2).
Algunos autores piensan que esta 2Tes ha sido escrita por algún discípulo de san
Pablo para contrarrestar las inquietudes que se han suscitado en la comunidad a partir de
algunas expresiones del Apóstol. Si se recuerda que en 1Tes san Pablo se expresaba
dejando entender que él esperaba estar entre los que todavía vivieran cuando se produjera
el retorno del Señor (“los que quedemos cuando venga el Señor... los que aún vivamos...”
1Tes 4,15.17), aun cuando afirmaba que la fecha del Día del Señor permanece en el
misterio (1Tes 5,1-2), se puede sospechar que esta forma de expresarse ha traído
inquietudes a algunos tesalonicenses. En esta segunda carta se habla de desórdenes en la
comunidad (2Tes 3,6), y de algunos hermanos que han abandonado el trabajo (3,7-12). En
esta caso, 2Tes estaría aludiendo a aquella 1Tes.
Ante los desórdenes que han surgido en la comunidad, y para poner remedio a la
situación, algún discípulo de san Pablo habría redactado esta carta en la que pone especial
cuidado en no utilizar el modo inquietante de hablar de la 1Tes, al mismo tiempo que se
desarrolla el aspecto de incertidumbre que rodea la fecha de la venida del Señor. Para esto
último utiliza imágenes y lenguaje extraído de la apocalíptica (2Tes 2,3-12). Más que fijar
la atención en la venida del Señor, el autor de esta 2Tes exhorta a los lectores a la
perseverancia en medio de las dificultades (2,13–3,5). Especialmente interesado en que no
se difunda el desorden, trata con mucha rigurosidad a los responsables (3,6.10.14), pero sin
olvidar la caridad (v.15).
Existe una gran cantidad de puntos de contacto entre estas dos cartas, de modo que
deben ser tratadas en conjunto. Por su estilo literario y vocabulario se apartan
considerablemente de las cartas auténticas de san Pablo, y esto es tan visible, que los
autores que defienden la autenticidad paulina de Ef-Col admiten que pueden haber sido
redactadas por algún secretario del Apóstol.
La carta se presenta como dirigida por san Pablo a la comunidad de Colosas, una
ciudad ubicada no lejos de Éfeso, que no fue evangelizada personalmente por el Apóstol,
sino a través de Epafras, uno de sus discípulos (Col 1,7). A esta comunidad pertenecía
Filemón, el destinatario de una de las cartas auténticas de san Pablo. El autor de Col puso
ciertos indicios como para que la carta aparezca como contemporánea de Flm: en Col
como en Flm, san Pablo está en la prisión (Flm 9 y Col 4,10.18), acompañado por Timoteo
(Flm 1 y Col 1,1) y Epafras (Flm 23 y Col 1,7; 4,12); son mencionados Onésimo (Flm 10 y
Col 4,9) y Arquipo (Flm 1 y Col 4,17); como en Flm 24, Aristarco, Marcos (Col 4,9),
Lucas y Demas (Col 4,14) envían saludos.
Cristo es presentado como “el Hijo del amor” de Dios (1,13). Se reitera la relación
entre “Él (Cristo)” y “todo”,32 con evidente tono polémico contra el gnosticismo que
despreciaba el mundo material y lo atribuía a otro creador.
En la última parte, exhorta a los colosenses para que se esfuercen para abandonar
las malas costumbres que tenían en su época de paganos (3,5-8). Tomando como punto de
referencia la historia del primer hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, que se
perdió buscando el “conocimiento”, exhorta a los lectores a que abandonen el hombre viejo
y se revistan del hombre nuevo para volver a tener el conocimiento perfecto y la imagen
del Creador (3,9-10).
Una “tabla de moral familiar” indica las obligaciones morales de cada uno de los
miembros de la familia (3,18–4,1), trasponiendo en clave cristiana elementos que eran
comunes en el mundo pagano. Por esta tabla se sabe que la comunidad cristiana integraba a
todas las clases sociales, porque había personas de buena posición económica (4,1) al
mismo tiempo que pobres y esclavos (3,22). En Cristo ya no hay diferencia entre esclavo y
hombre libre (3,11).
Esta carta se transmite tradicionalmente como “carta a los Efesios” porque algunos
ejemplares antiguos, así como también algunas traducciones de los primeros siglos, dicen
“a los santos y fieles en Cristo Jesús que están en Éfeso” (1,1), pero los mejores
manuscritos y las referencias de muchos Padres carecen de este nombre de destinatario, y
dicen solamente: “a los santos y fieles en Cristo Jesús”. El contenido de la misma Carta
estaría en contra de una destinación a la comunidad de Éfeso: no se entiende que el autor
se presente como san Pablo escribiéndole a los efesios porque acaba de enterarse de la fe y
de la caridad existentes en la comunidad (1,15), y que ellos sólo hayan oído hablar de
Pablo (3,2). Si la carta estuviera dirigida a la comunidad de Éfeso, su autor, sabiendo que
san Pablo vivió en esa ciudad varios años, debería haber escrito a los destinatarios en otros
términos.
Muchos autores sugieren que esta carta habría sido originalmente algo así como una
Encíclica: una carta dirigida a muchas iglesias. El nombre “a los Efesios” se podría
explicar porque se ha conservado el ejemplar enviado a esta comunidad. Admitiendo que
no se conoce quiénes son los destinatarios, se la sigue llamando “a los Efesios” sólo por
tradición.
El tema del amor tiene un lugar destacado en Ef. 33 Ante todo aparece un nuevo
título de Cristo: el “Amado” (1,6). Esta condición de Cristo como Amado del Padre es la
que da el tono de toda la carta: Dios nos ha amado (2,4) y nos ha destinado a ser santos e
inmaculados en el amor (1,4); Cristo se entregó por amor (5,2). También los destinatarios
deben imitar a Dios como “hijos amados” (5,1) y vivir enraizados en el amor (3,17).
La bendición con la que se abre la carta tiene la forma de un himno en el que se dan
gracias a Dios por la predestinación de Israel. Desde toda la eternidad, los que esperaban al
Mesías (“nosotros”) fueron elegidos y predestinados “en Cristo” para ser hijos adoptivos y
entrar a formar parte del Cuerpo del que Cristo es la Cabeza (1,3-12). Así como los judíos
están marcados con el sello de la circuncisión, por el que quedan incluidos e identificados
como miembros del pueblo de la Alianza (ver Gen 17,9-11), también los paganos
(“ustedes” v.13) han recibido el Espíritu Santo, que es el sello que los acredita como
miembros del Cuerpo de Cristo (1,13-14), y los distingue para el día final (4,30).
Los herejes de esa época enseñaban que los seres humanos no eran plenamente
libres porque estaban sometidos a una cantidad de poderes superiores (Principados,
Potestades, Virtudes, Dominaciones). Los destinatarios de Ef deben conocer que también
ellos, como los judíos, han sido llamados a la esperanza de participar de la gloria de Cristo
resucitado, que está sentado por encima de todo lo existente, y a quien le están sometidos
todos esos poderes (1,18-23). La esperanza del cristiano es reinar, y no estar sometido. Por
la redención obrada por Cristo los cristianos ya están sentados con el Señor en el cielo
(2,6).
El autor les recuerda a los lectores paganos (“ustedes”), que han sido llamados a
esta esperanza cuando estaban en un triste pasado (2,1-2), cuando vivían en el pecado, de
la misma forma que “nosotros” (v.3). Por la unión con Cristo, que es la Cabeza, todos los
cristianos ya están participando de la gloria de Cristo resucitado, por eso concluye
afirmando de manera sorprendente que tanto unos como otros todos han sido vivificados y
salvados, ya están resucitados y sentados con Cristo en el cielo (2,4-10).
Cristo ha derribado el muro de la Ley que antes separaba a judíos y paganos. Los
que antes “estaban lejos”, ahora han pasado a formar un solo pueblo junto con los judíos,
porque Cristo, en su Cuerpo, ha hecho de los dos pueblos un solo Hombre Nuevo. Los
paganos ya no son extraños ni extranjeros (2,11-22). A Pablo – por medio de una
revelación personal – se le concedió manifestar el misterio de que los paganos son
herederos de la misma herencia que Israel y miembros del mismo Cuerpo (3,1-13).
33
En Ef, el verbo “amar” (agapan) está 10 veces; el sustantivo “amor” (agápe) también está 10 veces. El
adjetivo “amado” (agapetós) está dos veces.
Cartas Pastorales
Estas tres cartas figuran en el Canon de Muratori,35 y parece que eran conocidas por
los Padres y escritores eclesiásticos del siglo II. Sin embargo, no se encuentran en el papiro
P46, el manuscrito más antiguo de las cartas paulinas, aproximadamente del año 200, y
Tertuliano dijo que Marción (a mediados del siglo II) las había rechazado.36
La actividad de san Pablo que se refleja en estas Cartas pastorales no coincide con
lo que se conoce por las otras cartas y por el libro de los Hechos. Por esa razón los autores
de la antigüedad que admitieron estas cartas como auténticas del Apóstol las ubicaron en
una fecha posterior a la prisión romana con la que finaliza el libro de los Hechos. Daban
por supuesto que el Apóstol había sido liberado de esta prisión (años 62-64), había
continuado su labor apostólica, y había sido martirizado en el año 67.
34
Santo Tomás de Aquino había designado como “Pastoral” a la 1Tim: "Esta carta es como una regla
pastoral que el Apóstol envía a Timoteo, instruyéndolo sobre todas aquellas cosas que se refieren al régimen
de los que presiden la comunidad..." (SANTO TOMÁS DE AQUINO, Super I Tim, Cap. 1, Lect. 2).
35
El "Canon de Muratori" es una lista de los libros del Nuevo Testamento, con una breve reseña sobre cada
uno de ellos. Se halla en un manuscrito de la Biblioteca de Milán (Códice Ambros. J 101) del siglo VIII que
fue hallado y publicado en 1740 por L. A. Muratori. Es opinión generalizada que este documento pertenece a
la iglesia de Roma y que debe ser fechado antes del año 200, aunque algunos autores han defendido la
hipótesis de que se originó en Oriente en el siglo IV.
36
TERTULIANO, Adv. Marc., V, 21; PL II, 524.
Algunas personas nombradas en las Cartas Pastorales son conocidas solamente por
el apócrifo “Los hechos de Pablo y de Tecla”. Todo esto lleva a pensar que las Cartas
pastorales son obras de un discípulo de una fecha tardía. Se supone que fueron escritas a
finales del siglo I o comienzos del siglo II, siendo esta última la fecha más probable.
El título “Salvador”, que en las cartas auténticas de san Pablo aparece solamente
una vez en Fil 3,20, se utiliza con mucha mayor frecuencia en las Cartas pastorales. Se
aplica tanto a Dios Padre (1Tim 2,3; 4,10; Tt 1,3; 2,10; 3,4) como a Jesucristo (2Tim 1,10;
Tt 1,4; 2,13; 3,6). En la mayoría de las veces este título aparece en contextos donde se dice
que la salvación está destinada a todos los hombres. Se percibe el tono polémico contra la
concepción gnóstica de que la salvación está reservada sólo a los que tienen el
Se discute el orden en que fueron escritas estas cartas. Parecería que en primer
lugar se debe colocar la carta a Tito, que con su extenso saludo sería como el prólogo de la
colección. En segundo lugar 1Tim, que prácticamente no tiene un final, y se enlaza con
toda naturalidad con 2Tim. Ésta sería la última, porque vendría a ser el elogio fúnebre de
san Pablo (2Tim 4,6-8).
Carta a Tito
El autor, identificándose con san Pablo, ordena que haya presbíteros también en las
iglesias de los venidos del paganismo, “en todas las ciudades” (Tt 1,5). Para esto, establece
cuáles deben ser las condiciones que deben reunir los que van a ocupar este cargo. Se
destacan la rectitud de vida y las cualidades para enseñar (1,6-9).
Los cristianos saben que Jesucristo se entregó a la muerte para librarlos de toda
iniquidad y formar con ellos un pueblo santo que se ocupe de practicar el bien (2,11-15).
37
¿En la costa oeste de Grecia?
38
Lo mismo sucede en Hch 20,17 y 28.
Carta 1 a Timoteo
Esta carta se presenta como escrita por san Pablo mientras va viajando hacia
Macedonia (quizá en el mismo viaje iniciado en Tt 1,5; 3,12), y va dirigida a su discípulo
Timoteo a quien ha dejado al frente de la comunidad cristiana de Éfeso con el encargo de
cuidar la rectitud de la enseñanza (1Tim 1,3; 4,13.16). Para esto se le otorgó el carisma por
medio de la imposición de las manos del colegio de los “presbíteros” (4,14; ver 2Tim 1,6),
al mismo tiempo que se pronunciaban profecías (1Tim 1,18; 4,14). El centro de interés está
colocado en la organización de la comunidad.
Se tienen en vista los falsos maestros que representan un peligro para la comunidad
de Éfeso. Algunos parecen tener características judeo-cristianas, porque el autor de la Carta
muestra preocupación por el verdadero lugar de la Ley en la vida de los cristianos (1,8-11).
También habría algunos de tendencias gnósticas, porque dice que estos maestros prohíben
el matrimonio y ciertos alimentos (4,3-5). La carta se ocupa largamente de ellos (4,1-16 y
6,3-10), y al final se recomienda a Timoteo que se mantenga apartado del “falso
conocimiento” (6,20).
Al mencionar a los diáconos se dice que estos deben ser probados previamente
antes de recibir el encargo de su tarea (3, 10). De esta manera se desecha el ministerio
espontáneo ejercido por carismáticos. Se habla también de mujeres (3,11). Se trataría de
‘diaconisas’, que existían en las iglesias paulinas. Se recordará que entre las cartas
auténticas de san Pablo, el cap. 16 de Rom es una carta de presentación de la Diaconisa
Febe, originaria de Cencreas (Corinto).
En esta carta aparece por única vez un nuevo título de Cristo: “el Único Mediador
entre Dios y los hombres”. Como el título “Salvador”, este aparece también en un contexto
polémico anti-gnóstico cuando se habla de la voluntad salvífica de Dios a favor de todos
los hombres y destacando que Jesús también es un hombre (1Tim 2,5). 39 Jesús es el único
Mediador de esa salvación universal.
Carta II a Timoteo
Esta carta tiene el aspecto de un “testamento” del Apóstol, que estando preso (2Tim
1,8.12) en Roma (1,17), advierte que llegan sus últimos días (2Tim 4,6-8) y da las
instrucciones finales a su discípulo Timoteo. La correcta enseñanza está en el centro de la
atención. Como en la Primera carta, también en esta se le recuerda a Timoteo que por la
imposición de las manos se le ha dado un carisma para que cumpla con la tarea que se le ha
confiado con respecto a la comunidad (1,6).
San Pablo alude a la fe que recibió de sus antepasados (1,3), así como Timoteo, que
fue instruido en la fe judía por su abuela y su madre40 (1,5; 3,15). Ahora Timoteo debe
constituirse en el depositario de la enseñanza de san Pablo (1,14) y transmitirla a los fieles
para que estos, a su vez, instruyan a otros (2,1-3). Se establece de esta forma la cadena de
la tradición apostólica, enraizada en el judaísmo.
Las palabras finales son el “elogio fúnebre” de san Pablo puesto en boca del mismo
Apóstol (4,6-8), que concluye con el patético cuadro de su soledad en los últimos días
antes del martirio (4,9-18; ver 1,15-18).
39
Fuera de 1Tim, el título “Mediador” aparece sólo en la Carta a los Hebreos: Cristo, el Mediador de la
Nueva Alianza (8,6; 9,15; 12,24).
40
En este punto 2Tim contradice los datos del libro de los Hechos, según los cuales la madre, “de religión
judía”, estaba unida en matrimonio con un pagano (cosa prohibida por la Ley) y Timoteo no había recibido la
circuncisión hasta que conoció a san Pablo (Hch 16,1-3).
Fue tan grande el impacto que produjo el pensamiento de san Pablo en la Iglesia
primitiva, que resultó inevitable que otros quisieran “completar” sus cartas o aprovecharse
de su prestigio con otros fines. Existen otros escritos que llevan el nombre de Pablo pero
que no pertenecen a san Pablo ni a la Sagrada Escritura. Algunos muestran simplemente
curiosidad de quienes pretenden llenar lagunas en temas que no fueron tratados por el
Apóstol, otros intentan poner bajo su autoridad algunas doctrinas nuevas que no tienen
apoyo en la auténtica tradición apostólica. Algunos libros muestran el deseo de continuar –
de forma novelesca – los relatos contenidos en el libro canónico de los Hechos de los
Apóstoles.
Al definirse el canon, todas estas obras quedaron afuera, ubicadas entre lo que
conocemos como literatura apócrifa, porque la Iglesia, en vista de que no provenían de la
raíz apostólica y de que no eran aceptadas por todas las comunidades, en un acto solemne
de su magisterio no las reconoció como auténtica interpretación de la enseñanza de los
apóstoles.
En Col 4,16 se menciona una carta de san Pablo a los Laodicenses que no se
encuentra en la Sagrada Escritura. En la época de los Padres algunos dijeron que se trataría
de la carta que en la Biblia aparece con el nombre de carta a los Efesios; así lo sostienen
actualmente algunos comentaristas. Pero otros escritores antiguos trataron de llenar ese
vacío y escribieron esta “Carta a los Laodicenses”. Se trata de un breve texto escrito en
latín poco elegante. Las pocas cosas que dice son frases tomadas de otras cartas de Pablo
sin mantener ninguna unidad.
Se trata de doce cartas: siete de Séneca y cinco de Pablo; luego se agregó una más
para cada uno, pero es evidente que se trata de añadidos posteriores. Es una obra
compuesta originalmente en latín en el siglo III. Es un documento importante porque
muestra que en esa época había un intento de diálogo entre el cristianismo y la cultura
latina.
San Jerónimo conoció esta obra, y dijo que su lectura lo inducía a colocar a Séneca
en el catálogo de los santos.41 Muchos autores de la antigüedad, que tenían estas cartas
como auténticas, sostenían que Séneca había llegado a ser cristiano. Existen más de 300
ejemplares de esta obra, producidos entre los siglos XIII y XVI, lo cual muestra el interés
que suscitó en la época medieval. Pedro de Cluny y Pedro Abelardo citan estos textos
como autoridad.
Ambas obras van unidas, ya que la “Tercera carta a los Corintios” se encuentra
dentro de “Los Hechos de Pablo” (o “Hechos de Pablo y de Tecla”). Tertuliano, 42 Eusebio
de Cesarea43 y San Jerónimo44 colocaron “Los hechos de Pablo” entre los apócrifos. Sin
embargo Hipólito citó esta obra como Sagrada Escritura45, y Orígenes no la rechazó.
41
“Lucio Anneo Séneca, de Córdoba, discípulo del estoico Sotion, fue un hombre de vida muy rigurosa. Yo
no lo pondría en el catálogo de los santos si no me indujeran esas cartas de Pablo a Séneca y de Séneca a
Pablo que son leídas por muchos” (SAN JERÓNIMO, De Viris Illustribus, XII; PL XXIII, 629).
42
“Si los que leen los escritos que llevan falsamente el nombre de Pablo aducen el ejemplo de Tecla para
sostener que las mujeres tienen derecho a enseñar y a bautizar, sepan que el presbítero que publicó este
documento en Asia, como si por sí solo pudiera añadir algo al prestigio de Pablo, fue privado de su oficio una
vez que se comprobó y él mismo confesó que lo había hecho por amor a Pablo” ( TERTULLIANO, De bapismo,
c. 17; PL I, 1219).
43
EUSEBIO DE CESAREA, Historia Eclesiástica, III, 25
44
A «Los hechos de Pablo y de Tecla» ... los colocamos entre las escrituras apócrifas” (SAN JERÓNIMO, De
Viris Illustribus, 7; PL XXIII, 619).
45
SAN HIPÓLITO DE ROMA, Com. a Daniel, III, 29
a. El libro “Los Hechos de Pablo y Tecla” no es una obra teológica, sino más bien
una “novela”. Trata de completar los datos del libro canónico de los Hechos, introduciendo
las leyendas de las andanzas de Pablo y la joven Tecla, algunas de ellas de carácter
totalmente fantástico, como el relato del diálogo de Pablo con un león y el bautismo del
animal realizado por el Apóstol. No manifiesta tendencias como para que se lo pueda
catalogar dentro de una corriente o herejía, aunque parece que intencionalmente pretende
justificar el ministerio femenino. El tema dominante es la continencia sexual, que tiene
como recompensa la resurrección. Parecería que la obra fue escrita en Asia menor en los
finales del siglo II.
b. El relato del martirio de Pablo se conservó como una obra independiente, pero
originalmente formó parte de “Los Hechos de Pablo”. Contiene relatos legendarios sobre
milagros del Apóstol y su martirio. Existe una reelaboración en latín del “Martirio de
Pablo”, atribuida al Obispo Lino.
7. Apocalipsis de Pablo:
Esta obra fue conocida por san Agustín, que mostró muy poco aprecio por ella. 46
Fue rechazada explícitamente en el llamado Decreto Gelasiano (¿siglo VI?). Por algunos
datos que aparecen en ella, la obra podría ser de finales del siglo IV.
El libro describe una visita de san Pablo al paraíso y un descenso a los infiernos, al
estilo de “La Divina Comedia” de Dante Alighieri, a partir de lo que el mismo san Pablo
dice en 2Cor 12,4 (“Fue arrebatado al paraíso y oyó palabras inefables que el hombre es
incapaz de repetir”).
8. La Carta de Tito:
46
“... algunos desaprensivos, llevados de una necia presunción, compusieron el Apocalipsis de Pablo,
plagado de no sé cuántas fábulas, que no es admitido por la iglesia sensata...” (SAN AGUSTÍN, Tratado sobre
el evangelio de san Juan, 98, 8; PL XXXV, 1885)
El texto ha sido redactado en un latín muy incorrecto y está plagado de citas de los
libros apócrifos “Hechos de Andrés”, “Hechos de Pedro” y “Hechos de Juan”. Parecería
que está dirigido a un grupo de cristianos, varones y mujeres, que han hecho voto de
castidad.
47
Priscilliano, obispo de Ávila (en España), es el autor de una corriente de pensamiento rigorista, con la que
se formaron varios grupos, y por algunas doctrinas que se le atribuyeron fue ejecutado como hereje por la
autoridad imperial en el año 385 (Tréveris, Alemania).
San Pablo no escribió ningún tratado de teología. Sus cartas son circunstanciales, y
en ellas encara problemas particulares que se han originado en las distintas iglesias. Aun en
la carta a los Romanos, que pasa por ser la más completa en el orden teológico, no
desarrolla una teología en su totalidad, sino que se ocupa de aquellos puntos que podían
resultar conflictivos en su relación con los destinatarios.
En el siglo XVI, con los reformadores, se sostuvo que el tema central de la teología paulina
era la justificación por la fe.
En el siglo XIX, a partir de la escuela de Tubinga, que se caracterizó por la influencia que
ejercía sobre ella el pensamiento hegeliano, adquirió fuerza la idea de que lo central en el
pensamiento de Pablo está en la antítesis carne - espíritu.
En ese mismo siglo XIX, en momentos en que dominaba la escuela de la historia de las
religiones comparadas – que intentaba ver los elementos comunes que se dan dentro de las
religiones – se explicó que lo central en Pablo es una imitación de los misterios paganos.
Habría una “unión mística” con Cristo muerto y resucitado que se produciría a partir del
rito del Bautismo y de la Eucaristía.
48
Sobre toda esta problemática son recomendables las obras de GIUSEPPE BARBAGLIO, Pablo de Tarso y los
orígenes cristianos, Sígueme, Salamanca 1989. ID., Jesús de Nazaret y Pablo de Tarso. Confrontación
histórica, Agápe, Buenos Aires 2008.
***
J.A. Fitzmyer49 señala un texto de la Primera carta a los Corintios que parece
mostrar lo que el mismo san Pablo presenta como centro de su predicación:
“... Mientras los judíos piden milagros y los griegos van en busca de
sabiduría, nosotros, en cambio, predicamos a un Cristo crucificado,
escándalo para los judíos y locura para los paganos, pero fuerza y
sabiduría de Dios para los que han sido llamados, tanto judíos como
griegos. Porque la locura de Dios es más sabia que la sabiduría de los
hombres, y la debilidad de Dios es más fuerte que la fortaleza de los
hombres” (1Cor 1,22-25).
Frente a esta doble exigencia, san Pablo ofrece una predicación que es escándalo
para unos y necedad para los otros: muestra a “Cristo crucificado” que produce escándalo
en los judíos porque es lo contrario de la fuerza divina manifestada en los milagros. “Cristo
crucificado” es una necedad para los griegos porque es lo no-bello, lo no-convincente: un
hombre condenado a muerte, y sobre todo, un judío despreciado por los griegos.
1. Títulos de Cristo
San Pablo recurre a varios títulos para referirse a Jesucristo. Pero no lo hace de
forma arbitraria, o intercambiándolos libremente unos con otros. Cada uno de los títulos
tiene un significado especial que san Pablo utiliza con gran cuidado.
a. Hijo de Dios
Es un título de importancia para el autor. Era muy usado en las religiones paganas
para designar a ciertas divinidades, pero también a los reyes. Los dioses, representados a la
manera humana, tenían esposa(-s) e hijos, que eran los dioses menores. En Egipto y en
Babilonia se decía que los reyes habían nacido de una divinidad. Dentro de la mitología los
reyes eran fruto de la unión de un dios y una mujer y así ostentaban el título de hijo de dios
o simplemente dios. También en el imperio romano de la época del Nuevo Testamento, los
emperadores se hacían llamar con títulos divinos.
“Ya no tendré que decir más ‘Dios y señor’... ya no hay aquí un señor
sino un emperador y un senador que es el más justo de todos...” (M.V.
MARCIAL [45-104 d.C.], Epigrammata, X, 72, 3. 8).
Como muchos otros pueblos, también Israel hacía alarde de su título de “hijo de
Dios”. Pero no lo era por una descendencia genética, como sucedía con otros pueblos, sino
por un privilegio especial que Dios le había concedido (Dt 14,1; 32,6; Sir 36,11; etc.). En
Ex 4,22-24 es el mismo YHWH quien dice que Israel es su "hijo", su “primogénito”. En
ese mismo sentido aparece en los profetas: “Cuando Israel era niño yo le amé, y de Egipto
llamé a mi hijo...” (Os 11,1; Ver también: Jer 3,19; etc.).
En Job 1,6; 2,1 y 38,7 son llamados "hijos de Dios” los miembros de la corte
celestial (los ángeles).
En la tradición sapiencial se llama "hijos de Dios" a los justos (Sab 2,13.18). Estos
justos llegan a compartir la suerte de los “hijos de Dios”, es decir de los ángeles (Sab 5,5).
De acuerdo con las costumbres de las cortes reales de la antigüedad, también el rey
descendiente de David llevaba el título de “hijo de Dios”. Pero no era hijo de Dios en
virtud de un nacimiento divino, como pensaban en los pueblos vecinos, sino por una
concesión especial de YHWH. En el contexto donde YHWH promete la descendencia a
David, se dice que aquellos que accedan al trono llevarán el título de Hijos de Dios: “Yo
seré para él un Padre, y él será para mí un hijo” (2Sam 7,14/1Cr 17,13). Era una especie de
título honorífico que expresaba el particular amor con que Dios miraba al rey de Jerusalén.
En un Salmo se alude a la ceremonia de la coronación: el rey proclama su título de hijo de
Dios: “Voy a proclamar el decreto de YHWH. Él me ha dicho “Tú eres mi hijo, yo te he
engendrado hoy” (Sal 2,7: ver también Sal 89,27-28).
En los textos más antiguos del Nuevo Testamento el título Hijo de Dios es aplicado
a Jesús por su entronización celestial en la resurrección. Un ejemplo es el discurso de san
Pablo en la sinagoga de Antioquía de Pisidia: “... la promesa que Dios hizo a nuestros
padres, fue cumplida por él a favor de sus hijos, que somos nosotros, resucitando a Jesús,
como está escrito en el Salmo segundo: Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy” (Hch
13,32-33).
Una forma diferente de entender el título Hijo de Dios, y que significa un gran
desarrollo en la doctrina sobre Cristo dentro del Nuevo Testamento, es la que se encuentra
en el evangelio de San Juan. El autor del evangelio lo explicita cuando da las razones por
las que querían matar a Jesús: “ésta era una razón más para matarlo, porque... se hacía
igual a Dios, llamándolo su propio Padre” (Jn 5,18).
Más adelante, en el juicio ante Pilato, los judíos dicen: “Nosotros tenemos una Ley,
y según esa Ley debe morir, porque él pretende ser Hijo de Dios” (Jn 19,7). Como se ha
visto más arriba, el título Hijo de Dios podía ser llevado por muchos sujetos, y no era razón
para que se aplicara la pena de muerte. Esta pena podía ser aplicada sólo si el título sonaba
como una blasfemia para los oídos de los judíos. En este caso, cuando ellos dicen que
merece la pena de muerte es porque entienden que “Hijo de Dios” significa “igual al
Padre”.
Sin embargo, hay algunos textos en los escritos de san Pablo que parecen suponer
una idea mucho más cercana a la de San Juan, aunque no desarrolla la idea. Por ejemplo:
“Cuando se cumplió el tiempo establecido, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer...”
(Gal 4,4); “Lo que no podía hacer la Ley, reducida a la impotencia por la carne, Dios lo
hizo, enviando a su propio Hijo, en una carne semejante a la del pecado...” (Rom 8,3). En
estos textos se ve que el título de Hijo se aplica a Jesús antes de su resurrección. Mucho
más, dejan entrever que se le aplica antes de su presencia corporal en este mundo: “fue
enviado”.
Queda claro que san Pablo no utiliza el título “Hijo” para referirse a la condición
divina de Jesucristo (para eso recurrirá a otro título). En algunos textos refleja el uso muy
antiguo del título para indicar la entronización de Jesús a la derecha del Padre en su
resurrección, y en otros textos destaca de una manera especial su unión con el Padre: “El
que no perdonó a su propio Hijo...” (Rom 8,32).
b. Cristo
Este gesto de ungir con aceite proviene de las culturas antiguas: cuando una
persona era investida para una función especial se derramaba sobre ella aceite perfumado.
Este rito o gesto simbolizaba que quien era ungido con aceite poseía una capacidad
especial que los otros no compartían. Así como el aceite penetra la piel y ya no se puede
quitar, la investidura que recibía el ungido quedaba adherida de tal forma a su persona que
ya nadie podía arrebatársela. Originalmente la unción competía solamente a los reyes. De
ahí que el título de “ungido” fuera equivalente al de “rey”. Así se ve en algunos textos del
Antiguo Testamento como 1Sam 24,7-11; 26,9-16; Sal 89,39.52; etc.
Hacia la época del Nuevo Testamento, en la tradición judía el título se aplicó de una
manera especial al Rey que debía ocupar el trono de Jerusalén. Cuando el pueblo perdió su
independencia y quedó dominado por reyes de otras naciones, se hizo fuerte la esperanza
en la venida de un “ungido”. Como se esperaba que un descendiente de David volviera a
ocupar el trono y restableciera el reino de Israel, este príncipe era designado con el título
de “ungido” (=Mesías, Cristo).
San Pablo constantemente aplica a Jesús el título “Cristo”, que pasa a ser como el
nombre propio del Señor resucitado. En las cartas paulinas, el nombre “Jesús” aparece 213
veces, mientras que “Cristo” está 379 veces.50
Queda claro entonces que la figura del Hijo de hombre, en el libro de Daniel, no se
refiere a un individuo, a una persona, sino que es colectiva, es el Reino final, escatológico,
de los santos. En este libro ‘el hijo del hombre’ todavía no es un título, sino simplemente
una comparación: “alguien como un hijo de hombre...”.
Pero en el apócrifo judío “Libro de las Parábolas de Enoch” (caps. 46-48), que
posiblemente pertenezca al siglo I d.C., el título “Hijo del hombre” se refiere a un
individuo y aparece identificado con el Mesías. Otro apócrifo judío que puede pertenecer a
la misma época, el “IV libro de Esdras” (caps. 11-13), describe la venida del Mesías con
textos extraídos de la visión de Dn 7. Estos textos evidencian que en cierto momento del
desarrollo de la concepción mesiánica del judaísmo, y dentro de algunos círculos, se tendió
a fundir en un mismo concepto la figura personal del Mesías y la idea del reino mesiánico.
“Cristo - Mesías”, en los escritos de san Pablo, tiene reflejos de la dimensión social
que aparecía en aquellas corrientes del judaísmo:
Polemizando con los corintios por el tema de los carismas, san Pablo introduce por
primera vez la figura del cuerpo: la comunidad como cuerpo de Cristo. Esta misma
comparación es retomada en la carta a los Romanos cuando trata de las tareas que cada uno
cumple en la comunidad, pero con una diferencia: mientras que en 1Cor destaca cómo
todos forman el cuerpo de Cristo (“Ustedes son el cuerpo de Cristo” 1Cor 12,27), en Rom
pone en primer plano la dependencia de cada uno con respecto a los demás (“Somos
miembros los unos de los otros” Rom 12,5).
Para referirse a Jesucristo unido con toda la comunidad en un solo cuerpo, san
Pablo recurre al título ‘Cristo’. Cristo es un cuerpo que tiene muchos miembros. El título
Cristo dice lo mismo que Hijo de Dios (el Mesías glorificado a la derecha del Padre) pero
agrega la referencia a la comunidad. De la elaboración de este concepto se derivará la
importancia de ‘ser de Cristo’, de estar ‘en Cristo’, de ‘estar bautizados (sumergidos) en
Cristo’. Cristo es una realidad individual, Jesús muerto y resucitado, la persona glorificada
y sentada a la derecha del Padre; al mismo tiempo está la referencia a los miembros, es un
espacio salvífico que contiene a todos los creyentes.
Pero en el mundo judío helenista, del cual provenía y en el que se movía san Pablo,
era – sobre todo – un título para designar a Dios. En el mundo judío del Antiguo
Testamento el nombre de YHWH es un nombre personal de Dios, pero como el tercer
mandamiento ordena “no tomar el nombre de YHWH en vano”, a partir de cierta época un
cumplimiento escrupuloso llevó a que se dejara de pronunciar el nombre divino, y en los
últimos libros de la época del Antiguo Testamento ya no aparece el nombre de YHWH.
Este fue reemplazado por otros nombres o títulos (El Bendito, el Cielo, el Nombre, el
Señor...). El más utilizado es “El Señor”.
Los judíos que tradujeron al griego los libros del Antiguo Testamento (los LXX),
no reemplazaron el nombre de YHWH con ningún nombre griego, ni tampoco lo
escribieron con letras griegas, sino que dejaron el nombre con letras hebreas. 51 Pero por
autores judíos de la época del Nuevo Testamento se sabe que en la lectura, al encontrar el
nombre YHWH, pronunciaban “Adonai” = nuestro Señor. Así siguen haciendo los judíos
hasta el día de hoy. La traducción de la Biblia al latín (la Vulgata hecha por san Jerónimo)
sigue la misma regla. Donde el texto del Antiguo Testamento dice YHWH, san Jerónimo
tradujo “Dóminus”. En la Iglesia Católica este uso se sigue manteniendo en la liturgia,
donde en las lecturas bíblicas y en el canto de los Salmos nunca se dice ‘Yahveh’, sino que
se lo reemplaza por “el Señor”.
En el Nuevo Testamento, cada vez que se reproducen citas del Antiguo en las que
aparece el nombre YHWH, éste es reemplazado por “Kýrios” = “Señor”. Pueden
compararse
San Pablo, con frecuencia, toma textos del Antiguo Testamento en los que “Señor”
se refiere a Dios: 1Cor 2,16; 3,20; 10,26; 14,21; etc. Pero es interesante ver cómo, en
ciertos casos, aplica a Jesús textos del Antiguo Testamento en el que ‘Señor’ se refiere
indudablemente a YHWH: “Si confiesas con tu boca que Jesús es Señor... serás salvo... Así
lo afirma la Escritura: ... ‘Todo el que invoque el nombre del Señor se salvará’” (Rom
10,9.12). San Pablo hace depender la salvación de los cristianos de la invocación del
nombre de ‘Señor’ aplicado a Jesús, y lo afirma porque así lo lee en la Escritura. Sin
embargo, el texto referido dice: “Todo el que invoque el nombre de YHWH se salvará” (Jl
51
Los manuscritos de LXX tienen “Señor” en los lugares donde el Antiguo Testamento dice YHWH, pero se
trata de copias hechas por cristianos.
Por esa razón san Pablo afirma que para aplicar el título ‘Señor’ a Jesús se necesita
la asistencia del Espíritu Santo. No se trata simplemente de un título de cortesía: “Nadie
puede decir: ‘Jesús es el Señor’, si no está impulsado por el Espíritu Santo” (1Cor 12,3).
Una invocación de estilo litúrgico, dirigida a Jesucristo y conservada por san Pablo
(1Cor 16,22), está en lengua aramea: Maranatha.52 Este dato indica que no tiene su origen
en san Pablo (que escribe en griego) sino que la ha recibido de la comunidad judeo-
cristiana anterior a él. En esta invocación se aplica a Jesús el título divino “Señor”
(Maran), conocido por otras plegarias arameas para invocar a Dios.53
En la Carta a los Filipenses san Pablo recoge un himno de otro autor (el vocabulario
y el esquema teológico no es paulino, tiene un tinte más bien joánico). En este himno se
comienza diciendo que Cristo Jesús “estaba en la forma de Dios” (Fil 2,6). Algunos autores
entienden que “estar en la forma de Dios” es una clara referencia a la condición divina de
Cristo. En este versículo se indicaría la pre-existencia, en la que Cristo tenía la gloria que
corresponde a la divinidad. Sin embargo se despojó de esa gloria (no de la divinidad) para
presentarse como servidor obediente hasta la muerte. Pero otros autores sostienen que
cuando este texto dice que Jesús “estaba en la forma de Dios” no se refiere a la pre-
existencia sino a la historia terrenal de Jesús: Él, como Adán, era imagen y semejanza de
Dios (Gen 1,27), pero mientras Adán perdió esta condición por la desobediencia, Cristo
“fue obediente hasta la muerte”. Ambas interpretaciones son posibles, pero la primera
parece más convincente.
52
En los manuscritos antiguos no se ponía espacio de separación entre las palabras. Maranatha son dos
palabras, y según se las divida pueden tener distinto sentido: Maran atha está en indicativo y sería “el Señor
viene” (presente), o “el Señor ha venido” (perfecto). Marana tha está en vocativo y sería “¡Ven Señor!”
53
Esta invocación ha sido conservada también por el autor del Apocalipsis (22,20), pero esta vez en lengua
griega, por lo que allí no se da el problema de las distintas lecturas, y es claro que está en imperativo, o más
bien una súplica, como corresponde al estilo apocalíptico: “¡Ven, Señor Jesús!”.
En 1Cor 16,22 está en el contexto de una amenaza, porque invoca la maldición sobre los que no aman a
Jesucristo. En un escrito de la iglesia primitiva llamado “Didajé”, la misma expresión aramea aparece en el
contexto de la celebración eucarística: “El que sea santo, que se acerque. El que no lo sea, que haga
penitencia. Maranathá. Amén” (X, 6). En ambos casos se destaca el tono amenazante y por lo tanto se
deberán entender en el presente del indicativo: “¡Miren que el Señor viene!”.
Entre las aclamaciones para el momento de la consagración eucarística propuestas por la liturgia actual, una
de ellas reproduce el texto de 1Cor 16,22 (“Anunciamos tu muerte...hasta que vengas”), pero la versión
castellana traduce las palabras finales como Apc 22,20 (la expresión Marana tha en vocativo: “¡Ven, Señor
Jesús!”). La combinación no parece correcta. Habría que traducir el texto de 1Cor como está en el original
latino, o poner sólo una aclamación equivalente al Maran atha, que en ese momento, inmediatamente
después de la consagración eucarística, no debería ser el deseo de que el Señor venga (“¡Ven...!”), sino la
alegre constatación de su presencia: el Señor acaba de hacerse presente en las especies eucarísticas: “¡El
Señor ha venido!”.
Se podría preguntar si san Pablo, que utiliza el título “Señor” para indicar que Jesús
tiene condición divina, no llama alguna vez a Jesucristo con el nombre “Dios”. Esto no
parece probable, porque los cristianos de la época de san Pablo entendían que Dios es el
nombre del Padre (ver Rom 1,7; 16,27; 1Cor 1,3; 2Cor 1,2; etc.). La Iglesia necesitó
mucho tiempo para llegar a expresar lo que hoy se llama “la Trinidad”.
Un solo texto parece introducir el título “Dios” como aplicado a Jesucristo. Pero no
es muy claro, y por lo general los comentaristas no lo interpretan de esa forma o por lo
menos lo afirman como dudoso. San Pablo, refiriéndose a los privilegios del pueblo de
Israel, dice: “A ellos pertenecen también los patriarcas, y de ellos desciende Cristo según
su condición humana, el cual está por encima de todo, Dios bendito eternamente. Amén”
(Rom 9,5).
Como los manuscritos más antiguos no tienen signos de puntuación, estos deben ser
colocados por los traductores modernos. Y en este caso se presentan distintas
posibilidades. Se puede decir que antes del nombre “Dios” no hay un punto, y entonces
este título se refiere a Cristo: “... de ellos desciende Cristo... que está por encima de todo,
Dios bendito eternamente”.
d. Salvador
Este título es utilizado una sola vez por san Pablo. Pero se añade aquí porque está
relacionado con los términos ‘salvación’ y ‘salvar’, que aparecen con frecuencia.
“... cuando estábamos muertos a causa de nuestros pecados, nos hizo revivir con
Cristo – ¡ustedes han sido salvados gratuitamente! – y con Cristo Jesús nos resucitó y nos
hizo reinar con Él en el cielo” (Ef 2,5-6).
Pablo concentra toda su teología en la muerte y resurrección del Señor, a tal punto
que deja de lado lo que Cristo ha hecho anteriormente como ser su predicación sobre el
Si bien es cierto que muerte y resurrección del Señor constituyen una unidad (el
misterio pascual), san Pablo pone un acento más destacado sobre la resurrección, por
encima de la muerte. Así se podrá encontrar una afirmación como esta: “Cristo murió por
nuestros pecados... pero si Cristo no resucitó, la fe de ustedes es inútil y sus pecados no
han sido perdonados” (1Cor 15,3.17).
En un texto san Pablo dice que los beneficiados por la obra redentora de Cristo son
“muchos”: por el pecado de Adán "muchos ("polloi") mueren, y el don de la gracia de
Jesucristo se desborda sobre muchos ("polloi") (Rom 5,15). A los lectores en lenguas
modernas esto puede crearles confusión, porque en estas lenguas -en castellano, por
ejemplo-, “muchos” puede significar una gran cantidad, pero no todos. No es así en hebreo,
lengua en la que el término “muchos” equivale a “todos” cuando estos “todos” no son unos
pocos sino “una multitud”. Se puede ver claramente en el texto aludido de san Pablo, en el
que explica lo que acaba de utilizar la palabra “muchos”, vuelve a repetir la misma idea y
cambia la palabra “muchos” por la palabra "todos": el pecado de Adán fue causa de
condenación para todos ("eis pántas"), y la obra de justicia de Jesús fue causa de
justificación para todos ("eis pántas"), (Rom 5,18). "Como en Adán todos ("pántes")
mueren, así en Cristo todos ("pántes") son vivificados" (1Cor 15,22). Cristo murió por
todos ("hyper pántôn") (2Cor 5,14-15).
La fórmula del kérygma tradicional: “murió por nuestros pecados”, fue leída y
expresada por Pablo a la luz de un texto del Antiguo Testamento. Pablo refiere la muerte
de Cristo utilizando una frase del libro de Isaías: “fue entregado por causa de nuestras
transgresiones” (Rom 4,25 = Is 53,12 LXX). Es una referencia al “Servidor de YHWH”,
que murió por los pecados del pueblo. No es un simple cambio de vocabulario, sino una
interpretación de la muerte de Cristo a la luz de aquel texto del Antiguo Testamento.
Siguiendo el texto del Antiguo Testamento, san Pablo interpreta la muerte de Cristo como
una “entrega”. Este término “entregar” aparece luego en muchos lugares del Nuevo
Testamento con referencia a la muerte de Cristo (“Él se entregó”, “el Padre lo entregó...”,
etc.) y refleja siempre el mismo trasfondo.
San Pablo agrega claramente que Cristo se entregó por amor: “me amó y se entregó
por mí” (Gal 2,20). La entrega de Cristo expresa el amor de Dios por todos los seres
humanos. Nadie ni nada pueden separar a los seres humanos de ese amor de Dios
expresado en Jesucristo (Rom 8,38-39). El Señor ama a los seres humanos y su amor
también los salva de la muerte: “... tanto en la vida como en la muerte pertenecemos al
Señor. Porque Cristo murió y volvió a la vida para ser Señor de los vivos y de los muertos”
(Rom 14,8-9).
Más allá de lo que el acto redentor de Cristo realiza en el hombre liberándolo del
pecado y conduciéndolo a la participación de la gloria, este enunciado apunta a un aspecto
social: el mundo actual se encuentra en una situación de “perversión” que aflige y daña al
ser humano. La redención “libera” al hombre de este estado de cosas que produce el
pecado en el mundo.
En la mayoría de los casos, san Pablo se refiere a la muerte del Señor especificando
que se produjo en una cruz (staurós) (1Cor 1,17-18; Gal 5,11; 6,12.14; Fil 2,8; 3,18; ver
también Ef 2,16; Col 1,20; 2,14). Pero en Gal 3,13 toma en su lugar la expresión “leño,
madera, árbol” (xýlon), que también es usada en el libro de los Hechos (5,30; 10,39; 13,29;
16,24) y en 1Pe 2,24. Esta opción se entiende porque en Gal 3,13 se está refiriendo a Dt
21,22-23 LXX: “es una maldición... el que está colgado de un árbol (xýlon)”. De esta
manera san Pablo ofrece una interpretación de la muerte de Cristo relacionándola con el
texto de Deuteronomio: Cristo, colgado “del madero” asumió la maldición que pesaba
sobre todos los transgresores de la Ley (“Maldito todo aquel que no cumple fielmente todo
lo que está escrito en el libro de la Ley” Gal 3,10/Dt 27,26; “Él mismo nos liberó de la
“... así como Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, también
nosotros llevemos una vida nueva” (Rom 6,4).
“Si el Espíritu de aquel que resucitó a Jesús habita en ustedes, el que resucitó a
Cristo Jesús también dará vida a sus cuerpos mortales, por medio del mismo
Espíritu que habita en ustedes” (Rom 8,11).
“Dios, que resucitó al Señor, nos resucitará también a nosotros con su fuerza”
(1Cor 6,14).
“Es cierto que Él fue crucificado en razón de su debilidad, pero vive por la fuerza
de Dios. Así también nosotros participamos de su debilidad, pero viviremos con él
por la fuerza de Dios...” ( 2Cor 13,4).
54
Los Testigos de Jehová, que no aceptan el signo de la cruz, se apoyan en estos textos del Nuevo
Testamento en los que aparece el término “madero” para negar que Cristo haya muerto en la cruz. En la
Biblia publicada por ellos, la palabra “Cruz” (staurós) es traducida siempre por “madero del tormento”.
El hombre moderno asocia la idea de justicia con el pensamiento griego, y por eso
se habla de justicia vindicativa, de justicia social, de justicia penal, etc. Pero en la Biblia no
es exactamente así. Los traductores de LXX recurrieron a la palabra griega ‘dikaiosýne’
(justicia) para traducir – entre otros – los conceptos hebreos ‘tsédeq’ y ‘tsedaqáh’. Estos
conceptos se usan con diferentes sentidos en el Antiguo Testamento.
“Yahveh nos ordenó practicar todos estos preceptos y temerlo a Él, para
que siempre fuéramos felices y para conservarnos la vida, como ahora
sucede. Y ésta será nuestra tsedaqáh: observar y poner en práctica todos
estos mandamientos delante de YHWH, nuestro Dios, como Él nos
ordenó” (Dt 6,24-25).
Para traducir tsedaqáh en este último versículo, los traductores LXX recurrieron a la
palabra griega dikaiosýne, que se traduce ‘justicia’, y así aparece en todas las Biblias
antiguas y modernas.
Por lo que se ve que el concepto bíblico de ‘justicia’ está asociado al hacer lo que
está mandado en la Ley. De ahí que la persona que practica la ‘justicia’ cumpliendo todos
los mandamientos y preceptos de la Ley es el “justo”.
Es verdad que algunos israelitas piadosos, que se esforzaban por observar la Ley y
se reconocían ‘justos’, esperaban, como el fariseo de la parábola de Lc 18,9-14, que Dios
les retribuyera por el cumplimiento de los mandamientos y preceptos. Así lo expresa el
salmista:
Algunos podían llegar a pensar que el hombre llegaba a ser justo por el
cumplimiento de la Ley, y podían decir que la Ley ‘justifica (hace justo)’ al hombre. Pero
esos eran sólo casos excepcionales. Otro salmista se expresaba de manera diferente:
En san Pablo se encuentran los dos sentidos, pero con la particularidad que deja de
lado la justicia como práctica de los mandamientos para apoyarse solamente en la justicia
como acción de Dios:
San Pablo está de acuerdo con que la Ley es buena y viene de Dios, pero la
debilidad de la carne está sometida a la fuerza del pecado, que impide obrar el bien y
conduce al hombre a la muerte. Por esa razón todos los hombres, tanto los judíos como los
paganos, están bajo el poder del pecado y son incapaces de alcanzar la justicia (ver Rom
7,14-24). Sólo queda lugar para que Dios manifieste su justicia perdonando al hombre, es
decir, lo saque de su condición pecadora y lo haga justo.
-Dios no sólo declara justo al hombre, sino que lo hace justo, es decir,
realiza una transformación en él.
-Dios no exige previamente el cumplimiento de los mandamientos, sino
que la justicia se obtiene por un acto gratuito de Dios,
independientemente de la observancia de los mandamientos. Lo único
que se exige es la fe.
-La justificación que otorga Dios capacita al hombre para obrar bien.
Mucho se discute sobre lo que significan las “obras de la Ley” a las que se refiere
Pablo en sus cartas. Con el presupuesto que tenían los antiguos de que el judaísmo era una
religión legalista, muchos pensaron que eran las leyes contenidas en el Antiguo
Testamento, y que los judíos creían que bastaba su cumplimiento para ser gratos a los ojos
de Dios. Hoy se ha comprobado con sólidos argumentos que el judaísmo de la época del
Nuevo Testamento también era una religión de la fe, y que se estaba muy lejos de ser una
religión legalista. Por eso algunos opinan que “las obras de la Ley” serían estas obras
(circuncisión, sábado, comidas, pureza...) que se cumplían como respuesta a la elección de
Dios y que distinguía a los judíos entre los otros pueblos. Los cristianos provenientes del
judaísmo helenista querían mantener estas “obras de la Ley” que los mantenían separados
de los demás hombres, pero estas son rechazadas por Pablo porque su observancia implica
que los paganos deben hacerse judíos para poder ser cristianos.
A los que se consideran justos porque observan las obras de la Ley, san Pablo les
dice que si las cosas fueran así, entonces Cristo habría muerto en vano (Gal 2,21). ¿Para
qué murió Cristo en la cruz, si el hombre puede ser justo cumpliendo estas obras? Por eso
el Apóstol trata de apóstatas a los que piensan de esta manera (Gal 5,4): ellos suponen que
la condición de “justos” no la reciben por la fe en Cristo sino por la observancia de las
“obras de la Ley”.
Los lectores judíos podían objetar que con este argumento san Pablo estaba
contradiciendo las enseñanzas del Antiguo Testamento, porque hay textos en los que se
dice que la Ley fue dada a los israelitas “para que vivan” (por ejemplo Dt 8,1). Por esa
razón el Apóstol apela a argumentos extraídos de la Ley y los Profetas para mostrar que en
el Antiguo Testamento Dios otorgó la justificación independientemente de las obras de la
Ley (ver Rom 3,21). En el libro de la Ley (Génesis) encuentra el caso de Abraham, que fue
justificado por la fe (Gen 15,6) mucho antes de que existiera la Ley (Rom 4,9-12; Gal 3,6-
9; 3,16-18).
En este punto se toca una cuestión que en su momento fue muy debatida con los
reformadores del siglo XVI: ¿qué es esta justificación que obra Dios en el hombre
pecador? Algunos Reformadores tomaban el término ‘justificar’ en el sentido que tiene en
el Antiguo Testamento cuando se dice que los jueces “no deben justificar al delincuente”
(Ex 23,7; Is 5,23; Prov 17,15) e interpretaban que Dios no tomaba en cuenta los pecados
del hombre y por lo tanto se trataba de algo semejante a una amnistía: el hombre era
declarado justo, pero sin perder su condición de pecador. Pero los textos de san Pablo
hablan de una verdadera santificación. Dios no sólo declara justo al pecador, sino que lo
hace justo.
En la carta a los Romanos san Pablo desgrana las consecuencias que se derivan de
la justificación:
“Justificados por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro
Señor Jesucristo” (Rom 5,1).
La justificación es tener la paz con Dios. Más adelante se expresa con el término
reconciliación: “Si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su
Se parte del hecho de que hay una separación de Dios, pero al expresarlo con la
palabra enemigos (Rom 5,10) se entiende que esta separación implica un enfrentamiento.
Esta enemistad no fue desde siempre (como podemos ver en el Génesis, en el relato de los
orígenes) sino desde que se produce el pecado. Sin embargo la reconciliación da la
posibilidad de volver a establecer la unión con Dios; la justicia, por lo tanto, es mucho más
que lo simplemente exterior.
55
Los términos “libertad” (eleuthería) y “liberar” (eleutherein) y “libre” (eléutheros) aparecen en el Nuevo
Testamento principalmente en los textos paulinos. “Liberar” está 7 veces, de las cuales 5 están en las cartas
paulinas (las otras dos veces en el ev. de Juan). “Libertad” está 11 veces, de las cuales 7 pertenecen a las
cartas paulinas (las otras cuatro veces en St y 1-2Pe). “Libre” está 23 veces, 16 de las cuales pertenecen a las
cartas paulinas (las otras siete veces en Mt, Jn, 1Pe y Apc).
“Si por la falta de uno solo reinó la muerte, con mucha más razón
vivirán y reinarán por medio de un solo hombre, Jesucristo, aquellos que
han recibido abundantemente la gracia y el don de la justicia. Por
56
En el Nuevo Testamento el título “Redentor” aparece una sola vez, y no es aplicado a Dios o a Jesucristo,
sino a Moisés: Hch 7,35.
En estos textos san Pablo opone el hombre Adán (un solo hombre) y el hombre
Jesucristo (un solo hombre). Apoyándose en ciertas corrientes de interpretación del
Antiguo Testamento del helenismo de su tiempo, lee los relatos de los dos primeros
capítulos del Génesis como referidos a la creación de dos hombres. El primero es el de Gen
1,26: es el hombre celestial, hecho a imagen y semejanza de Dios; el segundo es el de Gen
2,7: que es el hombre terrenal, hecho de barro, que se rebeló contra Dios y está destinado a
la muerte.
El término ‘carne’ utilizado por san Pablo indica, como en toda la tradición bíblica,
la condición débil y mortal del hombre. Todo el hombre es ‘carne’ mientras no está
animado por el Espíritu, así como todo el hombre ya no es ‘carne’ cuando tiene el Espíritu
(ver, por ejemplo, Rom 7,5).
Por la justificación el ser humano queda liberado del pecado, liberación que no es
sólo de una culpa sino de una fuerza enemiga. A esa fuerza, que parecía insuperable, se le
opone la del Espíritu, que permite vivir de acuerdo con la voluntad de Dios.
“Pero ahora, gracias a Dios, ustedes, después de haber sido esclavos del
pecado, han obedecido de corazón a la regla de doctrina, a la cual fueron
confiados, y ahora, liberados del pecado, han llegado a ser servidores de
la justicia” (Rom 6, 17-18).
“Ahora, ustedes están libres del pecado y sometidos a Dios: el fruto de
esto es la santidad y su resultado la vida eterna” (Rom 6, 22).
Como se puede ver, liberar del pecado no es solamente quitar una mancha. Es
verdad que el hombre es “lavado, purificado” (1Cor 6, 11), pero sobre todo es fortalecido
para resistir la fuerza del pecado y capacitado para obrar de acuerdo con la justicia.
En la Ley está expresada la voluntad de Dios, y “el que observe sus preceptos vivirá
por ella” (Lev 18,5; ver Gal 3,12). San Pablo reconoce que la Ley tiene su origen en Dios,
y que es buena y santa (Rom 7,12). Pero por más perfecta que sea la Ley, el hombre es
carnal: “Sabemos que la Ley es espiritual, pero yo soy carnal, y estoy vendido como
esclavo al pecado” (Rom 7,14). En esta condición ‘carnal’ el hombre no puede resistir la
fuerza del pecado que lo arrastra a violar la Ley. Pero la Ley contiene sanciones contra los
transgresores, porque quienes no la observen son objeto de maldición y amenazados con la
muerte (Gal 3,10), y en consecuencia, el hombre es arrastrado por el pecado hacia la
muerte. De esta forma, el pecado se sirve de una cosa buena para provocar un mal (Rom
7,13).
En la carta a los Gálatas Pablo desarrolla este tema y dirá que la ley no tiene poder
para salvar. Más bien causa la muerte porque establece la pena de muerte para todos los
que la violan (por ejemplo Lev 20,8-27). Todos los que optan por la Ley se introducen en
un camino de maldición.
“Todos los que son de la Ley están bajo una maldición, porque dice la
Escritura ‘Maldito sea el que no cumple fielmente todo lo que está
escrito en el libro de la Ley’ (Dt 27,26)” (Gal 3,10).
En la carta a los Romanos dice que la ley solamente da el conocimiento del pecado
(Rom 3,20), provoca la multiplicación de las culpas (Rom 5,20), debido a que el hombre es
débil y está sometido a la fuerza del pecado (Rom 7,14).
“No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero. Pero cuando
hago lo que no quiero, no soy yo quien lo hace, sino el pecado que reside
en mí” (Rom 7,14-25).
Por lo tanto, los cristianos pueden decir: “hemos sido liberados de la Ley” (Rom
7,6), “ya no estamos sometidos la Ley, sino a la gracia” (Rom 6,14). El Espíritu es la
fuerza interior que mueve al ser humano para que obre libremente de acuerdo con la
justicia: le muestra lo que es bueno y le da la fuerza para realizarlo.
De esta manera, el hombre no es justo porque practica el bien, sino que practica el
bien porque es justo. Sus buenas acciones son un fruto de la presencia del Espíritu en el
cristiano, se realizan cuando ya se está justificado (Gal 5,22). Pero Pablo no habla de
“buenas obras” porque quiere mantenerse distante de este vocabulario que puede hacer
pensar en las “obras de la Ley” que algunos consideraban como necesarias para llegar a ser
justos. Él habla más bien del “fruto del Espíritu” (Gal 5,22), acciones que se brotan en el
ser humano como consecuencia de la presencia del Espíritu, se ejecutan después que se ha
recibido la gracia de la justificación. Se debe hacer notar, sin embargo, que Pablo aún no se
plantea problemas que se presentarán a la teología en siglos posteriores, como por ejemplo
la necesidad de la gracia de Dios para realizar cualquier obra buena. No obstante, reconoce
que hay paganos que “realizan naturalmente las prescripciones de la Ley” (Rom 2,14).
Cristo ha dado la libertad a los hombres (Gal 5,1), la vida cristiana se define como
una ‘vocación a la libertad’ (Gal 5,13). Esforzarse por practicar “las obras de la Ley” por
ellas mismas es una esclavitud a la que el cristiano no debe volver. Pero más aun: san
Pablo considera una apostasía querer volver a vivir bajo la Ley: “Si ustedes buscan la
justicia por medio de la Ley, han roto con Cristo y quedan fuera del dominio de la gracia”
(Gal 5,4). La razón de estas palabras tan duras está en que si alguien quiere distinguirse
como justo cumpliendo “las obras de la Ley”, con esto está diciendo que la obra redentora
de Jesucristo no ha sido suficiente, o en todo caso que hay dos formas de obtener la justicia
de Dios: la Ley y Cristo. Pero sólo en Cristo se encuentra la salvación: “si la justicia viene
de la Ley, entonces Cristo ha muerto inútilmente” (Gal 2, 21).
Después de haber contemplado esta visión tan optimista de la vida del cristiano así
como la muestra san Pablo, es natural que surja una pregunta: Si la justificación produce la
liberación de la muerte, del pecado y de la Ley ¿por qué san Pablo no deja de introducir en
sus cartas las exhortaciones a alejarse del pecado y a vivir de acuerdo con el Evangelio?
Para hacer justicia a las dos clases de afirmaciones, las que están en indicativo y las
que están en imperativo, sin disminuir una en beneficio de otra, habrá que comenzar por
reconocer que san Pablo impone la misma fuerza a ambas. El bautismo en Cristo ya ha
realizado en los creyentes su obra de justificación y santificación. Ya están justificados y
santificados. Esto se expresa convenientemente por medio de los verbos en indicativo. Pero
se debe advertir que en la mente de san Pablo, el bautismo no se reduce al momento de la
celebración ritual, sino que es un acto hecho una vez para siempre que acompaña a lo largo
de la vida y se requiere renovarlo constantemente. Siempre, a cada momento, es necesario
estar adhiriéndose a Cristo, sumergiéndose en Él, y esto se expresa por medio de los
imperativos.
Una fórmula muy típica y frecuente de los escritos paulinos, tanto en las cartas
auténticas como las déutero-paulinas, es la expresión “en Cristo” (¡81 veces en todas las
cartas paulinas!). Al leer estos textos es necesario recordar que el título ‘Cristo’ siempre
implica de alguna manera una idea comunitaria: el Cuerpo y sus miembros.
El origen de esta idea habría que fijarlo en la doctrina sobre el bautismo. San Pablo
expresa la unión del creyente con Cristo utilizando la expresión ‘bautizarse en Cristo’ (ver,
por ejemplo, Rom 6,3; Gal 3,27; etc.). Ahora bien, esta palabra ‘bautizarse’ se deriva de un
Con esta expresión ‘bautizarse’, san Pablo expresa la idea de la unión del creyente
con Cristo. Más adelante el nombre de ‘bautismo’ se aplicó al rito que se celebra en el
momento en que el hombre proclama su fe en Cristo, y a través del cual quedará unido a
Cristo. En los primeros siglos del cristianismo el bautismo se administraba sumergiendo
completamente al catecúmeno en una piscina con agua, como continúan haciendo las
comunidades cristianas de oriente y algunas comunidades protestantes.
Para entender correctamente las expresiones de san Pablo es necesario tomar el término
‘bautismo’, ‘bautizar’, en su sentido original (sumergirse, inmersión), y no reducirlo al rito
de su celebración.
Mientras el Antiguo Testamento indicaba la Ley, con sus obras de orden moral y
cultual, como el medio adecuado dentro del cual el hombre vivía y era justo en la presencia
de Dios, san Pablo indica un camino de otro orden: el hombre solamente puede ser justo
participando del ser de Cristo resucitado.
Se podrían recorrer todas las cartas de san Pablo para encontrar los textos que hacen
referencia a estar ‘en Cristo”. Algunos ejemplos podrán servir para recoger algunas de las
ideas principales.
“El que vive ‘en Cristo’ es una nueva criatura (“una nueva creación”), lo antiguo ha
desaparecido, un ser nuevo se ha hecho presente” (2Cor 5,17), “ya no importa estar o no
circuncidado, sino la nueva creación” (Gal 6,15). No se trata de algo que se añade o se
mejora en el hombre: la introducción del hombre en Cristo anula lo anterior y comienza
algo totalmente nuevo. Ha comenzado la nueva creación anunciada por los profetas (Is
65,17; 66,22).
“En Cristo Jesús, por la fe, todos ustedes son hijos de Dios, ya que todos ustedes,
que fueron bautizados en Cristo, han sido revestidos de Cristo. Por lo tanto, ya no hay Judío
ni pagano, esclavo ni hombre libre, varón y mujer, porque todos ustedes no son más que
uno en Cristo Jesús” (Gal 3,26-28). En este texto aparecen claramente unidos los dos
términos: bautismo y ‘en Cristo’. Se señalan de manera clara las consecuencias. Al estar
sumergidos en Cristo, han quedado revestidos por él, así como quien se sumerge en una
piscina queda totalmente revestido por el agua. Al sumergirse en Cristo se adquiere la
dignidad de Cristo, hasta el punto que desaparece todo lo que puede establecer diferencias
que dividan a los humanos, tanto religiosas (judíos o paganos), como sociales (esclavos u
hombres libres) y también naturales o culturales (varón y mujer).
La vida ‘en Cristo’ significa compartir todo aquello que constituye la vida de
Cristo. San Pablo dice en la carta a los Romanos que el espíritu resucitará al cristiano
porque el espíritu que ahora lo anima es el que resucitó a Cristo:
“Si Cristo vive en ustedes, aunque el cuerpo esté sometido a la muerte a causa del
pecado, el espíritu vive a causa de la justicia. Y si el Espíritu de aquel que resucitó a Jesús
habita en ustedes, el que resucitó a Cristo Jesús también dará vida a sus cuerpos mortales,
por medio del mismo Espíritu que habita en ustedes” (Rom 8, 10-11).
“La prueba de que ustedes son hijos, es que Dios infundió en nuestros corazones el
Espíritu de su Hijo, que clama a Dios llamándolo ¡Abbá!, es decir, ¡Padre! Así, ya no eres
más esclavo, sino hijo, y por lo tanto, heredero por la gracia de Dios” (Gal 4, 6-7).
“Todos los que son conducidos por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Y ustedes
no han recibido un espíritu de esclavos para volver a caer en el temor, sino el espíritu de
hijos adoptivos, que nos hace llamar a Dios ¡Abbá!, es decir, ¡Padre! El mismo Espíritu se
une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios. Y si somos hijos,
también herederos, herederos de Dios y coherederos de Cristo, porque sufrimos con Él
para ser glorificados con Él” (Rom 8, 14-17).
Cuando san Pablo quiere expresar cómo se realiza esa unión ‘en Cristo’ para
participar de la vida divina, lo hace recurriendo a ciertos verbos a los que antepone la
preposición syn- que – en griego – significa ‘con’. De esta forma, en los textos de san
Pablo se encuentran verbos como: con-crucificado (Rom 6, 6; Gal 2, 19), con-sepultado
(Rom 6, 4), com-padecer (Rom 8, 17), con-glorificar (Rom 8, 17), etc. Por supuesto, estas
expresiones muchas veces no se pueden descubrir a simple vista en una traducción. Lo que
aquí se dice se refiere al texto en la lengua original griega.
De esa unión con Cristo se sigue una nueva forma de obrar del cristiano. La Ley
había tenido como objetivo lograr la santidad del hombre, pero no lo había alcanzado
porque se interponía la debilidad humana y se oponía la fuerza del pecado. Pero ahora, en
la nueva condición, el hombre que está “en Cristo” posee la fuerza del Espíritu que lo
lleva a actuar de una manera santa, como es la voluntad de Dios. Como se ha dicho más
arriba, para las obras que el cristiano realiza después de la justificación, san Pablo evita el
nombre de “buenas obras” y destaca más el origen diciendo que son “el fruto del Espíritu”
(Gal 5, 22).
Uno de los textos más notables que integran la fórmula “en Cristo” se encuentra en
la exhortación con que Pablo introduce el himno de la carta a los Filipenses. Después de
una exhortación a practicar una serie de virtudes cristianas, concluye diciendo:
“Sientan en ustedes lo que hay ‘en Cristo Jesús’...” (Fil 2, 5). Adviértase que en esta
traducción se ha tratado de reproducir de una manera lo más cercana posible las palabras
tal como suenan en griego, para que se comprenda mejor lo que se quiere expresar en este
punto.
Cuando se lee en las traducciones “Tengan los mismos sentimientos que Cristo
Jesús”, esto suena aparentemente como un imperativo a adquirir virtudes a imitación de las
de Cristo, y así lo entienden muchos, pero en realidad es un llamado a ‘sentir sentimientos’
que ya se tienen. Cristo tiene ciertos sentimientos que se han manifestado durante su vida
mortal, y que están ‘en Cristo’. El creyente que ya está ‘en Cristo’ los tiene – se podría
decir – al alcance de su mano. Sólo le falta vivirlos. Estos “sentimientos” de Cristo no son
simplemente “sentimentalismos”. La palabra griega que se utiliza en este texto expresa
“pensar con un compromiso, con un empeño en algo”. Esta forma de pensar y sentir de
Cristo se describe en el himno: Cristo no se aferró a la gloria que le correspondía como
Hijo de Dios, sino que se despojó de ella, y se presentó como Servidor, humillándose y
haciéndose obediente hasta la muerte de Cruz (Fil 2, 5-11). Pablo quiere ‘sacudir’ al
creyente que está ‘en Cristo’ para que advierta que estando integrado en el cuerpo de
Cristo tiene esos ‘sentimientos’, para que viva de acuerdo con ellos.
5. El Cuerpo de Cristo
En 1Cor 12 y en Rom 12 san Pablo propone esta metáfora del cuerpo para describir
a la comunidad cristiana. Hay antecedentes del uso de esta metáfora por parte de autores
anteriores y también contemporáneos de san Pablo.
Algunos, como Séneca, la utilizan para referirse al cosmos, y con sentido panteísta:
En la concepción de san Pablo, las personas no son presentadas como miembros del
universo o de un cuerpo social, sino de una persona viviente que es Cristo. Esto no tiene
ningún paralelo o semejanza en otros autores; se trata de una novedad.
57
William Shakespeare, en su drama “Coriolano” (Acto I, escena 1) ha representado el momento en que
Menenio Agripa pronuncia esta apología.
Este cuerpo, con todos los bautizados, es un cuerpo donde hay variedad de
miembros, y cada uno de ellos tiene diversas funciones. En un cuerpo hay unidad, pero
todos los miembros son diferentes. En el cuerpo humano ningún miembro pretende hacer
la tarea del otro. Por lo tanto se pone de relieve la variedad de los miembros en la unidad
del cuerpo.
Cuando tiene que jerarquizarlos dirá que el carisma más importante es el que más
beneficia al cuerpo. Los corintios valoraban más el don de lenguas porque parecía el más
espectacular; san Pablo, por su parte, en el capítulo 13 de 1Cor enfatiza el carisma más
importante y dice que es la caridad, porque da y favorece la unidad entre todos los
miembros.
En la carta a los Romanos, con el mismo concepto de “Cuerpo” destaca más bien la
mutua dependencia entre todos los miembros porque exhorta a poner los dones de cada uno
al servicio de los demás: “Así como en un solo cuerpo tenemos muchos miembros con
San Pablo. Su vida. Sus cartas. Su teología. Luis H. Rivas. Pá gina 100
diversas funciones, también todos nosotros formamos un solo Cuerpo en Cristo, y en lo
que respecta a cada uno, somos miembros los unos de los otros” (Rom 12,4-5). A partir de
esta afirmación, detalla la forma en que cada uno debe ponerse al servicio de los demás,
como sucede con los miembros en el cuerpo humano.
Las cartas de la tradición paulina toman la idea del cuerpo expresada en las cartas
auténticas del Apóstol, pero la entienden de modo diferente.
Ya se ha visto que en las cartas auténticas san Pablo dice que todos los cristianos
están en el Cuerpo que es Cristo. No se hace ninguna diferencia con la cabeza, que no es
mencionada. En cambio en las cartas a los Efesios y a los Colosenses se establece una
diferencia entre el Cuerpo y la Cabeza. Cristo es la cabeza y no el cuerpo: “Cabeza de la
Iglesia, que es su cuerpo” (Ef 1,22-23); “Él es la cabeza del Cuerpo, es decir, de la Iglesia”
(Col 1,18). El cuerpo le pertenece pero Él es la cabeza. El cuerpo tiene un nombre propio:
la Iglesia. La Iglesia no es Cristo; Cristo no es la Iglesia.
Por esa razón recurre a la metáfora de la Cabeza y del Cuerpo para hablar de la
unión conyugal, el esposo y la esposa, que siendo dos se unen por amor en una sola carne
(Ef 5,21-33).
Además, en las cartas auténticas de san Pablo, en el Cuerpo están integrados todos
los creyentes. En las cartas a los Efesios y a los Colosenses, teniendo ya en vista a los
gnósticos que negaban la bondad de toda la materia existente, se quiere mostrar que la
redención de Cristo ha tenido su repercusión en todo lo existente, lo espiritual y lo
material, por eso en el Cuerpo está reunido todo lo que existe “en la tierra y en el cielo”, de
modo que el Cuerpo tiene dimensiones cósmicas: “... reunir todas las cosas, las del cielo y
las de la tierra, bajo un solo jefe, que es Cristo... Él puso toda las cosas bajo sus pies y lo
constituyó por encima de todo, Cabeza de la Iglesia, que es su Cuerpo y la plenitud de
aquel que llena completamente todas las cosas” (Ef 1,10.22-23); “... por Él quiso
reconciliar consigo todo lo que existe en la tierra y en el cielo” (Col 1,20).
6. El Bautismo y la Eucaristía
a. El Bautismo
San Pablo. Su vida. Sus cartas. Su teología. Luis H. Rivas. Pá gina 101
como un espacio salvífico, y ‘bautizarse’ es como un lanzarse, introducirse “dentro de”. En
Pablo la idea original está dada por la idea personal del sumergirse; del quedar “envuelto”
por el agua.
En la carta a los Gálatas recurre a otra figura: “Todos ustedes que fueron bautizados
‘en Cristo’, han sido revestidos de Cristo” (Gal 3,27). Así como sucede con quien se
sumerge en el agua, que esta lo envuelve completamente como un vestido, de la misma
manera quien se ‘sumerge en Cristo’ queda revestido de Él.
En la primera carta a los Corintios san Pablo dice que esa ‘inmersión’ (bautismo) se
celebraba en un rito. El rito bautismal aparece mencionado, además, en los Evangelios: lo
hacía Juan Bautista Mt 3,6.11-14; Mc 1,5.8-9; Lc 3,3.7.21; Jn 1,25-26.31.33; 3,22-26; 4,1-
2; 10,40; y en el final de los evangelios de Mateo y de Marcos es el mismo Jesús
resucitado quien ordena a los discípulos que bauticen (Mt 28,19; Mc 16,16). En el libro de
los Hechos hay testimonios de que este rito era celebrado por los primeros predicadores
para introducir en la Iglesia a los nuevos creyentes (Hch 1,5; 2,38-41; 8,12-13.16.36-38;
9,18; 10,47-48; 16,15.33; 18,8; 19,3-5; 22,16).
En este texto podemos ver que los que se han sumergido y se hallan “... en el
nombre de Nuestro Señor Jesucristo” han quedado:
San Pablo. Su vida. Sus cartas. Su teología. Luis H. Rivas. Pá gina 102
1. Lavados. La primera consecuencia de la inmersión en Cristo es la del
lavado de todo el comportamiento anterior, indicado por la larga lista de pecados que
precede. Todo eso era como una inmundicia. En el Antiguo Testamento se habla de los
pecados del pueblo como de una suciedad de la que es necesario lavarse: “¡Lávense,
purifíquense, aparten de mi vista la maldad de sus acciones!” (Is 1,16); “Por más que te
laves con potasa y no mezquines la lejía, permanecería la mancha de tu iniquidad ante mí”
(Jer 2,22); “¡Lávame totalmente de mi culpa y purifícame de mi pecado!” (Sal 51,4); Dios
anuncia que Él mismo realizará este lavado: “Los rociaré con agua pura, y ustedes
quedarán purificados. Los purificaré de todas sus impurezas y de todos sus ídolos...” (Ezq
36,25); etc. Pablo enseña que todas estas culpas han quedado lavadas cuando se han
sumergido ‘en Cristo’.
El autor de este texto resume aquí los grandes temas de la teología de san Pablo: el
bautismo que sumerge en Cristo, hace participar de la divinidad y de la resurrección, y
concede además el perdón de todos los pecados. Se pone en paralelo el bautismo con la
San Pablo. Su vida. Sus cartas. Su teología. Luis H. Rivas. Pá gina 103
circuncisión, que es el ‘sello’ que marca a todos los miembros del pueblo de la alianza
(Gen 17,11; Rom 4,11). Pero aquí se muestra que el bautismo es superior a la circuncisión,
porque no ha sido hecho por mano humana.
Los discípulos de san Pablo, autores de Ef-Col, saben que algunos de los
elementos de la resurrección ya se adelantan en el momento del Bautismo. De esta forma
pueden decir que “ya hemos resucitado” (Ef 2,6), “En el bautismo, ustedes fueron
sepultados con Él, y con Él resucitaron” (Col 2,12). Pero reconocen que todavía falta para
que se llegue a la manifestación gloriosa: “la vida (de ustedes) desde ahora está oculta con
Cristo en Dios. Cuando se manifieste Cristo, que es nuestra vida, entonces ustedes también
aparecerán con Él, llenos de gloria” (Col 3,3-4).
A partir del bautismo se nace a una vida que se abre a la vida eterna, reservada en
el cielo, que se revelará en el momento final (1Pe 1,3-5). Los bautizados han quedado
purificados para amarse como hermanos (1,22), y heredan los títulos gloriosos del pueblo
de Israel (2,9-10): son una raza elegida (Is 43,20), un sacerdocio real, una nación santa (Ex
19,6), un pueblo adquirido para cantar las glorias de Dios (Is 43,21).
b. La Eucaristía
Cuando reprende a los corintios por los defectos de la comunidad, debe atender
expresamente a la forma en que ellos celebran ‘la cena del Señor’. Se ve que la Eucaristía
era celebrada dentro del marco de una cena fraternal. En el libro de los Hechos de los
Apóstoles se habla de la ‘fracción del pan’ en el mismo contexto en el que se habla de la
comunicación de bienes: “Todos se reunían asiduamente para escuchar la enseñanza de los
Apóstoles y participar en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones” (Hch
2,42). Pero precisamente en las comidas de Corinto afloraban las conductas erróneas por
San Pablo. Su vida. Sus cartas. Su teología. Luis H. Rivas. Pá gina 104
las que eran dignos de reprensión los miembros de la comunidad, ya que allí no se
manifestaba el espíritu del que habla el libro de los Hechos:
“Ante todo, he oído decir que cuando celebran sus asambleas, hay
divisiones entre ustedes, y en parte lo creo... cuando se reúnen, lo que
menos hacen es comer la Cena del Señor, porque apenas se sientan a la
mesa, cada uno se apresura a comer su propia comida, y mientras uno
pasa hambre, el otro se pone ebrio. ¿Acaso no tienen sus casas para
comer y beber? ¿O tan poco aprecio tienen a la Iglesia de Dios, que
quieren hacer pasar vergüenza a los que no tienen nada?” (1Cor 11,18-
22).
San Pablo reprende a los corintios porque “cada uno come su propia cena; hay
gente que pasa hambre...”. Por lo visto la cena se hacía con lo que cada uno aportaba, pero
cada uno comía su propio aporte. Al suceder esto, la cena ya no era comunitaria, porque no
se compartía y había algunos que padecían hambre. Cuando dice que estos pobres pasaban
hambre en presencia de otros que ya estaban ebrios solamente quiere poner una
comparación del gusto de los orientales. No quiere decir que estuvieran realmente ebrios,
sino que unos no habían comido nada mientras otros habían comido y bebido en exceso.
Los que eran pobres y no tenían nada para aportar, pasaban vergüenza: “¿... quieren hacer
pasar vergüenza a los que no tienen nada?” (1Cor 11,22).
El Apóstol les recrimina diciéndoles que lo que ellos hacen “no es la cena del
Señor” (1Cor 11,20). Para fundamentar esta reprensión, y explicar lo que es “la cena del
Señor” trae a la memoria el relato de la última cena de Jesús.
Aparentemente, las palabras “Esto es mi cuerpo” que se dicen sobre el pan son las
mismas que se encuentran en los evangelios. Pero no se deben olvidar las resonancias que
tiene la palabra ‘Cuerpo’ en los textos de san Pablo. Cuando el Apóstol habla del Cuerpo, y
concretamente el Cuerpo de Cristo, seguramente tiene en cuenta el Cuerpo de Cristo y
todos sus miembros. Por eso, al leer estas palabras se debe recordar el trasfondo que
ofrecen otras palabras del mismo san Pablo escritas un poco antes en la misma Carta a los
corintios:
San Pablo. Su vida. Sus cartas. Su teología. Luis H. Rivas. Pá gina 105
En estas palabras de San Pablo aparece con claridad que al hablar del ‘Cuerpo de
Cristo’ en la Eucaristía tiene presente la idea del Cuerpo de Cristo que ‘en Cristo’ forman
todos los creyentes. Por eso, al hablar de la Eucaristía, no dirá – como se esperaría – que
‘es’ el Cuerpo de Cristo, sino que ‘somos’ el Cuerpo de Cristo: “Ya que hay un solo pan,
todos nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo Cuerpo” (1Cor 10,17). Pablo no
piensa sólo en la unión con Cristo, sino en la "común unión", es decir, en la unión de todos
los cristianos. El cuerpo y la sangre de Cristo producen la unidad de todos los creyentes: la
eucaristía produce la unidad de la iglesia. El pan que se parte es uno solo, pero los que lo
comen son muchos. Ahora bien, el pan es Cristo, que no puede partirse sino que permanece
uno. Por esa razón, todos los comensales, aun siendo muchos, forman un solo cuerpo, que
es el cuerpo de Cristo.
El pan de la eucaristía, que los cristianos comen cuando se reúnen, hace de todos
ellos un solo Cuerpo. La presencia de Cristo en la Eucaristía queda fuera de toda duda,
pero esa presencia hace que todos sean un solo Cuerpo.
De ahí que san Pablo diga que lo que hacen los corintios no es ‘la cena del Señor’.
La idea de Cuerpo señala la unidad de todos los miembros. Pero si en la reunión de la
comunidad no se manifiesta la unidad sino la división en grupos o se discrimina a los
pobres ya no hay manifestación del ‘Cuerpo’.
Es necesario atender también a la forma en que san Pablo reproduce las palabras de
Jesús sobre la copa. En estas coincide con las del evangelio de Lucas, pero se aparta de los
evangelios de Mateo y Marcos.
Mt - Mc (tradición palestinense)
San Pablo. Su vida. Sus cartas. Su teología. Luis H. Rivas. Pá gina 106
Mt 26, 27-28 Mc 14, 24
Beban todos de ella, porque
ésta es mi sangre Esta es mi sangre,
de la alianza, de la alianza,
que por muchos se derrama que se derrama por muchos
para remisión de los pecados
Las palabras que dice Jesús sobre la copa, “esta es la sangre de la alianza”,
reproduce las palabras de Moisés durante el sacrificio de la conclusión de la Alianza del
Sinaí, un tema también asociado con la Pascua. Moisés tomó la sangre de las víctimas y
roció con ella al pueblo diciendo: “Esta es la sangre de la alianza que ahora YHWH hace
con ustedes” (Ex 24,8). De esta manera indicaba que todos quedaban unidos por la misma
sangre. El gesto y las palabras de Moisés quedan como una figura de lo que plenamente se
realizará con la muerte de Cristo.
San Mateo, además, agrega que todos los discípulos deben beber de la misma copa.
Así como en el Sinaí todos quedaron unidos en la alianza por medio de la misma sangre de
los sacrificios, ahora todos los discípulos quedan unidos por la Nueva Alianza que realiza
Jesús con el sacrificio de su muerte. Finalmente, Mateo especifica que la sangre “se
derrama... para remisión de los pecados”. Con esto añade una tercera interpretación de la
muerte de Cristo: además de un sacrificio pascual y de alianza, es un sacrificio expiatorio
por los pecados.
Este cambio indica que el interés del Apóstol no se dirige hacia el sacrificio pascual
sino a la pasión de Cristo entendida a la luz del cántico del Siervo de YHWH. La
introducción de la palabra entregar es una discreta referencia al cántico del Siervo de
YHWH (Is 53,12 LXX).
San Pablo. Su vida. Sus cartas. Su teología. Luis H. Rivas. Pá gina 107
Cristo por toda la humanidad. La Eucaristía no se puede celebrar sin tener en cuenta el
momento en que fue instituida. El error de los corintios que él se propone corregir en ese
texto es la falta de amor y de unidad entre los cristianos. A una comunidad dividida y en la
que se manifiesta el desinterés de unos por otros, san Pablo le propone el ejemplo de Cristo
entregándose a la muerte por amor a toda la humanidad.
En las palabras dichas por el Señor al entregar la copa, la tradición representada por
los textos de Lucas y Pablo difiere de la conservada por Mateo y Marcos:
La tradición palestinense se refería a la alianza del Sinaí, pero tanto Pablo como
Lucas se refieren a la nueva alianza: “...esta copa es la Nueva Alianza que se hace con mi
sangre...” (Lc 22,20/1Cor 11,25). Al mencionar la Nueva Alianza están indicando el único
texto del Antiguo Testamento que incluye esta expresión: “Llegarán los días... en que
estableceré una nueva alianza con la casa de Israel y la casa de Judá. No será como la
alianza que establecí con sus padres el día en que los tomé de la mano para hacerlos salir
del país de Egipto, mi alianza que ellos rompieron...” (Jer 31,31-34).
En las palabras del profeta, la “nueva alianza” es comparada con la del Sinaí que ha
sido rota. El texto tiene una clara resonancia escatológica; la alianza del Sinaí ha quedado
rota, y esta nueva será escrita en el corazón de los hombres cuando sean perdonados todos
los pecados. Cuando san Pablo habla de Nueva alianza muestra la predilección que siente
por esta tradición de Jeremías (ver 2Cor 3,6-18). Es comprensible que en su polémica
contra la Ley tenga que dar como superada la antigua alianza del Sinaí para dar lugar a la
San Pablo. Su vida. Sus cartas. Su teología. Luis H. Rivas. Pá gina 108
nueva alianza anunciada por el profeta, que a partir de la muerte de Cristo se sigue
renovando cada vez que se bebe la copa (1Cor 11,25) en la celebración eucarística.
En el texto de san Pablo a los corintios se omiten las palabras que aparecen en los
tres sinópticos para indicar que la sangre es derramada, alusión al sacrificio, 58 y quiénes
son los que se benefician con el derramamiento de sangre (“muchos”, “ustedes”). En otros
momentos el Apóstol hace referencias al valor redentor del derramamiento de la sangre de
Cristo (Rom 3,25; 5,9). Si aquí lo omite no es porque lo ignora, sino simplemente porque
está interesado en mantener la atención del lector en el aspecto de la Nueva Alianza.
En el texto de san Lucas se añade, después de la entrega del Pan, una orden de
reiteración: “Hagan esto en memoria mía” (Lc 22,19). San Pablo las introduce también, y
las reitera después de la entrega de la Copa (1Cor 11,24.25). Es comprensible que Lucas lo
haga en atención a sus destinatarios de su Evangelio, venidos del paganismo que no
estaban familiarizados con la costumbre judía de la reiteración de la cena pascual. San
Pablo ha tenido en cuenta también la situación particular de los Corintios: Cristo ha
ordenado hacer lo mismo que Él hizo, y sin embargo los corintios no están celebrando la
cena del Señor (v. 20).
San Pablo concluye las palabras de la cena diciendo: “Siempre que coman este pan
y beban esta copa, proclamarán la muerte del Señor hasta que Él vuelva” (1Cor 11, 26).
Aun cuando la cena eucarística esté orientada a revivir las comidas con el Señor
resucitado, san Pablo encuadra el recuerdo de la institución entre dos referencias a la
muerte del Señor (vv. 23 y 26). Propone ante los ojos de los corintios que la eucaristía
tiene una estrecha conexión con el acto de entrega de Jesús por todos ellos. La celebración
es una “proclamación” de esa entrega. Deja en un segundo lugar el entusiasmo por el
encuentro con el Señor resucitado y destaca otro aspecto de urgente necesidad para los
lectores.
Por último, san Pablo hace una advertencia a los destinatarios de la carta: “Por eso,
el que coma el pan o beba la copa del Señor indignamente tendrá que dar cuenta del
Cuerpo y de la Sangre del Señor. Que cada uno se examine a sí mismo antes de comer este
pan y beber esta copa; porque si come y bebe sin discernir el Cuerpo del Señor, come y
bebe su propia condenación” (1Cor 27-29). Para poder acercarse a participar de la
Eucaristía, es necesario que antes cada uno se examine para saber si verdaderamente
“discierne” el Cuerpo del Señor. Cada cristiano debe comprender muy bien qué es el
Cuerpo, y solamente se puede acercar si entiende que en esa Eucaristía se está uniendo a
Cristo al mismo tiempo que a todos los demás cristianos que están formando un solo
Cuerpo con Él.
En 1Cor 11, 18-29 san Pablo se ubica en un contexto de división entre los corintios:
en la celebración eucarística cada uno come su propia cena, existen las divisiones, se
marcan las diferencias entre ricos y pobres. Celebrar la Eucaristía en estas condiciones no
es “comer la Cena del Señor”, porque en el hecho de comer el único Pan que es Cristo se
58
En el texto de Lc 22,20, al haber introducido el término “copa”, gramaticalmente sería discutible si lo que
se derrama es la sangre o la copa. Pero hablar de “la copa derramada” sería algo inusual: la copa siempre se
bebe, y es normal hablar de “sangre derramada”, y mucho más en un contexto en el que se trata de un
sacrificio.
San Pablo. Su vida. Sus cartas. Su teología. Luis H. Rivas. Pá gina 109
realiza la unidad de los cristianos en un solo Cuerpo. El rito de la copa es un rito de
alianza, es decir, la alianza se da por el hecho de beber de la misma copa que contiene la
sangre de Cristo, por lo tanto, ¿qué sentido tienen esos gestos de comer el Pan y beber de la
misma Copa si en realidad no hay alianza entre los corintios?
7. El Espíritu Santo
Parecería que en un primer momento, el Espíritu Santo puede ser un nombre que se
le da a Jesús resucitado. En algunas expresiones paulinas es difícil apreciar la diferencia
entre el Espíritu Santo y Jesús resucitado. Un texto que presenta esta dificultad es: “El
Señor es el Espíritu” (2Cor 3,17). El libro de los Hechos pone en boca de san Pablo otro
ejemplo en el que no queda claro quién es el Espíritu Santo: “Velen por ustedes, y por todo
el rebaño sobre el cual el Espíritu Santo los ha constituido guardianes para apacentar a la
Iglesia de Dios, que él adquirió al precio de su propia sangre” (Hch 20,28). Algunas
ediciones de la Biblia superan la dificultad modificando el texto en el momento de traducir,
pero así como está en la lengua original, este texto, junto con el de 2Cor 3,17, evidencian
un estadio muy primitivo. Se requieren otros textos posteriores, más desarrollados, que los
clarifiquen.
San Pablo afirma que Dios resucitó a su Hijo con el Espíritu Santo (Rom 8,11). En
el Antiguo Testamento el Espíritu reúne la idea de fuerza, poder, vida, respiración; se habla
de un Espíritu de Dios por el cual, con su fuerza, hace todas las cosas y dará nueva vida a
su pueblo (Is 32,15-18; 44,3-4; Ezq 36,26-28; 37,11-14; Jl 3,1-5; etc). San Pablo asume
esta idea para decir que Dios resucita a Jesús con su fuerza, y que con esa misma fuerza
resucitará a todos los creyentes: “Si el Espíritu de aquel que resucitó a Jesús habita en
ustedes, el que resucitó a Cristo Jesús también dará vida a sus cuerpos mortales, por medio
del mismo Espíritu que habita en ustedes” (Rom 8,11).
En las cartas a los Corintios utiliza la palabra fuerza (dýnamis) para decir
exactamente lo mismo: “Dios, que resucitó al Señor con su poder...” (1Cor 6,14); “Es
cierto que Él fue crucificado en razón de su debilidad, pero vive por la fuerza de Dios”
(2Cor 13,4). En la carta a los Romanos lo denominará gloria de Dios: “Así como Cristo
resucitó por la gloria del Padre, también nosotros...” (Rom 6,4).
La novedad que aporta san Pablo sobre el Antiguo Testamento es que en aquellos
textos el Espíritu se manifestaba sobre algunos individuos escogidos, y estaba anunciada
para el futuro la efusión sobre todo Israel (o sobre toda la humanidad). En san Pablo esta
promesa ya aparece cumplida, desde el momento que el Espíritu se comunica a todos. La
presencia del Espíritu es un signo de que se ha llegado a los últimos tiempos, la escatología
ya ha comenzado.
San Pablo. Su vida. Sus cartas. Su teología. Luis H. Rivas. Pá gina 110
El Espíritu está ligado íntimamente a Cristo resucitado, de modo que se dice: “El
Espíritu de Cristo” (Rom 8,9), “El Espíritu del Hijo” (Gal 4,6), “El Espíritu de Jesucristo”
(Fil 1,19).
Así como san Pablo ha enseñado que la unión del cristiano con Cristo se
produce por una ‘inmersión’, un bautismo ‘en Cristo’, de manera semejante dice que
“todos hemos sido bautizados en un solo Espíritu” (1Cor 12,13). Al ser ‘sumergidos en
Cristo’, los creyentes han quedado sumergidos en el Espíritu de Cristo. El bautismo en
Cristo es un bautismo en el Espíritu: los términos se pueden utilizar de la misma manera.
La consecuencia de haber sido sumergidos en este Espíritu es que ahora han desaparecido
las diferencias entre judíos y griegos, esclavos y hombres libres, porque todos forman un
solo Cuerpo (1Cor 12,13; Gal 3,27-28). En el texto de 1Cor 12,13 recién citado se dice que
“hemos sido bautizados en un solo Espíritu para formar un solo Cuerpo”. La unidad que
confiere el Espíritu a todos los bautizados tiene como consecuencia la formación del
Cuerpo de Cristo.
Pablo dice que ese don del Espíritu se manifiesta por signos en la comunidad. Ante
el hecho de que los gálatas quieren volver a la ley, Pablo los exhorta diciéndoles: “Aquel
que les prodiga el Espíritu y está obrando milagros entre ustedes, ¿lo hace por las obras de
la Ley o porque han creído en la predicación?” (Gal 3,5). La presencia del Espíritu es para
Pablo algo constatable por la presencia de carismas y milagros en la comunidad. San Pablo
les recuerda a los corintios que él no los evangelizó recurriendo a la sabiduría de la
palabra, la retórica tan apreciada por los griegos, sino con “demostración del poder del
Espíritu” (1Cor 2,5).
Por la donación del Espíritu se concede a los creyentes la filiación adoptiva y estos
toman conciencia de que son hijos de Dios. Dos textos se refieren, de manera muy
semejante, a esta filiación:
“Todos los que son conducidos por el Espíritu de Dios son hijos de Dios.
Y ustedes no han recibido un espíritu de esclavos para volver a caer en
el temor, sino el espíritu de hijos adoptivos, que nos hace llamar a Dios
¡Abbá!, es decir, Padre. El mismo Espíritu se une a nuestro espíritu para
dar testimonio de que somos hijos de Dios” (Rom 8, 14-17).
Los comentaristas observan que en el primer caso (Gal) se dice que el Espíritu ha
sido dado a los que ya son hijos, mientras que en el segundo texto (Rom) se es hijo porque
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se ha recibido el Espíritu. San Pablo no se ha expresado con la precisión de lenguaje que
hubiéramos deseado los occidentales, sino que de distintas formas ha querido indicar la
íntima relación que existe entre el Espíritu Santo y la condición de hijos adoptivos de Dios.
En los dos casos se relaciona la condición de hijo de Dios con la donación del
Espíritu Santo, y en los dos casos Pablo utiliza la palabra aramea Abbá, que luego traduce
al griego: “Padre”. Este detalle tiene mucha importancia, porque Pablo no estaba
escribiendo a comunidades que hablaban la lengua aramea. Si escribe esto así, es porque él
lo recibió de las primitivas comunidades que hablaban arameo. El evangelio de san Marcos
dice que con esta palabra Jesús se dirigía al Padre (Mc 14,36). Él enseñó a sus discípulos a
dirigirse a Dios llamándolo ‘Padre’ (Mt 6,9-13 y Lc 11,2-4). Jesús rezaba y enseñaba a
rezar utilizando esta palabra aramea con la que los hijos llamaban a sus padres en la
intimidad del hogar. Pablo resume la oración cristiana en esta sola palabra Abbá, porque en
ella está condensada la nueva situación que se crea entre los hombres y Dios a partir de la
redención realizada por Cristo. La intimidad, confianza y cercanía que supone el uso del
término Abbá para dirigirse a Dios, y que se manifestaban en la oración que Jesucristo
hacía a su Padre, se han dado ahora a los discípulos. El Espíritu es el que permite a los
cristianos acercarse al Padre con esta disposición.59
Un texto de la carta a los Romanos describe la actividad del Espíritu Santo de una
manera que se acerca mucho a lo que se puede leer en los textos de la tradición joánica.
Cuando san Pablo está hablando de la suerte futura de los fieles, lo que les sucederá en la
escatología, dice: “los que ya poseemos las primicias del Espíritu, gemimos interiormente
anhelando la filiación adoptiva, la redención de nuestro cuerpo” (Rom 8,23). Pero “no
59
J. JEREMIAS, Abbá. El mensaje central del Nuevo Testamento. Salamanca – Sígueme 1981; 17-90.
San Pablo. Su vida. Sus cartas. Su teología. Luis H. Rivas. Pá gina 112
sabemos orar como es debido” (v.26). Es entonces cuando interviene el Espíritu Santo:
“viene en ayuda de nuestra debilidad... e intercede por nosotros con gemidos inefables”
(v.26).
Los creyentes ya poseen las primicias del Espíritu y ya tienen la filiación adoptiva.
Sin embargo, a esa condición de hijos de Dios le corresponde una gloria que todavía no se
ha manifestado. Se hará visible cuando se produzca la glorificación de los cuerpos en la
resurrección. En la condición actual nadie sabe ni puede orar como es debido para que se le
otorgue esa gloria, porque esta excede lo que cualquier mente humana puede llegar a
concebir. En consecuencia, nadie sabe qué es lo que hay que pedir. Entonces interviene el
Espíritu Santo: en el texto griego se dice literalmente “toma el lugar de nuestra debilidad”
y Él es quien reza ante el Padre con gemidos inexpresables. Por lo tanto, Él expresa lo que
nadie puede expresar. Puesto como sujeto de estas acciones, el Espíritu aparece con rasgos
de persona, lo que constituye un avance que permite vislumbrar la Trinidad. La intercesión
del Espíritu no puede ser equivocada o desproporcionada, ya que el Espíritu es Dios y pide
según Dios. Este Espíritu hace pedir, de manera adecuada, lo que cada fiel necesita. Él es
quien pide la glorificación, y la garantía de que será obtenida es que la pide Él.
En Ef 4,30 se ordena: “No entristezcan al Espíritu Santo de Dios que los ha sellado
para el día de la redención”. En otros lugares del Nuevo Testamento el Espíritu está en
relación con la alegría dentro de la comunidad (Hch 13,52; Rom 14,17; Gal 5,22; 1Tes
1,6), que es un don otorgado por el Espíritu Santo. El que con su forma de hablar o de
actuar atenta contra esta alegría e introduce la amargura, está “entristeciendo” el Espíritu
que está presente en los hermanos.
8. La Escatología
La palabra ‘Escatología’ se deriva del griego ‘ésjaton’ y se utiliza para hablar de las
cosas últimas. Bajo este título arbitrario se reúnen diversos elementos que se refieren a las
cosas finales, las que se ubican al final de los tiempos. En los textos de san Pablo aparece
un elemento propio que lo distingue de los otros autores del Nuevo Testamento: la segunda
venida de Jesús. Se debe agregar que san Pablo suponía que esta segunda venida se daría
en una fecha próxima. San Lucas, que en varios aspectos se muestra como seguidor de la
enseñanza de Pablo, ha integrado este elemento en su teología, pero sin marcar la urgencia
que proponía san Pablo.
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ídolos para servir al Dios vivo y verdadero, y esperar a su Hijo que vendrá desde el cielo:
Jesús, a quien Él resucitó y que nos libra de la ira venidera” (1Tes 1,9-10).
Más adelante describe la segunda venida: “A la señal dada por la voz del Arcángel
y al toque de la trompeta de Dios, el mismo Señor descenderá del cielo. Entonces primero
resucitarán los muertos...” (1Tes 4,16). Esta descripción: la voz del arcángel, la trompeta,
el cielo como un lugar alto desde el que se desciende, coloca a los lectores en un contexto
apocalíptico. El lenguaje es el propio de los libros llamados ‘apocalipsis’.
Llama la atención que en todas sus cartas san Pablo se expresa como convencido de
que esta segunda venida será en fecha cercana, hasta el punto de que usa una forma de
hablar que indica que él mismo será testigo. Esta forma de expresarse se observará hasta en
la última de sus cartas: “los que vivamos, los que quedemos cuando venga el Señor...
después nosotros, los que aún vivamos, los que quedemos...” (1Tes 4,15.17). “El Señor
está cerca...” (Fil 4,5). “Queda poco tiempo...” (1Cor 7,29). “No todos vamos a morir, pero
todos seremos transformados” (1Cor 15,51). “La noche está muy avanzada, se acerca el
día...” (Rom 13,12).
Deja claro, sin embargo, que con respecto “al tiempo y al momento” los cristianos
están en la incertidumbre, “vendrá como un ladrón” (1Tes 5,1-3). Lucas también toma de
la tradición paulina esta idea de la segunda venida del Señor, pero presenta una diferencia
con respecto a san Pablo, ya que establece una postergación: quita todo lo referente al
tiempo inmediato, y propone una postergación para dar lugar a la evangelización de los
gentiles.
Pablo le resta importancia al hecho de ser juzgado por la comunidad porque confía
en el futuro juicio: “Poco me importa que me juzguen ustedes o un tribunal humano...
dejen que venga el Señor: Él sacará a la luz lo que está oculto en las tinieblas y manifestará
las intenciones secretas de los corazones. Entonces, cada uno recibirá de Dios la alabanza
que le corresponda” (1Cor 4,3-5). “Todos debemos comparecer ante el tribunal de Cristo,
para que cada uno reciba, de acuerdo con sus obras buenas o malas, lo que mereció durante
su vida mortal” (2Cor 5,10). En otros textos se dice que este será el juicio del mismo Dios,
realizado por medio de Cristo Jesús (Rom 2,5-6.16).
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obra construida sobre el fundamento resiste la prueba, el que la hizo
recibirá la recompensa; si la obra es consumida, se perderá. Sin
embargo, su autor se salvará, como quien se libra del fuego” (1Cor 3,10-
15).
Se esperaría que concluya diciendo que los que trabajaron mal recibirán un castigo
pero, curiosamente, habla de una salvación a duras penas, “... como quien se libra del
fuego...”. Algunos creyeron ver aquí una referencia al Purgatorio. Pero es fácil ver en el
texto que se trata simplemente de una comparación: se salvará como quien huye de un
incendio que lo ha puesto en peligro de perder la vida. A continuación se refiere a una
posibilidad de condenación. “Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él”
(v.17). El castigo no es para el que trabajó mal, sino para el que destruyó. Y el castigo, en
este caso, está expresado en términos de destrucción.
San Pablo reza frecuentemente para que los fieles se mantengan intachables para
poder presentarse delante del juicio del Señor (1Cor 1,8; Fil 1,9-10; 1Tes 3,13; etc.).
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Es posible que san Pablo haya oído también a los filósofos que sostenían la doctrina
de la reencarnación. Él no lo dice en sus cartas, pero queda claro que no podía aprobar esta
enseñanza, así como tampoco compartía la de los saduceos.
Los cristianos, aun teniendo las primicias del Espíritu, sufren mientras esperan que
sus cuerpos sean rescatados de su condición mortal: “También nosotros, que poseemos las
primicias del Espíritu, gemimos interiormente anhelando la filiación adoptiva, la redención
de nuestro cuerpo” (Rom 8,23). La verdadera condición de hijos de Dios todavía debe
manifestarse, y esa manifestación solamente se producirá cuando el cuerpo sea glorificado
(ver Sab 5,5; 1Jn 3,2). El cuerpo, en su condición actual, está sometido a la muerte que le
impone su poder y lo coloca en una situación de esclavitud. Es como un esclavo que
necesita ser ‘redimido’, es decir, que consiga alguien que lo libere.
Tanto en la carta a los Tesalonicenses como en la carta a los Corintios, san Pablo
describe el momento de la resurrección como si solamente resucitaran los que murieron ‘en
Cristo’: “Primero resucitarán los que murieron ‘en Cristo’. Después nosotros...” (1Tes
4,16-17). “Así como todos mueren en Adán, así también todos revivirán en Cristo, cada
uno según el orden que le corresponde: Cristo, el primero de todos, luego, aquellos que
estén unidos a él en el momento de su venida. Enseguida vendrá el fin...” (1Cor 15,22-24).
Daría la impresión de que san Pablo considera la resurrección sólo para los que
están ‘en Cristo’. Es visible la ausencia de toda referencia a una resurrección para la
condenación, como en Dn 12,2 o Jn 5,29.60 Los que no están ‘en Cristo’ tendrían como
condenación la muerte eterna. Pero es comprensible que Pablo no hable de una
resurrección para la condenación: Pablo entiende que la resurrección de los justos consiste
en participar de la vida de Cristo resucitado. Cuando Pablo habla de resurrección, piensa
solamente en la glorificación, y no tendría sentido hablar de una resurrección para la
condenación. Deja entonces en la penumbra cuál será la suerte de los que no participen de
esa “resurrección gloriosa”.
En otro texto no se habla de ‘transformación’ sino de ser llevados sobre las nubes:
San Pablo. Su vida. Sus cartas. Su teología. Luis H. Rivas. Pá gina 116
Cristo’. Después nosotros, los que aún vivamos, los que quedemos,
seremos llevados con ellos al cielo, sobre las nubes, al encuentro de
Cristo, y así permaneceremos con el Señor para siempre” (1Tes 4,15-
17).
En este texto se menciona ‘la nube’, que es un elemento que aparece con frecuencia
en la Biblia. La nube manifiesta y al mismo tiempo oculta la presencia de Dios (Ex 19,9;
24,15-16; etc.). Entrar en la nube quiere decir entrar en el mundo de lo divino. El ser
arrebatados por nubes indica esa transformación que en la primera carta a los Corintios se
dice de otra manera: “No todos vamos a morir, pero todos seremos transformados En un
instante, en un abrir y cerrar de ojos, cuando suene la trompeta final – porque esto sucederá
– los muertos resucitarán incorruptibles y nosotros seremos transformados” (1Cor 15, 51).
Las polémicas de san Pablo con respecto a la resurrección están ubicadas en las
cartas enviadas a comunidades de Grecia: Tesalónica y Corinto. El libro de los Hechos
relata también el fracaso de la predicación de Pablo en Atenas, precisamente en el
momento en que mencionó la palabra “resurrección” (Hch 17,32). El pensamiento griego
admite sin dificultad la idea de inmortalidad, pero rechaza la resurrección (se entendería
como un retorno a la materia). Ante esta dificultad, el Apóstol explicará detenidamente que
la resurrección no se puede entender de esa manera tan grosera. San Pablo dedica la mayor
parte del capítulo 15 de la primera carta a los Corintios para exponer su enseñanza: habrá
una verdadera resurrección de los cuerpos, pero esta resurrección no será una simple
continuación de la vida con las características actuales, sino una verdadera transformación:
El grano de trigo primero muere y Dios crea en su lugar una planta, por lo tanto,
hay una muerte y una creación. Al decir que lo que se siembra “... no es lo que va a
brotar...” se entiende el concepto de Pablo acerca de la resurrección: no es sólo
inmortalidad del alma, porque además del alma habrá un cuerpo. Pero lo que muere no es
lo que resucita. Dios crea una cosa nueva y ese es el cuerpo de la resurrección: es
incorruptible, fuerte, espiritual; ya no vive con la vida natural sino que vive sustentado y
vivificado por el Espíritu de Dios.
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Como se ha visto en los textos citados, san Pablo tiene formulaciones semejantes a
la concepción de los fariseos, que hablaban de la muerte actual, después de la cual no
habría nada en espera de la resurrección al final de los tiempos. Algunos pensaron que
también san Pablo enseñaba que después de la muerte no había un encuentro con Cristo o
que no había bienaventuranza. Pero hay algunos textos en los que san Pablo se expresa de
modo que deja abierta la posibilidad de entender que el encuentro del cristiano con Cristo
se producirá inmediatamente después de la muerte:
Estas frases de san Pablo no responden a una concepción de que el encuentro con el
Señor se producirá sólo en la resurrección al final de los tiempos. La única forma de
entender este texto es suponiendo que inmediatamente después de la muerte ya se podrá
gozar de la presencia de Jesucristo glorificado. De otra manera, no se vería por qué Pablo
podría sentir esta urgencia de partir para estar con Cristo.
San Pablo. Su vida. Sus cartas. Su teología. Luis H. Rivas. Pá gina 118
sido creado (los hombres y las cosas) participarán finalmente de la gloria. El texto abre
paso a la tradición post paulina (Ef-Col) para la que ya es claro que todo el cuerpo (la
Iglesia = todo lo creado) participará en la glorificación que recibió la Cabeza que es Cristo.
Un misterio que supera lo que puede imaginar la mente humana.
San Pablo. Su vida. Sus cartas. Su teología. Luis H. Rivas. Pá gina 119
Conclusión
En los primeros días de la Iglesia, Cristo resucitado se reveló a san Pablo y le hizo
comprender que todas las esperanzas del judaísmo encontraban su cumplimiento en Él. De
esta forma Pablo pudo ofrecer una respuesta a aquellos judíos de su tiempo que se
encontraban “cansados y agobiados” bajo el yugo de la Ley. El celo por el cumplimiento
de la Ley llevaba a muchos a vivir en un constante esfuerzo por alcanzar la perfección
mediante la observancia minuciosa de todas y cada una de las exigencias de la Torah con
sus complicadas implicancias. Quienes vivían de esta manera se sentían muy orgullosos
por haber recibido esta Ley que expresaba la voluntad de Dios, pero en muchos casos
llegaban a sentirse distantes y separados de los demás hombres que no la conocían. Pero
era inevitable que esto los llevara a la insatisfacción de sentirse constantemente culpables
por no alcanzar nunca esa ansiada perfección, sabiendo que por eso mismo “estaban bajo la
maldición” y destinados a la muerte. San Pablo les anunció a todos ellos la Buena Noticia
de que Dios les ofrecía gratuitamente la redención y la vida eterna gracias a la obra
salvadora obrada por Cristo Jesús. Uniéndose a Cristo Resucitado podían alcanzar la
justicia que por la debilidad de la carne no podían obtener por medio de la Ley. La
gratuidad de la salvación los ponía en igualdad de condiciones con todos los demás
hombres, de tal manera que ya no había razones para el aislamiento, como tampoco para
hacer alarde de los propios méritos.
Marción, un cristiano del Asia Menor, con una desmedida adhesión a san Pablo,
único apóstol que él aceptaba, optó por rechazar de plano el judaísmo, y desconoció
totalmente el Antiguo Testamento, diciendo que el Dios que se revela en estas Escrituras
no es el Dios de Jesucristo. Como Sagrada Escritura admitió solamente las Cartas Paulinas
(exceptuando las tres pastorales), y una edición abreviada del Evangelio de san Lucas.
San Pablo. Su vida. Sus cartas. Su teología. Luis H. Rivas. Pá gina 120
autores de estos textos permanecen invariablemente fieles. Para ellos Jesús era sólo un
nuevo Moisés, sin condición divina. Consecuentemente, no admitían la Trinidad.
La Iglesia rechazó por igual tanto una posición como la otra, porque siempre ha
reconocido los escritos de san Pablo como Sagrada Escritura, al mismo tiempo que durante
toda su historia ha enseñado que “Dios es quien inspiró y es autor de los libros de ambos
Testamentos” (CONCILIO VATICANO II, Constitución Dogmática “Dei Verbum”, cap. V,
16).
Las posiciones extremas surgidas en los primeros tiempos de la Iglesia revelan que
la predicación de san Pablo ha inquietado a sus oyentes, y estos no han podido permanecer
indiferentes. Lo mismo ha sucedido en la Iglesia a través de los siglos, porque en las
grandes controversias teológicas siempre se ha girado – de alguna manera – en torno a la
interpretación de textos paulinos.
Al comenzar el siglo XXI la palabra de san Pablo sigue siendo tan provocativa
como en los comienzos de la Iglesia. La tendencia al aislamiento y la búsqueda de una
salvación adquirida sólo con el propio esfuerzo sigue siendo un fenómeno actual. La falta
de esperanza en el futuro, la corrupción de las costumbres y la opresión de los más débiles,
son los signos de nuestro tiempo.
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Lecturas recomendadas:
Horacio Lona, Carisma y libertad. Tres estudios sobre san Pablo; Buenos Aires, Centro
Salesiano de Estudios 1993.
San Pablo. Su vida. Sus cartas. Su teología. Luis H. Rivas. Pá gina 122
ÍNDICE
Introducción
Datos Biográficos
San Pablo. Su vida. Sus cartas. Su teología. Luis H. Rivas. Pá gina 123
d) Las Cartas de la tradición paulina
1. Títulos de Cristo
a. Hijo de Dios
b. Cristo
c. Señor
d. Salvador
Conclusión
San Pablo. Su vida. Sus cartas. Su teología. Luis H. Rivas. Pá gina 124