ECLESIOLOGÍA
ECLESIOLOGÍA
ECLESIOLOGÍA
TRATADO DE ECLESIOLOGIA
LA CEJA ANTIOQUIA
2
0.) INTRODUCCIÓN
Vamos a partir, por consiguiente, de los datos de la revelación leídos a la luz de la fe,
iniciando nuestro estudio con esta unidad didáctica centrada en una eclesiología bíblica,
que trata de recoger los rasgos de la conciencia eclesial que aparecen en la Escritura.
Las perspectivas desde las que nos vamos a acercar a la sagrada Escritura determinan los
temas tratados en este tratado y vienen exigidas por un doble objetivo. En primer lugar,
el que, a partir de la problemática surgida en siglo XX sobre el nacimiento de la Iglesia,
trata de explicar de un modo positivo y crítico el proceso que culmina con su aparición
en la historia. De ahí nuestro tema uno: origen y fundamento de la Iglesia.
Pero antes de todo, iniciamos con una breve definición eclsiológica que nos dará una
primera visión general sobre el tema, lo que nos permitirá discutir con más argumentos
sobre el tema, sabiendo más o menos de qué partimos, por dónde recorremos y a dónde
queremos llegar.
0.1. A manera de definición, qué es la Iglesia?: Este término se deriva del verbo
griego kaléo (llamar). En el uso común, mediante el prefijo ek-, designaba la reunión de
los ciudadanos que en la polis griega gozaban de capacidad jurídica. En la versión griega
del Antiguo Testamento el término traduce con cierta frecuencia el hebreo qahal, que en
la tradición deuteronomista designaba a la comunidad de Israel en cuanto constituida por
la alianza. Ausente de los evangelios (excepto en Mt 16,18 y 18,17), este término
aparece en los Hechos de los Apóstoles y sobre todo en el corpus paulino. En los
diversos usos neotestamentarios del término, se entiende a la Iglesia en sentido particular
(asamblea en acto para el servicio litúrgico, pero sobre todo para la celebración de la
cena del Señor, y comunidad establecida en un lugar o territorio), o bien en un sentido
universal, es decir, el pueblo entero disperso por todo el mundo que ha sido reunido en
el nombre de la santa Trinidad. Del griego se deriva el latín Ecclesia, de donde ha
pasado a las lenguas latinas. (a veces es traducido también por “casa del Señor”).
Para comprender la realidad designada por este nombre hay que remontarse al designio
libre y misterioso de Dios Padre de salvar a todos los hombres, llamándolos a la
comunión consigo mediante su Hijo en la fuerza del Espíritu Santo. Debido a este origen
trinitario, el concilio Vaticano II designa a la Iglesia como «misterio». Se trata de un
3
Entre éstas recordemos las del rebaño y del redil, las del campo y la viña, las del edificio
y el templo, y sobre todo la de Esposa; el valor simbólico de estas imágenes, importante
va en el Antiguo Testamento, alcanza su plenitud definitiva en Cristo y en la Iglesia. Del
conjunto surge en toda su vitalidad la realidad de la Iglesia, dotada en su conjunto de
algunas propiedades esenciales que, indicadas en la expresión del símbolo niceno-
constantinopolitano, son: la unidad, la santidad, la catolicidad y la apostolicidad. Estas
propiedades, que dimanan de su esencia y que están unidas establemente a ella, asumen
también una importancia fenomenológica. Es decir, pueden hacerse visibles en el cuerpo
eclesial por el hecho de que la Iglesia, precisamente por ser «misterio» es la actuación en
el espacio y en e1 tiempo de los hombres del plan eterno salvífico de Dios. Por
consiguiente, es también un sujeto histórico, es decir, una realidad social y visible,
activamente presente en la historia, influida por los hechos históricos y marcándolos a su
vez en su camino hacia la meta final, a la que Dios llama desde el principio a la
comunidad humana. Por esto la eclesiología, mientras que reflexiona sobre el misterio
de la Iglesia, la estudia también en su estructura de comunidad visible, organizada como
sociedad según la voluntad del Señor Jesús.
1
LG. 2
2
LG. 9
4
“Esta Iglesia, constituida y ordenada en este mundo como una Sociedad, se realiza en la
Iglesia católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los obispos, en comunión con
él, aunque puedan encontrarse fuera de su comunidad muchos elementos de
santificación y de verdad que, como dones propios de la Iglesia de Cristo, impelen hacia
la unidad católica”5. Esta misma Iglesia, debido al carácter misionero que le ha querido
dar Cristo “ora y trabaja a un tiempo para que la totalidad del mundo se incorpore al
pueblo de Dios, cuerpo del Señor y templo del Espíritu Santo, y en Cristo cabeza de
todos, se rinda todo honor y gloria al Creador y Padre universal”6.
forma a Eva, así del costado de Cristo toma forma la nueva Eva, la Iglesia, que con sus
sacramentos hace participar a los fieles de la vida misma del resucitado. Junto a esta
imagen se recurre a la que ve a la Iglesia presente desde siempre en el plan de la
salvación: el Padre pensó en ella como en la esposa para el Hijo.
Las luchas eclesiásticas durante la Edad Media favorecieron una nueva imagen de esta
relación, que tenía más bien un trasfondo jurídico. Poco a poco va tomando pie la
representación de la constitución jerárquica de la Iglesia y se ve en Pedro y en los
obispos el vínculo que mantiene unidos a la Iglesia con Jesús. Se introduce el concepto
de "ius divinum» que se convierte, junto con la Escritura, en el criterio de garantía de
legitimación de la Iglesia en sus relaciones con Cristo. Será el concilio de Trento el que
presente estos dos términos como respuesta a la tesis luterana que defendía las relaciones
solamente con la Escritura.
El concilio Vaticano II, sobre todo en los nn. 2-5 de la Lumen gentium, presentó una
nueva comprensión de la problemática, insistiendo en los principios que inspiraron todo
el concilio: la referencia correcta a la Palabra de Dios y a la visión histórico-salvífica.
Por lo que se refiere a la relación Jesús-Iglesia, el concilio afirma ante todo la dimensión
trinitaria del origen de la Iglesia: es un pueblo reunido por el Padre, el Hijo y el Espíritu
13
DZ. 3050
14
DZ. 3425-3457.
15
DZ. 3492.
16
DZ. 3540.
8
Santo; sigue diciendo que existe es un proyecto salvífico por parte del Padre, que
concibe a la Iglesia “prefigurada desde los principios del mundo, preparada en la historia
del pueblo de Israel”17, pero destinada a llamar y a convocar en sí a todos los creyentes
hasta el fin del mundo18. Toca directamente nuestro problema afirmando que el misterio
de la santa Iglesia se manifiesta en su misma fundación. Pero el Concilio no habla de un
único gesto; enumera más bien una serie de hechos que permiten verificar plenamente
cuál es el sentido de fundación. El Concilio enseña que Jesús fundó la Iglesia al
anunciar el Reino de Dios; que ese Reino se expresa en su persona y que es visible en el
momento en que expulsa a los demonios y muestra el amor misericordioso del Padre;
que envía al Espíritu para que su Iglesia permanezca durante siglos fiel a su voluntad. En
la conclusión del párrafo, el concilio vuelve sobre la fundación diciendo que “la Iglesia,
enriquecida con los dones de su Fundador observando fielmente sus preceptos de
caridad, de humildad y de abnegación, recibe la misión de anunciar el Reino de Cristo y
de Dios, de establecerlo entre todas las gentes, y constituye en la tierra el germen y el
principio de este Reino”.
17
LG. 2
18
LG. 5.
19
Cf. RINO FISICHELA, D.T. en un CD, Cursos despensas de la Gregoriana.
9
PRIMERA PARTE
Como ocurre con la totalidad de la revelación, también en este caso se nos presenta el
problema de la relación entre historia y fe. Desde luego, la historia no puede ser el
fundamento último de la fe, que tiene su origen en la llamada y en la acción de Dios,
pero es evidente que los signos humanos e históricos que ponen de manifiesto el carácter
razonable del acto de fe tienen un peso indiscutible y necesario. Por eso, al tratar de
responder a la pregunta sobre la relación que existe entre Jesucristo y el nacimiento de la
Iglesia, no podemos prescindir de una confrontación con la historia que ponga de
manifiesto los signos históricos y humanos de dicha relación.
Jesucristo y la Iglesia: Para tratar nuestro tema tenemos que basamos, ineludiblemente,
en los escritos del N.T, pero es fácil comprobar que en ellos la cuestión del nacimiento o
de la fundación de la Iglesia no aparece como la respuesta a una pregunta de tipo
teológico. Lo que allí encontramos es una auto inteligencia creyente y polifacética de la
realidad de la Iglesia.
En los evangelios encontramos la persona y la vida de Jesucristo tal como la captaron
desde la fe los primeros cristianos. En los hechos, la Iglesia tal como surgió del
acontecimiento de Pentecostés y de la acción de los apóstoles movidos por el espíritu.
En Pablo y en Juan, la comprensión teológica de los acontecimientos de la vida, muerte
y resurrección de Jesús, junto con la nueva concepción del hombre y del mundo, que la
Iglesia vive y anuncia. Y, finalmente, en las cartas pastorales encontramos una primera
organización de las comunidades.
Según hemos visto, hay exegetas y teólogos contemporáneos que, de una manera u otra,
afirman que la Iglesia no se remonta a Jesús, sino que es el resultado de acontecimientos
posteriores a su muerte. Fue la experiencia de la pascua, unida a los acontecimientos
históricos y a la reflexión sobre los mismos, la que originó esta nueva realidad que
denominamos Iglesia. Entre estos exegetas y teólogos hay algunos que incluso llegan a
afirmar que Jesús no pretendió fundar Iglesia alguna, se limitó a proclamar el reino de
Dios coma alga inminente. Fueron los discípulos quienes, después del acontecimiento de
Pentecostés, se reconocieron coma la nueva comunidad de salvación. Por lo cual, según
ellos, la Iglesia no proviene de la voluntad de Jesús, sino de la decisión de sus
seguidores.
Esta tesis que, según hemos visto, globalmente tomada, tiene sus antecedentes en
tiempos de la disputa modernista, fue posteriormente defendida por la escuela de la
historia de las formas (R.Bultmann y M. Dibelius) y, más recientemente, ha sido
recogida y presentada por varios teólogos coma A. Vögtle (católico) y W.G. kümmel
(protestante). Aunque estos autores presentan algunas matizaciones, incluso importantes,
en la investigación del tema, puede decirse que coinciden en el planteamiento que
anteriormente hemos expuesto.
Ante una crítica tan radical, la primera reacción de la teología católica tradicional fue la
20
Cf. Ds 2145
11
Por ello se puede decir que la Iglesia no tiene su origen simplemente en el mandato de
Jesús, sino en toda la acción de Dios en Jesucristo; desde su nacimiento, su predicación
y la elección de los discípulos hasta su muerte, su resurrección y el envío del espíritu. La
comisión teológica internacional ha tratado recientemente este tema de la fundación de
la Iglesia y sus conclusiones se mueven también en este sentido: ‘toda la acción y todo el
destino de Jesús constituyen en cierta manera la raiz y el fundamento de la Iglesia. La
Iglesia es como el fruto de toda la vida de Jesús22’. En esta perspectiva adquieren
significado no solo algunos momentos de la actuación de Jesús, sino de toda su
existencia.”Por ello es posible reconocer en la acción de Jesús elementos preparatorios,
desarrollos progresivos y etapas que conducen a la fundación de la Iglesia23.
Todo lo anteriormente dicho supone que, cuando utilizamos los términos “fundar
/fundación” para referirnos a la relación que existe entre la Iglesia y Jesús de Nazaret, es
preciso entenderlos en el sentido amplio de “estar en el origen” y teniendo en cuenta
que, unidos al término “fundamento”, indican la total relación de la Iglesia con
Jesucristo.
Pues bien, una vez que hemos visto que el estudio histórico-critico de los evangelios nos
lleva a comprender que la Iglesia surge como el resultado de un proceso que va desde la
vida terrena de Jesús de Nazaret hasta su resurrección y el envió del espíritu, en los si-
guientes epígrafes de este tema vamos a dar una respuesta lineal a la pregunta sobre la
fundación de la Iglesia.
Para ello, vamos a seguir una serie de el etapas que abarcan todo el misterio de la vida,
misión, muerte y resurrección de Jesús y que culminan con el envió del Espíritu santo.
La presencia de Jesús inaugura el Reino en los que escuchan su palabra, suscitando así
una comunidad de fe y de amor en espera de la plena manifestación del Reino. Jesús
dirige su palabra y su acción en primer lugar a Israel, “Israel, disperso, dividido,
pecador, sigue siendo para Jesús el pueblo de la alianza y de la promesa, que no debe ser
nuevamente fundado, sino renovado, reunido y restablecido en su identidad originaria de
pueblo de Dios. Destinatario de predicación de Jesús es, por consiguiente, Israel en
cuanto tal, Israel en su totalidad”26.
Los Doce De entre la comunidad de discípulos que seguían a Jesús y se sentían atraídos
por la proximidad del Reino de Dios, Jesús convoco a un grupo mas reducido con
quienes mantuvo una relación especial: fueron los doce (Mc 3,14; Lc 6, 12-16). Esta
elección es un gesto simbólico que nos habla de “la pretensión Jesús de restablecer a
Israel Según su identidad, originaria y al mismo tiempo escatológica, de pueblo de las
Doce tribus”29 la presencia de los “doce” y su misión pre-pascual expresan la voluntad
de Jesús de inaugurar, con su presencia, su palabra y su actuación, la comunidad del
nuevo pueblo de Dios. La elección de los “doce” no contradice la universalidad de la
invitación de Jesús, precisamente porque su grupo está compuesto de hombres de la más
diversa extracción social y religiosa.
Las doce son testigos y apóstoles (apostoloi = enviados). Lucas es quien aplica de forma
expresa el término “apóstol” a los doce: “llamó sus discípulos y eligió Doce de entre
ellos, a los que llamó también apóstoles” (LC 6,13). En mateo encontramos una mayor
precisión del envío o misión de los doce:”a estos Doce envió Jesús, después de darles
estas instrucciones:... Por el camino proclamad que el Reino de Dios está cerca, curad
enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos y echad demonios “(Mt 10,5-8 y
paralelos).
El objetivo de la misión de los doce coincide, por consiguiente, con la misión de Jesús
(Mc 1,15): anunciar el Reino de Dios y hacer signos con poder (exouxia) que acrediten
que el Reino ya está presente. (Mc 3,13-15). Es decir, tienen como misión la
continuación o extensión de la misión escatológica del mismo Jesús. El alcance de esta
misión la entenderán los discípulos después de los acontecimientos de la resurrección y
de Pentecostés, tal coma lo expresa el final del evangelio de mateo: “id y enseñad a
todas las gentes, bautizándolas...” (28,19-20). El anuncio del Reino no puede quedar
reducido a Israel, alcanza a todos los hombros. Por otra parte, y dado el carácter
simbólico de los Doce, el envió de Cristo se dirige a toda la comunidad de discípulos,
atañe a toda la Iglesia.
A Pedro se le atribuye un papel especial en el grupo de los “Doce”, al cual va ligada una
de las dos menciones de la Iglesia que se hacen en los evangelios. Mateo 16, 17-19, a
diferencia de los paralelos sinópticos, añade a la profesión de fe de Pedro estas palabras
sobre la Iglesia: “y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro y que yo sobre esta piedra
edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las
llaves del Reino de los cielos, y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo
que desates en la tierra quedará desatado en los cielos”. El texto ha sido repensado por
Mateo en un contexto pospascual y a la luz de la pascua se lee y se comprende. Con ello
trata, de situar la realidad de la Iglesia y el papel de Pedro en ella sobre el fundamento
del mismo Jesús.
Una interpretación válida del texto debe tener en cuenta la visión global de fe en la que
se inserta. La Iglesia se presenta aquí como la comunidad mesiánica del pueblo
renovada de la nueva alianza. Jesús quiere fundar esta comunidad sobre Pedro. La
imagen que Mateo utiliza aquí es la de la casa. Ahora bien, la piedra angular de esta casa
es el mismo Jesús (cf Mt 21, 42). Pero Jesús quiere hacer participe también a Pedro de
28
. Id.id.
29
. J. HOFFMANN, o.c.
15
La imagen de las llaves significa la concesión de plenos poderes sobre la casa, sobre
todo en lo que se refiere a la admisión o la exclusión de la misma. Una confrontación
con Mt. 23,13 permite comprender mejor que se trata del poder de anunciar y de
exponer la voluntad de Dios, su Reino y las condiciones por a acogerlo. Este es
exactamente el poder que Jesús confía entonces a Pedro, no para privarse de él sino para
hacerlo permanentemente operante. La frase sobre “atar y desatar” significa el poder de
obligar o de liberar de una obligación y, por consiguiente, de admitir en la comunidad o
de excluir de ella. Esto se realiza de manera especial en el perdón de los pecados.
1. 3. LA ÚLTIMA CENA
Entre los acontecimiento de la vida de Jesús es preciso destacar la última cena, como
una etapa importante en el proceso de constitución de la Iglesia, dada la estrecha
relación que existe entre la Iglesia y la “cena del señor”, celebrada ya por las primeras
comunidades cristianas, según el mandato del propio Jesús. Sin duda esta es la causa de
que algunos autores hayan podido considerar la última cena “como un verdadero acto
fundacional de la Iglesia”30.
Que la cena no sea y no se pueda considerar una comida coma cualquier otra la
atestigua indirectamente Pablo en 1Cor 11, 28, donde insiste sobre la necesidad de
examinarse antes de participar en la cena, para no comer indignamente el cuerpo y la
sangre del señor. Los relatos neotestamentarios de la cena son cuatro: Mt 26,26-29 y Mc
14,22-24 (casi idénticos entre sí, atribuidos a la tradición palestinense) más Lc 22, 15-20
y 1cor 11, 23-25 atribuidos a la tradición de la comunidad de Corinto, 1Cor. es el texto
más antiguo de los cuatro).
30
.H. FRIES, teología fundamental, Herder, Barcelona 1986, pág. 500.
16
Más allá de las diferencias, todos los relatos coinciden en los puntos esenciales, lo que
nos permite ver con claridad el sentido de la última cena, sobre el que existen
conclusiones fuera de toda discusión.
La última cena : expiación. En la cena Jesús relaciona sus palabras y sus gestos no solo
con un acontecimiento pasado, sino, sobre todo, con una realidad presente: su propia
persona, que se encuentra ante una muerte inminente. por eso identifica el pan y el
vino con su cuerpo y con su sangre y de esta forma vincula la cena con su muerte,
interpretándola como sacrificio por “muchos”, es decir, por todos, y como comunión
con él, una comunión que supone la participación en su vida.
El Jesús pospascual se había comprendido a sí mismo y había identificado su destino de
profeta/mesías con la misteriosa figura del siervo de Yaveh, que sufre y da su vida por la
salvación de los hermanos (cf. especialmente Is 53). De este hecho han quedado indicios
en los evangelios, por ejemplo ; Mc 10,45 y par: “el Hijo del hombre ... ha venido a
servir y a dar la vida en rescate por muchos”.
El significado de las palabras de Jesús sobre el pan, especialmente en la forma usada
por Pablo (“mi cuerpo que se da por vosotros”) o por Lucas (“mi cuerpo entregado
por vosotros”) y también sobre el cáliz (“mi sangre derramada por muchos”, según
Marcos y Lucas, a la que Mateo añade “ por a el perdón de los pecados”), hay que
entenderlas, sin ninguna duda, en el sentido del siervo sufriente.
La última cena : símbolo. Las palabras y los gestos de Jesús no solo descubren el
sentido de su muerte, sino que realizan simbólicamente su propia muerte inminente y,
con ella, el establecimiento de una nueva alianza.
La alianza del Sinaí se pactó entre Dios y su pueblo mediante un sacrificio: “tomó
Moisés la sangre, roció con ella al pueblo y dijo: ésta es la sangre de la alianza Que
Yaveh ha hecho con vosotros” (ex 24,8). Así, del mismo modo que, en la antigua
alianza, un sacrificio hizo de mediación entre Dios y su pueblo, el sacrificio de Jesús se
ofrece como mediación en el momento del nuevo pacto entre Dios y los hombres.
La nueva alianza aparece expresamente anunciada en Jeremías 31,31-34: “yo pactaré
con la casa de Israel una alianza nueva... Pondré mi ley en su interior y sobre sus
corazones la escribiré, y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo”.
Espíritu Santo : co-fundador pero para que este hecho se haga realidad plena es
necesario el don de espíritu, a quien algunos autores llaman cofundador de la Iglesia. 34
siempre activo y operante en la historia de la salvación, el Espíritu ha actuado de manera
particular en la humanidad y en la vida de Jesús. Como portador del Espíritu, Jesús lo
promete primero y después lo entrega verdaderamente como un don (cf. Jn 15,26;
31
H. Fries, o.c., pág 507.
32
. J. HOFFMANN, o.c., pág 113.
33
H. FRIES, o.c., pág 535.
34
. cf. Y. CONGAR, El Espíritu santo, Herder, Barcelona 1983, pág 207.
18
20,22).
El relato de Pentecostés del segundo capitulo de los hechos narra cómo el espíritu
prometido se derrama sobre los apóstoles y sobre cuantos estaban reunidos con
ellos. Pedro describe sus efectos. Más adelante, Pablo (2 Cor 3,17) explicará que la
relación entre Cristo y el espíritu es tan estrecha que es precisamente el espíritu el que
hace posible la resurrección y la experiencia de la presencia vital del Resucitado, más
allá de todo límite de tiempo y de espacio. A través del espíritu se determina también
una nueva pertenencia de los cristianos a Cristo. Con el don del Espíritu se realiza
plenamente la revelación de Jesucristo, que desde entonces pertenece a la Iglesia como
el lugar de su permanente eficacia y actualización. Eso no quiere decir que la Iglesia
pueda disponer libremente de la revelación, sino más bien que la revelación constituye el
criterio de su identidad y de su constante renovación. De aquí el estrechísimo nexo que
la fe cristiana ha establecido siempre entre el Espíritu Santo y la Iglesia, fe que ha
quedado expresada para siempre en nuestro credo.
Sin embargo, no sería exacto quedarse en estas etapas considerándolas solo como el
comienzo de la Iglesia en el pasado, porque precisamente “en este desarrollo se
constituye la estructura fundamental, permanente y definitiva de la Iglesia” 36. Por ello,
es preciso hablar también de un origen permanente de la Iglesia en Jesucristo. La Iglesia
fundada por Cristo no depende de Él solamente en su proveniencia exterior histórica y
social. Proviene de su Señor todavía más profundamente, porque él es quien
constantemente la nutre y edifica en el espíritu santo” 37. Este es el sentido que tiene el
concepto patrístico de la Iglesia, a la que considera nacida del costado de Cristo abierto
en la cruz(cf. Jn 19,34). Y este es el sentido de tantas imágenes bíblicas aplicadas a la
Iglesia: propiedad, pueblo, casa a campo de Dios (Cf. LG 6,) esposa de Cristo (Cf. LG
3,), rebaño de Cristo y cuerpo de Cristo (Cf. LG 7). Por lo tanto, Jesucristo constituye
en el espíritu no solo el signo histórico de la Iglesia, objetivamente reconocible, sino
también al mismo tiempo su origen permanente. Jesucristo es aquel que, en el pasado,
ha dada origen a la Iglesia y aquel que en el presente se manifiesta en ella y a través de
ella como el Viviente y el Señor de la historia. Por eso el señor Jesús debe ser creído y
conocido al mismo tiempo como el fundador y el fundamento de la Iglesia.
35
COMISIÓN TEOLOGICA INTERNACIONAL, o.c. Pág 278.
36
. Id. id.
37
. id. id. pág 279
19
Pues bien, analizado el proceso que condujo al nacimiento de la Iglesia tal como lo
encontramos reflejado en el N.T, en el presente tema vamos a tratar de responder a esta
pregunta: ¿Cómo se entiende la Iglesia a sí misma en aquellos momentos?
Es indudable que la Iglesia de Cristo es una realidad del N.T. Su entrada en la historia de
la salvación presupone la realización del misterio del Verbo hecho carne y de su misión
salvadora en el mundo así como la efusión del Espíritu. Pero la revelación del misterio
cristiano del hombre se ha realizado progresivamente en el curso de la historia de la
salvación, de tal modo que podemos decir que la Iglesia de Cristo ha sido prefigurada y
preparada en la existencia del pueblo de Israel. Por eso, antes de entrar a analizar los
escritos del NT, nos vamos a detener brevemente en el A.T para señalar los puntos
esenciales de la prehistoria y prefiguración de la Iglesia que en él se contienen.
Al aceptar esta alianza con Yahvé, Israel asume la onerosa obligación de vivir según una
cultura totalmente centrada en Dios. Israel recibe de Yahvé todos los elementos de la
cultura de un pueblo: un código moral severo, unas estructuras sociales y económicas
más justas, valores éticos más elevados y ritos religiosos purificados de toda magia,
idolatría y superstición. Esto supone la renuncia consiguiente a ser el creador de sus
propios mitos y de sus leyes. La incitativa parte totalmente de Dios. El pacto es
promovido por él mediante una acción que los autores del AT llaman con frecuencia
elección, y la estrecha relación establecida entre Llave y su pueblo se expresa en varias
analogías como padre-hijo, marido-mujer, rebaño-pastor, súbdito-rey, que sugieren la
intimidad de esa relación.
Ser elegido como aliado de Dios y asociado con él en su designio de salvación de toda la
humanidad es la singularísima dignidad del pueblo de Israel y su verdadera carta de
identidad frente a otros pueblos, que han podido ocupar un puesto importante en la
historia gracias a otros títulos: el poder, la sabiduría, el derecho, etc. La observancia o
inobservancia del pacto y la determinación de su significado constituyen el hilo
conductor que atraviesa toda la historia del pueblo de Dios. Cuanto mayor es la fidelidad
38
Carta de la Secretaria de la Comisión Bíblica (16-14-48) al cardenal Suhard, en AA.VV., Roma and the
Study of Scriptura - ST. Meinard (Jnd)7 1972, pág 58.
21
del pueblo, más profunda y eficaz es la presencia de Dios en él. Los períodos de
infidelidad provocan la cólera de Yahvé, pero no quebrantan su voluntad de salvar a
Israel, que permane inalterada a través de todo el AT.
En cuanto a los objetivos y al significado de la alianza, se perciben a lo largo del AT dos
interpretaciones distintas:
• La particularista, que es la más común no sólo en los textos históricos, sino también
en los proféticos. En ella se expresa la convicción de que Israel es el pueblo principal
del mundo y de la historia universal y de que, por lo tanto, los otros pueblos no sólo
deben servir a Yahveh sino también a Israel y, en consecuencia, quedar sometidos a
él.
• La universalista (representada sobre todo por Jeremías, el deutero Isaías algunos salmos)
no concibe la salvación como un privilegio de Israel, sino como un don que Yavheh, a
través de Israel, ofrece a todos los pueblos ( Jer 16,21; Is 45,22-24; ls 56,6-7; el libro de
Jonás).
La interpretación universalista supera a la particularista no sólo en el plano cuantitativo,
sino también en el cualitativo, pues asocia al pacto con Yahveh modalidades nuevas que
aclaran su sentido y su alcance eminentemente moral y espiritual. La condición
fundamental para mantener el pacto con Yahveh es la fe, que confiesa humildemente la
propia impotencia y reconoce que la salvación viene exclusivamente de Dios, que dirige
la historia de los individuos y de las naciones. En la vida práctica la fe está íntimamente
ligada a la pobreza espiritual (Is 8,16-18; 30,17-18) y al culto simple y sincero (Is 1,11-
15) y, mediante ella, se participa en la santidad de Dios (Is 8,13-14).
Pero la acogida del Hijo de Dios en el humilde ropaje del Siervo de Yahveh será la gran
prueba a la que se verá sometido Israel. Al fallar la prueba, será privado del derecho de
primogenitura del Reino, un derecho que pasará a los gentiles, como algún profeta había
claramente previsto. Así, la Iglesia se constituirá sin Israel, pero no contra él. También
Israel, antes del fin de los tiempos, pero después del ingreso en la Iglesia de todos los
gentiles, se convertirá. Entonces, “todo será salvo... porque los dones y la vocación de
Dios son irrevocables”.(Rom 1, 26-29). Desde el punto de vista teológico, la verdad que
más cuenta cuando se reflexiona sobre el pacto originario y sobre la antigua alianza es su
carácter irreversible además de universal. Dios no se desdice jamás de sus promesas.
Jesús lo repite en varias ocasiones.
La única gran novedad que se registrará en la nueva alianza respecto a la antigua está en
la cualidad del interlocutor: el pueblo que Dios escoge para la nueva alianza es un
pueblo que debe su unidad no a vínculos étnicos, raciales o nacionales, sino a la fe en
Cristo y a la gracia del Espíritu santo.
22
El hecho de que entre la antiga y la nueva alianza no exista ninguna ruptura o inte-
rrupción, sino una constante unidad y continuidad, se deduce también fácilmente del
lenguaje del que se ha servido siempre la Iglesia para hablar de sí misma. Es un lenguaje
tomado en gran medida del A.T. Claramente veterotestamentarias son las expresiones
pueblo de Dios, arca de la alianza, redil, viña, esposa predilecta, casa del Señor,
templo, nueva Jerusalén, ancla de salvación y tantas otras. Lo que permite concluir que,
desde el punto de vista teológico, Israel y el antiguo pacto no son simplemente parte de
la prehistoria de la Iglesia, sino que, por el contrario, son momentos constitutivos de su
misma historia.
Sin embargo, a pesar de las diferencias que caracterizan la imagen de la Iglesia en los
diversos escritos, en todos encontramos una autoconcepción más o menos explícita de la
misma. El testimonio de la comunidad cristiana sobre el acontecimiento salvífico de
Cristo, que se hace eficazmente presente en y por medio de la Iglesia, es el hilo
conductor que mantiene unidos todos los escritos del N.T. De acuerdo con todo lo
dicho, no es negligencia alguna limitarse a los escritos que son paradigmáticos para
nuestra cuestión y, por ejemplo basar la eclesiología no en Marcos, sino en Mateo, que
recoge y explica las escasas indicaciones de Marcos sobre la preformación de la Iglesia,
o prestar atención a los Hechos y a las cartas paulinas antes que a otros escritos.
La Iglesia, tal como Mateo la entiende y en la que vive, es la Iglesia del Mesías Jesús, ya
iniciada por él de una manera oculta. El reinado de Dios, su irrupción en el horizonte de
la historia en la Persona de Jesús, su establecimiento dentro de la historia en el grupo -
delimitado, aunque abierto- en los que “le siguen” y acogen su misterio, la formación de
este grupo a base de los discípulos y de los doce, con Pedro a la cabeza como
fundamento del conjunto, tales son en Mateo los datos que afianzan y manifiestan en
principio la estructura de la Iglesia en el grupo de los seguidores de Jesús.
Según Mateo, puede decirse incluso que en el grupo de los discípulos se lleva a cabo el
paso de Israel a un nuevo pueblo de Dios del que formarán parte todos los pueblos de la
tierra (cf 15,24; 10,5ss en comparación con 15, 28; 8, 10ss; 21, 43, etc). Todo esto se
pone de manifiesto cuando aquel en quien se nos ha acercado el reino de Dios se revela
como tal y resucita de entre los muertos. Él anuncia a los discípulos que, en cuanto
resucitado y exaltado, se le ha dado “todo poder en el cielo y en la tierra” (28, 19). Se
da, pues, a conocer como Señor absoluto del mundo y, como tal, envía a sus discípulos
con el encargo de “hacer discípulos a todas las gentes bautizándolas ... y enseñándoles a
guardar todo cuanto yo os he mandado” (28,19).
En los Hechos aparece con claridad el lugar preeminente que Pedro ocupa entre los
apóstoles. Las decisiones más importantes se toman por su iniciativa o con su
aprobación: Propone la elección de Matías. Después de la venida del Espíritu santo, se
dirige a una gran multitud, que en gran parte se convierte. Acompañado de Juan, va al
templo a curar al cojo y explica qué milagro se ha realizado en nombre de Jesús. Los
magistrados del templo los conducen al tribunal, donde predica con gran valentía a Jesús
y su mensaje. Más tarde, en el concilio de Jerusalén, Pedro es el que toma la palabra
24
para poner fin al problema de la situación de los gentiles con relación a las
prescripciones mosaicas: “nosotros creemos, más bien, que nos salvarnos por la gracia
del Señor Jesús, del mismo modo que ellos” (15, 11).
La Iglesia primitiva se remite también a Jesús en lo que se refiere a sus leyes, sus
costumbres y sus valores. La ley fundamental que regula las relaciones de los miembros
del pueblo de Dios ya no es el decálogo, sino el mandamiento nuevo: la ley de la caridad
fraterna y del servicio recíproco. “La ley vigente para todos los miembros de la Iglesia,
cualquiera que sean las funciones que ejercen en su interior y para todo el organismo,
es la del servicio y el amor, como el mismo Jesús ha enseñado e inculcado a sus
39
Cf. ESTRADA,JA., La Iglesia: ¿Institución o carisma?, Sígueme, Salamanca 1984, especialmente
pag 73 y 135-139.
25
discípulos en el sentido paradógico de que el que se humilla será ensalzado por Dios”40.
A estos nobilísimos valores trata de adecuar sus costumbres el nuevo pueblo de Dios,
apartándose de las costumbres del pueblo de Israel y de cualquier u otro pueblo de la
tierra. Esto no tiene lugar sin dificultades y sin contrastes, a causa de la fuerza de las
pasiones y también del peso de las tradiciones. Los contrastes más fuertes nacen con
relación a los valores de algunas costumbres judías. Existe una orientación legalista que
pretende imponer también a los cristianos procedentes del paganismo todas las
prescripciones de la ley mosaica, pero la espinosa disputa se resolvió en el concilio de
Jerusalén, según hemos visto, vinculando a las tradiciones judaicas solamente a los cris-
tianos de la raza hebrea. Esto permite ver que el nuevo pueblo de Dios ha adquirido
conciencia de la propia identidad también en lo que se refiere a las costumbres y a las
tradiciones, porque se deja guiar exclusivamente por los valores supremos que su Señor
le ha inculcado. La Iglesia primitiva quiere ser, en todos los aspectos, fiel a aquel
proyecto de salvación para la humanidad concebido por Dios desde la eternidad, parcial-
mente realizado en el antiguo pacto suscrito con Israel y llevado a perfecto
cumplimiento por Jesús, el Mesías.
2. 2. 4. La Iglesia en las cartas de Pablo: Los Hechos nos cuentan cómo los seguidores
de Jesús se constituyen en un grupo social autónomo, que es consciente de su propia
identidad, en cuanto que sabe que es el pueblo del nuevo pacto, el nuevo pueblo de Dios.
La lglesia primitiva tiene una conciencia eclesial, pero todavía no ha madurado una
conciencia eclesiológica y, mucho menos, se ha preocupado de elaborar una
eclesiología.
Pablo, que nos ofrece una profunda reflexión teológica de los procesos de la muerte y
resurrección de Cristo y del Señor glorificado y, con ello, una nueva concepción del
hombre, es también el primero que manifiesta una conciencia refleja de la Iglesia, de su
naturaleza y de sus fines. En este sentido algunos autores le consideran el primer
eclesiólogo. Al iniciar en este epígrafe la exposición de los rasgos esenciales de la
Iglesia que encontramos en las cartas de Pablo, le remitimos a usted al primer tema de la
Unidad didáctica siguiente, en el que recogemos detenidamente la aportación de Pablo a
una visión de la Iglesia como misterio, es decir, como manifestación del designio de
Dios en la historia y en la realidad humanas, aspecto del que, naturalmente vamos a
prescindir aquí.
a) El pueblo de Dios: Pablo aclara con gran lucidez aquello que distingue la nueva alianza
de la antigua: la primera era un privilegio reservado al pueblo de Israel. El nuevo pacto,
que transfiere a Cristo y a través de él, a todos sus seguidores la bendición prometida a
Abraham y a su descendencia carnal, es un don ofrecido a todos: “ya no hay judío ni
griego. ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo
Jesús” (Gal 3,28). Por eso, Pablo considera el nuevo pacto la culminación y la
consecución de la historia de la salvación, orientada a hacer de todos los hombres hijos
de Dios en Cristo (Ef 1,4-5; cf 1,7-10).
paganos. Por otra parte, los cristianos procedentes del paganismo deben respetar a
aquellos hermanos judeo-cristianos que tienen una mentalidad más estrecha en lo
referente a las comidas y a las bebidas. Con su enseñanza y con su ejemplo, “Pablo es el
predicador y el autor de la concordia cristiana en todas sus comunidades y, además,
también el promotor de la armonía entre la comunidad-madre de Jerusalén y las nuevas
fundaciones (¡la gran colecta !)... El mérito de que la Iglesia, con un crecimíento tan
rápido no se haya dividido internamente hay que buscarlo, humanamente hablando, en
la teología de Pablo, que llevó de una manera viva a la conciencia de todos los cre-
yentes la idea de una unidad recibida de Dios, que exige imperiosamncnte su concor-
dia”.41
Para ilustrar esta realidad, Pablo recurre a la imagen del cuerpo, aplicada ya en la cultura
greco-romana a un grupo social, pero que Pablo aplica a la Iglesia con un valor
semánticamente inusitado, dado que no llama a la Iglesia “cuerpo de los creyentes en
Cristo”, sino “cuerpo de Cristo” (1Cor 12, 27). Pablo recurre a la imagen del cuerpo para
explicar que los seguidores de Jesús son “una sola cosa en Cristo” (Gal 3, 28),
salvaguardando la diversidad de las funciones y de los carismas (1Cor 12, 12. 28).
Con la imagen de “cuerpo de Cristo” San Pablo quiere aclarar dos cosas: la relación
vital de la comunidad con su Señor (la cabeza) y la relación de comunión de los
miembros entre sí. La vida de Cristo, se comunica a la Iglesia y por ella fluye, según la
riqueza de su gracia. La Iglesia es en cuanto cuerpo de Cristo, “la plenitud del que lo
llena todo” (Ef 1, 23) y es, al mismo tiempo, el instrumento del que Cristo se sirve para
hacer partícipe de la gracia redentora a todo el universo (Ef 1,10). Como miembros de
un único cuerpo, los seguidores de Cristo, a pesar de la diversidad de ministerios y
carismas, gozan de una sustancial unidad y colaboran al bienestar de todos (1Cor 12, 26;
10, 16 y 10,17). La imagen de “cuerpo” sirve a Pablo no sólo para ilustrar las
relaciones que existen entre la Iglesia y Cristo y entre los miembros de la Iglesia entre sí,
sirve también para explicar, aunque de forma completamente figurativa, la verdad de
que la Iglesia es una sola realidad, el único sujeto de acción y de atribución de todo lo
que se refiere a la economía de la salvación desde el advenimiento de Cristo. En Pablo,
como en toda la Iglesia primitiva, no hay lugar para un cristianismo atomizado e
individualizado. Pablo sólo conoce la comunidad en la que cada uno realiza su ser
cristiano.
d) La presencia y la acción del Espíritu: Para Pablo, la unión del cuerpo (la Iglesia)
con su cabeza (Cristo) y la de los miembros entre sí tiene como agente Principal al
Espíritu Santo. De la misma forma que para el propio Pablo no se ha dado el encuentro
con el Jesús histórico, sino sólo la experiencia del encuentro con el Cristo resucitado, así
también la comunidad no tiene ningún acceso directo a Jesús sino a través del Espíritu.
El Espíritu de Dios, del que habla la tradición veterotestamentaria, es al mismo tiempo el
41
SCHNACKENBURG, R. oc pag 91-92
27
Espíritu de Cristo (2Tes 2, 8; Gal 4, 6; Rom 8, 9; Fil 8,19). Pablo es así el primer autor
que pone en conexión directa al Mesías con el Espíritu. Es Cristo resucitado, no el Jesús
histórico, el que nos da su Espíntu (aunque no hay separación entre el Jesús y el Cristo,
que es Dios porque Cristo es el Hijo de Dios). De hecho la eclesiología paulina es tanto
cristológica como pneumatológica, porque para Pablo la experiencia del Espíritu forma
parte de la esencia misma de la Iglesia.
En efecto, es el Espíritu el que, santificando a los miembros del cuerpo de Cristo, los
transforma y los une a él (1Cor 12, 13). Por eso para Pablo los carismas tienen que ser
una experiencia cotidiana en la Iglesia y si faltan, entonces no hay Iglesia. Esta es la
razón por la que Pablo llama también a la Iglesia “templo de Dios” (1Cor 3, 16ss; Cf
2Cor 6, 16; Ef 2, 21). Brevemente podemos, pues, resumir la imagen de la Iglesia que
nos transmiten las cartas de Pablo en estos rasgos esenciales: la Iglesia, manifestación en
la historia y en la realidad humana del designio eterno del Padre, es decir, la Iglesia en la
que creemos a la luz de la fe, es el nuevo pueblo de Dios, es el cuerpo de Cristo, es el
templo del Espíritu.
2. 2. 5. La Iglesia en los escritos de Juan: Sólo en el Apocalipsis desarrolla San Juan
una clara concepción de la Iglesia. Ni en el evangelio ni en las cartas alude expresamene
a la Iglesia en cuanto tal, por lo que a primera vista parece que nos presenta un concepto
de la misma demasiado velado y poco claro, hasta el punto que con frecuencia se ha
prestado a interpretaciones sin duda distorsionadas, pues Juan, aunque mira a la Iglesia
desde la perspectiva de su ser interior, la tiene continuamente ante sus ojos. Teniendo
esto en cuenta, vamos a hacer a continuación un breve recorrido de sus escritos,
deteniéndonos solamente en los puntos que consideramos centrales.
La relación de Jesús con los miembros de la Iglesia está determinada ante todo por su
presencia en el Espíritu, que ya estaba presente en el Jesús terreno y actuaba en él (1,
31ss; 6, 63), pero esto sólo se manifiesta y tiene su resultado después de la entrada de
Jesús en la gloria de Dios (7, 39b). Después de su entrega y gracias a ella, Jesús vuelve
para quedarse con sus discípulos, pero en el Espíritu, que la comunidad recibe en la fe
28
2. 1. La imagen del rebaño y del buen pastor: Con esta imagen Juan pone de relieve
los siguientes rasgos característicos y esenciales de la Iglesia que, sin duda, encontramos
también en diversos pasajes de su evangelio:
Su origen crístico y divino. “En verdad, en verdad os digo: Yo soy la puerta de las
ovejas. Todos los que han venido antes que yo son ladrones y salteadores, pero las
ovejas no los escucharon... Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las
ovejas... Esa es la orden que he recibido de mi Padre” (10, 7.8.11.18; cf 6, 39; 6, 44; 15,
I2ss; 12, 24. 25; 13, 39).
Su función soteriológica. La Iglesia es el redil seguro porque está custodiado por el buen
pastor. “Yo soy la puerta; si entran por mí, estarán a salvo; entrarán y saldrán y
encontrarán pastos”. Durante el tiempo del Jesús terreno y durante el tiempo del Jesús
glorificado los discípulos son el grupo al que él se revela (14, 22). Están bajo su palabra,
a través de la cual reciben luz y vida (17, 2. 6. 8). Por ello la Iglesia está bajo el
mandamiento del amor, el mandamiento de Jesús (13, 34ss; 13, 15; 15, 12, etc). Se
somete a sus exigencias de seguimiento (1, 43) y al destino que él marca (15, 16), con
todas sus consecuencias (Cf 14, 1ss; 17, 24; 17, 13; 6, 39; 14, 27; 16, 33; 15, 11; 16,
20ss; 17, 13).
La intimidad de sus relaciones con Cristo. “Yo soy el buen pastor y conozco a mis ovejas
y mis ovejas me conocen a mí’ (10, 14-15). Los discípulos y, por tanto, la Iglesia nacida
del misterio de Jesús, de su vida ‘y de su entrega, tienen en él a su Señor y son sus
siervos (13, 13.16: 15, 20). Pero estos siervos son también “sus amigos” (15, l4ss), sus
“hijos” (13, 33) y sus “hermanos” (20,17). Son “los suyos”, sin más (13,1; cf 10,14), los
que el Padre le ha dado (10, 29) y que le pertenecen a él y al Padre (17, 10).
Su universalidad y su unidad. “También tengo otras ovejas que no son de este redil;
también a estas las tengo que conducir, y escucharán mi voz y habrá un solo rebaño y
un solo pastor” (10, 16). La Iglesia prosigue la obra del amor de Dios en la misión de
Jesús, que pretende ganar el mundo entero para la fe y darle su vida. Esta universalidad
se insinúa ya en la vida del Jesús terreno (4,26-38 y, especialmente, 12, 19-32). Cuando
Felipe y Andrés le dicen a Jesús que los prosélitos helenistas quieren verle, Jesús, sin
ocuparse de su petición, les advierte que el grano de trigo sólo produce mucho fruto si
cae en tierra y muere (12, 24). Por tanto, sólo tras la muerte de Jesús, que es su marcha
hacia la gloria, vendrán los pueblos hacia él a través de los discípulos, que actuarán en el
Espíritu que no conoce fronteras (Cf. 12, 32; 14, 12).
Ese grupo universal, que se funda en la acción de Jesús, que surge gracias a la acción de
29
los discípulos y comprende gente de todas las naciones, es a los ojos de Juan la única
Iglesia de Dios y de Jesús. Su unidad interior y, por tanto, también exterior, es la
finalidad de la obra de Jesús, por la que él murió (Cf. 15, 51ss). La Iglesia sólo tiene
credibilidad ante el mundo cuando está unida según la voluntad de Jesús: “Que todos
sean uno, como tú Padre en mí y yo en ti ... para que el mundo crea que tú me has
enviado”. (17, 21. 23). El mundo necesita la unidad de la Iglesia en Dios y en Jesucristo
para llegar a la fe en la revelación y al reconocimiento del amor que Dios le tiene.
2. 2. La imagen de la vid y los sarmientos: Con esta imagen -de claro matiz
testamentario- Juan pone de manifiesto los rasgos de la Iglesia de manera más elocuente
que con la imagen del rebaño: su origen divino, “Yo soy la vid verdadera y mi padre es
el viñador”, (15, 1) y el vínculo vital, sustancial que une la Iglesia a su persona: “Yo soy
la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto,
porque separados de mi no podéis hacer nada”, 15, 5).
Pero con esta imagen Juan intenta aclarar también otra verdad importante: aquella de la
unidad en el ser de la Iglesia, que Pablo había tratado de aclarar con la imagen del
cuerpo. La imagen de la vid (Cristo) y los sarmientos (los creyentes) expresa muy bien
que se trata de una única realidad, sujeto único de atribución y de acción de lo que en él
acontece, porque no se da vid sin sarmientos ni sarmientos sin vid, y toda la fecundidad
de los sarmientos depende de la vid. Así, en Juan “el motivo alegórico
veterotestamentario de la vid es trasplantado a la vid suelo nuevo, el cristiano: sólo el
nuevo pueblo de Dios se convierte en viña fecunda y precisamente mediante su vínculo
con Cristo que le da vida y fuerza” 42 .
b) La Iglesia en las cartas de Juan: Estos escritos son probablemente más recientes
que el evangelio. La Iglesia está también presente en el transfondo de los mismos, pero
algunos elementos de su estructura concreta se destacan con mayor claridad que en el
evangelio.
1. El autor y la comunidad: Dentro del grupo que se refleja en estas cartas el autor se
distingue de la comunidad a la que escribe (1Jn 2, 1; 2, 7) y se llama a sí mismo
presbítero (anciano) lo que probablemente no se refiere a ningún título oficial, sino que
designa su dignidad y autoridad. De hecho no sólo se incluye en el “nosotros” de la
comunidad sino que aspira a ser representante y portavoz del grupo que guarda la
tradición. Presenta a la comunidad proposiciones vinculantes en materia de fe como
quien propone una verdad infalible (2, 1. 15. 27). Su autoridad espiritual también se
refleja en la forma como se dirige la comunidad: no sólo les llama “carísimos” (2, 7; 3,
42
SCHNACKENBURC, R., o.c., pág 121.
30
12. 21) y “hermanos”, sino también “hijitos míos” (1Jn 2, 1. 12. 28; 3, 18-18).
Esta comunidad, que se debe por entero a Dios y a Jesucristo, tiene también el Espíritu
de Dios (4, 2) como unción que permanece (2, 20. 27) y que se manifiesta de muchas
maneras (4, 1ss; 4, 6; 3, 24; 4, 13). La palabra está expresada en el mándamiento del
amor: “Y hemos recibido de él este mandamiento: quien ama a Dios ame también a su
hermano” (4, 21; 2, 3. 7ss). Pero esta palabra, que vincula a la comunidad con Dios y
con Jesucristo y los une estrechamente en el amor, es siempre la de la misma tradición,
que se recapitula y se actualiza en el Espíritu (1, 1ss; 2, 7ss).
Pero la imagen apocalíptica de la Iglesia sobre la que después se han detenido con
complacencia muchísimos autores cristianos es la sugestiva imagen de la esposa del
cordero, mucho más adecuada para expresar los estrechos vínculos del amor que une a
Cristo y a la Iglesia que la imagen paulina del cuerpo y la cabeza, y que las imágenes
joánicas del rebaño y de la vid. No se trata de una unión indolora, sino obstaculizada por
numerosas vicisitudes, sobre las que terminará triunfando el amor, y en el cielo se alzará
un canto de gloria. (Ap 19). El Apocalipsis subraya con fuerza dos rasgos propios de la
Iglesia: su santidad y su carácter invencible (Ap 12). Toda la comunidad de Cristo
peregrina sobre la tierra, sostenida por la potencia invencible del Cordero que por ella se
ha inmolado, avanza confiada hacia la victoria final, cuando se celebren las bodas con el
Cordero, digno y justo coronamiento de innumerables gestos de amor.
Una última imagen de la Iglesia, que tendrá así mismo una notable resonancia en el
desarrollo de la eclesiología, sobre todo debido a Agustín, es la imagen de la Jersusalén
celestial, la ciudad de Dios (21, 2-4). Más que una imagen de la Iglesia en sus distintas
situaciones “la ciudad santa”, “la nueva Jerusalén” es la imagen de la Iglesia triunfante,
pues esta imagen la presenta Juan al final del Apocalipsis, después de que ya se han
31
celebrado las nupcias de la Esposa con el Cordero. Es una imagen con la que trata de
expresar aquellos rasgos que la Iglesia sólo adquiere cuando alcanza su meta escatoló-
gica: la potencia, el esplendor, la perfección, la grandeza, la universalidad, la pureza, la
gloria, la felicidad, etc.
sino transmitir la tradición (el depósito y la enseñanza) (1Tim 1, 11; 6, 20; 2Tim 1, 13ss,
2Tim 2, 2; cf 1Tim 1, 18; 2Tim 1, 13; 2, 2; 3, 14; 1Cor 11, 2; 15, 3). Aquí está implícita
la idea de que la revelación está clausurada con la muerte de los apóstoles, y de que la
jerarquía posterior no puede añadir nada, sino deducir lo que ya se encuentra, aunque
sólo sea germinalmente, en la doctrina apostólica.
46
H. von BALTHASAR, Casta meretrix, en Sponsa Verbi, Madrid 1966.
47
H. RAHNER, Simbole der Kirche, Salzburgo 1964.
48
J. RATZINGER, Nuevo Pueblo de Dios, Barcelona 1969.
35
En una Iglesia que tiene que dar acogida a masas enteras de pueblos que se convierten
al cristianismo, las fronteras, de la Iglesia pasan a coincidir con las del mundo. De
este proceso histórico surge un imperio cristiano. El “pueblo de Dios”, constituido antes
por quienes hacían una opción de fe, se transforma en el “pueblo cristiano”, ya que la
entrada en la lglesia coincide con el nacimiento. Es decir, el concepto de “pueblo de
Dios” pasa de su sentido bíblico patrístico a una noción cultural, social y política. El
enemigo de la Iglesia es ahora el no cristiano que coincide con el enemigo político. Dada
esta implicación entre la Iglesia y el mundo en el que está inserta, la Iglesia se considera
a sí misma dómina e imperatrix (señora y emperadora).
Tras la división del imperio romano, después de la muerte de Teodosio (395), el obispo
de Constantinopla, que adquiere el rango de capital y residencia imperial, consigue de
hecho la preeminencia sobre los obispos del Oriente y la posición del emperador
Justiniano, sobre el particular, abre muchas posibilidades de conflicto con el papa, que
reivindicaba para sí el primado de toda la Iglesia. La vinculación del papado a los reyes
carolingios y al imperio franco fue un motivo más de discrepancias y tensiones entre el
Oriente y el Occidente, que culminó en la funesta separación del año 1054 y en la
excomunión y anatema mutuos.
A partir de las relaciones del papado con el imperio de los francos, la Iglesia de
Occidente no sufrió ningún cambio fundamental en lo que respecta a su
36
Los siglos XI y XII son los siglos de la reforma interna de la Iglesia. Cluny y el
establecimiento de monasterios filiales por toda la cristiandad son el foco de esta
renovación eclesial. Un monje de Cluny, Hildebrando, fue el que, antes y después de ser
elegido papa con el nombre de Gregorio VII, preparó y llevó a cabo la tarea de liberar la
Iglesia del dominio del poder secular, que había sido funesto. Pero, aunque sus
motivaciones fueron eminenemente religiosas, buscó la libertad de la Iglesia, buscando
el dominio no para sí, sino para Cristo, la reforma condujo a una preponderancia del
papa sobre el emperador, pero dentro de la misma estructura, en la que la Iglesia que
continuó considerándose a sí misma como imperium.
Y es precisamente en esta época cuando el papa llega a poseer la plenitud del poder, que
no sólo se ejercerá en la esfera religiosa, sino también en el orden político y social. Esta
realidad sólo se puede comprender teniendo en cuenta el contexto histórico en el que se
realiza la reforma. El mundo medieval era un mundo unificado, desde que, en el imperio
romano, cristianismo y sociedad se habían identificado y la Iglesia, causa de esa unidad,
era la única que podía asegurarla. La reforma de Gregorio VII, que no reivindicaba
para sí la posesión de las dos espadas, conducirá con el tiempo a aquello que el Papa y
los obispos querían evitar, a la secularización de la autoridad eclesiástica de Occidente.
La reforma, que pretendía superar la decadencia moral y religiosa de la cristiandad, nace
en Cluny y, por ello, se lleva a cabo a partir del restablecimiento de los ideales
monásticos. Esta reforma del monacato tuvo como ,consecuencia la renovación del clero
en todos sus niveles, mediante la aplicación de medidas rigurosas. Pero lo monástico, en
contraposición de lo “secular", estructura, caracteriza la imagen global de la Iglesia, que,
según esta concepción, era “como una gran abadía, en La que Los Laicos venían a ser
como hermanos coadjutores casados que se ocupaban de Las necesidades vitales y
materiales de los siervos de Dios”.
El concepto de la Iglesia bajo la imagen del cuerpo sufre también una decisiva
modificación. En la Edad Media se pasa de la expresión “cuerpo místico de Cristo” a la
expresión “cuerpo místico de la Iglesia”. El término “místico” pierde su sentido
profundo, sacramental, lo que significa que, en principio, se puede hablar de la Iglesia
como cuerpo en “un sentido traslaticio”, es decir, para expresar su carácter institucional
50
. También, el concepto de “laos” (pueblo), como calificativo fundamental de la Iglesia,
es restringido a los “laicos” en cuanto distintos del clero ordenado. De este modo la
Iglesia se identifica prácticamente con la jerarquía. El muro de separación, representado
por el coro de las catedrales, convierte esta distinción en algo manifiesto, imprimiendo
de manera constante su huella en la conciencia.
Joaquín de Fiore, que considera a la Iglesia espiritual como el futuro de la Iglesia actual
y espera su realización y su plenitud en la Iglesia del Espíritu Santo, que sobrevendrá
muy pronto, está en íntima conexión con Francisco de Asís y con el movimiento que de
él procede. El sueño de Inocencio III, en el que Francisco sostiene le basílica lateranense
a punto de derrumbarse, y la voz dirigida al propio Francisco: “Restaura mi casa”
hablan de una Iglesia que ha de caracterizarse no por el poder, la riqueza y el
predominio, sino por la pobreza y la disposición de servicio, al igual que por la libertad
y la independencia que de aquí se derivan, pues sólo de ellas pueden surgir su verdadera
fuerza y su estructura auténtica. Aunque Francisco manifestaba su lealtad y su
obediencia a la Iglesia y su jerarquía, la forma concreta de su ser cristiano constituyó
una crítica de la situación fáctica de la Iglesia de entonces.
En este aspecto también hay que mencionar, como una novedad, el que las demás
órdenes religiosas surgidas en la misma época inauguren un gran movimiento laical,
bajo la forma de segundas y terceras órdenes, insertándolas como una dimensión
definitiva en la imagen y en la realidad de la Iglesia. En este contexto, a la imagen de
Cristo como emperador, señor, rey y juez, se añade la imagen del hombre Jesús, en
particular del Jesús doliente y crucificado, que en una mística especialmente viva e
interiorizada de la pasión, sobre todo en Bernardo de Claraval, en Francisco de Asís,
en Enrique Suso y en Juan Taulero, condujo a una imitación de Jesús y a una existencia
totalmente condicionada por tal concepción.
A lo largo de la tardía Edad Media se hace cada vez más frecuente, con distintas
manifestaciones, la crítica frente a la Iglesia constituida, no sólo ante las actitudes
existentes en ella, sino ante sus mismas estructuras.
A modo de conclusión se podría decir que, La imagen de la Iglesia durante los tres
primeros siglos la expresamos con el concepto de “misterio”, en el sentido de que los
creyentes la experimentan como una realidad que se verifica en las formas
fundamentales de su existencia: en la fe, la esperanza y el amor, como respuesta a la
autodonación de Dios, en la Palabra y en el sacramento. Por eso la asamblea de los
creyentes es comunión. Esta imagen se caracteriza por el gran número de símbolos y
alegorías que los Padres utilizan para explicar el ser y el obrar de la Iglesia. Alegorías
que incluyen tanto las contenidas en la Escritura, como otras procedentes de la cultura de
la época.
Posteriormente, la influencia de los hechos históricos en la realidad de la Iglesia cambia
su imagen predominante, de forma que para expresarla utilizamos el concepto de
“imperio”. Desde la conversión al cristianismo del imperio romano sociedad y
cristiandad se identifican. La implicación entre Iglesia y mundo trae consigo tanto gran-
des ingerencias de los emperadores en la vida de la Iglesia, como el hecho de que los
obispos y el papa realizasen tareas de tipo administrativo y político. La Iglesia se
considera a sí misma señora y emperadora. Tras la desaparición del imperio romano, las
relaciones del papado con los emperadores francos no cambian en lo que respecta a su
autocomprensión como imperio.
El conflicto secular a la hora de determinar las relaciones de poder entre el papado y el
imperio, desembocan a lo largo de la Edad Media en una preponderancia del poder
político, que alcanza incluso a la elección del papa. Tiene lugar entonces la reforma de
la Iglesia, que busca tanto la liberación del poder temporal, como la renovación
religiosa y moral, con estas importantes consecuencias:
Síntomas clarísimos de esta novedad son las violentas fuerzas que se mueven en torno al
conciliarismo y el resurgimiento de movimientos laicales en distintos estamentos
sociales y religiosos, que condujo a una autonomía y emancipación cada vez mayor de
los laicos, pues éstos adquirieron entidad y funciones independientes y claras. La crítica
a la institución, a los ministerios, a la jerarquía y al papado va unida a las exigencias
de una reforma de la Iglesia en su la cabeza y en sus miembros.
De hecho Lutero puso al principio gran empeño en mantener la concordia con el papa,
ya que el punto de partida de su teología era el problema de la justificación y la
salvación. Sin embargo, desde el principio, entraron en juego determinadas cuestiones
eclesiológicas que más adelante tendrían importantes consecuencias. Estas cuestiones
afectaban a ciertas facultades del papa, no discutidas en sí mismas, sino en su aplicación
y en sus efectos, como el célebre problema de las indulgencias, así como el tema de la
infalibilidad tanto del papa como del concilio.
A esto se añadió posteriormente la crítica de los abusos de la Iglesia tal como fue
formulada por Lutero, sobre todo en alguna de sus obras, en la que habla de “los tres
bastiones” que “los romanistas” han levantado en torno a sí y que es preciso derribar
porque hacen totalmente imposible toda reforma de la Iglesia. Se refiere a estas
afirmaciones de la Iglesia romana: que el poder espiritual está por encima del temporal,
que nadie puede explicar las Escrituras más que el papa y que sólo el papa tiene la
facultad de convocar un concilio.
41
Todo esto supone para Lutero una determinada imagen de la Iglesia. En vez del término
“iglesia”, que se utiliza para designar el edificio material, propone la expresión “una
comunidad o asamblea cristiana, o mejor y más claramente, una santa cristiandad”51 .
Esta comunidad no es para Lutero el simple resultado de la libre agrupación humana,
sino “criatura verbi”. Entre los signos por los que se puede reconocer a la Iglesia, el
evangelio es para Lutero el más importante. “Toda la vida y la sustancia de la Iglesia
está en la Palabra de Dios. La Iglesia nace, crece, se mantiene intacta y se fortalece
por la palabra de Dios”52 En esta concepción radica el papel decisivo que compete a las
comunidades concretas, que, según Lutero, tienen el derecho y la potestad de juzgar toda
la doctrina y de establecer y deponer a los maestros 53.
51
A. ANTÓN, Misterio de la Iglesia I, El concepto de la Iglesia en Martín Lutero, Madrid 1986.
52
A. ANTÓN, ø.c.
53
A. ANTÓN, o.c.
54
Grosser Katechismus: in Die Bekenntchifter der evangelisch-luthernchen Kirche, Gotinga 1952
55
Grosser, Katechismus o.c.
56
Grosser Katechismus, o.c.
42
Cada confesión se define precisamente por aquello que la distingue de las demás. La
consecuencia más grave fue el que los importantes elementos comunes (los símbolos de
la fe, los concilios antiguos y, fundamentalmente, la Escritura) fueran desplazados a un
segundo plano y dejasen de ser conscientes. Fue necesario que Juan XXIII recordase
cinco siglos más tarde que es más lo que nos une que lo que nos separa. El encuentro
mutuo sólo se realizaba en forma de controversia, de hostilidad objetiva y personal
acompañada, a veces, de grosería. Como señaló H. De Lubac, en la enseñanza se
exageraban las diferencias, con el fin, según se decía, de presentar la verdad de la forma
más clara posible y para justificar la necesidad de la separación.
la Iglesia católica tal como ésta se concebía a sí misma en aquel momento y tal como se
esforzará en realizarse en la época postridentina.
El perfil antirreformador de la Iglesia se caracterizaba por lo sacramental, es-
pecialmente la eucaristía celebrada como verdadero sacrificio, la autoridad de la
jerarquía, basada, en la ordenación, la distancia esencial entre los laicos y el clero, una
acentuación de la visibilidad de la Iglesia, que tiene en el papado su expresión más clara,
la concreción de la expresión communio sanctorum en la forma del culto a los santos y
de una alta estima de la Tradición y las tradiciones.
Las dimensiones eclesiales subrayadas por los reformadores, como la ecclesía
abscondita, la Escritura como instancia crítica de La Tradición y la teología de la cruz,
retroceden, en cambio, a un segundo plano. Toda esta doctrina, centrada en los puntos
controvertidos por los reformadores, se encuentra claramente Expresada en la obra de
Roberto Belarmino, quien concluye su definición de la Iglesia con esta afirmación: “La
iglesia es una comunidad de hombres tan visible y perceptible como la comunidad del
pueblo romano, o el reino de Francia, o la república de Venecia” 60.
La Iglesia no se describe, como lo hará más tarde el Vaticano II, por medio de
abundantes imágenes bíblicas, a partir del concepto de “misterio”. Todo eso, sin duda,
no se discute, sino que se presupone y puede encontrarse en otras obras de Belarmino.
Pero lo que no se dice de forma expresa, ni se enseña para tratar de vivirlo, acaba por ser
considerado inexistente. Por este camino, la teología de la Iglesia se convierte en una
apologética de la Iglesia. Las notas de la Iglesia -una, santa, católica y apostólica-, se
utilizan como prueba en la argumentación que trata de demostrar, mediante un silogismo
concluyente, que la Iglesia de Roma es la verdadera Iglesia de Jesucristo. Esta reducción
apologética, entendida además como algo esencial, tuvo como consecuencia un gran
empobrecimiento de la reflexión sobre la Iglesia y en consecuencia, de su imagen. Se
tomó como teología de la Iglesia “lo que sólo era un capítulo polémico sobre puntos
controvertidos” 61.
fuerza y gran vitalidad el motivo del triunfo como imagen de la Iglesia verdadera, como
una confirmación indudable de que “las puertas del infierno no prevalecerdn contra
ella, (es decir), contra Pedro”.
El período posterior a la Reforma está condicionado por el cansancio que produjeron las
controversias y las guerras de religión y los signos de los tiempos se orientaban a la paz.
Era preciso olvidar las diferencias y buscar un principio que favoreciese la unidad y la
convivencia pacífica sobre bases comunes. Y este principio se creyó encontrar en el
hombre en su naturaleza y en su razón. De aquí se dedujo que lo confesional debería ser
asumido por la dimensión cristiana universal, interpretada como religión natural y, a
partir de este principio, se plantearon las verdades que afectan a todos los hombres:
Dios, la inmortalidad, la libertad, la retribución de la virtud y la felicidad.
institución basada en los principios del derecho natural. El concepto de corpus Christi es
entendido precisamente en esa dimensión sociológica. Sin embargo, muchos de estos
planteamientos libraron a la Iglesia de encasillarse en una defensa a ultranza contra la
“enajenación racionalista” y la llevaron a una mejor comprensión de sí misma y a dar
respuesta a una serie de legítimas demandas en el marco de una “Ilustración católica”
moderada.
descubre también la potencia espiritual de los mitos y de las leyendas, en las que se
exterioriza y expresa el espíritu popular.
para salvar la libertad espiritual ante la tiranía del poder político” 64. De esta manera
lo “romano” determinó cada vez más la imagen de la Iglesia de aquel tiempo,
considerada sobre todo como Iglesia del papa, del que derivaba todo el ser y toda la
actuación eclesial, con un acentuado carácter centralista.
Esta tendencia se robustecerá posteriormente cuando, comience a imponerse poco a
poco la teología romana, principalmente bajo la forma de neoescolástica, que no se
caracterizaba, como la teología alemana, por una confrontación creativa con el espíritu
de su tiempo, sino por la búsqueda de una mayor seguridad frente a lo moderno y al
espíritu de la época.
Los teólogos han deplorado, con frecuencia, que se hubiese aprobado separadamente la
constitución Pastor aeternus, sobre el poder papal. Este hecho creaba un desequilibrio e
introducía un defecto en la eclesiología. En las discusiones Conciliares algunos padres
reclamaron que no se separase al papa de la Iglesia ni del cuerpo de los obispos.
Temían que la jurisdicción papal definida de esa forma, redujese a la sombra la
autoridad de derecho divino de los obispos en su diócesis propia. Y, en realidad, a pesar
de que dicha declaración se adjetiva expresamente como pars prima (primera parte), fue
considerada de hecho, dentro y fuera de la Iglesia católica, como la totalidad de lo que
cabe afirmar sobre la Iglesia.
No se consideró como una deficiencia el que el concilio no hiciese una declaración
teológica especial sobre la Iglesia, ni que la función de los obispos en la Iglesia sólo se
tratase en el aspecto de su relación con el papa, ni el que no se dijese nada sobre el
pueblo de Dios, ni sobre los laicos, ni sobre la dimensión profética o carismática. Es
cierto que Pío IX aprobó como interpretación auténtica del concilio una carta pastoral de
los obispos alemanes sobre la relación exacta entre el papa y los obispos 66. Y algo
parecido se puede decir de la interpretación de Newman en relación con otros aspectos
de la constitución conciliar67, pero la realidad es que estas manifestaciones no tuvieron
mucha trascendencia práctica.
En el orden jurídico, se echaron las bases para una codificación única del derecho
eclesiástico, que cristalizaría en el Código del derecho canónico. Éste, en su estructura,
realización y proporciones era un fiel exponente de lo que se entiende por Iglesia
jerárquica, por Iglesia papal.
Todo esto incide en la imagen de la Iglesia, que aparece como institución moral, como
sociedad. Sin embargo, la Ilustración católica moderada realizó reformas positivas como
la simplificación de la liturgia y su acercamiento al pueblo, y una predicación más
centrada en la Escritura y en la persona de Cristo, junto con rasgos humanitarios de
carácter social.
La revolución francesa supone la supresión de los privilegios y del poder del clero, la
expropiación de sus bienes y el fin del Sacro Imperio Romanogermánico, con lo que
68
.R.AUBERT, publicaciones en torno al modernismo Concilium 17(1966) 437-446
51
tiene lugar la separación definitiva entre el poder espiritual y el poder temporal. Como
consecuencia, los obispos se centran en sus responsabilidades espirituales y pastorales y
el papa recupera el prestigio moral de su ministerio.
El Romanticismo ejerce su influencia en la escuela católica de Tubinga, donde surge una
eclesiología que se distancia tanto de una visión puramente exterior de la Iglesia, como
de la puramente espiritual propia del pietismo.
A eso llevaba también el clima cultural de la época: el fin de la segunda guerra mundial
había implicado una profunda revisión teológica. La teología liberal, con una orientación
totalmente individualista, se había eclipsado por sí misma, y se había suscitado una
nueva sensibilidad con respecto a la Iglesia. No sólo Romano Guardini hablaba de un
despertar de la Iglesia en las almas. También el obispo evangélico Otto Dibelius acuñaba
la fórmula del siglo de la Iglesia, y Karl Barth daba a su dogmática, fundada en las
tradiciones reformadas, el título programático de "Kirchliche Dogmatik" (Dogmática
eclesial): como decía, la dogmática presupone la Iglesia, sin la Iglesia no existe.
Así, entre los miembros de la Conferencia episcopal alemana reinaba la opinión común
de que el tema debía ser la Iglesia. El anciano obispo Buchberger, de Ratisbona, que, por
haber ideado el Lexicon für Theologie und Kirche en diez volúmenes -hoy ya va por la
tercera edición-, se había granjeado estima y fama mucho más allá de su diócesis, pidió
la palabra -así me lo contó el arzobispo de Colonia- y dijo: "Queridos hermanos, en el
Concilio ante todo debéis hablar de Dios. Este es el tema más importante". Los obispos
69
Cito textualmente una conferencia del Cardenal RATZINGER, sobre la eclesiología de la L.G.,
pronunciada en un congreso internacional, sobre la aplicación del Concilio vaticano II, organizada por el
Comité para el gran jubileo del año 2000. La tomamos textual, porque considero que nos puede ubicar
muy bien en lo que es la eclesiología del Concilio y además nos permite una breve visión de los padres
conciliares y su lógico orden de las constituciones conciliares.
53
Este episodio me volvió a la mente cuando leí el texto de la conferencia con la que
Johann Baptist Metz se despidió, en 1993, de su cátedra de Münster. Quisiera citar de
ese importante discurso al menos algunas frases significativas. Dice Metz: "La crisis
que ha afectado al cristianismo europeo no es principalmente, o al menos
exclusivamente, una crisis eclesial... La crisis es más profunda: en efecto, no sólo tiene
sus raíces en la situación de la Iglesia misma; ha llegado a ser una crisis de Dios". "De
forma esquemática se podría decir: religión sí, Dios no; pero este "no", a su vez, no se
ha de entender en el sentido categórico de los grandes ateísmos. No existen ya grandes
ateísmos. En realidad, el ateísmo actual ya puede volver a hablar de Dios, de forma
serena o tranquila, sin entenderlo verdaderamente...". "También la Iglesia tiene una
concepción de la inmunización contra las crisis de Dios. Ya no habla hoy -como
sucedió, por ejemplo, todavía en el concilio Vaticano I- de Dios, sino sólo -como, por
ejemplo, en el último Concilio- del Dios anunciado por medio de la Iglesia. La crisis de
Dios se cifra eclesiológicamente".
Estas palabras, en labios del creador de la teología política, deben llamar nuestra
atención. Nos recuerdan, en primer lugar, con razón, que el concilio Vaticano II no fue
sólo un concilio eclesiológico, sino ante todo y sobre todo, habló de Dios -y no
solamente dentro de la cristiandad, sino también dirigiéndose al mundo-, del Dios que es
Dios de todos, que salva a todos y es accesible a todos. ¿Es verdad que el Vaticano II,
como parece decir Metz, sólo recogió la mitad de la herencia del anterior concilio? Es
evidente que una relación dedicada a la eclesiología del Concilio debe plantearse esa
pregunta.
La constitución sobre la Iglesia -Lumen gentium-, que fue el segundo texto conciliar,
debería considerarse vinculada interiormente a la anterior. La Iglesia se deja guiar por la
oración, por la misión de glorificar a Dios. La eclesiología, por su naturaleza, guarda
relación con la liturgia. Y, por tanto, también es lógico que la tercera constitución -Dei
54
Ahora bien, por lo que atañe a la eclesiología de la Lumen gentium, han quedado ante
todo en la conciencia de la gente algunas palabras clave: la idea de pueblo de Dios, la
colegialidad de los obispos como revalorización del ministerio episcopal frente al
primado del Papa, la revalorización de las Iglesias locales frente a la Iglesia universal, la
apertura ecuménica del concepto de Iglesia y la apertura a las demás religiones; y, por
último, la cuestión del estado específico de la Iglesia católica, que se expresa en la
fórmula según la cual la Iglesia una, santa, católica y apostólica, de la que habla el
Credo, "subsistit in Ecclesia catholica". Ahora dejo esta famosa fórmula sin traducir
porque, como era de prever, se le han dado las interpretaciones más contradictorias:
desde la idea de que expresa la singularidad de la Iglesia católica unida al Papa, hasta la
idea de que expresa una equiparación con todas las demás Iglesias cristianas y de que la
Iglesia católica ha abandonado su pretensión de especificidad.
En una primera fase de la acogida del Concilio, junto con el tema de la colegialidad,
domina el concepto de pueblo de Dios, que, entendido muy pronto totalmente a partir
del uso lingüístico político general de la palabra pueblo, en el ámbito de la teología de la
liberación, se comprendió, con el uso de la palabra marxista de pueblo, como
contraposición a las clases dominantes y, en general, aún más ampliamente, en el sentido
de la soberanía del pueblo, que ahora, por fin, se debería aplicar también a la Iglesia.
Eso, a su vez, suscitó amplios debates sobre las estructuras, en los cuales se interpretó,
según las diversas situaciones, al estilo occidental, como "democratización", o en el
sentido de las "democracias populares" orientales. Poco a poco estos "fuegos artificiales
de palabras" (N. Lohfink) en torno al concepto de pueblo de Dios se han ido apagando,
por una parte, y principalmente, porque estos juegos de poder se han vaciado de sí
mismos y debían ceder el lugar al trabajo ordinario en los consejos parroquiales; pero,
por otra, también porque un sólido trabajo teológico ha mostrado de modo
incontrovertible que eran insostenibles esas politizaciones de un concepto procedente de
un ámbito totalmente diverso.
pueblo de Dios -desde este punto de vista pueblo de Dios es un concepto bíblico más
bien raro- se puede destacar algo que tienen en común: la expresión pueblo de Dios
manifiesta el parentesco con Dios, la relación con Dios, el vínculo entre Dios y lo que se
designa como pueblo de Dios; por tanto, una dirección vertical. La expresión se presta
menos a describir la estructura jerárquica de esta comunidad, sobre todo si el pueblo de
Dios es descrito como interlocutor de los ministros... A partir de su significado bíblico,
la expresión no se presta tampoco a un grito de protesta contra los ministros: "nosotros
somos el pueblo de Dios"».
En efecto, una Iglesia que exista sólo para sí misma es superflua. Y la gente lo nota
enseguida. La crisis de la Iglesia, tal como se refleja en el concepto de pueblo de Dios,
es "crisis de Dios"; deriva del abandono de lo esencial. Lo único que queda es una lucha
por el poder. Y esa lucha ya se produce en muchas partes del mundo; para ella no hace
falta la Iglesia. Ciertamente, se puede decir que más o menos a partir del Sínodo
extraordinario de 1985, que debía tratar de hacer una especie de balance de veinte años
de posconcilio, se está difundiendo una nueva tentativa, que consiste en resumir el
conjunto de la eclesiología conciliar en el concepto básico: "eclesiología de comunión".
Espíritu Santo, y, a partir de ahí, une a los hombres entre sí. Todo esto tiene como
finalidad el gozo perfecto: la Iglesia entraña una dinámica escatológica.
Así pues, a partir de este marco bíblico, la palabra comunión tiene un carácter teológico,
cristológico, histórico-salvífico y eclesiológico. Por consiguiente, encierra también la
dimensión sacramental, que en san Pablo aparece de forma plenamente explícita: "El
cáliz de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo? Y el pan
que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo? Porque el pan es uno, aun siendo
muchos, somos un solo cuerpo, pues todos participamos de ese único pan..." (1 Co 10,
16-17). La eclesiología de comunión es, en su aspecto más íntimo, una eclesiología
eucarística. Se sitúa muy cerca de la eclesiología eucarística, que teólogos ortodoxos han
desarrollado de modo convincente en nuestro siglo. En ella, la eclesiología se hace más
concreta y, a pesar de ello, sigue siendo totalmente espiritual, trascendente y
escatológica.
Por todos estos motivos, me alegré y expresé mi gratitud cuando el Sínodo de 1985 puso
en el centro de la reflexión el concepto de comunión. Sin embargo, los años sucesivos
mostraron que ninguna palabra está exenta de malentendidos, ni siquiera la mejor o la
más profunda. A medida que la palabra comunión se fue convirtiendo en un eslogan
fácil, se fue opacando y desnaturalizando. Como sucedió con el concepto de pueblo de
Dios, también con respecto a comunión se realizó una progresiva horizontalización, el
abandono del concepto de Dios. La eclesiología de comunión comenzó a reducirse a la
temática de la relación entre la Iglesia particular y la Iglesia universal, que a su vez se
centró cada vez más en el problema de la división de competencias entre la una y la otra.
57
Esto no quiere decir que en la Iglesia no se deba discutir también sobre el recto
ordenamiento y sobre la asignación de las responsabilidades. Desde luego, habrá
desequilibrios, que deben corregirse. Naturalmente, se puede dar un centralismo romano
excesivo, que como tal se debe señalar y purificar. Pero esas cuestiones no pueden
distraer del auténtico cometido de la Iglesia: la Iglesia no debe hablar principalmente de
sí misma, sino de Dios; y sólo para que esto suceda de modo puro, hay también
reproches intraeclesiales, que deben tener como guía la correlación del discurso sobre
Dios y sobre el servicio común. En conclusión, no por casualidad en la tradición
evangélica se repiten en varios contextos las palabras de Jesús, según las cuales los
últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos, como en un espejo, que
afecta siempre a todos.
Esto en el texto se hallaba fundado brevemente con la referencia al hecho de que
según los santos Padres la Iglesia una y única precede la creación y da a luz a las
Iglesias particulares (cf. Communionis notio, 9). Los santos Padres prosiguen así una
teología rabínica que había concebido como preexistentes la Torah (Ley) e Israel: la
creación habría sido concebida para que en ella existiera un espacio para la voluntad de
Dios, pero esta voluntad necesitaba un pueblo que viviera para la voluntad de Dios y
constituyera la luz del mundo. Dado que los Padres estaban convencidos de la identidad
última entre la Iglesia e Israel, no podían ver en la Iglesia algo casual, surgido a última
hora, sino que reconocían en esta reunión de los pueblos bajo la voluntad de Dios la
teleología interior de la creación.
58
Para esclarecer aún más la cuestión, se puede añadir que ellos, en su número de doce,
son al mismo tiempo el antiguo y el nuevo Israel, el único Israel de Dios, que ahora -
como desde el inicio se hallaba contenido fundamentalmente en el concepto de pueblo
de Dios- se extiende a todas las naciones y funda en todos los pueblos el único pueblo de
Dios. Esta referencia se ve reforzada por otros dos elementos: la Iglesia en este
59
momento de su nacimiento habla ya en todas las lenguas. Los Padres de la Iglesia, con
razón, interpretaron este relato del milagro de las lenguas como una anticipación de la
"Catholica" -la Iglesia desde el primer instante está orientada "kat'holon"-, abarca todo el
universo.
A eso corresponde el hecho de que san Lucas describe al grupo de los oyentes como
peregrinos procedentes de toda la tierra, sobre la base de una tabla de doce pueblos; así
quería mostrar que el auditorio simbolizaba la totalidad de los pueblos. San Lucas
enriqueció esa tabla helenística de los pueblos con un decimotercer nombre: los
romanos; de esta forma, sin duda, quería subrayar aún más la idea del Orbis. No expresa
exactamente el sentido del texto de la Congregación para la doctrina de la fe Walter
Kasper cuando, al respecto, dice que la comunidad originaria de Jerusalén fue de hecho
Iglesia universal e Iglesia particular al mismo tiempo; prosigue: "Ciertamente, esto
constituye una elaboración lucana, pues, desde el punto de vista histórico,
probablemente ya desde el inicio existían más comunidades: además de la comunidad
de Jerusalén, probablemente existía también la comunidad de Galilea".
En los peregrinos presentes, que provienen de todos los pueblos, esa Iglesia abraza
inmediatamente también a todos los pueblos del mundo. Tal vez no es necesario atribuir
demasiado valor a la cuestión de la precedencia temporal de la Iglesia universal, que san
Lucas en su relato propone claramente. Pero sigue siendo importante que la Iglesia, en
los Doce, es engendrada por el único Espíritu, desde el primer instante, para todos los
pueblos y, por consiguiente, también desde el primer momento está orientada a
expresarse en todas las culturas y precisamente así destinada a ser el único pueblo de
Dios: no una comunidad local que crece lentamente, sino la levadura, siempre orientada
al conjunto; por tanto, encierra en sí una universalidad desde el primer instante.
Conviene volver, con estos interrogantes, al texto mismo del Concilio. Inmediatamente
la primera frase de la constitución sobre la Iglesia aclara que el Concilio no considera a
la Iglesia como una realidad cerrada en sí misma, sino que la ve a partir de Cristo:
"Cristo es la luz de los pueblos. Por eso este sacrosanto Sínodo, reunido en el Espíritu
Santo, desea vehementemente iluminar a todos los hombres con la luz de Cristo, que
resplandece sobre el rostro de la Iglesia" (Lumen gentium, 1). En el fondo se aprecia ahí
la imagen presente en la teología de los santos Padres, que ve en la Iglesia la luna, la
cual no tiene de por sí luz propia, sino que refleja la luz del sol, Cristo. Así la
eclesiología aparece como dependiente de la cristología, vinculada a ella. Pero, dado que
nadie puede hablar correctamente de Cristo, del Hijo, sin hablar al mismo tiempo del
Padre; y dado que no se puede hablar correctamente del Padre y del Hijo sin ponerse a la
escucha del Espíritu Santo, la visión cristológica de la Iglesia se ensancha
necesariamente hasta convertirse en una eclesiología trinitaria (cf. ib., 2-4).
El discurso sobre la Iglesia es un discurso sobre Dios, y sólo así es correcto. En esta
apertura trinitaria, que ofrece la clave para una correcta lectura de todo el texto,
aprendemos, a partir de las realizaciones históricas concretas, y en todas ellas, lo que es
la Iglesia una, santa, lo que significa "Iglesia universal". Esto se esclarece aún más
cuando sucesivamente se muestra el dinamismo interior de la Iglesia hacia el reino de
Dios. La Iglesia, precisamente porque se ha de comprender teo-lógicamente, se
trasciende a sí misma: es la reunión para el reino de Dios, la irrupción en él.
Luego se presentan brevemente las diversas imágenes de la Iglesia, todas las cuales
61
representan a la única Iglesia: esposa, casa de Dios, familia de Dios, templo de Dios, la
ciudad santa, nuestra madre, la Jerusalén celestial, la grey de Dios, etc. Al final, eso se
concreta ulteriormente. Recibimos una respuesta muy práctica a la pregunta: ¿qué es
esta única Iglesia universal, la cual precede ontológica y temporalmente a las Iglesias
locales? ¿Dónde está? ¿Dónde podemos verla actuar?
Cuando hablamos de la palabra de Dios, nos referimos también al Credo, que está en el
centro del evento bautismal; es la modalidad con la que la Iglesia acoge la palabra y la
hace propia, siendo de algún modo palabra y, al mismo tiempo, respuesta. También aquí
está presente la Iglesia universal, la única Iglesia, de modo muy concreto y perceptible.
El texto conciliar pasa del bautismo a la Eucaristía, en la que Cristo da su cuerpo y nos
convierte así en su cuerpo. Este cuerpo es único; así, nuevamente la Eucaristía, para toda
Iglesia local, es el lugar de la inserción en el único Cristo, el llegar a ser uno con todos
los que participan en la comunión universal, que une el cielo y la tierra, a los vivos y a
los muertos, el pasado, el presente y el futuro, y abre a la eternidad.
62
El ministerio del Sucesor de Pedro es un caso particular del ministerio episcopal y está
vinculado de modo especial a la responsabilidad de la unidad de la Iglesia entera. Pero
este ministerio de Pedro y su responsabilidad ni siquiera podrían existir si no existiera
ante todo la Iglesia universal. En efecto, se movería en el vacío y constituiría una
pretensión absurda. Sin duda hubo que ir redescubriendo continuamente, incluso con
grandes esfuerzos y sufrimientos, la correlación correcta de episcopado y primado. Pero
esta búsqueda sólo se plantea de modo correcto cuando se considera a partir del primado
de la misión específica de la Iglesia, y orientada y subordinada a él en todo tiempo; es
decir, la tarea de llevar a Dios a los hombres, y a los hombres a Dios. El objetivo de la
Iglesia es el Evangelio, y en ella todo debe girar en torno a él.
Por tanto, ninguna Iglesia institucional podría afirmar que es la única Iglesia de
Jesucristo, querida por Dios mismo; todas las formas institucionales habrían surgido de
necesidades sociológicas, y en consecuencia, como tales, todas serían construcciones
que se pueden o, incluso, se deben cambiar radicalmente según las nuevas
circunstancias. En su calificación teológica se diferenciarían de modo muy secundario.
Así pues, se podría decir que en todas, o por lo menos en muchas, subsistiría la "única
Iglesia de Cristo". A propósito de esa hipótesis, surge naturalmente la pregunta: ¿con
qué derecho, en esa visión, se puede hablar simplemente de una única Iglesia de Cristo?
La tradición católica, por el contrario, ha elegido otro punto de partida: confía en los
evangelistas, cree en ellos. Entonces resulta evidente que Jesús, el cual anunció el reino
de Dios, para su realización reunió en torno a sí algunos discípulos; no sólo les dio su
palabra como nueva interpretación del Antiguo Testamento, sino también, en el
sacramento de la última Cena, les hizo el don de un nuevo centro unificante, por medio
del cual todos los que se profesan cristianos, de un modo totalmente nuevo, llegan a ser
uno con él, hasta el punto de que san Pablo pudo designar esa comunión como formar un
solo cuerpo con Cristo, como la unidad de un solo cuerpo en el Espíritu. Entonces
resulta evidente que la promesa del Espíritu Santo no era un anuncio vago, sino que
indicaba la realidad de Pentecostés; es decir, la Iglesia no fue pensada y hecha por
hombres, sino que fue creada por medio del Espíritu; es y sigue siendo criatura del
Espíritu Santo.
modo inaferrable detrás de las múltiples configuraciones humanas, sino que existe
realmente, como Iglesia verdadera, que se manifiesta en la profesión de fe, en los
sacramentos y en la sucesión apostólica.
Por consiguiente, el Vaticano II, con la fórmula del "subsistit", de acuerdo con la
tradición católica, quería decir exactamente lo contrario de lo que dice el "relativismo
eclesiológico": la Iglesia de Jesucristo existe realmente. Él mismo la quiso, y el Espíritu
Santo la crea continuamente desde Pentecostés, a pesar de todos los límites humanos, y
la sostiene en su identidad esencial. La institución no es una exterioridad inevitable, pero
teológicamente irrelevante o incluso perjudicial, sino que, en su núcleo esencial,
pertenece a la realidad concreta de la Encarnación. El Señor mantiene su palabra: "Las
puertas del infierno no prevalecerán contra ella".
Al llegar a este punto, resulta necesario analizar un poco más a fondo el sentido de la
palabra "subsistit". Con esta expresión el Concilio se aparta de la fórmula de Pío XII
que, en su encíclica Mystici corporis Christi, había dicho: la Iglesia católica "es" ("est")
el único cuerpo de Cristo. En la diferencia entre "subsistit" y "est" subyace todo el
problema ecuménico. La palabra "subsistit" deriva de la filosofía antigua, desarrollada
ulteriormente en la escolástica. A ella corresponde la palabra griega "hypóstasis", que en
la cristología desempeña un papel fundamental para describir la unión de las naturalezas
divina y humana en la persona de Cristo. "Subsistere" es un caso especial de "esse". Es
el ser en la forma de un sujeto "a se stante". Aquí se trata precisamente de esto. El
Concilio quiere decir que la Iglesia de Jesucristo, como sujeto concreto en este mundo,
puede encontrarse en la Iglesia católica. Eso sólo puede suceder una vez, y la
concepción según la cual el "subsistit" se debería multiplicar no corresponde a lo que
pretendía decir. Con la palabra "subsistit" el Concilio quería expresar la singularidad y la
no multiplicabilidad de la Iglesia católica: existe la Iglesia como sujeto en la realidad
histórica.
ante todo como eclesiología: la Iglesia es virgen y madre, fue concebida sin pecado y
lleva el peso de la historia, sufre y, a pesar de eso, ya está elevada a los cielos.
En el curso del desarrollo sucesivo se revela muy lentamente que la Iglesia es anticipada
en María, es personificada en María y que, viceversa, María no es un individuo aislado,
cerrado en sí mismo, sino que entraña todo el misterio de la Iglesia. La persona no está
cerrada de forma individualista y la comunidad no se comprende de forma colectivista,
de modo impersonal; ambas se superponen recíprocamente de forma inseparable. Esto
vale ya para la mujer del Apocalipsis, tal como aparece en el capítulo 12: no es correcto
limitar esta figura exclusivamente, de modo individualista, a María, porque en ella se
contempla al mismo tiempo a todo el pueblo de Dios, el antiguo y el nuevo Israel, que
sufre y en el sufrimiento es fecundo; pero tampoco es correcto excluir de esta imagen a
María, la madre del Redentor. Así, en la superposición entre persona y comunidad, como
la encontramos en este texto, ya está anticipada la relación íntima entre María y la
Iglesia, que luego se desarrolló lentamente en la teología de los Padres y, al final, la
recogió el Concilio. El hecho de que más tarde ambas se hayan separado, de que María
haya sido considerada como un individuo lleno de privilegios y por eso infinitamente
lejano a nosotros, y de que la Iglesia, a su vez, haya sido vista de modo impersonal y
puramente institucional, ha dañado en igual medida tanto a la mariología como a la
eclesiología.
Aquí han influido las divisiones, que ha realizado de modo particular el pensamiento
occidental y que, por lo demás, tienen sus buenos motivos. Pero si queremos
comprender correctamente a la Iglesia y a María, debemos saber volver a la situación
anterior a esas divisiones, para entender la naturaleza superindividual de la persona y
superinstitucional de la comunidad, precisamente donde la persona y la comunidad se
remiten a su origen a partir de la fuerza del Señor, del nuevo Adán. La visión mariana
de la Iglesia y la visión eclesial, histórico-salvífica, de María nos llevan en definitiva a
Cristo y al Dios trino, porque aquí se manifiesta lo que significa la santidad, lo que es la
morada de Dios en el hombre y en el mundo, lo que debemos entender por tensión
"escatológica" de la Iglesia. Sólo así el capítulo de María se presenta como culmen de la
eclesiología conciliar y nos remite a su punto de partida cristológico y trinitario.
Para ofrecer una muestra de la teología de los santos Padres, quisiera proponer, como
conclusión, un texto de san Ambrosio, elegido por Hugo Rahner: "Así pues, estad
firmes en el terreno de vuestro corazón. El Apóstol nos explica lo que significa estar;
Moisés lo escribió: "el lugar en el que estás es tierra santa". Nadie está, si no es quien
está firme en la fe... y también está escrito: "Pero tú está firme conmigo". Tú estarás
firme conmigo si estás en la Iglesia. La Iglesia es la tierra santa sobre la que debemos
estar.... Por tanto, está firme, está en la Iglesia. Está firme donde quiero aparecerme a ti,
allí estaré junto a ti. Donde está la Iglesia, allí es el lugar firme de tu corazón. Sobre la
Iglesia se apoyan los cimientos de tu alma. En efecto, en la Iglesia yo me he aparecido a
ti, como lo hice en otro tiempo en la zarza ardiente. La zarza eres tú, yo soy el fuego.
67
Fuego en la zarza yo soy en tu carne. Fuego yo soy, para iluminarte; para quemar las
espinas de tus pecados, para darte el favor de mi gracia"70.
En este contexto el término Iglesia indica ante todo, el conjunto universal de los cristia-
nos y sólo secundariamente la asamblea local. La concepción jurídica es además funda-
mentalmente apologética, es así la síntesis de toda una serie de reacciones de la Iglesia
para defenderse de los ataques que la modernidad le dirigía fuera sobre el plano eclesiás-
tico, fuera sobre el plano político o filosófico. La Iglesia miraba a reafirmarse como enti-
dad bien distinta, separada del resto de la sociedad, compacta, ordenada jerárquicamente,
maestra en colaboración con las otras realidades sociales. Pero esta mentalidad jurídica
no ha favorecido una apertura, un diálogo con el mundo, no ha acogido la idea de la
Iglesia como realidad en camino hacia el eskaton. En 1910, Pio XII, escribe una carta
contra el modernismo y dice así: "La ciudad futura no es más de inventar, esa ha sido,
es la civilización cristiana, la ciudad católica". No hay una tensión escatológica, es una
tensión reducida, sofocada.
70
Aquí termina la conferencia textual del Cardenal Ratzinger, Prefecto de la Congregación para la
Doctrina de la Fe.
68
2.- Analogía del misterio de la Iglesia con el misterio del Verbo Encarnado.
a. Cristo fundador y cabeza de la Iglesia.
b. Analogía entre el misterio de la Iglesia y el misterio del Verbo Encarnado (LG 8a).
c. Relación de la Iglesia con el Espíritu de Cristo (LG 4 y 8a). Todo intento de síntesis
debe partir de un análisis profundo de la cuestión en los mismos textos del Vaticano II.
Nuestro tema eclesiológico está centrado en LG 8, que tiene valor paradigmático porque
en él se recogen cuestiones nucleares de Eclesiología, Cristología y Sacramentología.
Cuando el Concilio dice que «la Iglesia es en Cristo como (veluti) un "sacramento o sea
signo e instrumento"», usa aquí el término sacramento no sólo en el sentido originario de
«mystèriom», sino también en el sentido específico que esta palabra había adquirido
poco a poco a través de su aplicación a los misterios de los sacramentos (sobre todo
bautismo y eucaristía). En efecto, el Concilio al aplicar el término sacramento a la
Iglesia, supone que ésta es un signo e instrumento de la gracia divina (signo eficaz de la
gracia), que implica una institución histórica, una realidad visible, que contiene y opera
una realidad divina escondida.
71
Sólo recientemente (prácticamente en este siglo) se ha comenzado a hablar de Cristo como "sacramento
primordial" y de la Iglesia como "sacramento de salvación" o "sacramento radical". Partiendo de la noción
clásica de sacramento que es "signum visibilis gratiae invisibilis" y que se aplica estrictamente a los 7
sacramentos, ¿en que medida es aplicable el concepto de sacramento a la Iglesia?
72
Son conocidos los textos paulinos al respecto. LG 2,3 y 4, aduce el texto de Ef 1,1ss, que habla del
gran misterio del "plan divino de redención universal en Cristo". El latín de la vulgata traduce por
"sacramentum" el término "mystèriom" del NT, por lo cual podemos estar seguros de que cuando los
padres latinos definen una cosa como sacramento tiene en mente su naturaleza misteriosa.
70
El Concilio determina una doble gracia, de la cual la Iglesia es signo e instrumento: «la
íntima unión con Dios» (dimensión vertical) y «la unidad de todo el género humano»
(dimensión horizontal). «La íntima unión con Dios» implica: la reconciliación de la
entera humanidad con Dios, la vida de amistad con él a través de la gracia y la virtudes,
la intimidad de la visión beatífica... «La unidad de todo el género humano» representa la
paz universal, la armonía que reinaría por el reconocimiento de Dios como único Padre
de todos los pueblos; es la manifestación real del amor del cual todos somos deudores
unos de los otros, puesto que todos somos hijos de Dios y miembros de la única familia
humana, de la humanidad redimida; en último término es la implantación del Reino
como reino de valores trascendentes y también valores intramundanos de justicia, paz y
solidaridad en este mundo.
que el hombre debe cumplir en el orden del signo sacramental y por eso también en el
orden de la verificabilidad.
Esta necesaria formulación, pasa por una neta distinción que no implique la pretensión
de una separación (en el caso de la Iglesia) entre el signo y la realidad significada. Por
tanto, distinción sí, separación no. En el orden de los sacramentos, esta distinción, no es
más que la aplicación particular de la estructura general "encarnatoria sacramental" de
toda la economía de la salvación; ésta encuentra su perfecto cumplimiento en el misterio
del Verbo hecho carne: la humanidad y la divinidad se distinguen evitando toda
confusión (contra el monofisismo) y toda separación (contra el nestorianismo). Y esta
estructura presenta también la Iglesia, sacramento radical. Es decir, en ella se tiene "res"
(signum et sacramentum), lo que quiere decir que, entendido en su sentido integral, la
Iglesia no puede ser nunca un "sacramentum tantum". Ella es realidad concreta o signo
de la voluntad salvífica de Dios y de la gracia de Cristo. En su existencia la Iglesia es
perceptible y verificable, concreta, social y jurídicamente; pero, al mismo tiempo,
comunica realmente la gracia de Cristo, mientras lo hace presente en el hic et nunc
histórico, pero ella permanece esencialmente distinta de esta gracia reservada en última
instancia al misterio de la libertad del hombre, de la libertad de Dios73.
Textos: «Cristo... envió a su Espíritu vivificador sobre sus discípulos y por El constituyó
a su Cuerpo que es la Iglesia, como sacramento universal de salvación» (LG 48b). «El
pueblo mesiánico [la Iglesia]... constituido por Cristo en orden a la comunión de vida, de
caridad y de verdad, es empleado también por El como instrumento de la redención
universal... La congregación de todos los creyentes que miran a Jesús como autor de la
salvación y principio de la unidad y de la paz, es la Iglesia convocada y constituida por
Dios para que sea sacramento visible de esta unidad salutífera para todos y cada uno»
(LG 9b-c).
«Todo el bien que el pueblo de Dios puede dar a la familia humana, al tiempo de su
peregrinación en la tierra, deriva del hecho de que la Iglesia es sacramento universal de
salvación, que manifiesta y al mismo tiempo realiza el misterio del amor de Dios al
hombre» (GS 45a).
«La Iglesia enviada por Dios a las gentes para ser el sacramento universal de salvación,
por exigencias íntimas de su catolicidad, y obedeciendo al mandato de su fundador, se
esfuerza en anunciar el Evangelio a todos los hombres» (AG 1a).
73
Detrás de esta discusión está el tema del desarrollo de la eclesiología en la teología fundamental o en
la dogmática (polémica de Antón con Salvador Pié)
72
A partir del concepto de sacramento en Trento (signo sensible que contiene y confiere la
gracia expresada directamente por el signo sacramental), S. aplica a la Iglesia en su
categoría de sacramento radical la doctrina tradicional sobre cada uno de los siete
sacramentos:
74
cfr. aquí, A. ANTÓN, El misterio de la Iglesia, vol. II, pp. 792-811, donde analiza el concepto de Iglesia-
sacramento en H. de Lubac, O Semmelroth, K. Rahner, E. Schillebeeckx, J. Ratzinger y H. Urs von
Balthasar. Toda esta parte se puede saltar ya que no es imprescindible...
73
75
No tenemos otra razón más importante, para profesar nuestra fe en la Iglesia católica, que la Iglesia en
cuanto sacramento universal de salvación. Aquí hay que explicar, también, en qué sentido la Iglesia puede
ser tanto "signo" como "instrumento" de salvación; explicitar qué motivos existen para afirmar su rol
universal en la salvación de toda la humanidad.
74
Es una verdad dogmática que no hay salvación fuera de la gracia de Cristo, y que toda
oferta de gracia se orienta por su naturaleza a la Iglesia, incluso si no se llega a
conseguir la efectiva pertenencia a la Iglesia sobre la tierra. Es necesario prestar atención
a esta delicada cuestión, pues en esta cuestión hay que medir muy bien las palabras, y
captar su significado preciso. Toda oferta de gracia (que se hace a todos) por su
naturaleza se orienta a la Iglesia, es decir, toda gracia que viene de Cristo y mediante
Cristo, es, de algún modo, dada siempre a través de la Iglesia. En este sentido la
catolicidad de la Iglesia consiste en el hecho de que la universal oferta de gracia implica
una ordenación a la Iglesia de parte de toda persona (cf. LG 16: «quienes todavía no
recibieron el Evangelio, se ordenan al Pueblo de Dios de diversas maneras» -ad
Populum Dei diversis rationibus ordinantur-). Ordenación que varía según la respuesta
dada por cada persona a la oferta de gracia. Suele decirse que una persona, viviendo en
Cristo, aunque no reconozca a la Iglesia como origen de la propia vida sobrenatural,
puede responder en modo tal de poder entrar en comunión espiritual con la Iglesia;
también aquí el concepto de comunión admite diversos grados, una gradualidad. En
otros casos, una persona puede no haber respondido a la oferta de gracia y, sin embargo,
la gracia continúa como oferta mientras que la persona exista. De cualquier modo, el
factor común es que todos, sin excepción, son colocados en alguna relación con la
Iglesia. Todos los que no forman parte de la Iglesia, son por lo menos ordenados a ella
(cf. LG 16); aquellos que aún no han recibido el Evangelio, en varios modos están
orientados al Pueblo de Dios76.
Se trata de una necesidad de medio pero, no obstante, relativa. Que nadie puede salvarse
sino por medio de la Iglesia es un axioma que ha sido afirmado por la Iglesia desde el
primer período de su existencia. La expresión tradicional de esta convicción ha sido:
«extra ecclesia nulla salus», que tiene su origen literal en S. Cipriano. Aún en su
76
cfr. Redemptoris Missio 10, que habla de que la salvación es ofrecida a todos los hombres: «La
universalidad de la salvación no significa que se conceda solamente a los que, de modo explícito, creen en
Cristo y han entrado en la Iglesia. Si es destinada a todos, la salvación debe estar en verdad a disposición
de todos.(...) Para ellos la salvación de Cristo es accesible en virtud de la gracia que, aun teniendo una
misteriosa relación con la Iglesia, no les introduce formalmente en ella, sino que los ilumina de manera
adecuada en su situación interior y ambiental. Esta gracia proviene de Cristo... y es comunicada por el
Espíritu Santo: ella permite a cada uno llegar a la salvación mediante su libre colaboración».
75
Para una recta comprensión, del «extra ecclesia...», es necesario interpretar el uso que han
hecho los padres y los concilios de ese axioma en el contexto histórico en que fue
adoptado; de lo contrario se corre el riesgo de graves equívocos. La posición común hoy
de los teólogos es que este axioma o fórmula expresa una doctrina positiva: necesidad de
la Iglesia para la salvación; y, por eso, prefieren emplear la noción de «la Iglesia
sacramento universal de salvación». En realidad LG 14 afirma la necesidad de la Iglesia
para la salvación, pero no adoptó el axioma clásico («extra ecclesia...»); no porque sea
falso, pues entendido en su contexto histórico sigue siendo verdadero. Sin embargo, dado
que el axioma tiene una larga tradición en los padres y la enseñanza de la Iglesia (Concilio
de Florencia), antes de explicar la formulación actual, es necesario explicar cómo la
formulación negativa debe ser comprendida a la luz de su contexto histórico. Pero ello
conviene establecer dos períodos: uno para el tiempo antiguo y medieval hasta el siglo
XV, y el otro a partir del inicio del siglo XVI, con el descubrimiento de América y Asia
hasta los comienzos de nuestro siglo, distinguiendo siempre las diversas categorías de
personas a las que todos se referían al hacer uso del «extra ecclesia...»78.
«Y una sola es la Iglesia universal de los fieles, fuera de la cual nadie absolutamente se
salva, y en ella el mismo sacerdote es sacrificio...» (Dz 430= DS 802).
«Por apremio de la fe, estamos obligados a creer y mantener que hay una sola y Santa
Iglesia Católica y la misma Apostólica, y nosotros firmemente la creemos y simplemente
la confesamos y fuera de ella no hay salvación ni perdón de los pecados»(Dz 468= DS
870).
77
cfr. A. ANTÓN, El misterio de la Iglesia, vol. II, pp. 819-821. Resalto de aquí lo siguiente: «La
necesidad de pertenecer de algún modo a la Iglesia para alcanzar la salvación es una verdad de fe, que los
teólogos se esfuerzan por ilustrar y armonizar con otras verdades del dogma católico. Estos optan en
nuestro tiempo por la formulación positiva, según la cual Dios ha instituido la Iglesia como signo e
instrumento de la salvación en este mundo y su eficacia salvífica está basada en la fidelidad y veracidad de
Dios a sus promesas.(...) El extra Ecclesiam nulla salus no significa, por tanto, que más allá de las
fronteras de la Iglesia «una, santa, católica y apostólica» no hay salvación posible, sino que nadie se salva
totalmente al margen de esta Iglesia. Su existencia entre los hombres, por analogía con la entrada de Cristo
en la historia humana, es garantía irrevocable de que la voluntad salvífica de Cristo tiene la última palabra
en la historia de los hombres».
78
cfr. J. RATZINGER, El Nuevo Pueblo de Dios, pp. 375-389; y F.A. SULLIVAN, Noi Crediamo la Chiesa,
pp. 115-129.
76
«Firmemente cree, profesa y predica que nadie que no esté dentro de la Iglesia
Católica... puede hacerse partícipe de la vida eterna, sino que irá al fuego eterno...Y que
nadie, por más limosnas que hiciere, aun cuando derramare su sangre por el nombre de
Cristo, puede salvarse, si no permaneciere en el seno y unidad de la Iglesia Católica»
(Dz 714= DS 1351).
«...este dogma tiene que entenderse en el sentido en el que lo entiende la Iglesia misma»
(Coll 557); «Y no solamente ordenó el Salvador que todos los hombres entraran en la
Iglesia, sino que también la estableció como medio sin el cual nadie pudiera entrar en el
reino de la gloria celestial» (Coll 559); «Dios quiso con su infinita misericordia que
aquellos medios de salvación que se ordenan al último fin -no por necesidad intrínseca,
sino sólo por institución divina-, pudieran obtener también en determinadas
circunstancias los efectos que son necesarios para la salvación: cuando se empleen tan
sólo con el deseo o voto» (Coll 560); «Esto mismo hay que decirlo, en su tanto, de la
Iglesia, en cuanto que ella es el auxilio general de salvación. Puesto que para obtener la
salvación eterna no se exige siempre la incorporación efectiva a la Iglesia como
miembro; pero se requiere, al menos, que se adhiera a ella con el voto y deseo. Pero no
siempre es necesario que este deseo sea explícito, como lo tienen los catecúmenos; por
el contrario, en el caso en que el hombre tiene una ignorancia invencible, también acepta
Dios el deseo implícito» (Coll 561). (Cf. Collantes 557-562= DS 3866-3873).
«El sagrado Concilio pone ante todo su atención en los fieles católicos. Porque enseña,
fundado en la Escritura y en la Tradición, que esta Iglesia peregrina es necesaria para la
salvación. Pues solamente Cristo es el Mediador y el camino de salvación, presente a
nosotros en su Cuerpo, que es la Iglesia, y El, inculcando con palabras concretas la
¿Ha cambiado la doctrina sobre la necesidad de la Iglesia para salvarse? A primera vista,
parece haber contradicción entre el Concilio de Florencia (cfr. Dz 714) y el Concilio
Vaticano II (cfr. LG 14). Pero de hecho, hay un modo de armonizar las afirmaciones de
ambos concilios. No ha cambiado la doctrina fundamental (necesidad de la Iglesia para
salvarse), sino el modo como se indica quien no forma parte de la Iglesia. Los padres
antiguos, como pensaban que el Evangelio había sido suficientemente anunciado en todo
el mundo, entendían que los que estaban fuera era porque no querían entrar en la Iglesia
y, por tanto, culpables (aunque esto no lo dicen explícitamente se sobreentiende). El
Vaticano II sostiene que no hay salvación para aquellos que culpablemente permanecen
fuera de la Iglesia; por eso, sustancialmente hay coincidencia; la diferencia está en que
Florencia juzgó que todos los que estaban fuera eran culpables y el Vaticano II entiende
que pueden ser inocentes.
Pero, además, la Iglesia debe ser también instrumento y en cualquier modo esta
involucrada en el propósito de Dios de salvar a todos los hombres. Al afirmar, con UR
3d, que es por medio de la Iglesia católica que se pueden obtener la plenitud de los
medios de salvación, es necesario tener en cuenta que el Concilio no quiere negar que
los medios de salvación puedan encontrarse con fruto en otras Iglesias y Comunidades
cristianas no católicas (de las que se sirve el Espíritu para salvar a los hombres); el
Concilio afirma que la plenitud de los medios de salvación que Dios ha establecido para
el cumplimiento de su plan de voluntad salvífica universal es puesto en la estructura de
la Iglesia como sacramento universal de salvación. «Universal», aquí, se refiere a la
plenitud de elementos con que la Iglesia está adornada con el fin de ser instrumento
eficaz en orden a la reconciliación de la humanidad con Dios. «Universal», en cuanto
sacramento, se refiere a toda la humanidad y también a la plenitud de medios de
salvación.
79
¿Cuál es el rol de la Iglesia respecto a aquellos que no son alcanzados por su ministerio?
Según LG 16, Dios «no niega los auxilios necesarios para la salvación a los que sin
culpa por su parte no llegaron todavía a un claro conocimiento de Dios y, sin embargo,
se esfuerzan, ayudados por la gracia divina, en conseguir una vida recta», pero el
Concilio no dice nada del rol instrumental de la Iglesia en su salvación; GS 22 sostiene
que «el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de sólo Dios
conocida, se asocien a este misterio pascual»; LG 8a, recurriendo a la analogía del
Verbo Encarnado y la Iglesia, dice que así como la humanidad es instrumento del Verbo,
de modo análogo la Iglesia es instrumento de la obra del Espíritu Santo en orden a la
salvación.
Fundador: Lumen Gentium 3 (la misión del Hijo); 4 (el Espíritu que santifica a la
Iglesia); 5 (el Reino de Dios).
Vemos, por tanto, cómo hay que considerar ambos aspectos: Cristo como fundador y
Cristo como Cabeza (como Señor).
Se trata de explicar la «non mediocrem» analogía de que habla LG 8a. Ante todo es
necesario resaltar que desde León XIII hasta el Vaticano II ha tenido lugar un importante
desarrollo de esta doctrina de la analogía entre el misterio de la Iglesia y el misterio del
Verbo Encarnado83. Antes de pasar al Vaticano II veamos lo que dicen la Satis Cognitum
y la Mystici Corporis:
ella sus dones (la fe, la gracia, etc.) pueden ser comunicados y otros nuevos miembros
pueden alcanzar el conocimiento de Cristo y llegar a la unión con la Iglesia.
4. Diferencias. Siempre que se habla de analogía deben tenerse en cuenta tanto las
semejanzas como las diferencias. León XIII insiste en el hecho de que la Iglesia continúa
la misión de Cristo; por tanto, no se trata de la continuación del ser de Cristo, de la
Encarnación como evento, sino de su obra de redención. Ser y actuar, naturaleza y
misión en Cristo y en la Iglesia se implican mutuamente. La Iglesia tiene una naturaleza
adecuada a su misión y puede realizar una tal misión porque tiene la naturaleza adecuada
a ella. La misión de la Iglesia presupone que en ella está unido lo humano y lo divino,
como la misión de Cristo tiene necesidad de su Encarnación; dirá el Vaticano II, la
naturaleza humana está indisolublemente unida al Verbo y es órgano de salvación para
86
El dogma cristológico de Calcedonia viene aplicado por analogía (no usa la palabra «analogía», que
sólo aparecerá en el Vaticano II, no obstante, la realidad contenida en la analogía es ya afirmada en Satis
cognitum).
82
los hombres. Por tanto, como la misión de Cristo tiene necesidad de un órgano de
salvación, es decir, de su naturaleza humana, así le ocurre con la Iglesia.
El punto de partida es, por tanto, la noción societaria de cuerpo, y no la unión espiritual
de los fieles en Cristo. La Mystici no consigue así lograr una síntesis adecuada entre el
aspecto mistérico e institucional de la Iglesia. A la hora de la analogía Verbo
encarnado-Iglesia, la encíclica lo hace de un modo netamente cristológico (no da relieve
87
Cf. Mystici Corporis n.9: «Porque así como el Verbo de Dios, para redimir a los hombres con sus
dolores y tormentos, quiso valerse de nuestra naturaleza, de modo parecido en el decurso de los siglos se
vale de su Iglesia para perpetuar la obra comenzada» (cita al Vat. I).
88
No obstante el paralelismo hay grandes diferencias: a) En el modo de unión. En la Encarnación hay
unión hipostática, sustancial, mientras que entre Cristo y la Iglesia hay una unión pneumática; b) en el
modo de recibir el Espíritu. La naturaleza humana de Cristo lo recibe en plenitud, mientras la Iglesia lo
recibe abundantemente; c) en la finalidad del ser instrumentos. La naturaleza humana para realizar la
redención, la Iglesia para distribuir los frutos.
83
Este texto se sitúa como último número del capítulo I: El misterio de la Iglesia.
Recogiendo la intuición de Pablo VI, la constitución sobre la Iglesia arranca de Cristo,
luz de los pueblos (orientación cristológica). Desde Cristo la Iglesia se comprende como
sacramento y como misterio, participando así de forma clara en la misión salvífica
universal. Esta orientación es clara en este capítulo. En este contexto cristocéntrico,
vertical y mistérico de la Iglesia, se inserta el aspecto visible que es constitutivo también
de la Iglesia.
2.- Esquema 1963: Arranca claramente desde adentro hacia afuera («ab intra», o sea,
del misterio mismo de la Iglesia) en un enfoque vertical. Supone una gran evolución. La
imagen del «Cuerpo místico» se aleja de la reflejada en la encíclica de Pío XII para
redescubrir su sentido más bíblico (misterio de comunión y vida sobrenatural de los
cristianos con Cristo). Aún se identifica a la Iglesia con la Iglesia católica romana. En
este esquema se produce un cambio de enfoque eclesiológico y de punto de partida. El
89
Debe entenderse en el contexto, como respuesta a los errores eclesiológicos de la época.
90
Esquema de LG 8: a) La asamblea visible y la comunidad espiritual no son dos cosas distintas, sino que
forman una realidad análoga al misterio del Verbo encarnado; b) la Iglesia una, santa, católica y
apostólica subsiste en la Iglesia católica, aunque fuera de ella se encuentran elementos eclesiales; c) la
Iglesia se manifiesta en la fuerza y en la flaqueza. Llamada a ser pobre y perseguida; d) la Iglesia supera
sus dificultades con la virtud de Cristo y la caridad, anunciando el Misterio de Cristo hasta llegar a la
plenitud escatológica.
91
Dos enfoques han cruzado toda la historia de la eclesiología: -enfoque horizontal: parte de los aspectos
visibles e institucionales, en su manifestación horizontal en el mundo. Se desarrolla principalmente en la
eclesiología que responde a la Reforma: de afuera hacia adentro: societas perfecta; -enfoque vertical:
parte de los aspectos divinos, o sea, espirituales de la Iglesia. Fue muy desarrollada por los Santos Padres
y la escolástica: de adentro hacia afuera: Iglesia-Cuerpo de Cristo, comunión (cf. escuela de Tubinga,
escuela romana). Estos dos enfoques no se contradicen, sino que se complementan.
84
«Fue una preocupación constante de los tres Esquemas el asegurar la unidad del misterio
eclesial, no obstante esta dualidad de aspectos. Por eso se repite con insistencia en los
tres Esquemas la frase «non duae (o «binae») res, sed una». Pero el Esquema '64 es aún
más preciso: «non ut duae res considerandae sunt, sed unam realitatem complexam
efformant»92.
2.- La analogía entre la Iglesia y el misterio del Verbo Encarnado: tocamos aquí el
punto central de nuestro tema. El Vaticano II por primera vez en un texto del magisterio
utiliza el término técnico de «analogía» para expresar la relación entre el misterio del
Verbo Encarnado y el de la Iglesia. En LG 8 se afirma que la Iglesia es una realidad
compleja formada por elementos divinos y humanos. La Iglesia es a la vez:
92
cfr. A. ANTÓN, «Estructura Teándrica de la Iglesia. Historia y significado eclesiológico del No. 8 de la
Lumen Gentium», en Estudios Eclesiásticos 42 (1967) pp. 39-72.
85
El mismo número tras afirmar esta complejidad la ilustra por medio de la analogía del
Verbo Encarnado (cfr. LG 8).
El término «analogía» establece la diferencia clara a la vez que la unión profunda entre
el misterio de la Encarnación y el de la Iglesia.
En Cristo se da la unión hipostática y en la Iglesia no, ya que todas las personas que la
forman siguen manteniendo su personalidad que no es asumida por el Espíritu. Así pues,
entre los dos misterios se da una coincidencia en la indisolubilidad, pero una diferencia
en la naturaleza de unión.
La clave del concilio es que introduce en la reflexión una visión más pneumatológica (si
bien, se debe avanzar todavía en este campo de reflexión). Así en LG 8 al hablar de la
analogía, se señala el papel del Espíritu Santo.
c) La razón más profunda por la que la Iglesia puede ser llamada «cuerpo de Cristo» no
es porque el Verbo asuma la Iglesia como lo hizo con la naturaleza humana, sino porque
la Iglesia, gracias al Espíritu, continúa siendo en el mundo para los hombres la
mediación que en Cristo fue su humanidad.
(LG 8), y con esto se evita un cristomonismo y se muestra una eclesiología más
equilibrada en la Trinidad. Cristo, enviado por el Padre, envía a su vez el Espíritu sobre
la Iglesia y de este modo Cristo sigue presente en el mundo a través de la Iglesia de una
forma no encarnada, sino pneumática.
Porque es sacramento del Espíritu, la Iglesia se considera habilitada para ejercer con mayor
eficacia su misión salvífica como signo e instrumento de la unión del hombre con Dios y de
la reconciliación de la humanidad entera con Dios, origen y fin de toda creación. Al
Espíritu de Cristo compete en el plan divino de salvación el proclamar este mensaje de
gracia a todo el mundo y llevarlo a cumplimiento a través de la Iglesia. La frase de Ireneo
puede ilustrarnos: «Donde está la Iglesia, allí está el Espíritu de Dios, y donde está el
Espíritu de Dios, allí está la Iglesia y con ella toda gracia: Espíritu, por su parte, es la
verdad». Penetrada como está la Iglesia por el Espíritu de Cristo, ella se presenta al mundo
verdaderamente como sacramento del Espíritu. Fundamento de esta sacramentalidad
93
Diferencia: la humanidad de Cristo no está influida por el pecado, nunca es obstáculo a la gracia. La
humanidad de la Iglesia está sometida al pecado. En Cristo se da un contacto inmediato, continuo y
duradero; en la Iglesia mediato y en ciertos momentos (sobre todo los sacramentos).
87
1. El Problema de la "Comunión"
94
Mons. Garrone, manifiesta que en el No. 13 de la LG., vienen presentadas tres concepciones
fundamentales: En el primer párrofo, partiendo de la unidad de Cristo y del Espíritu Santo, enseña que la
unidad de la Iglesia debe ser universalmente difusa. En el segundo, enseña que esta unidad católica, es
decir, universal, trasciende todas las realidades particulares, pero es inmanente a su diversidad. En el
tercero, se subraya con fuerza que la única Iglesia católica defiende y refuerza sa los diversos órdenes al
interno de la Iglesia, sea las diversas particulares. Los tres párrafos está presentados bajo el concepto de
la unidad, en el primero se presenta el contenido teológico, en el segundo se afirma la trascendencia y la
contemporaneidad inmanente y, en el tercero se distingue la unidad de la uniformidad. El más importante
es el primer párrafo, sólo a través de este los otros pueden desarrollar sus principales temas. En este
primer párrafo viene desarrolladas cuatro ideas: * La vocación universal al Pueblo de Dios. * La
necesidad que este pueblo se extienda a todo el mundo para que se realice el designio de Dios: "El cual al
principio creo la naturaleza humana una y quiere, por tanto, reunir a todos sus hijos, que están dispersos".
* La voluntad de Dios de cumplir esta obra en Jesús "al cual confió el dominio de todas las
cosas". * La voluntad de Dios de cumplir esta obra mediante el Espíritu Santo "El cual para. la Iglesia y
para todos los creyentes es principio de unión y de unidad". Citado de Bonivento, Cesar, Sacramento de
unidad, Bologna 1976. pp. 82ss.
88
La communio fue una de las ideas Eclesiológicas directrices del Vaticano II, cuando no
la idea madre; consiguiendo así percibir una de las cuestiones más profundas de nuestro
tiempo, purificarla a la luz del Evangelio y responder a ella de una forma que sobrepuja
al preguntar y buscar puramente humanos. El futuro de la Iglesia sólo tiene un camino:
el que esbozó el concilio Vaticano II, la realización plena y de su eclesiología de
communio.
Walter Kasper dice: para unos el concilio ha ido muy adelante, para otros se ha quedado
demasiado atrás. No me coloco ni a derecha ni a izquierda, estoy convencido que sólo
existe un camino que nos lleva al futuro, el enseñamiento conciliar y su eclesiología de
comunión.
El término communio indica la verdadera res de la cual la Iglesia tiene su origen y por
la cual ella vive. Communio designa no la estructura de la Iglesia, sino su naturaleza o
mysterium captable sólo por la fe en lugar de mantener la concentración en la forma
visible y jerárquica, que había predominado durante los tres últimos siglos de forma
unilateral. Con el término Mysterium se quiere dar a entender una realidad de salvación
trascendente que se revela y manifiesta de manera visible en el rostro de la Iglesia y en
su proclamación del Evangelio. La Iglesia es descrita en LG como misterio de la
communio desde un triple punto de vista:
a. La LG 2 dice que el Padre eterno nos creó según su beneplácito eterno y nos llamó a
participar de la vida divina; DV 1 y 2 define esta participatio como sociedad personal;
AD 3 lo define como pax y communio; GS 19 añade que esa comunión con Dios
consiste especialmente la dignidad del hombre y la verdad de su condición humana.
c. Lo acaecido en Jesucristo es continuado por el Espíritu Santo (LG 48), que habita en
la Iglesia y en los corazones de los fieles (LG 4); el Espíritu Santo realiza ese evento y lo
difunde a todo el universo (AG 4). Es concretamente el Espíritu el que une a la Iglesia
en comunión y en ministerio (LG 4; AG 4). Mediante el Espíritu, la Iglesia es comunión-
unidad con Dios y de los miembros de la Iglesia entre sí.
89
La const. LG. dice expresamente: "en la fracción del pan eucarístico nosotros
participamos realmente del cuerpo del Señor, somos elevados a la comunión con él y
entre nosotros. Así la Eucaristía es el vértice de la comunión Eclesial (No. 11).
Con todo, la eucaristía puede ser punto culminante sólo si ella no es la única forma de
communio eclesial. En principio se puede afirmar que todos los sacramentos edifican el
cuerpo de Cristo (SC 59; LG 11). El Concilio habla además de palabra y sacramento
(AG 9; AA 6; PO 4; UR 2).
95
El concilio toma esta expresión de S. Agustín y motiva la comunión eclesial con
la comunión Eucarística (S.C. No. 7).
90
Especial significación tiene al respecto la doctrina del sensus fidei o sensus fidelium (LG
13; GS 43; AA 2s). Por desgracia el nuevo CIC ha silenciado por completo este último
aspecto. Con este aspecto de la eclesiología de la communio se supera básicamente la
idea de la Iglesia como una societas inaequalis. El interés de los seglares y su plena
disposición a corresponsabilizarse es quizás la aportación más importante y valiosa de la
era postconciliar. Pero difícilmente se encontrará otro aspecto de la doctrina conciliar
que haya sido mal interpretado tan básicamente como éste. Se ha mal interpretado el
pueblo de Dios (laos tou theou) en el sentido de una unión nacional política (demos), y
consiguientemente se ha exigido una democratización de la Iglesia. Se ha interpretado el
término pueblo como sinónimo de la expresión gente humilde en contraposición al
establishment.
Pueblo de Dios en sentido del Concilio Vaticano II no significa seglares o la base como
diferente o incluso contrapuesto a Iglesia jerárquica, sino el todo orgánico y estructurado
de la Iglesia, el pueblo congregado en torno a su pastor y dependiente de él. Quizás la
primera tarea del ministerio eclesiástico y de su servicio a la unidad consiste actualmente
en restablecer el diálogo y la comunicación, e introducir de la manera más
argumentativa posible la doctrina obligatoria de la Iglesia en el proceso de la
comunicación intraeclesial, con el fin de revitalizar la plena e indivisa communio y
communicatio fidelium.
La communio que da la Iglesia y que ella misma es sobrepuja lo que puede ser una
comunión puramente humana. La communio de la Iglesia continua siendo communio
más allá de la frontera de la muerte. Sólo como Eclesia puede satisfacer el anhelo del
corazón humano. Por eso la communio sanctorum, la comunión entre la Iglesia terrena y
92
LA INDEFECTIBILIDADD DE LA IGLESIA.
La palabra "Subsiste en", utilizada por el Concilio, quiere decir que sÓlo en la Iglesia
católica la Iglesia de Cristo continúa existiendo con todas aquellas propiedades y
aquellos elementos estructurales que no puede perder.
Pero al mismo tiempo el concilio ha reconocido que fuera de la Iglesia católica no hay
simplemente "elementos eclesiales" sino "Iglesias particulares", en las que se construye
la Iglesia de Dios gracias a la celebración de la Eucaristía y hay también comunidades
eclesiales que son análogas a las Iglesias particulaes, en cuento que la única Iglesia de
Cristo está de algún modo presente y operante en ellas para la salvación de sus
miembros.
Antes de la apertura del Concilio Vaticano II no había problema o duda del significado de
la expresión: "la Iglesia de Cristo es la Iglesia católica romana" (es decir en comunión con
Roma).
El papa Pío XII ha dejado claro en la Mistici corporis y en Humani generis, que el
Cuerpo místico de Cristo, la Iglesia de Cristo y la Iglesia romana era la misma y la única
cosa.
Después que Juan XXIII había anunciado la convocado del concilio, se formó una
comisión teológica preparatoria en 1960, con el Card. Ottaviani y el P. Sebastián Tromp,
principal colaborador en la redacción de la Mystici corporis. Esta comisión esperaba
que los obispos reunidos en concilio en ningún caso se desviaran de la enseñanza oficial
de los Papas.
Entre las críticas a este esquema se refería a esta exclusiva identificación entre el Cuerpo
Místico y la Iglesia católica. El esquema fue retirado.
96
Kasper Walter, "Chiesa come comunione: riflessione sullídea ecclesiologica di
fondo del Concilio Vaticano II", in Teologia e Chiesa, Brescia 1989. Pp 284-301.
93
Este esquema fue discutido y los obispos presentaron sus propuestas de corrección.
Entre 1963-1964 brotó la discusión de sí se debía mantener, por una parte que la Iglesia
de Cristo estaba identificada simplemente con la Iglesia católica, y admitir por otra
parte, que había elementos eclesiales fuera de ella. Se llegó a la conclusión de cambiar el
texto diciendo ya no que la Iglesia de Cristo es la Iglesia católica, sino que subsiste en
ella.
La explicación oficial para cambiar este texto fue: "a fin de que la expresión pudiese
estar de acuerdo con la afirmación acerca de los elementos eclesiales que se encuentran
en otra parte".
Prácticamente todos los comentaristas han visto en este cambio de vocabulario una
apertura significativa hacia el reconocimiento de una realidad eclesial en el mundo no
católico.
No se dio precisión ulterior para los comentaristas sobre el término "subsiste", lo cual
abre muchas interrogantes. El P. Sullivan plantea tres:
comentaristas que imaginan que la Iglesia de Cristo haya sido pensada aquí como una
suerte de "idea platónica" que tiene su forma concreta de existencia en la Iglesia
católica. Todos rechazan que la palabra subsiste tenga en el texto conciliar sentido
filosófico.
Otros dos pasajes que confirman esta interpretación los encontramos en el No. 4c del
Decreto sobre el Ecumenismo: "Aquella unidad de una y única Iglesia que Cristo
concedió desde el principio a su Iglesia, y que creemos que subsiste en la Iglesia
católica". y en 13b el decreto habla de la comunidad anglicana como una de las
comunidades cristianas separadas en las que las tradiciones y estructuras católicas "ex
parte subsistere pergunt" (continúan subsistiendo en parte)"
Aquí podemos observar que la Iglesia es esencialmente una comunión de fe, esperanza y
caridad cuya causa principal es el Espíritu Santo. La Iglesia debe ser considerada
también en su ser visiblemente unida en la profesión de la misma fe, en la celebración de
los mismos sacramentos, en la concordia fraterna de un sólo pueblo de Dios. Para
realizar y mantener esta unidad, Cristo dotó a su Iglesia de un triple ministerio de la
Palabra, de los Sacramentos y de Gobierno, primero confiado a los apóstoles con Pedro
a la cabeza y después continuado en el colegio de obispos bajo el Papa.
Teniendo en cuenta esta unidad que Cristo dio a su Iglesia se puede entender la
afirmación del Decreto UR 4c: "Aquella unidad de una y única Iglesia que Cristo
concedió desde el principio a su Iglesia y que creemos que subsiste indefectible en la
Iglesia Católica". La consecuencia explícita de esta profesión de fe - expresada en
creemos- es que la Iglesia de Cristo subsiste en la Iglesia católica con aquella unidad,
tanto espiritual como visible, descrita en UR 2.
Decir que la Iglesia de Cristo subsiste significa que en la Iglesia católica se puede
encontrar todas las propiedades esenciales: su unidad, catolicidad, santidad y
apostolicidad. Esto no significa que dichas propiedades se encuentren en su estado de
perfección escatológica. El concilio mismo expresa la esperanza de que la Iglesia
continuará creciendo hasta el fin de los siglos. LG 48b describe a la Iglesia en este
mundo como dotada de una santidad que , si bien real, es aún imperfecta.
Otra afirmación que nos sugiere el pensamiento del concilio sobre la subsistencia es la
siguiente: "Unicamente por medio de la Iglesia católica puede alcanzarse la total
plenitud de los medios de Salvación" UR 3e. Esto no significa que tales medios de
salvación no estén presentes y efectivamente usados en las otras iglesias y comunidades
cristianas. Pero al mismo tiempo afirma: "Creemos que padecen deficiencias" a este
respecto. Por consiguiente sólo en la Iglesia católica la Iglesia subsiste con aquella
plenitud de medios de salvación que Cristo confío al colegio apostólico.
¿Cuál es el significado del cambio de "es" a "subsiste en" para nuestra idea a cerca del
resto del mundo cristiano?
Cuando Leonardo Boff en su libreo: "Iglesia, carisma y poder" afirmó que la Iglesia de
Cristo subsiste también en las otras Iglesias cristianas. La congregación para la doctrina
de la fe se refirió a la mente del concilio:
"Il concilio aveva invece scelto la parola "subsistit" propio per chiarire che esiste una
sola "sussistenza" della vera Chiesa, mentre fuori della sua compagine visibile esistono
solo "elementi Ecclesiae" che -essendo elementi della stessa Chiesa- tendeno e
conducono verso la Chiesa Cattolica (LG 8). Il Decreto sull'Ecomunismo esprime la
stessa dottrina (UR 3-4) la quale fu di nuovo precisata nella Dichiarazione Mysterium
Ecclesiae No1.
La LG 15 describe los muchos modos según los cuales la Iglesia católica está ligada o
unida con los cristianos no católicos. La constitución declara que estos cristianos,
consagrados a Cristo por su bautismo, también reconocen y reciben otros sacramentos en
sus propias Iglesias y comunidades eclesiales.
En UR cap. III se lee: "Que las Iglesias y las comunidades eclesiales separadas de la
sede apostólica romana, especialmente las Iglesias orientales, aunque no estén en plena
comunión con Roma, son ciertamente reconocidas como <Iglesias particulares>"
No debe pasarse por alto que las comunidades que tienen su origen en la separación que
tuvo lugar en occidente, no son simplemente una suma o conjunto de individuos
cristianos, sino que están constituidas de elementos sociales y eclesiásticos que han
conservado nuestro patrimonio común y que les confieren un carácter verdaderamente
eclesial. En estas comunidades, está presente, aunque imperfectamente, la única Iglesia
de Cristo, en una manera semejante a su presencia en las Iglesias particulares, y por
medio de sus elementos eclesiales la Iglesia de Cristo, está, en algún modo, operando en
ellas.
¿Se puede decir que la Iglesia universal de algún modo también abraza a las comunida-
des eclesiales? Se puede pensar la Iglesia universal como una comunión, en varios
niveles de plenitud, de cuerpos que son más o menos plenamente iglesias, algunas más
que otras, pero con carácter verdaderamente eclesial.
Delante de esto hay que afirmar que sólo la Iglesia católica es la verdadera Iglesia de
Cristo y por ella se entiende aquella Iglesia que ha conservado la plenitud de los medios
de salvación (UR 3e).
97
Sullevan, Francis, Vaticano II, Balances y perspectivas. pp. 605-615.
97
Al mismo tiempo el Concilio declara la indefectible santidad de la Iglesia como algo que
debe ser aceptado por la fe (LG 39).
¿Por qué la Iglesia no puede cesar de ser una, santa, católica y apostólica?
Por ser Pueblo de Dios: La razón fundamental por la que el Pueblo de Dios debe ser
uno es la unidad del Dios de quien es pueblo. En UR 2 se establece: "El supremo
modelo y principio de este misterio es, en la Trinidad de personas, la unidad de un sólo
Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo".
Así la santidad de Dios es la razón última por la que el pueblo debe ser santo: "Sean
santos, porque yo su Dios soy santo" (1 Pe 1,15). Por ser el pueblo que Dios ha
adquirido, la Iglesia debe ser santa (1 Pe 2,9).
También el Pueblo de Dios debe ser un pueblo católico o universal porque la voluntad
salvífica abraza toda la humanidad. La apostolicidad de la Iglesia está radicada en su
naturaleza de Pueblo de Dios.
El Decreto AG 2, cuando habla de la actividad misionera dice: "La Iglesia que vive en el
tiempo es por su naturaleza misionera puesto que toma su origen de la misión del Hijo y
del Espíritu Santo, según el propósito de Dios Padre.
Por ser el Cuerpo de Cristo: Es necesario señalar también que la Iglesia como Cuerpo
de Cristo debe ser y también quedar una.
Es un tema clave de San Pablo cuando habla del Cuerpo de Cristo (cfr. 1Co 12, 12). Ef
4, 4 "Un sólo cuerpo, un sólo Espíritu como una sola es la esperanza a la que habéis sido
llamados" (cfr. Rm 12, 4-5).
Por ser animada por el Espíritu Santo: El Espíritu Santo efectivamente causa y
mantiene la unidad, santidad, la catolicidad y apostolicidad de la Iglesia. Antes de todo,
98
Sullivan, Francis, Noi crediamo la Chiesa, Ed. Piemme. 1990. pp. 211-216.
98
es el Espíritu Santo que hace la Iglesia una: "todos estamos bautizados en el mismo
Espíritu...para formar un sólo cuerpo" (1Co 12, 13).
También el Espíritu es la fuente de todos los carismas, que lejos de dividir el cuerpo,
confluyen en servir a la edificación de su unidad, ya que en ellos opera el único y mismo
Espíritu (1Co 12, 11). UR 2, señala que: el Espíritu Santo es el principio de la unidad
de la Iglesia. La inhabitación de la Iglesia, hace de ésta un templo santo.
LG 13, 6. Define "la catolicidad de la Iglesia como don del Señor, en la unidad de su
Espíritu". La eficacia y la constancia con que la Iglesia tiende a realizar su catolicidad
puede ser entendida sólo como obra del Paráclito.
Por último, es el don constante del Espíritu el que mantiene la Iglesia fiel en la fe, en la
misión, en el ministerio recibido de Cristo a través de los Apóstoles.
Esto nos lleva a entender lo que el mismo Concilio dice en UR 4, que la unidad que
Cristo ha dado a su Iglesia es un don que no puede perder; esto es que ella subsiste en la
Iglesia católica. Estas propiedades de la Iglesia son indefectiblemente donadas, pero
imperfectamente realizadas, sabiendo que son propiedades de un pueblo que peregrina.
La comunión vista por dichas comunidades constituye, según afirman ellas, un elemento
esencial en la realización de la plena comunión eclesial que responde al designio de
Dios. La visibilidad de la comunión no es un elemento secundario o accesorio del ser
eclesial; la ausencia de plena visibilidad no significa necesariamente, según ellas, la
ausencia de toda comunión, aunque signifique la ausencia de uno de los elementos
importantes queridos por Dios.
completa, o sea, que no se trata de una cuestión de todo o nada. Hay un desbordamiento
de la Iglesia fuera de las fronteras católicas.
Tampoco es posible ya verlas como bloques apartados de la iglesia católica romana, que
tendrían únicamente los rasgos específicos de lo que se han llevado de ella. Esto no es
válido para las iglesias de oriente; muchas comunidades reformadas han ido
evolucionando en un sentido muy particular. Pertenecen como células eclesiales al
cuerpo de Cristo que es la Iglesia. Incluso algunas de ellas son iglesias en sentido
estricto, a las que no les falta más que el vínculo visible con la sede que tiene por
función el anudar en una comunión visible a todas las comunidades creyentes. El
desbordamiento de la Iglesia de Dios fuera de los límites de las iglesias en comunión con
la iglesia de Roma no es por tanto un desbordamiento de individuos justificados, sino de
comunidades de comuniones.
Podemos mirar un poco con detenimiento el pensamiento claro del Concilio con
respecto a estas comunidades que no están en plena comunión:
La misma constitución en el número 15, afirma que la Iglesia se reconoce unida por
muchas razones con quienes, estando bautizados, se honran con el nombre de cristianos,
pero no profesan la fe en su totalidad o no guardan la unidad de comunión bajo el
sucesor de Pedro. Porque hay muchos que honran la Escritura, creen con amor en Dios
todopoderoso, están sellados por el Bautismo, por lo que se unen a Cristo, aceptan y
reciben los Sacramentos. Muchos poseen el episcopado, celebran la Eucaristía y honran
la Santísima Virgen María. Se añade la unión en la oración, y una verdadera unión en el
Espíritu Santo.
En el decreto sobre el Ecumenismo (UR 3), habla de las comunidades que se separaron
de la plena comunión de la Iglesia Católica. Sin embargo, quienes nacen ahora nacen en
esas comunidades y se nutren en la fe de Cristo no pueden ser acusados de pecado de
separación y la Iglesia católica los abraza con fraterno respeto y amor. Quienes creen en
Cristo y recibieron debidamente el Bautismo están en una cierta comunión con la Iglesia
católica, aunque no perfecta.
100
Se reconoce que hay discrepancias en el orden doctrinal y a veces disciplinar, los cuales
intenta superar el movimiento ecuménico. Las Iglesias y comunidades separadas, aunque
creemos que padecen deficiencias, de ninguna manera están desprovistas de sentido y de
valor en el misterio de la salvación. Porque el Espíritu de Cristo no rehúsa servirse de
ellas como medio de salvación; pero ellos no disfrutan de aquella unidad que Jesucristo
quiso dar a todos aquellos que regeneró, porque únicamente por medio de la Iglesia
católica de Cristo puede alcanzarse la total plenitud de los medios de salvación.
En el mismo decreto (UR 13 a 23), habla de las grandes separaciones que tuvo la Iglesia.
Nombra la comunión anglicana donde reconoce que las tradiciones y estructuras
católicas continúan subsistiendo en parte. Además hace varias consideraciones:
a. Recuerda que durante muchos siglos estuvieron estas Iglesias unidas a la sede de
Roma por la fe y la comunión fraterna.
d. Reconoce también con cuanto amor los cristianos orientales realizan la Eucaristía
donde se edifica y crece la Iglesia de Dios y por la concelebración se manifiesta la
comunión entre ellas.
Estas Iglesias y comunidades eclesiales que se separaron de la sede romana están unidas
a la Iglesia Católica por una particular relación y afinidad por lo que mucho tiempo
vivieron la vida cristiana en la comunión eclesiástica.
2. El Concilio ofrece algunos puntos que pueden y deben ser fundamento y estímulo
para el diálogo ecuménico
a. UR 20: La confesión de Cristo; la atención del Concilio se dirige a los cristianos que
públicamente confiesan a Jesucristo como Dios, Señor y Mediador único entre Dios y
los hombres.
En la Constitución LG 13, El Concilio habla de que "todos los hombre están llamados a
formar parte del nuevo pueblo de Dios. Por lo tanto, este pueblo, sin dejar de ser uno y
único, debe extenderse a todo el mundo y en todos los tiempos, para así cumplir el
designio de la voluntad de Dios".
Para esto Dios envío a su Hijo que se constituyó como cabeza del Pueblo nuevo y
universal de los hijos de Dios. Así, el único Pueblo de Dios está presente en toda las
razas de la tierra, pues de todas ellas reúne sus ciudadanos. Todos los fieles dispersos
por el orbe comunican con los demás en el Espíritu Santo y así pues habiten en Roma o
en la India son miembros suyos.
Por su importancia traemos nuevamente la cita del decreto sobre el Ecumenismo (UR 3):
"Muchas comunidades se separaron de la Iglesia católica. Sin embargo, quienes ahora
nacen en estas comunidades no pueden ser acusados de pecado de separación, y la
Iglesia católica los abraza a todos con fraterno respeto y amor. Porque estos que
recibieron debidamente el bautismo, están en una cierta comunión con la Iglesia
católica, aunque no perfecta"
La Eclesiología del Vaticano II presenta la Iglesia de Cristo como fruto del designio
divino de salvación (frutus salutis), que parte del Padre y halla su cumplimiento en el
evento de Cristo con la misión de su Espíritu. Insiste en la unidad y la universalidad,
asegurados los elementos nuevos de cada una de sus fases de la historia salutis.
He aquí el entronque del modelo Iglesia-comunión con Cristo en la doble perspectiva del
ser y del obrar. El Vaticano II presenta el nacimiento de la Iglesia como inseparable de
Cristo, porque el mismo la fundó, por un acto de su voluntad, sobre Pedro y los doce,
constituyéndola como Sacramento universal de salvación. La Iglesia no es, por tanto,
un mero resultado, ni una simple consecuencia desencadenada por la acción
evangelizadora de Jesús.
La Iglesia vive al servicio de la comunión de los hombres con Dios y del género
humano, si bien este misterio halla realización más allá de sus límites visibles. Ella es el
pueblo de Dios universal, pero no entra en pugna con ningún otro pueblo y puede
encarnarse en todos y servir a la implantación del reino de Dios en ellos99..
Solamente la Iglesia católica posee las características que son, al mismo tiempo, las
propiedades de la Iglesia de Cristo: unidad, santidad, catolicidad y apostolicidad. Las
99
Antón Angel, Vaticano II; Balances y perspectivas.
103
Miremos la situación "Iglesia e iglesias" en la óptica del Vaticano II: Se enuncian tres
características en base a las cuales solamente resulta la pertenencia a la Iglesia:
bautismo, fe católica y encuadramiento en la jerarquía eclesiástica con el Papa al vértice.
No pertenece, por tanto a la Iglesia quien vive en cisma (iglesia oriental), quien vive en
la herejía (cristianidad de la Reforma), quien vive en la apostasía. Aquellos que están
separados los unos de los otros en la fe o en el gobierno no pueden vivir en este único
cuerpo o en su único Espíritu divino (ver DS 3802). A un enunciado de tipo negativo se
agrega otro de tono más positivo. Se dice que los cristianos no católicos se relacionan
con la Iglesia mediante un "inscium desiderium ac votum" y que los que regresan no son
acogidos como extraños sino como hijos en la misma casa paterna.
cuerpo, pero no con el corazón" (LG 14). La plena incorpotio no puede ser motivo de
arrogancia, de falsa tranquilidad o seguridad.
La relación con las otras comunidades cristianas es precisada con el término del
conjunctum esse y relativo ordinario (leer LG 15). El paso y reconocimiento explícito de
esta consecuencia lo realiza el Concilio en el Decreto sobre el Ecumenismo. Entre los
elementos o bienes sobre los cuales la Iglesia es edificada y vivificada, algunos pueden
encontrarse fuera de los confines de la iglesia católica, como la Palabra de Dios escrita,
la vida de gracia, la fe, la esperanza y la caridad, dones interiores del Espíritu Santo y
elementos visibles: todo lo cual viene de Cristo y a El conducen, justamente pertenecen
a la única Iglesia de Cristo.
Por tanto, las iglesias y comunidades separadas, aunque creamos que tienen carencias,
en el ministerio de salvación no están de hecho despojadas de significado y de peso,
pues el Espíritu de Cristo no rechaza usarlas como instrumentos de salvación; su valor
deriva de la misma plenitud de gracia y de verdad, que ha sido confiada a la Iglesia
católica (nn. 3-4). En el texto citado de UR se habla de "iglesias" y "comunidades
eclesiales". Queda sólo observar que algunas de estas comunidades se niegan a sí
mismas ser iglesias. Esta es la razón por la cual UR ha hablada de iglesias orientales y
de comunidades separadas de occidente.
Cuanto más en la iglesia católica se advierta la importancia de las iglesias locales, en las
cuales y de las cuales la Iglesia subsiste, tanto más se verá también que las iglesias
misioneras llegarán a ser iglesias autónomas con figura y connotaciones genuinas.
De todo lo que hemos dicho se sigue que la ecumene no puede tomar el puesto de las
confesiones porque éstas, fieles a su centro, deben ser expresiones y signos de la ecumene.
Y así, a lo largo de un proceso de reconocimiento entendido correctamente y como
realización de la promesa de una "ecclesia semper reformanda", que la realidad de iglesia e
iglesias llega a su realización.
La Iglesia de Dios es Iglesia de iglesias; hemos visto que esto no significa una división
en pedazos. Se trata por el contrario de la reunión de la diversidad en una comunión en
la que todos se enriquecen mutuamente en el reconocimiento del lazo radical que vincula
a todo el conjunto en una única e indivisible comunidad de salvación. No es posible
exigir a las tradiciones confesionales que renuncien a aquellos rasgos suyos que están en
armonía con la revelación y en torno a los cuales se han ido estructurando. La comunión
exige que se dé un cambio en cada una de las partes, que cada uno de los que así
comulgan hagan pasar a su vida concreta los valores eclesiales velados hasta entonces en
su tradición y que se requieren para que haya una comunión completa y visible, o que
rompa con todos los desequilibrios que afectan a esta comunión100.
ANEXO FINAL.
EL ECUMENISMO:
NOCION DE ECUMENISMO
100
Fries, Heinrich, "Iglesia e iglesias", en problemas y perspectivas de Teología fundamental,
dirigidos por Fisich y O'collins, pp. 440-461.
106
Se entiende por “movimiento ecuménico”, “las actividades e iniciativas que, según las
variadas necesidades de la Iglesia y las características de la época, se suscitan y se
ordenan a favorecer la unidad de los cristianos” 103. No se trata de un movimiento
indefinido, sino que posee un objetivo –La plena unidad visible-, y unas maneras de
actuación. El movimiento ecuménico se da entre las Iglesias y Comunidades cristianas
como tales. Se participa en él desde la identidad confesional respectiva, aunque sea a
título personal.
Dios mismo ha dado a la Iglesia principios invisibles de unidad (el Espíritu Santo) y
también principios visibles ( la confesión de la misma fe, la celebración de los
“sacramentos de la fe”, y el ministerio apostólico).
106
UR. 2.
108
Por fuertes que sean estos principios de unidad, la flaqueza humana ha contrariado el
designio divino, “a veces no sin culpa de ambas partes” 107. Sin embargo, la Iglesia una
no se ha disgregado en fragmentos varios. “La Iglesia católica afirma que, durante los
dos mil años de su historia, ha permanecido en la unidad con todos los bienes de los que
Dios quiere dotar a su Iglesia, y esto a pesar de las crisis con frecuencia graves que la
han sacudido, las faltas de fidelidad de algunos de sus ministros y los errores que
cotidianamente comenten sus miembros”108 .
Con la expresión “subsistit in” el Concilio ha querido honrar la realidad cristiana que
existe en las demás Iglesias y comunidades, a la vez que afirma ser ella la presencia
plena de la Iglesia de Jesucristo en la tierra. Esos “elementos de santidad y verdad”
(elementa seu bona Ecclesiae) se hallan presentes “fuera del recinto visible de la Iglesia
Católica” , y permiten hablar de verdadera comunión entre los cristianos, aunque
imperfecta. “La Iglesia se reconoce unida por muchas razones con quienes, estando
bautizados, se honran con el nombre de cristianos, pero no profesan la fe en su totalidad
o no guardan la unidad de comunión bajo el sucesor de Pedro”. “En efecto –dirá Juan
Pablo II- los elementos de santificación y de verdad presentes en las demás comunidades
cristianas, en grado diverso unas y otras, constituyen la base objetiva de la comunión
existente, aunque imperfecta, entre ellas y la Iglesia Católica. En la medida en que estos
107
UR. 3
108
Cf. JUAN PABLO II, Ut Unum Sint 1.
109
109
US. 11
110
JUAN PABLO II, Ut. unum sint
110
El Decreto (n. 3), partiendo de esos principios, se fija, primero, en los cristianos que
ahora nacen en esas Iglesias y comunidades. Estos: 1. no tienen culpa de la separación
pasada; 2. la fe y el bautismo les incorpora a Cristo y, por tanto, a la Iglesia, aunque esta
comunión no sea plena por razones diversas; 3. son auténticos cristianos, amados por la
Iglesia y reconocidos como hermanos. Pero el Concilio también considera la función de
las Iglesias y comunidades cristianas en cuanto tales en el misterio de la salvación.
b) ...separadas
Esa valoración no ignora lo que todavía separa: “Sin embargo, los hermanos separados
de nosotros, ya individualmente, ya sus Comunidades e Iglesias, no disfrutan de aquella
unidad que Jesucristo quiso dar a todos aquellos que regeneró y convivificó para un solo
cuerpo y una vida nueva, que la Sagrada Escritura y la venerable Tradición de la Iglesia
confiesan. Porque únicamente por medio de la Iglesia católica de Cristo, que es el
auxilio general de la salvación, puede alcanzarse la total plenitud de los medios de
salvación. Creemos que el Señor encomendó todos los bienes de la Nueva Alianza a un
único Colegio apostólico, al que Pedro preside, para constituir el único Cuerpo de Cristo
en la tierra, al cual es necesario que se incorporen plenamente todos los que de algún
modo pertenecen ya al Pueblo de Dios” (UR 3)
.
Juan Pablo II recoge esta convicción en sus palabras: “De acuerdo con la gran Tradición
atestiguada pos los Padres de Oriente y Occidente, la Iglesia católica cree que en el
evento de Pentecostés Dios manifestó ya la Iglesia en su realidad escatológica, que El
había preparado ‘desde el tiempo de Abel el Justo’. Está ya dada. Por este motivo
nosotros estamos ya en los últimos tiempos. Los elementos de esta Iglesia ya dada,
111
existen, juntos en su plenitud, en la Iglesia católica y sin esta plenitud, en las otras
Comunidades” (US. 14).
La Carta Communionis notio señala –en relación con la falta de comunión con el sucesor
de Pedro-, “como la comunión con la Iglesia universal, representada por el Sucesor de
Pedro, no es un complemento externo de la Iglesia particular, sino uno de sus
constitutivos internos, la situación de aquellas venerables comunidades cristianas
implica también una herida en su ser Iglesia particular. La herida es todavía más
profunda en las comunidades eclesiales que no han conservado la sucesión apostólica y
la Eucaristía válida” (n. 17).
Tenemos así los siguientes principios fundamentales para la comprensión católica del
Ecumenismo: (
Juan Pablo II señala aquí que los cristianos no deben minusvalorar “el peso de las
incomprensiones ancestrales que han heredado del pasado, de los malentendidos y
prejuicios de los unos contra los otros. No pocas veces, además, la inercia, la
indiferencia y un insuficiente conocimiento recíproco agravan estas situaciones” (US 2).
Juan Pablo II ha querido contribuir p. ej., al conocimiento por parte de los “hijos de la
Iglesia Católica de tradición latina” de la tradición oriental, con la Carta Orientale lumen
112
(1995) sobre la riqueza litúrgica y espiritual del Oriente cristiano, y con la Enc.
Slavorum apostoli (1985) y otros gestos importantes.
b. Diálogo especializado
La finalidad de este diálogo viene descrito así: “Por medio de este diálogo, todos
adquieren un conocimiento más auténtico y un aprecio más justo de la doctrina y de la
vida de cada Comunión; (...) Finalmente todos examinan su fidelidad a la voluntad de
Cristo sobre la Iglesia y, como es debido, emprenden animosamente la tarea de la
renovación y de la reforma”. Las consecuencias de este diálogo son: la búsqueda del
entendimiento, superando posibles equívocos fraguados en la historia; la percepción
exacta de las divergencias, y de si realmente afectan a la fe o a la legítima diversidad en
su explicación; la confrontación fiel con la voluntad de Cristo para su Iglesia, etc.
“El diálogo ecuménico, -dice Juan Pablo II- que anima a las partes implicadas a
interrogarse, comprenderse y explicarse recíprocamente, permite descubrimientos
inesperados. Las polémicas y controversias intolerantes han transformado en
afirmaciones incompatibles lo que de hecho era el resultado de dos intentos de escrutar
la misma realidad, aunque desde dos perspectivas diversas. Es necesario hoy encontrar
la fórmula que, expresando la realidad en su integridad, permita superar lecturas
parciales y eliminar falsas interpretaciones” (US. 38).
El Papa abunda en este sentido positivo del diálogo: “Dialogando con franqueza, las
Comunidades se ayudan a mirarse mutuamente unas a otras a la luz de la Tradición
apostólica. Esto las lleva a preguntarse si verdaderamente expresan de manera adecuada
todo lo que el Espíritu ha transmitido por medio de los Apóstoles” (US. 16).
Pero, a la vez, el modo de exponer la doctrina (“que debe distinguirse con sumo cuidado
del depósito mismo de la fe”, UR 6) no debe provocar dificultades innecesarias: “La
manera y el sistema de exponer la fe católica no debe convertirse, en modo alguno, en
obstáculo para el diálogo con los hermanos” y, en sentido positivo: “la fe católica hay
que exponerla con mayor profundidad y con mayor exactitud, con una forma y un
lenguaje que la haga realmente comprensible a los hermanos separados” (UR. 11).
113
d. La “jerarquía de verdades”
El Concilio dice que las rupturas de la unidad también afectan –de otra manera: no a su
esencia constitutiva- a la Iglesia Católica: “las divisiones de los cristianos impiden que
la Iglesia realice la plenitud de catolicidad que le es propia en aquellos hijos que,
incorporados a ella ciertamente por el bautismo, están, sin embargo, separados de su
plena comunión. Incluso le resulta bastante más difícil a la misma Iglesia expresar la
plenitud de la catolicidad bajo todos los aspectos en la realidad de la vida” (UR. 4).
1. Primero, rezar
Todos, pues, pueden y deben tener protagonismo, en primer lugar por medio de la
oración, pidiendo al Señor por la unidad de los cristianos. Y también desterrando modos
de actuar que dañan la causa de la unidad, incluso aunque parezcan quedar limitados a la
vida interna de la propia comunidad cristiana. En este sentido, la vida de la Iglesia
católica debe ser ya una puesta en práctica de un cierto valga la expresión ecumenismo
“interior”: “Conservando la unidad en lo necesario, todos en la Iglesia, según la función
encomendada a cada uno, guarden la debida libertad, tanto en las varias formas de vida
espiritual y de disciplina como en la diversidad de ritos litúrgicos e incluso en la
elaboración teológica de la verdad revelada; pero practiquen en todo la caridad. Porque,
con este modo de proceder, todos manifestarán cada vez más plenamente la auténtica
catolicidad, al mismo tiempo que la apostolicidad de la Iglesia” (UR 4/g).
El Concilio señala que, por medio de encuentros entre cristianos de diversas Iglesias o
Comunidades y el diálogo entablado entre peritos bien preparados, en el que cada uno
explica con mayor profundidad la doctrina de su Comunión y presenta con claridad sus
características (cf. UR 4/b), “todos adquieren un conocimiento más auténtico y un
aprecio más justo de la doctrina y de la vida de cada Comunión; además, consiguen
también las
Comuniones una mayor colaboración en aquellas obligaciones que en pro del bien
común
115
No son pocas las consecuencias de este diálogo: la búsqueda del entendimiento en las
interpretaciones de la fe, superando los equívocos fraguados en la historia; la percepción
exacta de las divergencias, y de si realmente afectan a la fe o a la legítima diversidad de
su explicación; la confrontación fiel con la voluntad de Cristo para su Iglesia, etc. “El
diálogo ecuménico, dice Juan Pablo II permite descubrimientos inesperados. Las
polémicas y controversias intolerantes han transformado en afirmaciones incompatibles
lo que de hecho era el resultado de dos intentos de escrutar la misma realidad, aunque
desde dos perspectivas diversas. Es necesario hoy encontrar la fórmula que, expresando
la realidad en su integridad, permita superar lecturas parciales y eliminar falsas
interpretaciones” (US38).
5. La admiración. “Es necesario que los católicos reconozcan y aprecien con alegría
los bienes auténticamente cristianos, procedentes del patrimonio común, que se
encuentren en poder de los hermanos separados...: debemos admirar a Dios en sus
obras. Y no puede pasarse por alto que todo cuanto realiza la gracia del Espíritu Santo
en los hermanos separados puede contribuir a nuestra edificación”.
El n. 10 del Decreto afirma que la Teología y la Catequesis han de estar orientadas por
auténtico espíritu ecuménico. Sobre este aspecto el Cons. Pont. para la Unidad de los
Cristianos han publicado un importante documento para la formación teológica: “La
dimensión ecuménica en la formación de quienes trabajan en el ministerio pastoral”
(1995).
En la tarea del mutuo conocimiento el Concilio señala dos formas: el estudio“de la
doctrina y de la historia, de la vida espiritual y cultural, de la psicología religiosa y de la
cultura propia de los hermanos separados” (n. 9); y el diálogo entre teólogos “a
condición de que quienes participan en él bajo la vigilancia de los obispos sean
realmente peritos” (n. 9).
Se trata de un tema que no puede exponerse aquí con detalle. Recordemos sólo los
principios que establece el Decreto n. 8: “En ciertas circunstancias especiales, como
sucede cuando se ordenan oraciones ‘por la unidad’, y en las asambleas ecumenistas es
lícito, más aún, es de desear que los católicos se unan en la oración con los hermanos
separados”. Asunto distinto es la comunicatio in sacris sacramental: “no es lícito
considerar la comunicación en las funciones sagradas como medio que puede usarse
indiscriminadamente para restablecer la unidad de los cristianos. Esta comunicación
depende, sobre todo, de dos principios: de la significación de la unidad de la Iglesia y de
la participación en los medios de la gracia. La significación de la unidad prohíbe de
ordinario la comunicación. La consecución de la gracia algunas veces la recomienda”.
Estos dos principios están concentrados en lo relativo a los sacramentos de la Penitencia
Eucaristía y Unción de los enfermos en el Código de Derecho Canónico, c. 844, y en el
“Directorio para la aplicación de principios y normas sobre el Ecumenismo” 111.
111
Cf. Directorio para la aplicación de principios y normas sobre el ecumenismo (1993).
117
Única es la Iglesia fundada por Cristo, pero son muchas las comunicaciones cristianas
que se presentan a los hombres como la herencia de Jesucristo. Así describe el Decr.
Unitatis Redintegratio (UR), en su primer capítulo, el núcleo del “problema ecuménico”.
Esa división cristiana contradice la voluntad de Cristo; es un escándalo para el mundo y
un serio obstáculo para la evangelización. De ahí que el Espíritu Santo no cese de
impulsar el “movimiento ecuménico”. La Iglesia, además, considera una “divina
vocación y gracia” el deseo de restablecer la unidad que surge entre los cristianos; y no
sólo individualmente, sino también en cuanto reunidos en asambleas o iglesias. Pero,
¿cómo ser fiel a esta vocación ecuménica? ¿Qué criterios ha señalado la Iglesia?
Pero a pesar de lo fuertes que son estos principios de unidad, la flaqueza humana ha
contrariado el designio divino, “a veces no sin culpa de ambas partes”35 . Sin embargo,
la Iglesia una no se ha disgregado en fragmentos varios: “durante los dos mil años de su
historia, ha permanecido en la unidad con todos los bienes de los que Dios quiere dotar a
su Iglesia, y esto a pesar de la crisis con frecuencia graves que la han sacudido, las faltas
de fidelidad de algunos de sus ministros y los errores que cotidianamente cometen sus
miembros”( UUS. 1).
Es éste un principio decisivo: la Iglesia de Jesucristo “establecida y organizada en este
mundo como una sociedad, subsiste en la Iglesia católica, gobernada por el sucesor de
Pedro y por los Obispos en comunión con él, si bien fuera de su estructura se encuentren
muchos elementos de santidad y verdad que, como bienes propios de la Iglesia de Cristo,
impelen hacia la unidad católica” (LG. 8).
Tenemos aquí la célebre expresión “subsistit in “, con la que el Concilio ha querido dar
cuenta de la verdadera realidad cristiana que existe fuera del marco visible de la Iglesia
Católica Romana, a la vez que afirma ser ella la presencia plena de la Iglesia de
Jesucristo en la tiera. Esos “elementos de santidad y verdad” se hallan presentes “fuera
del recinto visible de la Iglesia Católica” (UR. 3), y permiten hablar de verdadera
comunión entre los cristianos, aunque imperfecta.
118
¿Cuáles son estos bienes de santidad y de verdad? El Decreto enumera algunos: “La
Iglesia se reconoce unida por muchas razones con quienes, estando bautizados, se
honran con el nombre de cristianos, pero no profesan la fe en su totalidad o no guardan
la unidad de comunión bajo el sucesor de Pedro. Pues hay muchos que honran la
Sagrada Escritura como norma de fe y de vida, muestran un sincero celo religioso, creen
con amor en Dios Padre todopoderoso y en Cristo, Hijo de Dios Salvador; están sellados
con el bautismo, por el que se unen a Cristo, y además aceptan o reciben otros
sacramentos en sus propias Iglesias o comunidades eclesiásticas. Muchos de entre ellos
poseen el episcopado, celebran la sagrada Eucaristía y fomentan la piedad hacia la
Virgen, Madre de Dios”.
Juan Pablo II subrayará la afirmación de UR 15 que, en relación con las Iglesias
ortodoxas, dice que “por la celebración de la Eucaristía del Señor en cada una de esas
Iglesias, se edifica y crece la Iglesia de Dios”( US 12).
Refiriéndose a estos principios, dice por su parte el Papa: “Se trata de textos ecuménicos
de máxima importancia. Fuera de la comunidad católica no existe el vacío eclesial.
Muchos elementos de gran valor (eximia), que en la Iglesia católica son parte de la
plenitud de los medios de salvación y de los dones de gracia que constituyen la Iglesia,
se encuentran también en las otras Comunidades cristianas” (US. 13).
Esta valoración positiva no ignora lo que todavía separa: “Los hermanos separados de
nosotros, ya individualmente, ya sus Comunidades e Iglesias, no disfrutan de aquella
unidad que Jesucristo quiso dar a todos aquellos que regeneró y con-vivificó para un
solo cuerpo y un vida nueva (...) Porque únicamente por medio de la Iglesia católica de
Cristo, que es el auxilio general de la salvación, puede alcanzarse la total plenitud de los
medio de salvación. Creemos que el Señor encomendó todos los bienes de la Nueva
Alianza a un único Colegio apostólico, al que Pedro preside, para constituir el único
Cuerpo de Cristo en la tierra, al cual es necesario que se incorporen plenamente todos
los que de algún modo pertenecen ya al Pueblo de Dios” UR. 3).
Juan Pablo II señala aquí que los cristianos no deben minusvalorar “el peso de las
incomprensiones ancestrales que han heredado del pasado, de los malentendidos y
prejuicios de los unos contra los otros. No pocas veces, además, la inercia, la
indiferencia y un insuficiente conocimiento recíproco agravan estas situaciones” (US. 2).
En este sentido, la Iglesia Católica ha de ofrecer todo aquello que, en consonancia con el
Evangelio y la disposición del Señor, pertenece a su “catolicidad”. En fin, merece la
pena mencionar algo que a veces no ha sido bien entendido, aunque el Concilio se
expresó con precisión. Se trata del “trabajo de preparación y reconciliación de todos
aquellos que desean la plena comunión católica”; una tarea legítima, que hay que
distinguir de la actividad ecuménica, sin oponerlas.
Esa aprobación ha sucedido hasta el momento –en el caso de los diálogos de la Iglesia
Católica- sólo con un documento. Se trata de la “Declaración común sobre la doctrina
de la justificación por la fe”, firmada el 31 de octubre de 1999 por la Federación
Luterana Mundial y la Iglesia Católica en la ciudad de Augsburg. Declara que esa
doctrina contenida en esa Declaración común no cae bajo las condenas doctrinales de
las Confesiones de fe luteranas ni del Concilio de Trento, que se mantienen vigentes
para el tenor de las doctrinas condenadas.
Otros documentos firmados por las autoridades eclesiales son algunas Declaraciones
cristológicas con las Antiguas Iglesias Orientales.
Como se sabe, estas Iglesias se separaron con motivo de la doctrina Cristológica de los
Concilios de Efeso y de Calcedonia.
CONCLUSIONES
Tenemos así los siguientes principios fundamentales para la comprensión católica del
Ecumensimo:
2º “Fuera de su recinto visible” (UR 3), hay verdaderos bienes de santidad y verdad
(“elementa seu bona Ecclesiae”);
122
BIBLIOGRAFÍA.
Consejo Pontificio para la Unidad de los Cristianos, “Directorio para la aplicación de los
principios y normas sobre el ecumenismo” (1993)
.
124
Capítulo 8.
La Iglesia Pueblo de Dios en camino.
Iglesia e historia.
El Concillo Vaticano II ha sido como la consagración que había cumplido la
eclesiología católica. Es necesario entender lo que el Concilio ha querido
renovar en la concepción de la Iglesia. De Lubac resalta muy bien el
remezón recibido por la Iglesia Católica en aquellos tiempos y dice así:
"Va reconocido que para cada uno no fue inmediatamente fácil de entender.
La invitación reiterada a pasar de lo jurídico a lo teológico, desconcertaba,
un retorno demasiado determinado al lenguaje de la Biblia y de los Padres
parecía amenazar el rigor dogmático, se tenía miedo de dejar las estables
certezas".
También la Iglesia camina hacia este final y hacia este fin. LG 9: "Este
pueblo mesiánico tiene por fin el Reino de Dios, comenzado en la tierra por
el mismo Dios y que debe ser ulteriormente dilatado hasta que al final de los
siglos sea por El llevado a cumplimiento, cuando aparecerá Cristo"; LG 47:
"La Iglesia no tendrá su cumplimiento sino en la gloria del cielo, cuando
vendrá el tiempo de la restauración de todas las cosas y cuando con el
género humano, también todo el mundo, el cual está intimamente unido con
el hombre y por medio de El llega a su fin, será perfectamente recapitulado
en Cristo".
No se debe caer en error, no son tres Iglesias, sino una sola, porque
uno solo es el Espíritu que representa el vinculo del único cuerpo místico de
Cristo. Sólo que la situación de sus miembros es diversa, tanto que los tres
usos del término Iglesia, podemos considerarlos fundamentalmente
analógicos. No se dice Iglesia del mismo modo respecto a aquella peregrina,
purgante o gloriosa, en efecto, partiendo de una de las tres situaciones, es
sólo el procedimiento analógico que nos permite el pasaje a otra a través del
mismo término.
Solamente teniendo bien presente esta triplicidad de situaciones, es
que se logra coger el espesor de la afirmación decisiva que la patria de la
Iglesia es el cielo y se logra focalizar la provisoriedad de la Iglesia peregrina
sobre la tierra. Ser peregrinos quiere decir más que una simple perspectiva
de espiritualidad, es una afirmación densamente teológica, dogmática y es
la que permite entender la dimensión escatológica de la Iglesia.
d. ¿Cumplimiento inmanente o trascendente? El género de cumplimiento de
la Iglesia.
¿De qué tipo es el cumplimiento de la Iglesia?; ¿es inmanente o
trascendente?; ¿Es una conquista de la Iglesia o es un don para ella?; éstas
son las preguntas decisivas.