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De Tal Manera PDF

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DE TAL

MANERA
AMÓ

DIOS...
ÉL HA R Á LO QUE SEA
PA R A ATR AER NOS A ÉL

JOHN M AC A RTHUR
La misión de Editorial Portavoz consiste en proporcionar productos de calidad
—con integridad y excelencia—, desde una perspectiva bíblica y confiable, que
animen a las personas a conocer y servir a Jesucristo.

Título del original: The God Who Loves, © 1996, 2001 por John MacArthur, Jr.
y publicado por Thomas Nelson.
Edición en castellano: De tal manera amó Dios…, © 2018 por Editorial
Portavoz, filial de Kregel Inc., Grand Rapids, Michigan 49505. Todos los
derechos reservados. Publicado por acuerdo con Thomas Nelson, una división de
HarperCollins Christian, Inc.
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Las cursivas añadidas en los versículos bíblicos son énfasis del autor.
EDITORIAL PORTAVOZ
2450 Oak Industrial Drive NE
Grand Rapids, MI 49505 USA
Visítenos en: www.portavoz.com
ISBN 978-0-8254-5808-8 (rústica)
ISBN 978-0-8254-6722-6 (Kindle)
ISBN 978-0-8254-7543-6 (epub)

1 2 3 4 5 edición / año 27 26 25 24 23 22 21 20 19 18
Impreso en los Estados Unidos de América
Printed in the United States of America
A Patricia:

a quien amo más que a la vida misma


y cuyo amor por mí está más cerca de la perfección
celestial que todo lo que he conocido en la tierra.
Contenido
Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9

1 De tal manera amó Dios al mundo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15


2 Dios es amor . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 39
3 Mira, pues, la bondad… . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 55

4 …y la severidad de Dios. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 71
5 ¿Aprendí en la clase de párvulos todo lo que debo
saber acerca del amor de Dios? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 91
6 El amor de Dios por la humanidad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 109

7 El amor de Dios por sus elegidos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 139


8 Cómo encontrar seguridad en el amor de Dios . . . . . . . . . . .161

Apéndice 1: No hay enojo en Dios, por Thomas Chalmers. . . . .181


Apéndice 2: Sobre el amor de Dios, y si se extiende a los
no elegidos, por Andrew Fuller . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 201

Apéndice 3: Cristo el Salvador del mundo,


por Thomas Boston . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 207
Apéndice 4: El amor de Dios hacia el mundo,
por John Brown. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 225
Introducción

Hace algunos años tuve la oportunidad de pasar varios


días viajando con los famosos músicos cristianos Bill y Gloria
Gaither. En cierto momento le pregunté a Bill cuáles eran en
su opinión las mejores letras cristianas jamás escritas… aparte
de los salmos inspirados.
Sin dudar, comenzó a citar las palabras del himno “El amor
de Dios”, de F. M. Lehman:

¡Oh amor de Dios! Su inmensidad,


el hombre no podría contar
ni comprender la gran verdad,
que Dios al hombre pudo amar.
Cuando el pecado entró al hogar de Adán y Eva en Edén;
Dios los sacó, mas prometió un Salvador también.

¡Oh amor de Dios! Brotando está,


inmensurable eternal;
por las edades durará,
inagotable raudal.

Si fuera tinta todo el mar, y todo el cielo un gran papel,


y cada hombre un escritor, y cada hoja un pincel.
Nunca podrían describir el gran amor de Dios;
que al hombre pudo redimir de su pecado atroz.
10 De tal manera amó Dios…

Y cuando el tiempo pasará con cada reino mundanal,


y cada reino caerá con cada trama y plan carnal.
El gran amor del Redentor por siempre durará;
la gran canción de salvación su pueblo cantará.

Bill manifestó que ninguna letra en todo el himnario supera la


tercera estrofa de ese himno.
En realidad, pocos rivales vienen a la mente. La sola poesía
es hermosa, pero el significado es profundo.
Mientras meditaba en ese himno, la mente se me inundó
con ecos de la Biblia. “Dios es amor”, escribió el apóstol Juan
(1 Jn. 4:8, 16), y “para siempre es su misericordia” es el estribillo
en todos los veintiséis versículos de Salmos 136. Esas mismas
palabras aparecen al menos cuarenta y una veces en el Anti-
guo Testamento. La misericordia de Dios es mejor que la vida,
nos recuerda el salmista (Sal. 63:3). Dios es “misericordioso y
clemente, lento para la ira, y grande en misericordia y verdad
(Sal. 86:15)”. Él “es bueno; para siempre es su misericordia”
(Sal. 100:5).
En otra parte el salmista escribe: “¡Cuán preciosa, oh Dios,
es tu misericordia! Por eso los hijos de los hombres se amparan
bajo la sombra de tus alas” (Sal. 36:7). Y “las misericordias de
Jehová cantaré perpetuamente… para siempre será edificada
misericordia” (Sal. 89:1-2).
El Nuevo Testamento declara la prueba definitiva del amor
de Dios: “Dios muestra su amor para con nosotros, en que
siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Ro. 5:8).
“En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que
Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por
él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado
a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en
propiciación por nuestros pecados” (1 Jn. 4:9-10). “Dios, que
es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó…
os dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), y
Introducción 11

juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en


los lugares celestiales con Cristo Jesús” (Ef. 2:4-6).
Y el versículo más conocido de todos afirma: “De tal manera
amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que
todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”
(Jn. 3:16).
No es de extrañar que el apóstol se regocije: “Mirad cuál
amor nos ha dado el Padre” (1 Jn. 3:1).
Es evidente que el amor y la bondad de Dios son temas per-
sistentes tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamentos.
Si la cantidad de espacio que la Biblia otorga al tema es algún
indicio, difícilmente alguna verdad acerca de Dios es tan impor-
tante como su amor. En casi todas las páginas de las Escrituras
aparece la bondad divina, su tierna compasión, misericordia,
paciencia, generosidad y gracia. Todas esas virtudes son expre-
siones del amor de Dios.
La doctrina del amor de Dios no es en absoluto simple. Plantea
una serie de dificultades filosóficas y teológicas. Por ejemplo, algu-
nas de las preguntas más obvias que se plantean son: Si Dios es tan
amoroso, ¿por qué envía personas al infierno? ¿Por qué permite
el pecado, el sufrimiento, el dolor y la tristeza? ¿Cómo pueden los
holocaustos, los desastres naturales y otras formas de destrucción
masiva y sufrimiento humano existir en un universo diseñado por
un Dios que es realmente amoroso? ¿Por qué en primera instancia
permitió Dios que la raza humana cayera en el pecado?
Debemos reconocer con toda sinceridad la dificultad de pre-
guntas como esas. Todos las hemos planteado. A muchos nos
han retado con tales preguntas hechas por escépticos que exigen
que les proporcionemos respuestas satisfactorias. Si somos sin-
ceros, debemos admitir que las respuestas no son fáciles. Dios
mismo no ha considerado oportuno revelar respuestas completas
a algunas de esas preguntas. Por el contrario, Él se revela como
amoroso, omnisapiente, perfectamente justo y muy bueno, y
simplemente nos pide que confiemos en Él.
12 De tal manera amó Dios…

Eso se vuelve más fácil cuanto mejor comprendemos lo que


las Escrituras enseñan respecto al amor de Dios. En este libro
trataremos algunas de esas preguntas difíciles acerca del amor
de Dios, pero no hasta que establezcamos una buena base para
lo que la Biblia quiere decir cuando declara: “Dios es amor”.
También debemos notar que varias de las peores alteracio-
nes a la verdad cristiana se basan en la idea de que se puede
entender a Dios únicamente en términos de su amor. Quienes
sostienen tal perspectiva a menudo se niegan a reconocer la ira
de Dios contra el pecado, porque creen que Él no puede ser al
mismo tiempo amoroso y por otro lado furioso con los peca-
dores. Otros, tal vez con la intención de desvincular a Dios de
las tragedias y los terrores de la experiencia humana, razonan
que si Dios es verdaderamente amoroso, es imposible que sea
todopoderoso; de lo contrario pondría fin a todo sufrimiento.
Por otra parte, algunos cristianos de buena voluntad preocu-
pados por la ortodoxia doctrinal son tan cautelosos en cuanto
a la sobrevaloración del amor de Dios que temen expresarlo en
absoluto. Después de todo, nuestra cultura está “enamorada”
del pecado y el amor propio, y completamente embotada hacia la
ira de Dios contra el pecado. ¿No es contraproducente predicar
el amor de Dios en medio de una sociedad tan impía? Algunos
que razonan así tienden a ver todo lo malo que ocurre como
si se tratara de un juicio directo que sale de la mano de una
deidad severa.
Ambos extremos describen una imagen distorsionada de Dios
y confunden aún más el asunto de comprender el amor de Dios.
Mientras permanezcamos dentro de los límites de la ver-
dad bíblica acerca del amor de Dios, podemos evitar estas dos
transgresiones. Al examinar lo que la Biblia dice al respecto,
vemos cuán maravillosamente podemos presentar el amor de
Dios a los pecadores, y cuán perfectamente calza ese amor con
su aborrecimiento del pecado. Y lo difícil de entender se hace
más fácil.
Introducción 13

Sin embargo, en nuestra búsqueda de comprensión de este


asunto debemos estar dispuestos a desechar un montón de
ideas populares y sentimentales sobre el amor divino. Muchas
de nuestras presuposiciones favoritas en cuanto a Dios deben
corregirse. El amor y la santidad de Dios deben entenderse cui-
dadosamente a la luz de su ira contra el pecado. Debemos ver el
amor desde la perspectiva divina antes que podamos entender
realmente la importancia del gran amor de Dios por nosotros.
Como siempre, el remedio está en recibir toda la información
bíblica con los brazos abiertos. Y mi propósito en este libro es
tratar de resaltar una amplia y equilibrada muestra represen-
tativa de esa información. Según señaló el cantautor, cubrir el
tema como merece ser cubierto consumiría océanos de tinta y
llenaría una galaxia. E incluso después de mucho tiempo, apenas
se habría escrito el prólogo.
Estoy seguro de que la eternidad se pasará justo en ese tipo
de estudio. Es por eso que para mí, la oportunidad de escribir
este libro ha sido como un pedacito de cielo. Espero que a
medida que usted lea, también sienta algo de la gloria celestial
y aprenda que toda la tristeza, el sufrimiento y el dolor de la
vida humana no niegan el amor de Dios por la humanidad. Al
contrario; solo el conocimiento del amor divino en medio de
tales pruebas es lo que nos permite soportar todo esto y salir
fortalecidos.
Dedicaremos los tres primeros capítulos a sentar las bases
para entender el amor de Dios. A principios del capítulo 4 volve-
remos a tratar con las preguntas difíciles planteadas aquí, tales
como por qué permite Dios el sufrimiento. En los capítulos que
siguen veremos cómo el amor de Dios define quién es Él, cómo
tal amor se aplica a toda la humanidad, y cómo se aplica en
una manera única y especial a los cristianos.
Mi oración por todos los que leen este libro es un eco de la
oración de Pablo por los efesios: “Que habite Cristo por la fe
en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados
14 De tal manera amó Dios…

en amor, seáis plenamente capaces de comprender con todos


los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y
la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo
conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios”
(Ef. 3:17-19).
1

De tal manera amó Dios al mundo

El amor es el más conocido pero el menos entendido de los


atributos de Dios. Casi todos los que en este tiempo creen en
Dios piensan que Él es un Dios de amor. Incluso he conocido
agnósticos que están seguros de que si Dios existiera, debería
ser benevolente, compasivo y amoroso.
Desde luego, todos estos aspectos son infinitamente ciertos
acerca de Dios, pero no del modo en que la mayoría de la gente
piensa. Debido a la influencia de la teología liberal moderna,
muchos suponen que el amor y la bondad de Dios anulan en
última instancia su justicia, su rectitud y su ira santa. Visua-
lizan a Dios como un abuelo celestial bonachón: tolerante,
afable, indulgente, permisivo y sin ningún desagrado real por
el pecado, quien sin consideración de su santidad pasará bené-
volamente por alto el pecado y aceptará a las personas tal
como son.

EL AMOR DE DIOS EN LA HISTORIA RECIENTE DE LA IGLESIA


Los creyentes en generaciones pasadas fueron a menudo al
extremo opuesto. Tendían a creer en Dios como alguien severo,
exigente, cruel y hasta abusivo. Exageraron tanto la ira de Dios,
que prácticamente pasaron por alto su amor. Hace poco más de
cien años, casi toda la predicación evangelística representaba
16 De tal manera amó Dios…

a Dios solo como un Juez aterrador cuya ira ardía contra los
pecadores. La historia revela que en los tres últimos siglos se han
dado algunos cambios dramáticos en cómo pensamos acerca
de Dios.

Jonathan Edwards
Quizás el sermón más famoso predicado en Estados Unidos
fue “Pecadores en las manos de un Dios airado”, de Jonathan
Edwards, quien era un pastor en la Massachusetts colonial y una
brillante mente teológica. Edwards predicó su famoso sermón
como orador invitado en una iglesia en Enfield, Connecticut, el
8 de julio de 1741. Este sermón desató uno de los episodios más
dramáticos de avivamiento en el Gran Despertar. He aquí un
extracto que muestra la franqueza gráfica y aterradora del predi-
cador al describir la espantosa ira de Dios contra los pecadores:

El Dios que te mantiene sobre el abismo del infierno, muy


parecido a como uno sujeta una araña o un insecto repug-
nante sobre el fuego, te aborrece y está enardecido; su ira
contra ti arde como fuego; te considera indigno de otra cosa
que no sea ser echado en el fuego, sus ojos son tan puros
que no aguantan mirarte, eres diez veces más abominable
a sus ojos que la peor serpiente venenosa es a los nuestros.
Tú lo has ofendido infinitamente más que cualquier rebelde
obstinado lo haya hecho contra su gobierno, y sin embargo
no es otra cosa que su mano lo que te detiene de caer en
el fuego en cualquier momento. Es solo por eso y ninguna
otra cosa que no te fuiste al infierno anoche, que pudiste
despertar una vez más en este mundo después de haber
cerrado tus ojos para dormir, y no hay ninguna otra razón
sino la mano de Dios, por la cual no has caído en el infierno
desde que te levantaste esta mañana. No hay otra razón,
fuera de su misericordia, que mientras lees este escrito, en
este mismo momento, no caes en el infierno.
De tal manera amó Dios al mundo 17

¡Oh pecador, considera el terrible peligro en que te


encuentras! Es un gran horno de ira, un abismo ancho e
insondable, lleno del fuego de ira, el que tienes debajo al ser
sostenido por la mano de ese Dios cuya ira has provocado
y encendido tanto como lo hicieron muchos de los conde-
nados en el infierno. Cuelgas de un hilo, con las llamas de
la ira divina flameando alrededor y amenazando quemarlo
en cualquier momento; y no obstante, no tienes interés en
ningún Mediador, y nada de qué agarrarte para salvarte,
nada para escapar de las llamas de la ira, nada que sea
tuyo, nada de lo que has hecho, nada que puedas hacer para
convencer a Dios que te libre, aunque sea por un instante.

El lenguaje y las imágenes eran tan vívidos que muchos de


los que oyeron a Edwards temblaban, algunos clamaban por
misericordia, y otros se desmayaban.
Nuestra generación —criada con “Cristo me ama, bien yo
lo sé”— encuentra chocante el famoso sermón de Edwards por
una razón completamente distinta. A casi todas las personas de
hoy les horrorizaría que alguien describiera a Dios en términos
tan aterradores.
Sin embargo, es importante que entendamos el contexto del
sermón de Edwards. Él no era un feroz sentimentalista; apelaba
sin pasión al sentido de la razón de sus oyentes… incluso al
leer su mensaje en un tono cuidadosamente controlado para
que nadie fuera emocionalmente manipulado. Su mensaje con-
cluyó con un tierno llamado a correr hacia Cristo en busca de
misericordia. Un observador que estaba presente en esa ocasión
recordó que “varias almas se llenaron de esperanza [esa] noche,
y la alegría y el agrado en sus semblantes [mostraban que] reci-
bieron consuelo (de que Dios los fortalecería y confirmaría),
entonamos un himno, oramos y despedimos la asamblea”.1 De

1. Citado en Iain H. Murray, Jonathan Edwards: A New Biography (Edimburgo:


Banner of Truth, 1987), p. 169.
18 De tal manera amó Dios…

ahí que el estado general de aquella reunión nocturna fuera


decididamente edificante, y señalara una época de gran aviva-
miento a lo largo de Nueva Inglaterra.
A Edwards lo han caricaturizado falsamente algunos como
un predicador severo e implacable que se complacía en asustar a
sus congregaciones con descripciones coloridas de los tormentos
del infierno. Nada puede estar más lejos de la verdad. Él era
un pastor afable y sensible, además de teólogo meticuloso, y
se mantuvo en un terreno bíblico sólido cuando caracterizó a
Dios como un Juez iracundo. La Biblia nos dice: “Dios es juez
justo, y Dios está airado contra el impío todos los días” (Sal.
7:11). El sermón de Edwards esa noche fue una exposición de
Deuteronomio 32:35-36: “Mía es la venganza y la retribución;
a su tiempo su pie resbalará, porque el día de su aflicción está
cercano, y lo que les está preparado se apresura. Porque Jehová
juzgará a su pueblo”. Esas son verdades bíblicas que deben ser
proclamadas. Y cuando Jonathan Edwards las predicó, lo hizo
con corazón humilde de compasión amorosa. Una mirada más
amplia a su ministerio revela que también resaltó fuertemente
la gracia y el amor de Dios. Este solo sermón no nos da una
idea completa de cómo era su predicación.
No obstante, Edwards no era reacio a predicar la verdad
simple y llana de la ira divina. Él veía la conversión como la
obra amorosa de Dios en el alma humana, y sabía que la verdad
de la Biblia es el medio que Dios utiliza para convertir pecado-
res. Edwards creía que su responsabilidad como predicador era
declarar de la manera más clara posible los aspectos positivos
y negativos de esa verdad.

Charles Finney
Por desgracia, una generación posterior de predicadores no
fue tan equilibrada y cuidadosa en su enfoque hacia la evan-
gelización, y no tan sana en su teología. Charles Finney, un
abogado de principios del siglo xix convertido en evangelista,
De tal manera amó Dios al mundo 19

veía la conversión como obra humana. Finney declaró que el


avivamiento prácticamente podía fabricarse si los predicadores
emplearan los medios adecuados, por lo que escribió:

No existe nada en la religión más allá de los poderes comunes


de la naturaleza. Consiste totalmente en el ejercicio correcto
de los poderes de la naturaleza. Es solo eso, y nada más….
Un avivamiento no es un milagro, ni depende de un milagro,
en ningún sentido. Es meramente un resultado filosófico del
uso apropiado de medios constituidos, tanto como cualquier
otro efecto producido por la aplicación de medios.2

Finney negaba incluso que el nuevo nacimiento fuera una obra


soberana del Espíritu Santo (cp. Jn. 3:8). En lugar de eso enseñó
que la regeneración es algo que el pecador logra: “El Espíritu
de Dios, a la verdad, influye en que el pecador cambie, y en este
sentido es la causa eficaz del cambio. Pero en realidad el pecador
cambia, y por tanto es él mismo, en el sentido más propio, el
autor del cambio…. Un cambio de corazón es el propio acto
del pecador”.3
Finney creía que la gente podía ser manipulada psicológica-
mente a responder al evangelio. Una de sus medidas favoritas
para realzar emociones era predicar apasionadamente acerca de
las feroces amenazas de la venganza divina. Con esto buscaba
intimidar a las personas para que respondieran al evangelio.
Mientras que Edwards había esperado que el Espíritu Santo
usara la verdad bíblica para convertir pecadores, Finney creía
que era tarea del predicador evocar la respuesta deseable, a
través de ingeniosa persuasión, intimidación, manipulación, o
cualquier otro medio posible. Él descubrió que aterrorizar a la
gente era un método muy eficaz de provocar una respuesta. Su

2. Charles G. Finney, Revivals of Religion (Old Tappan, New Jersey: Revell,


s.f.), pp. 4-5.
3. Ibíd., pp. 220-21 (cursivas añadidas).
20 De tal manera amó Dios…

repertorio estaba lleno de sermones diseñados para resaltar los


temores de los incrédulos.
Los predicadores que adoptaron los métodos de Finney lleva-
ron estos procedimientos a extremos absurdos. Predicar acerca
de la ira divina a menudo era simplemente algo teatral. Y el tema
de la ira de Dios contra el pecado comenzó a ser predicado con
exclusión del amor de Dios.

D. L. Moody
Todo esto tuvo un efecto muy profundo en la percepción popu-
lar acerca de Dios. El típico cristiano de mediados del siglo xix
se habría escandalizado por la sugerencia de que Dios ama a los
pecadores. Incluso D. L. Moody, muy conocido por su fuerte
énfasis en el amor de Dios, no siempre fue así. En realidad se
sintió perturbado la primera vez que oyó a otro evangelista
predicar del amor de Dios por los pecadores.
El evangelista a quien Moody oyó era el modesto predica-
dor y ladronzuelo británico convertido Harry Moorhouse. En
el invierno de 1868, Moorhouse se presentó inesperadamente en
Chicago y se ofreció a predicar en la congregación de Moody,
quien acababa de salir a ministrar por unos días en St. Louis.
Moody no estaba seguro de la capacidad de predicar de Moor-
house, pero una vez se encontró con este predicador estando en
Inglaterra, así que a regañadientes hizo arreglos para que el inglés
hablara en una reunión a media semana en el sótano de la iglesia.
Al regresar el sábado de su viaje, Moody le preguntó a su
esposa por la predicación de Moorhouse.
—Él predica un poco diferente de ti —le contestó ella—.
Predica que Dios ama a los pecadores.
—Está equivocado —respondió Moody.
La señora Moody le aconsejó a su esposo que no hiciera
ningún juicio hasta que oyera predicar a Moorhouse.
—Creo que estarás de acuerdo con él cuando lo oigas, porque
respalda con la Biblia todo lo que dice.
De tal manera amó Dios al mundo 21

J. C. Pollock relata así lo que sucedió en los días siguientes:

El domingo por la mañana, Moody observó que todos en


su congregación llevaban biblias. Nunca les había dicho a
las personas en las bancas que debían llevar biblias. “Fue
algo extraño ver a la gente llegar con biblias y oír hasta
cuando las hojeaban”.
Moorhouse anunció su texto: “Juan 3:16: De tal manera
amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para
que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga
vida eterna”. Moody observó que en lugar de dividir el
texto en primero, segundo y tercero en la forma ministerial
acostumbrada, “Moorhouse pasó de Génesis a Apocalipsis
ofreciendo prueba de que Dios ama al pecador, y antes
de que hubiera terminado, se habían estropeado dos o
tres de mis sermones… Hasta ese momento no me había
dado cuenta de cuánto nos amaba Dios. Este corazón mío
comenzó a descongelarse; no pude contener las lágrimas”.
Durante toda su vida, Fleming Revell recordó la escena de
Moody asimilando aquella verdad esa mañana dominical
el 8 de febrero de 1868, y cómo “el domingo por la noche
el pequeño Harry Moorhouse se balanceaba de un pie al
otro en su aparente torpeza, pero uno olvidaba todo eso
al escuchar el mensaje que salía de sus labios”. El texto
era el mismo: “De tal manera amó Dios al mundo…”,
desplegado una vez más desde Génesis hasta Apocalipsis,
pero por una ruta diferente. El discurso de Harry no era
tanto un sermón sino una serie de textos relacionados o
pasajes brevemente comentados para formar lo que llegó
de manera más bien extraña a conocerse como “lectura
bíblica”.
Al final, Moody saltó. “Señor Moorhouse, usted va a
hablar todas las noches esta semana. Vengan todos. Digan
a sus amigos que vengan”.
22 De tal manera amó Dios…

Noche tras noche, Moorhouse anunció: “De tal manera


amó Dios al mundo…” y llevaba a sus oyentes por una línea
nueva a lo largo de la Biblia: “Amigos, durante toda una
semana he estado tratando de decirles cuánto los ama Dios,
pero no puedo hacerlo con esta pobre lengua tartamuda…”
Afuera, en el aire fresco de febrero, la vida en Chicago
continuaba desprevenida. Los mercaderes comían y bebían,
los pobres se acurrucaban ante estufas redondas medio
congeladas, los marineros de barcos cubiertos de hielo se
depravaban, se emborrachaban, o peleaban. Entre ese gentío
de ciudadanos humildes, algunos nuevos inmigrantes y un
puñado de ricos, el Espíritu de amor actuaba libremente en
la calle Illinois. Y D. L. Moody dio un giro a su pensamiento
para convertirse desde ese momento en el apóstol del amor
de Dios.4

Ese acontecimiento transformó el estilo evangelístico de D. L.


Moody, quien fue posteriormente usado por Dios para alcanzar
a Gran Bretaña y Estados Unidos con el evangelio sencillo del
amor y la gracia. A personas que casi no conocían la misericor-
dia divina les predicaba que Dios es un Dios de misericordia y
gracia. A multitudes que habían sido condicionadas para pensar
en Dios solo como un juez furioso, Moody les predicaba que
Dios es “misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande
en misericordia y verdad” (Éx. 34:6; cp. 2 Cr. 30:9; Neh. 9:17,
31; Sal. 103:8; 111:4; 112:4; 116:5; Jl. 2:13; Jon. 4:2). Moody
fue fundamental en recuperar de la oscuridad la verdad del
amor divino.

Liberalismo moderno
Sin embargo, con el surgimiento de la teología liberal, el pén-
dulo se desplazó demasiado. El liberalismo (a veces llamado

4. J. C. Pollock, Moody: A Biographical Portrait of the Pacesetter in Modern


Evangelism (Nueva York: Macmillan, 1963), pp. 72-73.
De tal manera amó Dios al mundo 23

modernismo) era una corrupción del cristianismo, basado en


una negación total de la autoridad e inspiración de las Escri-
turas. Esto fue una tendencia creciente a lo largo del siglo xix,
influenciado fuertemente por tendencias de la teología alemana.
(Friedrich Schleiermacher y Albrecht Ritschl se encontraban
entre los teólogos alemanes responsables del liberalismo).
Mientras conservaba algunas de las enseñanzas morales del
cristianismo, el liberalismo atacaba las bases históricas de la fe.
Los liberales negaban la deidad de Cristo, la historicidad de la
Biblia y la unicidad de la fe cristiana. En lugar de eso procla-
maban la hermandad de toda la humanidad bajo la paternidad
de Dios, y en consecuencia insistían en que la única actitud de
Dios hacia la humanidad era de puro amor.5 Es más, el principio
interpretativo general para los liberales llegó a ser el tema del
amor. Si un pasaje no reflejaba la definición que ellos tenían del
amor divino, lo rechazaban como bíblico.6
En la primera parte del siglo XX, el liberalismo tomó por
asalto las iglesias protestantes. Podría argumentarse que la pri-
mera mitad de ese siglo marcó el declive espiritual más grave
desde la Reforma Protestante. El evangelicalismo, que había
dominado a los Estados Unidos protestantes desde la época
de los padres fundadores, fue prácticamente expulsado de las
5. D. L. Moody mismo fue sin duda alguna culpable de un énfasis excesivo en
el amor divino. “Su [único] mensaje, aparte de la presión constante en la necesidad
de conversión, era acerca del amor de Dios. Su teología, aunque básicamente orto-
doxa, era ambigua hasta el punto de no parecer teología en absoluto”. George M.
Marsden, Fundamentalism and American Culture (Oxford: Oxford, 1980), p. 32,
cp. p. 35. Por consiguiente, Moody no reconoció los peligros del liberalismo. “Aun-
que él desaprobaba el liberalismo en lo abstracto, cultivaba amistades con liberales
influyentes en esperanza de que la paz prevaleciera”. Ibíd., p. 33. Las escuelas que
Moody fundó en Northfield, Massachusetts, y con las cuales estuvo asociado hasta
su muerte, estuvieron totalmente dominadas por liderazgo liberal una generación
después de la muerte de Moody. El instituto bíblico Moody en Chicago, el cual él
confió a un liderazgo sólido varios años antes de su muerte, permanece fuertemente
evangélico hasta el día de hoy.
6. Este método de crítica bíblica todavía lo siguen hoy día grupos tales como
el muy publicitado “Seminario Jesús”, cuyos eruditos han llegado a la conclusión
de que solo treinta y uno de los más de setecientos dichos atribuidos a Jesús fueron
realmente pronunciados por Él.
24 De tal manera amó Dios…

escuelas e iglesias denominacionales. El evangelicalismo logró


sobrevivir e incluso prosperar fuera de las denominaciones.
Pero nunca recuperó su influencia en los grupos principales.
En vez de eso ha florecido principalmente en denominaciones
relativamente pequeñas e iglesias independientes. En unas pocas
décadas, el liberalismo prácticamente destruyó las denomina-
ciones protestantes más grandes en Estados Unidos y Europa.

Harry Emerson Fosdick


Uno de los voceros más populares del cristianismo liberal
fue Harry Emerson Fosdick, pastor de la Iglesia Riverside en
la Ciudad de Nueva York. Aunque permanecía fuertemente
comprometido con la teología liberal, Fosdick sin embargo reco-
noció que la nueva teología estaba socavando el concepto de un
Dios santo. Al contrastar su era con la de Jonathan Edwards,
Fosdick escribió:

El sermón de Jonathan Edwards en Enfield describía a los


pecadores sobre el abismo ardiente en las manos de una
deidad iracunda que probablemente en cualquier momento
los iba a soltar, y tan terrible fue ese discurso en su entrega
que las mujeres se desmayaban y los hombres fuertes se
aferraban en agonía a las columnas de la iglesia. Es obvio
que ya no creemos en esa clase de Dios, y como siempre,
reaccionamos pasándonos al extremo opuesto, tanto que
en la teología de estos años recientes hemos enseñado un
tipo de deidad suave y benevolente…. En realidad, al Dios
de la nueva teología no parece importarle mucho el pecado;
ciertamente no se garantiza que vaya a castigar severa-
mente; Él ha sido un padre indulgente, y cuando pecamos,
un cortés “discúlpame” parece más adecuado para hacer
las paces.7

7. Harry Emerson Fosdick, Christianity and Progress (Nueva York: Revell, 1922),
pp. 173-74 (cursivas añadidas).
De tal manera amó Dios al mundo 25

Fosdick nunca habló con más sinceridad. Vio de modo correcto


que el liberalismo había llevado a un concepto deformado y
desequilibrado de Dios. Incluso pudo ver con claridad y darse
cuenta de que el liberalismo estaba llevando a la sociedad a un
peligroso desierto de amoralidad, donde el pecado, la codicia,
el egoísmo y la rapacidad del “ser humano crecen con los años
en una enorme acumulación de consecuencias hasta que final-
mente el colapso de esa locura lleva a toda la tierra a la ruina”.8
A pesar de todo eso, Fosdick nunca reconoció la realidad
literal de la ira de Dios hacia los pecadores impenitentes. Para
él, “la ira de Dios” no era nada más que una metáfora para las
consecuencias naturales de hacer lo malo. Al escribir después
de la Primera Guerra Mundial, Fosdick sugirió que “el orden
moral del mundo nos ha estado sumergiendo en el infierno”.9 Su
teología no toleraba un Dios personal cuya ira justa se enciende
contra el pecado. Además, para él la amenaza del verdadero
fuego del infierno solo era una reliquia de una era bárbara.
“Obviamente, ya no creemos en esa clase de Dios”.

EL AMOR DE DIOS Y LA IGLESIA CONTEMPORÁNEA


Fosdick escribió tales palabras hace casi ochenta años. Tris-
temente, lo que fue cierto entonces acerca del liberalismo es
demasiado cierto respecto al evangelicalismo de hoy. Hemos
perdido la realidad de la ira de Dios. Hemos hecho caso omiso
a su odio por el pecado. El Dios que la mayoría de evangélicos
describen ahora es todo amor y nada de enojo. Hemos olvidado
que “¡horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo!” (He.
10:31). Ya no creemos en esa clase de Dios.
Lo irónico es que este énfasis exagerado en la benevolencia
divina actúa en realidad contra una sana comprensión del amor
de Dios. Algunos teólogos se empeñan tanto en esta percepción
de Dios como todo amor, que cuando las cosas salen mal, ven
8. Ibíd., p. 174.
9. Ibíd. (cursivas añadidas).
26 De tal manera amó Dios…

esto como evidencia de que realmente Él no puede controlar


todo. Creen que si Dios es de veras amoroso no puede ser total-
mente soberano. Este punto de vista convierte a Dios en una
víctima del mal.10
Multitudes han aceptado la desastrosa idea de que Dios es
impotente para tratar con la maldad. Creen que Él es bondadoso
pero débil, o quizás distante, o que simplemente no le preocupa
la maldad humana. ¿No es de extrañar que la gente con tal
concepto de Dios desafíe la santidad divina, que dé por sentado
el amor divino y que presuma de la gracia y la misericordia de
Dios? Sin duda nadie temería a una deidad como esa.
Sin embargo, la Biblia nos dice muchas veces que el temor
de Dios es la misma base de la verdadera sabiduría (Job 28:28;
Sal. 111:10; Pr. 1:7; 9:10; 15:33; Mi. 6:9). A menudo, la gente
trata de explicar el sentido de tales versículos afirmando que el
“temor” que se propugna tiene que ver con un sentido devoto
de respeto y reverencia. Es verdad que el temor de Dios incluye
respeto y reverencia, pero no excluye un santo terror literal. “A
Jehová de los ejércitos, a él santificad; sea él vuestro temor, y él
sea vuestro miedo” (Is. 8:13).
Debemos rescatar algo del terror santo que viene con una
comprensión correcta de la ira de Dios. Debemos recordar que
la ira de Dios arde de veras contra los pecadores impenitentes
(Sal. 38:1-3). Esa realidad es lo que hace que su amor sea tan
asombroso. Por tanto, debemos proclamar estas verdades con
el mismo sentido de convicción y fervor que empleamos cuando
declaramos el amor de Dios. Es solo en el contexto de la ira
divina que el significado total del amor de Dios puede enten-
derse. Ese es precisamente el mensaje de la cruz de Jesucristo.
Después de todo, fue en la cruz que el amor y la ira de Dios
convergieron en toda su plenitud majestuosa.
Solo quienes se ven como pecadores en las manos de un
10. Ese es precisamente el lenguaje usado por Harold Kushner, Cuando a la gente
buena le pasan cosas malas (Nueva York: Vintage Español, 2006).
De tal manera amó Dios al mundo 27

Dios iracundo pueden apreciar por completo la magnitud y la


maravilla de su amor. En este sentido, nuestra generación está
sin duda en mayor desventaja que la anterior. Nos han obligado
a alimentar por tanto tiempo las doctrinas de la autoestima,
que la mayoría de seres humanos en realidad no se ven como
pecadores dignos de la ira divina. Además de eso, el libera-
lismo religioso, el humanismo, la componenda evangélica y
la ignorancia de las Escrituras han actuado contra el correcto
entendimiento de quién es Dios. Es irónico que en una era que
concibe a Dios como alguien totalmente amoroso y desprovisto
de ira, ¡pocas personas comprendan realmente de qué se trata
el amor de Dios!
Es crucial el modo en que abordamos el concepto erróneo de
la época actual. No debemos reaccionar a un énfasis exagerado
sobre el amor divino negando que Dios sea amor. La visión
desequilibrada que nuestra generación tiene de Dios no puede
corregirse por medio de un desequilibrio igual en la dirección
opuesta. Temo francamente que este sea un peligro muy real en
algunos círculos. Una de las preocupaciones profundas que me
ha motivado a escribir este libro es una tendencia creciente que
he observado, en particular entre personas comprometidas con
la verdad bíblica de la soberanía de Dios y la elección divina.
Algunas de ellas niegan rotundamente que en algún sentido
Dios ame a quienes no ha escogido para salvación.
Estoy convencido por la Biblia de que Dios es absolutamente
soberano en la salvación de los pecadores, cual “no depende del
que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericor-
dia” (Ro. 9:16). Somos redimidos no debido a algo bueno en
nosotros, sino debido a que Dios nos escogió para salvación. Él
escogió a ciertos individuos y pasó por sobre otros, y tomó esa
decisión en la eternidad pasada, antes de la fundación del mundo
(Ef. 1:4). Además, Dios eligió sin tener en cuenta algo que pre-
viera en los escogidos; simplemente “según el puro afecto de su
voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia” (vv. 5-6). La
28 De tal manera amó Dios…

elección surge del amor de Dios. Él “con amor eterno [nos ha]
amado; por tanto, [nos prolongó su] misericordia” (Jer. 31:3).
Sin embargo, ciertamente podemos afirmar tales verdades
sin también concluir que la actitud de Dios hacia los no elegidos
sea de odio total.
Me preocupa la tendencia de algunos —a menudo jóvenes
recién encaprichados con la doctrina reformada— que insisten
en que Dios no puede amar a quienes no se arrepienten y creen.
Me parece que cada vez encuentro con mayor frecuencia este
punto de vista. El argumento inevitablemente es este: El Salmo
7:11 nos dice que “Dios está airado contra el impío todos los
días”. Parece razonable suponer que si Dios amara a todos,
habría escogido a todos para salvación. En consecuencia, Dios
no ama a los no elegidos. Quienes piensan esto a menudo hacen
todo lo posible por argumentar que Juan 3:16 en realidad no
significa que Dios ame a todo el mundo.
Quizás el argumento más conocido para este punto de vista
se encuentra en la edición completa de un libro por lo demás
excelente: La soberanía de Dios, de A. W. Pink.11 Pink escribió:
“Dios ama a quien Él elige. No ama a todo el mundo”.12 Más
adelante en el libro agrega esto:

¿Es verdad que Dios ama a aquel que desprecia y rechaza


a su Hijo amado? Dios es tanto luz como amor, y por con-
siguiente su amor debe ser santo. Decirle a quien rechaza
a Cristo que Dios lo ama es cauterizarle la conciencia, así
como brindarle una sensación de seguridad en sus pecados.
La realidad es que el amor de Dios es una verdad solo para
los santos, y presentárselo a los enemigos de Dios es tomar
el pan de los hijos y arrojárselo a los perros. Con excepción

11. Arthur W. Pink, The Sovereignty of God (Grand Rapids: Baker, 1930), pp.
29-31, 245-52, 311-14. Publicado en español por El Estandarte de la Verdad con el
título La soberanía de Dios.
12. Ibíd., pp. 29-30.
De tal manera amó Dios al mundo 29

de Juan 3:16, ninguna vez en los cuatro evangelios leemos


que el Señor Jesús, el maestro perfecto, ¡les dijera a los
pecadores que Dios los amaba!13

En un apéndice a la edición íntegra, Pink sostuvo que la palabra


mundo en Juan 3:16 (“De tal manera Dios amó al mundo”) “se
refiere al mundo de creyentes (los elegidos de Dios), en contra-
posición al mundo de los impíos”.14
Pink trataba de señalar el punto crucial de que Dios es sobe-
rano en el ejercicio de su amor. La esencia de su argumento sin
duda es válida: es una locura pensar que Dios ama a todos por
igual, o que está obligado por alguna regla de equidad a amar
por igual a todos. La Biblia nos enseña que Dios nos ama porque
decide hacerlo (cp. Dt. 7:6-7), porque Él ama debido a que es
amor (1 Jn. 4:8), no porque esté bajo alguna obligación de amar
a todos por igual. Nada más que el propio placer soberano lo
obliga a amar a los pecadores. Nada más que su propia voluntad
soberana gobierna su amor. Esto tiene que ser verdadero, ya que
ciertamente no hay nada en ningún pecador digno incluso del
más mínimo grado de amor divino.
Por desgracia, Pink llevó demasiado lejos el corolario. El
hecho de que algunos pecadores no sean elegidos para salvación
no es prueba de que la actitud de Dios hacia ellos esté totalmente
desprovista de amor sincero. Por la Biblia sabemos que Dios
es misericordioso, bondadoso, generoso y bueno incluso con
los pecadores más obstinados. ¿Quién puede negar que estas
misericordias fluyan del amor ilimitado de Dios? Sin embargo,
es evidente que se derraman aun sobre pecadores no arrepenti-
dos. Por ejemplo, de acuerdo con Pablo, el conocimiento de la

13. Ibíd., p. 246.


14. Ibíd., p. 314. Las secciones que cito aquí fueron retiradas en la edición de la obra
de Pink publicada por The Banner of Truth Trust (1961). En su biografía de Arthur
Pink, el editor Iain Murray llamó a la negación de Pink acerca del amor de Dios por
los no elegidos un “aspecto de seria debilidad”. Iain Murray, The Life of Arthur W.
Pink (Edimburgo: Banner of Truth, 1981), p. 196.
30 De tal manera amó Dios…

benignidad, la paciencia y la longanimidad divina debería guiar


a los pecadores al arrepentimiento (Ro. 2:4). No obstante, el
apóstol reconoció que muchos que son destinatarios de estas
expresiones de amor divino las desprecian, atesorando así ira
para ellos en el día de la ira (v. 5). La dureza del corazón humano
pecaminoso es la única razón por la cual la gente persiste en
pecar, a pesar de la bondad de Dios hacia ellos. Por tanto,
¿es Dios insincero cuando vierte sus misericordias llamando
al arrepentimiento a tales individuos? ¿Y cómo puede alguien
llegar a la conclusión de que la verdadera actitud de Dios hacia
quienes rechazan sus misericordias no es más que odio puro?
Sin embargo, quiero reconocer que explicar el amor de Dios
hacia los reprobados no es tan sencillo como la mayoría de
evangélicos modernos quiere que sea. Claramente hay un sen-
tido en que la expresión del salmista, “aborrecí la reunión de
los malignos” (Sal. 26:5) es un reflejo de la mente de Dios.
“¿No odio, oh Jehová, a los que te aborrecen, y me enardezco
contra tus enemigos? Los aborrezco por completo; los tengo por
enemigos” (Sal. 139:21-22). El odio que el salmista expresó es
una virtud, y tenemos todos los motivos para concluir que es
un odio que Dios mismo tiene. Después de todo, Él afirmó: “a
Esaú aborrecí” (Mal. 1:3; Ro. 9:13). El contexto revela que Dios
estaba hablando de toda una raza de personas malvadas. Hay
entonces un sentido verdadero y real en que la Biblia enseña
que Dios odia a los malvados.
Muchos tratan de esquivar la dificultad que esto plantea
al sugerir que Dios aborrece el pecado, no al pecador. ¿Por
qué entonces condena al pecador y consigna a la persona (no
simplemente al pecado) al infierno eterno? Está claro que no
podemos eliminar la severidad de esta verdad negando el odio
de Dios por los malvados. Tampoco debemos imaginar que
ese odio sea algún defecto en el carácter de Dios. Se trata de
un odio santo, que es perfectamente coherente con su santidad
inmaculada, inaccesible e incomprensible.
De tal manera amó Dios al mundo 31

EL AMOR DE DIOS POR EL MUNDO INCRÉDULO


Sin embargo, por la Biblia estoy convencido de que el odio
de Dios hacia los malvados no es un odio sin diluir por la
compasión, la misericordia o el amor. Por experiencia humana
sabemos que el amor y el odio no son mutuamente exclusivos.
No es nada extraño tener sentimientos simultáneos de amor y
odio dirigidos a la misma persona. A menudo hablamos de indi-
viduos que tienen relaciones amor-odio. No existe razón para
negar que en un sentido infinitamente más puro y más noble,
el odio de Dios hacia los malvados también esté acompañado
de un amor sincero y compasivo por ellos.15
El hecho de que Dios enviará al infierno eterno a todos los
pecadores que persisten en el pecado y la incredulidad, prueba
su odio hacia ellos. Por otra parte, el hecho de que Dios prometa
perdonar y llevar a su gloria eterna a todos los que confían en
Cristo como Salvador, y que hasta suplique a los pecadores que
se arrepientan, demuestra su amor hacia ellos.
Debemos entender que amar es la misma naturaleza de
Dios. El Señor nos ordena amar a nuestros enemigos “para
que [seamos] hijos de [nuestro] Padre que está en los cielos, que
hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre
justos e injustos” (Mt. 5:45). Ese pasaje y los versículos en su
contexto inmediato refutan la afirmación de Arthur Pink de
que Jesús nunca les dijo a los pecadores que Dios los amaba.
Aquí Jesús caracterizó claramente a su Padre como alguien que
ama incluso a quienes deliberadamente se ponen en enemistad
contra Él.
Aunque todos estamos impacientes por preguntar cuál es
el motivo de que un Dios amoroso permita que sucedan cosas

15. Esto no quiere decir que Dios sea ambivalente. Él es perfectamente coherente
consigo mismo (2 Ti. 2:13). En su mente no pueden existir voluntades contradictorias.
Lo que estoy afirmando es esto: En un sentido real y sincero, Dios odia a los malvados
por los pecados que cometen; pero en un sentido real y sincero también tiene compa-
sión, piedad, paciencia y afecto verdadero por ellos debido a su naturaleza amorosa.
32 De tal manera amó Dios…

malas a sus hijos, seguramente también deberíamos preguntar


por qué un Dios santo permite que pasen cosas buenas a gente
mala. La respuesta es que Dios es misericordioso incluso con
aquellos que no le pertenecen.
No obstante, en este punto es necesario hacer una importante
distinción: Dios ama a los creyentes con un amor particular. Es
un amor familiar, el amor supremo de un Padre eterno por sus
hijos. Se trata del amor consumado de un Esposo por su esposa.
Es un amor eterno que les garantiza salvación del pecado y de
su horrible pena. Ese amor especial está reservado solo para los
creyentes. Limitar este amor salvador y eterno a sus escogidos
no hace que la compasión, la misericordia, la bondad y el amor
de Dios por el resto de la humanidad sean poco sinceros o sin
sentido. Cuando Dios invita a los pecadores a arrepentirse y
recibir perdón (Is. 1:18; Mt. 11:28-30), su ruego viene de un
corazón sincero de amor auténtico. “Vivo yo, dice Jehová el
Señor, que no quiero la muerte del impío, sino que se vuelva el
impío de su camino, y que viva. Volveos, volveos de vuestros
malos caminos; ¿por qué moriréis, oh casa de Israel?” (Ez.
33:11). Claramente, Dios ama incluso a los que desprecian su
tierna misericordia, pero esta es una calidad diferente de amor,
y diferente en grado de su amor por los suyos.
Un paralelismo en el ámbito humano sería este: Amo a mi
prójimo. Muchos pasajes bíblicos me ordenan que lo ame como
a mí mismo (p. ej., Lv. 19:18; Mt. 22:39; Lc. 10:29-37). También
amo a mi esposa. Eso también está de acuerdo con la Biblia
(Ef. 5:25-28; Col. 3:19). Pero está claro que mi amor por mi
esposa es superior, tanto en excelencia como en grado, a mi
amor por mi prójimo. Elegí a mi esposa; no elegí a mi prójimo.
Por voluntad propia traje a mi esposa a mi familia para que
viviera conmigo durante el resto de nuestras vidas. No hay razón
para concluir que ya que no concedo el mismo privilegio a mi
prójimo, mi amor por él no sea un amor real y auténtico. Lo
mismo ocurre con Dios. Él ama a los elegidos de una manera
De tal manera amó Dios al mundo 33

especial reservada solo para ellos; pero esto no hace menos real
su amor por el resto de la humanidad.
Además, incluso en el ámbito humano, el amor por nuestro
cónyuge y el amor por nuestro prójimo todavía no agotan las
diferentes variedades de amor que expresamos. También amo
a mis hijos con el mayor fervor; pero una vez más, los amo con
una calidad diferente de amor que mi amor por mi esposa. Y
amo a mi prójimo cristiano en una forma que supera mi amor
por mi prójimo no cristiano. Es evidente que el amor auténtico
viene en varios tipos y grados. ¿Por qué es difícil para nosotros
concebir que Dios mismo ame a las personas de manera dife-
rente y con efectos diferentes?
El amor de Dios por los elegidos es un amor infinito y eterno.
Por la Biblia sabemos que este gran amor fue la misma causa
de nuestra elección (Ef. 2:4). Es evidente que tal amor no está
dirigido hacia toda la humanidad en forma indiscriminada, sino
que se otorga de manera única e individual a aquellos a quienes
Dios escogió en la eternidad pasada.
Pero de esto no se desprende que la actitud de Dios hacia los
que no escogió deba ser de odio absoluto. Sin duda su ruego
a los perdidos, su oferta de misericordia a los reprobados y el
llamado del evangelio a todos los que escuchan son expresiones
sinceras del corazón de un Dios amoroso. Recordemos que Él
no se complace con la muerte de los malvados, sino que tierna-
mente llama a los pecadores a volverse de los malos caminos y
vivir. Él libremente ofrece el agua de vida a todos (Is. 55:1; Ap.
22:17). Tales verdades no son en absoluto incompatibles con la
verdad de la soberanía divina.
La teología reformada ha sido históricamente la rama del
evangelicalismo más fuertemente comprometida con la sobera-
nía de Dios. Al mismo tiempo, la corriente principal de teólogos
reformados siempre ha afirmado el amor de Dios por todos los
pecadores. El mismo Juan Calvino escribió con relación a Juan
3:16: “[Dos] puntos se nos señalan claramente: a saber, que la
34 De tal manera amó Dios…

fe en Cristo trae vida a todos, y que Cristo trajo vida, porque el


Padre ama a la especie humana, y quiere que ninguno perezca”.16
Calvino añadió esto:

[En Juan 3:16 el evangelista] ha empleado el término uni-


versal todo aquel que, tanto para invitar a todos de modo
indiscriminado a participar de la vida, como para bloquear
toda excusa de los incrédulos. Tal es también la importancia
del término mundo, que él utilizó antiguamente; porque
a pesar de que nada se encuentre en el mundo que sea
digno del favor de Dios, sin embargo Él se muestra para
reconciliarse con el mundo entero, cuando invita a todos
sin excepción a la fe en Cristo, lo cual no es más que una
entrada a la vida.
Por otra parte, recordemos que aunque se promete vida
universalmente a todo aquel que cree en Cristo, la fe no es
común a todos, sino que los escogidos son solo aquellos
cuyos ojos Dios abre, y que pueden buscarlo por fe.17

Los comentarios de Calvino son equilibrados y bíblicos. Él


indica que tanto la invitación del evangelio como “el mundo”
que Dios ama de ninguna manera están limitados solo a los
elegidos. Pero también reconoce que la elección de Dios y el
amor salvador se otorgan de manera exclusiva a sus escogidos.
Estas mismas verdades las ha defendido vigorosamente un
grupo de baluartes reformados, que incluyen a Thomas Boston,
John Brown, Andrew Fuller, W. G. T. Shedd, R. L. Dabney, B.
B. Warfield, John Murray, R. B. Kuiper y muchos otros.18 En
ningún sentido creer en la soberanía divina descarta el amor
de Dios hacia toda la humanidad.

16. Juan Calvino, Commentary on a Harmony of the Evangelists, Matthew,


Mark, and Luke, trad. William Pringle. (Grand Rapids: Baker, 1979, reimpresión),
p. 123.
17. Ibíd., p. 125 (cursivas en el original).
18. Véase en el Apéndice 3 citas específicas de estos autores.
De tal manera amó Dios al mundo 35

Estamos viendo hoy día un interés casi sin precedentes en las


doctrinas de la Reforma y la era puritana. Me encuentro muy
animado por esto en la mayoría de aspectos. Estoy convencido
de que un regreso a estas verdades históricas es absolutamente
necesario si la iglesia ha de sobrevivir. Sin embargo, hay un
peligro cuando almas excesivamente celosas hacen uso indebido
de una doctrina como la soberanía divina con el fin de negar
la oferta sincera de misericordia divina a todos los pecadores.
Debemos mantener una perspectiva cuidadosamente equi-
librada mientras seguimos nuestro estudio del amor de Dios.
El amor de Dios no puede aislarse de su ira y viceversa. Tam-
poco su amor y su ira están en oposición mutua al igual que el
principio místico del yin-yang. Ambos atributos son constan-
tes y perfectos sin que muestren fluctuaciones. Dios mismo es
inmutable. No es amoroso un instante e iracundo al siguiente.
Su ira coexiste con su amor; por tanto, ambos aspectos no
se contradicen. Son tales las perfecciones de Dios, que nunca
podremos comenzar a comprender estas cosas. Sobre todo, no
debemos poner un aspecto contra el otro, como si hubiera de
algún modo una discrepancia en Dios. Él siempre es fiel a sí
mismo y a su Palabra (Ro. 3:4; 2 Ti. 2:13).
Tanto la ira como el amor de Dios actúan para el mismo
objetivo final: su gloria. Dios se glorifica en la condenación de
los malvados y también en la salvación de su pueblo. Tanto la
expresión de su ira como de su amor son necesarias para mos-
trar su gloria plena. Ya que su gloria es el gran diseño de su
plan eterno, y puesto que todo lo que Él ha revelado acerca de sí
mismo es esencial para su gloria, no debemos hacer caso omiso
de ningún aspecto de su carácter. No podemos magnificar su
amor con exclusión de los otros atributos.
Sin embargo, quienes conocen realmente a Dios testifica-
rán que las delicias espirituales más profundas se derivan del
conocimiento de su amor. Su amor es lo que en primer lugar
nos atrajo hacia Él: “Nosotros le amamos a él, porque él nos
36 De tal manera amó Dios…

amó primero” (1 Jn. 4:19). Su amor —ciertamente algo de lo


que no somos dignos— es la razón de que nos salvara y nos
concediera tales privilegios espirituales tan ricos: “Dios, que es
rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun
estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente
con Cristo  (por gracia sois salvos), y juntamente con él nos
resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales
con Cristo Jesús” (Ef. 2:4-6).
Volveremos una y otra vez a algunas de estas mismas ver-
dades en este libro mientras proseguimos nuestro estudio. Mi
propósito no es participar en polémicas, sino solo presentar el
amor de Dios en tal manera que su esplendor llene nuestros
corazones. Si usted es cristiano, mi oración es que la gloria y la
grandeza del amor de Dios profundicen su amor por Él, y que
usted capte las alegrías y los sufrimientos de la vida con una
comprensión correcta del amor de Dios.
Si usted no es creyente, quizás Dios esté acercándolo hacia Él.
Por la Biblia sabemos que Dios está llamándolo a arrepentirse
y que le ofrece el agua de vida. Mi oración es que a medida que
usted lea estas páginas, la maravilla y el privilegio del amor
divino se le desplieguen, y que usted responda a la verdad de la
Palabra de Dios con corazón humilde y creyente. Le animo a
empaparse de la misericordia que Jesús ofreció en estas tiernas
palabras: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y carga-
dos, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y
aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y halla-
réis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y
ligera mi carga” (Mt. 11:28-30).
Pero tenga cuidado: el conocimiento de la bondad y la mise-
ricordia de Dios solo profundizará la condenación de quienes
desprecian a Jesús. “¿Cómo escaparemos nosotros, si descui-
damos una salvación tan grande?” (He. 2:3). El amor de Dios
es un refugio solo para pecadores arrepentidos. Aquellos que
están satisfechos con su pecado no deben consolarse con el
De tal manera amó Dios al mundo 37

conocimiento de que Dios está lleno de misericordia y compa-


sión. Los pecadores impenitentes inclinados a ignorar la oferta
del Salvador de misericordia, primero deberían reflexionar en
esta advertencia crucial de la Biblia: “Si pecáremos voluntaria-
mente después de haber recibido el conocimiento de la verdad,
ya no queda más sacrificio por los pecados, sino una horrenda
expectación de juicio, y de hervor de fuego que ha de devorar
a los adversarios” (He. 10:26-27).
Esa “horrenda expectación de juicio, y de hervor de fuego
que ha de devorar a los adversarios” proporciona el único con-
texto legítimo en que cualquiera puede comprender debidamente
el amor de Dios.

Te exaltaré, mi Dios, mi Rey,


Y bendeciré tu nombre eternamente y para siempre.
Cada día te bendeciré,
Y alabaré tu nombre eternamente y para siempre.
Grande es Jehová, y digno de suprema alabanza;
Y su grandeza es inescrutable.
Generación a generación celebrará tus obras,
Y anunciará tus poderosos hechos.
En la hermosura de la gloria de tu magnificencia,
Y en tus hechos maravillosos meditaré.
Del poder de tus hechos estupendos hablarán los
hombres,
Y yo publicaré tu grandeza.
Proclamarán la memoria de tu inmensa bondad,
Y cantarán tu justicia.
Clemente y misericordioso es Jehová,
Lento para la ira, y grande en misericordia.
Bueno es Jehová para con todos,
Y sus misericordias sobre todas sus obras.
Te alaben, oh Jehová, todas tus obras,
Y tus santos te bendigan.
38 De tal manera amó Dios…

La gloria de tu reino digan,


Y hablen de tu poder,
Para hacer saber a los hijos de los hombres sus poderosos
hechos,
Y la gloria de la magnificencia de su reino.
Tu reino es reino de todos los siglos,
Y tu señorío en todas las generaciones.
Sostiene Jehová a todos los que caen,
Y levanta a todos los oprimidos.
Los ojos de todos esperan en ti,
Y tú les das su comida a su tiempo.
Abres tu mano,
Y colmas de bendición a todo ser viviente.
Justo es Jehová en todos sus caminos,
Y misericordioso en todas sus obras.
Cercano está Jehová a todos los que le invocan,
A todos los que le invocan de veras.
Cumplirá el deseo de los que le temen;
Oirá asimismo el clamor de ellos, y los salvará.
Jehová guarda a todos los que le aman,
Mas destruirá a todos los impíos.
La alabanza de Jehová proclamará mi boca;
Y todos bendigan su santo nombre eternamente y para
siempre.

—Salmo 145

“El Señor encamine vuestros corazones al amor de Dios, y a la


paciencia de Cristo” (2 Ts. 3:5).

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