Montserrat Galceran La Quiebra de La Universidad de Élites
Montserrat Galceran La Quiebra de La Universidad de Élites
Montserrat Galceran La Quiebra de La Universidad de Élites
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[Preámbulo]
En primer lugar... como se dice siempre, muchas gracias por haberme invitado a dar esta
ponencia, especialmente por la Asamblea de la Facultad, con la Facultad de Filología...
Es un honor para mí, con palabras muy grandes y muchas comillas. Y creo que tengo
algo así como tres cuartos de hora. Voy a intentar hablar, digamos, resumidamente, del
título de esta ponencia, o de acuerdo con el título de esta ponencia que dice La quiebra
de la universidad de élites, es decir, partiendo de la tesis de que la Universidad de élites
como modelo de institución universitaria que ha estado vigente durante muchísimo
tiempo, de alguna manera ha entrado en crisis, una crisis ya larga, puesto que se
remonta a principios del siglo pasado, del siglo XX, y de alguna manera a los procesos
de reforma, entre otros, el proceso actual de reforma. Son intentos por parte de
determinados sectores, de fuerzas políticas, etcétera, de configurar la Universidad de
acuerdo con determinados proyectos políticos y sociales. El primer punto por tanto que
quisiera señalar es cómo, en mi opinión, tradicionalmente, la Universidad ha sido
entendida como una Universidad de élites, no como una Universidad de masas. Quizá el
problema es, justamente, la ruptura de ese modelo y la emergencia de una Universidad
de masas, con todos los caracteres positivos y negativos que eso tiene: masificación,
pero a la vez acceso de gran parte de la población o de una mayor parte de la población
a la Universidad. Para documentar un poco por qué pienso o por qué defiendo que la
institución universitaria ha sido una Universidad de élites, una enseñanza de élites
durante largo tiempo, hay que remontarse un tanto a la historia de la Universidad...
[Ponencia]
No voy a hacer una historia de la Universidad, lo cual sería largo, prolijo y pesado para
todos pero sí conviene tener algunos datos en la memoria que se repiten más de una vez
en el discurso tradicional sobre la Universidad. Las primeras Universidades sabemos
que son fundadas por las autoridades políticas como corporaciones dedicadas a la
transmisión del saber. Su función básica es la transmisión de un saber ya obtenido que
se remonta en muchos casos a las fuentes griegas, árabes o bizantinas. Ese es su
objetivo principal, que no incluye la investigación ni por supuesto la innovación, sino
más bien el cuidado y la transmisión de lo ya sabido. Los beneficiarios de la Institución,
lo alumnos, serán los encargados de perpetuar ese saber y de ponerlo en práctica en
sociedades mayormente analfabetas, cumpliendo con las tareas letradas (dar fe,
intervenir en los pleitos, redactar memorias o crónicas de sucesos, intervenir en
negociaciones, hacer de preceptores de los príncipes y grandes de la época, etc.).
Nos encontramos pues con una Universidad de carácter elitista, dirigida a la formación
de los dirigentes a través de la transmisión de un saber acumulado. Y esos dos rasgos: 1)
educar a aquella parte de la sociedad que, por diversas causas que dependen a su vez de
la propia estructura social, se considera llamada a la tarea de dirigirla, capacitándoles
justamente para eso, 2) y hacerlo permitiéndoles acceder a un saber ya disponible,
conforman sus rasgos básicos. En esta tarea el saber socialmente disponible, el saber ya
adquirido, permite la capacitación, pues se vincula a los logros intelectuales disponibles
que provienen de una época pasada: el derecho romano, la historia y la filosofía griega...
La segunda función que no se añade a ésta sino tardíamente, en torno a los siglos XVIII
y XIX, es la de acoger la producción de nuevo conocimiento, especialmente en el marco
de las ciencias experimentales. Al núcleo clásico de los saberes universitarios (teología,
filosofía, derecho...) se añaden las ciencias experimentales que tienden a desplazar a las
antiguas disciplinas y a introducir bajo la forma de institutos universitarios, nuevas
labores de investigación.
La Universidad decimonónica mantiene sin embargo sus rasgos elitistas pues no sólo es
una minoría social la que accede a ella, por el nivel de ingresos que exige y por la
necesidad de dedicar al estudio un tiempo de vida, cosa que no pueden permitirse los
más pobres, sino también porque los saberes universitarios siguen estando ligados a las
tareas de gobierno y de dirección en la sociedad, en la política y en la empresa. En esa
época por lo general las Universidades no están vinculadas a las grandes empresas pero
empieza a darse una convergencia entre unas y otras.
Se trata del modelo clásico de la Universidad burguesa: una Institución con pocos
alumnos y pocos, pero muy respetados profesores, sostenida por los organismos
estatales con dinero público y dedicada básicamente a la docencia y a la investigación, o
sea a la transmisión del saber y la capacitación para enseñarlo y ejercerlo, y a la
producción de saber nuevo. La Universidad burguesa tiene entre sus objetivos
destacados la enseñanza tendiente al ejercicio profesional. Es una enseñanza orientada a
capacitar a los alumnos para el ejercicio de las profesiones cualificadas. Se trata de
Facultades como Medicina, que es una de las primeras en organizarse para la expedición
de títulos, Farmacia, Veterinaria, Química, etc. De este modo encontramos que en las
sociedades modernas una parte considerable del trabajo intelectual exige la titulación
pertinente lo que supone un gran aumento de las Universidades, pues ellas son las
encargadas de tal función. Las Facultades, convertidas en fábricas de títulos (o de
titulados) garantizan, cuando menos teóricamente, la idoneidad de ese tipo de
trabajadores.
Ahora bien, dadas las tensiones existentes entre las diversas fuerzas por conformar la
Universidad de acuerdo con sus proyectos e intenciones, quisiera dibujar someramente
algunas de las confrontaciones actuales enunciando a la vez, sucintamente, algunas
tesis, cuando menos provisionales:
Está claro que en este punto el interés de la mayoría social exige justamente lo contrario
aunque es la propia estructura de la sociedad capitalista la que se transluce en esta
cuestión.
En una intervención que hice en esta misma Facultad hace unos años señalaba que de
esta forma se transfiere capital social, es decir recursos procedentes de impuestos a
empresas privadas con un peculiar trasiego de fondos, recursos materiales y personal.
Lo cual lleva aparejado un considerable ámbito de influencias. También en este punto el
formato existente es el propio de la sociedad mercantil, o sea convenios que estipulan
las condiciones de los acuerdos. El hecho de que algunas corporaciones estén presentes
en el Consejo Social favorecerá sin duda esas prácticas.
Según lo dicho hasta ahora podría pensarse que caben dos posibilidades: la Universidad
elitista de base humanista, dirigida a la formación de las elites dominantes y la
Universidad funcional al sistema capitalista, encargada de la formación de fuerza de
trabajo cualificada y lo más estrechamente unida a él cuanto sea posible. La diferencia
estaría en la mayor o menor importancia concedida a ciertos estudios de prestigio, como
filosofía, y a la mayor o menor incidencia de los elementos tecnocráticos.
Por otra parte, tal como magistralmente expone Heidegger en su discurso del Rectorado,
se trata de formar "buenos estudiosos", "buenos soldados" y "buenos trabajadores",
razón por la cual las tareas se organizan en esos tres frentes: el estudio, la formación
militar y deportiva y la actividad en los campamentos de trabajo.
Sin embargo ya desde el momento en que empieza a imponerse con gran fuerza la
sociedad de masas en las sociedades occidentales durante el pasado siglo, la gran
afluencia de jóvenes a la Universidad, la relativa imposibilidad de que una gran mayoría
acceda a los empleos para los que han estudiado y la crisis consiguiente a este modelo
social, han propiciado el surgimiento de movimientos estudiantiles poderosos. Los
encontramos desde los años 30 en sociedades como la francesa y la alemana y desde los
60 en España.
En primer lugar critica y desmitifica el pretendido discurso que hace de ésta un lugar de
formación y capacitación poniendo sobre el tapete su papel en cuanto institución que
reproduce el sistema. Desde la formulación de Althusser que los caracteriza, tanto a la
escuela como a la Universidad, como aparatos ideológicos de Estado, a la crítica de
Foucault sobre la disciplina en la escuela, el rechazo de los exámenes, la puesta en
cuestión de los propios sistemas de formación,... toda esa corriente incide en señalar su
función como prácticas de disciplinarización y adiestramiento, de sojuzgamiento de la
fuerza de trabajo joven a la que por esa vía se fuerza a integrarse en los mecanismos
sociales de la producción y reproducción capitalista. En el sistema escolar no sólo se
enseñan habilidades y destrezas sino que también se transmiten estilos de vida y formas
de comportamiento y se preforma el horizonte vital de los individuos. De esa forma se
reproduce todo el entramado que constituye un sistema social.