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Juan 15,26-16,4a

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Hola, Saludos desde La Pedregosa.

En la primera parte
del Evangelio de hoy toca Jesús el tema del testimonio
en favor suyo por parte del Espíritu y de sus
discípulos. Éstos, además del ejemplo del maestro,
que les precedió en la tribulación, dispondrán también
del aval y de la fuerza del Espíritu de la verdad que
procede del Padre y dará testimonio de Jesús. Esto les
granjeará la persecución, fruto normal del odio del
mundo a Cristo y a los suyos. El proceso del mundo
contra Jesús se prolonga en la existencia de los
creyentes. Por eso el testimonio del Espíritu en favor
de Cristo, como testigo de descargo, vendrá a sumarse
al testimonio del discípulo y se hará oír en la voz de
éste. El Espíritu es la presencia constante de Cristo
entre los suyos; pero el Espíritu es también invisible
para el mundo. Su aval en favor de Jesús sólo puede
ser conocido a través del seguidor de Cristo. Antes de
enviarlos de dos en dos, Jesús ya previno a los doce:
"Cuando os arresten, no os preocupéis de lo que vais a
decir o de cómo lo diréis; no seréis vosotros los que
habléis, el Espíritu de vuestro Padre hablará en
vosotros". Consciente de que libremente ha elegido un
camino arduo, el cristiano auténtico ha de mostrar que
conoce y sigue a Cristo. Eso le granjeará
inevitablemente la enemistad del mundo y de sus
aliados religiosos. "Os he hablado de esto para que no
se tambalee vuestra fe. Os excomulgarán de la
sinagoga; más aún, llegará incluso una hora cuando el
que os dé muerte pensará que da culto a Dios. Y esto
lo harán porque no han conocido ni al Padre ni a mí".
En ese momento del vacío en torno y del dolor, el
Espíritu Santo acompaña al discípulo y le ayuda a
mantenerse firme en su testimonio valiente de la fe en
Jesús. Según vemos en los Hechos, los apóstoles de
Jesús. Antes, tímidos y ambiciosos; ahora son audaces
y serviciales. El testimonio cristiano es compromiso de
todos los días y forma parte del quehacer de la
evangelización. En este contexto del vivir cotidiano
hemos de irradiar de manera sencilla y espontánea
nuestra fe y esperanza. Bueno que pases un muy feliz
día. Habló para ustedes el Padre Gustavo, desde la
Comunidad Salvatoriana en La Pedregosa Alta. Chao.
Nos vemos en el espejo.
Evangelio de San Juan 15,26-16,4a
Vamos a pasar a estudiar, lo que Dufour ha
denominado “El testimonio del Paráclito y de los
discípulos”) CUANDO HAYA VENIDO EL
PARÁCLITO QUE YO OS ENVIARÉ DE JUNTO
AL PADRE, EL ESPÍRITU DE VERDAD QUE
PROVIENE DE JUNTO AL PADRE, ES ÉL EL
QUE DARÁ TESTIMONIO SOBRE MÍ. MÁS
AÚN, TAMBIÉN VOSOTROS DAIS
TESTIMONIO, PORQUE ESTÁIS CONMIGO
DESDE EL COMIENZO (A pesar de los críticos que
lo consideran interpolado [Wellhausen, Windisch,
Schulz, Gachter, Becker], este pasaje está muy bien en
su sitio, por vanas razones. Equilibra el efecto
negativo producido por el pasaje anterior y lo hace en
armonía con el pensamiento del conjunto, aunque su
contenido es positivo, no se dice nada de una
conversión efectiva del mundo. Podría señalarse
también su vinculación gramatical con 15,22-25 ("Si
yo no hubiera venido y no les hubiera hablado, no
tendrían pecado; pero ahora no tienen excusa de su
pecado. El que me odia, odia también a mi Padre. Si
no hubiera hecho entre ellos obras que no ha hecho
ningún otro, no tendrían pecado; pero ahora las han
visto, y nos odian a mí y a mi Padre. Pero es para que
se cumpla lo que está escrito en su Ley: Me han
odiado sin motivo"), mediante la partícula δὲ [Esta
partícula, que enlaza el texto con lo anterior, no está en
todos los manuscritos. Pudo haberse introducido o
pudo haberse suprimido para armonizar Ὅταν δὲ ἔλθῃ
(cuando llegue, 15,26: “Cuando venga el Paráclito,
que yo os enviaré de junto al Padre, el Espíritu de la
verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de
mí”) con ὅταν ἔλθῃ (cuando llegue) de 16,4a: “Os he
dicho estas cosas para que cuando llegue la hora, os
acordéis de que ya os había hablado de ellas”. En
favor del vínculo, nótese la costumbre que tiene Juan
de ligar las promesas con el contexto anterior véase
16,13: “Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os
guiará hasta la verdad completa; pues no hablará por
su cuenta, sino que hablará lo que oiga, y os
anunciará lo que ha de venir”]. Tercera razón, el
apoyo del Espíritu forma parte integrante de los
anuncios sinópticos sobre la persecución de los
discípulos [Véase Mateo 10,20: "no serán ustedes los
que hablarán, sino que el Espíritu de su Padre
hablará en ustedes"; Marcos 13,11: "Cuando los
entreguen, no se preocupen por lo que van a decir:
digan lo que se les enseñe en ese momento, porque no
serán ustedes los que hablarán, sino el Espíritu
Santo"; Lucas 12,12: "el Espíritu Santo les enseñará
en ese momento lo que deban decir"], cuyos rasgos
esenciales reproduce Juan en 15,18-21 ("Si el mundo
os odia, sabed que a mí me ha odiado antes que a
vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo
suyo; pero, como no sois del mundo, porque yo al
elegiros os he sacado del mundo, por eso os odia el
mundo. Acordaos de la palabra que os he dicho: El
siervo no es más que su señor. Si a mí me han
perseguido, también os perseguirán a vosotros; si han
guardado mi Palabra, también la vuestra guardarán.
Pero todo esto os lo harán por causa de mi nombre,
porque no conocen al que me ha enviado") [Según R
Brown, este tercer anuncio habría sido la célula
germinal de los otros textos sobre el Paráclito].
Finalmente, la evocación del testimonio que da la
comunidad introduce muy bien los versículos 16,1-4a
("Les he dicho esto para que no se escandalicen.
Serán echados de las sinagogas, más aún, llegará la
hora en que los mismos que les den muerte pensarán
que tributan culto a Dios. Y los tratarán así porque no
han conocido ni al Padre ni a mí. Les he advertido
esto para que cuando llegue esa hora, recuerden que
ya lo había dicho") que describen la persecución en
acto (15,20: "Les aseguro que ustedes van a llorar y
se van a lamentar; el mundo, en cambio, se alegrará.
Ustedes estarán tristes, pero esa tristeza se convertirá
en gozo"). Como en los pasajes anteriores, en este
tercer pasaje se anuncia que se dará el Paráclito a los
discípulos. Pero aquí es Jesús el que lo envía
inmediatamente, y no el Padre por petición suya
(14,16: "Yo rogaré al Padre, y él les dará otro
Paráclito para que esté siempre con ustedes") o en su
nombre (14,26: "el Paráclito, el Espíritu Santo, que el
Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les
recordará lo que les he dicho"). Sin embargo, la
expresión «de junto al Padre» (παρὰ τοῦ Πατρός)
aparece en dos ocasiones para decir de dónde lo
enviará Jesús - es por tanto el Resucitado el que habla
- y para decir de dónde «proviene» (ἐκπορεύεται) el
Paráclito. Esta última expresión ha suscitado vivas
controversias entre las Iglesias [Para señalar el origen
del Espíritu, el símbolo niceno-constantinopolitano
(381) utiliza la preposición ἐκ, incluso en el verbo
ἐκπορεύεται, siendo así que Juan emplea παρὰ]. El
contexto impone interpretarlo, no ya de la procesión
eterna del Espíritu en el seno de la Trinidad, sino de
una misión que ejercer en el tiempo. La misión
confiada al Espíritu de la verdad [Véase 14,16-17: “yo
rogaré al Padre, y Él os dará otro Paráclito, para que
esté con vosotros para siempre; el Espíritu de verdad,
a quien el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni
le conoce; pero vosotros le conocéis; porque mora
con vosotros, y estará en vosotros”. Se puede añadir
que el Espíritu da testimonio de la unión del Padre y
del Hijo] es dar testimonio sobre Jesús. El verbo
μαρτυρέω («atestiguar»), muy frecuente en Juan [33
veces en el cuarto evangelio de las 76 de todo el nuevo
testamento], aparece aquí por primera vez en los
discursos de despedida, como una función pareja del
Paráclito y de los discípulos ¿Qué es lo que entiende el
evangelista por este término? En los anuncios
sinópticos de persecución, el papel del Espíritu
consiste en asistir a los creyentes llevados ante los
tribunales: «No seréis vosotros los que habléis, sino
que el Espíritu de vuestro Padre hablará en vosotros»
(Mateo 10,20: "no serán ustedes los que hablarán,
sino que el Espíritu de su Padre hablará en ustedes"),
o según Lucas: «Él os enseñará en aquella misma
hora lo que hay que decir» [Lucas 12,12: "el Espíritu
Santo les enseñará en ese momento lo que deban
decir", véase Lucas 21,15: “porque yo mismo les daré
una elocuencia y una sabiduría que ninguno de sus
adversarios podrá resistir ni contradecir”; Hechos
6,10: “no encontraban argumentos, frente a la
sabiduría y al espíritu que se manifestaba en su
palabra”], la firmeza de los discípulos frente a sus
jueces constituirá un «testimonio» (Mateo 10,18: “A
causa de mí, serán llevados ante gobernadores y
reyes, para dar testimonio delante de ellos y de los
paganos”). El contexto de estos pasajes es una
situación concreta de proceso ante los tribunales. Pero
no ocurre lo mismo en Juan, que no habla ni de
tribunales ni de jueces. Si se puede hablar de contexto
jurídico, es en el sentido amplio de un proceso
permanente entre la comunidad creyente y el mundo
hostil, en donde prosigue aquel gran proceso entre
Jesús y el Padre, por un lado, y la incredulidad por
otro. El testimonio, único en su objeto, es doble el del
Paráclito y el de los discípulos. Los destinatarios
respectivos no son los mismos, al menos en la
superficie del texto. El Paráclito, enviado a los
discípulos, atestigua en sus corazones en favor de
Jesús, les confirma la verdad relativa al misterio del
Hijo. El testimonio de los discípulos que de allí se
deriva se dirige a su entorno, es decir, al mundo ¿Con
que objetivo? Una breve ojeada al empleo joánico de
«dar testimonio» nos ayudará a leer este texto. El
sujeto que atestigua es una autoridad indiscutible: el
Precursor, la Escritura, Jesús y el Padre, las obras de
Jesús, el evangelista [El Bautista 1,7: “Este vino como
testigo, para testificar de la luz, a fin de que todos
creyeran por medio de él”; 1,15: “Juan dio testimonio
de Él y clamó, diciendo: Este era del que yo decía:
``El que viene después de mí, es antes de mí, porque
era primero que yo””; 1,19: “Este es el testimonio de
Juan, cuando los judíos enviaron sacerdotes y levitas
de Jerusalén a preguntarle: ¿Quién eres tú?”; 1,32:
“Juan dio también testimonio, diciendo: He visto al
Espíritu que descendía del cielo como paloma, y se
posó sobre Él”; 1,34: “Y yo le he visto y he dado
testimonio de que éste es el Hijo de Dios”; 3,26: “Y
vinieron a Juan y le dijeron: Rabí, mira, el que estaba
contigo al otro lado del Jordán, de quien diste
testimonio, está bautizando y todos van a Él”; 5,33:
“Vosotros habéis enviado a preguntar a Juan, y él ha
dado testimonio de la verdad”. La Escritura: 5,39:
“Examináis las Escrituras porque vosotros pensáis
que en ellas tenéis vida eterna; y ellas son las que dan
testimonio de mí”. Jesús: 3,11: “En verdad, en verdad
te digo que hablamos lo que sabemos y damos
testimonio de lo que hemos visto, pero vosotros no
recibís nuestro testimonio”; 3,32-33: “Lo que Él ha
visto y oído, de eso da testimonio; y nadie recibe su
testimonio. El que ha recibido su testimonio ha
certificado esto: que Dios es veraz”; 4,44: “Porque
Jesús mismo dio testimonio de que a un profeta no se
le honra en su propia tierra”; 8,13-14: “los fariseos le
dijeron: Tú das testimonio de ti mismo; tu testimonio
no es verdadero. Respondió Jesús y les dijo: Aunque
yo doy testimonio de mí mismo, mi testimonio es
verdadero, porque yo sé de dónde he venido y adónde
voy; pero vosotros no sabéis de dónde vengo ni
adónde voy”; 8,18: “Yo soy el que doy testimonio de
mí mismo, y el Padre que me envió da testimonio de
mí”; 7,7: “El mundo no puede odiaros a vosotros,
pero a mí me odia, porque yo doy testimonio de él,
que sus acciones son malas”; 13,21: “Habiendo dicho
Jesús esto, se angustió en espíritu, y testificó y dijo:
En verdad, en verdad os digo que uno de vosotros me
entregará”; 18,37: “Pilato entonces le dijo: ¿Así que
tú eres rey? Jesús respondió: Tú dices que soy rey.
Para esto yo he nacido y para esto he venido al
mundo, para dar testimonio de la verdad. Todo el que
es de la verdad escucha mi voz”. El Padre: 5,32:
“Otro es el que da testimonio de mí, y yo sé que el
testimonio que da de mí es verdadero”; 5,37: “Y el
Padre que me envió, ése ha dado testimonio de mí.
Pero no habéis oído jamás su voz ni habéis visto su
apariencia”; 8,18: “Yo soy el que doy testimonio de
mí mismo, y el Padre que me envió da testimonio de
mí”, véase 1 Juan 5,9-11: “Si recibimos el testimonio
de los hombres, mayor es el testimonio de Dios;
porque este es el testimonio de Dios: que Él ha dado
testimonio acerca de su Hijo. El que cree en el Hijo de
Dios tiene el testimonio en sí mismo; el que no cree a
Dios, ha hecho a Dios mentiroso, porque no ha creído
en el testimonio que Dios ha dado respecto a su Hijo.
Y el testimonio es éste: que Dios nos ha dado vida
eterna, y esta vida está en su Hijo”. Las obras de
Jesús: 5,36: “Pero el testimonio que yo tengo es
mayor que el de Juan; porque las obras que el Padre
me ha dado para llevar a cabo, las mismas obras que
yo hago, dan testimonio de mí, de que el Padre me ha
enviado”; 10,25: “Jesús les respondió: Os lo he dicho,
y no creéis; las obras que yo hago en el nombre de mi
Padre, éstas dan testimonio de mí”, véase 4,39: “Y de
aquella ciudad, muchos de los samaritanos creyeron
en Él por la palabra de la mujer que daba testimonio,
diciendo: Él me dijo todo lo que yo he hecho”; 12,17:
“Y así, la multitud que estaba con Él cuando llamó a
Lázaro del sepulcro y lo resucitó de entre los muertos,
daba testimonio de Él”. El evangelista: 19,35: “Y el
que lo ha visto ha dado testimonio, y su testimonio es
verdadero; y él sabe que dice la verdad, para que
vosotros también creáis”; 21,24: “Este es el discípulo
que da testimonio de estas cosas y el que escribió esto,
y sabemos que su testimonio es verdadero”. En cuanto
al testimonio pospascual de los discípulos, es frecuente
su mención en las epístolas de Juan], aquí se trata del
Paráclito que viene de junto al Padre. El objeto del
testimonio es el Hijo y su misterio [Excepto en 2,25:
“y no tenía necesidad de que nadie Le diera
testimonio del hombre, porque Él conocía lo que
había en el interior del hombre”; 7,7: “El mundo no
puede odiaros a vosotros, pero a mí me odia, porque
yo doy testimonio de él, que sus acciones son malas”;
18,23: “Jesús le respondió: Si he hablado mal, da
testimonio de lo que he hablado mal; pero si hablé
bien, ¿por qué me pegas?”]. La finalidad es en
sustancia la misma que la de la Palabra: producir el
verdadero conocimiento del Hijo y de su misión, que
es revelar al Padre [Véase 8,19: “Entonces le decían:
¿Dónde está tu Padre? Jesús respondió: No me
conocéis a mí ni a mi Padre. Si me conocierais a mí,
conoceríais también a mi Padre”; 10,14-15: “Yo soy
el buen pastor, y conozco mis ovejas y las mías me
conocen, de igual manera que el Padre me conoce y
yo conozco al Padre, y doy mi vida por las ovejas”;
10,37-38: “Si no hago las obras de mi Padre, no me
creáis; pero si las hago, aunque a mí no me creáis,
creed las obras; para que sepáis y entendáis que el
Padre está en mí y yo en el Padre”; 14,7: “Si me
conocieseis, también a mi Padre conoceríais; y desde
ahora le conocéis, y le habéis visto”; 14,20: “aquel
día vosotros conoceréis que yo estoy en mi Padre, y
vosotros en mí, y yo en vosotros”; 17,3: “Y esta es la
vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios
verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado”; 17,8:
“porque yo les he dado las palabras que me diste; y
las recibieron, y entendieron que en verdad salí de ti,
y creyeron que tú me enviaste”; 17,23: “yo en ellos, y
tú en mí, para que sean perfeccionados en unidad,
para que el mundo sepa que tú me enviaste, y que los
amaste tal como me has amado a mí”; 17,25: “Oh
Padre justo, aunque el mundo no te ha conocido, yo te
he conocido, y éstos han conocido que tú me
enviaste”; véase 1 Juan 4,15-16: “Todo aquel que
confiesa que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece
en él y él en Dios. Y nosotros hemos llegado a conocer
y hemos creído el amor que Dios tiene para nosotros.
Dios es amor, y el que permanece en amor permanece
en Dios y Dios permanece en él”]. La función del
Paráclito como testigo de Jesús desborda entonces el
marco de un proceso. No está orientada hacia el
mundo para confundirlo [Véase, con algunos matices,
16,8-11: “cuando Él venga, convencerá al mundo de
pecado, de justicia y de juicio; de pecado, porque no
creen en Mí; de justicia, porque Yo voy al Padre y
ustedes no Me verán más; y de juicio, porque el
príncipe de este mundo ha sido juzgado”, que utiliza
el verbo ἐλέγχω, redargüir, reprender], sino hacia los
discípulos para afianzar su fe y, a través de ellos, hacia
el mundo, para que oiga y acoja la palabra de vida.
Derivado del testimonio del Espíritu, el de los
creyentes tiene claramente el mismo objeto que el
suyo. El «yo» de Jesús es insistente en estos dos
versículos (ἐγὼ, yo; περὶ ἐμοῦ, de mí; μετ’ ἐμοῦ,
conmigo). Es sorprendente constatar que el verbo
μαρτυρέω (versículo 27: “y ustedes también dan
testimonio, porque han estado junto a Mí desde el
principio”) no está en futuro, sino en presente.
Aunque algunos críticos lo interpretan como un futuro,
conviene mantener que el testimonio es el de la
comunidad actual, sobre todo si se piensa que se dice
de los discípulos que están - en presente: ἐστε - con
Jesús «desde el comienzo». La expresión ἀπ’ ἀρχῆς
(desde el principio) se utiliza en los Setenta de dos
maneras: o bien remite al comienzo de un suceso
situado en la historia (véase 1 Juan 2,7: “Amados, no
os escribo un mandamiento nuevo, sino un
mandamiento antiguo, que habéis tenido desde el
principio; el mandamiento antiguo es la palabra que
habéis oído”; 3,11: “Porque este es el mensaje que
habéis oído desde el principio: que nos amemos unos
a otros”), o bien a los orígenes entendidos en sentido
absoluto. En el segundo caso significa «desde toda la
eternidad» o «desde la creación del mundo» [Isaías
43,13: “Yo soy el mismo desde siempre, y no hay
nadie que libre de mi mano: lo que yo hago ¿quién lo
revocará?”; Sirácide 24,9: “Él me creó antes de los
siglos, desde el principio, y por todos los siglos no
dejaré de existir”; Sabiduría 9,8: “Tú me ordenaste
construir un Templo sobre tu santa montaña y un altar
en la ciudad donde habitas, réplica del santo
Tabernáculo que habías preparado desde el
principio”; 12,11: “porque una maldición pesaba
sobre esa raza desde el principio. Y no fue por temor
de nadie que les ofrecías dejar impunes sus pecados”;
Mateo 19,4: “Él respondió: «¿No han leído ustedes
que el Creador, desde el principio, los hizo varón y
mujer»”; Juan 8,44: “Ustedes tienen por padre al
demonio y quieren cumplir los deseos de su padre.
Desde el comienzo él fue homicida y no tiene nada que
ver con la verdad, porque no hay verdad en él.
Cuando miente, habla conforme a lo que es, porque es
mentiroso y padre de la mentira”; 1 Juan 1,1: “Lo que
existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que
hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos
contemplado y lo que hemos tocado con nuestras
manos acerca de la Palabra de Vida, es lo que les
anunciamos”; 3,8: “Pero el que peca procede del
demonio, porque el demonio es pecador desde el
principio. Y el Hijo de Dios se manifestó para destruir
las obras del demonio”] y refuerza entonces el
enunciado principal del que se piensa que señala una
propiedad inherente al ser en cuanto tal, una
característica esencial. En nuestro texto, ¿se refiere
simplemente el evangelista al día desde el que los
discípulos se pusieron a seguir a Jesús, es decir, al
comienzo de su ministerio en Israel (véase 1,35-51:
“Al día siguiente, estaba Juan otra vez allí con dos de
sus discípulos y, mirando a Jesús que pasaba, dijo:
«Este es el Cordero de Dios». Los dos discípulos, al
oírlo hablar así, siguieron a Jesús. Él se dio vuelta y,
viendo que lo seguían, les preguntó: «¿Qué
quieren?». Ellos le respondieron: «Rabbí –que
traducido significa Maestro– ¿dónde vives?».
«Vengan y lo verán», les dijo. Fueron, vieron dónde
vivía y se quedaron con él ese día. Era alrededor de
las cuatro de la tarde. Uno de los dos que oyeron las
palabras de Juan y siguieron a Jesús era Andrés, el
hermano de Simón Pedro. Al primero que encontró
fue a su propio hermano Simón, y le dijo «Hemos
encontrado al Mesías», que traducido significa Cristo.
Entonces lo llevó a donde estaba Jesús. Jesús lo miró
y le dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan: tú te
llamarás Cefas», que traducido significa Pedro. Al día
siguiente, Jesús resolvió partir hacia Galilea.
Encontró a Felipe y le dijo: «Sígueme». Felipe era de
Betsaida, la ciudad de Andrés y de Pedro. Felipe
encontró a Natanael y le dijo: «Hemos hallado a
aquel de quien se habla en la Ley de Moisés y en los
Profetas. Es Jesús, el hijo de José de Nazaret».
Natanael le preguntó: «¿Acaso puede salir algo bueno
de Nazaret?». «Ven y verás», le dijo Felipe. Al ver
llegar a Natanael, Jesús dijo: «Este es un verdadero
israelita, un hombre sin doblez». «¿De dónde me
conoces?», le preguntó Natanael. Jesús le respondió:
«Yo te vi antes que Felipe te llamara, cuando estabas
debajo de la higuera». Natanael le respondió:
«Maestro, tú eres el hijo de Dios, tú eres el Rey de
Israel». Jesús continuó: «Porque te dije: "Te vi debajo
de la higuera", crees. Verás cosas más grandes
todavía». Y agregó: «Les aseguro que verán el cielo
abierto, y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el
Hijo del hombre»”)? El presente «vosotros estáis
conmigo» impide contentarse con esta lectura, pues
entonces habría sido necesario un verbo en pasado:
«estuvisteis conmigo». Con la expresión ἀπ’ ἀρχῆς
(desde el principio), Juan sugiere más bien que «estar
con Jesús» es lo que caracteriza esencialmente a los
discípulos. Comprendida de este modo, la frase no se
refiere solamente a los once, sino que vale de todo
verdadero discípulo. Podría incluso pensarse que,
debido a su elección por el Hijo, los creyentes están
con él desde que los eligió en su amor, asociándolos a
su obra en favor de los hombres. Porque están «con»
él, pueden dar testimonio de su verdad, robustecidos
por el Espíritu. Lo que supera el fracaso del ministerio
de Jesús en la tierra y el odio contra los suyos es la
persistencia de su palabra en el mundo, la persistencia
de una llamada que viene ahora del Resucitado. Al
enviar al Paráclito, Jesús sigue siendo el mediador de
la revelación que le concierne a él y al Padre. El
testimonio del Enviado no lo daba él solo, sino «dos»:
era su testimonio y el del Padre (8,17-18: “En la Ley
de ustedes está escrito que el testimonio de dos
personas es válido. Yo doy testimonio de mí mismo, y
también el Padre que me envió da testimonio de mí”).
También el testimonio de los discípulos lo dan «dos»;
ellos y el Espíritu. Aunque enunciados sucesivamente,
el testimonio de los discípulos y el testimonio del
Espíritu no son independientes. Como dijo muy bien
san Agustín: «él en vuestros corazones, vosotros con
vuestras voces; él inspirando, vosotros emitiendo
sonidos para que pueda cumplirse: A toda la tierra
salió el sonido de ellos». Según Orígenes, «es por una
voz como la Palabra se ha hecho presente» [San
Agustín, Tratado sobre el Evangelio de San Juan 93,1:
“En lo que precede a este pasaje del evangelio, el
Señor, al fortalecer a sus discípulos a fin de que
soporten hasta el final los odios de los enemigos, los
ha preparado también con su ejemplo, de modo que
imitándole fuesen hechos más fuertes, pues ha
agregado y les ha prometido que el Espíritu Santo iba
a venir a dar testimonio de él, y ha añadido que
también esos mismos serán hechos testigos suyos,
evidentemente porque el Espíritu Santo realizará en
ellos esto. En efecto, asevera así: Él dará testimonio
de mí; también vosotros daréis testimonio.
Evidentemente, porque él lo dará, también vosotros lo
daréis: él en vuestros corazones, vosotros con
vuestras voces; él inspirando, vosotros emitiendo
sonidos para que pueda cumplirse: A toda la tierra
salió el sonido de ellos. Ciertamente, poco había sido
exhortarlos con su ejemplo, si no los llenase de su
Espíritu. Por eso, el apóstol Pedro, aunque había ya
oído sus palabras cuando había dicho: «Un siervo no
es mayor que su amo. Si me persiguieron, también a
vosotros os perseguirán», y aunque veía que en él se
cumplía ya esto en lo que, si bastase el ejemplo, debió
imitar la paciencia de su Señor, sucumbió y negó,
evidentemente para no soportar lo que veía que él
soportaba. Cuando recibió verdaderamente el don del
Espíritu Santo, predicó a quien había negado y no
temió reconocer públicamente a quien había temido
confesar. En efecto, lo había adoctrinado primero el
ejemplo, para que supiera lo que convenía que se
hiciese; pero aún no lo había apuntalado la fuerza
para hacer lo que sabía; había sido instruido para
mantenerse, pero no había sido fortalecido para no
caer. Después que mediante el Espíritu Santo fue
hecho esto, anunció hasta la muerte a quien había
negado por temer a la muerte. Por eso, en este pasaje
consecuente acerca del que ahora hay que hablaros,
afirma: Os he dicho estas cosas para que no os
escandalicéis. Por cierto, en un salmo se canta:
Mucha paz hay para quienes aman tu ley y no hay
escándalo para ellos. Así pues, prometido el Espíritu
Santo que, al obrar en ellos, los haría testigos suyos,
con razón ha añadido: Os he dicho estas cosas para
que no os escandalicéis. En efecto, cuando la caridad
de Dios se difunde en nuestros corazones mediante el
Espíritu Santo que nos ha sido dado, para quienes
aman la ley de Dios se produce mucha paz, de forma
que para ellos no haya escándalo”. Orígenes, Tratado
sobre el Evangelio de San Juan, a propósito de 1,23:
“Y él les dijo: «Yo soy una voz que grita en el
desierto: Allanen el camino del Señor, como dijo el
profeta Isaías»”; véase Hechos 5,32: “Nosotros
somos testigos de estas cosas, nosotros y el Espíritu
Santo que Dios ha enviado a los que le obedecen”].
Los discípulos le dan voz al Espíritu. Ahora pasemos a
estudiar, lo que Dufour ha denominado “Vosotros,
frente a la persecución” (Juan 16,1-4a: “Les he dicho
esto para que no se escandalicen. Serán echados de
las sinagogas, más aún, llegará la hora en que los
mismos que les den muerte pensarán que tributan
culto a Dios. Y los tratarán así porque no han
conocido ni al Padre ni a mí. Les he advertido esto
para que cuando llegue esa hora, recuerden que ya lo
había dicho"). Este discurso refleja una situación
vivida: la hostilidad del judaísmo ortodoxo contra sus
miembros que se han hecho discípulos del pretendido
Mesías e Hijo de Dios. Para interpretar esta prueba, la
comunidad joánica se pone a escuchar a aquel que ha
compartido su destino. Robustecida por el Paráclito
que da testimonio en favor de Jesús, puede mirar ahora
la realidad cara a cara. Esta se presenta bajo la forma
de una profecía) OS HE DICHO ESTO PARA QUE
NO TROPECÉIS. OS EXCLUIRÁN DE LA
SINAGOGA. SÍ, LLEGA LA HORA EN LA QUE
CUALQUIERA QUE OS MATE PENSARÁ QUE
DA CULTO A DIOS. Y ESTO LO HARÁN
PORQUE NO HAN CONOCIDO NI AL PADRE
NI A MÍ. PERO YO OS HE DICHO ESTO PARA
QUE, UNA VEZ LLEGADA LA HORA, OS
ACORDÉIS DE QUE YO OS LO HE DICHO) Así
pues, la finalidad del discurso [El giro Ταῦτα
λελάληκα es frecuente en los discursos de despedida
Señala a veces el final de una subdivisión (16,4a: “Os
he dicho estas cosas para que cuando llegue la hora,
os acordéis de que ya os había hablado de ellas”;
16,33: “Estas cosas les he hablado para que en Mí
tengan paz. En el mundo tienen tribulación; pero
confíen, Yo he vencido al mundo”) y a veces la
reanudación del discurso por parte de Jesús (15,11:
“Estas cosas les he hablado, para que Mi gozo esté en
ustedes, y su gozo sea perfecto”; 16,1: “Estas cosas os
he dicho para que no tengáis tropiezo”; 16,25: “Estas
cosas les he hablado en lenguaje figurado; viene el
tiempo cuando no les hablaré más en lenguaje
figurado, sino que les hablaré del Padre claramente”).
J H Beraard establece una relación con Ezequiel 5,13:
“Desahogaré mi ira, saciaré mi furor contra ellos y
me vengaré; y cuando haya desahogado mi furor
contra ellos, sabrán que yo, el Señor, he hablado
llevado por mis celos”; 5,15: “Serás oprobio y objeto
de ultraje, escarmiento y motivo de horror para las
naciones que te rodean, cuando yo te inflija justos
castigos con ira, con indignación y con violentos
reproches. Yo, el Señor, he hablado” y con Mateo
7,28: “Cuando Jesús terminó de decir estas palabras,
la multitud estaba asombrada de su enseñanza”; 11,1:
“Cuando Jesús terminó de dar estas instrucciones a
sus doce discípulos, partió de allí, para enseñar y
predicar en las ciudades de la región”; 13,53:
“Cuando Jesús terminó estas parábolas se alejó de
allí”; 19,1: “Cuando Jesús terminó de decir estas
palabras, dejó la Galilea y fue al territorio de Judea,
más allá del Jordán”; 26,1: “Cuando Jesús terminó de
decir todas estas palabras, dijo a sus discípulos”] era
en primer lugar afianzar la fe amenazada de los
discípulos. Así se expresa negativamente en 16,1
(“Estas cosas os he dicho para que no tengáis
tropiezo”) y positivamente en 16,4a (“Os he dicho
estas cosas para que cuando llegue la hora, os
acordéis de que ya os había hablado de ellas”). La
tradición sinóptica refiere algunas palabras de Jesús
destinadas a prevenir a los creyentes contra el
escándalo de la persecución que habrían de sufrir
[Mateo 13,21: “pero no la deja echar raíces, porque
es inconstante: en cuanto sobreviene una tribulación o
una persecución a causa de la Palabra,
inmediatamente sucumbe”; 24,10: “Entonces muchos
sucumbirán; se traicionarán y se odiarán los unos a
los otros”. Se trata de una advertencia grave, ya que la
falta de perseverancia en la fe comprometería la
salvación individual]. El verbo σκανδαλίζω, que Juan
emplea en 16,1 (“Estas cosas os he dicho para que no
tengáis tropiezo”, véase ya 6,61: “Jesús, sabiendo lo
que sus discípulos murmuraban, les dijo: «¿Esto los
escandaliza?”), viene de la tradición común, en donde
se refiere al abandono de la fe frente a un obstáculo
que se ve como insuperable [Literalmente significa
«chocar contra una piedra». Véase además Marcos
14,29: “Pedro le dijo: «Aunque todos se escandalicen,
yo no me escandalizaré»” y, a propósito del escándalo
de la cruz, Mateo 26,31: “Entonces Jesús les dijo:
«Esta misma noche, ustedes se van a escandalizar a
causa de mí. Porque dice la Escritura: Heriré al
pastor, y se dispersarán las ovejas del rebaño»”;
26,33: “Pedro, tomando la palabra, le dijo: «Aunque
todos se escandalicen por tu causa, yo no me
escandalizaré jamás»”; 1 Corintios 1,23: “nosotros,
en cambio, predicamos a un Cristo crucificado,
escándalo para los judíos y locura para los paganos”;
Gálatas 5,11: “Hermanos, si yo predicara todavía la
circuncisión, no me perseguirían. ¡Pero entonces,
habría terminado el escándalo de la cruz!” y Juan
6,61: “Jesús, sabiendo lo que sus discípulos
murmuraban, les dijo: «¿Esto los escandaliza?”]) OS
EXCLUIRÁN DE LA SINAGOGA (Aunque esta
medida drástica contra los cristianos de origen judío la
menciona solamente Juan en el nuevo testamento
(véase 9,22: “Sus padres dijeron esto porque tenían
miedo a los judíos; porque los judíos ya se habían
puesto de acuerdo en que si alguno confesaba que
Jesús era el Cristo, fuera expulsado de la sinagoga”;
12,42: “Sin embargo, muchos, aun de los gobernantes,
creyeron en Él, pero por causa de los fariseos no lo
confesaban, para no ser expulsados de la sinagoga”;
véase Mateo 23,34: “Por eso, yo voy a enviarles
profetas, sabios y escribas; ustedes matarán y
crucificarán a unos, azotarán a otros en las
sinagogas, y los perseguirán de ciudad en ciudad”),
los historiadores confirman las severas disposiciones
que se tomaron a finales del siglo I en Israel. Después
de la toma de Jerusalén y de la destrucción del templo,
los fariseos sustituyeron a la autoridad sacerdotal; una
vez recuperadas las fuerzas, hicieron lo posible por
salvaguardar el judaísmo de una posible
fragmentación. En el llamado concilio de Jamnia
(entre el 80 y el 90) [Para algunos, el concilio de
Jamnia marca un giro decisivo en las relaciones entre
la Sinagoga y la comunidad cristiana (J L Martyn, R E
Brown, J Becker), para otros, no hizo más que
cristalizar un comportamiento muy anterior
especialmente (M Hengel). Wengst desea matizar las
afirmaciones de Hengel, se apoya concretamente en R
Kimelmann, en E P Sanders y otros] se redactó un
texto, las 18 Bendiciones, fijando cuál tenía que ser el
comportamiento de los judíos auténticos. La última
Bendición se refiere a los herejes de todo tipo, entre
ellos los nazoreos [El término Ναζωραῖος («nazoreo»)
se aplica a Jesús el Galileo en Mateo 26,71: “Al
retirarse hacia la puerta, lo vio otra sirvienta y dijo a
los que estaban allí: «Este es uno de los que
acompañaban a Jesús, el Nazareno»” y
frecuentemente en Hechos, desde Hechos 2,22:
“Israelitas, escuchen: A Jesús Nazareno, el hombre
que Dios acreditó ante ustedes realizando por su
intermedio los milagros, prodigios y signos que todos
conocen”, y luego a los cristianos, Hechos 24,5:
“Hemos comprobado que este hombre es una
verdadera peste: él suscita disturbios entre todos los
judíos del mundo y es uno de los dirigentes de la secta
de los nazarenos”). Se discute sobre su etimología]:
¡No haya esperanza para los apóstatas! ¡Que los
herejes (‫מִינִים‬, minim) desaparezcan rápidamente!
¡Que sean borrados del libro de la vida y no sean
inscritos entre los justos! Resulta hoy difícil medir el
alcance de la excomunión de la Sinagoga. No se
trataba de un alejamiento temporal, que se practicaba a
veces por motivos disciplinares, sino de una exclusión
definitiva, que iba acompañada de una verdadera
exclusión de la sociedad civil: Con los ‫מִינִים‬, minim no
se puede hacer ningún negocio, ni hacerse curar por
ellos, ni siquiera por una hora (Aboda Zara 27b). No
se les vende nada, no se les compra nada. No hay trato
con ellos (Hul 2,20-21). Ante este riesgo, se
comprenden las frecuentes indicaciones del
evangelista sobre el «miedo a los judíos» [Este miedo
cierra la boca de los que se inclinaban a aprobar
abiertamente a Jesús 7,13 (“Sin embargo, nadie
hablaba de él abiertamente, por temor a los judíos”),
de los parientes del ciego de nacimiento, 9,22 (“Sus
padres dijeron esto porque tenían miedo a los judíos;
porque los judíos ya se habían puesto de acuerdo en
que si alguno confesaba que Jesús era el Cristo, fuera
expulsado de la sinagoga”), e incluso de los dirigentes
que habían comenzado a creer, 12,42 (“Sin embargo,
muchos, aun de los gobernantes, creyeron en Él, pero
por causa de los fariseos no lo confesaban, para no
ser expulsados de la sinagoga”), véase también 19,38:
(“Después de esto, José de Arimatea, que era
discípulo de Jesús –pero secretamente, por temor a
los judíos– pidió autorización a Pilato para retirar el
cuerpo de Jesús. Pilato se la concedió, y él fue a
retirarlo”; 20,19: “Al atardecer de ese mismo día, el
primero de la semana, estando cerradas las puertas
del lugar donde se encontraban los discípulos, por
temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio
de ellos, les dijo: « ¡La paz esté con ustedes!»”)]. Y
Jesús insiste) SÍ, LLEGA LA HORA EN LA QUE
CUALQUIERA QUE OS MATE PENSARÁ QUE
DA CULTO A DIOS (La expresión «llega la hora»
traduce a la manera joánica el comienzo de los
anuncios proféticos o apocalípticos: «Llegarán días en
que...» [En ambos testamentos, véase, por ejemplo,
Isaías 39,6: “Llegaron los días en que todo lo que hay
en tu casa, todo lo que han atesorado tus padres hasta
el día de hoy, será llevado a Babilonia. No quedará
nada, dice el Señor”; Jeremías 7,32: “Por eso,
llegarán los días –oráculo del Señor– en que no se
dirá más «el Tófet» ni «valle de Ben Hinnóm», sino
«valle de la Masacre», y se enterrará a los muertos en
Tófet, por falta de sitio”; Marcos 2,20: “Llegará el
momento en que el esposo les será quitado, y entonces
ayunarán”; Lucas 17,22: “Jesús dijo después a sus
discípulos: «Vendrá el tiempo en que ustedes
desearán ver uno solo de los días del Hijo del hombre
y no lo verán»”; 21,6: “De todo lo que ustedes
contemplan, un día no quedará piedra sobre piedra:
todo será destruido”; 23,29: “Porque se acerca el
tiempo en que se dirá: "¡Felices las estériles, felices
los senos que no concibieron y los pechos que no
amamantaron!”]. Por tanto, se vacila en ver aquí una
trasposición a los discípulos del tema de la «hora»
propia de Jesús solo, teniendo en cuenta que en el
versículo 4a (“Os he dicho estas cosas para que
cuando llegue la hora, os acordéis de que ya os había
hablado de ellas”) la hora que viene es la de los
perseguidores, como en Lucas 22,53: «Ahora es
vuestra hora, es el poder de las tinieblas». Sin
embargo, Juan no deja de aludir indirectamente a la
comunión de los discípulos con Jesús, con quien los
identificó el texto anterior como objeto del odio.
Después de anunciar la exclusión de la Sinagoga, el
versículo 2 (“Os echarán de las sinagogas; y aun
viene la hora, cuando cualquiera que os matare,
pensará que hace servicio a Dios”) predice la muerte
violenta de los miembros de la comunidad. Según las
fuentes cristianas, la violencia ejercida por el ambiente
judío ortodoxo, tanto en Palestina como en la diáspora,
se habría prolongado durante el siglo II [Justino
denuncia a Trifón el comportamiento de los judíos-
«Después de matar a Cristo nos odiáis, nos entregáis a
la muerte siempre que podéis» (Dialogo con Trifón
133,6: “Todavía está verdaderamente levantada la
mano de ustedes para obrar el mal, pues ni aun
después de matar al Cristo se arrepienten, sino que
nos odian a nosotros que por Él hemos creído en Dios
y Padre del universo y, siempre que tienen poder para
ello, nos quitan la vida. Ustedes le están maldiciendo
sin cesar a Él y sus discípulos, mientras nosotros
rogamos por ustedes, y por los hombres todos en
general, como nos lo enseñó a hacer nuestro Cristo y
Señor, cuando nos mandó orar por nuestros enemigos,
amar a los que nos aborrecen y bendecir a los que nos
maldicen”). El relato del Martirio de Policarpo
subraya que, entre la gente que recogía leña para
quemar a Policarpo, «mostraban especial ardor los
judíos, según su costumbre» (13,1: “Estas cosas
sucedieron rápidamente, más aprisa de lo que pueden
contar las palabras, y la multitud empezó a recoger en
obradores y baños leña y haces, y los judíos en
especial ayudaron, según acostumbran”)]. El
historiador puede reconocer aquí una tendencia a
generalizar algunos hechos llamativos; sin embargo,
Juan, que mencionará el martirio de Pedro (21,18-19:
“«Te aseguro que cuando eras joven tú mismo te
vestías e ibas a donde querías. Pero cuando seas
viejo, extenderás tus brazos, y otro te atará y te
llevará a donde no quieras». De esta manera,
indicaba con qué muerte Pedro debía glorificar a
Dios. Y después de hablar así, le dijo: «Sígueme»”),
se refiere no sólo a las autoridades de la Sinagoga, sino
a «cualquiera». El acento recae en la motivación de los
asesinos: «Cualquiera que os mate pensará que da
culto [El término λατρεία («culto») se refiere siempre
en el nuevo testamento al culto judío (Romanos 9,4:
“son israelitas, a quienes pertenece la adopción como
hijos, y la gloria, los pactos, la promulgación de la
ley, el culto y las promesas”; Hebreos 9,1: “Ahora
bien, aun el primer pacto tenía ordenanzas de culto y
el santuario terrenal”; 9,6: “Así preparadas estas
cosas, los sacerdotes entran continuamente al primer
tabernáculo para oficiar en el culto”)] a Dios». Esta
motivación tiene una confirmación de primera mano:
el fariseo Saulo se encarnizó con los seguidores del
Nazareno por su «celo desbordante por las tradiciones
de sus padres» (1,13-14: “Porque vosotros habéis
oído acerca de mi antigua manera de vivir en el
judaísmo, de cuán desmedidamente perseguía yo a la
iglesia de Dios y trataba de destruirla, y cómo yo
aventajaba en el judaísmo a muchos de mis
compatriotas contemporáneos, mostrando mucho más
celo por las tradiciones de mis antepasados”); según
los Hechos, había actuado como «obstinado partidario
de Dios», como los que a continuación lo perseguirían
a él mismo (Hechos 22,3-5: “Yo soy judío, nacido en
Tarso de Cilicia, pero criado en esta ciudad, educado
bajo Gamaliel en estricta conformidad a la ley de
nuestros padres, siendo tan celoso de Dios como todos
vosotros lo sois hoy. Y perseguí este Camino hasta la
muerte, encadenando y echando en cárceles tanto a
hombres como a mujeres, de lo cual pueden testificar
el sumo sacerdote y todo el concilio de los ancianos.
También de ellos recibí cartas para los hermanos, y
me puse en marcha para Damasco con el fin de traer
presos a Jerusalén también a los que estaban allá,
para que fueran castigados”). Este comportamiento
corresponde al de la sublevación de los zelotes contra
los ocupantes romanos (siglos I y II), que basaban su
actitud en el empeño por echar a los idólatras fuera de
la tierra santa. Un texto rabínico, al comentar el
episodio de Pinjas, vengador de Dios en el desierto
(Números 25,6-13: “Sucedió que un hombre, un
israelita, vino y presentó ante sus hermanos a la
madianita, a los mismos ojos de Moisés y de toda la
comunidad de los israelitas, que estaban llorando a la
entrada de la Tienda del Encuentro. Al verlos Pinjás,
hijo de Eleazar, hijo del sacerdote Aarón, se levantó
de entre la comunidad, lanza en mano, entró tras el
hombre a la alcoba y los atravesó a los dos, al
israelita y a la mujer, por el bajo vientre. Y se detuvo
la plaga que azotaba a los israelitas. Los muertos por
la plaga fueron 24.000. Yahveh habló a Moisés y le
dijo: «Pinjás, hijo de Eleazar, hijo del sacerdote
Aarón, ha aplacado mi furor contra los israelitas,
porque él ha sido, de entre vosotros, el que ha sentido
celo por mí; por eso no he acabado con los israelitas
a impulso de mis celos. Por eso digo: Le concedo a él
mi alianza de paz. Habrá para él y para su
descendencia después de él una alianza de sacerdocio
perpetuo. En recompensa de haber sentido celo por su
Dios, celebrará el rito de expiación sobre los
israelitas»”), dice: «El que derrama la sangre de un
impío es parecido al que ofrece un sacrificio»
(Números Rabá 21,4). Otro texto propone que los
asesinatos cometidos por un motivo religioso no sean
sancionados (Sanedrín 9,6a). Así pues, en vez de
pensar en una especie de hipérbole joánica, es
preferible tomar la afirmación del versículo 2 (“Os
echarán de las sinagogas; y aun viene la hora, cuando
cualquiera que os matare, pensará que hace servicio a
Dios”) al pie de la letra. El conflicto entre el
cristianismo naciente y el judaísmo ha llegado a su
colmo. Aunque tanto el uno como el otro se
consideran monoteístas, la Sinagoga persigue como
culpables a los discípulos de ese Jesús que, a sus ojos,
se había «hecho Dios» [Juan 5,18: “Pero para los
judíos esta era una razón más para matarlo, porque
no sólo violaba el sábado, sino que se hacía igual a
Dios, llamándolo su propio Padre”; 10,33: “Los
judíos le respondieron: «No queremos apedrearte por
ninguna obra buena, sino porque blasfemas, ya que,
siendo hombre, te haces Dios»”; 19,7: “Los judíos
respondieron: «Nosotros tenemos una Ley, y según
esa Ley debe morir porque él pretende ser Hijo de
Dios”]. Para los discípulos, la paradoja es radical y la
tentación de «escándalo» está precisamente aquí:
¿quién tiene entonces la razón? ¿los discípulos que
creen que Jesús es el Hijo de Dios o los judíos
capaces, como rabí Aquiba, de morir mártires
proclamando su fe en el Dios único? Por eso Jesús
explica el fundamento de esta oposición) Y ESTO LO
HARÁN PORQUE NO HAN CONOCIDO NI AL
PADRE NI A MÍ. OS HE DICHO ESTAS COSAS
PARA QUE CUANDO LLEGUE LA HORA, OS
ACORDÉIS DE QUE YA OS HABÍA HABLADO
DE ELLAS (El texto vuelve así al pensamiento
dominante, con que se había concluido el movimiento
inicial [15,18-21: “Si el mundo los odia, sepan que Me
ha odiado a Mí antes que a ustedes. Si ustedes fueran
del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero como no
son del mundo, sino que Yo los escogí de entre el
mundo, por eso el mundo los odia. Acuérdense de la
palabra que Yo les dije: 'Un siervo no es mayor que su
señor.' Si Me persiguieron a Mí, también los
perseguirán a ustedes; si guardaron Mi palabra,
también guardarán la de ustedes. Pero todo eso les
harán por causa de Mi nombre, porque no conocen a
Aquél que Me envió”. Los versículos 16,1-4: “Estas
cosas les he dicho para que no sean escandalizados.
Los expulsarán de las sinagogas; pero viene la hora
cuando cualquiera que los mate pensará que así rinde
un servicio a Dios. Y harán estas cosas porque no han
conocido ni al Padre ni a Mí. Les he dicho estas cosas
para que cuando llegue la hora, se acuerden de que
ya les había hablado de ellas. Y no les dije estas cosas
al principio, porque Yo estaba con ustedes”, podrían
hacer juego con estos versículos, ya que los dos
pasajes presentan cierto paralelismo de contenido, en
donde el segundo actualiza al primero. Esto
corroboraría la opción de que el discurso termina en
16,4a: “Os he dicho estas cosas para que cuando
llegue la hora, os acordéis de que ya os había hablado
de ellas”]. Con esta terminación del discurso, el
último pasaje, que en varios aspectos da la impresión
de ser un añadido, queda integrado en el conjunto y
emite el mismo sonido. El versículo, 4a (“Os he dicho
estas cosas para que cuando llegue la hora, os
acordéis de que ya os había hablado de ellas”) cierra
todo el conjunto, recogiendo el tema de la palabra
dicha, de la que tendrán que acordarse los creyentes
cuando llegue el momento. A MODO DE
CONCLUSIÓN. El contexto vital que produjo este
discurso de despedida es una situación en donde se
encuentra en peligro la fidelidad de los creyentes. Esto
vale no solamente para el segundo cuadro, sobre el
odio del mundo, sino también para el primero, en el
que domina en una imagen espléndida la invitación a
permanecer en la fe y en el amor: la suerte de los
sarmientos depende de su adhesión permanente a la
vid. El malentendido entre la ortodoxia judía y la
comunidad joánica, salida de la Sinagoga y que había
formado siempre parte de la misma, se refería a la fe
en Jesús, «Hijo de Dios». A los ojos de las autoridades
religiosas judías, esta fe parecía comprometer a la
adoración del único Dios. La primera parte del
evangelio de Juan orquestó este malentendido en el
conflicto entre Jesús y los responsables del pueblo.
Son estos últimos los que acusan a Jesús de «hacerse
igual a Dios» (10,33: “Los judíos le respondieron:
«No queremos apedrearte por ninguna obra buena,
sino porque blasfemas, ya que, siendo hombre, te
haces Dios»”; véase 5,18: “Pero para los judíos esta
era una razón más para matarlo, porque no sólo
violaba el sábado, sino que se hacía igual a Dios,
llamándolo su propio Padre”), acusación sumamente
grave. En el relato del proceso ante Pilato, se refiere de
nuevo como un justificante para pedir su ejecución:
«Se hace Hijo de Dios» (19,7: “Los judíos
respondieron: «Nosotros tenemos una Ley, y según
esa Ley debe morir porque él pretende ser Hijo de
Dios»”). Nuestro texto, dirigido a la comunidad
creyente tentada de infidelidad, es indirectamente una
nueva respuesta del evangelista contra una
interpretación del Hijo que, ignorando la revelación de
su unidad con el Padre, viera en él un atentado contra
la fe monoteísta. Juan presenta al Hijo como la vid que
tiene por viñador al Padre, y como aquel que ha
recibido del Padre el amor que tiene a los hombres y
que él les ha dado a conocer. El Padre es, también
aquí, no sólo el origen, sino también el término: la
comunicación de su amor es su verdadera
glorificación. En el segundo cuadro estalla la
hostilidad contra el Hijo y sus discípulos, debido a un
rechazo del Padre. Según el cuarto evangelio, es el
misterio de Dios como amor plenamente manifestado
el que es rechazado por la incredulidad contra el
mensaje de Jesús. La oposición del prólogo entre la luz
y las tinieblas se convierte aquí en la del amor venido
de Dios y el odio que viene de los hombres. La
designación simbólica del Hijo como «la verdadera
vid» contiene virtualmente lo que, en el texto a
continuación, es una revelación, no ya sobre el mismo
Jesús, sino sobre los discípulos. Los discípulos no
están ante él como servidores, sino que están en él.
Son una sola cosa con él, como los sarmientos son una
sola cosa con la vid ante el viñador. Comulgan de su
conocimiento del Padre y glorifican al Padre por el
fruto que dan, injertados en Jesús. Su oración es
escuchada. Lo mismo que el Hijo, son amados por
Dios y se aman mutuamente con su amor. Guardando
su mandamiento, reproducen la obediencia del Hijo.
Cuando son perseguidos por causa de su fe, es el Hijo
el que es odiado en ellos. Convertidos en testigos
suyos, recogen su mismo testimonio. Estos diversos
aspectos de la existencia cristiana convergen en la
identificación del discípulo con Cristo. Esta elevada
revelación toma la forma de una llamada. Desde el
versículo 3 (“Y harán estas cosas porque no han
conocido ni al Padre ni a mí”), todos son invitados a
tomar conciencia de su ser más profundo; cada uno de
ellos no es más que una expresión del Hijo. Pero la
identificación de los creyentes con él, que de suyo es
un don, no se mantiene más que siendo fieles a él:
depende del compromiso sostenido de su libertad.
Permanecer en la fe es algo muy distinto de la primera
acogida de la palabra, y permanecer en el amor supone
la verificación del obrar, sean cuales fueren las
dificultades internas y externas. Para ello hay que
actualizar siempre de nuevo el recuerdo de la palabra.
El propio texto se presenta como una puesta en
práctica de la función del «recuerdo», que el primer
discurso de despedida atribuía al Paráclito. Este
recuerdo de la palabra no es un repliegue en el pasado,
sino una presencia actual del Hijo que ha vuelto de
junto al Padre y orienta hacia el fruto que hay que dar,
hacia el testimonio dirigido al mundo. Se evocan tres
tiempos. El primero, implícito, es el pasado secular en
que la vid de Dios aguardaba su plena madurez. El
segundo, central, es el presente de la comunidad unida
al Hijo, la verdadera vid portadora de fecundos
sarmientos. El tercer tiempo es el futuro, indefinido, en
que el fruto será cada vez más abundante, a pesar de
que la oposición del «mundo» renazca sin cesar. En el
capítulo 14, Jesús terminaba su despedida evocando al
Adversario con que se iba a enfrentar; en el capítulo
15, la oposición Jesús/Príncipe de este mundo deja su
sitio a la oposición discípulos/mundo. El porqué del
enfrentamiento es claro: el desconocimiento del Padre,
que tuvo lugar y que continúa. El texto termina sin
anunciar aún la victoria sobre los que rechazan la
palabra: tan sólo el testimonio del Espíritu y de los
discípulos deja abierta la puerta para ello. Se
necesitará el tercer discurso de despedida para afirmar
esa victoria. APERTURA. «¡Permaneced en el amor,
en el mío!». La imagen que con frecuencia tiene el
hombre de Dios es la de un dueño absoluto, cuya
voluntad se impone unilateralmente. Esta
representación refleja las relaciones de dominio y de
dependencia que conocen las sociedades terrenas. Sin
atentar en lo más mínimo contra la soberanía divina, la
revelación bíblica se encuentra en los antípodas de esta
concepción natural: Dios se manifiesta en ella como
aquel cuyo poder verdadero es su amor ilimitado. El
Dios de la alianza conduce a Israel sobre las alas de
águila para llevarlo hacia sí (Éxodo 19,4: “Ustedes
han visto cómo traté a Egipto, y cómo los conduje
sobre alas de águila y los traje hasta mí”). Lleva
tatuado el nombre de Sión en la palma de sus manos
(Isaías 49,16: “Yo te llevo grabada en las palmas de
mis manos, tus muros están siempre ante mí”). El
antiguo testamento utiliza todos los términos que
designan un vínculo privilegiado - padre, madre,
esposo, amigo - para designar a Dios en su relación
con nosotros. Inscribiéndose en esta misma línea, el
nuevo testamento muestra su cumplimiento último en
la revelación y el misterio del Hijo hecho hombre.
Desemboca en la primera carta de Juan con la
expresión abrupta: «Dios es amor» (1 Juan 4,8: “El
que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es
amor”). En el capítulo 15 el evangelista manifiesta
que el amor impregna la existencia de los creyentes.
No habla en este texto de «vida» o de «vida eterna»
para los que la Palabra ha hecho pasar de la muerte a
la vida (véase 5,24: “Les aseguro que el que escucha
mi palabra y cree en aquel que me ha enviado, tiene
Vida eterna y no está sometido al juicio, sino que ya
ha pasado de la muerte a la Vida”): la conclusión de
todo ello es la permanencia del discípulo en el amor
que une al Padre y al Hijo, el amor que es el Espíritu,
al menos si hacemos caso de san Agustín. San Juan de
la Cruz se atreve a decir que el creyente «aspira» al
Espíritu con la misma aspiración con que el Hijo lo
aspira. La autenticidad de la experiencia mística de
Juan se muestra en su manera de traducirla. Aunque es
de fuente divina, el comportamiento que se le exige al
discípulo tiene que ser también una praxis en la vida
cotidiana. La afirmación de Jesús: «Vosotros sois mis
amigos si hacéis lo que yo os mando» sólo resulta
paradójica cuando se desconoce el vínculo que une a
«mandar» con «amigos». Lo cierto es que la
obediencia y el amor van a la par. «Yo haré todo lo
que tú quieras» no es una frase de un subordinado,
sino la de un enamorado. El querer del amado se
convierte en la ley del amante, inscrita en su corazón,
como anunciaron los profetas y como lo celebra y pide
el salmo 119. Guardar el mandamiento de Jesús es
amar a Jesús; amar a los demás con el amor con que
nos amó el Hijo es hacer que llegue a la tierra el amor
que es de Dios, haciéndolo concretamente presente en
el mundo. Obedeciendo al Padre que «amó tanto al
mundo», el Hijo es el prototipo de la humanidad
nueva. «Si me han perseguido a mí, os perseguirán
también a vosotros». Fiel a la perspectiva joánica, el
lector extiende espontáneamente este mensaje a toda la
comunidad cristiana. Pero la aplicación resulta difícil:
la Iglesia no es ya una pequeña minoría oprimida, no
se ve ordinariamente perseguida ni se encuentra, como
entonces, entre la espada y la pared del judaísmo
creyente y de la Roma pagana. Es verdad que la
persecución violenta no ha marcado solamente los
primeros siglos de la Iglesia; se ha ido renovando a lo
largo de la historia en las regiones que se iban
evangelizando. En el siglo XX, la fe cristiana se ha
visto proscrita, durante varios decenios, en la URSS,
en los países satélites y en China; la Iglesia del
silencio se está todavía levantando de la prueba. En
otros lugares, los cristianos se sienten todavía
perseguidos a la luz del día: baste con pensar en el
asesinato de monseñor Romero, en la matanza de un
grupo de sacerdotes en El Salvador, en la desaparición
en Argentina o en Brasil de creyentes comprometidos
por la justicia y al servicio de los más pobres. Aunque
no se puede, a no ser raras veces, atribuir estas
persecuciones al fanatismo religioso - se deben más
bien a la voluntad del poder político o económico -, lo
cierto es que las padecen unos cristianos que actúan en
cuanto tales. No obstante, lo que se le ocurre ante todo
al lector es más bien el cambio de situación que se
produjo a partir del edicto de Constantino (313),
cuando la Iglesia se hizo poderosa y empezó a
ensañarse a su vez contra los que no compartían sus
creencias o no reconocían su autoridad. Impuso la
conversión con medidas coercitivas (desde el edicto de
Teodosio el Grande en el 380) y proscribió material y
espiritualmente al pueblo judío durante siglos. El
antisemitismo existía antes del cristianismo, pero se
desarrolló más aún después y la Iglesia tiene que
cargar con una dura responsabilidad por ello. Cuando
la sociedad civil quedó «bautizada» en su conjunto, la
Inquisición persiguió a los que se desviaban, de
cualquier clase que fuesen; no tuvo reparos en
quemarlos exigiendo a las víctimas un acto de fe que
los preservaba del infierno (el auto de fe). Pensaba
honrar a Dios con aquellas ejecuciones capitales. Si la
intolerancia se produce muchas veces cuando una
religión pasa a ser mayoritaria, en el caso de la Iglesia
de Cristo el ejercicio de la violencia se opone
intrínsecamente al mensaje del que es depositaría.
Prescindiendo de los elementos sociológicos que
pudieron influir en ello, este pecado es «inexcusable».
Lo mismo ocurrió cuando la conquista del nuevo
mundo, con las matanzas de los indios por unos
bautizados que pretendían actuar por el honor de Dios
o cuando la persecución contra los protestantes en
Francia. Todo esto sigue siendo una llaga en la
memoria cristiana. Hubo que esperar al concilio
Vaticano II para que se aprobase el Decreto sobre la
libertad religiosa. ¿Cuándo habrá actos oficiales para
pedir perdón por las faltas cometidas? Si la conciencia
cristiana rechaza ahora la violencia cometida contra
los cuerpos, sigue en pie todavía el riesgo de una
violencia contra los espíritus y del abuso de poder en
desprecio del hombre. En esta perspectiva se podría
leer el texto joánico «al revés», como una advertencia
dirigida a la institución eclesial, a sus comunidades, en
contra de todo odio, no sólo manifiesto, sino secreto.
Con el pretexto de defender lo absoluto de Dios o la
verdad, se puede dejar uno llevar por el apego a sus
hábitos de pensamiento y olvidar el deber de un a
priori favo rabie a los interlocutores. Por otro lado, hay
otra actualización que se hace a veces del texto. Se la
encuentra a veces en algunos libros de piedad. Si es
verdad que la persecución forma parte integrante de la
condición del discípulo, ¿hay que concluir de ahí que
es necesario ser perseguido para merecer ser amigo de
Jesús? Aquella frase tan severa atribuida a Newman:
«Tengo miedo de una Iglesia que no es perseguida»,
adquiere su sentido en el caso de una Iglesia que, para
seguir siendo o para hacerse poderosa, aceptase pactar
con los intereses contrarios a su misión. Pero si se
generalizase esta frase, resultaría criticable, y hasta
perversa. Por otra parte, la experiencia demuestra que
algunos cristianos comprometidos por las exigencias
del evangelio y que ocupan un primer lugar en la
caridad activa, algunos cristianos clarividentes e
innovadores en el plano del pensamiento o de la
acción, pueden ciertamente encontrarse con enemigos,
pero no dejan de tener una gran irradiación tanto
dentro como fuera de la comunidad cristiana. Llegan a
tocar los corazones y los espíritus. No se les odia, sino
que se les aprecia y estima. «Donde no hay amor, pon
amor y sacarás amor», decía san Juan de la Cruz, a
pesar de haber sido él mismo un gran perseguido... por
los superiores de su orden. En el trasfondo de esta
actualización pietista hay sin duda cierta desconfianza
frente al «mundo de hoy», que el concilio Vaticano II
pidió que se revisase en profundidad. Sin embargo,
siempre hay una parte de verdad en la frase atribuida a
Newman, que podría enunciarse así: «Tengo miedo de
una Iglesia (o de un creyente) que no se enfrenta con el
riesgo de la persecución por seguir siendo fiel al
evangelio». El texto de Juan permite una trasposición
que permanece en la línea más pura del evangelio. En
el lugar de la comunidad joánica perseguida por los
que la rodeaban, se puede ver, no ya a la Iglesia como
tal, sino a los hombres creados por Dios a su imagen,
que sufren violencia por parte de los demás hombres.
Todo el que oprime a su hermano, desconoce en él al
Hijo, desconoce al Padre. «¿Por qué me, persigues?»,
dijo el Señor glorificado cuando se apareció a Saulo en
el camino de Damasco (Hechos 9,4: “Y cayendo en
tierra, oyó una voz que le decía: «Saulo, Saulo, ¿por
qué me persigues?»”). El siglo XX conoció y conoce
todavía inmensas tragedias causadas por la ceguera del
odio. Este odio o espíritu de venganza siguen
ensañándose en las relaciones entre los pueblos, entre
los grupos sociales, entre los individuos. El rostro
abofeteado del Cristo de la pasión se reproduce en
millones de hombres. Al oponer, como lo hace, la luz
y las tinieblas, el amor y el odio, el evangelista más
místico ha sido también el más realista. Constatando el
misterio de iniquidad (2 Tesalonicenses 2,7: “El
misterio de la iniquidad ya está actuando. Sólo falta
que desaparezca el que lo retiene”) que dura ya veinte
siglos desde el anuncio del evangelio, el cristiano
puede sentirse «escandalizado», tropezar en su fe. Sin
embargo, ha sido en nuestro tiempo cuando se ha
generalizado la conciencia de los derechos humanos y
la solidaridad se ha convertido en un imperativo a los
ojos de muchos. Este progreso moral puede vivirse
independientemente de una vinculación explícita con
el evangelio. Y hemos de alegrarnos de ello. No deja
de expresar la fraternidad entre los hombres que se
arraiga en la exigencia de justicia propia de la
enseñanza de los dos testamentos, y en la práctica
cristiana del amor sin reservas. Pero la verdad es que
estos esfuerzos de solidaridad, incluso cuando se
realizan a escala internacional, resultan insuficientes
para vencer el odio y para prevenir los estallidos de
violencia. Devasta incluso a unas comunidades que
apelan por una y otra parte a la fe en Dios. Según la
reflexión de Jacques Sommet, la única solución sería
entrar profundamente en el misterio del perdón de
Dios, para que este perdón se comunique al corazón, y
que los impulsos de represalia o de voluntad de poder
dejen sitio al amor ilimitado, el que Dios ha revelado
en Jesús y el que anunciaba la figura bíblica del siervo
de Yahvé.

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