Rodriguez Paniagua
Rodriguez Paniagua
Rodriguez Paniagua
¿Es lógica toda esta construcción? Lógica, desde luego, sí y, por consiguiente,
también verdadera, si se parte del supuesto de la verdad de las premisas: la
concepción pesimista de la naturaleza humana y la valoración de la vida y de la paz
como el bien supremo. Por eso, Rousseau afirmará contra I lobbes —combatiendo
este segundo supuesto— que «también se vive tranquilo en los calabozos».
Enfrentando, pues, la crítica de la postura de Hobbes de manera más general, habría
que preguntarse: ¿es aceptable su solución a la organización del Estado?; ¿es incluso
preferible a cualquier otra? Es posible que sí, como dirá luego Leibniz, «en el caso
de que el soberano sea Dios». Para los demás casos, hemos de escuchar todavía a
Locke y a Rousseau10.
CAPÍTULO 13
a) Descripción del estado de naturaleza o del hombre desde esc punto de vista de
la naturaleza humana.
b) Exposición del tránsito al estado de sociedad civil (por medio de un pacto}.
c) Consecuencias jurídico-políticas de esas doctrinas.
de naturaleza como el pacto, son meras hipótesis para justificar la sociedad. Cree que
de hecho el hombre estuvo en estad») de naturaleza, pero junto a esa creencia alienta
la convicción de que ese es el único modo razonable de explicar cómo y con qué
senrido surge la sociedad civil. Es más: se puede pensar, y de hecho ¡raicee pensar
l .ocke, que el estado de naturaleza subsiste en nosotros, aunque no sea fácil
distinguir claramente qué es en el hombre lo natural y que lo añadido por la sociedad.
El estado de naturaleza, o el hombre en ese sentido, es entendido por Locke de
manera distinta a la de Hobbes. No es un estado de guerra, sino que la naturaleza
humana está inclinada hacia la paz y la concordia, a rrabajar y obtener así lo necesario
para vivir, e incluso a establecer la propiedad privada: todo bajo la garantía de la ley
na tu ral, es decir, de la razón, que es la ley que rige en ese estarlo, como en el de
sociedad rige la ley civil.
En virtud de esta ley natural, cada uno tiene los mismos derechos que los demás.
¿Por qué? Una razón es que Locke es cristiano y piensa que es lógico que, al crear
Dios a los hombres, les otorgue a todos los mismos derechos; además, la experiencia
los muestra a todos como seres de la misma especie, de una misma naturaleza: por
consiguiente, se ha cíe partir del supuesto de una igualdad fundamental entre ellos.
Pero, si rodos son fundamentalmente iguales, nadie puede someter o mandar a los
demás; por consiguiente, en principio todos son libres, con la misma libertad y, si
todos son libres e independientes unos de otros, a nadie le puede estar permitido
hacer daño a otro, en su vida, salud, libertad o posesiones. El precepto primordial de
la ley natural es, pues, que se han de respetar «la vida, salud, libertad o posesiones»
de cada cual.
Tan seguro está Locke de la existencia y conocimiento de esa ley en el estado
natural, que confiere a cada individuo la facultad de ser juez y ejecutor de las
sentencias emanadas de su aplicación. «Esa ley existe —dice Locke— y es tan
evidente para un ser racional que la estudie como !n son las leyes positivas de. los
Estados»5. Pero luego Locke se da cuenta de haber exagerado al comparar Ja ley
natural con las leyes positivas. Duda de su correcta aplicación, al tener que ser juez y
pane uno mismo cuando se trata de juzgar los actos propios o que afectan a uno
directamente, y en todo caso es consciente de que las pasiones pueden llevarnos a
juzgar con poca ecuanimidad y justicia. Reconociendo ei peso de estas objeciones,
admite que no es tan fácil aplicar la ley natural como la ley civil.
Luego, en definitiva y en conjunto, la ley civil es mejor que ia natural, y el estado
de sociedad civil o política mejor que el estado de naturaleza, aunque no lo sería bajo
el modelo de la monarquía absoluta propuesto por Hobbes. La base para el
enfrentamiento de ambas doctrinas está, pues, ya aquí, en su
distinta concepción del estado de naturaleza. Para Hobbes, hay que salir a toda costa
del estado de naturaleza. Para Locke, en cambio, esa salida está condicionada: solo
es aceptable si se sale mejorado, poique en el estado de naturaleza también se puede
vivir, dado que en ese estado los hombres vivirían ya, legítima y legalmente, en
libertad y podrían adquirir el derecho de propiedad. En concreto este último es
recalcado especialmente pot Locke 4. Razona a este respecto que, aunque la titira
fuera en un principio una comunidad absoluta de bienes, Dios querría que las cosas
se usaran de la manera más ventajosa y, si la más ventajosa es, corno parece, el
reparto de la tierra a unos y a otros, entonces hay que admitir como preferible el
sistema de propiedad privada. Y, como ese sistema es el más razonable, hay que
suponer que los hombres lo quieren, que. consienten en él, aun cuando sea tal vez de
una manera tácita o implícita. A la vez, por otro lado, el trabajo es de propiedad de
cada uno, y ;qué ocurrirá si ese trabajo se aplica a los bienes comunes? ;Se perderá el
trabajo aplicado a los bienes colectivos o pasarán estos a ser propiedad particular en
cuanto tienen trabajo incorporado? Locke se decide por el trabajo, entendiendo que
la aplicación de este a cosas comunes es título suficiente para apropiárselas. Así, el
que coge agua de un rio metiéndola en un cámaro se la apropia. De la misma manera,
el que siega hierba o recoge bellotas de un campo público se las apropia también. El
fundamento último para sustentar esta posición está en que Locke pane, al parecer,
por un lado, del asentimiento o aceptación general respecto al sistema de apropiación
privada, como hemos indicado y, por otro, considera que el valor de las cosas útiles
para el uso humano se debe al trabajo que tienen incorporado: un 90 por 100, e
incluso en algunas de ellas hasta un 99 por 100. Esta última idea influirá luego en la
teoría del valor de David Ricardo, de quien pasa a Karl Marx.
Partiendo, pues, de su concepción del estado de naturaleza, es lógico que para
Locke las monarquías absolutas no representen un caso de sociedad civil preferible
al estado de naturaleza; además ni siquiera se dan en ellas los requisitos
mínimos para que exista ia sociedad civil. Se dan respecto a los súbditos, pero no en
el monarca absoluto, quien continúa en el estado de naturaleza; y esto es lo
inexplicable e inaceptable, que él continúe en tal estado mientras los demás se
someten plenamente. No hay razón para pensar que el monarca vaya a ser un
individuo excepcional o que vaya a ser mejor por el hecho de que se le coloque en un
trono; más bien será peor, al estar situado en. posición más peligrosa, con aduladores
que tratarán de halagarlo y le dirán que todo lo hace bien y nunca se equivoca: de
hecho, la experiencia está a favor de esta suposición, con ios abusos del poder
absoluto.
En cuanto a! carácter del pacto por el que se pasa del estado de naturaleza al
escado civil, ya hemos indicado que, al igual que el estado de naturaleza, Locke lo ve
ante todo como hecho Instó neo. suponiendo que tuvo que ocurrir. Hoy día, en
cambio, nos parece que, si la validez de sus teorías tuviera que depender de esto,
habría que descalificarlas. Pero Locke no le da al pacto solo ese sentido empírico: a
la vez le da el carácter de construcción doctrinal, como hipótesis explicativa de la
sociedad con la distinción entre gobernantes y gobernados. No ocurrió, pues, el pacto
—tal corno pensamos hoy día—, ni siquiera tácitamente; no tuvo lugar un
acontecimiento que pueda ser interpretado como pacto, pero tampoco es necesario
suponerlo, si no cpie basta, para salvar lo esencial de la teoría de Locke, presuponer
que tiene que haber un consentimiento general para que exista esa organización de
La sociedad con gobernantes y gobernados; pues sin consentimiento por parre de
estos no puede haber nadie constituido en autoridad; atendiendo a ia pura naturaleza
humana, no lo hay.
Locke, por otro lado, piensa que el pacto, así entendido, como consentimiento, ha
de haber sido y seguir siendo real y que, por consiguiente, ha de ser renovado para
que siga siendo válido. Pero, para suponer que se renueva, no considera necesario
que se diga expresamente al llegar a la mayoría de edad: basta con que no se
manínesre expresamente lo contrario, por ejemplo, marchándose al extranjero.
Veamos ahora las consecuencias de la doctrina de Locke con respecto a la
organización de la sociedad civil o Estado.
La primera es que, para que haya sociedad (política), es necesaria la existencia
riel poder legislativo y el poder ejecutivo: el primero para establecer lo que se ha de
hacer y el segundo para imponerlo o hacerlo cumplir.
El poder legislativo es el más importante: el primordial, el fundamental, ya que
establece lo que se debe hacer y por quién; es decir, que establece incluso lo que
tiene que hacer el poder ejecutivo. Por consiguiente, ha de estar en manos de los
representantes de la comunidad y ha de ser el poder supremo. Tiene que ser
intransferible y permanecer donde la colectividad lo ha colocado, ya que no se
entrega definitivamente, sino que se delega por la comunidad y debe ser ejercido por
aquellas personas a quienes se les encomienda. Además no ha de entenderse que tal
poder sea absoluto, sino que Locke pretende que sea un poder limitado, regulado,
razonable, que no abuse, que no sea arbitrario. Por eso el poder legislativo no debe
proceder por decretos particulares, sino por disposiciones de tipo
general. Uno de los punios en los que l«ocke tiene interés especial en subrayar las
limitaciones del peder legislativo es la propiedad. Esta no puede ser tocada, pues ya
existía en el estado de naturaleza, y la sociedad civil perfecciona lo que hubiera en el
estado de naturaleza: tiene, ¡rúes, que respetar y proteger la propiedad; este es uno de
los fines por los que se establece la sociedad civil. Es más, si por propiedad se
entiende el conjunto de bienes de vida, libertad y hacienda (como generalmente la
entiende Locke), a eso se reduce la finalidad de la sociedad: a la conservación y
protección de esos bienes.
El poder legislativo y el ejecutivo, que comprende el judicial, deben estar
separados. En primer Lugar, como garantía de que el poder legislativo, que es
superior, no abuse, ya que, si fueran los mismos los que hacen las leyes y los que las
interpretan y aplican, cabría el peligro de que las hiciesen para su provecho; así COJIJO,
por el otro lado, con la separación tampoco se permite que abuse el poder ejecutivo al
aplicar las leyes, sino que, como tiene el control del sometimiento a la ley, aun
tratando de forzar la interpretación, tendrá que mantenerse den tro de! marco legal.
También da Locitc como argumento a. favor de la separación de poderes que el poder
legislativo no actúa continuamente y sí el ejecutivo, aunque esta razón es, claro está,
de poco peso.
A estos dos poderes añade Locke un tercero, al que llama federativo, que es el que
representa a toda la comunidad. Locke mismo no era entusiasta de esta denominación,
y de hecho rto ha prevalecido, sino que se le llama más bien representativo o de
representación, o jefatura del Estado. Tal como Locke lo entendía, llevaba inherente la
jefatura del poder ejecutivo o de gobierno, y arribos poderes residían en el rey,
constituyendo la «prerrogativa regia» o derechos inherentes a la Corona. Esta
prerrogativa necesariamente tiene que tener un cierto carácter discrecional, ya que no
puede ser regulada con la misma precisión que los otros poderes y supone un amplio
margen de confianza en el rey.
Así, pues, Locke, aun siendo avanzado o progresista para su tiempo—, no era
radical, sino más bien un moderado, transigiendo con la monarquía, como los ingleses
han seguido haciendo después de él. Puede ser que Locke se viera influido por sus
vínculos personales con la monarquía instaurada entonces en Inglaterra, pero su
actitud tenía una sólida justificación objetiva, como de hecho ha demostrado la
experiencia política inglesa.
Un punto importante, tal vez el más importante, de !a doctrina de locke sobre la
organización jurídico-política del Estado es que, en definitiva, el poder supremo radica
siempre en el pueblo, pues los poderes legislativo y ejecutivo son delegados de la
comunidad, que puede revocar, en caso necesario, rales poderes. Y, no habiendo juez
en la tierra que pueda juzgar esa necesidad, no habrá más remedio, en esos casos, que
«apelar al cíelo», es decir, invocar la ley natural, que es expresión de la voluntad
divina.
Pero además la reversión de poderes a la comunidad se produce de manera que
pudiéramos llamar automática siempre que, por una u otra causa, se disuelva el
régimen establecido o, en otros términos, cuando no se cumplen o realizan las
condiciones o consecuencias del pacto. Puede ser que tal disolución se produzca
por alteración del poder legislativo, ya que, si no se respeta en quien lo delegó el
pueblo (por ejemplo, atribuyéndose el monarca a sí mismo ese poder), desaparece la
legitimidad del régimen. Pero las formas de alteración pueden ser múltiples: así,
puesto que dentro de la «prerrogativa regia» está el poder de convocar al poder
legislativo, este queda alterado si de hecho no se le convoca o si, una vez convocado,
pretendiera el monarca imponerle su voluntad: otra forma evidente de alteración del
poder legislativo y, por consiguiente, de disolución del régimen es la modificación de
la composición del. mismo; pero esta desde luego se produce también en el caso de
que el pueblo no pueda nombrar libremente a sus representantes, sino que alguien se
interfiera en esa elección.
Asimismo, se disuelve el régimen, político y el poder debe volver al pueblo, si el
país fuese traicionado por venta o entrega a un poder extranjero, pues la colectividad
no puede consentir que los poderes sean usados en contra del propósito por el que se
instituyeron. Y, si las leyes se dan, pero no se cumplen, queda J ota la validez del
pacto constitutivo de la sociedad civil; potque en realidad eso sería una anarquía.
Como asimismo siempre que se actúe en contra de la finalidad por la que se instituyó
la sociedad y el poder, e.s decir, si este, acula en contra de la misión que tiene
encomendada.
Locke responde a las objeciones que se pueden poner a su doctrina. En efecto,
puede parecer a primera visca que su doctrina sea subversiva. Pero Locke responde
que es más fácil que el pueblo se conforme con las injusticias que el que se rebele; por
lo demás, añade, lo definitivo es el trato que el pueblo recibe, no las doctrinas políticas
que se le enseñen: el pueblo se conformará con cualquier régimen que lo trate
soportablemente, sea cual sea la doctrina política que se renga por verdadera. Tampoco
hay que olvidar que no puede ser rebelión ei que el pueblo trate de deponera sus
gobernantes, ya que, ai radicar en él en último término los poderes, cuando los reclama
para sí, no hace sino ejercer sus derechos o facultades. Y, en iodo caso, ¿qué otro
remedio cabe pensar? No se puede exigir al pueblo que se conforme siempre con las :
injurias c injusticias a que se le someta, por miedo a perturbar la paz: