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Reynoso - Profetas y Postmodernidad

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Profetas, Postmodernidad y Carpe Diem

Arturo Reynoso (México)


http://www.geocities.com/teologialatina/Carpediem.html

La riqueza del mensaje profético es bastante y en este tema siempre queda mucho por
profundizar. Reconozco que este acercamiento a los profetas me despierta muchas
inquietudes respecto al actuar de Dios y al actuar del ser humano. Constato con sorpresa
que la realidad de los profetas es muy distinta a la nuestra, pero al mismo tiempo surgen
bastantes rasgos de aquella situación tan parecidos a los de la nuestra: la injusticia, el
desencanto de la realidad, la opresión, la exclusión, el abuso, la esperanza y la
desesperanza, la necesidad de consuelo, el deseo de romper con la sordidez de la realidad,
la importancia de adentrarse en el momento presente, de aprovechar el día al máximo
porque mañana no tenemos certeza -aunque así lo creemos- de saber qué pasará, la
urgencia de sentir y vivir a fondo esta única vida. Cierto, parece que la historia es la misma y
no es la misma. Parece que el mensaje profético es tan lejano y tan necesario actualmente.
Parece que Dios y el ser humano son y no son los mismos ayer y hoy.
Por esto, en una época tan etiquetada, con o sin razón, de posmoderna, ayudará
mucho preguntarse y analizar si aquellos mensajes proféticos que irrumpieron con fuerza la
vida de varios siglos de un pueblo, Israel, tienen cabida en la realidad de seres humanos de
nuestro tiempo. ¿Será oportuno hoy en día hablar del Dios de los profetas? ¿Valdrá la pena
apostar por un mensaje de conversión y esperanza en un mundo tan complicado, tan
gastado, tan harto de grandes paradigmas y tan globalizado? ¿Sonará esperanzador decir
que Dios actúa en la historia y que su preocupación máxima es el bien del ser humano?
¿Cómo entra el mensaje profético en una realidad en la parece que lo que importa es el
carpe dime?
Todas estas cuestiones darían para llenar páginas y más páginas de teoría, para
discutir largamente, para concluir -si así fuera- de que es difícil concluir. No pretendo, ni se
trata aquí, hacer una investigación exhaustiva. Razones de tiempo y espacio impiden
hacerlo. Pero hay un elemento importante que quiero abordar: qué historia es la que se está
configurando en la atmósfera posmoderna del carpe dime y cómo el mensaje profético, tan
atento a la historia, al presente, al momento particular, es un mensaje totalmente vigente.
Resaltaré algunos rasgos importantes que considero comunes tanto de la posmodernidad
como del mensaje profético: la sensibilidad, la libertad, la importancia del presente y la
experiencia del amor. Para esto, presento una breve síntesis del fenómeno de la
posmodernidad. Después sintetizo una serie de reflexiones que sobre los profetas hizo
Abraham Heschel, el gran teólogo judío, y que a mi modo de ver dan pistas muy valiosas
para la actualización del mensaje profético hoy en día (a pesar de que estas reflexiones
fueron escritas hace más de 25 años). La tercera parte de este escrito pretende evidenciar
la cercanía y pertinencia del mensaje profético en este tiempo llamado posmoderno.

SÍNTESIS DE RASGOS DE LA CULTURA POSMODERNA


La posmodernidad es un fenómeno del cual, bien a bien, no se precisa el inicio. Para
algunos no se puede hablar de posmodernidad, sino de hipermodernidad. Para otros, ya no
vivimos la posmodernidad, sino la transmodernidad. No pretendo enfrascarme en grandes
teorías filosóficas. Más bien quiero tomar algunos aspectos de este “estado” de
posmodernidad que considero reflejan con claridad esta situación de la que tantas personas
hoy en día hablan, viven, critican, defienden, se envuelven. Víctor Codina comenta que los
signos de la posmodernidad aparecen con más claridad en las ciudades y entre los jóvenes,
pero que su impacto llega a todos los rincones de los países latinoamericanos y afecta a las
mismas culturas tradicionales.1
A finales de la década de los 80 se prefigura un nuevo escenario en la humanidad:
caída del socialismo, derrota de gobiernos de izquierdas, falta de alternativas políticas,
triunfo del neoliberalismo; como aseveró Fukuyama, se evidencia “el fin de la historia”. Se
acentúa una crítica a la modernidad ilustrada y se pretende eliminar el predominio de la
razón. Se dice entonces que comienza a manifestarse con fuerza la posmodernidad. Nacida
de las entrañas mismas de la modernidad, la posmodernidad es a la vez una crítica a la
misma modernidad.
Una vez desaparecida la idea de una racionalidad central de la historia, el mundo de la
comunicación generalizada surge con fuerza como una multiplicidad de racionalidades
“locales” -minorías étnicas, religiosas, culturales o estéticas- que, asegura Vattimo, toman la
palabra y dejan de ser finalmente acalladas y reprimidas por la idea de que sólo existe una
forma de humanidad verdadera digna de realizarse, con menoscabo de todas las
peculiaridades, de todas las individualidades limitadas, efímeras, contingentes.2
Por otro lado, José María Mardones cuestiona si en verdad esa es la mejor vía para
defenderse contra el uniformismo tecnocrático y la ley del rendimiento.3 Para Mardones, bajo
el estado posmoderno nos encontramos no libres de las ataduras de lo universal y del
sofocamiento de las diferencias, sino atrapados en el pequeño recipiente de nuestros
contextos y localismos. Una tiranía a menudo mucho peor que el peligro que quiere
conjurar.4
También se dice que la posmodernidad es el paso de la ética a la estética, de
Prometeo a Narciso: disfrutar de la vida, de la privacidad, del presente, del carpe diem. Es
una ética provisional y contextualizada en cada momento, sin compromisos para siempre,
cuando mucho sólo contratos temporales.
Además, esta época manifiesta una reivindicación del sentimiento, un pensamiento
catalogado como light, un abanico de valores para escoger. Se evidencia un retorno a lo
“sagrado”, es el auge del mercado religioso y el boom del esoterismo, del misterio, del new
age.
Se retoma el valor de la vida cotidiana: cuerpo, deportes, música, sexo, arte,
naturaleza, sociedad. Mardones señala que el ser humano posmoderno no percibe la dureza
de la vida, ni la situación de los que en esta sociedad y en nuestro mundo apenas alcanzan
la categoría de seres humanos. Predomina el olvido de los otros y del sufrimiento de los
vencidos de la historia.5 Sin embargo, considero que el ser humano posmoderno,
precisamente por vislumbrar o -en algunos casos- darse cuenta del sufrimiento que se
presenta en la realidad, prefiere evitar cuestionamientos y penas que, finalmente, no
cambiarán la situación del dolor contemplado. ¿Para qué y por qué afectarse del sufrimiento
si eso no solucionará ni cambiará un ápice las cosas, las estructuras sociales, el egoísmo
colectivo, la injusticia a determinado ser humano, a determinados grupos humanos? No
tendría caso, parafraseando a Miguel Hernández, tanto penar para morir un día.
Para Manuel Fernández del Riesgo, el individuo actual vibra sobre un trasfondo
nihilista y una búsqueda inútil de significado. El proceso de personalización que dice
pretender el ser humano posmoderno, anota Fernández, exigiría profundización crítica y
consensualización de una jerarquía de valores, compromiso y apertura al otro. El desarrollo
auténtico de la persona exige la mediación de la relación interpersonal. No hay
personalización sin desarrollo de la alteridad.6
Sin embargo, es necesario entender que el sentido de reacción de la posmodernidad
tiene, obviamente, cierto fundamento. Como anota Luis García Orso al referirse al fenómeno
de la posmodernidad, si no es cierto que mañana las cosas irán mejor, si nunca llegó el
futuro que se esperaba, si esta sociedad ha engañado, defraudado, manipulado,
deshumanizado, explotado, empobrecido, para qué comprometerse si nada es eterno, nada
es absoluto, nada es definitivo. Por eso, cuando se pueda, hacer sólo pequeños
compromisos: particulares, concretos, por un tiempo, modificables o caducables. Pero no se
puede pensar en compromisos definitivos, para toda la vida, o que pretendan abarcar a
muchos.7
El ser humano posmoderno se cansó de recibir relatos sacralizados, ahora busca su
propio relato, sin que le impongan nada. No quiere recibir los ideales de los otros, quiere
hacer los suyos, aunque no sean, ante los discursos anteriores, trascendentes. No quiere
que todo se lo cuenten. Quiere contarse él mismo su historia. Su tendencia a los placebos
muchas veces, como se dijo antes, es una reacción ante la sordidez de la realidad, de la
pérdida de un sentido, de un ideal que parece más una pose de los viejos, una falsa
seguridad, que una verdadera razón de vivir. Hoy no se responde a imposiciones, sólo a
invitaciones.
No obstante, y a pesar de toda supuesta superficialidad, el ser humano posmoderno
necesita, aunque por reacción le pese, de los otros. Necesita de cariño. Necesita de
verdaderos testimonios de vida, más que de rollos. Necesita invitaciones, auténticas
palabras de vida. Y no necesita de etiquetas porque, sencillamente, no le importan. El ser
humano posmoderno no quiere imposiciones, busca lo que haga sentirse bien, busca su
personalidad; además le aterra lo sórdido, detesta el sufrimiento y la sumisión. Necesita
vivir-sentir su propia trascendentalidad. Quiere sentirse libre ya que la libertad es algo que
sacraliza. Busca tener su propia experiencia, sentirla profundamente. Desea vivir al máximo
el presente, el momento, lanzarse con vértigo y a fondo para experimentar, para sentir, para
vivir. No busca definiciones ni abstracciones. Prefiere lo sensible, lo palpable. Sus relaciones
con los demás se limitan al yo-tú; en el yo-tú se busca la novedad y la trascendencia. El
amor le resulta peligroso, pero le atrae. Por tanto: ¡viva la sensibilidad, la libertad, el gozo, el
carpe diem!
Y ante este panorama ¿tiene actualidad el mensaje de los profetas?, ¿de qué sirve hoy
en día una experiencia vivida por los profetas a partir del siglo VIII antes de Cristo?

LOS PROFETAS: REFLEXIONES DE ABRAHAM HESCHEL8


Casi todas las épocas, anota Heschel, se asemejan a la de los profetas: todos nos
volvemos locos, no sólo individualmente, sino también en el ámbito colectivo. Y basta dar un
vistazo para darle la razón. ¿No es una locura acaso que millones de personas mueran cada
día víctimas del hambre, de la guerra, de la exclusión? ¿No es una locura que, como hace
siglos, siga imperando la ley del más fuerte? ¿No es una locura que con una sola arma sea
posible matar a millones de seres humanos en un instante? ¿No es una locura que esta
realidad cruel sea tan común y cotidiana que parece no alarmarnos?
Sin embargo, las barbaridades cometidas por los asirios y los babilonios (s. VIII y s. VI
a.C.) contra un pueblo débil nos suenan irracionales, salvajes, inhumanas: asesinatos,
desaparición de pueblos, esclavitud, deportaciones. ¿Cómo serían hoy los juicios que Amós
proclamaría contra las naciones (Am 1,3-2,16)? ¿Cómo nos reclamaría el olvido de los más
débiles, de la justicia, del amor?
Parecía, dice Heschel, que entonces no había ninguna consideración por el hombre:
“Qué repugnante y horripilante es el mundo: ebrio con la codicia de poder, infatuado con la
guerra, despiadado y triste: Los enviados de paz lloran amargamente, las calles yacen
desoladas […] los pactos están rotos, los testigos son despreciados, no hay ninguna
consideración por el hombre (Is 33,7-8)”.9 Tristemente, y con no poca vergüenza al
reconocerlo, no estamos muy lejos de aquella realidad. Ciertamente hay distancias,
desgraciadamente hay muchas coincidencias. Antes, la realidad sórdida se hizo presente.
Hoy, esa realidad sórdida no desaparece, sobre todo para los excluidos de la historia. ¿Qué
es lo que realmente importa? ¿Qué es lo que nos está dominando? ¿En qué creemos a final
de cuentas? ¿Qué queremos? ¿Vivimos el exilio en nuestra propia tierra, en nuestro propio
corazón?
No hay límite a la crueldad, continúa Heschel, cuando el hombre comienza a pensar
que él es el amo: “Tal presunción es tan peligrosa como absurda (Is 10,15)”. 10 Hoy, una
minoría dominante, siguen creyéndose amos. Esto sería, para algunos, la herencia de la
modernidad; para otros, el resultado de una actitud posmoderna de total indiferencia ante los
demás. Como quiera interpretarse, es un hecho que la mayoría dominada es la que sufre las
consecuencias de esta situación. Esto no es un discurso panfletario; ojalá y así fuera. Pero
entonces ¿dónde quedaba Dios en aquella historia de Israel? ¿Dónde queda ahora?
Heschel nos advierte que no debe confundirse la teología bíblica con la idea mística de
que Dios es todo, y todo es Dios: “Los profetas nunca enseñaron que Dios y la historia eran
uno, que todo lo que pasa en la Tierra es el reflejo de la voluntad de Dios en los cielos. Su
visión es la del hombre que desafía a Dios, y de Dios que busca que el hombre se reconcilie
con Él. La historia es el lugar en donde se desafía a Dios, donde se vence a la justicia”. 11 De
aquí se sigue que el ser humano es co-creador de la realidad, tiene una participación en la
modificación de la Historia. En esta época posmoderna ¿qué vamos a hacer con nuestra
historia, con las pequeñas historias que somos cada uno? Queramos o no, estamos
llenando un espacio en la gran historia. ¿Cómo queremos “llenar” nuestro espacio? ¿En qué
o en quién nos apoyamos para esta labor? ¿Hay un mensaje válido que nos sirva para esto?
Según Heschel, al profeta se le puede considerar como el primer hombre universal de
la historia; se preocupa por los hombres y se dirige a todos ellos: “No fue un emperador, sino
un profeta, quien concibió por primera vez la unidad de todos los hombres”. 12 Una
particularidad histórica concreta, el profeta, es quien se dirige a los seres humanos de todos
los tiempos. No es desde la cúspide del poder, es volviendo la vista a la realidad “de abajo”,
a la realidad de ese determinado momento, donde el profeta percibe claramente que
estamos llamados a la vida, a la fraternidad, a la libertad, a la unidad y no a la uniformidad, a
ser uno mismo, a ser auténtico. Un mensaje universal que parte de lo particular. Un mensaje
universal que no quiere ser impuesto, quiere ser invitación para todos.
Así, necesariamente desde las historias concretas, desde los testimonios particulares,
desde la autenticidad personal como la de un profeta, se va conformando la historia. Y es en
la conciencia de la historia donde los profetas descubren que hay un único Dios que
interviene en las historias particulares y sociales. Un único Dios que quiere la vida libre,
auténtica, gozosa del ser humano, de su pueblo. Y cuando se tiene la experiencia de este
único Dios inmanente y trascendente, como la ha tenido única y particularmente cada
profeta, surge de lo profundo del corazón el deseo de vivir más hondamente el momento
presente, la realidad de amor, de dolor, de compasión, de solidaridad. No será necesario el
gran relato que dicte cómo vivir y qué hacer con nuestra historia. Bastará con ser
profundamente honestos con el corazón, con los demás, con los pequeños o grandes
hechos históricos, con la realidad. Estar atento al presente es estar atento a la realidad y al
propio corazón, al propio sentimiento, a la propia vida. Esto fue lo que vivieron los profetas.
Esto es lo que el posmoderno dice buscar: la intensidad del momento presente. Habrá que
ver si en verdad está dispuesto a esta intensidad, a estar realmente presente en el presente,
a, verdaderamente, aprovechar el día, la historia que pasa y no se detiene.

EXPERIENCIA Y EL CARPE DIEM


Heschel indica que para el historiador moderno la historia no es el entendimiento de
los hechos, sino más bien de la experiencia que el hombre tiene de los hechos. Lo que
concierne al profeta es el evento humano como experiencia divina. Para nosotros la historia
es el registro de la experiencia humana; para el profeta es el registro de la experiencia de
Dios.13 Ciertamente lo más importante es la experiencia del corazón y el profeta reconoce
sin complicaciones que la experiencia del corazón es experiencia de Dios. Esto lo lleva a
estar totalmente atento al presente, al día, a él mismo y a los otros, a los problemas, a la
esperanza, al sufrimiento. Esto es, insisto, atrapar al día, vivirlo intensamente, sacarle todo
el jugo. Es el carpe diem inmerso en la realidad tal cual es: “Tener conciencia de un
problema significa tener conciencia de un conflicto o una tensión entre dos ideas, fuerzas o
situaciones. En este sentido los profetas consideraron el problema de la historia como una
tensión ente lo que sucede ahora y lo que puede suceder después. El futuro no es la simple
continuación de presente. Así como el presente, a sus ojos, representaba una violación de lo
que se había establecido en el pasado (el compromiso de Israel con Dios), también el futuro
podía trastornar la aparente solidez de lo que se hace en el presente. Más aún, la situación
aquí y ahora no es sino un cuadro en el drama de la historia. Por historia no queremos decir
lo ido o el pasado muerto, sino el presente en el cual el pasado y el futuro se entrelazan.”14
El profeta es, indudablemente, el hombre que vive totalmente en el presente, en la
historia, en su historia. Es ahí donde descubre la esperanza, donde descubre que está
llamado a llamar a los demás a la libertad, a la esperanza, a la vida. Es ahí, donde se da
cuenta que el ser humano está llamado a vivir en una realidad justa, gozosa y -por qué no-
auténticamente placentera. Es ahí donde se evidencia la acción de Dios en una historia
palpable, sentiente. Es la experiencia del Dios inmanente que revela su gran trascendencia
y la del ser humano. Dios se conoce, como el hombre y la mujer, totalmente dentro de la
realidad, del momento presente eterno e instantáneo.

El Sentir, experiencia indispensable para reconocer a Dios


Sin embargo, qué difícil es adentrarse con prontitud en la profundidad de la realidad.
Qué difícil resulta muchas veces encontrar a Dios en el presente, en el rostro presente del
otro. Tal vez lo primero para este “adentrarse” consiste en sentir verdaderamente los
sentimientos. Para Ignacio de Loyola, sentir, querer, desear, son experiencias fundamentales
para discernir la voluntad de Dios, para ir encontrando a Dios en el propio corazón, en la
realidad, en los demás. Ignacio no hace a un lado la razón, pero asegura que “no el mucho
saber harta y satisface el ánima, mas el sentir y gustar las cosas internamente”. 15 Así, es
importante valorar la sensibilidad con todas las mociones y reacciones que se susciten en el
corazón, y no sólo tener en cuenta unos pocos movimientos internos, aprovechando los que
dan vida, desechando los que la destruyen. El profeta se dejó afectar por sus sentimientos,
por la voz de Dios, por la realidad de los demás. El profeta sintió profundamente. El
posmoderno quiere y busca sentir las cosas. Ojalá y sienta hondamente su presente, su
corazón; así también será más viable reconocer la voz de Dios -la voz de la vida- en su
realidad personal y en la de los otros. Sentir es imprescindible tanto para captar la voz de
Dios como para vivir el anhelado carpe diem. Es importante que, como los profetas, se
mantenga la esperanza de un mejor futuro, pero sólo desde la vivencia de un corazón de
carne en el momento presente.
Una vez que Ciro derrota a los babilonios (597 a.C.) y el exilio ya no es una situación
impuesta a Israel, para muchos israelitas asentados en Babilonia, la Tierra Prometida ya no
representaba una esperanza. Muchos habían hecho, bien o mal, su vida en Babilonia.
Muchos ni siquiera nacieron en Israel. ¿Por qué regresar? Tal vez la Tierra Prometida se
convirtió en una especie de metarrelato. Para volver, era necesaria una exhortación e
invitación apasionada, como la del Deuteroisaías. Lo que convence, a final de cuentas, no
es un gran relato, un gran paradigma. Lo que convence es la invitación que surge del
corazón de carne. Probablemente es lo que el posmoderno espera para adentrarse con
fuerza en el presente: vislumbrar en el otro la fuerza del corazón y no tanto el metarrelato
inmóvil, frío, lejano. Y, ciertamente, antes que el futuro retorno, era importante una
experiencia en ese presente de cariño y cercanía, de estar con, de consuelo: “Consuelen,
consuelen a mi pueblo, dice tu Dios, hablen al corazón de Jerusalén, grítenle que se ha
cumplido su condena y que está perdonada su culpa, pues ha recibido del Señor doble
castigo por todos sus pecados” (Is 40, 1-2). ¿Algún día las cosas irán mejor?
Probablemente. Pero primero será necesario el consuelo, la ternura, el amor, la compasión,
la comunicación, la sensibilidad.
Los profetas, ni siquiera Amós con su interpretación del "no de Dios" al pueblo que ha
pecado, vieron la historia como un callejón sin salida. Siempre estuvo el deseo de una vida
mejor. Las posibilidades históricas nunca se cerraron. Esto no significa salirse de la realidad,
por más sórdida que parezca. Significa que al adentrarse en la realidad, en la propia
humanidad, en la de los demás, en la experiencia de Dios, surge la esperanza. Considero
que los posmodernos, en el fondo, tampoco renuncian a esa esperanza de vida más
gozosa, y siempre tendrán el deseo de amar y ser amados, de no sentirse solos, de sentirse
humanos entre humanos. Habrá que saber encontrar, como lo hicieron los profetas, los
deseos del corazón y las esperanzas que se conforman desde la realidad presente.
Sin embargo, descubrir los deseos, la fuerza del corazón, la voz de Dios, y difundir
esta experiencia resulta peligroso. Heschel nos recuerda que al profeta Amós se le prohibió
aparecer en Betel, y Jeremías fue encarcelado porque su mensaje sacudió a aquellos que
tenían el poder. Lo que enfrentaba el profeta era un gran enigma: ¿Cómo es posible no
percibir la majestuosidad del Señor (Is 26,10), no sentir que toda la tierra está llena de su
Gloria (Is 6,3), no comprender la señal de Dios en los acontecimientos de la historia? Lo que
para nosotros es la naturaleza irracional del hombre, los profetas lo llamaron dureza de
corazón.16 Y lo llamaron bien: dureza del corazón, represión del sentimiento, represión para
arriesgarse a amar, a tocar, a querer. Lo importante era sentir la experiencia de libertad,
sentirse cada vez más humano, viviendo y aprovechando profundamente el día, cada día,
cada instante de vida. Esto es darse cuenta de la majestuosidad del Señor, de la maravilla
que es el corazón humano.

CONCLUSIÓN
El profeta supo adentrarse en el presente y aprovechar –atrapar- verdaderamente el
día. Sintió profundamente, hizo caso a los deseos de su corazón y quiso ser fiel a la voz de
Dios. Su mensaje se fundamenta en la realidad, en el presente, en lo que vive su corazón.
Así, su experiencia es invitación para humanizarnos este momento de la historia, en este
estado posmoderno. Ojalá que el ser humano envuelto en la atmósfera de la posmodernidad
sepa vivir con profundidad el carpe diem, la riqueza de su sensibilidad, la fidelidad a su
corazón. En esta experiencia nunca estará solo; siempre existirá la tan anhelada relación yo-
tú.

No temas, pues yo estoy contigo;


no te angusties, pues yo soy tu Dios;
yo te fortalezco y te ayudo,
y te sostengo con mi brazo victorioso.

Isaías 41,10

Arturo Reynoso Bolaños, S. J.

1Víctor Codina, Reflexión sobre la posmodernidad, Bolivia, Trabajo en borrador, 1997.


2Gianni Vattimo, “Posmodernidad: ¿una sociedad transparente?”, en G. Vattimo y otros, En torno a la
posmodernidad, Barcelona, Anthropos,1991, p. 17.
3José María Mardones, “El neo-conservadurismo de los posmodernos”, en G. Vattimo y otros, op. cit.,
p. 23.
4José María Mardones, op. cit., p. 24.
5José María Mardones, op. cit., p. 27.
6Manuel Fernández del Riesgo, “La posmodernidad y la crisis de los valores religiosos” en G. Vattimo
y otros, op. cit., p. 87.
7Luis García Orso, “Ponencia presentada en la primer reunión de la Plataforma de Pastoral Juvenil de
la Compañía de Jesús de Occidente”, Guadalajara, 6 de diciembre de 1992.
8Abraham J. Heschel, Los profetas: concepciones históricas y teológicas, Biblioteca del hombre
contemporáneo Vol. 239, Buenos Aires, Editorial Paidós, 1973.
9Abraham J. Heschel, op. cit., p. 18.
10Abraham J. Heschel, op. cit., p. 20.
11Abraham J. Heschel, op. cit., p. 23.
12Abraham J. Heschel, op. cit., pp. 25-26.
13Abraham J. Heschel, op. cit., p. 30.
14Abraham J. Heschel, op. cit., p. 33.
15San Ignacio de Loyola, Ejercicios Espirituales [2].
16Abraham J. Heschel, op. cit., p. 59.

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