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Fuentes de La Moral

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1) El objeto moral del acto.

(a) Noción de objeto moral.


Se denomina objeto moral al objeto del acto de elección. Es aquello que constituye el núcleo central
del acto humano, desligado de los elementos más concretos que son su fin y sus circunstancias. Hay que
distinguir, sin embargo, el objeto físico del objeto moral; el primero es el núcleo del acto considerado en su
realidad psicológica, económica, etc.; el segundo es el núcleo del acto considerado en su valor ético, o sea,
es el primer elemento por el cual el acto físico viene trasladado al campo moral y se hace capaz de
valoración en él. Por ejemplo, el objeto físico del acto de insultar al prójimo será hablar; el objeto moral es
pronunciar injurias. Se trata de una acción o comportamiento (no una cosa puramente física) que es medio
o fin no último. Este comportamiento (dar limosna, robar, orar) es calificado como bueno o malo por la
razón según la relación que guarde con la Ley eterna, el Fin Ultimo y la naturaleza humana, y es a lo que la
voluntad se ordena como lo primero en el orden de la ejecución, recibiendo consecuentemente de él su
calificación moral: la voluntad será buena o mala según lo sea aquello a lo que tiende como objeto.
Precisando un poco más hemos de decir:
-El objeto moral no es nunca una cosa, sino una operación, “un comportamiento elegido libremente”.
-El objeto moral es una acción considerada moralmente, es decir, valorada a la luz de la recta razón y del
fin último. Precisamente la voluntad tiende a la bondad encerrada en esa acción (y captada por la
inteligencia). Esto explica por qué actos que desde el punto de vista físico son semejantes, son esencialmente
distintos desde el punto de vista moral, así por ejemplo: el acto sexual de la generación es físicamente
idéntico en un acto conyugal y en un acto de fornicación, una histeroctomía esterilizante puede ser
semejante a una histeroctomía terapéutica; el acto de disparar sobre un inocente es físicamente idéntico al
acto de disparar sobre un enemigo que está amenazando nuestra propia vida. La distinción moral entre estos
actos “físicamente idénticos” está en dependencia de algo racional: el que la razón perciba que este acto
realiza el auténtico bien humano que consiste en la adecuación del mismo con la recta razón y con el
fin último del hombre.

(b) División de los actos según el objeto moral


Teológicamente se dice que tomando en cuenta su objeto (independientemente de la intención del agente)
los actos pueden distinguirse en buenos, malos e indiferentes, según que la razón capte en el posible acto
una razón de conveniencia con las reglas de la moralidad, o una deformidad o simplemente ni una ni otra.
En efecto, hay comportamientos que contradicen y destruyen el bien auténtico del hombre (por ejemplo el
asesinato del inocente, la homosexualidad); otros lo realizan plenamente (el amor de Dios, la fidelidad, el
amor filial); otros, en sí mismos, no dicen ninguna particular conveniencia o disconveniencia (cantar o
caminar). Santo Tomás lo explica diciendo: “Todo acto recibe su especie del objeto, y el acto humano,
llamado acto moral, recibe la suya del objeto relacionado con el principio de los actos humanos que es la
razón. Por lo cual si el objeto incluye algo que convenga al orden de la razón, será bueno según su especie,
como el dar limosna al indigente. Si en cambio incluye algo que repugna al orden racional, será malo según
su especie (secundum speciem) como el robar, que es substraer lo ajeno. Puede, no obstante, ocurrir que el
objeto no incluya nada referente al orden de la razón, como el levantar una paja del suelo, ir al campo, y
otras cosas semejantes. Tales actos son indiferentes según su especie”.

2) El fin del acto moral.


El fin es aquello por lo cual se realiza la acción, es decir, la intención que se propone el agente
cuando realiza la obra. En otras palabras, aquello a lo que ordena el “objeto” del acto (como quien roba para
adulterar, ordena el robo como medio para su fin que es el adulterio). No debe confundirse con motivos
accidentales que pueden concurrir en la acción secundariamente, los cuales, si llegado el caso no pueden
alcanzarse, no hacen desistir al agente de su acción.
El fin o intención es un elemento fundamental para la moralidad del acto, hasta el punto tal que, en
gran parte de los casos, según sea el fin tal será la cualificación moral de toda la acción (el caso de los actos
indiferentes o el de los actos buenos corrompidos por el fin malo). Es más, hemos de decir que tiene tal
importancia en la vida moral, que de la determinación concreta del Fin Ultimo, cada hombre recibirá una
impronta o información de todos los actos de su vida: “aquello en lo que uno descansa como en su fin
último, domina el afecto del hombre, porque de ello toma las reglas para toda su vida”.
Las reglas que tradicionalmente se formulan para juzgar moralmente de esta interacción son las siguientes:
1º Las acciones indiferentes por su objeto se hacen buenas o malas según lo sea el fin. Así, por ejemplo,
pasear (de suyo indiferente) será bueno cuando la finalidad sea por motivos de salud, descanso, etc.; será
malo, si se realiza por pereza, descuido de los deberes, etc. Esto implica que no existen acciones indiferentes
en concreto, sino tan solo en abstracto, en cuanto el agente siempre obra por un fin, y por tanto, toda acción
indiferente implica un fin que la suscita y también la cualifica.
2º Una acción buena por su objeto, se vuelve más o menos buena o también mala, por el fin:
-al adecuarse a un fin bueno, da lugar a una acción dotada de mayor o menos bondad, según sea la cualidad
del fin. Estudiar es bueno; si se hace sólo por aprobar las materias, será menos bueno que si se hace por dar
gloria a Dios;
-si persigue un fin malo, la acción se corrompe. Dar limosna para inclinar a una persona al mal, corrompe la
acción. Esto sucede cuando la intención mala es lo principalmente querido, de modo que sin ella no se
realizaría la acción.
3º Una acción mala por su objeto se puede hacer más mala (si el fin encierra más malicia que la acción
misma, por ejemplo uno que siembra dudas en la fe de una persona sencilla para llevarlo a la desesperación
y al suicidio) o menos mala (si el fin fuese “bueno”, como robar para dar limosna). Pero nunca puede
hacerse buena ni aun por un buen fin. Afirma Santo Tomás que “ningún mal se excusa por la buena
intención”.
En definitiva, sólo la acción en la cual concurran la bondad del fin, del objeto (o al menos su
indiferencia) y de las circunstancias, podrá ser plenamente buena. “El acto moralmente bueno supone a la
vez la bondad del objeto, del fin y de las circunstancias”.

4) Las circunstancias del acto moral


Para juzgar moralmente el acto humano, la tercera fuente que hay que atender es el conjunto de
circunstancias que lo acompañan. Ya hemos hablado de ellas indicando que dan al acto humano sus rasgos
concretos, temporales e históricos, y que pueden ser cambiantes. Desde el punto de vista moral hay que decir
que en la medida en que alguna circunstancia añada alguna nueva razón de conveniencia o disconveniencia
entre el acto y las reglas de la moralidad, el juicio moral del mismo puede ser modificado (incluso
notablemente).
Resulta evidente que, de todas las circunstancias que rodean necesariamente los actos humanos, sólo
interesan moralmente las que pueden representar un matiz ético. Así, por ejemplo:
(a) El tiempo en que es realizado (quando). Hace referencia a las cualidades morales que pueden
relacionarse con el momento en que se realiza la acción. Faltar a misa un domingo es una circunstancia
moral porque el domingo está preceptuado por la Iglesia que se asista a Misa; una corrección hecha en
momentos en que el corregido no puede psicológicamente recibirla es inconveniente; comer carne un viernes
santo es pecado contra el precepto del ayuno y abstinencia.
(b) El lugar en que se realiza (ubi). Hace referencia a la cualidad propia del lugar que puede implicar una
connotación moral para el hecho que es realizado en él. Por ejemplo, que alguien sea ofendido en público o
en privado; o fornicar o robar en un lugar profano o en un lugar sagrado.
(c) El modo en que se ejecuta (quomodo). Indica la modalidad de la acción, en cuanto ésta puede denotar
mayor o menor malicia, como, por ejemplo, la delicadeza o brutalidad en una corrección.
(d) La materia sobre la que versa (circa quid). Designa la cualidad del objeto (por ejemplo, si lo robado es
algo profano o consagrado), o bien la cantidad (si era mucho o poco), o (en caso de que no sea una cosa sino
una persona) la cualidad de la persona sobre quien se ejerce la acción (si es soltera, casada, consagrada,
pública, privada, etc.). La cualidad puede modificar la especie moral del acto (el robo de un automóvil no
conlleva ninguna particularidad respecto de este accidente, pero el hurto de un cáliz sagrado hace de la
acción una profanación y un sacrilegio y no un simple robo); la cantidad, en cambio, sólo puede afecta a la
especie teológica (es decir, que, según sea la cantidad, se tratará de una transgresión leve o grave).
(e) Los motivos que lo causan (cur). Indica los motivos o fines secundarios en una acción (no el fin primario
que afecta a la sustancia del acto). Por ejemplo, una acción que a la vez que se hace para ayudar al prójimo
(fin principal, que no es circunstancial) comportase al mismo tiempo un deseo de vanagloria.
f) Las cualidades de quien lo realiza (quis). Alude a aquellas condiciones de quien realiza la acción y que
podrían añadir nuevas relaciones de conveniencia o disconveniencia respecto del acto realizado. Así, por
ejemplo, su notoriedad (persona pública o privada), su estado (casado, soltero, consagrado), su
responsabilidad (hombre de gobierno, simple ciudadano). No es lo mismo la exposición de un error doctrinal
hecha por un sacerdote que por un seglar; un acto sexual hecho por un casado fuera de su matrimonio
(adulterio), un soltero (simple fornicación) o un consagrado (sacrilegio).
(g) Los medios que usa el agente para realizar el acto (quibus auxiliis). Hace referencia a los medios usados
para la consecución del acto, en cuanto éstos pueden matizar o agravar la moralidad del acto cometido. Así,
por ejemplo, el robo a mano armada es más grave que el simple robo; o también una amenaza perpetrada
solo de palabra o una amenaza armada.

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