La Llanura 135
La Llanura 135
La Llanura 135
ARÉVALO—AGOSTO DE 2020
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LópezPascual
pág. 2 la llanura número 135 - agosto de 2020
Galérida Ornitólogos información pública que evite erosio- En esta ocasión se ha tenido en cuenta
nar los espacios descritos y la pérdida la positiva experiencia del verano an-
de estos valiosos ejemplares, únicos, terior y lo aconsejable desde el punto
de flora vascular. de vista de la normativa contra el CO-
VID.
Con esta medida, según se pone de
manifiesto en la nota de prensa facili-
tada por la Concejalía de Cultura, “se
pretende ser más eficientes en relación
con las necesidades del conjunto de la
población y visitantes”.
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lemín voceó de pronto: «¡Calla Mudo, los cristales empañados. Pero nadie se fue un bramido racheado el que sacu-
leche, que mareas!». El Frutos, el Ju- movió aún. Únicamente al alzarse so- dió los campos con furia y las espigas
rado, dijo entonces: «¿Y si cantara el bre el silencio el ronco quiquiriquí del empezaron a pendulear, aligerándose
Virgilio?». Y, como si aquello fuera gallo blanco del Antoliano, el Rosalino de escarcha, irguiéndose progresiva-
una señal, vocearon simultáneamente se puso en pie y dijo: «Venga, vamos». mente a la dorada luz del amanecer.
de todas las mesas: «¡Venga, Virgilio, La Sabina sujetaba al Pruden por un Los hombres, cara el viento, sonreían
tócate un poco!». Agapito, el Peatón, brazo y le decía: «Es la miseria, Acis- imperceptiblemente, como hipnoti-
empezó a palmear el tablero acompa- clo, ¿te das cuenta?». Fuera, entre los zados, sin atreverse a mover un solo
sadamente con las palmas de las ma- tesos, se borraban las últimas estrellas músculo por temor a contrarrestar los
nos. El Justito, que desde hacía dos ho- y una cruda luz blanquecina se iba ex- elementos favorables. Fue el Rosalino,
ras bebía sin parar del porrón, levantó tendiendo sobre la cuenca. Los relejes el Encargado, quien primero recuperó
su voz sobre los demás: «¡Dale, Virgi- parecían de piedra y la tierra crepitaba la voz y volviéndose a ellos dijo:
lio, la que sea sonará!» y el Virgilio ca- al ser hollada como cáscaras de nue- – ¡El viento! ¿Es que no lo oís? ¡Es
rraspeó por dos veces y se arrancó por ces. Los grillos cantaban tímidamente el viento!
«El Farolero» y el Agapito y el Rabino y desde lo alto de la Cotarra Donalcio
Grande batieron palmas y, a poco, el llamaba con insistencia un macho de Y el viento tomó sus palabras y las
Frutos, el Guadalupe, el Antoliano y el perdiz. Los hombres avanzaban cabiz- arrastró hasta el pueblo, y entonces,
José Luis se unieron a ellos. Minutos bajos por el camino y el Pruden tomó como si fuera un eco, la campana de
más tarde, la taberna hervía y las pal- al Nini por el cuello y a cada paso le la parroquia empezó a repicar alegre-
mas se mezclaban con las voces enlo- decía: «¿Saldrá el norte, Nini? ¿Tú mente y, a sus tañidos, el grupo ente-
quecidas entonando desafinadamente crees que puede salir el norte?». Mas ro pareció despertar y prorrumpió en
viejas y doloridas canciones. El humo el Nini no respondía. Miraba ahora la exclamaciones incoherentes y Mamés,
llenaba la estancia y Malvino, el taber- verja y la cruz del pequeño camposan- el Mudo, babeaba e iba de un lado a
nero, recorría las mesas y colmaba los to en lo alto del alcor y se le antojaba otro sonriendo y decía: «Je, je». Y el
vasos y los porrones sin cesar. Fuera, que aquel grupo de hombres abatidos, Antoliano y el Virgilio izaron al Nini
la luna describía sigilosamente su ha- adentrándose por los vastos campos de por encima de sus cabezas y voceaban:
bitual parábola sobre los tesos y los te- cereales, esperaba el advenimiento de – ¡Él lo dijo! ¡El Nini lo dijo!
jados del pueblo y la escarcha iba cua- un fantasma. Las espigas se combaban,
jando en las hortalizas y las argayas. cabeceando, con las argayas cargadas Y el Pruden, con la Sabina sollo-
de escarcha y algunas empezaban ya a zando a su cuello, se arrodilló en el
El tiempo había dejado de existir negrear. El Pruden dijo desoladamen- sembrado y se frotó una y otra vez la
y al irrumpir en la taberna la Sabina, te, como si todo el peso de la noche cara con las espigas, que se desgrana-
la del Pruden, los hombres se miraron se desplomara de pronto sobre él: «El ban entre sus dedos, sin cesar de reír
ojerosos y atónitos, como preguntán- remedio no llegará a tiempo». alocadamente.
dose la razón por la que se encontra- Las ratas.
ban allí congregados. El Pruden se fro- Abajo, en la huerta, las hortalizas Miguel Delibes
tó los ojos y su mirada se cruzó con la estaban abatidas, las hojas mustias,
mirada vacía de la Sabina y, entonces, chamuscadas. El grupo se detuvo en
la Sabina gritó: los sembrados encarando el Pezón de
Torrecillórigo y los hombres clavaron
– ¿Puede saberse qué sucede para sus pupilas en la línea, cada vez más
que arméis este jorco a las cinco de la nítida, de los cerros. Tras la Cotarra
mañana? ¿Es que todo lo que se os ocu- Donalcio la luz era más viva. De vez
rre es alborotar como chicos cuando la en cuando, alguno se inclinaba sobre el
escarcha se lleva la cosecha? -Avanzó Nini y en un murmullo le decía: «Será
dos pasos y se encaró con el Pruden-: tarde ya, ¿verdad, chaval?». Y el Nini
Tú, Acisclo, no te recuerdas ya de la respondía: «Antes de asomar el sol es
helada de Santa Oliva, ¿verdad? Pues tiempo. Es el sol quien abrasa las es-
la de esta noche aún es peor, para que pigas». Y en los pechos renacía la es-
lo sepas. Las espigas no aguantan la peranza. Pero el día iba abriendo sin
friura y se doblan como si fueran de pausa, aclarando los cuetos, perfilando
plomo. la miseria de las casas de adobes y el
cielo seguía alto y el tiempo quedo y
Repentinamente se hizo un silencio
los ojos de los hombres, muy abiertos,
patético. Parecía la taberna, ahora, la
permanecían fijos, con angustiosa avi-
antesala de un moribundo donde nadie
dez, en la divisoria de los tesos.
se resolviera a afrontar los hechos, a
comprobar si la muerte se había deci- Todo aconteció de repente. Primero
dido al fin. Una vaca mugió plañidera- fue un soplo tenue, sutil, que acarició
mente abajo, en los establos del Pode- las espigas; después, el viento tomó
roso y como si esto fuera la señal espe- voz y empezó a descender de los cerros
rada, el Malvino se llegó al ventanuco ásperamente, desmelenado, combando
y abrió de golpe los postigos. Una luz las cañas, haciendo ondular como un
difusa, hiberniza y fría se adentró por mar las parcelas de cereales. A poco, Luis J. Martín García-Sancho
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La Llanura
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Clásicos Arevalenses
Fiestas y paisajes
En los albores de Junio, Arévalo
celebra todos los años sus tradicio-
nales Ferias y Fiestas. Es, cuando la
Primavera se adorna con sus mejores
galas, como esa novia candorosa que
se acerca al Altar para llevar ante Dios
la solemne confirmación de una pro-
mesa.
Es, cuando la Naturaleza, en ple-
na floración, embalsama el ambiente
con sus pinos sangrantes y diversidad
de flores silvestres, entre las que des-
tacan, por su abundancia en la llanura
de Arévalo, los extensos tomillares de
morada escarapela con cintas flotan-
tes: estudiantina que, en silencio, canta
con un quietismo solemne, la paz de la
campiña castellana. En el programa oficial de las Ferias y Fiestas en la Ciudad de Arévalo de junio
Arévalo, como un barco gigantesco de 1951, nos encontramos este excepcional articulito, con poema incluido, de
anclado entre los ríos Adaja y Arevali- uno de los más sensibles y emotivos escritores que haya tenido nuestra Ciudad,
llo, celebra «a bordo» sus tradicionales Miguel González.
fiestas, a las que concurren las gentes
labradoras de la comarca para compar- tadas, a hierba fresca de ribera; olor se desliza suavemente
tir, con la «marinería» del «barco» la a campo, a campo de la vieja Castilla lo mismo que una serpiente,
alegría de estos días de fiesta grande. labradora... mientras canta el ruiseñor.
Desde «cubierta» contemplan, con le- Pone sus galas de plata
...Van quedando, en las eras,
gítima satisfacción, la llanura, mar in la luna, sobre el cristal
las mieses hacinadas después,
menso de mieses verdes y ondulantes, de la fuente, que desata
pasan por ellas, las yuntas, ya,
promesa de próxima recompensa al su constante serenata nocturnal.
cansadas, y crujen, bajo el peso
trabajo campesino. Y, su endecha, el ruiseñor,
del trillo, las espigas...
en el árbol, junto al río,
La campiña castellana ríe, y espera Llegada la noche, un silencio im- canta... canta con amor
la madurez de su fruto... y el hombre, ponente invade la llanura, y, al claro de lo mismo que un trovador,
espera también... luna, se divisan los oscuros mancho- con aire de desafío...
Arévalo ofrece a su colonia vera- nes de pinares lejanos... Sobre el duro ......
niega, que aumenta de año en año, un rastrojo reparan su fatiga los segado- Huye el río bajo el puente
paisaje vario, grato y alegre; llanura res... Ladra un mastín en la era... Lue- al ritmo de su rumor.
fértil, pinares extensos, riberas pobla- go, silencio, silencio... Los mozos, so- La luna, coquetamente,
das de hermoso arbolado, auroras aro- bre las mieses trilladas, van quedando se está mirando en la fuente
madas de tomillo, de romero, de bálsa- dormidos mirando a las estrellas, y en mientras canta el ruiseñor.
mo, de pino... esa paz augusta de la noche estival...
Miguel González
En sus crepúsculos de suave poli- Huye el río bajo el puente Programa de Ferias y Fiestas.
cromía, hay olor a mieses recién cor- al ritmo de su rumor; Arévalo, año de 1951.