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20c. Gabino Sentido Cristiano de La Muerte 97-112

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Estudios

GABINO URÍBARRI, S.J. *

SENTIDO CRISTIANO DE LA MUERTE:


APUNTES PASTORALES

Fecha de recepción: octubre 2005.


Fecha de aceptación y versión final: enero 2006.

RESUMEN: Aunque nuestra sociedad con frecuencia trata de ocultar y olvidar la muer-
te, ésta sigue siendo una realidad con la que antes o después todos hemos de con-
frontarnos. Muchas muertes se experimentan como un interrogante mayúsculo y
sumen en la estupefacción más terrible. Para otras personas, especialmente algu-
nos creyentes, la muerte se convierte en una experiencia religiosa de cercanía de
Dios y de revelación del sentido de la vida. Este artículo en primer lugar presenta
algunos rasgos de la vivencia actual de la muerte; sigue con algunas reflexiones
teológicas sobre la misma; y, en tercer lugar, ofrece algunas directrices pastorales
relacionadas con los temas mayores sobre la muerte.
PALABRAS CLAVE: muerte, sentido de la vida, pastoral.

Grasping the Meaning of Death: some pastoral notes


ABSTRACT: Although frequently hidden and forgotten by our society, death is a rea-
lity that every one of us, sooner or later, will have to confront. Many deaths are
experienced as an abysmal question and provoke great distress and enormous stu-
pefaction. For other people, especially some believers, death becomes a religious
experience of perceiving God and grasping the meaning of life. This article first
describes some features of the actual experience of death, continues with some

* Profesor de Teología en la Facultad de Teología de la Universidad Pontificia


Comillas, Madrid; gurribari@teo.upcomillas.es

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theological reflections, and, thirdly, offers useful pastoral guidelines in connec-


tion to its main issues.
KEY WORDS: death, meaning of life, pastoral.

INTRODUCCIÓN

En la Semana Santa de 2005 murió el padre de un compañero jesuita,


después de una larga enfermedad de Parkinson. En el marco de la cele-
bración de la eucaristía en el tanatorio, mi compañero, ya diácono, pro-
nunció unas palabras desde el corazón. Para él, recogiendo el sentir de la
familia más allegada, la enfermedad de su padre, dolorosa sin duda, había
sido también una visita de Dios, pues el Parkinson de su padre le había
hecho a toda la familia más generosa, más desprendida y más comprensi-
va ante la vulnerabilidad y fragilidad de su padre. La enfermedad de su
padre, además, les había unido más, dando cada uno lo mejor de sí mismo.
Por eso, de un modo misterioso, Dios se había hecho presente en la fami-
lia a través de la enfermedad del padre. Finalmente, tras su muerte, rode-
ado de los suyos y habiendo confesado y comulgado mientras mantuvo la
conciencia, le encomendaban con confianza a la misericordia de Dios.
No todas las muertes se viven envueltas en una vivencia religiosa y de
sentido. Cuando así sucede, ciertamente se capta la acción de Dios en
nuestras vidas. Muchas muertes suponen un interrogante mayúsculo y
sumen en la estupefacción más terrible, como, por ejemplo, las que suce-
den en los atentados terroristas. Una antigua costumbre cristiana pedía
una buena muerte, sin duda con una gran sabiduría acumulada.
Sea como fuere, dado que todos nos hemos de confrontar con ella, en
carne propia y ajena, en circunstancias más adversas o más propicias,
ofrezco unas líneas para impulsar la reflexión sobre un tema difícil, pero
inevitable, muy presente en la pastoral. Aunque sólo sea porque los fune-
rales son hoy en día la única ocasión en que muchas personas se acercan
a la Iglesia, nuestra predicación, celebración y mensaje al respecto revis-
te una importancia excepcional. El enfoque de estas líneas se mueve, por
consiguiente, desde la prevalencia del interés pastoral sobre el dogmáti-
co, tratando de sugerir alguna orientación pastoral dogmáticamente bien
fundada.
Me parece conveniente situar en un marco previo el abordaje propia-
mente teológico que haré de la muerte. Lo voy a hacer en dos pasos. Pri-

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mero, daré unas notas de la situación actual ante la muerte en nuestra


sociedad y entre los creyentes. Luego, aportaré una serie de considera-
ciones teológicas generales, que están en el trasfondo de la consideración
cristiana de la muerte. Una vez situados me centraré en algunos temas
mayores sobre la muerte, con especial incidencia pastoral.

1. MARCO GENERAL DE CARÁCTER ANTROPOLÓGICO-


PASTORAL

No pretendo ser sistemático ni exhaustivo. Presento un breve elenco


de frases u observaciones, de diferente importancia, que forman parte
del colorido de la situación en la que pastoralmente se afronta hoy la
muerte en nuestra sociedad.

1.1. OBSERVACIONES GENERALES

1. A pesar de que nuestra sociedad trate de ocultar la muerte, es una


realidad con la que todos, tarde o temprano, tenemos que confrontarnos.
No hay vida sin muerte. La muerte es una de las mayores preguntas del ser
humano de cualquier cultura, religión o condición 1. Dar sentido a la vida
es dar sentido a la muerte. Si se sabe porqué merece la pena morir, se sabe
porqué merece la pena vivir. En un texto bastante incisivo dice Thomas
Merton:
«Si queremos comprender incluso los acontecimientos vulgares de
nuestras vidas, necesitamos crear una perspectiva religiosa desde la que
podamos ver mejor los hechos. Esta perspectiva requiere ante todo recor-
dar con frecuencia el hecho de que tenemos que morir, y de que nues-
tra vida va a pasar por las consideraciones inexorables de un juicio.
Quien nunca piensa en la hora de su muerte no puede tomar decisio-
nes espirituales importantes en su vida. No será otra cosa que un opor-
tunista miope cuyas resoluciones no tendrán valor duradero» 2.

1
«El máximo enigma de la vida humana es la muerte. El hombre sufre con el
dolor y con la disolución progresiva del cuerpo. Pero su máximo tormento es el temor
a la desaparición perpetua. Juzga con instinto certero cuando se resiste a aceptar la
perspectiva de la ruina total y del adiós definitivo. La semilla de eternidad que lleva en
sí, por ser irreductible a la sola materia, se levanta contra la muerte» (GS 18; cf. NA 1).
2
Meditación y contemplación, PPC, Madrid 21999, 92.

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2. Empieza a haber una cierta penetración de la psicología en este


campo, como factor de ayuda 3. Psicólogos en las unidades de cuidados
paliativos; psicólogos cuando hay una catástrofe, como por ejemplo
cuando los desoladores atentados del 11-M de 2004. Los sacerdotes
que acudieron al recinto ferial del Campo de las Naciones de Madrid
—donde notificaban las defunciones y se agruparon los cadáveres—
apenas si entraron en acción, no así los psicólogos. Es positivo que la
psicología aporte y ayude. Mi pregunta es si no estamos asistiendo a
una cierta sustitución de la religión por la psicología como instancia
dadora de sentido y humanizadora, de tal manera que la religión se va
quedando sin lugar 4. Tengo la sospecha de que para capas amplias de
la población la religión predominante de hecho es el fútbol o la psico-
logía.
3. Prosigue su expansión, como en todo el mundo occidental, la cre-
encia en la reencarnación. En España en torno al 25 por 100 de las per-
sonas mayores de dieciséis años, según las encuestas. Nos llevaría lejos
analizar este asunto, pero no se puede dudar de su importancia 5. En mi

3
Cf., p. ej., sin cerrarse a una posible trascendencia, M. A. HENNEZEL, La muerte
íntima. Los que van a morir nos enseñan a vivir, Plaza & Janés, Barcelona 1996 (pró-
logo de F. MITTERRAND); I. CABODEVILLA, Vivir y morir conscientemente, Desclée, Bilbao
1999; ÍD., En vísperas del morir, Desclée, Bilbao 2001.
4
E.-J. SÁNCHEZ SÁNCHEZ, La relación de ayuda en el duelo, Sal Terrae, Santander
2001, religioso camilo dedica el último capítulo al aspecto cristiano y espiritual, de
los siete que componen el libro. Sobre este tema más amplio, cf. G. URÍBARRI, Tres cris-
tianismos insuficientes: emocional, ético y de autorrealización. Una reflexión sobre la
actual inculturación del cristianismo en Occidente: EE 78 (2003) 301-331 [condensa-
do en: SelTeol 43 (2004) 172, 335-348].
5
Para una primera aproximación, cf. G. URÍBARRI, La reencarnación en Occiden-
te: RF 238 (julio-agosto 1998) 29-43; La inculturación occidental de la creencia en la
reencarnación: MCom 56 (1998) 297-321. Más detalles en: S. DEL CURA, «Escatología
contemporánea: la reencarnación como tema ineludible», en: VARIOS, Teología en el
tiempo, Aldecoa, Burgos 1994, 309-358 (bibl.); ÍD., «Observaciones sobre el encuentro
con creencias reencarnacionistas», en: O. GONZÁLEZ DE CARDEDAL - J. J. FERNÁNDEZ (eds.),
Coram Deo. Memorial Juan Luis Ruiz de la Peña, Publicaciones Universidad Pontifi-
cia, Salamanca 1997, 557-571 (bibl.); ÍD., «Fe cristiana i reencarnació: un diàleg obert»,
en: A. MATABOSCH (ed.), La vida desprès de la vida, Cruilla, Barcelona 1997, 109-146;
M. KEHL, Und was kommt nach dem Ende? Von Weltuntergang und Vollendung, Wie-
dergeburt und Auferstehung, Herder, Freiburg 22000, 47-71 (trad. Desclée, Bilbao 2003);
CH. SCHÖNBORN, De la muerte a la vida. Peregrinación, reencarnación, divinización, Edi-
cep, Valencia 2000, 105-42; F.-J. NOCKE, «Der Glaube an die Auferstehung und die Idee
der Reinkarnation. Überlegungen zu ihrer Vereinbarkeit», en: H. KESSLER (Hg.), Aufer-

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opinión, es un buen rastreador de movimientos más profundos en el seno


de la cultura, que nos indican cómo se perciben factores fundamentales
sobre la dignidad de la vida humana, su logro, su sentido, etc.
4. Estoy convencido de que enfrentarse a la muerte ayuda a vivir
mejor, a pesar de que el presupuesto que flota en nuestro ambiente es el
contrario. Las personas que han superado una enfermedad grave, como
un cáncer, por lo general viven con más intensidad, más alegría, más
generosidad, más conciencia, valoran más la vida y lo bueno que trae 6.
Ciertamente es un trance duro y hace sufrir. Nuestra sociedad se resiste
a creer que del sufrimiento pueda venir algo bueno 7, mientras que en
otros momentos se ha considerado que sin sufrimiento y sin trabajo no
se aprendía nada valioso para la vida. Queremos ahorrarnos trances difí-
ciles, a nosotros y a nuestros hijos, y nos quedamos sin entrenamiento
para los más duros y difíciles.
Por supuesto me estoy refiriendo a la muerte en general. Hay muer-
tes que suponen un tremendo mazazo: las muertes de hijos pequeños, de
gente joven, por terrorismo, por accidentes o por una enfermedad. Sin
embargo, del hecho de la muerte aprendemos lo que vale la vida y lo que
es valioso en la vida.
5. A pesar de todos los pesares, me parece que, aunque nada sim-
ple, aquí hay un campo que se presta a la evangelización o en el que es
posible mostrar la alternativa cristiana como algo lleno de humanidad,
de sentido, de esperanza y de vida. No digo que sea fácil ni automático.
Pero en este campo nos encontramos con personas perplejas, desorien-
tadas, llenas de preguntas, de dolor y también de agresividad. Es muy
complejo, pero hay posibilidades para mostrar la forma cristiana de enfren-
tar estas realidades. Evidentemente para esto es fundamental la credibi-
lidad personal, la cercanía, el tacto, el acompañamiento, etc.
A este respecto me permito aducir dos anécdotas, que pueden ser alec-
cionadoras. Primera: me comentó un amigo en Alemania que asistía a

stehung der Toten. Ein Hoffnungsentwurf im Blick heutiger Wissenschaften, Darmstadt,


Wissenschaftliche Buchgesellschaft 2004, 279-295.
6
Así se desprende de un reportaje tan poco apologético de lo cristiano como Yo
estoy ganando al cáncer, en El País semanal, 11 de junio de 2000 (n.º1237), p.54-65,
sobre mujeres que han superado un cáncer de mama.
7
J. R. BUSTO, El sufrimiento, ¿roca del ateísmo o ámbito de la revelación divina?,
U.P. Comillas, Madrid 1998.

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una persona en el hospital, que esta persona después de varias visitas se


confesó con él, repasó el conjunto de su vida, se reconcilió consigo mismo
y con los demás, recibió la unción de los enfermos, y quedó en paz con
Dios. Y el vecino de la cama de al lado, no creyente, dijo si no podía él
también recibir algo parecido. Segunda: un médico amigo trabaja en una
unidad de cuidados paliativos en Madrid y me comenta su preocupación
por aquellos enfermos y familias que carecen de todo tipo de impregna-
ción religiosa o de creencia en el más allá. Están ante la muerte sin recur-
sos espirituales. Lo viven peor, sufren más, se desesperan más. Y él no
sabe cómo se les puede ayudar. La psicología, para bien o para mal, tiene
sus límites.
6. Me parece de gran importancia cuidar bien, con toda su dignidad
y decoro, lo ritual-simbólico que acompaña la muerte y la despedida de
los muertos. Con la muerte nos situamos ante un umbral que nos supera
y que no podemos conceptualizar del todo. Sobre todo, se producen muchos
movimientos en lo profundo de las personas más afectadas. Lo ritual-sim-
bólico tiene una capacidad de ayudar que no deberíamos subestimar. No
soy partidario de adelgazarlo; tampoco de engordarlo sin sentido. Desde
luego, nada de chapucear. Y aquí, un símbolo: agua bendita, una vela
encendida del cirio pascual que se entrega a la familia, un libro donde se
pone el nombre, una ceremonia junto al féretro o en el mismo cemente-
rio tienen un significado y un alcance que no sabemos medir bien.

1.2. LO QUE SUGIERE LA PRESENCIA DEL MÁS ALLÁ EN EL CINE

Desde el cine, como buen diagnosticador cultural, podemos percibir


algunas características de cómo se afrontan la muerte y los muertos en
nuestra cultura. El tema de la escatología y de la muerte está presente en
el cine 8. Esto demuestra que la muerte, los muertos y el más allá es un
tema que interesa a nuestra sociedad. Se ve con claridad en películas
como Los otros (dirigida por A. Amenábar y protagonizada por Nicole
Kidman) o El sexto sentido (con Bruce Willis de protagonista). También
en muchas de vampiros, espíritus y ciencia ficción.
El cine refleja una ausencia de la representación cristiana de este tema.
Se plantea el tema de los muertos desconectado de Dios y de la trascen-

8
Sigo: A. CAMIÑA, El más allá en el cine. La fascinación de la escatología: Reseña
345 (enero 2003) 4-8.

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dencia. Interesan los muertos, los espíritus, pero no su relación con Dios
ni la providencia divina. Aflora una cercanía con la cosmovisión «New
Age»: reencarnación, espíritus, ángeles, pero sin una dogmática fuerte de
existencia de Dios, «juicio», responsabilidad personal, peso de las deci-
siones que se toman, trascendencia de Dios, imposibilidad de retorno tras
la muerte. Se visita simplemente el más allá y se vuelve, de modo un poco
light. Por ejemplo, no hay nada que sea infierno verdadero o condena-
ción eterna. Se prefiere la felicidad en esta tierra.
Se da una tendencia a entremezclar el mundo de los vivos y los muer-
tos. Hay cierto interés en la relación con los muertos, pero se rechaza una
salvación o una realidad estrictamente supramundana. La salvación habrá
de ser de alguna manera intramundana. Se acepta más el contacto de
vivos y muertos en este mundo. Se quedan aquí de otra manera e inte-
ractúan con nosotros.

1.3. UNA TIPOLOGÍA INICIAL Y SIN PRETENSIONES

Sin pretender englobar todos los grupos, pues también se dan los cre-
yentes activos y que participan habitualmente de la vida de la comuni-
dad cristiana, creo que nos encontramos con tres grupos mayoritarios de
personas hoy en día que conforman la mayoría de la asamblea en la cele-
bración de los funerales y las exequias.
1. Creyentes con una formación más tradicional que no han pasado
de hecho por la renovación conciliar. Conservan el antiguo cate-
cismo de los novísimos que estudiaron: juicio, purgatorio, rogati-
vas por las almas del purgatorio, encargo de misas de difuntos,
etc. No creo oportuno poner en cuestión la visión de estas perso-
nas, que la han aprendido de la Iglesia, y que por su edad tampo-
co tienen muchos recursos para cambiarla. Creo que habría que
insistir en aspectos dentro de la visión tradicional que subrayen
la esperanza cristiana, la misericordia y el perdón de Dios, la comu-
nión entre vivos y difuntos. Es decir, tamizar los elementos más
tradicionales hacia su comprensión actual.
2. Tengo la impresión de un amplio sector de la población española
se mueve en una franja bastante amplia y difusa, que alterna momen-
tos de creencia e increencia, de recuerdos de cosas que aprendie-
ron o estudiaron o les dijeron, muchas veces inconexas o fragmen-

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tarias. Desde gente que en momentos de crisis se puede agarrar a


ello, a gente que precisamente por lo que le dijeron tiene dificulta-
des para confiar en la Iglesia y buscaría algún tipo de respuesta a
sus preguntas sobre la muerte, el más allá, la pervivencia postmor-
tal por otros caminos. Me refiero a personas a quienes repugna vis-
ceralmente la idea del juicio o la posibilidad de perdición definiti-
va o que se arman un lío con la misericordia de Dios y su actuación
en el mundo o que no alcanzan a entender cómo puede haber una
resurrección de los muertos y les parece más congruente una reen-
carnación, que mezclan con elementos cristianos como oración a
Dios o a Jesucristo o a la Virgen o encargo de misas por la costum-
bre, por si acaso, por no disgustar a los padres, porque el difunto
en cuestión lo hubiera hecho o le habría gustado.
3. Finalmente, me parece que lamentablemente cada vez va creciendo
más el número de los que tienen una ignorancia global en los temas
de fe. No saben lo que cree la Iglesia ni el sentido de los ritos. Se
encuentran superados por la situación y no saben muy bien ni
cómo tratar con el cura o cómo comportarse en los ritos de unción
de enfermos, encomienda del difunto, entierro, funeral, etc.

Con los dos últimos grupos parece necesario iniciar un anuncio kerig-
mático de la fe cristiana y un proceso de catequesis, evidentemente de
modo diverso en cada uno de los casos. Personalmente no me parece lo
más oportuno hacerlo precisamente en el momento de la liturgia o del
rito fúnebre que se celebre. Si los ritos se explican se matan. No nos ima-
ginamos a unos futbolistas explicándoles a otros lo que significa un penal-
ti en un partido de fútbol o un gol. Conviene hacerlo antes —especial-
mente si hay ocasión de visitar a la familia y de tener un trato sosegado,
que permita una conversación en profundidad— para que la gente pueda
participar y vivir el rito, irlo interiorizando.

2. MARCO TEOLÓGICO GENERAL

2.1. DIOS ES UN DIOS DE VIDA, QUE NOS HA CREADO PARA LA VIDA

La muerte en la teología cristiana se sitúa dentro de un ámbito más


general. Nosotros creemos en un Dios bueno, que ha creado todo para la

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vida, que ha creado al ser humano para dotarle de vida, que le llama a la
vida eterna junto a él, que es un Dios de vivos y de vida, no de muertos
(cf. Mc 12,27 y par.).
La teología tradicional ha recogido este aspecto de una manera profunda
al afirmar que en el estadio original de la creación la persona humana pose-
ía la inmortalidad. Dicho técnicamente, era uno de los dones preternatu-
rales. Es decir, que sin el pecado no es que Adán y Eva hubiesen vivido eter-
namente en el paraíso, sino que el trance de la muerte no habría sido un
trauma, rodeado de dolor y de sufrimiento, sino algo así como un tránsito
natural del paraíso hacia Dios, manteniendo en todo momento una íntima
comunión con Dios, el Señor de la vida y su máximo dispensador.
De aquí se deriva que la fe cristiana proponga un mensaje de vida y de
esperanza, que conecta la protología (origen de todo y de la persona huma-
na en el amor en Dios) con la escatología (finalidad de todo y de la per-
sona humana: la amistad con Dios; que Dios sea todo en todos, cf. 1Cor
15,28; y tenga a Cristo por cabeza, cf. Ef 1,10).
Para el AT la potencia de vida es manifestación de la cercanía de Dios.
La muerte, la enfermedad, la debilidad es señal de lejanía de Dios, fuente
de la vida. Puede ser un modo un tanto tosco de ver las cosas, pero expre-
sa bien la concepción bíblica de cómo Dios es dador y origen de vida.

2.2. MUERTE Y PECADO

Sin embargo, existe el pecado por la responsabilidad del hombre. Ha


sido la primera pareja humana, Adán y Eva, quienes han introducido el
pecado y con el pecado la muerte en el mundo (cf. Rm 5,12; Gn 3). Así,
la existencia del pecado, con todo lo que tiene de negativo y de muerte,
no es obra de Dios ni imputable a Dios. Procede de la responsabilidad y
la libertad humana. Con el pecado entra en el mundo la injusticia, la vio-
lencia, el asesinato, el odio y la envidia, la enfermedad, el dolor (cf. Gn
3ss). Todos estos elementos adversos a la persona humana no tienen su
origen en Dios, sino en la fuerza mortífera y destructora del pecado.

2.3. ENCARNACIÓN Y DIVINIZACIÓN. RESURRECCIÓN DE CRISTO

Para remediar esta situación, el Padre envía a su Hijo al mundo (Jn


3,16), para que tengamos vida y vida abundante (Jn 10,10; 5,24). Así, Cris-

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to nos libera con su muerte en Cruz del pecado y de la muerte. Y además,


mediante el don del Espíritu nos hace hijos de Dios, nos hace partícipes
de la abundancia de la vida divina. La vida divina es donación y derra-
mamiento amoroso, tal y como se manifiesta en el Hijo.
Además, éste era el proyecto original de Dios (cf. Ef 1,5.10): hacernos
partícipes de la vida propia suya, divinizarnos. De tal manera, que la encar-
nación, muerte y resurrección de Cristo suponen el triunfo de la economía
crística de la vida (el plan de salvación realizado por Cristo) frente a la eco-
nomía adamítica de la muerte (la existencia dominada por la muerte, la
desgracia y el pecado). El logro de nuestro ser pasa por la participación en
la gracia de Cristo, que es una gracia pascual: de paso de la muerte a la vida.
Todo esto lo encontramos reflejado en la vida, muerte y resurrección
del Señor Jesús. «La confianza en el Padre lo hace libre ante la muerte,
no para sumergirse en el gozo del instante, sino para trabajar sin miedo
ni temor por liberar a aquellos a quienes se dirige» 9.
En Jesús se nos muestra un modo tremendamente humano de vivir la
muerte:
a) Jesús tuvo miedo y vivió con gran ansiedad el momento dramá-
tico del huerto de los Olivos. En él se conjuga, pues, la confianza
en Dios con el miedo y la angustia. Sentir zozobra ante la muer-
te es muy humano.
b) Jesús murió realmente. Fue sepultado y enterrado; descendió al
lugar de los muertos, a los infiernos, al abismo o al hades.
c) La muerte no tuvo poder para retenerle en su seno. Jesús rompe
la potencia de la muerte y la destrona. La muerte no puede ven-
cer al Señor Jesús y, por lo tanto, no podrá vencer a los que por
la posesión de su Espíritu le pertenezcan. Jesús ha desmantelado
el poder que tienen la muerte y el pecado de generar desgracia
permanente, muerte definitiva, en la lejanía y la distancia de Dios.
De ahora en adelante, al haber Jesús vencido a la muerte, los que
pertenecen al Cordero triunfan con Él: la muerte no les puede
arrebatar la vida ni la dicha para siempre.
d) Jesús resucitado vive. Lo cual quiere decir:
• Que es el mismo crucificado el que vive. La Iglesia defiende la
corporalidad de la resurrección (la tumba vacía es un signo de

9
CH. DUQUOC, Mesianismo de Jesús y discreción de Dios, Cristiandad, Madrid
1985, 77.

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la misma) pues defiende que es el mismo Jesús que murió quien


ha resucitado. Le reconocen al comer, al enseñar las heridas.
Para referirse a algo tan difícil de imaginar y conceptuar, la
Escritura nos habla de un cuerpo glorioso (cf. Filp 3,31) y de
un cuerpo espiritual (1Cor 15,44).
• Que vive en una dimensión diferente. Atraviesa las puertas y
no siempre le reconocen en las apariciones en el primer
momento (ej., los de Emaús). El Espíritu le resucita (Rm 8,11).
Y pasa a estar sentado a la diestra de Dios Padre como el Señor
(el Kyrios exaltado, cf. Filp 2,5-11; Rm 1,3-4). Es decir, entra
en la dimensión escatológica (definitiva e insuperable) de la
plenitud.
• Que su resurrección es una legitimación por parte de Dios de
su pretensión: de todo su ministerio y su enseñanza. Es decir,
que implica una sanción divina de todo lo que significaba la
predicación del reino de Dios como buena noticia para los pobres
y oprimidos. Por tanto, el reino y la resurrección no se oponen.
En la resurrección de Jesús se confirma su predicación del reino.
En la resurrección final será la consumación del reino ya comen-
zado, con la venida en poder (parusía) para juzgar a los vivos y
a los muertos.
• Que la resurrección de Jesús nos atañe a nosotros. Pues Jesús
es ante todo «primogénito» de entre los muertos (Col 1,18), o
primicia (1Cor 15,20.23). Es decir, Jesús es el iniciador de la
resurrección de los muertos; pero todos los que tengan su Espí-
ritu (Rm 8,11) o estén unidos a Él, ya sea por el bautismo (Rm
6,5) y el seguimiento, ya sea a través del camino que descri-
ben las bienaventuranzas (Mt 5,3-11) o ya sea a través de la
identificación de Jesús con toda situación de sufrimiento,
pobreza o desdicha (Mt 25,31-46), participarán de su resu-
rrección.

2.4. ASIMETRÍA ENTRE LA POSIBILIDAD DE PERDICIÓN Y LA OFERTA SALVÍFICA


DE DIOS. RECHAZO DE UNA APOCATÁSTASIS NEGATIVA

De resultas de la bondad primordial de Dios, de la salvación obrada


por Jesucristo y de la actuación permanente del Espíritu Santo, como

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muy bien ha formulado K. Rahner 10, la fe cristiana es una buena noticia


de salvación, no es una información acerca de dos caminos posibles para
la persona humana: salvación o perdición. Nosotros sabemos por Cristo
y en Cristo que Dios se ha empeñado por nuestra salvación hasta el extre-
mo de la entrega de su Hijo hasta la muerte en Cruz y el don de su mismo
Espíritu.
Así, pues, aunque la fe cristiana entiende que la salvación no se im-
pone por encima de la libertad (rechazo de la afirmación resolutiva
de la apocatástasis: la salvación segura de todos, negando de hecho la
posibilidad de que la libertad humana rechace la oferta salvífica de
Dios), sí rechaza claramente una apocatástasis negativa: nadie se sal-
vará. Eso sería absolutamente contradictorio con el plan salvador de
Dios.

2.5. LA VIDA CRISTIANA: DESDE LA CONFIANZA Y LA ESPERANZA,


PERO HAY ALGO EN JUEGO Y NUESTRA LIBERTAD IMPORTA

Así, pues, los cristianos vivimos nuestra vida radicados en la confian-


za en Dios y enraizados en la esperanza de la resurrección y de la vida
eterna junto a Dios y junto a nuestros seres queridos. Pero no vaciamos
la historia de contenido escatológico. Nuestra libertad histórica tiene peso
y es importante. Hay algo que se juega en la historia, donde el combate
escatológico entre el plan de Dios y los adversarios al mismo se sigue
lidiando. La confianza cristiana no aleja un resto de riesgo y de incerti-
dumbre que le es inherente a la responsabilidad humana, que Dios res-
peta en su modo de realizar nuestra salvación.
En esta historia el cristiano, entonces, se compromete y lucha contra
el pecado, la injusticia, el sufrimiento, el mal y la mentira inspirado por
el ejemplo del Señor Jesús, siguiendo su estilo y sus actitudes, impulsa-
do por su Espíritu, inhabitado por su gracia, sabiendo que así camina
hacia la patria celestial y conduce la historia hacia Dios, para que pueda
ser acogida en el seno de Dios Padre y para que la historia transparente
su propia finalidad: manifestar la gloria de Dios, que brilla en la vida ver-
dadera, fraterna y santa de los humanos.

10
K. RAHNER, «Principios teológicos de la hermenéutica de las declaraciones esca-
tológicas», en: Escritos de Teología IV, Taurus, Madrid 1964 (or. alemán 1960), 411-
439, aquí 430.

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3. CUESTIONES ESPECÍFICAS CON INCIDENCIA PASTORAL

3.1. EL CRISTIANO Y EL MISTERIO PASCUAL DE CRISTO

Éste es el punto de partida fundamental. Toda consideración cristia-


na de la muerte ha de tomar como referente principal la muerte de Cris-
to 11. Cristo ha pasado por el trance por el que pasaremos nosotros. Lo
hizo con todo el dolor y toda la prueba que suponía, pero también en con-
fianza a Dios y en obediencia (Mc 14,36 y las otras palabras desde la cruz).
Además, con su muerte nos ha dado la vida.
De ahí que el tema fundamental para el cristiano sea dar la vida, morir
a sí mismo para vivir para Dios y para los demás. Cristo nos enseña no
solamente que la muerte no tiene la última palabra, sino que dar la vida
y morir es camino de vivificación. A personas cristianas se les puede indi-
car que con su muerte-sufrimiento se unen a la muerte de Cristo, igual
que decimos que lo hacen los que sufren la injusticia y la muerte injusta
o por pobreza o violencia, los inocentes, etc. Me parece que un modo cris-
tiano de enfrentar la muerte y la enfermedad, desde esta fe, puede evan-
gelizar e interrogar en nuestra sociedad, tan reacia a la muerte y al sufri-
miento.
Por otro lado, la vida cristiana adquiere sus trazos más notables ya en
el bautismo. En el bautismo nos incorporamos a Cristo, a su vida, reci-
bimos de verdad su mismo Espíritu, es decir, su misma consistencia inter-
na. De ahí que en el bautismo muramos con Cristo y nos incorporemos
a su cuerpo, con la esperanza firme de que resucitaremos con él (Rm 6).
Creemos que esta unión bautismal es radical. De tal manera que ni el
pecado ni la muerte la podrán revocar. Solamente nosotros con nuestra
libertad la podemos malbaratar absolutamente, pero no sería el caso ordi-
nario, al menos. Nos injertamos en la vida de Cristo, que es una vida radi-
calmente pascual: atender al deseo del Padre; dar vida dando la vida.
Por eso, la vida cristiana en cuanto tal, que es seguimiento de Cristo,
conformación con Cristo, revestirse de Cristo, supone una existencia pas-
cual, como la de Cristo. El seguimiento implica una comunidad de sufri-
miento (ascesis, pasión) y de destino (resurrección, gloria) con el Señor

11
Así lo hace O. GONZÁLEZ DE CARDEDAL, Madre y muerte, Sígueme, Salamanca
1994.
3

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Jesús. Un caminar dejando la vida para que otros tengan vida. Y partici-
par así del Espíritu de Cristo y por tanto de la resurrección de Cristo (cf.
Rm 8,11).
La celebración diaria o frecuente de la eucaristía es una celebración
gozosa de la pascua del Señor para recibir de ella la vida verdadera y para
conformar nuestra vida según este misterio. La existencia cristiana es
una existencia claramente pascual en su misma dinámica. Cristo es el
camino, la verdad, la vida (Jn 14,6) y la resurrección (Jn 11,25). Y su cami-
no se concentra en la eucaristía, como memorial de su pascua.

3.2. ¿INMORTALIDAD O RESURRECCIÓN DE LA CARNE?

3.2.1. Considerandos sobre la inmortalidad

Durante algunos años se ha discutido sobre este asunto. Causó mucho


revuelo la opinión del gran teólogo protestante O. Cullmann 12, que con-
traponía como absolutamente irreconciliables la concepción helenista de
la inmortalidad y la concepción cristiana de la resurrección.
La fe cristiana no cree en una inmortalidad natural de la persona huma-
na o del alma 13. Como ya he dicho, en la teología clásica la inmortalidad
era considerada uno de los dones «preternaturales», que por lo tanto no
le pertenece intrínsecamente a la naturaleza humana, dado que es un
don. La filosofía griega y otras corrientes (reencarnación) hablan de una
inmortalidad natural del alma, que le sería propia por su propia consis-
tencia y realidad espiritual. Este no es el punto de vista cristiano.
El cristianismo defiende lo que J. Ratzinger ha llamado con acierto
una inmortalidad dialógica 14. Aquí entra la consideración de lo que impli-
ca la relación con Dios de la persona humana. Somos creados por Dios
y entramos en relación con Dios, en un diálogo con Él, en cuanto llega-

12
O. CULLMANN, La inmortalidad del alma o la resurrección de los muertos, Stu-
dium, Madrid 1970 (or. 1959).
13
Cf. G. GRESHAKE, «Resurrectio mortuorum im Spannungsfeld von Auferstehung
des Leibes und Unsterblichkeit der Seele», en: G. GRESHAKE - J. KREMER, Resurrectio mor-
tuorum. Zum theologischen Verständnis der leiblichen Auferstehung, Wissenschaftliche
Buchgesellschaft, Darmstadt 21992, 168-276 (bibl.).
14
Cf. Introducción al cristianismo. Lecciones sobre el credo apostólico, Sígueme,
Salamanca 122005 (or. 1968), 290; Escatología, Herder, Salamanca 31992 (or. 1977),
144-147.

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mos a la existencia. Ahora bien, en este diálogo de parte de Dios recibi-


mos un sí radical a nuestro ser creatural, llamado a la vida eterna con Él.
Esta relación con Dios repercute de tal modo en la persona humana, este
sí radical de Dios es tan potente y constituyente, que el diálogo mismo
con Dios —no el resultado del mismo— dota a la persona humana de
inmortalidad. De tal manera que la inmortalidad no es natural, sino resul-
tado del hecho de la relación con Dios.
Por tanto, como dice Ruiz de la Peña, aunque conviene poner cada
representación en su lugar, tampoco tiene mucho sentido enarbolar una
cruzada desde el cristianismo contraponiendo radicalmente inmortali-
dad y resurrección.
La fe cristiana mantiene una continuidad del sujeto de esta vida terre-
na con el sujeto que gozará de la vida eterna. Tradicionalmente se ha con-
siderado que el elemento que aseguraba esta continuidad era el alma, si
entendemos por tal sobre todo la historia personal de la libertad y de la
relación con Dios. Pero también se ha insistido en que se da una trans-
formación (cf. 1Cor 15,52), una cierta discontinuidad. La vida eterna no
es mero alargamiento de la vida terrena, sino ingreso en un orden dife-
rente de realidad. Así, pues, la fe cristiana afirma que se da tanto una con-
tinuidad como una transformación.

3.2.2. La resurrección de la carne

Uno de los puntos básicos de la fe cristiana es la resurrección de la


carne (cf. 1Cor 15). Por las siguientes razones:
— Porque la salvación cristiana es para toda la persona humana en
su unidad e identidad. Y la dimensión corporal forma parte de la
identidad de la persona y de su unidad. La salvación no es sola-
mente para el alma; la salvación cristiana no es de ningún modo
fragmentaria ni selectiva: alcanza a toda la persona humana en la
integridad de su ser personal.
— Porque el Verbo eterno se encarnó y asumió la carne humana. Con-
tra toda forma de docetismo (encarnación meramente aparente de
Jesucristo, el Hijo de Dios) o gnosticismo (supervaloración de lo
espiritual y desprecio de lo material y corporal), la fe cristiana
defiende la dignidad, el valor y la importancia del elemento car-
nal, creado por Dios y considerado como bueno por Dios mismo.
Lo afirmó de una manera rotunda Tertuliano, combatiendo estas

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100 G. URÍBARRI, SENTIDO CRISTIANO DE LA MUERTE

ideas, con su famosa sentencia: Caro salutis est cardo 15 (la carne es
el quicio de la salvación).
— Porque en la resurrección de Cristo también resucita su humani-
dad completa. El crucificado es el resucitado. No resucita solamente
el alma de Cristo o solamente su divinidad, sino que es Cristo mismo,
entero y vero, quien resucita. Su humanidad y corporalidad (con
un cuerpo glorioso y de dimensión escatológica) participan de su
resurrección. Dado que en nuestra resurrección nosotros partici-
paremos de la resurrección de Cristo como consumación de su sal-
vación, nosotros también resucitamos corporalmente.

A pesar de todo, tenemos dificultad para representarnos imaginati-


vamente la resurrección de la carne y qué pueda ser un «cuerpo espiri-
tual» (1Cor 15,44). El rostro forma para nosotros parte de la identidad
de la persona. Es más fácil decir lo que no es la resurrección de la carne,
que explicar positivamente lo que es o puede ser. No es la reanimación
de un cadáver. No es la recopilación de todas las células y órganos que
pertenecieron al difunto, en cuyo caso los trasplantes supondrían una
grave dificultad a esta concepción. Dicen los científicos que en siete
años renovamos todas las moléculas de nuestro cuerpo. Se trata de una
transformación y de un ingreso en la dimensión escatológica de la exis-
tencia. Igual que en el caso de Cristo, nos seguimos representando la
figura corporal como esencial para la identidad (las marcas de las cica-
trices del resucitado, que indican que es el mismo crucificado; cf. Jn
20,20.27).

3.3. ¿RESURRECCIÓN POSTMORTAL INMEDIATA O EN EL ÚLTIMO DÍA?

Este es un tema hoy en día bastante discutido en la escatología y en


el que no hay acuerdo entre los teólogos. Si durante una época parecían
predominar más bien las posturas más críticas con la escatología inter-
media (que atiende a lo que sucede entre la muerte del individuo y la con-
sumación definitiva al fin de los tiempos), hoy alzan de nuevo las voces
sus defensores. Trataré de poner un poco de orden en este asunto, indi-
car las cuestiones discutidas y luego dar una opinión y alguna orienta-
ción pastoral.

15
De resurrectione 8,2 (CCL 2,931).

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3.3.1. Lo que se discute: el estado intermedio

El asunto teológico a discutir es cómo conjugar la afirmación cristia-


na de la consumación final de la historia con la suerte del individuo tras
su muerte. Este binomio se ha recogido tradicionalmente del siguiente
modo: cómo hay que representarse teológicamente, y según qué criterios,
lo que le ocurre al individuo entre su muerte y la consumación al final
de todos los tiempos (si es que después de la muerte individual se puede
hablar de «tiempo postmortal»).
La doctrina tradicional conjuga dos elementos fundamentales. Pri-
mero, desde el punto de vista de la antropología, parte de la convicción
de que la persona humana se compone de alma y cuerpo. El alma, tal y
como ya he presentado, es de carácter inmortal 16. Así pues, en el momen-
to de la muerte el alma se separa del cuerpo mortal y pervive tras a la
muerte.
Esta antropología se cruza con la consideración de la existencia de
dos juicios: el juicio particular y el juicio universal. La constitución Bene-
dictus Deus, de Benedicto XII (1336; DH 1000), define que la retribución
postmortal es inmediata. De aquí y de otra serie de textos del NT (ej., Heb
9,27) se dedujo la existencia de un juicio particular: es decir, el juicio sin-
gular por el que pasaría cada individuo tras la muerte. En este juicio par-
ticular el alma inmortal, separada del cuerpo, recibiría la retribución:
según los casos, infierno, purgatorio o cielo. En la consumación del jui-
cio final, éste ciertamente atestiguado en la Escritura (ej., Hch 24,15; Jn
5,28-29; Mt 25,31ss), en el momento de la parusía, los cuerpos resucita-
rían y se unirían de nuevo a sus respectivas almas.
Esta representación ha estado muy arraigada en la teología; por eso
se puede encontrar su lenguaje en textos del magisterio, sin que esto impli-
que que dicha representación en cuanto tal haya sido definida o que sea
necesariamente vinculante. Lo único expresamente definido en este tema
y, por tanto, vinculante, es el carácter inmediato de la retribución post-
mortal, junto con la continuidad del sujeto de la retribución: no se da una
recreación absoluta de la persona.

16
La definición del V concilio de Letrán, DH 1440, va en la línea de afirmar la
continuidad del individuo, entre vida y muerte. Cf. los comentarios de: J. L. RUIZ DE
LA PEÑA, La otra dimensión. Escatología cristiana, Sal Terrae, Santander 31986, 327-
328, y L. LADARIA, Antropología teológica, U.P. Comillas - P.U. Gregoriana, Madrid-
Roma 1983, p.109, nota 62. Véase tb. GS 14.

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La teoría tradicional ha sido discutida y rechazada por algunos auto-


res serios por varias razones. Enumero las críticas más graves que se le
han hecho.
Si el alma (especialmente el «alma separada») ya es el individuo o «el
yo», ¿qué le añade el cuerpo? Los autores que defienden la existencia del
alma separada indican que la unión del cuerpo al alma supondría un
aumento intensivo, por ejemplo en la visión de Dios. Sin embargo, ni
siquiera ellos mismos son capaces de dar una razón sólida de dicha inten-
sión, más allá de las peripecias de lenguaje 17. Por otra parte, si el alma
separada no fuera el individuo completo no tendría sentido que solamente
una parte del individuo recibiera la retribución postmortal. Aunque los
autores discuten, desde una perspectiva tomista hay razones para recha-
zar que se pueda considerar seriamente la idea del alma separada 18, más
todavía entenderla expresamente como «el yo».
En segundo lugar la escatología intermedia así propuesta maneja una
escatología de doble fase, individual y colectiva, reflejada en el doble jui-
cio, particular y universal. Ahora bien, un doble juicio por la misma y
única vida no parece poseer mucho sentido, por lo que autores como von
Balthasar se orientan por rechazar la existencia del así denominado «jui-
cio particular»:
«Distintos textos del NT expresan la convicción de que cada uno es
responsable de sus actos y de que en el encuentro con Cristo habrá de
dar cuenta de esta responsabilidad personal e individual (Rom 2,6; 2Cor
5,10; Heb 9,27)... Ahora bien, ningún texto del NT habla explícitamente
de un «juicio particular», sino que todos aquellos en los que se resalta
la responsabilidad personal se hallan en la perspectiva del único juicio
que tiene en cuenta el NT, el juicio final sobre todas las gentes» 19.

17
«... los mismos defensores del estado intermedio reconocen que no es posible
indicar cómo el cuerpo contribuye a una posesión de Dios más intensa...» (J. L. RUIZ
DE LA PEÑA, La otra dimensión, 332).
18
Para Tomás el alma aisladamente «nec est homo nec persona» (STh, I q. 75,
a. 4; III q. 50, a. 4; Suppl. q. 75, a. 1 ad 4; In III Sent. d. 5, q. 3. a. 2). Citas y discusión
en J. L. RUIZ DE LA PEÑA, La otra dimensión, 208, nota 75; 332-334, y sobre todo ÍD., El
esquema alma-cuerpo y la doctrina de la retribución. Reflexiones sobre los datos bíbli-
cos del problema: RET 33 (1973) 293-338.
19
S. DEL CURA, Sobre la teología del juicio: Variaciones y elementos: SalTer 75/11
(1987) 819-835, aquí 32, donde remite a: H. U. VON BALTHASAR, Theodramatik IV: Das
Endspiel, Johannes Verlag, Einsiedeln 1983, pp. 315-337. Cf. tb. W. PESCH, «Juicio», en:
J. B. BAUER, Diccionario de teología bíblica, Herder, Barcelona 1967, 531-540, aquí 537.

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G. URÍBARRI, SENTIDO CRISTIANO DE LA MUERTE 103

Además, una escatología de doble fase introduce subrepticiamente la


tentación fácil de privilegiar una de ellas, convirtiéndola en la realmen-
te relevante, de tal manera que la otra queda, de hecho, más vacía de con-
tenido. En la escatología de corte más tradicional se privilegió de hecho
la salvación individual, la escatología individual.
Sin embargo, los defensores de esta postura insisten en la fidelidad a
la Escritura, que manejaría claramente la doble representación de la retri-
bución inmediata y del juicio final consumatorio 20. También esgrimen la
fidelidad al magisterio, que sigue manejando y proponiendo al pueblo
creyente este esquema 21. Por último, me parece que tiene más peso la
consideración de la necesidad de una finalización de la historia y del con-
junto de la humanidad en Cristo, como Cabeza y salvador del conjunto
de la historia 22. El señorío de Cristo lo es sobre el conjunto de la historia
y ésta es más que el mero sumatorio de cada de las historias individua-
les. La perspectiva de una resurrección completa e inmediata del indivi-
duo tras la muerte corre muy seriamente el peligro de ignorar el elemento

20
Otra explicación para esta doble representación en H. KESSLER, «Jenseits von
Fundamentalismus und Rationalismus. Versuch über Auferstehung Jesu und Aufer-
stehung der Toten», en: ÍD. (Hrsg.), Auferstehung der Toten, 296-321, aquí 312-4, que
ve ante todo dos modelos representativos para expresar dos convicciones teológicas,
sin necesidad de tener que buscar un modo de armonizarlos.
21
Cf., p. ej.: Catecismo del Iglesia Católica, nº1016.
22
Sobre el particular, ha destacado la discusión con: G. GRESHAKE, Auferstehung
der Toten, Ludgerus Verlag, Essen 1969, esp. 399-410; «Das Verhältnis “Unsterblichkeit
der Seele” und “Auferstehung des Leibes” in problemgeschichtlicher Sicht», en: G.
GRESHAKE - G. LOHFINK, Naherwartung - Auferstehung - Unsterblichkeit (QD 71), Her-
der, Freiburg 31978, 82-120. No he podido consultar la cuarta edición (1982) de este
libro en colaboración con G. Lohfink. Ahí toma postura frente a las críticas de J. RAT-
ZINGER, vertidas principalmente en su libro: Escatología. La muerte y la vida eterna,
Herder, Barcelona 31992 (or. 1977); y frente a la carta de la Sagrada Congregación
para la Doctrina de la Fe, de la que hablaré más adelante. En sus últimas publicacio-
nes: «Tod und Auferstehung», en: Christlicher Glaube in moderner Gesellschaft 5, Her-
der, Freiburg 1980, 63-130 (trad.: Fe cristiana y sociedad moderna 5, SM, Madrid 1985,
92-157), esp. 116-119; G. GRESHAKE - J. KREMER, Resurrectio mortuorum; Auferstehung
im Tod. Ein «parteiischer» Rückblick auf eine theologische Diskussion: ThPh 73 (1998)
538-557; «Zwischenzustand», LThK3 X (2001) Sp. 159-31, Greshake matiza su posi-
ción. Entre las críticas a las primeras posiciones de Greshake, cf. J. ALFARO, La resu-
rrección de los muertos en la discusión teológica actual sobre el porvenir de la historia:
Gr. 52 (1971) 537-554 (recogido en: ÍD., Cristología y antropología, Cristiandad, Madrid
1973, 477-494); W. PANNENBERG, Systematische Theologie III, Vandenhoeck & Ruprecht,
Göttingen 1993, 598-625.

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colectivo de la escatología cristiana, mientras que la fe sostiene que tanto


los individuos como la humanidad están bajo el señorío de Dios. Por eso,
en la solución a este problema se ha de conjugar la vertiente individual
y colectiva de la escatología cristiana.

3.3.2. Magisterio

Dentro de esta cuestión comporta una especial relevancia la inter-


vención del magisterio postconciliar. En primer lugar, la carta Recentio-
res episcoporum synodi (17 de mayo de 1979) de la Congregación para la
Doctrina de la Fe 23 insiste en una serie de puntos. Los más destacados
son los siguientes.
La preocupación de la Congregación es fundamentalmente pastoral:
anunciar la fe de la Iglesia al pueblo. Un anuncio que debe ser fiel al sím-
bolo bautismal, puesto que mutilar el símbolo o recortarlo es traicionar
la fe de la Iglesia. La presentación no ha de ser sólo fiel sino completa.
En el símbolo se afirma que «esperamos la resurrección», no que haya-
mos resucitado o que tengamos la certeza infalible de una futura resu-
rrección gloriosa.
Según la Congregación, la teología no debe contradecir expresamente
o convertir de hecho en insignificante la fe de la Iglesia expresada en sus
prácticas y su oración. En concreto se refiere a los sufragios por los difun-
tos y la oración por los difuntos, práctica atestiguada desde antiguo y que
hoy se mantiene. Si de hecho todos los difuntos ya hubieran resucitado
con Cristo para la gloria, dicha oración no tendría mucho sentido. Uno de
los efectos colaterales del arraigo de la convicción de la salvación cuasi-
automática de todos los difuntos radica en que la preocupación y la ora-
ción se vuelca en ocasiones con mayor insistencia sobre los vivos que sobre
el difunto; es decir, preocupa más y es ocasión de mayor solicitud el cón-
yuge viudo o la familia más allegada que la suerte definitiva del difunto,
que se da por descontada.
La Congregación llama la atención sobre el olvido de los temas relati-
vos a la vida eterna entre los cristianos y en la predicación. Si antes del Con-
cilio caímos en un hablar predominante y excesivo del «más allá», corrien-
do el peligro cierto de olvidar el «más acá», ahora nos resultaría difícil

23
AAS 71 (1979) 939-943. Trad. castellana en Ecclesia n.º1944 (1979) 937-8; un
amplio extracto en DH 4650-4659.

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integrarlo realmente en la fe 24. La predicación habitual y la catequesis ado-


lecerían de un «adelgazamiento» en los temas referentes a la vida eterna.
O, lo que incide igualmente sobre el asunto, en la teología actual habría ten-
dencias de opinión entre los teólogos que, sin prejuzgar su buena intención,
vendrían a suprimir lo que el credo sostiene sobre la vida eterna.
Aunque la carta de la Congregación no habla del «alma separada» en
cuanto tal, es claro que apunta hacia este contenido en sus cuatro pri-
meros puntos, al aclarar «lo que acaece entre la muerte del cristiano y la
resurrección universal». El documento, entonces, no impone la necesi-
dad de hablar del alma separada. Sin embargo, sí hace hincapié en la
necesidad de mantener los contenidos que se afirmaban con este teolo-
gúmenon. Si se abandona la doctrina tradicional, las nuevas formulacio-
nes deberán mantener su contenido.
Insiste claramente en la necesidad de mantener el vocablo «alma» den-
tro de la teología, el anuncio y la oración de la Iglesia. La razón pastoral
que da parece sensata y fundada: «un término verbal parece absoluta-
mente indispensable para sostener la fe de los cristianos» (DH 4653). El
lenguaje es importante. Las concepciones teóricas y las creencias se anclan
en un lenguaje. Es imposible mantener una comunión sin que ésta se
exprese y sostenga a través de un lenguaje común. Un lenguaje que, en
este caso, incluye tanto el lenguaje de la plegaria, como el kerigmático y
el de las explicaciones teológicas. Esta razón tiene fuerza. Otra cosa será
si este término, alma, sigue siendo hoy el más adecuado, pues aunque
está claramente presente en la tradición, hoy está ausente del lenguaje
antropológico extraeclesial, con el riesgo consiguiente de que la predi-
cación eclesial no se entienda y no arraigue.
Aunque estrictamente hablando no pertenezca al magisterio, por su
especial vinculación con el mismo, no se puede dejar de lado el docu-
mento de la Comisión Teológica internacional: Algunas cuestiones actua-
les de escatología (1990), cuyo redactor principal fue el jesuita español

24
El documento de la COMISIÓN EPISCOPAL PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Esperamos la
resurrección y la vida eterna (Edice, Madrid 1995), trata de incidir sobre esta proble-
mática desde una preocupación pastoral. La exhortación apostólica de JUAN PABLO II,
Ecclesia in Europa, insiste como leit motiv en el anuncio de la esperanza cristiana,
aspecto que ya había destacado de modo muy incisivo el mensaje final de la SEGUNDA
ASAMBLEA ESPECIAL PARA EUROPA DEL SÍNODO DE LOS OBISPOS, Testimoniamos con alegría el
«Evangelio de la esperanza» en Europa (22 de octubre de 1999; el texto se colgó en la
página web del vaticano: http://www.vatican.va).

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Cándido Pozo 25. Dicho documento se orienta muy claramente a favor de


la doctrina tradicional del estado intermedio, yendo más allá de la carta
de la Congregación. Su acierto es discutido entre los teólogos 26.

3.3.3. Cuestiones teológicas implicadas

No intento solucionar todas las cuestiones implicadas, que son muchas


y de hondo calado teológico. Sin embargo, conviene conocer al menos su
amplitud y su complejidad.
Para empezar, se ha de resaltar que la doctrina tradicional del estado
intermedio no pertenece al dogma, se trata de una opinión teológica. Así opi-
nan al menos K. Rahner, W. Kasper y P. C. Phan 27 —Kasper y Phan escri-
ben después de la carta de la Congregación para la doctrina de la fe—.
Hay varios aspectos teológicos en juego. Por una parte, se da una lucha
en el sentido de cómo se puede aposentar un cambio, que consistiría en
dejar de privilegiar la salvación individual del alma (cosa que de hecho
hacía la teología tradicional) para acentuar con fuerza una concepción más
corporativa, en la que tampoco se puede soslayar al individuo singular. De
hecho, hoy se sigue discutiendo la cuestión, con autores a favor de una doc-
trina de orientación más tradicional 28 y otros con nuevas propuestas 29.

25
Edición oficial: De quibusdam quaestionibus actualibus circa eschatologiam:
Gr. 73 (1992) 395-435; trad.: COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL, Documentos 1969-1996,
ed. por C. POZO, BAC, Madrid 1998, 455-498. El libro de C. POZO, La venida del Señor
en la gloria. Escatología, Edicep, Valencia 1993, se puede considerar casi como un
comentario del mismo.
26
Cf. A. TORNOS, Cuestiones de escatología. El documento de la comisión teológica
internacional: MCom 51 (1993) 3-15; P. C. PHAN, Contemporary Context and Issues in
Eschatology: TS 55 (1994) 507-536; J. L. RUIZ DE LA PEÑA, La pascua de la nueva crea-
ción. Escatología, BAC, Madrid 1996, 278, nota 132.
27
K. RAHNER, «Über den »Zwischenzustand«», en: Schriften zur Theologie XII,
Benziger, Einsiedeln 1975, 455-466, aquí 455; W. KASPER, Die Hoffnung auf die end-
gültige Ankunft Jesu Christi in Herrlichkeit: IKaZ 14 (1985) 1-14, aquí 5; P. C. PHAN,
o.c., 521-527, esp. 524.
28
Ej.: C. POZO, Teología del más allá, BAC, Madrid 31992, esp. 489-514; ÍD., La veni-
da del Señor en la gloria; J. RATZINGER, Escatología; ÍD., Entre muerte y resurrección (Una
aclaración de la Congregación de la Fe a cuestiones de escatología): RCIC 2 (1980) 273-
286; J. J. ALVIAR, Escatología. Balance y perspectivas, Cristiandad, Madrid 2001, esp. 172s;
ÍD., Escatología, EUNSA, Pamplona 2004, 323-332.
29
Destaca esp. J. L. RUIZ DE LA PEÑA, La otra dimensión, 323-359 (bibl.). Cf. tb.
A. TORNOS, Escatología II, U.P. Comillas, Madrid 1991, 195-198; M. KEHL, Eschatolo-

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G. URÍBARRI, SENTIDO CRISTIANO DE LA MUERTE 107

También está en juego mostrar cómo la salvación cristiana es para


toda la persona, en su unidad y su identidad. Dado que la dimensión cor-
poral pertenece a la concepción cristiana de la identidad y la unidad de
la persona, la salvación no la puede dejar fuera. Así pues, se ha de resol-
ver cómo se integra la dimensión corporal dentro de la salvación que
acontece como resurrección y participación de la resurrección de Cristo.
Nos encontramos ante un caso concreto donde se condensa la concep-
ción cristiana de la relación entre espíritu y materia de la mano de la
constitución del sujeto de la retribución: ¿quién recibe la retribución post-
mortal inmediata: el alma separada del cuerpo (solamente lo espiritual
de la persona) o toda la persona (incluyendo de algún modo la dimen-
sión corporal)?
Evidentemente, una de las cuestiones fundamentales radica en mos-
trar cómo la escatología cristiana se refiere a la persona humana en su
dimensión individual y colectiva, manteniendo cada una su idiosincra-
sia propia, pues la una no es sin más reducible a la otra. Es decir, el ele-
mento social de la persona no consiste en un mero y simple sumatorio
de los individuales; ni lo individual es la descomposición de lo social en
unidades menores. La escatología cristiana ha de atender en su propie-
dad específica a cada una de estas dimensiones, pues ambas están bajo
la salvación y el designio de Dios.
También entran en juego las relaciones entre tiempo (criatura) y eter-
nidad (Dios). Si de alguna manera la criatura salvada sigue mantenien-
do un cierto carácter temporal ligado a su ser creatural, que impide
situarla sin más en la duración propia de Dios (eternidad) a pesar de su
relación de íntima comunión con Él (visión beatífica) y entonces pode-
mos y debemos hablar de un tiempo o de una suerte de duración post-
mortal. O si en esa situación escatológica las coordenadas del tiempo y
la duración se han superado completamente al integrarse en la eterni-
dad a-temporal de Dios 30. En este segundo caso, ¿cómo queda garanti-
zada la diferencia radical entre Dios y la creatura?, pues Dios y la crea-
tura no son concurrentes, pero tampoco se identifican ni se yuxtaponen
o parangonan.

gie, Echter, Würzburg 21988, 268ss (trad. Escatología, Sígueme, Salamanca 1992); y
las contribuciones en el libro editado por H. KESSLER, Auferstehung der Toten, de:
H. SONNEMANS (72-93), W. BEINERT (94-112), U. LÜKE (234-51) y H. KESSLER (296-321).
30
Solución hacia la que apuntan W. PANNENBERG, Systematische Theologie III, esp.
652-4; U. LÜKE, o.c.; H. KESSLER, o.c.

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108 G. URÍBARRI, SENTIDO CRISTIANO DE LA MUERTE

Por último, se ha de combinar la afirmación firme de la Escritura sobre


la parusía, la consumación del Reino, la venida final en poder de Cristo,
el juicio final, etc. con la retribución postmortal inmediata. Para Pablo
está claro que los muertos en Cristo están de alguna manera en Cristo y
que no tendrán ventaja alguna los que sigan vivos hasta la parusía (cf.
1Tes 4 y 5; Filp 1,21-23). En diversos textos de teología paulina se apun-
ta a que los muertos, con su plena identidad y unidad, ya están en Cris-
to (2Cor 5,1-10; Filp 3,20-21; Col 2,12; Ef 2,6). Todavía más, Pablo emplea
la misma terminología para la situación de consumación escatológica
cuando se refiere a la individual, inmediatamente después de la muerte,
que cuando se refiere a la corporativa: estar en Cristo o ser en Cristo 31.
Como se ha podido apreciar, nos movemos en un ámbito difícil, en el
que entran en juego registros de fondo de la propuesta cristiana.

3.3.4. Un modesto intento de solución

En la cuestión de la escatología intermedia se da un cruce de cues-


tiones más estrictamente antropológicas (concepción cristiana del alma
y del cuerpo), junto con otras propiamente escatológicas (combinación
de la escatología individual y colectiva; de la retribución postmortal inme-
diata y del juicio final consumador). Sin embargo, me parece más fácil
hacer algo de luz acudiendo a un abordaje de corte cristológico, que tra-
tando de solucionar las aparentes aporías antropológicas 32.
Para entrar en materia, y desde la perspectiva cristológica, creo que
se puede sostener con fuerza que no es legítimo defender una plena fina-
lización antropológica de la criatura en Cristo (salvación o resurrección
consumada y plena), si no podemos hablar a la vez de una plena finali-
zación cristológica de la obra salvífica 33. No tiene sentido que la persona
humana salvada por Cristo alcance la consumación sin que la obra sal-
vífica de Cristo haya alcanzado la consumación. A este respecto, convie-
ne destacar que aunque Cristo haya resucitado y esté sentado a la dere-

31
Así lo indica un defensor acérrimo del alma separada: C. POZO, La venida del
Señor en la gloria, 90. Cita Flp 1,23; 2Cor 5,8 para la resurrección y 1Tes 4,18; 2Cor
5,7 para después de la muerte y la resurrección.
32
Por esta misma de línea de abordaje se inclina B. SESBOÜÉ, La resurrección y la
vida, Mensajero, Bilbao 1998, 85-96.
33
Para más detalles: G. URÍBARRI, La reserva escatológica: un concepto originario
de Erik Peterson (1890-1960): EE 29-105, aquí 95-97.

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G. URÍBARRI, SENTIDO CRISTIANO DE LA MUERTE 109

cha de Dios, el credo, recogiendo textos de la Escritura (2Tim 4,1), nos


habla de que vendrá a juzgar. La parusía indica que la obra de Cristo no
está consumada. Aunque él haya resucitado, no se ha desplegado el poder
de su resurrección en su totalidad. Hasta que nos integremos en ella los
suyos, la resurrección de Cristo no alcanza su finalidad.
Esto nos indica la necesidad de orientarnos hacia una concepción esca-
tológica que una la consumación al aspecto corporativo. Dicha tenden-
cia no solamente está rubricada por la insistencia de la doctrina tradi-
cional, que encontraba una cierta incompletud en la retribución al alma
separada, sino también por otros tres elementos importantes.
Desde una concepción antropológica actual, no resulta posible con-
cebir la plenitud de la persona en la soledad 34. Al contrario, uno de los
intentos de presentar lo que pudiera ser la perdición definitiva insiste en
la soledad radical del condenado. Pues, efectivamente, las figuras y las
imágenes que expresan el logro personal hoy en día se vinculan con expe-
riencias gozosas de fraternidad y de comunión: familiar, de amigos, etc.
También conviene tener presente la dimensión cosmológica. Se ha de
salvar que en la consumación definitiva también participará, a su modo,
todo el conjunto de la creación (cf. Rm 8,19-22); por lo tanto, también el
elemento material de la creación, del que el cuerpo humano forma parte.
Hasta que no se dé esta recapitulación de la historia y de la creación en
Cristo (Ef 1,10; Col 1,18-20) no se habrá alcanzado la consumación esca-
tológica que compete al señorío histórico y cosmológico de Cristo 35.
Al elemento antropológico y cosmológico se suma que en el NT encon-
tramos fuertes elementos de pensamiento corporativo NT 36. Así, por ejem-
plo, según Col 1,24 Pablo afirma que completa en cu carne lo que falta a
la pasión de Cristo «a favor de su cuerpo, que es la Iglesia». La identifi-

34
Ya apuntó en esta línea un bello pasaje de SAN JUAN CRISÓSTOMO, In ep. ad He-
braeos hom., 28,1 (recogido por J. J. ALVIAR, Escatología, 306).
35
A pesar de los intentos de reducción antropológica de las afirmaciones de tono
«aparentemente» cosmológico de K. P. FISCHER, «Auferstehung und Vollendung der
Welt», en: H. KESSLER (Hg.), o.c., 252-278, queda en pie que la mediación cristológica
de la creación, no sólo de la creación de la persona humana, pide la consumación cris-
tológica de la creación, no solamente de sus elementos «espirituales».
36
Orígenes intuyó el carácter corporativo de la resurrección. Afirma que un solo
cuerpo resucitará en el último día: HomLev VII,2; y que la resurrección de Cristo ya
acontecida es símbolo de la resurrección futura del cuerpo entero del Señor: ComJn
X,35,229. Referencias en J. J. ALVIAR, Dimensión salvífica de la resurrección de los muer-
tos: ScrTh 34 (2002) 827-846, aquí 835.

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110 G. URÍBARRI, SENTIDO CRISTIANO DE LA MUERTE

cación con Cristo y el ser en Cristo paulino adquiere tal densidad, que la
pasión de Cristo continúa en los cristianos, miembros de su cuerpo. Ade-
más, según Käsemann en la fórmula paulina «en Cristo» hay que ver «un
compendio del teologúmeno del cuerpo de Cristo» 37. Si la vida cristiana
se puede articular con verdad y profundidad como «ser en Cristo» o «con
Cristo», entonces la realidad esencial del cristiano queda ligada a la de
Cristo. Más aún, para Pablo el «cuerpo» con frecuencia se refiere al cuer-
po de Cristo 38.
Esto incita a pensar que nosotros no resucitamos como individuos ais-
lados, sino como miembros del Cuerpo de Cristo. Es decir, que en cuan-
to injertados a Cristo por el bautismo, después de la muerte física parti-
cipamos de su resurrección. Así se va completando el cuerpo de Cristo
resucitado hasta la plenitud. Por eso, la misma resurrección de Cristo, de
la que participamos, no está completa no en el sentido de que Cristo no
haya resucitado o lo haya hecho parcialmente, sino en el sentido de que
su dinamismo consumador todavía no ha alcanzado su plenitud, todo su
despliegue 39. A medida que la historia de la salvación se va realizando
dicha historia y su modo de duración va integrando dentro de sí el resto
de la historia y del tiempo junto con las criaturas que habitan dicha his-
toria y tiempo; de esta manera el modo de duración de las criaturas que
ingresan en la historia de salvación pasa a estar configurado por el modo
histórico-salvífico de duración, que es particular. A dicho de modo de
duración lo podemos llamar crístico 40. Lo que quiero resaltar ante todo
es el aspecto dinámico y de integración en una realidad y un modo de ser

37
An die Römer, J. C. B. Mohr, Tübingen 21974, 214.
38
J. A. T. ROBINSON, El cuerpo. Estudio de teología paulina, Ariel, Barcelona 1967,
esp. cap. 3: «El cuerpo de la resurrección», p.73-118.
39
K. Barth habría dicho en algún lugar que «Cristo resucitado es futuro para sí
mismo». También San Agustín concibe la plenitud de Cristo desde el paradigma del
cuerpo gracias a la conjunción de la cabeza y los miembros. Cf. SAN AGUSTÍN, In Joh.
XXI,8 (CCL 36,217). Textos de Agustín y Orígenes en esta dirección en G. GRESHAKE - J.
KREMER, Resurrectio mortuorum, 330-1.
40
Cf. los planteamientos convergentes entre: A. PÉREZ GARCÍA, Observaciones sobre
conceptualización del tiempo «específico» de la historia de la salvación: EE 72 (1997) 3-
62, y G. URÍBARRI, El nuevo eón irrumpe en el antiguo. La concepción del tiempo esca-
tológico de Erik Peterson: MCom 58 (2000) 333-357; «Habitar en el “tiempo escatoló-
gico”», en: G. URÍBARRI (ed.), Fundamentos de Teología Sistemática [BTC 8], Desclée,
Bilbao 2003, 253-281; Escatología y Eucaristía. Notas para una escatología sacramen-
tal: EE 80 (2005) 51-67.

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G. URÍBARRI, SENTIDO CRISTIANO DE LA MUERTE 111

que está esencial y cardinalmente determinado por la cristidad o la cris-


tificación. Desde esta perspectiva, cabe afirmar que de modo paralelo a
la afirmación de colosenses sobre la pasión, nosotros completamos lo que
falta a la resurrección de Cristo, entendiendo que la resurrección es algo
esencialmente dinámico (Filp 3,10-11; 1Cor 15,23) y corporativo.
De este modo, nos situamos ante una economía salvífica claramente
in fieri (realizándose dinámicamente; cf. 1Cor 15), frente a la concepción
tradicional que venía a pretender presentar una economía salvífica par-
cialmente in facto esse (realizada): una «resurrección» del alma inmortal
separada, diversa y distante de un elemento futuro y por realizarse: la
resurrección de los cuerpos. Tal desajuste está apuntando a la dinamici-
dad misma de la economía salvífica, que queda mejor salvaguardada al
no imponer fases tan dicotómicas dentro de una misma salvación diná-
mica, so pena de quedar excesivamente presos de la representación ante-
rior al cristianismo propia de la apocalíptica, que relegaba toda posible
resurrección de los muertos a la consumación final. Más bien debemos
entender que la resurrección de Jesucristo no solamente es una excep-
ción a dicha regla de la apocalíptica precristiana, sino la norma de com-
prensión para la resurrección de los cristianos. Así, pues, me inclino a
pensar que ya participamos de la resurrección de Cristo después de nues-
tra muerte personal (en alma y cuerpo espiritual), pero carecemos de la
plenificación absoluta, de modo semejante a Cristo, en tanto no se da la
consumación final de todo y de todos: del conjunto de la humanidad de
los que son en Cristo, junto con el resto de la creación. He aquí el ele-
mento de incompletud, más enfocado desde una vertiente cristológica y
colectiva, que diseccionando aspectos o dimensiones antropológicas de
la persona humana.
El olfato teológico de una serie de Padres, Atenágoras, Ireneo, Ter-
tuliano, Ambrosio, Agustín 41, les ha orientado a considerar que la retri-
bución postmortal era inmediata pero también incompleta, pues la per-
sona sin el cuerpo, cuya resurrección retrotraían a la consumación, no
era realmente apta para la retribución plena. Sin embargo, el esquema
de la resurrección corporal en el último día es deudor de la apocalípti-
ca y no es seguro que haya de formar parte vinculante de la cosmovi-
sión cristiana. Pues la fe cristiana afirma claramente que los últimos
días ya han comenzado con la pascua de Cristo Jesús; así, según Mt

41
Referencias en J. J. ALVIAR, Escatología, 304-308.

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112 G. URÍBARRI, SENTIDO CRISTIANO DE LA MUERTE

27,52: «muchos cuerpos (sómata) de santos difuntos resucitaron», es


decir: ya comenzó esa resurrección que se estimaba relegada a la con-
sumación final.

3.3.5. ¿Qué predicar?

Para la predicación es necesario tener claras las ideas motrices cen-


trales de la fe, pero, evidentemente, una homilía no debería convertirse
en una clase de teología ni entrar en espinosos debates teológicos.
Para empezar, el pastor de almas ha de atender a las situaciones diver-
sas. Como mínimo ha de tener presente si se da o no la presencia del cadá-
ver, para referirse de un modo u otro al difunto, pues el cadáver se tien-
de a identificar con la persona, a quien todavía no se ha enterrado. Por
lo menos no conviene caer en contradicciones flagrantes, como afirmar
a la vez que se entierra a una persona, pero que esa persona que se está
enterrando no está ya aquí, en la tierra, sino que habita en el cielo. Con
presencia del cadáver es más factible hablar de la esperanza de que Dios
le acoja y abrace, o elementos por el estilo. Por supuesto, incide enor-
memente la edad del difunto, la causa de la muerte, la fe de los familia-
res y del auditorio.
La Congregación de la Doctrina de la Fe no quiere ni que se elogie al
muerto ni que se hable ya de la certeza de la salvación ni se elimine el
elemento de la parusía y el juicio final. Entiendo que tiene razón, en cuan-
to que se trata de presentar y predicar la doctrina cristiana de la espe-
ranza en la resurrección, sin desdramatizar el peso de la libertad huma-
na y nuestra propia responsabilidad de cara al juicio, que no es un mero
trámite. Sin embargo, cada persona es singular y siempre se dan situa-
ciones excepcionales. Tanto el cardenal arzobispo de Madrid, A. M. Rouco,
como el entonces decano del colegio de Cardenales, J. Ratzinger, en los
funerales por Juan Pablo II elogiaron al difunto. El mismo Ratzinger fue
más lejos al dar cauce a los sentimientos de su corazón: «Podemos estar
seguros de que nuestro amado Papa está ahora en la ventana de la casa
del Padre, nos ve y nos bendice» 42.

42
Tal afirmación proyecta nuestro lenguaje al imaginario del más allá, pues no
tenemos otro modo de referirnos a él. Supone que en la «casa» del Padre hay «venta-
nas», y hace referencia a la visión y acto de bendecir: con manos y brazos. Sobre el
particular, remito a mi escrito: Necesidad de un imaginario cristiano del más allá: IgVi
206 (abril-junio 2001) 45-82.

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G. URÍBARRI, SENTIDO CRISTIANO DE LA MUERTE 113

Dado que la muerte es un momento tan intenso y con tantas lecciones


para la vida, estimo oportuno que se puedan recalcar aspectos del difunto
que ayuden a enfocar la vida desde la hondura humana y cristiana. Por
otra parte, la fe cristiana es una buena noticia de salvación, por lo que el
tono de la predicación, aun sin bagatelizar nuestra historia y nuestra liber-
tad, habrá de estar firmemente teñido de esperanza. La Iglesia ora por la
salvación de todos y espera la salvación de todos. Cristo mismo bajó al reino
de los muertos para liberarnos a todos del poder de la muerte y de las ata-
duras del pecado. En todo caso, la Iglesia afirma que no conoce hasta el
fondo la cualidad de la fe de los difuntos: «cuya fe solo tú conociste» 43.
Dado que algunas oraciones hablan del alma, puede ser conveniente
hablar de alma, para no aislar el lenguaje de la oración del resto de los
ámbitos. Sin embargo, creo que se entiende más y mejor si nos referimos
a la persona, siguiendo la pauta de la mayoría de las nuevas oraciones
litúrgicas tras el Concilio Vaticano II, en las que se privilegia considera-
blemente la referencia al difunto a través del nombre de la persona. Por
eso puede ser conveniente mezclar ambas terminologías. En todo caso,
y haciendo notar lo antedicho sobre el cadáver, conviene insistir en que
la salvación cristiana se dirige a la misma persona, en su integridad. El
cuerpo resucitado resulta difícil de entender 44 y en ocasiones la persona
estaba tan deteriorada al final de la vida, que uno no pensaría que pueda
merecer la pena resucitar ese semi-cadáver. Por eso conviene subrayar
la plenificación de lo mejor de la vida de esa persona, liberada de sus
taras y pecados, el logro de lo mejor de su identidad, la reconciliación
con la propia historia y la sanación de las heridas más profundas.

3.4. LA COMMUNIO SANCTORUM O LA RELACIÓN CON LOS DIFUNTOS

Los cristianos que nos incorporamos a Cristo por el bautismo, pasa-


mos a ser en Cristo, a ser miembros de su cuerpo. Y esta realidad del cuer-

43
Misal Romano, plegarias eucarísticas: IV, Va, Vb, Vc y Vd.
44
Resulta muy llamativo que en toda su trayectoria profesional y de las perso-
nas con quienes ha trabajado E. VON KALCKREUTH, «Sterbebegleitung», en: H. KESSLER
(Hg.), o.c., 323-339, nunca se haya topado con la una visión sobre el más allá, como
pregunta, anhelo o angustia, formulada como «resurrección de los muertos» (323).
Las imágenes que baraja (véase la nota siguiente) pueden ser muy útiles para consi-
derar a la hora de proponer un imaginario cristiano del más allá.

ESTUDIOS ECLESIÁSTICOS, vol. 82 (2007), núm. 320, ISSN 0210-1610 pp. 85-118
114 G. URÍBARRI, SENTIDO CRISTIANO DE LA MUERTE

po de Cristo no se interrumpe con la muerte. Igual que nosotros estamos


en relación con la cabeza, con Cristo, lo podemos estar y lo estamos con
los otros miembros del cuerpo, ya sean vivos o difuntos.
De ahí que se dé y se pueda dar una comunión de bienes espirituales
dentro del cuerpo de Cristo. Igual que Cristo puede interceder por noso-
tros e intercede, nos perdona los pecados y nos alcanza la gracia, así tam-
bién entre los vivos y los difuntos se da esta comunión en Cristo y en su
Espíritu. Por eso tiene sentido:
• La oración por los difuntos, práctica atestiguada desde el siglo II con
certeza y posiblemente incluso dentro de la redacción de los docu-
mentos del NT (cf. 1Cor 15,29).
• La persistencia de la relación, de otro modo y manera, y también
según sensibilidades con los difuntos. Siguen con nosotros de otra
manera. Están presentes por el hueco de su ausencia; pero no sola-
mente. Los vivos y los difuntos somos miembros de un único cuer-
po, habitando tanto en la tierra como en el cielo, según la diversi-
dad de sus miembros (cf. LG 49).

3.5. ¿CÓMO PRESENTAR LA SALVACIÓN CONSUMADA?

Hoy en día no poseemos un consenso pacífico sobre el modo de expre-


sar la salvación consumada, lo cual repercute negativamente sobre nues-
tra capacidad de anuncio y vivencia gozosa de este aspecto de la fe. Aquí
subyace una crisis más amplia de la soteriología (teología de la salvación)
actual, tema amplio y complejo, cuyo tratamiento nos desborda.
El punto de vista tradicional presenta la visión de Dios (la visión bea-
tífica) como la intimidad y relación cercana y personal con Dios. No se
puede argüir en su contra que carezca de base bíblica (cf. esp. 1Cor
13,12; 1Jn 3,2; Mt 5,8; Ap 22,4). Sin embargo, por una serie de razones
me parece que hoy ha quedado algo en desuso. La antropología que
maneja no nos resulta habitual (contemplar como la actividad huma-
na superior y más elevada; la visión como intimidad y modo excelso de
relación y comunión interpersonal); y aparece algo alejada del tema
central de la praxis de Jesús, el reino, y de la misma resurrección de
Cristo.
Desde una antropología más cercana a nuestra mentalidad actual me
parece que podemos conjugar los siguientes elementos:

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G. URÍBARRI, SENTIDO CRISTIANO DE LA MUERTE 115

No se da una continuidad postmortal de la propia historia al modo de


una reconfección completa de una identidad y de una historia personal
constituyente de la persona que no se hayan dado previamente. La esca-
tología cristiana reafirma la importancia de esta vida y de las opciones
de la libertad en esta vida, su peso escatológico y su continuidad en la
vida eterna.
Sin embargo, sí podemos entender, unido a la purificación postmor-
tal (purgatorio) y al carácter salvífico del juicio, que logramos lo más gra-
nado y auténtico de nuestra propia identidad y de nuestro propio ser,
liberado de toda tara de pecado y mezquindad (M. Kehl). Así, el encuen-
tro definitivo con Dios va parejo del encuentro definitivo con nosotros
mismos, del logro de nuestro propio ser, siempre dentro de los límites de
nuestra propia identidad, sin una recreación total. Precisamente en los
momentos más elevados de encuentro con Dios somos más libres, más
alegres, más felices, más generosos y más obedientes a Dios.
Este ser nuestro irá en la línea de un perfeccionamiento y consuma-
ción de nuestros rasgos de filiación cristiana, dado que nuestro ser en
Cristo se consumará y perfeccionará, más allá de los límites propios del
pecado. Es decir, que se avanzará en la cristificación de nuestra perso-
na, más poseída por el Espíritu (más pneumatizada) y más capaz de la
cercanía, la alabanza y la familiaridad gozosa con Dios, junto con una
mayor capacidad de fraternidad y de amor al prójimo.
Esto no repugna con un carácter social y corporativo, dado que nues-
tra identidad es relacional y no podemos pensar en una vida plena en
soledad absoluta. Más bien, ésa viene a ser la definición que se apunta
del infierno: la soledad radical con uno mismo, revolcado en su propia
ponzoñez y pecado, como algo repugnante y asqueroso para uno mismo,
como cuando no nos aguantamos ni a nosotros mismos y estamos sumi-
dos en un disgusto angustioso y radical con nuestra propia existencia.
Las metáforas y símbolos bíblicos más a la mano para presentar la
consumación en su vertiente individual y colectiva pueden ser el ban-
quete y la ciudad 45. El banquete posee un profundo arraigo en la litera-
tura bíblica. El banquete sirve de cauce para expresar lo que serán los
tiempos mesiánicos y escatológicos en el AT (cf. Is 25,6-8); se encuentra

45
Otras imágenes en E. VON KALCKREUTH, o.c., esp. 328ss. Aparece la paz, la luz,
una pradera o bosque o lugar tranquilo y agradable, una puerta, el agua, la compañía
de seres queridos. Para imágenes bíblicas, cf. G. URÍBARRI, Hablar del cielo. Una anéc-
dota, cinco pistas y una propuesta: Sal Terrae 94,4 (abril 2006) 261-270.

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116 G. URÍBARRI, SENTIDO CRISTIANO DE LA MUERTE

en bastantes textos bíblicos (Prov 9,2-5; Sir 24,19-22; Ps 23; Ez 34,14.23;


Is 55,1-5; 65,13-14) y en la literatura apocalíptica (1Henoch 62,13; 2Bar
29,1-5).
En el mismo NT se alude con relativa frecuencia al banquete escatoló-
gico y es una metáfora con la que Jesús expresa lo que es reino de Dios (Mc
14,24 = Mt 26,20 = Lc 22,16.18.30; Mt 8,11-12 = Lc 13,28-29; Lc 6,21 = Mt
5,6; Lc 14,15-24 = Mt 22,1-14; Lc 12,37; Lc 16,22-26; Ap 3,20; 19,19). El esti-
lo de comensalidad de Jesús y sus banquetes forman parte de su praxis y
de su mensaje, en especial sus comidas con los pecadores (cf. Lc 5,27-32;
15,1-2; 19,1-10), en franco contraste con Juan el Bautista (Mt 11,18-19 y
par.) 46. La despedida de Jesús de sus discípulos tuvo lugar en medio de una
cena, de una gran densidad teológica. Allí Jesús se despidió de los discí-
pulos diciéndoles: «Os aseguro que ya no beberé del producto de la vid
hasta el día aquel en que lo beba nuevo en el reino de Dios» (Mc 14,25),
logion con buenos visos de historicidad.
Así pues, el mismo Jesús nos ofrece el símbolo del banquete, ligado a
su praxis y predicación del reino, a su estilo de vida, a su despedida de
los discípulos, a su modo de presencia sacramental más densa entre noso-
tros y a su propia esperanza de cara a la muerte. El banquete, además,
resulta apto para conjugar el aspecto individual y el colectivo, pues en un
banquete cada persona participa, ha sido invitada, tiene un puesto, goza
y se relaciona; pero a la vez se trata de un acontecimiento social y de
carácter colectivo, expresa el gozo y la alegría de la comunión. Además,
el banquete incluye la saciedad, la abundancia, la fiesta, el baile y el dis-
frute. De este modo, representa de un modo adecuado e intuitivo muchos
de los componentes de la salvación consumada.
Otra imagen que se puede explorar, pero posiblemente con menor
capacidad de penetración, es la ciudad. La ciudad también aparece en el
NT como figura del cielo: la Jerusalén celestial (Gal 4,26; Heb 12,22; y
esp. Apoc 21; cf. tb. Filp 3,20). La imagen de la ciudad privilegia el aspec-
to corporativo, tan querido por la mentalidad bíblica, que entiende a la
persona humana desde su mundo relacional. La ciudad celestial está enjo-
yada, engalanada y adornada como una novia en sus esponsales; es una
ciudad suntuosa, bella y resplandeciente. Procede de Dios y de alguna
manera refleja su santidad: es el hogar de los santos (Ef 2,19), de los que

46
Cf. R. AGUIRRE, La mesa compartida. Estudios del NT desde las ciencias sociales,
Sal Terrae, Santander 1994.

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G. URÍBARRI, SENTIDO CRISTIANO DE LA MUERTE 117

están unidos a Dios por una amistad tan fuerte que transfigura sus vidas.
Está cimentada sobre las tribus de Israel y sobre los apóstoles, pues es la
morada del pueblo de Dios, sobre el que el Señor Dios reina gracias al
Cordero, quien ha redimido al pueblo santo. Es una ciudad iluminada
por la propia gloria de Dios, que la hace resplandecer continuamente,
pues el mismo Dios y Señor habita en ella en toda majestad. La Jerusa-
lén celestial carece de santuario, pues el mismo Cordero y los creyentes
que se han bañado en su sangre son su santuario: el lugar de la aclama-
ción jubilosa de la gloria de Dios y de la recepción de sus bendiciones.
En nuestra sociedad está muy arraigada la representación que asocia
la pervivencia postmortal de los seres queridos con su permanencia en
la memoria de los vivos: padres, cónyuges, hijos, hermanos, amigos ínti-
mos. Quizá aquí se pueda encontrar un elemento que evangelizar. Cier-
tamente la permanencia en la memoria de los seres queridos no se debe
negar, pero a su vez permite iniciar una exploración de la densidad de la
categoría de la memoria, para acercarnos a la memoria de Dios. La memo-
ria divina supera la nuestra en amor, intensidad, implicación con la per-
sona, potencia vivificadora y regeneradora. En la memoria de Dios nues-
tros seres queridos no solamente poseen la existencia de la que les puede
dotar nuestro recuerdo, incapaz de otorgarles nueva vida, sino solamen-
te de retener aspectos de la pasada; sino que en la memoria de Dios recu-
peran de un modo nuevo y sustantivo su existencia personal, aun en el
caso de que nuestra memoria les pudiera olvidar, incluso más allá del
tiempo que nosotros sigamos vivos y les mantengamos en la memoria.
Además, Dios también recuerda a aquellos que no están rodeados de una
memoria amplia y amable.

4. CONCLUSIÓN: EL ALIENTO DE UNA BUENA NOTICIA

Como se habrá podido percibir en estos breves apuntes 47, el sentido


cristiano de la muerte está entretejido por el conjunto de la dogmática

47
Para el lector medio interesado en profundizar en este tema, he aquí una biblio-
grafía accesible en español: F.-X. DURRWELL, El más allá. Miradas cristianas, Sígueme,
Salamanca 1997, 144p.; M. GELABERT, Creo en la resurrección, PPC, Madrid 2002, 111p.;
O. GONZÁLEZ DE CARDENAL, Madre y muerte, Sígueme, Salamanca 31994 (1993), 269p.
[reeditada una parte con el título: Sobre la muerte, Sígueme, Salamanca 2002, 173p.].;

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cristiana: la fe en Dios creador, la salvación que ha obrado Jesucristo, la


presencia dinamizadora hacia la vida divina del Espíritu Santo, la inte-
lección de lo que es la persona humana (antropología) y su destino (esca-
tología), el papel de los sacramentos en la vida cristiana (bautismo, euca-
ristía), de la Iglesia (oración por los difuntos, sentido corporativo de la
resurrección), el compromiso del cristiano (espiritualidad y moral). El
sentido cristiano de la muerte está arraigado y pone en juego todo el dina-
mismo de la visión cristiana de la vida, de Dios, de la persona humana,
de la salvación. Afrontar cristianamente la muerte implica un ejercicio
completo de cristianismo: de la fe, la esperanza y la confianza en el amor.
Del conjunto de la fe cristiana se respira un gran realismo frente al
mal, la violencia, la injusticia y el tremendo aguijón que supone la muer-
te (1Cor 15,55): le ha costado nada menos que la muerte ignominiosa en
la Cruz al Hijo de Dios. Y, sin embargo, nada de eso nubla la esperanza
que habita a aquellos que en Cristo ya son criatura nueva (1Cor 5,17; Gal
6,15), nacidos a una vida definitiva, de dicha y de paz.
Además, la fe cristiana abraza una esperanza grande, que quiere abar-
car a todas las personas 48 (1Tim 2,4), empezando por los creyentes en Cris-
to, siguiendo por todos los justos del AT (Mt 27,52), incluyendo a los cre-
yentes de las diversas religiones 49 (LG 16; NA 4), hasta incluir a cualquier
ser humano que se abra a la gracia misericordiosa de Dios en Cristo, por
caminos que a solo Dios le son conocidos (GS 22). El máximo exponente
de dicha esperanza es el descenso de Cristo a los infiernos, al lugar de la
muerte y la distancia de Dios, para allí rescatar a los cautivos 50.

J. I. GONZÁLEZ FAUS, Al tercer día resucitó de entre los muertos, PPC, Madrid 2001, 127p.;
J. L. RUIZ DE LA PEÑA, La pascua de la creación. Escatología, BAC, Madrid 1996, 298p.
(con reediciones); B. SESBOÜÉ, La resurrección y la vida, Mensajero, Bilbao 1998, 141p.;
A. TORNOS, Esperanza y más allá en la Biblia, Verbo Divino, Estella (Navarra) 1992,
186p.; ÍD., El más allá. Mitos y creencias, PPC, Madrid 2002, 118p.
48
COMISIÓN EPISCOPAL PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Esperamos la resurrección y la vida
eterna, Edice, Madrid 1995, n.º29.
49
Cf. J. J. ALEMANY, El diálogo interreligioso en el magisterio de la Iglesia, Desclée,
Bilbao 2001; M. FÉDOU, Las religiones según la fe cristiana, Desclée, Bilbao 2000.
50
Cf. H. U. VON BALTHASAR, Tratado sobre el infierno. Compendio, Edicep, Valen-
cia 1999; ÍD., Teología de los tres días. El Misterio Pascual, Encuentro, Madrid 2000;
G. ANCONA, Disceso agli inferi. Storia e interpretazione di un articulo di fede, Città Nuova,
Roma 1999. Véase también DH 485; 587; 1011; 1077.

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