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RESUMEN: Aunque nuestra sociedad con frecuencia trata de ocultar y olvidar la muer-
te, ésta sigue siendo una realidad con la que antes o después todos hemos de con-
frontarnos. Muchas muertes se experimentan como un interrogante mayúsculo y
sumen en la estupefacción más terrible. Para otras personas, especialmente algu-
nos creyentes, la muerte se convierte en una experiencia religiosa de cercanía de
Dios y de revelación del sentido de la vida. Este artículo en primer lugar presenta
algunos rasgos de la vivencia actual de la muerte; sigue con algunas reflexiones
teológicas sobre la misma; y, en tercer lugar, ofrece algunas directrices pastorales
relacionadas con los temas mayores sobre la muerte.
PALABRAS CLAVE: muerte, sentido de la vida, pastoral.
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INTRODUCCIÓN
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1
«El máximo enigma de la vida humana es la muerte. El hombre sufre con el
dolor y con la disolución progresiva del cuerpo. Pero su máximo tormento es el temor
a la desaparición perpetua. Juzga con instinto certero cuando se resiste a aceptar la
perspectiva de la ruina total y del adiós definitivo. La semilla de eternidad que lleva en
sí, por ser irreductible a la sola materia, se levanta contra la muerte» (GS 18; cf. NA 1).
2
Meditación y contemplación, PPC, Madrid 21999, 92.
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3
Cf., p. ej., sin cerrarse a una posible trascendencia, M. A. HENNEZEL, La muerte
íntima. Los que van a morir nos enseñan a vivir, Plaza & Janés, Barcelona 1996 (pró-
logo de F. MITTERRAND); I. CABODEVILLA, Vivir y morir conscientemente, Desclée, Bilbao
1999; ÍD., En vísperas del morir, Desclée, Bilbao 2001.
4
E.-J. SÁNCHEZ SÁNCHEZ, La relación de ayuda en el duelo, Sal Terrae, Santander
2001, religioso camilo dedica el último capítulo al aspecto cristiano y espiritual, de
los siete que componen el libro. Sobre este tema más amplio, cf. G. URÍBARRI, Tres cris-
tianismos insuficientes: emocional, ético y de autorrealización. Una reflexión sobre la
actual inculturación del cristianismo en Occidente: EE 78 (2003) 301-331 [condensa-
do en: SelTeol 43 (2004) 172, 335-348].
5
Para una primera aproximación, cf. G. URÍBARRI, La reencarnación en Occiden-
te: RF 238 (julio-agosto 1998) 29-43; La inculturación occidental de la creencia en la
reencarnación: MCom 56 (1998) 297-321. Más detalles en: S. DEL CURA, «Escatología
contemporánea: la reencarnación como tema ineludible», en: VARIOS, Teología en el
tiempo, Aldecoa, Burgos 1994, 309-358 (bibl.); ÍD., «Observaciones sobre el encuentro
con creencias reencarnacionistas», en: O. GONZÁLEZ DE CARDEDAL - J. J. FERNÁNDEZ (eds.),
Coram Deo. Memorial Juan Luis Ruiz de la Peña, Publicaciones Universidad Pontifi-
cia, Salamanca 1997, 557-571 (bibl.); ÍD., «Fe cristiana i reencarnació: un diàleg obert»,
en: A. MATABOSCH (ed.), La vida desprès de la vida, Cruilla, Barcelona 1997, 109-146;
M. KEHL, Und was kommt nach dem Ende? Von Weltuntergang und Vollendung, Wie-
dergeburt und Auferstehung, Herder, Freiburg 22000, 47-71 (trad. Desclée, Bilbao 2003);
CH. SCHÖNBORN, De la muerte a la vida. Peregrinación, reencarnación, divinización, Edi-
cep, Valencia 2000, 105-42; F.-J. NOCKE, «Der Glaube an die Auferstehung und die Idee
der Reinkarnation. Überlegungen zu ihrer Vereinbarkeit», en: H. KESSLER (Hg.), Aufer-
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8
Sigo: A. CAMIÑA, El más allá en el cine. La fascinación de la escatología: Reseña
345 (enero 2003) 4-8.
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dencia. Interesan los muertos, los espíritus, pero no su relación con Dios
ni la providencia divina. Aflora una cercanía con la cosmovisión «New
Age»: reencarnación, espíritus, ángeles, pero sin una dogmática fuerte de
existencia de Dios, «juicio», responsabilidad personal, peso de las deci-
siones que se toman, trascendencia de Dios, imposibilidad de retorno tras
la muerte. Se visita simplemente el más allá y se vuelve, de modo un poco
light. Por ejemplo, no hay nada que sea infierno verdadero o condena-
ción eterna. Se prefiere la felicidad en esta tierra.
Se da una tendencia a entremezclar el mundo de los vivos y los muer-
tos. Hay cierto interés en la relación con los muertos, pero se rechaza una
salvación o una realidad estrictamente supramundana. La salvación habrá
de ser de alguna manera intramundana. Se acepta más el contacto de
vivos y muertos en este mundo. Se quedan aquí de otra manera e inte-
ractúan con nosotros.
Sin pretender englobar todos los grupos, pues también se dan los cre-
yentes activos y que participan habitualmente de la vida de la comuni-
dad cristiana, creo que nos encontramos con tres grupos mayoritarios de
personas hoy en día que conforman la mayoría de la asamblea en la cele-
bración de los funerales y las exequias.
1. Creyentes con una formación más tradicional que no han pasado
de hecho por la renovación conciliar. Conservan el antiguo cate-
cismo de los novísimos que estudiaron: juicio, purgatorio, rogati-
vas por las almas del purgatorio, encargo de misas de difuntos,
etc. No creo oportuno poner en cuestión la visión de estas perso-
nas, que la han aprendido de la Iglesia, y que por su edad tampo-
co tienen muchos recursos para cambiarla. Creo que habría que
insistir en aspectos dentro de la visión tradicional que subrayen
la esperanza cristiana, la misericordia y el perdón de Dios, la comu-
nión entre vivos y difuntos. Es decir, tamizar los elementos más
tradicionales hacia su comprensión actual.
2. Tengo la impresión de un amplio sector de la población española
se mueve en una franja bastante amplia y difusa, que alterna momen-
tos de creencia e increencia, de recuerdos de cosas que aprendie-
ron o estudiaron o les dijeron, muchas veces inconexas o fragmen-
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Con los dos últimos grupos parece necesario iniciar un anuncio kerig-
mático de la fe cristiana y un proceso de catequesis, evidentemente de
modo diverso en cada uno de los casos. Personalmente no me parece lo
más oportuno hacerlo precisamente en el momento de la liturgia o del
rito fúnebre que se celebre. Si los ritos se explican se matan. No nos ima-
ginamos a unos futbolistas explicándoles a otros lo que significa un penal-
ti en un partido de fútbol o un gol. Conviene hacerlo antes —especial-
mente si hay ocasión de visitar a la familia y de tener un trato sosegado,
que permita una conversación en profundidad— para que la gente pueda
participar y vivir el rito, irlo interiorizando.
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vida, que ha creado al ser humano para dotarle de vida, que le llama a la
vida eterna junto a él, que es un Dios de vivos y de vida, no de muertos
(cf. Mc 12,27 y par.).
La teología tradicional ha recogido este aspecto de una manera profunda
al afirmar que en el estadio original de la creación la persona humana pose-
ía la inmortalidad. Dicho técnicamente, era uno de los dones preternatu-
rales. Es decir, que sin el pecado no es que Adán y Eva hubiesen vivido eter-
namente en el paraíso, sino que el trance de la muerte no habría sido un
trauma, rodeado de dolor y de sufrimiento, sino algo así como un tránsito
natural del paraíso hacia Dios, manteniendo en todo momento una íntima
comunión con Dios, el Señor de la vida y su máximo dispensador.
De aquí se deriva que la fe cristiana proponga un mensaje de vida y de
esperanza, que conecta la protología (origen de todo y de la persona huma-
na en el amor en Dios) con la escatología (finalidad de todo y de la per-
sona humana: la amistad con Dios; que Dios sea todo en todos, cf. 1Cor
15,28; y tenga a Cristo por cabeza, cf. Ef 1,10).
Para el AT la potencia de vida es manifestación de la cercanía de Dios.
La muerte, la enfermedad, la debilidad es señal de lejanía de Dios, fuente
de la vida. Puede ser un modo un tanto tosco de ver las cosas, pero expre-
sa bien la concepción bíblica de cómo Dios es dador y origen de vida.
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9
CH. DUQUOC, Mesianismo de Jesús y discreción de Dios, Cristiandad, Madrid
1985, 77.
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10
K. RAHNER, «Principios teológicos de la hermenéutica de las declaraciones esca-
tológicas», en: Escritos de Teología IV, Taurus, Madrid 1964 (or. alemán 1960), 411-
439, aquí 430.
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11
Así lo hace O. GONZÁLEZ DE CARDEDAL, Madre y muerte, Sígueme, Salamanca
1994.
3
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Jesús. Un caminar dejando la vida para que otros tengan vida. Y partici-
par así del Espíritu de Cristo y por tanto de la resurrección de Cristo (cf.
Rm 8,11).
La celebración diaria o frecuente de la eucaristía es una celebración
gozosa de la pascua del Señor para recibir de ella la vida verdadera y para
conformar nuestra vida según este misterio. La existencia cristiana es
una existencia claramente pascual en su misma dinámica. Cristo es el
camino, la verdad, la vida (Jn 14,6) y la resurrección (Jn 11,25). Y su cami-
no se concentra en la eucaristía, como memorial de su pascua.
12
O. CULLMANN, La inmortalidad del alma o la resurrección de los muertos, Stu-
dium, Madrid 1970 (or. 1959).
13
Cf. G. GRESHAKE, «Resurrectio mortuorum im Spannungsfeld von Auferstehung
des Leibes und Unsterblichkeit der Seele», en: G. GRESHAKE - J. KREMER, Resurrectio mor-
tuorum. Zum theologischen Verständnis der leiblichen Auferstehung, Wissenschaftliche
Buchgesellschaft, Darmstadt 21992, 168-276 (bibl.).
14
Cf. Introducción al cristianismo. Lecciones sobre el credo apostólico, Sígueme,
Salamanca 122005 (or. 1968), 290; Escatología, Herder, Salamanca 31992 (or. 1977),
144-147.
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ideas, con su famosa sentencia: Caro salutis est cardo 15 (la carne es
el quicio de la salvación).
— Porque en la resurrección de Cristo también resucita su humani-
dad completa. El crucificado es el resucitado. No resucita solamente
el alma de Cristo o solamente su divinidad, sino que es Cristo mismo,
entero y vero, quien resucita. Su humanidad y corporalidad (con
un cuerpo glorioso y de dimensión escatológica) participan de su
resurrección. Dado que en nuestra resurrección nosotros partici-
paremos de la resurrección de Cristo como consumación de su sal-
vación, nosotros también resucitamos corporalmente.
15
De resurrectione 8,2 (CCL 2,931).
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16
La definición del V concilio de Letrán, DH 1440, va en la línea de afirmar la
continuidad del individuo, entre vida y muerte. Cf. los comentarios de: J. L. RUIZ DE
LA PEÑA, La otra dimensión. Escatología cristiana, Sal Terrae, Santander 31986, 327-
328, y L. LADARIA, Antropología teológica, U.P. Comillas - P.U. Gregoriana, Madrid-
Roma 1983, p.109, nota 62. Véase tb. GS 14.
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17
«... los mismos defensores del estado intermedio reconocen que no es posible
indicar cómo el cuerpo contribuye a una posesión de Dios más intensa...» (J. L. RUIZ
DE LA PEÑA, La otra dimensión, 332).
18
Para Tomás el alma aisladamente «nec est homo nec persona» (STh, I q. 75,
a. 4; III q. 50, a. 4; Suppl. q. 75, a. 1 ad 4; In III Sent. d. 5, q. 3. a. 2). Citas y discusión
en J. L. RUIZ DE LA PEÑA, La otra dimensión, 208, nota 75; 332-334, y sobre todo ÍD., El
esquema alma-cuerpo y la doctrina de la retribución. Reflexiones sobre los datos bíbli-
cos del problema: RET 33 (1973) 293-338.
19
S. DEL CURA, Sobre la teología del juicio: Variaciones y elementos: SalTer 75/11
(1987) 819-835, aquí 32, donde remite a: H. U. VON BALTHASAR, Theodramatik IV: Das
Endspiel, Johannes Verlag, Einsiedeln 1983, pp. 315-337. Cf. tb. W. PESCH, «Juicio», en:
J. B. BAUER, Diccionario de teología bíblica, Herder, Barcelona 1967, 531-540, aquí 537.
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20
Otra explicación para esta doble representación en H. KESSLER, «Jenseits von
Fundamentalismus und Rationalismus. Versuch über Auferstehung Jesu und Aufer-
stehung der Toten», en: ÍD. (Hrsg.), Auferstehung der Toten, 296-321, aquí 312-4, que
ve ante todo dos modelos representativos para expresar dos convicciones teológicas,
sin necesidad de tener que buscar un modo de armonizarlos.
21
Cf., p. ej.: Catecismo del Iglesia Católica, nº1016.
22
Sobre el particular, ha destacado la discusión con: G. GRESHAKE, Auferstehung
der Toten, Ludgerus Verlag, Essen 1969, esp. 399-410; «Das Verhältnis “Unsterblichkeit
der Seele” und “Auferstehung des Leibes” in problemgeschichtlicher Sicht», en: G.
GRESHAKE - G. LOHFINK, Naherwartung - Auferstehung - Unsterblichkeit (QD 71), Her-
der, Freiburg 31978, 82-120. No he podido consultar la cuarta edición (1982) de este
libro en colaboración con G. Lohfink. Ahí toma postura frente a las críticas de J. RAT-
ZINGER, vertidas principalmente en su libro: Escatología. La muerte y la vida eterna,
Herder, Barcelona 31992 (or. 1977); y frente a la carta de la Sagrada Congregación
para la Doctrina de la Fe, de la que hablaré más adelante. En sus últimas publicacio-
nes: «Tod und Auferstehung», en: Christlicher Glaube in moderner Gesellschaft 5, Her-
der, Freiburg 1980, 63-130 (trad.: Fe cristiana y sociedad moderna 5, SM, Madrid 1985,
92-157), esp. 116-119; G. GRESHAKE - J. KREMER, Resurrectio mortuorum; Auferstehung
im Tod. Ein «parteiischer» Rückblick auf eine theologische Diskussion: ThPh 73 (1998)
538-557; «Zwischenzustand», LThK3 X (2001) Sp. 159-31, Greshake matiza su posi-
ción. Entre las críticas a las primeras posiciones de Greshake, cf. J. ALFARO, La resu-
rrección de los muertos en la discusión teológica actual sobre el porvenir de la historia:
Gr. 52 (1971) 537-554 (recogido en: ÍD., Cristología y antropología, Cristiandad, Madrid
1973, 477-494); W. PANNENBERG, Systematische Theologie III, Vandenhoeck & Ruprecht,
Göttingen 1993, 598-625.
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3.3.2. Magisterio
23
AAS 71 (1979) 939-943. Trad. castellana en Ecclesia n.º1944 (1979) 937-8; un
amplio extracto en DH 4650-4659.
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24
El documento de la COMISIÓN EPISCOPAL PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Esperamos la
resurrección y la vida eterna (Edice, Madrid 1995), trata de incidir sobre esta proble-
mática desde una preocupación pastoral. La exhortación apostólica de JUAN PABLO II,
Ecclesia in Europa, insiste como leit motiv en el anuncio de la esperanza cristiana,
aspecto que ya había destacado de modo muy incisivo el mensaje final de la SEGUNDA
ASAMBLEA ESPECIAL PARA EUROPA DEL SÍNODO DE LOS OBISPOS, Testimoniamos con alegría el
«Evangelio de la esperanza» en Europa (22 de octubre de 1999; el texto se colgó en la
página web del vaticano: http://www.vatican.va).
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25
Edición oficial: De quibusdam quaestionibus actualibus circa eschatologiam:
Gr. 73 (1992) 395-435; trad.: COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL, Documentos 1969-1996,
ed. por C. POZO, BAC, Madrid 1998, 455-498. El libro de C. POZO, La venida del Señor
en la gloria. Escatología, Edicep, Valencia 1993, se puede considerar casi como un
comentario del mismo.
26
Cf. A. TORNOS, Cuestiones de escatología. El documento de la comisión teológica
internacional: MCom 51 (1993) 3-15; P. C. PHAN, Contemporary Context and Issues in
Eschatology: TS 55 (1994) 507-536; J. L. RUIZ DE LA PEÑA, La pascua de la nueva crea-
ción. Escatología, BAC, Madrid 1996, 278, nota 132.
27
K. RAHNER, «Über den »Zwischenzustand«», en: Schriften zur Theologie XII,
Benziger, Einsiedeln 1975, 455-466, aquí 455; W. KASPER, Die Hoffnung auf die end-
gültige Ankunft Jesu Christi in Herrlichkeit: IKaZ 14 (1985) 1-14, aquí 5; P. C. PHAN,
o.c., 521-527, esp. 524.
28
Ej.: C. POZO, Teología del más allá, BAC, Madrid 31992, esp. 489-514; ÍD., La veni-
da del Señor en la gloria; J. RATZINGER, Escatología; ÍD., Entre muerte y resurrección (Una
aclaración de la Congregación de la Fe a cuestiones de escatología): RCIC 2 (1980) 273-
286; J. J. ALVIAR, Escatología. Balance y perspectivas, Cristiandad, Madrid 2001, esp. 172s;
ÍD., Escatología, EUNSA, Pamplona 2004, 323-332.
29
Destaca esp. J. L. RUIZ DE LA PEÑA, La otra dimensión, 323-359 (bibl.). Cf. tb.
A. TORNOS, Escatología II, U.P. Comillas, Madrid 1991, 195-198; M. KEHL, Eschatolo-
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gie, Echter, Würzburg 21988, 268ss (trad. Escatología, Sígueme, Salamanca 1992); y
las contribuciones en el libro editado por H. KESSLER, Auferstehung der Toten, de:
H. SONNEMANS (72-93), W. BEINERT (94-112), U. LÜKE (234-51) y H. KESSLER (296-321).
30
Solución hacia la que apuntan W. PANNENBERG, Systematische Theologie III, esp.
652-4; U. LÜKE, o.c.; H. KESSLER, o.c.
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31
Así lo indica un defensor acérrimo del alma separada: C. POZO, La venida del
Señor en la gloria, 90. Cita Flp 1,23; 2Cor 5,8 para la resurrección y 1Tes 4,18; 2Cor
5,7 para después de la muerte y la resurrección.
32
Por esta misma de línea de abordaje se inclina B. SESBOÜÉ, La resurrección y la
vida, Mensajero, Bilbao 1998, 85-96.
33
Para más detalles: G. URÍBARRI, La reserva escatológica: un concepto originario
de Erik Peterson (1890-1960): EE 29-105, aquí 95-97.
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34
Ya apuntó en esta línea un bello pasaje de SAN JUAN CRISÓSTOMO, In ep. ad He-
braeos hom., 28,1 (recogido por J. J. ALVIAR, Escatología, 306).
35
A pesar de los intentos de reducción antropológica de las afirmaciones de tono
«aparentemente» cosmológico de K. P. FISCHER, «Auferstehung und Vollendung der
Welt», en: H. KESSLER (Hg.), o.c., 252-278, queda en pie que la mediación cristológica
de la creación, no sólo de la creación de la persona humana, pide la consumación cris-
tológica de la creación, no solamente de sus elementos «espirituales».
36
Orígenes intuyó el carácter corporativo de la resurrección. Afirma que un solo
cuerpo resucitará en el último día: HomLev VII,2; y que la resurrección de Cristo ya
acontecida es símbolo de la resurrección futura del cuerpo entero del Señor: ComJn
X,35,229. Referencias en J. J. ALVIAR, Dimensión salvífica de la resurrección de los muer-
tos: ScrTh 34 (2002) 827-846, aquí 835.
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cación con Cristo y el ser en Cristo paulino adquiere tal densidad, que la
pasión de Cristo continúa en los cristianos, miembros de su cuerpo. Ade-
más, según Käsemann en la fórmula paulina «en Cristo» hay que ver «un
compendio del teologúmeno del cuerpo de Cristo» 37. Si la vida cristiana
se puede articular con verdad y profundidad como «ser en Cristo» o «con
Cristo», entonces la realidad esencial del cristiano queda ligada a la de
Cristo. Más aún, para Pablo el «cuerpo» con frecuencia se refiere al cuer-
po de Cristo 38.
Esto incita a pensar que nosotros no resucitamos como individuos ais-
lados, sino como miembros del Cuerpo de Cristo. Es decir, que en cuan-
to injertados a Cristo por el bautismo, después de la muerte física parti-
cipamos de su resurrección. Así se va completando el cuerpo de Cristo
resucitado hasta la plenitud. Por eso, la misma resurrección de Cristo, de
la que participamos, no está completa no en el sentido de que Cristo no
haya resucitado o lo haya hecho parcialmente, sino en el sentido de que
su dinamismo consumador todavía no ha alcanzado su plenitud, todo su
despliegue 39. A medida que la historia de la salvación se va realizando
dicha historia y su modo de duración va integrando dentro de sí el resto
de la historia y del tiempo junto con las criaturas que habitan dicha his-
toria y tiempo; de esta manera el modo de duración de las criaturas que
ingresan en la historia de salvación pasa a estar configurado por el modo
histórico-salvífico de duración, que es particular. A dicho de modo de
duración lo podemos llamar crístico 40. Lo que quiero resaltar ante todo
es el aspecto dinámico y de integración en una realidad y un modo de ser
37
An die Römer, J. C. B. Mohr, Tübingen 21974, 214.
38
J. A. T. ROBINSON, El cuerpo. Estudio de teología paulina, Ariel, Barcelona 1967,
esp. cap. 3: «El cuerpo de la resurrección», p.73-118.
39
K. Barth habría dicho en algún lugar que «Cristo resucitado es futuro para sí
mismo». También San Agustín concibe la plenitud de Cristo desde el paradigma del
cuerpo gracias a la conjunción de la cabeza y los miembros. Cf. SAN AGUSTÍN, In Joh.
XXI,8 (CCL 36,217). Textos de Agustín y Orígenes en esta dirección en G. GRESHAKE - J.
KREMER, Resurrectio mortuorum, 330-1.
40
Cf. los planteamientos convergentes entre: A. PÉREZ GARCÍA, Observaciones sobre
conceptualización del tiempo «específico» de la historia de la salvación: EE 72 (1997) 3-
62, y G. URÍBARRI, El nuevo eón irrumpe en el antiguo. La concepción del tiempo esca-
tológico de Erik Peterson: MCom 58 (2000) 333-357; «Habitar en el “tiempo escatoló-
gico”», en: G. URÍBARRI (ed.), Fundamentos de Teología Sistemática [BTC 8], Desclée,
Bilbao 2003, 253-281; Escatología y Eucaristía. Notas para una escatología sacramen-
tal: EE 80 (2005) 51-67.
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41
Referencias en J. J. ALVIAR, Escatología, 304-308.
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42
Tal afirmación proyecta nuestro lenguaje al imaginario del más allá, pues no
tenemos otro modo de referirnos a él. Supone que en la «casa» del Padre hay «venta-
nas», y hace referencia a la visión y acto de bendecir: con manos y brazos. Sobre el
particular, remito a mi escrito: Necesidad de un imaginario cristiano del más allá: IgVi
206 (abril-junio 2001) 45-82.
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43
Misal Romano, plegarias eucarísticas: IV, Va, Vb, Vc y Vd.
44
Resulta muy llamativo que en toda su trayectoria profesional y de las perso-
nas con quienes ha trabajado E. VON KALCKREUTH, «Sterbebegleitung», en: H. KESSLER
(Hg.), o.c., 323-339, nunca se haya topado con la una visión sobre el más allá, como
pregunta, anhelo o angustia, formulada como «resurrección de los muertos» (323).
Las imágenes que baraja (véase la nota siguiente) pueden ser muy útiles para consi-
derar a la hora de proponer un imaginario cristiano del más allá.
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Otras imágenes en E. VON KALCKREUTH, o.c., esp. 328ss. Aparece la paz, la luz,
una pradera o bosque o lugar tranquilo y agradable, una puerta, el agua, la compañía
de seres queridos. Para imágenes bíblicas, cf. G. URÍBARRI, Hablar del cielo. Una anéc-
dota, cinco pistas y una propuesta: Sal Terrae 94,4 (abril 2006) 261-270.
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46
Cf. R. AGUIRRE, La mesa compartida. Estudios del NT desde las ciencias sociales,
Sal Terrae, Santander 1994.
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están unidos a Dios por una amistad tan fuerte que transfigura sus vidas.
Está cimentada sobre las tribus de Israel y sobre los apóstoles, pues es la
morada del pueblo de Dios, sobre el que el Señor Dios reina gracias al
Cordero, quien ha redimido al pueblo santo. Es una ciudad iluminada
por la propia gloria de Dios, que la hace resplandecer continuamente,
pues el mismo Dios y Señor habita en ella en toda majestad. La Jerusa-
lén celestial carece de santuario, pues el mismo Cordero y los creyentes
que se han bañado en su sangre son su santuario: el lugar de la aclama-
ción jubilosa de la gloria de Dios y de la recepción de sus bendiciones.
En nuestra sociedad está muy arraigada la representación que asocia
la pervivencia postmortal de los seres queridos con su permanencia en
la memoria de los vivos: padres, cónyuges, hijos, hermanos, amigos ínti-
mos. Quizá aquí se pueda encontrar un elemento que evangelizar. Cier-
tamente la permanencia en la memoria de los seres queridos no se debe
negar, pero a su vez permite iniciar una exploración de la densidad de la
categoría de la memoria, para acercarnos a la memoria de Dios. La memo-
ria divina supera la nuestra en amor, intensidad, implicación con la per-
sona, potencia vivificadora y regeneradora. En la memoria de Dios nues-
tros seres queridos no solamente poseen la existencia de la que les puede
dotar nuestro recuerdo, incapaz de otorgarles nueva vida, sino solamen-
te de retener aspectos de la pasada; sino que en la memoria de Dios recu-
peran de un modo nuevo y sustantivo su existencia personal, aun en el
caso de que nuestra memoria les pudiera olvidar, incluso más allá del
tiempo que nosotros sigamos vivos y les mantengamos en la memoria.
Además, Dios también recuerda a aquellos que no están rodeados de una
memoria amplia y amable.
47
Para el lector medio interesado en profundizar en este tema, he aquí una biblio-
grafía accesible en español: F.-X. DURRWELL, El más allá. Miradas cristianas, Sígueme,
Salamanca 1997, 144p.; M. GELABERT, Creo en la resurrección, PPC, Madrid 2002, 111p.;
O. GONZÁLEZ DE CARDENAL, Madre y muerte, Sígueme, Salamanca 31994 (1993), 269p.
[reeditada una parte con el título: Sobre la muerte, Sígueme, Salamanca 2002, 173p.].;
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118 G. URÍBARRI, SENTIDO CRISTIANO DE LA MUERTE
J. I. GONZÁLEZ FAUS, Al tercer día resucitó de entre los muertos, PPC, Madrid 2001, 127p.;
J. L. RUIZ DE LA PEÑA, La pascua de la creación. Escatología, BAC, Madrid 1996, 298p.
(con reediciones); B. SESBOÜÉ, La resurrección y la vida, Mensajero, Bilbao 1998, 141p.;
A. TORNOS, Esperanza y más allá en la Biblia, Verbo Divino, Estella (Navarra) 1992,
186p.; ÍD., El más allá. Mitos y creencias, PPC, Madrid 2002, 118p.
48
COMISIÓN EPISCOPAL PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Esperamos la resurrección y la vida
eterna, Edice, Madrid 1995, n.º29.
49
Cf. J. J. ALEMANY, El diálogo interreligioso en el magisterio de la Iglesia, Desclée,
Bilbao 2001; M. FÉDOU, Las religiones según la fe cristiana, Desclée, Bilbao 2000.
50
Cf. H. U. VON BALTHASAR, Tratado sobre el infierno. Compendio, Edicep, Valen-
cia 1999; ÍD., Teología de los tres días. El Misterio Pascual, Encuentro, Madrid 2000;
G. ANCONA, Disceso agli inferi. Storia e interpretazione di un articulo di fede, Città Nuova,
Roma 1999. Véase también DH 485; 587; 1011; 1077.
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