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El Magnicidio

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EL MAGNICIDIO1

Javier Gomezjurado Zevallos2

Tirano, dictador, verdugo y hasta traidor, eran los calificativos que muy por
debajo le decían a su excelencia, el Presidente. Y no podía ser de otra manera,
pues el carácter irascible del mandatario, de saberlo, hubiera provocado una
acostumbrada reacción: la cárcel, la persecución y el destierro para quien osase
ofenderle o simplemente contradecirlo.

Y esos sentimientos de odio y de venganza de sus enemigos, quizá fueron


aguardando el momento para cobrárselas, ‘con intereses’, al gobernante que era
despreciado por muchos, pero asimismo idolatrado por unos miles. En efecto,
estamos hablando del presidente Gabriel García Moreno.

De genio temperamental y de personalidad férrea, causaba tremendo temor a


muchos con sólo escuchar su nombre. Ejerció un gobierno represivo y autoritario;
y fue implacable e inmutable en sus decisiones, como cuando hizo fusilar en la
plaza de Santo Domingo al general Manuel Maldonado, a pesar de las súplicas
de su esposa; así como la ocasión en que mandó a flagelar al anciano general
negro Fernando Ayarza, héroe de la independencia, cual si fuese un esclavo
africano; o cuando mostró su lado inhumano al negarse a perdonar la vida del
Dr. Juan Borja, a pesar de los ruegos de la madre de éste. Estas muertes y
muchas más que, bajo el pretexto de librar a la República de la barbarie, le
ganaron enemigos y muchos enconos.

Todos esos crueles actos, así como el haber desterrado a cerca de dos mil
compatriotas, gobernar con mano dura al amparo de la ‘Carta Negra’ u octava
Constitución, manipular el Congreso, considerarse un ser indispensable que
debía gobernar seis años y podía ser reelegido de inmediato, remover libremente
a quien él quisiera, ser dueño de la burocracia; y algunos actos personales e
íntimos, que le envolvieron en una serie de episodios encendidos, apasionados
y violentos, hicieron de García Moreno un blanco perfecto para que sus
enemigos y rivales pretendan borrarlo del mapa.

1 Publicado en Javier Gomezjurado Zevallos, Desempolvando la Historia, Quito, Casa de la


Cultura Ecuatoriana, 2014, pp. 103-109.
2 Javier Gomezjurado Zevallos (Guayaquil, 1964). Doctor en Sociología y Ciencias Políticas,

Universidad Central del Ecuador; Magíster en Historia Andina, Magíster en Desarrollo, y


Especialista Superior en Gestión Ambiental, Universidad Andina Simón Bolívar. Docente de la
Facultad de Jurisprudencia de la Universidad Central del Ecuador, miembro de número de la
Academia Nacional de Historia, miembro correspondiente de la Academia Colombiana de Historia,
de la Academia Nariñense de Historia, de la Real Academia de Historia, de la Academia de
Historia del Estado de Carabobo-Venezuela; de la Casa de la Cultura Ecuatoriana y de otras
instituciones. Autor de varios libros, entre ellos, Sangolquí Profundo; Genealogías mestizas;
Historias y anécdotas presidenciales; Construyendo nuestra identidad; Velasco Ibarra, textos
políticos; Desempolvando la Historia; Vicente Rocafuerte, pensamiento y práctica política; Las
bebidas de antaño en Quito; Quito, historia del Cabildo y la ciudad; Memorias de la política; El
Panecillo en la historia; Historia de la muerte en Quito; Amor y sexo en la historia de Quito; y de
numerosos ensayos monográficos sobre temas históricos, sociológicos, políticos y costumbristas.

1
Sin embargo, de entre todos ellos, había un hombre que en verdad odiaba a
muerte al mandatario: Faustino Lemus Rayo, cuyo ferviente deseo era ultimarlo.
Rayo fue un colombiano que luchó en varios combates a favor de nuestro país;
y estuvo luego en el Oriente ecuatoriano, en calidad de Jefe de una escolta
compuesta de ocho hombres, encargada de llevar al destierro a los
conspiradores, a los sacerdotes relajados, y a todos aquellos que caían bajo la
furia diabólica de García Moreno. Allá cometió una serie de irregularidades, lo
que le valió su destitución. Varios historiadores han querido atribuir el
aborrecimiento, a un supuesto amantazgo entre García Moreno y la mujer de
Rayo, doña Mercedes Carpio; cosa totalmente absurda, pues un romance
presidencial, con una mujer casada, en un Quito tan pequeño, no hubiera pasado
desapercibido. Otros han querido atribuir el odio, a ciertas deudas económicas
que el presidente tenía con Rayo: otra fábula ridícula inventada con el objeto de
desprestigiar a García Moreno. ¿Pero cuáles fueron las verdaderas razones para
la existencia de aquel desprecio? No las conocemos a ciencia cierta; aunque
tanto se ha atribuido al hecho de que García Moreno le negó retornar al Oriente,
donde Rayo tenía negocios y muchas trafasías, y con lo cual perdió mucho
dinero. Ese rencor, según lo cuenta el historiador Wilfrido Loor, “fue aprovechado
por la masonería y políticos sin conciencia para llevarlo al crimen”.3 Esto tampoco
podemos comprobarlo.

En todo caso, conviene tomar en cuenta que Rayo nunca perdió la “amistad” con
García Moreno, a tal punto que la mañana del mismo día del crimen fue a la casa
de éste, invitado a conocer una hermosa silla de montar que le habían
obsequiado; conversando afablemente con él horas antes de caerle a
machetazos. Sin embargo, Rayo se encargaba de hablar mal de García Moreno,
por supuesto a sus espaldas, habiéndose llegado a escuchar a un testigo que:
“día ha de llegar que asesine a este bandido, por quien he sufrido tanto”.4

Sea como fuere, el complot para asesinarlo se había planificado desde meses
atrás, cuando Rayo se unió a otros enemigos de García Moreno, entre los que
se contaban Manuel Polanco, Gregorio Campuzano, Manuel Cornejo, Juana
Terrazas, Abelardo Moncayo, Roberto Andrade, y otros más, según consta en el
proceso judicial para descubrir autores, cómplices y encubridores del asesinato
del presidente. El plan al parecer se habría maquinado en casa de los hermanos
Bueno Landázuri. Quizá dicho complot fue justificable, pues la tiranía de García
Moreno se había vuelto insoportable; aunque el guión habría de cambiar, ya que
al principio sólo se lo quería secuestrar para provocar una revolución, pero primó
el criterio de Rayo de machetearlo.

Así, se acordó el asesinato para el 6 de agosto de 1875, primer viernes de mes.


Ese día, a las siete de la mañana, tal como nos cuenta su biógrafo Severo
Gomezjurado, García Moreno salió de su casa ubicada en la plaza de Santo
Domingo (donde hace algunos años funcionó el Ministerio de Educación),
caminó hasta la iglesia de Santo Domingo, comulgó y regresó a su hogar. En el
trayecto se encontró con Faustino Rayo, a quien lo invitó para mostrarle la
mencionada silla de montar. Durante el resto de la mañana terminó de escribir
su Mensaje, el cual debía leer el 10 de agosto ante el Congreso Nacional, y solo
3 Wilfrido Loor, García Moreno y sus asesinos, Quito, Editorial Ecuatoriana, 1966, p. 177.
4 Ibídem, p. 181.

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fue interrumpido por el cura franciscano José María Masiá, quien le advirtió que
Rayo lo quería asesinar. García Moreno no dio crédito a las palabras del fraile, y
hacia el mediodía almorzó en su casa.5

Alrededor de la una de la tarde salió acompañado solo de su edecán, el coronel


Manuel Pallares, y avanzó por la actual calle Guayaquil. Vestía terno negro, con
su acostumbrada y sobria elegancia; calaba sombrero de copa alta; y, empuñaba
su bastón y el Mensaje que había escrito horas antes. Cuando llegó a la
intersección con la calle Sucre, decidió tomarla, pasando por delante de una
cantina en la que Manuel Polanco y Abelardo Moncayo libaban licor. Estos, al
ver al presidente, sintieron miedo; pero sobreponiéndose a sus nervios,
abandonaron la cantina y salieron a observar si el mandatario iba o no derecho
al Palacio de Gobierno. Llegó hasta la casa de su pariente Rosario Ascásubi de
Alcázar (en el lugar donde antes funcionó el Banco Central) y saludó con sus
suegros, permaneciendo allí unos pocos minutos. Mientras tanto Polanco y
Moncayo, viendo que todavía tenían tiempo, regresaron a la taberna en el
momento en que Andrade y Cornejo se les habían juntado. Todos cuatro lucían
su mejor traje, color negro, y libaron un par de copas más.

Después de beber un refresco, García Moreno salió de casa de los Alcázar, y


con paso rápido y marcial se encaminó al palacio por la calle que más tarde
llevaría su nombre: García Moreno. Estaba sin el edecán, porque a última hora
le confió un asunto de correo. Al llegar a la Catedral, entró al templo y visitó al
Santísimo. Era la una y media de la tarde.

Faustino Rayo, que había estado de espaldas frente a La Compañía, lo había


seguido. También vestía muy elegante: pantalón negro, paletó plomizo y
sombrero de paño. Bajo el paletó ceñía un machete cuya hoja medía treinta y
cinco centímetros de largo y cinco de ancho, marca Collins, número 222; y se
situó en el comienzo de la escalinata del Palacio, junto a la pared. En aquel
entonces, la mencionada escalinata tenía trece gradas de piedras, sin ningún
descanso intermedio. Cerca de Rayo se había colocado Manuel Cornejo; y un
poco más allá, escalonados, Abelardo Moncayo y Roberto Andrade, quienes
ocultaban en los bolsillos sus revólveres. Manuel Polanco se hallaba cerca de la
Catedral, acariciando con una mano la barba, mientras Gregorio Campuzano se
había quedado en su casa. El resto de complotados habían decidido no asistir,
pues eran solamente conspiradores.

García Moreno salió de la Catedral; en las gradas saludó con la hermana del ex
presidente Javier Espinosa, y avanzó hacia el graderío del palacio, donde volvió
a saludar con Rayo. Cuando terminó de subir las trece gradas, el asesino se
lanzó a atacarlo a machetazos y descargó un violento tajo en la nuca del
mandatario, sin mucho éxito, porque solo cayó el sombrero al suelo. Aturdido
García Moreno recibió nuevos machetazos, mientras Rayo le profería la célebre
frase: “Muere, tirano”. Sin embargo, el criminal fue agarrado por detrás por un
joven mulato llamado Daniel Cortés, quien alcanzó a ver el crimen, gritando al
mismo tiempo: “¡Auxilio, auxilio!, ¡matan al presidente!”. Al ver que García
Moreno se les escapaba, los otros complotados corrieron a ayudar a Rayo,

5 Cfr. Severo Gomezjurado, 14 Machetazos y 6 Balazos, Quito, Edit. La Prensa Católica, 1961.

3
atajando por delante al mandatario y disparándolo. Rayo, a fuerza de sacudones,
logró zafarse de los brazos de Cortés, y de allí en adelante comenzó la
carnicería. Lanzó un nuevo tajo, mientras lo insultaba de “Tirano, facineroso,
ladronazo”. García Moreno retrocedió unos metros y sólo alcanzó a exclamar:
“Canallas”; dio media vuelta para ver a su sicario, quien nuevamente le asestó
un corte en la frente del gobernante, el cual alzó la mano derecha con el bastón
y el Mensaje, para defenderse.

Por su parte, el edecán Pallares, que recién asomaba, decidió correr a la puerta
de palacio a pedir que venga la guardia; aunque más tarde agarró el caído bastón
presidencial y empezó a dar de baquetazos al asesino. Mientras tanto, ya sin
fuerzas e intentando arrimarse a uno de los pilares de piedra, García Moreno
cayó a la calle desde el pretil de palacio. Mientras algunos pocos espectadores
que se iban congregando pedían ayuda para salvar al presidente, Rayo bajó
corriendo las gradas y continuó asestando machetazos contra el gobernante.
Una mujer, Margarita Carrera, de rodillas y llorando, suplicaba al asesino: “¡Por
Dios!, deje ya de machetear a nuestro presidente”. Pero todo fue inútil, pues a
cada tajo, el criminal le gritaba: “Muere, Tirano; muere, verdugo de la libertad;
muere, Jesuita con casaca”; a lo que García Moreno alcanzó a murmurar: “Dios
no muere”. Simultáneamente Cornejo y Andrade volvieron a disparar sus
revólveres, pero una bala impactó en el pie del mismo Faustino Rayo. Mientras
tanto lo seguían pateando e insultando al mandatario.

Viendo que del cuartel no había ningún pronunciamiento, a pesar de que había
conspiradores internos, Polanco, Andrade, Cornejo y Moncayo se dieron a la
fuga, cruzando el sitio de la pila de la Plaza Mayor. Rayo intentó también huir,
aunque cojeando. Fue el momento que salieron tres gendarmes, y uno de ellos
gritó: “¡Soldados!, cojan a ese asesino que va con machete y revólver”, “Maten
a ese bandido que ha matado al presidente”. El teniente Buitrón le flechó su
espada en la espalda del sicario, quien se desplomó de bruces implorando que
no lo maten. Fue tomado prisionero, pero un soldado negro, el sargento Manuel
López, quien curiosamente era compadre de Abelardo Moncayo, apuntó su fusil
y a boca de jarro le disparó a Rayo en el ojo derecho. Su líquido encefálico se
desparramó y murió instantáneamente; incluso antes que García Moreno. El
cadáver de Rayo –ya por la noche- fue arrastrado de los pies por las calles de la
ciudad, por unos indios zámbizas, y botado cerca de San Diego.6

Por su lado, el agonizante García Moreno, fue llevado a la Catedral, y recostado


sobre una estera a los pies de la Virgen de los Dolores. Allí fue atendido por el
cirujano Rafael Rodríguez Maldonado y por un cura agustino de apellido Pástor,
quien le impartió la absolución al presidente, el cual a los pocos segundos expiró.
Eran las dos y cuarto de la tarde. El mandatario, amado por muchos y odiado por
otros, había soportado antes de morir, catorce machetazos y seis balazos.

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6Para más datos sobre García Moreno, se puede revisar la obra de Severo Gomezjurado, Vida
de García Moreno, escrita en 13 tomos.

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