El Tráfico de Influencias
El Tráfico de Influencias
El Tráfico de Influencias
Si tuviéramos que inferir la realidad criminal de nuestro país a partir del número
de condenas por tráfico de influencias, deberíamos llegar a la conclusión de que
el favoritismo o amiguismo, de existir, no compromete la función pública de
modo esencial, o sólo lo hace en casos aislados de flaqueza personal ante
puntuales requerimientos de próximos o familiares. Sin embargo, a nadie se le
ocurre confundir la realidad criminal con la judicial; como tampoco pensar que
el único punto de debilidad de los funcionarios sean sus amigos o familiares. El
reconocimiento de una cifra negra o desconocida de delitos permite suponer que
existen más casos de los que reflejan las estadísticas policiales o judiciales; del
mismo modo que las conocidas relaciones entre la Administración y el poder
político o económico permiten plantear que, además de los amigos o familiares,
también acceden e influyen sobre los funcionarios aquellos de quienes depende
su promoción política o económica o con los que comparten un ideario o
programa de actuación común.
Desde estas premisas, la escasa o hasta anecdótica presencia judicial del delito
no puede considerarse fiel reflejo de su negada irrelevancia criminológica. El
problema radica en conocer las dimensiones de la cifra negra, por definición
inaprehensible, así como los criterios que explican porqué, de todas las
conductas prohibidas, sólo algunas acaban siendo objeto de condena penal.
Dejando de lado los factores sociales o materiales que puedan explicar cómo se
desarrolla el proceso de “selección delictiva”, en las páginas que siguen, me
limito a reflexionar acerca de los obstáculos que para la persecución del delito
pueden nacer de su misma configuración típica y que por ello pudieran estar
necesitados de una revisión legislativa que no tuvo lugar con su última
modificación por lo queda al margen de las presentes consideraciones el delito
de tráfico de influencias se encuentra regulado en el Título XVIII, Capítulo III,
Artículo 400° del Código Penal Peruano,.
II. II. SENTIDO Y REALIDAD APLICATIVA DE LA NORMA A LOS MÁS
DE VEINTE AÑOS DE SU INTRODUCCIÓN
Fueran cuales fueran las intenciones del legislador de la época, lo cierto es que,
muy tempranamente, con el “caso de Vladimiro Montesinos” - paradigma del
ejercicio de influencias-, se demostró claramente como funciona el tráfico de
influencias. De modo que, disipados los primeros temores de impunidad
sobrevenida, el problema que desde entonces se plantea es el relativo al
solapamiento normativo y la relación concursal que deba apreciarse entre
ambas tipicidades delictivas, por sus manifiestas coincidencias en aspectos
esenciales.
Otra cosa es si, en la práctica, los arts. 428 y 429 CP han servido para
castigar más supuestos que los abarcados por la inducción a la prevaricación,
sobre lo que se volverá en los siguientes apartados.
b. Las influencias “ineficaces”
Los arts. 428 y 429 permiten asimismo el castigo del ejercicio de influencias
ineficaces - es decir, que no consiguen provocar la resolución pretendida, lo
que es controvertido en la inducción a la prevaricación, respecto de la que
algunos autores admiten la tentativa.
Sin embargo, también aquí se perciben las dificultades aplicativas del tipo
analizado, pues en la práctica, en los supuestos en que no se llega a obtener
la resolución pretendida queda en entredicho su idoneidad lesiva,
dificultando la apreciación del delito, como más adelante se verá.
Recapitulación
Hasta aquí, el análisis jurídico positivo nos lleva a confirmar la existencia teórica de
ámbitos de punibilidad privativos del delito de tráfico de influencias, desde el inicio
apuntados por la doctrina.
Frente a tales posibilidades aplicativas, los más de veinte años transcurridos desde la
introducción del nuevo tipo hasta la fecha demuestran que ni se ha terminado con la
práctica que se quería combatir ni han proliferado las condenas por ese título.
Otra parte de la explicación, podría hallarse, pese a tener un teórico espacio propio, en
las dificultades aplicativas derivadas de la propia configuración del delito, pues por
imperativo del principio de legalidad y de las ulteriores reglas de interpretación, no
basta con una idea acertada, sino que es preciso traducirla en reglas jurídicas adecuadas,
y ese es el problema que creo que aqueja a este delito, como planteo a continuación.
En este punto, buena parte del problema probatorio radica en que, incluso ante la
presencia de testigos o grabación de las comunicaciones, los giros, expresiones y
tono empleados pueden ser los mismos para el hecho atípico de sugerir que para
el típico de presionar, pues la fuerza de convencimiento no depende sólo de lo
que se haya podido pronunciar, oír o grabar, sino también de su especial
significado para unos sujetos determinados y la especial receptividad y
sensibilidad de uno hacia los designios de otro.
En este contexto y ante la insuficiencia del mero dato de las conversaciones
previas, pueden adquirir especial relevancia otros hechos periféricos al delito,
como los preparativos del negocio con cuya segura obtención se cuenta (casos
“como el de Vladimiro Montesinos - Perú); o el previo cobro del precio de la
influencia.
VI. CONCLUSIÓN: UN TIPO PRESCINDIBLE
Los más de veinte años de experiencia aplicativa del delito de tráfico de influencias
muestran su escasa capacidad material para combatir conductas que vayan más allá
de la inducción a la prevaricación – así como otras conductas claramente desviadas
de la función pública como la malversación-, caracterizada por la existencia de una
relación directa entre influyente e influido y su traducción en una resolución
radicalmente injusta.
A los anteriores supuestos, debe añadirse otro igualmente distintivo del tráfico de
influencias y, como los anteriores, afectado también por problemas probatorios.
A la vista de todo ello, es difícil que el delito pueda desarrollar una función
efectivamente represiva del mercadeo de influencias que gira en torno a la
Administración pública, ni siquiera cuando éstas llega a ejercerse, más allá de los
supuestos que ya podía castigar la inducción a la prevaricación.