El Retrato Imperial
El Retrato Imperial
El Retrato Imperial
El retrato es otra de las formas del arte oficial. Casi siempre esculpido, refleja como es lógico la evolución estilística general, pero
también la imagen que el soberano quería dar de sí mismo. Así se explica la multiplicación de una misma obra y su difusión por
todo el mundo romano Se crea un modelo oficial para conmemorar un acontecimiento del reinado: instauración, aniversario,
nacimiento, victoria. Un artista de talento realiza un prototipo; se hacen copias para su distribución entre los artesanos de provincias,
que a su vez las reproducen, a menudo de forma mecánica y mediocre.
También existen retratos privados de emperadores, en los cuales los escultores tienen mayor libertad para la representación realista
de sus rasgos. Pero, en general, el soberano aparece idealizado: Augusto sereno e impasible, a salvo del desgaste de la edad; Nerón,
más romántico; Caracalla, tenso hasta la brutalidad.
En la Antigüedad tardía la imagen imperial sigue perdiendo realismo hasta perder contacto con su modelo. Cada vez se plantea
menos el problema del parecido físico; en cierta forma no se está representando la persona, sino la función. El retrato oficial
romano rara vez es un retrato absolutamente realista.
A la fisonomía del soberano se suman los elementos de su atuendo y los atributos que ostenta, sobre todo en el caso de las estatuas.
En efecto, puede aparecer representado de muy diversa guisa: como sacerdote, como jefe militar revestido de su coraza,
Tetrarcas, como ciudadano togado o incluso como héroe mitológico o como dios.
La influencia del retrato imperial sobre el retrato privado es evidente: las elites provincianas llenan de estatuas suyas los
monumentos locales, a imitación de la escultura oficial. Los particulares retoman de buen grado las modas adoptadas por el soberano
o su esposa, en especial los peinados. El retrato privado, por regla general, está sometido a menos restricciones; pero el objetivo es
siempre ofrecer una determinada imagen de la persona, cualquiera que sea su posición social. En Italia y muy particularmente en la
región de Roma, los libertos se hacen representar en sus relieves funerarios de acuerdo con normas artísticas muy precisas, destinadas
a poner de relieve su modesto ascenso social.
Se recordará que durante un largo período, bajo la República, sólo las familias patricias estaban autorizadas a tener retratos de
sus antepasados. Celosamente guardados en armarios, se exhibían solemnemente en las ceremonias. Sin embargo, el arte del retrato
no es una creación romana. Ya se había desarrollado en Grecia, particularmente en la época helenística y toda una corriente de la
escultura no está marcada por el recuerdo de los retratos de los sucesores de Alejandro, más preocupados, no obstante, por destacar
sus cualidades morales -reales o supuestas- que por lograr una verdadera semejanza. Otra corriente, a menudo considerada más
específicamente romana, acentúa las características físicas, incluso las desagradables, en especial las huellas de la edad. El
realismo, atenuado a veces por el idealismo heredado de la escultura helenística, también puede ser sólo aparente, como en la época
republicana, cuando se acentúan los rasgos -fisonomía huesuda e incluso descarnada, nariz y orejas muy marcadas, por ejemplo-
porque sirven para definir la imagen de sí misma que quiere ofrecer una parte de la clase dirigente romana: de hombres
apegados a la tierra, duros en el trabajo, con una rudeza física que es reflejo de su rigor moral. Una vez más se interpreta y,
en cierta medida, se deforma la realidad.
La extensión del arte romano al conjunto de la cuenca mediterránea establece un cierto equilibrio entre ambas corrientes: el
realismo apegado a la representación de la persona y una idealización que tiende a revelar, más allá de las apariencias, la vida
interior del sujeto, sus cualidades y defectos, e incluso los debates que tienen lugar en su conciencia.
La abundancia de esta producción indica un desarrollo considerable de los talleres de los escultores, desigual según las diversas
regiones del imperio. Un hecho que explica la falta de uniformidad, al margen de las grandes corrientes estilísticas cuya influencia se
hace sentir más o menos vivamente en todas partes. En un momento dado, por ejemplo, no será igual la ejecución de los retratos de
hombres que de los de mujeres o niños; asimismo se dan sensibles diferencias entre los talleres de Roma propia mente dicha o, e
términos más generales, de la parte occidental del imperio y los de Asia Menor o le Grecia. Los unos son más sensibles a la estructura
de una cabeza e intentan reproducir en mármol las líneas fundamentales de la misma; los otros, por el contrario, se centran más en el
tratamiento de las superficies: retratos de un mismo emperador realizados en Atenas y en Roma, semejantes en la re producción de
las facciones.
EL RETRATO ROMANO
Es en el retrato donde la escultura romana se diferencia claramente de la griega y adquiere rasgos propios. Para los romanos la
escultura, y dentro de ella el retrato, representa la expresión máxima del “realismo”. La misión del escultor romano no es crear
“formas” que representen la “belleza ideal”, como en el clasicismo griego, sino reproducir la naturaleza, la realidad. Frente a la
abstracción de tipos idealmente bellos y perfectos, los escultores romanos esculpen tipos concretos y exactos, a base de reproducir y
aceptar los defectos que la naturaleza y las huellas de la vida imprimen en las facciones del modelo. Cuando hace retratos o relieves
históricos no pretende lucir su maestría técnica sino honrar a las autoridades. Esto explica el anonimato de los artistas romanos y la
imposibilidad de estudiar su escultura desde la perspectiva individual de sus autores.
Este bagaje se plasma perfectamente en el retrato, que permite aflorar el gusto por la gloria terrena del mandatario o general romano.
CARACTERÍSTICAS
· Los romanos cultivaron el retrato en todas sus posibilidades: busto, de medio cuerpo, de cuerpo entero, cabeza, etc. y en cualquier
disposición: de pie, sedente, ecuestre. Este último caso se reserva para los emperadores.
· Los retratados son siempre los personajes más importantes de la sociedad romana, ya sean políticos o militares y, sobre todo, a los
emperadores, que serán retratados de diferentes formas.
· Los materiales empleados, la disposición, los pliegues de las ropas, etc. reflejan la influencia griega, pero los singulariza el
extraordinario realismo fisionómico del retratado (dureza de trazos y de expresión) y en su plena caracterización sicológica.
· Hasta el s. II se policromaban. Al imponerse la monocromía y quedar el globo ocular en blanco, se inicia la costumbre de rehundir
la pupila.
EVOLUCIÓN
ÉPOCA REPUBLICANA (hasta el s. I a de C.)
En esta primera etapa el retrato se hacía solo hasta el cuello, dando el máximo realce a la cabeza. Con posterioridad se fue ampliando
hasta alcanzar parte del busto. Estaban realizados en bronce o en piedra y se policromaba.
La mayoría de los artistas son griegos que trabajan siguiendo el gusto romano. Los personajes que se retratan son tanto privados
como públicos, mostrando una personalidad grave y serena. Son rostros enérgicos, fuertes y decididos, aunque cabe señalar que los
retratos públicos presentan cierta idealización. Se trata de un reconocimiento tácito de los méritos del retratado, de ahí la
individualización realista del personaje, la fidelidad al mismo.
En esta época también aparece el retrato femenino, reflejo de las modas de cada época y con gran interés por el peinado. Presenta las
mismas carcterísticas que el retrato masculino en lo que se refiere a la representación realista de la mujer.
En esta época el retrato, como toda la escultura romana, comienza a transformarse en un sentido anticlásico. El fino modelado
desaparece, la expresión del rostro se hace más intensa, pero se acentúa la simplicidad y el hieratismo. Desaparece el sentido de la
proporción y el gusto por el detalle. Deshumanización, monumentalidad y esquematización son los rasgos de esta época.
La obra presentará un aspecto arcaico y esquemático que entroncará con la estatuaria bizantina. El ejemplo más importante es la
monumental cabeza del emperador Constantino el Grande (principios del s. IV) de 2.6 metros, parte de una no menos monumental
escultura sedente del emperador que presidía la sala principal de la basílica de Majencio.