Los Espacios Vacíos Carmen Lyra
Los Espacios Vacíos Carmen Lyra
Los Espacios Vacíos Carmen Lyra
Carmen Lyra
Juan no dijo a nadie una palabra de lo que le pasara. Pero desde ese
día no volvió a caminar por sus propios pies, sino que andaba para
arriba y para abajo encajado en la carga de leña. Y cuando su madre
o sus hermanos le preguntaban, se hacía el sordo.
Sucedió que las hijas del rey venían de cuando en cuando a bañarse
en una poza que había cerca de la casa de ellos. Un día de tantos,
salió la menor en un vivo llanto del baño porque se le había caído en
el agua su sortija. A cada una de las niñas le había regalado el rey un
anillo nunca visto, y que se encomendara a Dios la que lo perdiera.
A la noche llegaron los dos vivos con el cuento de que el rey estaba
que se lo llevaba la trampa, porque la menor de las princesas había
perdido su sortija en la poza, y que Su Majestad había ofrecido que
aquel que la encontrara, sería el marido de su hija.
Pero el tonto armó un alboroto. El rey oyó y mandó a ver qué era
aquella samotana y al saberlo ordenó que lo dejaran pasar.
Y por ese camino siguió calmando a su hija, pero ella como si tal
cosa, no dejaba su llanto y sus sollozos, porque no hallaba cómo
casarse con aquel hombre tan infeliz. Y cuando recordaba que había
entrado en el salón sobre una carga de leña y que todos se
esmorecieron de la risa, sentía que se le asaba la cara de vergüenza.
Bueno, pues llegó el día del casorio, que sería a las doce del día en la
Catedral.
¡Ay, Dios mío, ¡Qué fue aquello! De pronto entra un príncipe muy
hermoso, la coge de una mano, se la lleva y la mete en una carroza
de plata. Sale la carroza que se quiebra para la Catedral y allí los casa
el señor Obispo. Vuelven al palacio y ¡qué bailes y qué fiestas!
La princesa no sabía si estaba dormida o despierta. Cuando comenzó
el baile, ella bailó con su marido y todo el mundo les hizo rueda, y
no tanto por admirarla a ella como a él. Las otras dos princesas que
se habían burlado antes del triste novio y de su carga de leña, estaban
ahora con su poquito de envidia y no hallaban en donde ponerlo. Y
todo el mundo: ¡ Juan arriba y Juan abajo!