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18 El Rey Pico de Tordo Autor Hermanos Grimm

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El Rey Pico de tordo

Hermanos Grimm

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Texto núm. 1226

Título: El Rey Pico de tordo


Autor: Hermanos Grimm
Etiquetas: Cuento infantil

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El Rey Pico de tordo
Tenía un rey una hija que era hermosa por encima de toda ponderación;
pero tan orgullosa y soberbia, que no encontraba ningún pretendiente de
su gusto: Uno tras otro, los rechazaba a todos y, encima, se burlaba de
ellos.

Un día, el Rey dispuso una gran fiesta e invitó a todos los mozos
casaderos de varias leguas a la redonda. Fueron colocados en fila, por
orden de rango: en primer lugar, los reyes; después, los duques, los
príncipes, los condes y barones, y, finalmente, los caballeros. Pasóles
revista la princesa, pero a cada uno tuvo algo que objetar. Éste era
demasiado gordo: «¡Vaya tonel», exclamaba. El segundo, demasiado
larguirucho: «Flaco y largo no tiene garbo». El tercero, demasiado bajo:
«Gordo y bajo, un estropajo». El cuarto, demasiado pálido: «¡Parece la
muerte!». El quinto, demasiado rojo: «¡Vaya gallo!». El sexto no era
bastante derecho: «Leña verde, secada detrás de la estufa». Y, así
sucesivamente, en todos descubría algún defecto. Pero de quien más se
burló fue de un bondadoso rey, que figuraba entre los primeros y cuya
barbilla era un poco saliente:

— ¡Ja, ja! — exclamó la princesa, soltando la carcajada —, éste tiene una


barbilla que parece el pico de un tordo.

Por lo que, en adelante, le dieron el sobrenombre de «Pico de tordo».

El viejo rey, empero, viendo que su hija no hacía sino mofarse de todos los
pretendientes y humillarlos, irritóse de tal manera que juró casar a su hija
con el primer mendigo que llegase a su puerta.

Al cabo de pocos días presentóse un organillero que, después de cantar al


pie de las ventanas, pidió limosna. Al enterarse el Rey, dijo:

— ¡Traedme a ese hombre!

Compareció ante él el pordiosero, todo sucio y harapiento, cantó ante el

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Rey y la princesa y, cuando hubo terminado, pidió una recompensa. Díjole
el Rey:

— Me ha gustado tanto tu canción, que voy a darte a mi hija por esposa.

¿Asustóse la princesa, pero el Rey le dijo:

— Juré casarte con el primer mendigo que se presentara, y voy a cumplir


mi juramento.

No valieron súplicas; fue llamado el cura, y la doncella hubo de contraer


matrimonio, quieras que no, con el organillero. Terminada la ceremonia,
dijo el Rey:

— No es propio que, siendo la mujer de un mendigo, sigas viviendo en mi


palacio. Vete, pues, con tu marido.

Marcháronse los recién casados, llevándola el mendigo de la mano y


caminando los dos a pie. Al pasar frente a un bosque, preguntó ella:

« — ¿De quién es este bosque tan hermoso?

— Del rey «Pico de tordo», que quiso ser tu esposo.

Si lo hubieses querido, ahora tuyo sería.

— ¡Ay, desdichada de mí!

¿Por qué a «Pico de tordo» no le dije que sí?».

Pasaron luego por un prado, y ella volvió a preguntar:

« — ¿De quién es este grande y verde prado?

— Del rey «Pico de tordo», a quien has despreciado.

Si lo hubieses querido, ahora tuyo sería.

— ¡Ay, desdichada de mí!

¿Por qué a «Pico de tordo» no le dije que sí?».

Y al llegar a una gran ciudad, preguntó ella de nuevo:

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« — ¿De quién es esta ciudad tan bella y populosa?

— Del rey «Pico de tordo», que te pidió por esposa.

Si lo hubieses querido, ahora tuya sería.

— ¡Ay, desdichada de mí!

¿Por qué a «Pico de tordo» no le dije que sí?».

— ¡Basta! — dijo en esto el mendigo. — No me gusta que estés siempre


deseando a otro hombre. ¿No soy yo bastante para ti?

Al fin, llegaron a una casa pequeñísima. Y ella preguntó:

«¡Santo Dios, vaya casita extraña!

¿De quién puede ser esta cabaña?».

Respondió el músico:

— Es mi casa y la tuya, donde viviremos.

La princesa hubo de inclinarse para franquear la puerta, tan baja era.

— ¿Dónde están los criados? — preguntó ella.

— ¿Criados? — replicóle el mendigo. — Tendrás que hacer tú lo que


quisieras que te hiciesen. Enciende fuego enseguida, pon agua a calentar
y prepara la comida. Yo estoy cansado.

Pero la hija del Rey no entendía de cocina, ni sabía cómo encender fuego,
y el mendigo no tuvo más remedio que intervenir para que las cosas
saliesen medio bien. Después de su parca comida fuéronse a dormir, y,
por la mañana, él la obligó a levantarse muy temprano, pues debía atender
a los quehaceres de la casa. Así vivieron unos días, consumiendo todas
sus provisiones, y entonces, dijo el hombre:

— Mujer, gastar y no ganar nada, no puede ser. Tendrás que trenzar


cestas.

Salió el hombre a cortar mimbres y los trajo a casa. La joven empezó a

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trenzarlos, pero eran duros y le lastimaban las delicadas manos.

— Bien veo que no sirves para esto — dijo el marido. — Mejor será que
hiles, tal vez lo hagas mejor.

Instalóse ella y se esforzó en hilar; pero la recia hebra no tardó en herirle


los dedos, haciendo brotar la sangre.

— Ya lo ves — díjole el hombre. — No sirves para ningún trabajo. ¡Mal


negocio he hecho contigo! Probaremos a montar un comercio de alfarería.
Irás al mercado a vender ollas y pucheros.

— ¡Dios mío! — pensó ella. — Si aciertan a pasar por el mercado gentes


del reino de mi padre y me ven allí sentada vendiendo cacharros, ¡cómo se
burlarán de mí!

Pero no hubo más remedio; o resignarse, o morirse de hambre. La primera


vez, la cosa fue bastante bien, pues la hermosura de la joven atraía a la
gente, que pagaba lo que ella pedía, e incluso algunos le dieron el dinero
sin llevarse la mercancía. El matrimonio vivió un tiempo de lo ganado, y, al
terminarse el dinero, el hombre se procuró otra partida de ollas y cazuelas.
Situóse la princesa en un ángulo de la plaza, y expuso los objetos a su
alrededor. De pronto acercóse a caballo un húsar borracho; iba al trote y,
metiéndose en medio de los cacharros, en un momento los redujo todos a
pedazos. Echóse la joven a llorar y, angustiada, no sabía que hacer.

— ¡Ay, qué será de mí! — exclamó. — ¡Qué va a decir mi marido!

Corrió a su casa y le explicó el percance.

— ¿A quién se le ocurre ponerse en el ángulo de la plaza con vasijas de


barro? — increpóla el marido. — Bueno, déjate de llorar, bien veo que no
sirves para ningún trabajo serio. He estado en el palacio de nuestro rey a
preguntar si necesitaban una asistenta de cocina, y me han prometido
ocuparte. Así te ganarás la comida.

Y ahí tenemos a la princesa convertida en asistenta de cocina, ayudando


al cocinero y encargándose de los trabajos más rudos. Se metió unos
pucheritos en los bolsillos, y en ellos guardaba lo que le daban de las
sobras, lo llevaba a su casa y de aquello comían los dos.

Corrió que debía celebrarse la boda del hijo mayor del Rey, y la pobre

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mujer, deseosa de presenciar la fiesta, se colocó en la puerta de la sala.
Cuando, ya encendidas las luces, empezaron a entrar los invitados — si
uno bellamente ataviado, el otro más, — ella, al ver tanta pompa y
magnificencia, acordóse, con amargura, de su suerte, y maldijo su orgullo
y soberbia, culpables de su humillación y miseria. De los manjares tan
apetitosos que eran traídos y llevados por los camareros, y cuyos aromas
llegaban hasta ella, los criados le arrojaban de vez en cuando unos
bocados, que la mujer guardaba en sus pucheritos, para llevarlos a casa.

Entró el Príncipe, vestido de terciopelo y seda, con cadenas de oro


alrededor del cuello, y, al ver a aquella hermosa mujer, de pie junto a la
puerta, tomóla de la mano para bailar con ella. Pero la princesa se resistió,
asustada, pues reconoció en el doncel al rey «Pico de tordo», su
ex—pretendiente, al que rechazara y ofendiera con sus burlas. De nada le
sirvió su resistencia, pues él la obligó a entrar en la sala. Rompiósele la
cinta con que ataba sus pucheros, y éstos cayeron al suelo,
desparramándose la sopa y demás viandas. Todos los presentes
Prorrumpieron en carcajadas y burlas, quedando ella avergonzada y
deseando que la tierra se abriese bajo sus pies. Corrió a la puerta para
huir, pero, en la escalera, un hombre la alcanzó y la obligó a retroceder. Al
mirarlo ella, encontróse de nuevo con el rey «Pico de tordo», el cual le dijo
afectuosamente:

— Nada temas; yo y el músico con quien has estado viviendo en la


cabaña, somos el mismo hombre. Por tu amor me disfracé así, y el húsar
que te rompió la mercancía fui también yo. Todo lo hice para humillar tu
orgullo y castigarte por tu soberbia, que te incitó a burlarte de mí.

La princesa, llorando amargamente, dijo:

— Fui muy injusta y no merezco ser tu esposa.

Pero él le replicó:

— Tranquilízate. Todo pasó, y ahora celebraremos nuestra boda.

Y las camareras entraron y le pusieron preciosos vestidos; vino su padre y


toda la Corte acudió a felicitarla por su casamiento con el rey «Pico de
tordo», y entonces sí que todo fueron fiestas y alegría. ¡Ojalá hubiésemos
estado tú y yo!

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Hermanos Grimm

Los Hermanos Grimm es el nombre usado para referirse a los escritores


Jacob Grimm (4 de enero de 1785, Hanau (Alemania) - Berlín, 20 de
septiembre de 1863) y Wilhelm Grimm (24 de febrero de 1786, Hanau - 16
de diciembre de 1859, Berlín). Fueron dos hermanos alemanes célebres
por sus cuentos para niños y también por su Diccionario alemán, las
Leyendas alemanas, la Gramática alemana, la Mitología alemana y los
Cuentos de la infancia y del hogar (1812-1815), lo que les ha valido ser
reconocidos como fundadores de la filología alemana. La ley de Grimm

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(1822) recibe su nombre de Jacob Grimm.

Jacob Grimm (1785-1863) y su hermano Wilhelm (1786-1859) nacieron en


la localidad alemana de Hanau (en Hesse). Criados en el seno de una
familia de la burguesía intelectual alemana, los tres hermanos Grimm (ya
que fueron tres, en realidad; el tercero, Ludwig, fue pintor y grabador) no
tardaron en hacerse notar por sus talentos: tenacidad, rigor y curiosidad en
Jacob, dotes artísticas y urbanidad en Wilhelm. A los 20 años de edad,
Jacob trabajaba como bibliotecario y Wilhelm como secretario de la
biblioteca. Antes de llegar a los 30 años, habían logrado sobresalir gracias
a sus publicaciones.

Fueron profesores universitarios en Kassel (1829 y 1839 respectivamente).


Siendo profesores de la Universidad de Gotinga, los despidieron en 1837
por protestar contra el rey Ernesto Augusto I de Hannover. Al año siguiente
fueron invitados por Federico Guillermo IV de Prusia a Berlín, donde
ejercieron como profesores en la Universidad Humboldt. Tras las
Revoluciones de 1848, Jacob fue miembro del Parlamento de Fráncfort.

La labor de los hermanos Grimm no se limitó a recopilar historias, sino que


se extendió también a la docencia y la investigación lingüística,
especialmente de la gramática comparada y la lingüística histórica. Sus
estudios de la lengua alemana son piezas importantes del posterior
desarrollo del estudio lingüístico (como la Ley de Grimm), aunque sus
teorías sobre el origen divino del lenguaje fueron rápidamente
desechadas.

Los textos se fueron adornando y, a veces, censurando de edición en


edición debido a su extrema dureza. Los Grimm se defendían de las
críticas argumentando que sus cuentos no estaban dirigidos a los niños.
Pero, para satisfacer las exigencias del público burgués, tuvieron que
cambiar varios detalles de los originales. Por ejemplo, la madre de Hansel
y Gretel pasó a ser una madrastra, porque el hecho de abandonar a los
niños en el bosque (cuyo significado simbólico no se reconoció) no
coincidía con la imagen tradicional de la madre de la época. También hubo
que cambiar o, mejor dicho, omitir alusiones sexuales explícitas.

Los autores recogieron algunos cuentos franceses gracias a Dorothea


Viehmann y a las familias Hassenflug y Wild (una hija de los Wild se
convertiría después en la esposa de Wilhelm). Pero para escribir un libro
de cuentos verdaderamente alemán, aquellos cuentos que llegaron de

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Francia a los países de habla alemana, como El gato con botas o Barba
Azul, tuvieron que eliminarse de las ediciones posteriores.

En 1812, los hermanos Grimm editaron el primer tomo de Cuentos para la


infancia y el hogar, en el cual publicaban su recopilación de cuentos, al
que siguió en 1814 su segundo tomo. Una tercera edición apareció en
1837 y la última edición supervisada por ellos, en 1857. Las primeras
colecciones se vendieron modestamente en Alemania, al principio apenas
unos cientos de ejemplares al año. Las primeras ediciones no estaban
dirigidas a un público infantil; en un principio los hermanos Grimm
rehusaron utilizar ilustraciones en sus libros y preferían las notas eruditas
a pie de página, que ocupaban casi tanto espacio como los cuentos
mismos. En sus inicios nunca se consideraron escritores para niños sino
folcloristas patrióticos. Alemania en la época de los hermanos Grimm
había sido invadida por los ejércitos de Napoleón, y el nuevo gobierno
pretendía suprimir la cultura local del viejo régimen de feudos y
principados de la Alemania de principios del siglo XIX.

Sería a partir de 1825 cuando alcanzarían mayores ventas, al conseguir la


publicación de la Kleine Ausgabe (Pequeña Edición) de 50 relatos con
ilustraciones fantásticas de su hermano Ludwig. Esta era una edición
condensada destinada para lectores infantiles. Entre 1825 y 1858 se
publicarían diez ediciones de esta Pequeña Edición.

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