Culpa
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ESTUDIOS
La responsabilidad penal médica por el hecho imprudente.
El error de diagnóstico. Jurisprudencia aplicable 1
1 Como primera parte se publicó en la revista La Ley Penal, número de febrero de 2007, el trabajo titulado
«Presupuestos de la responsabilidad sanitaria. Delitos sin producción de resultado lesivo en la actividad sanitaria».
Ambos son parte del realizado en el periodo de investigación en los estudios de Doctorado del autor en la Univer-
sidad de León, obteniendo el Certificado-Diploma de Estudios Avanzados, y se encuadra, entre otros, en el proyec-
to de investigación SEJ 2007-60312 (MEC, en parte con fondos FEDER), del que es investigador principal el Prof. Dr.
Miguel Díaz y García Conlledo, Catedrático de Derecho Penal.
ABREVIATURAS
Tipo objetivo
2
Delitos de denegación o abandono de asistencia sanitaria, de revelación de secretos, de intrusismo,
de exposición a radiaciones ionizantes, de suposición de parte, de falsedades documentales y de certificados,
etc.
3
Publicado en La Ley Penal, número de febrero de 2007.
4
No existen estadísticas oficiales en la Administración de Justicia específicas sobre procedimientos judi-
ciales de exigencia de responsabilidad legal por imprudencia médica. Según la página web http://elmundosalud.
elmundo.es/elmundosalud/ la Asociación del Defensor del Paciente (ADEPA) cifró en más de 12.000 las reclama-
ciones presentadas en 2006 por actos médicos, 367 más que en 2005, si bien no se distingue cuantas de estas
reclamaciones son en el ámbito penal, ni cuales de esas reclamaciones terminan con una sentencia de condena
firme.
5 En ese sentido la STS de 22 de enero de 1999 –EDJ 1999/96– sienta que: «Respecto al tipo subjetivo de un
delito de omisión imprudente viene constituido por el desconocimiento negligente de las circunstancias que funda-
mentaban su deber de actuar, desconocimiento que hubiese evitado el acusado si hubiera actuado diligentemente
y conforme al deber de cuidado que le incumbía. En consecuencia, habrá que apreciar imprudencia respecto de la
omisión cuando el omitente por negligencia, es decir, por no emplear el cuidado debido, no pudo tener conocimien-
to de la situación de hecho que generaba su deber de actuar.»
la terminología jurídica clásica 6 distingue cada uno de los conceptos con contenidos
diferentes 7.
b) La infracción de un deber objetivo de cuidado, factor normativo o externo
representado en normas de convivencia y experiencia tácitamente aconsejadas y
observadas en la vida social en evitación de perjuicios a terceros, o en normas espe-
cíficas reguladoras y de buen gobierno en determinadas actividades, hallándose en la
violación de tales principios o normas socioculturales o legales la raíz del elemento
de antijuridicidad detectable en las conductas culposas o imprudentes 8.
c) Originación de un daño 9, desvalorado, que el sujeto debía conocer como
previsible y prevenible y, desde luego, evitable, caso de haberse observado el deber
objetivo de cuidado que tenía impuesto y que, por serle exigible, debiera haber ob-
servado puntual e ineludiblemente.
d) Adecuada relación de causalidad entre el proceder descuidado e inobser-
vante o acto inicial conculcador del deber objetivo de cuidado y el mal resultado
antijurídico sobrevenido, lo que supone la traducción del peligro potencial entrevisto
o que debió preverse, en una consecuencia real 10.
6
Esta distinción ha sido desarrollada especialmente por la doctrina italiana para la responsabilidad penal
médica, en autores como como CRESPI en su obra «La responsabilità penale nel trattamento meedico-chirurgico con
esito infausto», p. 103 y ss. Y por R. PANNAIN en «La colpa professionale dell’esercente l’arte sanitaria» en RIDP, 1995,
pp. 33 y ss.
7
Y así se califica como imprudente el supuesto de extralimitación del riesgo permitido, como negligente el
de falta de atención suficiente y de impericia cuando hay falta de conocimientos o de habilidad para su aplicación.
8
En este sentido las SSTS de 24 de noviembre de 1989 –EDJ 1989/10524– y de 29 febrero –1992 EDJ
1992/19534– mantienen: «Reiterada doctrina de esta Sala establece los requisitos que la imprudencia ha de reunir
para ser penalmente relevante:…..3.º.– Un factor normativo que consiste en la infracción de un deber objetivo de
cuidado en el cumplimiento de reglas sociales establecidas para la protección de bienes social o individualmente
valorados, y que es la base de la antijuridicidad de la conducta imprudente.».
Por su parte la STS de 14 de septiembre de 1990 –1990/8253– describe así el requisito: «Factor normativo o
externo, representado por la infracción del deber objetivo de cuidado, traducido en normas convivenciales y expe-
rienciales tácitamente aconsejadas y observadas en la vida social en evitación de perjuicios a terceros, o en normas
específicas reguladoras y de buen gobierno de determinadas actividades que, por fuer de su incidencia social, han
merecido una normativa reglamentaria o de otra índole, en cuyo escrupuloso atendimiento cifra la comunidad la
conjuración del peligro dimanante de las dedicaciones referidas; hallándose en la violación de tales principios o
normas socioculturales o legales, la raiz del elemento de antijuridicidad detectable en las conductas culposas o
imprudentes, al provocarse la violación de las susodichas normas, exigentes en el deber de actuar de una forma
determinada erigida en regla rectora de un sector actuacional».
9
Como sostiene la STS de 13 de febrero de 1997 –EDJ 1997/213–, «Aparece así una diferencia entre las
infracciones dolosas y las imprudentes, no sólo en el orden a la diferente forma de culpabilidad, sino en que aquellas
admiten una imperfección o deficiencia del resultado querido, al paso que ello resulta inconcebible en los delitos
culposos, en los que tan sólo existe infracción punible cuando se ha producido el resultado lesivo o dañoso y en
concreto en el ámbito médico-sanitario precisa un resultado de muerte o de lesiones», insistiendo dicha sentencia
en la necesidad de un resultado material al sentar «Por tanto, no es suficiente con una conducta imprudente, se
precisa además la producción de un resultado material perjudicial, pues se trata de un delito de resultado mate-
rial.»
10 La STS de 27 de diciembre de 2005 –EDJ 2005/237415– se refiere a este requisito como «d) Existencia
de una relación de causalidad incuestionable entre la conducta negligente o descuidada y el resultado producido.»
Descartó dicha relación de causalidad la SAP de las Islas Baleares, Secc. 1.ª, de fecha 3 de marzo de 1999
–ARP 1999\1207– en este fundamento de derecho: «Cuarto.– Si ni siquiera con lo actuado puede sostenerse un
error de diagnóstico (y, con mayor razón, penalmente relevante); tampoco una intervención quirúrgica alejada
de la lex artis, ni un postoperatorio con pautas de prescripción faltas de razonabilidad conforme a la especialidad
médica ad hoc, francamente se ignora cómo construir, sobre lo anterior, el delito imprudente, al ser imposible
conectar el resultado con una conducta descuidada entendida en términos jurídico-penales, incluso por lo que
atañe a la segunda intervención quirúrgica, necesaria para corregir la incidencia suscitada, sin extenderse a otras
contingencias hipotéticamente derivadas de esa falta de atención personal del doctor B. a raíz de emprender
viaje al extranjero, sin que además conste que, una vez salido el taco óseo, aumentara la complicación misma,
por el simple transcurso del tiempo hasta que Victoria A. fue reintervenida, en operación llevada a cabo dentro
del lapso temporal aconsejable (15-30 días, informaron los peritos) para proceder a nuevo anclaje del injerto
óseo.».
11
La relación de causalidad es el eje de la SAP de Guipúzcoa, Secc. 2.ª, de fecha 17 de diciembre de 1998
–ARP 1998\5994–, con un resultado negativo de su existencia que se argumenta así: «En relación a la causalidad
entre la conducta imprudente y el resultado dañoso el Tribunal Supremo ha sentado la doctrina de que ha de ser
«directa, completa e inmediata» para que la responsabilidad penal sea determinante, es decir se debe demostrar que
el resultado dañoso se hubiera podido evitar con otra conducta. Para ello nos remitimos al informe del Médico Fo-
rense cuando dice: No siempre puede evitarse la muerte en estos casos, pero el diagnóstico precoz y el inicio de
medidas terapéuticas de forma inmediata puede evitar este resultado, no dice que se hubiera evitado, lo que nos
lleva a la conclusión de que un diagnóstico precoz evite la muerte.».
La Sentencia de fecha 29 octubre 1994 (RJ 1994\8333) del Tribunal Supremo, Sala de lo Penal, siendo Ponen-
te don Enrique Ruiz Vadillo ha sentado doctrina cuanto dice que «La negligencia probada en la actitud de un profe-
sional no es condenable penalmente si el daño es inevitable». El Tribunal Supremo exige que la relación de causa-
lidad entre la conducta imprudente y el resultado dañoso ha de ser «directa, completa e inmediata» para que la
responsabilidad penal sea determinante. En la citada sentencia se estudia el caso de una joven que ingresa en el
hospital tras haber sufrido un accidente de motocicleta. La herida fue atendida por el Servicio de Urgencias en un
primer momento, pero no volvió a ser reconocida por ningún médico durante las cuarenta horas siguientes, pese a
sus reiteradas quejas acerca de los dolores que tenía al ATS de servicio, quien se limitó a suministrarle analgésicos,
finalmente una enfermera apreció la gravedad del estado de su pierna y se dispuso a avisar al médico, quien diag-
nosticó una gangrena gaseosa, siéndole practicada una intervención con resultado de amputación de la pierna. El
Tribunal Supremo estima que hubo negligencia por parte de los médicos del servicio, pero que no se puede demos-
trar que el resultado dañoso, la amputación de la pierna, se hubiera podido evitar con una conducta de los médicos
diferente.
La Sala de lo Civil del Tribunal Supremo en Sentencia de fecha 5 diciembre 1994 (RJ 1994\9409) perfila la
doctrina más consolidada de que el error de diagnóstico, por sí solo, no constituye una imprudencia a no ser que
vaya ligado a una acción negligente y que objetivamente produzca daño. En la Sentencia de fecha 29 febrero 1995
nuevamente sienta la doctrina de que el error de diagnóstico no es delito. Inclusive la Audiencia Provincial de León
en Sentencia de fecha 12 noviembre 1997, dictada en recurso 2010/1997, anula la condena de tres médicos por
error de diagnóstico al concretar que no conlleva responsabilidad penal y concluye «otra cosa será la valoración que
se pueda hacer en otro orden jurisdiccional»; concluimos con la ya citada Sentencia de fecha 29 octubre 1994 del
Tribunal Supremo, Sala de lo Penal cuando dice «La negligencia probada de un profesional médico no es condena-
ble penalmente si el daño es inevitable», se debe demostrar que el resultado dañoso se hubiera podido evitar con
una conducta médica diferente. No quedando acreditado que exista relación de causalidad entre la conducta enjui-
ciada y el resultado producido, que es uno de los requisitos típicos e imprescindibles de la imprudencia, procede
estimar el recurso y revocar la sentencia recurrida en cuanto a los tres médicos denunciados.»
12 La doctrina dominante (por todos LUZON PEÑA, EPB, 2002, V. Imputación objetiva, pp. 800 y ss), y la juris-
prudencia (a partir de la STS de 20 de mayo de 1981 –EDJ 1981/4520–, siendo un ejemplo la STS de 13 de febrero
de 1997 –EDJ 1997/213-), considera que la atribución jurídica de un resultado a la acción (o en su caso a la comisión
por omisión u omisión impropia) es un requisito implícito en el tipo para que se produzca, en el caso de la impru-
dencia, su existencia como infracción penal.
La mencionada STS 205/1997 se expresa así: «Pero, en todo caso, según la más moderna doctrina científico-
penal el delito imprudente en la actividad sanitaria exige en la estructura de su tipo: a) La inobservancia de los deberes
objetivos de cuidado que impone la concreta actividad. b) La producción de muerte o lesiones. c) Una relación de
causa a efecto entre la conducta del agente y el resultado dañoso producido. d) Imputación objetiva del resultado.»
La doctrina, por su parte, considera que la atribución jurídica de un resultado a la acción (o en su caso a la
comisión por omisión u omisión impropia) es un requisito implícito en el tipo para que se produzca la consumación
de la infracción penal. Es preciso, para ello, que exista, en los delitos de acción (no la habrá obviamente en los de
Tipo subjetivo.
El primer requisito del tipo subjetivo es la intervención voluntaria del autor 13, pero
no intencional o maliciosa, debiendo estar ausente en ella todo dolo directo o eventual 14. El
segundo sería el conocimiento por el autor del peligro concreto y actuación pese a tal cono-
cimiento, confiando de forma mínimamente fundada en la no producción del resultado 15.
omisión pues una omisión no puede causar materialmente un resultado) una previa relación de causalidad material
o naturalística entre ambos, tras la cual podrá imputarse este en términos normativos. La imputación objetiva pre-
tende que el resultado pueda atribuirse a la acción jurídicamente, desde un punto teleológico o valorativo para
poder afirmarse que el resultado es obra de la acción, de su peligrosidad, y no obra o producto del azar. Para ello se
precisa que la conducta cree un riesgo penalmente relevante, que la producción del resultado sea la producción del
riesgo, y que encaje en el fin de protección o de evitación de la norma, es decir, que no vaya más allá de la ratio
legis, requisitos que implican una respuesta positiva sucesiva a la concurrencia de los siguientes criterios:
- La adecuación de la acción. La acción, dolosa o imprudente, ha de ser adecuada en sí misma para producir
ese resultado, lo que significa que, ex ante, de forma general y para el hombre medio, es objetiva y normalmente
previsible que se pueda derivar el resultado típico de la misma (previsibilidad objetiva del resultado). La acción, por
consiguiente, constituye una creación de riesgo penalmente relevante, peligrosa a efectos del tipo. No lo será, pe.,
en el caso de quien convence a otro para que vaya al cine esperando que haya un incendio y muera.
- Adecuación del curso causal. El curso causal que produce el concreto resultado ha de ser, también ex ante,
adecuado. No lo será en el supuesto en que, pe., el herido de forma imprudente en un siniestro de tráfico, muere al
despeñarse la ambulancia.
- Fin de protección de la norma. Es necesario que el resultado concretamente causado encaje en el fin de
protección o evitación de la norma porque coincida con el tipo de causación de resultado que precisamente pre-
tende evitar la norma prohibitiva directa o la norma de cuidado infringida. Este es un criterio amplio en el que,
además de fundamentarse el criterio posterior de la realización del peligro inherente a la acción, puede excluir la
imputación objetiva de otros resultados no coincidentes con tal fin, como sería el caso de los segundos daños (pe.
un choque de vehículos contra los que están ya parados por una colisión precedente), o los resultados sobrevenidos
muy posteriormente o diferidos (pe. muerte producida por unas heridas tras muchos años) o, finalmente, el favore-
cimiento de una autopuesta en peligro o heteropuesta en peligro consentida.
– Realización del peligro inherente a la acción. Relacionado con el criterio anterior, con éste se pretende que el
resultado suponga la realización del peligro inherente a la acción. Se excluirá la imputación objetiva en los supues-
tos de cursos causales anómalos o irregulares, o en el caso de error sobre el curso causal por desviación o por
causalidad adelantada, o los de causalidad cumulativa. Sí A hiere a B en una zona alejada y una primera cura logra
evitar la muerte, pero la herida se infecta y B muere, no se cumplirá el requisito tratado. Tampoco se realizará el
peligro típico si la víctima agredida sufre un infarto por la conmoción o impresión por la agresión. Sí se cumple el
requisito si se realiza otro peligro inherente a la acción, no principal pero previsible (imprudencia) o pensado y
aceptado (dolo) por el autor, y que la norma también protege de forma secundaria, pe. la persona que es arrojada,
para matarla, desde un puente al río para que se ahogue y se muere de un golpe contra un pilar del puente; o quien
muere del tétanos que le produce el cuchillo sucio con el que es herido. También se cumpliría en los casos de dolus
generalis, como cuando A cree haber matado a B y en realidad muere cuando despeña lo que creía que era ya su
cadáver.
No será requisito de la imputación objetiva, para un sector doctrinal (LUZON PEÑA en obra cit.), que se cree un
riesgo jurídicamente desaprobado, pues si el riesgo es jurídicamente permitido, estamos ante una causa de justifica-
ción que excluye la antijuricidad y con ello el tipo total de injusto, pero la conducta cumplía las exigencias de im-
putación objetiva en la parte positiva del tipo. Tampoco considera este autor criterio aceptable el del incremento de
riesgo, que propuso ROXIN para resolver los cursos causales hipotéticos, pues pueden solucionarse con el criterio
de la realización del peligro inherente a la acción.
13 Si bien hablar de autor en la imprudencia es discutido en doctrina y jurisprudencia, siguiendo a DÍAZ y
GARCÍA-CONLLEDO en su obra «la autoría en derecho penal» ha de defenderse dicha categoría, aunque la participación
en el delito imprudente sea impune, y lo ha de ser pues no toda contribución causal al resultado debe considerarse
autoría sino sólo la de quien determina objetivamente el hecho por tener en sus manos la determinación del curso de
los acontecimientos, pues el mero favorecimiento de la producción del resultado es irrelevante a efecetos penales.
14 Requisito reiterado en múltiples resoluciones del TS como las SS de fechas 17 de septiembre de 1992 –EDJ
1992/11362–, de 24 de mayo de 1991 –EDJ/5475–, de 28 de diciembre de 1990 –EDJ 1990/12.099–, de 14 de
septiembre de 1990 –EDJ 1990/8253– y 22 de mayo de 1989 –EDJ 1989/5268–.
15 Estaríamos ante la llamada culpa consciente, frente a la culpa inconsciente, en la que el autor desconoce,
pese a la posibilidad y deber de conocer, por lo que no lo incorpora a su proceso de decisión. Como mantiene
RODRÍGUEZ MONTAÑÉS, T. (Enciclopedia Penal Basica, 2002, V. Imprudencia, p. 796) sólo en el caso de la imprudencia
consciente, en el que existe un desvalor subjetivo de la acción, se puede hablar estrictamente de tipo subjetivo del
injusto pues sólo en él se puede hablar de la existencia de un desvalor subjetivo de la acción.
16
Siguiendo a LUZON PEÑA/MIR PUIG en «Cuestiones actuales de la teoría del delito», Mac-Graw-Hill, Madrid,
1999, la peculiaridad de los tipos abiertos es que se trata de supuestos en los que está invertida la relación regla-
excepción que normalmente se presenta en los tipos delictivos, según la cual la regla es que la realización del tipo
(positivo o estricto) supondrá una perturbación antijurídica de bienes jurídicos (y por eso el tipo positivo supone un
indicio de antijuridicidad que sólo se confirma si se da el tipo total de injusto, incluyendo la parte negativa), mientras
que la excepción será que causas de justificación autoricen tal perturbación y eliminen su carácter de antijurídica.
En los tipos abiertos, en cambio, sucede que la regla es que la realización de los restantes elementos del tipo posi-
tivo no supone todavía una perturbación antijurídica de bienes jurídicos, o incluso no afecta a bienes jurídicos, sino
que sea un conducta normal, mentras que la excepción (cualitativa, no forzosamente cuantitativa) es que le añada
alguna infracción adicional de normas –el elementos de valoración global del hecho, en este caso el comportamien-
to imprudente– que producirá que la conducta suponga una perturbación desvalorada y prohibida de bienes jurídi-
cos.
Los anteriores eran criterios que valoran objetivamente la conducta. Pero también
se puede hacer una valoración subjetiva de la conducta que atiende a la capacidad
individual del autor, es decir, al nivel de conocimientos, previsibilidad y experiencia
del sujeto, que puede ser de conocimientos inferiores o superiores.
La doctrina mayoritaria 17 considera que la postura correcta es basar la institución
en un concepto objetivo del deber de cuidado matizado por los superiores conoci-
mientos del autor. No se considerarían, por tanto, los inferiores conocimientos con-
cretos del autor. Serán relevantes, en su caso, en la culpabilidad (aplicación de alguna
eximente por su estado mental, intoxicación, etc.).
17
Así se expresa RODRÍGUEZA MONTAÑES en la Enciclopedia Penal Basica, 2002, V. Imprudencia, p. 794.
dente a «poder saber y poder evitar», y así es que el comportamiento imprudente sólo
podrá tener consideración criminal y entrar en la esfera del castigo penal cuando la
intensidad de la infracción del deber de cuidado, por la previsibilidad y evitabilidad
del daño, sea de tal intensidad, sea tan reprochable, que el comportamiento impru-
dente no sea merecedor solamente del resarcimiento del daño sino que precise una
consecuencia de castigo, una pena, en prevención especial y general.
Como es fácil advertir, no se asienta la diferenciación de los grados de la culpa
en cánones técnicos objetivos abstractos lo suficientemente seguros, sino en un ámbito
valorativo y relativo basado en las circunstancias del caso concreto, con lo que serán
los tribunales los que, en cada caso concreto y con arreglo a sus circunstancias, habrán
de graduar la gravedad del comportamiento culposo 18. Cierto es que ello conlleva el
peligro de soluciones de los tribunales posiblemente contradictorias y desiguales 19,
sobre todo en esta materia que difícilmente llega al recurso de casación 20, algo difí-
cilmente evitable al no ser posible fijar unos parámetros claros y generales que eviten
la necesidad de estar al caso concreto.
Dentro de la esfera penal, la culpa también adopta distinto nivel de relevancia
según que, en términos del Código Penal de 1995, sea leve o grave. Será grave cuando
la previsibilidad del evento sea notoria y esté acompañada de una omisión de las más
elementales precauciones, a lo que habrá que añadir la importancia y evidencia de la
norma de cuidado infringida, el alto grado de peligrosidad y de desprecio que revela
la conducta. La imprudencia grave se sitúa, dentro de la escala jerárquica de las ac-
tuaciones culposas, en la cúspide de intensidad, correspondiendo su apreciación al
órgano judicial en correspondencia con los datos más significativos y reveladores de
la causa generadora de riesgo, su racionalidad y previsibilidad, su potencialidad pe-
ligrosa y probabilidades de desencadenamiento del damnum, sin dejar de ponderar
adecuadamente la mayor o menor entidad de las omisiones espirituales o fallos psi-
cológicos acusables en el agente 21. La culpa leve supone una sensible disminución
18
Esta dificultad es señalada por la STS de 22 de abril de 1988 –EDJ 1988/3299–, que requería a las Salas
de instancia un esfuerzo especial en la determinación de los hechos probados para fundamentar la calificación de
grave –con el anterior Código Penal temeraria– o leve. Así se refería la sentencia a esta cuestión: «La diferenciación
entre la impericia o negligencia profesional –inciso primero del párrafo quinto del artículo 565 del Código Penal la
imprudencia temeraria – párrafo primero del citado precepto– la imprudencia simple con infracción de Reglamentos
–párrafo segundo del mismo artículo y la simple o leve imprudencia o negligencia sin infracción reglamentaria –núm.
3.º del artículo 586 M mencionado Código Penal–, aunque existan matices diversificadores y parezca tajante y fácil
de detectar y de obtener, no es siempre posible puesto que el deslinde, entre unas figuras culposas y otras de la
misma naturaleza, es en ocasiones sumamente dificultoso, dado que los límites, entre unas y otras, son tenues y no
acentuadamente acusados, dependiendo, la calificación certera, de las circunstancias concurrentes, especialmente,
de las de ,lugar tiempo, ocasión y modo, siendo preciso, gracias a ello, que las Audiencias, no pequen de una exce-
siva sobriedad al narrar o describir lo sucedido, sino que, en el factum de sus sentencias, no regateen, ni escatimen,
datos o pormenores, sino que lo redacten minuciosamente y con toda la prolijidad posible, facilitando, de ese modo,
y haciendo fundada y comprensible, la delimitación, así como la calificación más certera y atinada.»
19 Así lo pone de manifiesto VENTAS SASTRE en su aportación a la obra «Estudios Jurídico-Penales sobre gené-
tica y biomedicina», libro homenaje al Prof. Sr. D. Ferrando Mantovani, Dykinson, Madrid, 2005, p. 323.
20 Téngase en cuenta que las imprudencias, por la pena, no superan los cinco años de prisión (la impruden-
cia grave con resultado de muerte está castigada con pena de hasta 4 años de prisión en el artículo 142 del Código
Penal), con lo que se tramitan las causas como procedimiento abreviado que juzga el Juez de lo Penal (art. 14.3 en
relación al art. 757 de la Lecrim) y contra su sentencia cabe recurso de apelación ante la Audiencia Provincial y no
recurso de casación ante el Tribunal Supremo.
21 SS TS de 4 de febrero de 1993 –EDJ 1993/938– y de 14 de febrero de 1997 –EDJ 1997/928–. Por su parte
la STS de 14 de septiembre de 1990 –1990/8253– describe la culpa grave en la forma siguiente: «La diversas especies
de culpas que, articuladas en varios tipos, representan una escala jerárquica en cuya cúspide estructural, como la
más grave de las infracciones, figura la imprudencia temeraria (grave para el nuevo Código Penal de 1995), supo-
niendo la misma la eliminación de la atención más absoluta, la inadopción de los cuidados más elementales o ru-
de la intensidad de tales elementos de modo que, aun sin dejar de constituir un com-
portamiento reprochable hasta el punto de merecer el castigo punitivo, la peligrosidad
es escasa y el sujeto adoptó algún tipo de medida protectora 22.
dimentarios exigidos por la vida de relación, suficientes para impedir o contener el desencadenamiento de resultados
dañosos previsibles, infringiéndose deberes fundamentales que atañen a la convivencia y a principios transidos de
alteridad; en tanto que en la imprudencia simple se acusa la omisión de la atención normal o debida en relación
con los factores circunstanciales de todo orden que definen y contornean el supuesto concreto, representando la
infracción de un deber de cuidado de pequeño alcance, aproximándose, sin alcanzarla, a la cota exigida habitualmente
en la vida social. Debiendo proceder el órgano judicial, en delicada labor valorativa ex pos facto, al cuidadoso análisis
de los básicos elementos constitutivos de la culpa penal, a la mayor o menor gravedad del fallo psicológico padecido, a
la cualidad e intensidad de la desatención, en función del riesgo desencadenado con la torpe actuación; asimismo a la
entidad del deber objetivo de cuidado omitivo, medida determinada en atención a las generales circunstancias cognosci-
bles por el ciudadano medio y por el infractor en concreto y a las reglas experienciales o reglamentadas que marcan la
pauta de procedencia en el obrar del sujeto, saberes ontológico y gnoseológico cuya referencia es precisa para el adecua-
do juicio de culpabilidad.». Respecto a la culpa leve se refiere a ella, con o sin reglamentos –diferenciación desaparecida
con el Código Penal de 1995– como «la desatención normal o debida, representando la infracción de un deber de cui-
dado de pequeño alcance, aproximándose, sin alcanzarla, a la cota exigida habitualmente en la vida social».
En el mismo sentido la STS de 10 de octubre de 1998 – EDJ 1998/25289– sostiene: «Las nuevas categorías
legales de imprudencia grave y leve han de ser puestas en relación con la entidad de la infracción del deber objeti-
vo de cuidado que constituye la idea vertebral del concepto de imprudencia, ya que el tipo del injusto culposo se
estructura sobre el elemento normativo de la infracción de una norma de cuidado, por otra parte el texto vigente
elude toda referencia a la infracción de reglamentos en la fijación de los criterios legales de la imprudencia lo que
ha sido saludado positivamente por la doctrina en la medida que las previsiones reglamentarias pueden no corres-
ponderse per se con las normas de cuidado como ya había puesto de manifiesto la doctrina jurisprudencial. Esta
evidente simplificación en relación a la situación legal del anterior Código donde se distinguían tres tipos de impru-
dencia, una imprudencia temeraria, simple con infracción de reglamentos y simple sin infracción de reglamentos,
amen del sistema de numerus apertus permite constatar, de un lado una terminología más comprensible y por ello
más próxima al ciudadano, pero de otro es preciso una nueva interpretación que llene de contenido las dos nuevas
categorías en relación a la calificación del trimembre anterior.»
22
La SAP de Toledo, Secc. 1.ª, de fecha 16 de diciembre de 1999 –ARP 1999/4751–, en relación con la
diferenciación del Código Penal anterior al actual de 1995, expresa así el concepto de imprudencia leve (antes
simple): «Finalmente en el último peldaño de la escala gradual respectiva se situa la imprudencia simple con o sin
infracción de reglamento. La característica que mejor define a esta última reside en la nota de su «levedad» en
función de la menor previsibilidad y evitabilidad de la situación de riesgo o de la menor falta de diligencia en la
actividad o acción que constituye la dinámica delictiva. De este modo, la imprudencia simple constitutiva de falta
estará representada por «la omisión de la atención normal o debida, en relación con los factores circunstanciales de
todo orden que definen el supuesto concreto, representando la infracción de un deber de cuidado de pequeño al-
cance, aproximándose, sin alcanzarla, a la cota exigida habitualmente en la vida social; las omisiones acusables en
el supuesto de la más liviana de las imprudencias apuntan hacia la cautela, prudencia o precauciones propias de las
personas más cuidadosas, diligentes y previsoras» (STS del 9-5-1988 [RJ 1988/3515]).»
23
Dicho principio se refiere a lo que se denominan también injustos-bagatela, y significa que no pueden ser
penalmente típicas acciones que, aunque en princpio encajen formalmente en una descripción típica penal y con-
tengan algún desvalor jurídico, o sea, que no estén justificadas y no sean plenamente lícitas, sin embargo en el caso
concreto el grado de injusto es mínimo e insignificante.
24
Téngase en cuenta que el derecho penal está informado por el principio de proporcionalidad (o prohibi-
ción del exceso), que conlleva una limitación del ius puniendi del Estado por imperio del principio de intervención
mínima. El juego de este principio se manifiesta en dos sub-principios esenciales que son, por un lado el carácter
fragmentario del Derecho penal, en cuanto a que la sanción penal no tiene que extenderse a todas las infracciones y
a proteger todos los bienes jurídicos, sino sólo a los más dignos de protección, susceptibles de ella y que estén más
necesitados de ella, y sólo interviene ante los ataques más graves e intolerables, y en segundo lugar el carácter subsi-
diario, es decir, el Derecho penal solo debe intervenir donde el orden jurídico no puede protegerse por medios menos
gravosos que la pena. Sólo interviene, pues, cuando los otros medios jurídicos no penales han fracasado en la tutela.
25
En este sentido, la STS de 10 de octubre de 1998 –EDJ 1998/25289– mantiene «Desde la realidad del
artículo 12 del vigente Código y de su significación como divisa del cambio que ha tenido en nuestro Ordenamien-
to Jurídico la severa limitación de la incriminación de la imprudencia puede afirmarse que la vigente categoría de
imprudencia grave, vendría a corresponderse con la imprudencia temeraria es decir, con la más grave de la infracción
de los deberes objetivos de cuidado, en tanto que la imprudencia leve habría que referirla a la anterior imprudencia
simple, que en la modalidad de simple sin infracción de reglamentos –equivalente a la antigua culpa levísima–,
prácticamente habría que estimarla situada extramuros del sistema penal y alojada dentro del ordenamiento civil
como respuesta más acorde con el principio de intervención mínima y con la existencia de un Código Penal en
garantía de unos bienes jurídicos en sentido propio que no se avienen a una instrumentalización del sistema de
justicia penal con una única finalidad reparadora o indemnizatoria, la que puede y debe tener su tutela dentro del
sistema de justicia civil.»
26
Así lo considera la SAP de las Islas Baleares, Secc. 2.ª, de fecha 26 de octubre de 1998 cuando razona:
»No existe, pues en este caso, eliminación de la más absoluta atención, ni omisión de la diligencia en que no
hubiera incurrido el menos precavido profesional de la misma especialidad, ni dejación en adoptar los cuidados
más elementales en supuestos similares, sino que realizó los suficientes a tenor de las anteriores consideraciones
y de que el desencadenamiento de resultado fatal, aun no previsible, ya desde el ingreso se intentó contener con
los medicamentos «Zantac», «Atarax» y «Urbason». Las omisiones elementales denunciadas por la acusación
particular, a falta de acreditación, carecen de base probatoria – y posteriormente se insistirá sobre tal valoración–,
por súbitos la situación y síntomas de otras patologías presentados, que racionalmente fueron previstos; y una
simple posibilidad probabilística, en modo alguno puede fundamentar una sentencia condenatoria en vía penal;
que de ser leve en atención a los hechos y otros elementos, cabría reconducir el planteamiento en la vía civil.».
27
Así se expresan, por ejemplo, las SS TS de fechas 22 de septiembre de 1995 –EDJ 1995/4567–, de 24 de
mayo de 1991 –EDJ 1991/5475–, de 27 de diciembre de 1990 –EDJ 1990/12059–.
cicio de su arte u oficio, y la culpa profesional propia, que aparece en el apartado 3.º de
los artículos 142 y 152 del Código Penal 28. Se considera esta última como una especie de
subtipo agravado en que el agente activo, pese a ostentar un título que le reconoce su ca-
pacidad científica o técnica para el ejercicio de la actividad que desarrolla, contradice con
su actuación aquella presunta competencia ya porque en su origen no adquiriese los co-
nocimientos precisos, ya por una inactualización indebida, ya por una dejación inexcusable
de los presupuestos de la lex artis de su profesión, que le conduzcan a una situación de
inaptitud manifiesta, o con especial transgresión de deberes técnicos que sólo al profesional
competen y que convierten la acción u omisión del profesional en extremadamente peli-
grosa e incompatible con el ejercicio de aquella profesión. Esta «imprudencia profesional»,
en el ámbito médico, vendría caracterizada, pues, por la transgresión de deberes de la
técnica médica, por evidente inepcia y constituye un subtipo agravado caracterizado por
un «plus» de culpa y no una cualificación por la condición profesional del sujeto 29.
La jurisprudencia exige, pues, al profesional un plus de atención y cuidado en la obser-
vancia de las reglas de su arte que no es exigible al que no es profesional 30, girando en esa
exigencia su castigo agravado en caso de defraudar las legítimas expectativas que la sociedad
y los ciudadanos tienen cuando se ponen en sus manos por sus especiales conocimientos 31.
28
Que establecen: 142.3: «Cuando el homicidio fuere cometido por imprudencia profesional se impondrá
además la pena de inhabilitación especial para el ejercicio de la profesión, oficio o cargo por un período de tres a
seis años». 152.3: «Cuando las lesiones fueren cometidas por imprudencia profesional se impondrá además la pena
de inhabilitación especial para el ejercicio de la profesión, oficio o cargo por un período de uno a cuatro años».
29
Así la define la STS de 22 de enero de 1999 –EDJ 1999/96– que cita otras muchas como las Sentencias de
29 de marzo de 1988, 27 de mayo de 1988, 5 de julio de 1989, 1 de diciembre de 1989, 8 de junio de 1994, 8 de
mayo de 1997 y 16 de diciembre de 1997. Y para tipificar el caso de autos en este tipo de imprudencia razona: «En
el supuesto que examinamos es perfectamente aplicable la doctrina jurisprudencial que se deja expresada para apre-
ciar la concurrencia de la imprudencia profesional. El recurrente no sólo ha omitido los deberes más elementales que
le eran exigibles para evitar el resultado producido, sino que además entraña una mayor reprochabilidad al actuar con
máxima dejación y olvido de los deberes técnicos –lex artis– que como profesional de la medicina le competían,
siendo especialmente reseñable que hubiese prescindido del reconocimiento ginecológico que resultaba inexcusable.
Incurre, sin duda, en la agravación específica de haber cometido las lesiones por imprudencia profesional.»
30
Ese incremento de exigencia respecto al cuidado ordinario se destaca, por ejemplo, en la SAP de las Islas
Baleares, Secc. 1.ª, de fecha 28 de junio de 2002 –ARP 2002/621– en la forma siguiente: «Y esa culpa, es además
de grave, profesional, en la medida que la omisión de las reglas de cuidado va referida no ya a reglas generales de
convivencia, sino ya a aquellas que van referidas a una concreta profesión, la Lex artis ad hoc lo que se considera
más reprobable, dado que el deber de cuidado del profesional –médico especialista en este caso– le exige extremar
diligencia conforme a aquélla, en función del elevado riesgo que, para el bien jurídico protegido entraña su actuación
profesional, con lo que es de aplicación al evento de autos el núm. 3 del artículo 152, al no parecer sostenible ya,
conforme al C. de 1995, la antigua distinción que, conforme al C. de 1973 (RCL 1973\2255; NDL 5670), efectuaba
la Jurisprudencia entre la culpa del profesional y la culpa profesional.».
En el mismo sentido la SAP de Santa Cruz de Tenerife de fecha 10 de septiembre de 1999 cuando argumenta:
«Pues bien, desde esta perspectiva conviene destacar que la imprudencia profesional se caracteriza, por la inobservan-
cia de las reglas de actuación que vienen marcadas por lo que se conoce en términos jurídicos como lex artis –a la que
antes hicimos referencia–, lo que conlleva, un «plus» de antijuridicidad que explica la elevación penológica. El profe-
sional que se aparta de estas normas específicas que le obligan a un especial cuidado merece un mayor reproche en
forma de sanción punitiva. Al profesional se le debe exigir un «plus» de atención y cuidado en la observancia de las
reglas de su arte, que no es exigible al que no es profesional. La imprudencia profesional aparece claramente definida
en aquellos casos en que se han omitido los conocimientos específicos que sólo tiene el sujeto por su especial forma-
ción. Surge cuando se produjere muerte o lesiones a consecuencia de impericia o negligencia profesional equivalente
al desconocimiento inadmisible de aquello que profesionalmente ha de saberse; esta imprudencia profesional, carac-
terizada por la transgresión de deberes de la técnica médica, por evidente inepcia, constituye un subtipo agravado
caracterizado por un «plus» de culpa, y no una cualificación por la condición profesional del sujeto (SSTS de 8 de
junio de 1994 [RJ 1994\9347], 29 de febrero de 1996 [RJ 1996\1339] y 3 de octubre de 1997 [RJ 1997\7169], entre
otras).»
31
La STS de 3 de octubre de 1997 –EDJ 1997/6352– reseña en tal sentido: «Respecto a la Imprudencia profe-
sional, la Sentencia 8-5-97 ha precisado que se caracteriza por la inobservancia de las reglas de actuación que vienen
marcadas por lo que en términos jurídicos se conoce como lex artis, lo que conlleva un plus de antijuricidad que ex-
plica la elevación penológica. El profesional que se aparta de estas normas específicas que le obligan a un especial
cuidado, merece un mayor reproche en forma de sanción punitiva. Al profesional se le debe exigir un plus de atención
y cuidado en la observancia de las reglas de su arte que no es exigible al que no es profesional. La imprudencia profe-
sional aparece claramente definida en aquellos casos en que se han omitido los conocimientos específicos que sólo
tiene el sujeto por su especial formación, de tal manera que, como ya se ha dicho, los particulares no tienen este deber
especial porque carecen de los debidos conocimientos para actuar en el ámbito de los profesionales.»
32
Por culpa ordinaria del profesional y no profesional opta la SAP de León, Secc. 3.ª, de fecha 9 de enero
de 2002 –ARP 2002\95604– en un caso de olvido de gasas. Los argumentos son los siguientes: «Cuarto.– Asimismo
nos parece atinada la calificación jurídica, pues, como expone el representante del Ministerio Fiscal en su impug-
nación a los recursos, respecto a la imprudencia profesional especifica la doctrina que considera «debe ser objeto
de distinción lo que se venía señalando como culpa profesional (en la que la impericia encuentra su fundamento
causal en la ignorancia o defectuosa ejecución del acto requerido profesionalmente) y la culpa del profesional (que
no es más que la imprudencia común cometida por el profesional en el ejercicio de su arte, profesión u oficio). El
presente caso, en el que no hay una transgresión de los deberes de la técnica quirúrgica, sino un auténtico descui-
do que a cualquiera puede ocurrir aunque, eso sí, situado en el campo de la actividad médica no puede ser valorado
más que como imprudencia sin que la cualificación profesional afecte a tal valoración».
La SAP de Córdoba, Secc. 3.ª, de 13 de junio de 2000 (ARP 2000\649), explica en su quinto fundamento que:
«El Tribunal Supremo, en sentencia de fechas 18.7-82, 26-10-83 (RJ 1983\4799), 7-10-86 (RJ 1986\5575), 11-2-87 (RJ
1987\1241), 27-5-88 (RJ 1988\3849), 29-2-96 (RJ 1996\1339) y otras, ya dice que son atípicos los errores excusables
tanto de diagnóstico como los científicos, los técnicos que no equivalgan automáticamente a infracción de normas de
cuidado, así como que la Lex Artis se infringe cuando las pretendidas conductas imprudentes o descuidadas afectan a
la asistencia debida, a distracciones, a falta de vigilancia del enfermo, a incorrecta ejecución de intervenciones, admi-
nistración inadecuada o indebida de fármacos, omisiones de tratamiento, olvido de material de empleo quirúrgico
dentro del cuerpo del paciente, errores en la vigilancia postoperatoria por citar algunos casos, añadiendo dicho Alto
Tribunal que, incluso en las operaciones efectuadas «a vida o muerte», puede ser disculpable la no adopción de muchas
cautelas que son obligadas en las intervenciones que no son de tal urgencia para la superviviencia del paciente».
El Tribunal Supremo, en la sentencia de 26 de febrero de 2001 (RJ 2001\1340), hace notar que «la agresión
física que soporta el cuerpo de una persona sometida a una intervención quirúrgica supone un objetivo y real
quebranto de la integridad corporal. Por ello mismo, la antijuridicidad de tal acción quedará excluida como
elemento consustancial de todo hecho delictivo siempre que tal agresión a la incolumidad corporal protegida
constitucional y penalmente, haya tenido lugar con observancia de las normas que configuran la lex artis que debe
regir la actuación del sujeto activo, de suerte que cuando la intervención traumática y agresiva que sufre el ser
humano se produce no sólo de espaldas a la lex artis, sino en oposición frontal a la misma, la antijuridicidad de
la acción aparece patente y, consecuentemente, el reproche penal si en el hecho concurren los demás requisitos
que configuran el tipo» y en la sentencia 1904/2001, de 23 de octubre (RJ 2001\9074), enseña que el delito de
imprudencia tiene la siguiente estructura: «a) El tipo objetivo está integrado, de un lado, por una acción u omi-
sión cuyo desvalor radica en la infracción de una norma social de cuidado, esto es, en el incumplimiento del
deber de advertir el riesgo creado por la acción u omisión y, en su caso, de evitar que el riesgo advertido se con-
crete en una efectiva lesión. Y, de otro, en la resultancia de un hecho previsto en uno de los tipos delictivos que,
en virtud de un precepto expreso de la ley, admiten la forma culposa. b) El tipo subjetivo, por su parte, está in-
tegrado por la ausencia de intención o voluntad con respecto al resultado dañoso y por la índole voluntaria de la
infracción de la norma de cuidado cuyo cumplimiento se omite conscientemente, pudiendo presentar esta parte
subjetiva del tipo dos formas que no difieren precisamente por su gravedad sino por la naturaleza del deber de
cuidado infringido, cuales son la culpa inconsciente en que se infringe voluntariamente el deber de advertir el
riesgo y la culpa consciente en que se infringe de la misma manera el deber de evitar el riesgo advertido».
En el caso examinado, a diferencia de otros en el que pudo ser casual el que se dejasen gasas (SAP Granada,
Sección 1.ª, de 10-04-99 [ARP 1999\1385]), el cirujano jefe del equipo, máxime ante el trasvase de personal en el caso
de la intervención, con independencia de las funciones propias de esas personas y aun cuando fuese necesaria la ayuda
de otro facultativo para el cierre de la herida quirúrgica, debió comprobar el estado del campo operatorio, cerciorándose
del no abandono de material, lo que omitió, dándose el descuido a que se refiere el Ministerio Público, sin que podamos
compartir la infracción legal y jurisprudencial por aplicación errónea que se denuncia, concurriendo, por el contrario, los
requisitos de la infracción liviana conforme se pormenorizan en el apartado cuarto de la sentencia objeto de crítica.».
33
Así lo considera la STS de 4 de septiembre de 1991 –EDJ 1991/8418-: «Ciertamente que los límites entre
la «culpa del profesional» y la «culpa profesional» son confusos, siendo trascendente y esencial tal separación, ya
Como ya consignada Casabona en los años 80 34, si bien los conceptos de error
técnico, fallo técnico o falta profesional son más propios de otras profesiones técnicas
o experimentales, pueden ser conceptos admisibles en la medicina, pudiendo ser
definido como una aplicación defectuosa de las técnicas o procedimientos médicos
en cualquiera de las distintas fases de la actuación médica, ya sea en la exploración,
la clínica, el diagnóstico, el pronóstico o el tratamiento, que tendrá su base, ya veremos
los matices, en un enfrentamiento con las reglas que disciplinan la práctica médica
en que se ha producido. Trataremos de forma especial el error en el diagnóstico en un
posterior apartado específico.
Este concepto no conlleva, o al menos necesariamente 35, una valoración jurídica
sino que es una constatación de hecho, un dato neutro, pues el error o fallo médico
no debe conllevar necesariamente responsabilidad penal por haberse infringido el
deber objetivo de cuidado médico, pues puede tener un origen fortuito o tener su causa
en las propias insuficiencias de la medicina como ciencia. El ejemplo más paradig-
mático de estos asertos es el error de diagnóstico, que puede aparecer aún cuando,
como veremos, el médico más diligente y con los medios más avanzados a su alcance,
no acierta en el diagnóstico de la enfermedad.
Como mucho, la existencia del fallo técnico médico, existiendo, claro está, un
perjuicio o daño 36, es un indicio de responsabilidad, un indicio de infracción del
deber objetivo de cuidado que deberá necesariamente concurrir para completar la
estructura del hecho imprudente penalmente relevante 37.
que sólo a esta última le es aplicable el plus agravatorio que señalaba el antiguo párrafo quinto del artículo 565 – aho-
ra párrafo segundo tras la reforma operada por la Ley Orgánica 3/1989, de 21 de julio, de actualización del Código
Perial– Tal agravación resulta muy discutible y dudosa, a menos que se eleve lo que tenía que ser excepcional y, por
tanto, circunstancial al rango de figura primaria normal y ordinaria, que es lo que no parece querer el legislador –sen-
tencias de 2 de enero y 24 de marzo de 1984, 23 de febrero y 30 de septiembre de 1985, 28 de septiembre, 27 de
octubre y 28 de noviembre de 1987-Por otra parte el respeto al artículo 9.3.º de la Constitución Española exige
evitar que se eleve a la categoría de ordinaria una agravación que legalmente aparece como excepcional –sentencias
de 29 de marzo y 7 de junio de 1988 y 24 de noviembre de 1989– La conducta del procesado calificada por la Sala
de instancia como de imprudencia temeraria no tiene que conllevar el aditamento aflictivo de la culpa profesional,
como ha puesto de relieve la sentencia de esta Sala de 28 de septiembre de 1987. Se requiere para tal apreciación
agravatoria que el resultado se origine a consecuencia de impericia o negligencia profesionales, inexcusable en su
ejercicio y practicándose con manifiesta peligrosidad, suponiendo un plus de agravación que no debe operar de
modo inmediato por la circunstancia de que la imprudencia provenga de un profesional. La conducta del anestesis-
ta, calificada de temeraria, no merece tal agravación que aproximaría la sanción demasiado al paralelo doloso y así
lo entendió con toda corrección el Tribunal de instancia. Su salida del quirófano lo fue para acudir a otro dentro del
mismo hospital , siempre localizable y cuando el paciente se encontraba en buen estado tras la anestesia y quedan-
do en las manos del cirujano y su equipo. Volvió cuando se le llamó e intentó por todos los medios a su alcance
reanimar al paciente sin conseguirlo.»
34
ROMEO CASABONA, C. M., «El médico y el Derecho Penal. I. La actividad curativa», 1981, pp. 233 y ss.
35
Sí la tiene, y negativa en cuanto generadora de responsabilidad penal, para autores de la doctrina alema-
na como SCHWALM en su obra «Zum Begrift und Beweis des ärztlichen Kunstfehlers», y EBERMAYER en su obra «Artz
und Patient in der Rechtsprechung», según ROMEO CASABONA en la obra citada en la nota anterior, pp.. 234 y 235.
36
Obviamente la existencia del mismo (lesión, muerte, prolongación de la enfermedad, agravamiento de
esta, etc.) es el auténtico presupuesto general de la figura jurídica que estamos estudiando, no en vano estamos
tratando una figura penal basada en la existencia de un resultado lesivo.
37
Como supuesto de error médico sin responsabilidad es muestra la SAP de Toledo, Secc. 2.ª, de fecha 5 de
mayo de 1999 –ARP 1999\1684– que revoca la sentencia condenatoria de instancia con el siguiente argumento:
«Primero.– Contrariamente a la tesis que se sostiene en la resolución de instancia y con asiento en la más clásica
doctrina jurisprudencial al efecto, sostenida a partir de la STS de 7-10-1986 (RJ 1986\5575), la imprudencia del
profesional en la medicina, en cualquiera de sus grados, ya como delito ya como falta, tiene su sustento en tres su-
puestos básicos: a) acción u omisión llevada a efecto con inobservancia de normas, disposiciones o reglas de cau-
tela, diligencia o prudencia requeridas por las circunstancias del hecho, lugar y tiempo; b) la realidad acreditada del
evento perjudicial sobrevenido como consecuencia de la conducta negligente observada por el sujeto activo en su
doble vertiente de falta de previsión o cuidado; y c) el nexo causal entre la acción y el daño; y trayendo tal doctrina
al ejercicio de la profesión médica y al concreto acto de la colocación de una inyección (en igual sentido la STS
14-2-1991 [RJ 1991\1056]), tal actividad ha de ser valorada en su justa medida, ya que se está valorando «una
ciencia inexacta en la que intervienen factores inapreciables por concurrencia de varios riesgos extraños y ajenos al
prudente ejercicio», por lo que tradicionalmente se viene dejando fuera de la responsabilidad penal las conductas
que se desarrollan dentro de las «reglas del arte», siendo por lo general atípicas cuando obedecen a error de diag-
nóstico (SSTS 10-3-1989 [análoga a RJ 1989\6091] y 17-7-1982 [RJ 1982\4693]), salvo que aquél resulte por su
propia categoría cualitativa indispensable, o cuando responde a falta de extraordinaria pericia (SSTS 8-10-1983
[análoga a RJ 1983\4799], 5-2-1981 [RJ 1981\491] y 8-6-1981 [RJ 1981\2625]), fundando la culpabilidad en la
existencia de comportamiento determinante del resultado lesivo, huyendo de generalidades imputables pues si aquel
comportamiento no infringe un deber objetivo de cuidado, el autor estará exento de culpa (SSTS 11-2-1987 [RJ
1987\1241], 20-5-1981 [RJ 1981\2247] y 5-4-1983 [RJ 1983\2242]); y tal ocurre en el hecho que se enjuicia, en
cuanto el ATS denunciado colocó la inyección en zona no específicamente determinada –en todo caso no idónea
por los resultados iniciales y los que desencadenó–, pero es lo cierto que la misma provocó un resultado lesivo, no
constando, por no haberse específicamente acreditado, que actuara con total desconocimiento de la lex artis ad hoc,
sino que más bien parece que la lesión se produjo por un indeseable acercamiento de la aguja a la zona ciática (de
haberse incidido sobre el nervio los resultados pudieran haber sido más graves), y si es lo cierto que tal actividad
denota cierta impericia, no lo es menos que la misma no puede convertirse, por el mero hecho de la lesión que
causa, en imprudencia penalmente reprensible, cuando es lo cierto que falta el elemento básico de la determinación
de la culpa, directa del agente, de la total inobservancia de los postulados de la correcta praxis médica, y en esos
casos lo procedente es que no pueda incardinarse el hecho –y con ello la conducta– dentro de la imprudencia pe-
nalmente reprensible, no sin ello dejar de reconocer que aquélla existió, en aras al resultado producido, por lo que
se está en el caso de revocar la resolución de instancia, reservando expresamente a la parte perjudicada el ejercicio
de la acción civil.».
En ese mismo sentido de no ser equivalente el error médico a responsabilidad, la SAP de Pontevedra, Secc.
2.ª, de fecha 21 de junjio de 1994 argumenta «Segundo.– No se ha podido determinar la existencia de error médico
en el diagnóstico inicial así como la relación entre éste y el aneurisma con rotura de aorta que determinó el falleci-
miento del enfermo y que necesariamente hubo de presentarse con posterioridad por cuanto lleva aparejado un estado
de extrema gravedad que no se corresponde con el que presentaba hasta entonces ni tampoco aconsejaba la práctica
de otras pruebas alternativas encaminadas a determinar si el problema vascular tenía su origen en los grandes vasos
que parten del corazón y en concreto la aorta o por el contrario se trataba de un problema vascular grave pero perifé-
rico centrado exclusivamente en la extremidad inferior derecha por lo que no puede hablarse de error de diagnóstico
o de impericia que reveladoras de un comportamiento inadecuado a determinadas exigencias ordinarias y medio (lex
artis ad hoc), pudiese constituir culpa o negligencia profesional partiendo de las coordenadas señaladas por la doctrina
jurisprudencial sobre la materia que pueden concretarse en que los errores científicos no son tipificables como infrac-
ción penal salvo que por su entidad y dimensiones constituyan una equivocación inexcusable (SSTS 29 marzo 1988
[RJ 1988\2124] y 5 de julio de 1989 [RJ 1989\6091]), cayendo únicamente en el ámbito penal la incuria sobresalien-
te o cuando la falta de pericial sea de naturaleza extraordinaria o excepcional (STS 5 de julio de 1989).»
38 A diferencia, por ejemplo, de la actividad de la circulación de vehículos, completamente reglamentada
en las correspondientes normas legales y reglamentarias que disciplinan esa actividad y fijan en descripciones jurí-
dicas los límites del actuar correcto e incorrecto, y por consiguiente, con carácter general, cuál es el deber objetivo
de cuidado en la conducción.
39
Hay una gran parte de la doctrina (lo recoge RODRÍGUEZA MONTAÑES T., en la Enciclopedia Penal Basica,
2002, V. Imprudencia, p. 795) que considera que la existencia de normas especiales de seguridad en un determina-
do sector de la actividad –por ejemplo, como hemos reflejado, el tráfico de vehículos– no modifica que el juicio
sobre la infracción del deber de cuidado dependa de la concreción judicial de la medida general de cuidado, pues
lo que es peligroso en abstracto puede no serlo en concreto, y por muy perfecta que se la reglamentación sólo
puede hacer referencia a los supuetos más usuales, sin tener en cuenta otras circunstancias que pueden concurrir en
el caso concreto, si bien, cierto es, que el alto grado de detalles y precisión de estas normas, frente a la imprecisión
de la medida general de cuidado, tienen un valor indiciario de del deber de cuidado muy intenso. Un ejemplo de
dicho autor es suficientemente explicativo de que no siempre el cumplimiento de dichas normas es equivalente a
cumplir el deber objetivo de cuidado: el no respeto de un semáforo rojo con atropello de un peatón por parte de un
conductor, constituye una infracción del Reglamento General de Circulación y también de su deber objetivo de
cuidado. Pero si el semáforo está en rojo pero no pasa peatón ni vehículo alguno en el cruce que regula y el con-
ductor se apercibe que el vehículo que le precede viene muy deprisa y cerca, de modo que si se detiene ante el
semáforo colisionará con él, en este concreto caso su deber objetivo de cuidado es evitar la colisión no respetando
el semáforo rojo, de modo que habría infracción del Reglamento General de Circulación pero no del deber objetivo
de cuidado, que en este caso exigía esa infracción.
40
Siguiendo a VENTAS SASTRE ROSA, en su aportación a la obra «Estudios Jurídico-Penales sobre genética y
biomedicina», libro homenaje al Prof. Sr. D. Ferrando Mantovani, DYKINSON, Madrid, 2005, p. 326, que a su vez
sigue a BERNARDO FEIJÓO en su obra «Resultado lesivo e imprudencia», Barcelona, 2001, p. 272.
41
Siguiendo a PAREDES CASTAÑON, J. M., un reconocido especialista en la materia, en su obra «El riesgo per-
mitido en Derecho Penal», 1995, frente a quienes opinan que la idea de riesgo permitido fundamenta la conexión
valorativa –de imputación objetiva– entre resultado y acción típica, de modo que sólo es penalmente relevante, y
por tanto típico, aquel resultado que, entre otras funcoines, cumpla con la de incrementar el riesgo por encima del
nievel máximo permitido, pues en otro caso el resultado, aún formalmente típico, no sería objetivamente imputable,
considera más defendible abordar la doctrina del riesgo permitido conectándola con la valoración que le merecen
las acciones al ordenamiento jurídico, de modo que en virtud del principio de responsabilidad subjetiva que emana
del artículo 5 del Código Penal, no puede haber sanción penal de ningún género sin la concurrencia de un desvalor
3. ¿Hay una lex artis como patrón de verificación del normal actuar
médico?
Hemos afirmado que, en definitiva, el requisito estructural de la culpa penal,
consistente en la infracción del deber de cuidado, es un requisito normativo que
viene materializado en un análisis comparativo entre el actuar sometido a estudio y
un patrón de contraste ya reglado o normado positivamente, ya, como ocurre en
otras actividades no regladas, generalmente aceptado desde un punto de vista cien-
tífico.
Dijimos, también, que el fallo técnico es una sospecha de un actuar enfrentado
con las reglas de la ciencia médica reconocidas como tales por la generalidad, lo
que podemos llamar, y llamamos usualmente, la lex artis. A contrario sensu, el actuar
médico contrario o apartado de estas reglas comúnmente aceptadas pone en riesgo
al médico de actuar con error técnico y por tanto indiciariamente con infracción
de su deber objetivo de cuidado que puede generar su responsabilidad penal. Si a
ello añadimos que la ciencia médica ha avanzado de una forma exponencial en la
protocolización de muchos y diversos sectores del actuar médico, como ya refle-
jamos, parece que el deber objetivo de cuidado se materializa en seguir ese proto-
colo médico que supone un actuar conforme un criterio científico generalmente
aceptado.
Este aserto, de aparente sencillez y claridad, es sin embargo uno de los puntos
más delicados e inseguros del análisis de la responsabilidad culposa penal del médico,
y sólo se mantiene si no profundizamos en él, pues son muchos los factores que per-
miten afirmar, como ya avanzamos, que esa regla no puede elevarse a categoría, es
decir, que el estandar que integra el deber objetivo de cuidado del médico como
«medidor» de imprudencias es la lex artis aceptada por la generalidad. Estos son los
siguientes, entre otros:
• La insuficiencia de la ciencia médica, eminentemente experimental y sujeta,
por tanto, a las limitaciones de su conocimiento en el estado de desarrollo en el mo-
mento de que se trate, unido al objeto de la misma, el ser humano, inescrutable,
biológicamente lleno aún de incógnitas e interrogantes para el hombre mismo, son
factores que impiden elevar a categoría objetiva indiscutible que un determinado
modo de actuar sea el actuar realmente correcto.
• El carácter dinámico y evolutivo de la ciencia médica es incompatible con
el carácter estático del protocolo o regla comúnmente aceptada 44. La ciencia en
general, y la medicina en particular, sufre día a día avances, descubrimientos e in-
novaciones en conocimientos, técnicas, tratamientos, aparatología y medicación
que hace que lo que era comúnmente aceptado como actuar correcto mañana no
lo sea. Si sólo lo comúnmente aceptado, actuar aposentado por su comprobación
en un tiempo relativamente largo, es el patrón de actuar dentro de la lex artis, de-
jamos en el riesgo del indicio de actuar contra el deber objetivo de cuidado, del
actuar con indicio de responsabilidad penal al médico innovador, e incluso a la
práctica experimental 45.
• Finalmente, las circunstancias concurrentes en el concreto actuar médico son
determinantes en la delimitación de un actuar «prudente» por haber cumplido los
deberes objetivos de cuidado por el facultativo. La gravedad del enfermo, la ausencia
en el lugar de determinados medios o posibilidad de evacuación a un centro ade-
cuado, etc., pueden conllevar que el actuar exigible lleve la asunción de mayores
riesgos, sea un actuar contra protocolo. Parece que, en estos casos, los límites del
riesgo asumible por el médico dentro de un actuar permitido y prudente se miden en
relación con las ventajas previsibles que se piensa se pueden obtener de esa interven-
ción o actuar médico arriesgado y peligroso.
44
En este sentido la STS de 26 de junio de 1980 –EDJ 1980/2008– establece como regla general «lo aven-
turado que significa querer sentar como apotegma principios inmutables, debido, de una parte, al progreso constan-
te en este campo», idea que repiten las sentencias de 15 de enero de 1986 –EDJ 1986/629–, 29 de marzo de 1988
–EDJ 1988/2665– y 14 de febrero de 1991 –EDJ 1991/1533–.
45
En el caso de la experimentación, en todo caso se precisan los especiales requisitos de consentimiento
informado conforme al artículo 8.4 de la Ley 41/2002 de 14 de noviembre, básica reguladora de la autonomía del
paciente y de derechos y obligaciones en materia de información y documentación clínica, así como conforme a la
normativa legislativa y reglamentaria específica.
46
En este sentido de defender la libertad médica pero dentro de ciertos límites, las STS de 8 de junio de 1994
–EDJ 1994/5198– y de 25 de mayo de 1999 –EDJ 1999/10317– hablan de la libertad del médico «que nunca debe
de caer en audacia o aventura».
La llamada Declaración de Helsinki (Recomendaciones para guiar a los Médicos en la investigación biomé-
dica con seres humanos), que se hizo pública por la Asociación Médica Mundial en 1964 y se revisó sucesivamen-
te hasta 1989, establece en su apartado 8: «en lo que hace específicamente a la investigación de nuevos tratamien-
tos, los códigos de ética mencionados establecen que, si bien el médico debe tener libertad para utilizar un nuevo
método diagnóstico o terapéutico que en su opinión dé esperanzas de salvar la vida, restablecer la salud o aliviar el
sufrimiento, está obligado a evaluar los posibles beneficios, riesgos e incomodades del nuevo método en relación
con los mejores métodos ya disponibles».
Dicha declaración hace una revisión de lo que debe entenderse por la libertad
clínica. Parte destacando la necesidad de dicho principio para el adecuado ejercicio
y progreso de la medicina, que ha de ser demandado no sólo por el médico sino
también por el enfermo. Considera dicho organo colegial médico que la indepen-
dencia profesional es un derecho y un deber del médico, tal como lo señala el Código
de Ética y Deontología Médica vigente en su artículo 22, que impone también la
obligación de denunciar, ante los pacientes, los organismos gestores de la asistencia
o la comunidad social, a quienes limitaran indebidamente esa libertad. «El médico no
puede alienar su genuina libertad de prescripción», reza la declaración. La indepen-
dencia profesional del médico es, sobre todo, un derecho de los enfermos. Así lo
proclama la Declaración de Lisboa de la Asociación Médica Mundial sobre los dere-
chos de los pacientes cuando establece: «El paciente tiene derecho a ser tratado por
un médico del que le consta que puede tomar sus decisiones clínicas y éticas libre-
mente y sin interferencias externas». A este respecto la decisión de la Asamblea arguye:
«A ningún paciente se le puede negar el derecho de ser atendido por un médico com-
petente, concienzudo y libre. La independencia profesional libra al médico del peligro
de hacerse cómplice de otros en contra del enfermo, protegiéndole de influencias
perjudiciales procedentes de la sociedad, de la familia o, incluso, del mismo médico.
Y le libra también del riesgo de aliarse con el paciente en contra de la Administración,
la Seguridad Social o la empresa y procurarle con ello ventajas injustas».
Pero, decíamos, que manejaba un concepto de libertad revisado por cuanto
considera, adecuadamente, que el médico no puede actuar según conceptos ya supe-
rados de la libertad clínica basada en la intuición, en el dato anecdótico o en el mero
empirismo. Ha de hacerlo conforme a una noción actual de la libertad de prescripción,
libertad que consiste hoy en la capacidad del médico de elegir, entre las intervenciones
disponibles, la que más conviene a su paciente, tras haber sopesado su validez y uti-
lidad, de haber decidido, atendiendo a criterios de seguridad y eficacia, la más idónea
y adecuada a la circunstancia clínica concreta de su paciente y de haber obtenido de
éste el necesario consentimiento. Son, por fortuna, cada día más abundantes, accesi-
bles y precisos los instrumentos en los que el médico puede fundar sus decisiones.
Son las distintas formas en que se expresa lo que se ha dado en llamar la «medicina
basada en pruebas» (grandes ensayos clínicos controlados, directrices y protocolos
clínicos estudios meta-analiticos, declaraciones de consenso) 47. Tales instrumentos
no son fórmulas dogmáticas, obligadas y permanentes, sino guías clínicas 48, flexibles
y temporales, pero seriamente evaluadas, sobre los modos recomendables de actuar
en determinadas situaciones clínicas.
47
La «Evidence Based Medicine» o Medicina Basada en las Pruebas (Como la denomina NOGUÉS en RIANCHO
MORAL J. A./GONZÁLEZ MATÍAS J., «Manual Práctico de Osteoporosis y enfermedades del metabolismo mineral»,
Madrid, 2004, al que seguimos, junto con los autores citados en la nota anterior, en el tratamiento de este tema de
las Guías de Práctica Clínica) ha sido creada con el objetivo de fundamentar todos los tratamientos o procesos
diagnósticos con el respaldo de estudios controlados publicados en revistas que aseguren una calidad de los artícu-
los. Basados en la aplicación de esta metodología se han desarrollado organizaciones o institutos como The Cochra-
ne Collaboration (http://www.cochrane.org) o UpTo Date (http://www.uptodate.com) ampliamente reconocidos en
el mundo científico y que permiten conocer los diversos tratamientos o procedimientos diagnósticos de las enferme-
dades más relevantes de una forma actualizada y crítica.
48
Que pueden definirse (siguiendo en este apartado a GARCÍA GUTIERREZ y BRAVO TOLEDO en sutrabajo sobre
«Guias de práctica clínica en Internet», Revista de Atención Primaria, Vol. 28 núm. 1 de 15 de junio de 2001) como
«directrices elaboradas sistemáticamente para asistir a los clínicos y a los pacientes en la toma de decisiones sobre
la atención sanitaria adecuada para problemas clínicos específicos». En un sentido más utilitarista, podríamos decir
que son una de las distintas herramientas disponibles para organizar la mejor evidencia científica disponible en el
momento de ser utilizada en la toma de decisiones clínicas. La diferencia con el protocolo es que éste es más estric-
to en cuanto a los pasos a seguir, en cambio la guía clínica permite al facultativo una elección en función de las
características del paciente y le permite elegir entre diferentes opciones para un mismo condicionante.
Durante la última década estas guías se han convertido en un componente esencial de la práctica clínica y de
la planificación sanitaria. Desde un punto de vista formal, las GPC tienen mayor probabilidad de ser válidas cuando
están basadas en revisiones sistemáticas, se hallan avaladas por centros o grupos de GPC nacionales o regionales
–en los que participan representantes de todas las disciplinas implicadas– y, sobre todo, cuando se explicita la
relación entre las recomendaciones y el nivel de evidencia científica disponible. En la actualidad existen tres tipos
de GPC –que en ocasiones coexisten en un mismo documento–, lo que genera dificultades para su estricta dife-
renciación:
1. GPC basadas en la opinión de expertos.
2. GPC basadas en el consenso.
3. GPC basadas en la evidencia.
La diferencia fundamental radica en que dentro de las GPC basadas en la evidencia se presentan rigurosa y
explícitamente los siguientes aspectos: a) Identificación y composición del panel de expertos que las elabora;
b) Protocolización del sistema de identificación, recogida y evaluación crítica de las publicaciones analizadas; y
c) Formulación individualizada sobre el nivel de evidencia que sustenta cada recomendación por separado.
Los beneficios potenciales de las GPC son muy diversos. Pueden servir para mejorar los resultados de salud
en los pacientes promoviendo actuaciones adecuadas y disminuyendo la variabilidad no justificada en la selección
de tratamientos. Ofrecen a los médicos directrices basadas en los mejores resultados de la investigación biomédica
y referencias sobre puntos de buena práctica clínica con los que contrastar sus actuaciones. Los planificadores y
gestores sanitarios pueden emplearlas para mejorar la eficiencia de los recursos y controlar los costes sin amenazar
la calidad de la asistencia. Y jurídicamente, puede facilitar el enjuiciamiento de la labor de un profesional en un caso
concreto.
49 Ya WELZEL sostenía que sólo se podría llenar materialmente el concepto de cuidado dentro de ciertos lími-
determinantes del daño, a lo que debe de añadirse la libertad del médico que nunca
debe de caer en audacia o aventura (SSTS 1193/94 de 8 de junio, STS 811/99 de 25
de mayo). Más allá de puntuales deficiencias técnicas o científicas, salvo que se trate
de supuestos cualificados, ha de ponerse el acento de la imprudencia en el compor-
tamiento específico del profesional que, pudiendo evitar con una diligencia exigible
a un médico normal– la diligencia medida por sus conocimientos y preparación– el
resultado lesivo o mortal para una persona, no pone a su contribución una actuación
impulsada a contrarrestar las patologías existentes con mayor o menor acierto, si ese
arco de posibilidades está abierto a la actuación ordinaria de un profesional de la
medicina. Es decir, en cualquier caso, y conforme a reiterada jurisprudencia (SSTS 5
de julio de 1989, 3 de octubre de 1997) la determinación de la responsabilidad médica
debe llevarse a cabo en atención a las situaciones concretas y específicas sometidas
al enjuiciamiento penal, abandonando todo tipo de generalizaciones, teniendo en
cuenta que, en principio, carece de relevancia penal el error de diagnóstico o de
tratamiento salvo que por su entidad y dimensiones constituya una equivocación
inexcusable, ya sea por conductas descuidadas de las que resulte un proceder irre-
flexivo, derive de la falta de adopción de cautelas de generalizado uso o de la ausencia
de pruebas, investigaciones o verificaciones precisas como imprescindibles para seguir
el curso en el estado del paciente, aunque entonces el reproche de culpabilidad viene
dado, en estos casos no tanto por el error, si lo hubiere, sino por la dejación, el aban-
dono, la negligencia y el descuido de la atención que aquél requiere.».
• Recoge esta misma doctrina y párrafo la SAP de Tarragona, Secc. 2.ª, de fecha
11 de abril de 2005 –EDJ 2005/60965– y la de la Secc. 2.ª de 20 de junio de 2003
–s/r EDJ–.
• La SAP de Alicante, Secc. 3.ª, de fecha 28 de abril de 2005 –EDJ 2005/90832–
sostiene: «Nuestro Tribunal Supremo entiende que la lex artis ad hoc es aquel patrón
o modelo de actuación profesional, regla de valoración de un específico acto médico,
en atención al supuesto concreto en el que trasciende la intervención médica y en
función de las eventualidades en las que esta se despliega y sobreviene, así como a
las incidencias inherentes al normal actuar profesional. –STS 24-05-95, 31-07-96 y
11-05-01– De forma aún mas clara la STS de 18-02-97 explica cuando se produce el
quebrantamiento de las normas que regulan la lex artis, –en aquellos casos en los que
se produce un incorrecto resultado, confrontado según las reglas de la experiencia y
el sentido común–.».
• En el mismo sentido la SAP de Murcia, Secc. 4.ª, de fecha 27 de diciembre
de 2004 –EDJ 2004/228809– cuando expone: «El moderno concepto de la lex artis ad
hoc desarrolla esa graduación desde la consideración de lo que es normal en el ejer-
cicio de, entre otras ciencias, la Medicina, y, por ende, describe lo mínimamente
exigible en la prestación de tal profesión, siempre atendiendo a las coordenadas de
lugar y recursos que acompañen al acto médico, pudiéndose hablar de verdadera
imprudencia profesional cuando tan comentada desviación del nivel de normalidad
se ve acompañada de ignorancia, ineptitud o impericia, las que deberán ser sancio-
nadas penalmente si se prueba que rebasaron sobremanera el nivel de inidoneidad
asumible por otras esferas del propio Ordenamiento, es decir, si son graves.».
• La SAP de Madrid, Secc. 17.ª, de fecha 6 de mayo de 2004 –EDJ 2004/122404–
lo expresa así: «La pauta de la corrección técnica es eminentemente circunstancial:
La lex artis ad hoc. Depende de circunstancias personales del sujeto, de lugar, de
tiempo y de medios.».
obligación de probar la culpabilidad del médico al paciente que lo alega, y con re-
proche penal salvo la existencia de indicios muy cualificados por anormales, pero
también, como se resaltó antes, la relación indicada de causalidad entre la conducta
descuidada y el daño típico. Como recogió la sentencia del Tribunal Supremo de fecha
17 de julio de 1982, la atribución de la responsabilidad penal médica entraña una
enorme dificultad, al tratarse la medicina de una ciencia por definición inexacta como
toda ciencia valorativa, y así ante un mismo enfermo con determinados síntomas, se
pueden ofrecer por distintos médicos varios diagnósticos, siendo también inexacta por
las interferencias que en la evolución del paciente introducen distintas variables, por
lo que el error se manifiesta fácil, lo importante así pues es determinar la cantidad de
error en que ha incurrido el profesional y la inexcusabilidad del mismo, que es preci-
samente lo que da lugar al reproche cuya valoración entre en el ámbito de lo judicial.
Conforme a ello, en esta misma sentencia se excluye el diagnostico, como acto emi-
nentemente científico, del control de los jueces.».
• De forma muy amplia, la AP de Toledo, Secc. 1.ª, sostiene en su sentencia de
fecha 16 de diciembre de 1999 –EDJ 1999/41849-: «El deber objetivo de cuidado (o
lo que en cada caso concreto, atendidos los múltiples matices o variables, representa
la norma objetiva de cuidado presuntamente infringida por la actuación del sujeto o
sujetos activos del delito) constituye sin duda el rasgo definidor del concepto de im-
prudencia que mayor discusión ha suscitado en la doctrina científica y jurisprudencial.
En general, puede observarse que en los distintos ámbitos o esferas de actividad hu-
mana, especialmente en aquellas en que existe un riesgo latente para bienes jurídicos
esenciales como la vida o integridad corporal de las personas, surgen normas o reglas
generales de carácter técnico o científico que expresan prohibiciones de conductas
para aquellos supuestos en los que la experiencia general de la vida demuestra una
gran probabilidad de que una acción de esa índole lesione un bien jurídico. Esas
normas o pautas de comportamiento habitualmente se plasman en leyes, reglamentos,
ordenanzas, principios jurisprudenciales, usos, costumbres o códigos deontológicos
que marcan el correcto desempeño de una actividad profesional. Estas reglas alcanzan
un carácter general meramente indicativo u orientador; ahora bien, el deber objetivo
de cuidado ha de determinarse con referencia a cada situación concreta de acuerdo
con los diferentes factores e intereses en juego. De este modo puede afirmarse que la
inobservancia de la norma de cuidado considerada en abstracto no conlleva per se la
realización de una conducta típica imprudente, sino que será precisa la concreción
del deber objetivo de cuidado específico mediante una labor de individualización
judicial. La diversidad de situaciones y circunstancias concurrentes en el desarrollo
de la actividad médica ha generado una multiplicidad de reglas técnicas en el ejercicio
de la profesión. La singularidad y particularidades que concurren en cada supuesto
influye, pues, de manera decisiva en la determinación de la regla técnica aplicable al
caso. De ahí que la doctrina y la jurisprudencia hablen de lex artis ad hoc como mó-
dulo rector o principio director de la actividad médica que funcionará a modo de guía
o patrón orientador para que el Juez pueda formular un juicio ex ante, siguiendo un
proceso de causalidad hipotética en torno al cual hubiera representado en cada mo-
mento la conducta debida para, más tarde, establecer la comparación con las efecti-
vamente realizadas y extraer las conclusiones oportunas. La expresión lex artis (ley del
arte o regla de la técnica de actuación de la profesión de que se trate) ha venido em-
pleándose para referirse a un cierto sentido de apreciación en torno a si la tarea des-
empeñada por un profesional se ajusta o no a lo que marcan las reglas técnicas perti-
nentes. Desde esta perspectiva se define la lex artis ad hoc como el criterio valorativo
I. EL DIAGNÓSTICO MÉDICO
1. Introducción
La mejor forma de profundizar en el tratamiento penal del error de diagnóstico
médico es aproximarnos a qué es el diagnóstico para la ciencia médica. Sólo un co-
nocimiento, aún somero, de qué significa el diagnóstico en la función médica, permi-
tirá al jurista estar en disposición de valorarlo desde el prisma del Derecho. Y la primera
idea que surge en el estudio del diagnóstico, es que constituye un complejo proceso
que no es fácil sintetizar o estructurar en un concepto o en parámetros delimitados y
abstractos. No obstante es necesario intentar dar aquél y fijar estos como base a su
tratamiento penal. En este iter 50 debemos partir de una diferenciación de dos ámbitos
de la ciencia médica, complementarios pero diferentes como son la patología y la
clínica.
La patología podemos definirla como la ciencia que se ocupa del estudio de la
enfermedad, como proceso dinámico, cuyos elementos constitutivos son la etiología
(se ocupa de la causa de la enfermedad), la patogenia (trata de esclarecer el mecanismo
que pone en marcha la causa para consumar el efecto), la fisiopatología (se ocupa del
curso anómalo de los procesos vitales de la enfermedad para explicar el origen y
significado de sus manifestaciones), la anatomía patológica (estudia el sustrato anató-
mico del proceso morboso), la sintomatología (analiza la forma de manifestarse la
enfermedad mediante síntomas –subjetivos– y signos –datos objetivos– en combina-
ciones características) y la patocronía (estudia el desarrollo en el tiempo de la enfer-
medad).
La clínica es la actividad del médico, junto al enfermo, realizada con el fin de
ayudarle a recuperar la salud o, en todo caso, aliviarla. Si la patología es una parte
teórica de la medicina, la clínica es eminentemente práctica, y se concreta en tres
puntos, el diagnóstico (identificar la enfermedad), el pronóstico (precisar el futuro
próximo y remoto de la enfermedad) y el tratamiento (aplicación de los recursos hi-
50 Siguiendo a S. DE CASTRO DEL POZO en «Manual de Patología General», 4.ª edición, MASSON-SALVAT, 1991,
Barcelona, pp. 3 y ss.
51
Como enseñan COSSIO y otros: «Semiología o más precisamente semeyología dado su origen griego, es
una palabra compuesta (semeyon: signo, logos: tratado), que significa el estudio de los signos, es decir, de todo
aquello que por su propia naturaleza o por simple convención evoca la idea de otra cosa».
52
Véase al efecto C ASTELLANOS J. M., «Buena y mala práctica médica», Alcotan, Buenos Aires, 1996,
pp. 184-185.
No cabe duda que esta es una de las fases del proceso hacia el diagnóstico que
más ha evolucionado en la actualidad, pues el avance científico y técnico en la apa-
ratología médica ha puesto a disposición del médico un cada vez mayor catálogo de
pruebas que por un lado le ofrecen más datos para el momento de la deducción diag-
nóstica, pero por otro lado complican el proceso puesto que implica la intervención
de otros profesionales, e incluso de otros centros médicos, y, como no, la necesidad
de tomar en consideración la economía de costes 55 y los efectos secundarios colate-
53
Siguiendo el Vademécum de la medicina como es el popularmente llamado HARRISON, es decir, la obra
«Principios de la medicina interna», McGRAW-HILL, vol. I, 12.ª Edición. 1991, pp. 6 y ss.
54
Se puede definir, según el Diccionario Terminológico de Ciencias Médicas de Salvat, p. 56, como «parte
del examen clínico que reúne todos los datos personales y familiares del enfermo anteriores a la enfermedad».
55
Este aspecto la decisión de La Asamblea General del Consejo General de Colegios Oficiales de Médicos,
en sesión celebrada el día 23 de enero de 1999, adoptó un acuerdo en el que, entre otros extremos, destacaba que:
«La libertad de prescripción implica también tener en cuenta los aspectos económicos de las decisiones médicas.
Hay un deber deontológico de prescribir con responsabilidad y moderación a la hora de prevenir, diagnosticar y
tratar la enfermedad. El médico no puede olvidar que los recursos con que se pagan sus prescripciones no son suyos,
rales, sobre todo en pruebas radiológicas o con componente radiante. Las pruebas de
laboratorio, las técnicas de diagnóstico por imagen mediante la ultrasonografía, la
tomografía axial computerizada (TAC), la resonancia magnética, la tomografía por
emisión de positrones, etc. constituyen pruebas de diagnóstico esenciales en determi-
nados supuestos para el juicio diagnóstico.
Cada prueba de diagnóstico ha de ordenarse basándose en indicaciones clínicas
específicas, lo suficientemente precisas para poder optar por la prueba más eficaz,
menos cara y de menor riesgo para el paciente. Ha de tenerse en cuenta que ninguna
prueba de diagnóstico es completamente precisa, siendo habitual que los informes
sobre el resultado de las pruebas se expresen, en general, en términos de predicción
positivos y negativos.
c) INTEGRACIÓN DE LOS HALLAZGOS CLÍNICOS CON LOS RESULTADOS DE LAS PRUEBAS A FIN
DE VALORAR LAS PROBABILIDADES DE DIAGNÓSTICO
Como se deduce de lo dicho, ni los datos clínicos ni los resultados de las pruebas
son plenamente precisos, pero la integración de ambos puede conducir a mejores
predicciones en el diagnóstico que analizamos por separado. Es más, existen técnicas
matemáticas, como la teoría de las probabilidades del análisis de Bayes 56, que son
utilizadas para integrar ambos grupos de datos. El teorema de Bayes puede enunciarse
de la siguiente forma: «la probabilidad de que estemos ante una determinada enfer-
medad es directamente proporcional a su frecuencia en la población general y a la
frecuencia con la cual se presente en dicha enfermedad el conjunto de síntomas y
signos que el enfermo padece 57. La posibilidad que significa el diagnóstico inicial
puede convertirse en una probabilidad. En esta labor tienen una especial utilidad los
bancos de datos con enfoques estadísticos, pues permiten mejorar las predicciones
diagnósticas. Téngase en cuenta que una de las piedras angulares del razonamiento
clínico es el establecimiento de posibilidades diagnósticas válidas, y en este campo
los datos estadísticos son un elemento que puede ser sustancial en el camino al diag-
nóstico.
sino del paciente o de las instituciones, públicas o privadas, que las toman a su cargo. El médico, está por ello
particularmente obligado a prescribir con racionalidad y buen sentido económico. Ello excluye la prescripción, a
veces incentivada, de productos de baja o nula utilidad terapéutica o de remedios de precio más elevado cuando su
eficacia es idéntica a la de otros de costo inferior».
56 Matemático inglés del siglo XVIII. Con frecuencia los resultados del análisis bayesiano se expresan en forma
gráfica, como sucede, por ejemplo, con el valor que tiene un electrocardiograma de esfuerzo para predecir la pre-
sencia de una arteriopatía coronaria.
57 Así lo enuncia el profesor MARTÍNEZ DE LETONA en la introducción del «Manual de Medicina Clínica»,
B. MUÑOZ/L. F. VILLA, 1993, p. 3, tras considerar que el proceso diagnóstico transcurre mediante reglas de asociación,
en gran parte estadísticas, y que se resumen en tal fórmula establecida por Bayes.
de la realidad 58. Y también no deja de ser una mera probabilidad, que no se suele
expresar en porcentajes, pero sí en expresiones como «casi siempre», «frecuente-
mente», «a veces», demasiado vagas y que sería preferible sustituir por meros porcen-
tajes numéricos.
El diagnóstico habrá de identificar la enfermedad que padece el paciente, las
peculiaridades de la misma derivadas de su individualidad, establecer y valorar el
trastorno funcional, la localización y naturaleza de la lesión, la patogenia y la etio-
logía.
Podemos definir el diagnóstico desde el punto de vista médico, como «la descrip-
ción nosologicosistemática de un cuadro clínico», o lo podemos definir, ya con matiz
jurídico, como «la serie de actos médicos que tienen por objeto recoger todos los
signos susceptibles de ser interpretados por el médico y deducir, del conjunto de he-
chos comprobados, cuál es la naturaleza de la afección que tiene el enfermo, enca-
jando esa situación particular en un cuadro patológico conocido mediante la formu-
lación del juicio diagnóstico» 59.
Es pertinente traer a colación las consideraciones del ilustre profesor Lain En-
tralgo 60 con referencia a la expresión «formulación del diagnóstico»: «Llamo formu-
lación del diagnóstico, como es obvio, a la expresión verbal o escrita del saber en qué
el diagnóstico mismo incoativamente consiste: formulación que no alcanza la plenitud
de su sentido hasta que la recibe y conoce la persona o la institución a quien va
destinada»….«En tanto que el resultado de una acción formalmente humana, el diag-
nóstico médico es, pues, un acto moral. Lo es, por supuesto, a través de las dos deter-
minaciones que en su estructura hemos contemplado: su condición técnica y su
condición social. Como acto técnico –como operación en la cual se hace algo sa-
biendo qué se hace y por qué se hace eso que se hace–, la moralidad del diagnóstico
toma la forma de un ‘deber saber hacer’ según ese ‘qué’ y ese ‘por qué’. Como acto
social el diagnóstico es moral con las dos posibilidades que esta afirmación envuelve:
ser ‘moralmente bueno’ y ser ‘moralmente malo’ en cuanto que actúa favoreciendo la
dinámica y la calidad del grupo humano a que el paciente y el médico pertenecen.
Pero la moralidad del acto diagnóstico es aprobable o reprobable por razones más
obvias y más fuertes: porque su obtención y su comunicación afectan la vida de una
persona, la del enfermo, y desde este primario punto de vista hay que juzgar ‘el deber
saber hacer’ del médico que diagnostica y los efectos sociales de la comunicación de
su juicio. Alguna diferencia ética hay, vale este ejemplo, entre el diagnóstico de la
avería de un motor y el de cualquier desorden de un ser humano».
pocos casos en que tal comunicación no ofrece problemas notorios: muy raramente
hallará dificultad el clínico para decir al paciente: “usted tiene una úlcera gástrica” o
“padece usted una diabetes sacarina”. Pero junto a estos casos hay otros en los cuales
el médico se verá obligado a pensar con doble responsabilidad –técnica y ética– en
lo que sobre la enfermedad diagnosticada debe decir a la persona que la padece».
Bien es cierto que no es objeto de este trabajo analizar la incidencia que la existencia,
contenido y forma de la información médico-paciente tiene en la responsabilidad del
primero».
61 Siguiendo las SSTS de 8 de junio de 1994 –EDJ 1994/5198– y de 25 de mayo de 1999 –EDJ 1999/10317–.
Esta última continúa «Más allá de puntuales deficiencias técnicas o científicas, salvo que se trate de supuestos cua-
lificados, ha de ponerse el acento de la imprudencia en el comportamiento específico del profesional que, pudien-
do evitar con una diligencia exigible a un médico normal– la diligencia medida por sus conocimientos y prepara-
ción– el resultado lesivo o mortal para una persona, no pone a su contribución una actuación impulsada a
contrarrestar las patologías existentes con mayor o menor acierto, si ese arco de posibilidades está abierto a la ac-
tuación ordinaria de un profesional de la medicina».
62 Se da por supuesta, por tanto, la relación de causalidad e imputación objetiva de ese resultado lesivo o
perjudicial a la actuación errónea del médico.
63
Parte de ellas las señala ROMEO CASABONA, C. M., en su obra «El médico ante el derecho», Servicio de
Publicaciones del Ministerio de Sanidad y Consumo, Secretaría General Técnica, Madrid, 1985, pp. 73 y ss.
64
Es el caso de la STS de 22 de enero de 1999 –EDJ 1999/96– en la que se mantiene que «ante los fuertes
dolores abdominales que padece la embarazada diagnostica, sin consultar con ningún urólogo u otro facultativo,
que esos dolores son consecuentes a un cólico nefrítico, indica su ingreso en una clínica donde queda internada
como una enferma más, y no obstante evidenciarse, por la analítica (sangre y orina) y ecografía obstétrica practica-
da, una marcada disminución del líquido amniótico y obra abdominal y de gestación (indicativa de «trabajo de
parto»), insiste en su inicial diagnóstico y no le practicó reconocimiento ginecológico alguno.» «Tampoco ofrece
cuestión que el acusado omitió varias acciones que le eran debidas, así, en primer lugar, prescindió de consultar con
un urólogo u otro especialista respecto a las molestias de que se quejaba la embarazada y ello le llevó, por dos veces,
a hacer un diagnóstico equivocado, atribuyendo a un inexistente cólico nefrítico lo que eran dolores lumbares
propios de «trabajo de parto», igualmente omitió el deber que le era inexcusable de reconocer ginecológicamente
a la embarazada, especialmente ante los resultados que presentaban los análisis y la ecografía practicada; y en de-
finitiva. omitió atender un parto en el momento en el que todos los síntomas lo hacían necesario.». «No había nada
que restringiera o limitara su capacidad para realizar la acción que omitió y que le era exigible.».
También la STS de 10 de diciembre de 2001 –EDJ 2001/11362– con el siguiente contenido: «La omisión del
deber de cuidado que se imputa a la acusada consiste en no haber utilizado todos los medios de diagnóstico que
estaban a su alcance antes de dar el alta médica hospitalaria a la niña. El cauce procesal en el que se residencia el
motivo exige el más riguroso respeto al relato de hechos que se declaran probados y en ellos se expresa que la
acusada, en el Servicio de Urgencias del «Hospital G.» de Burgos, efectuó una exploración a la niña María Cruz,
que se había despertado ese día con vómitos y fiebre de 39 grados, conforme a un protocolo médico previamente
establecido, prescribió y suministró a la niña un tratamiento y medicación que todos los peritos, incluidos los de la
acusación, han considerado correctos, y antes de dar el alta domiciliaria esperó el resultado de la analítica que
había solicitado, y tras interesarse por su estado y evolución de la enferma a la que había diagnosticado faringotitis,
sin que se hubiesen detectado signos meníngeos, le dio el alta, con la medicación que se consideró adecuada y
aconsejándose el seguimiento de su evolución por el Médico de cabecera de la niña. Una vez transcurridas más de
ocho horas, la niña se despertó con llanto y su madre le suministró una toma de biberón quedando nuevamente
dormida. Fue posteriormente cuando los padres detectaron un color amoratado en el cuerpo de su hija y la trasla-
daron de nuevo al «Hospital G.» y a su ingreso en el Servicio de Medicina Pediátrica la enferma presentaba, entre
otros síntomas, petequias múltiples diseminadas de varios tamaños, se le administró medicación, se le practicó una
intubación ortotraqueal, se le realizó extracción analítica de sangre y se efectuó una punción lumbar y practicadas
dichas operaciones y dado que el estado de la enferma no mejoraba se dispuso su traslado a la Unidad de Cuidados
Intensivos donde falleció posteriormente siendo la causa de su muerte una sepsis fulminante con fracaso multiorgá-
nico de muy probable etiología meningocócica, si bien dicha causa no fue confirmada por el resultado de los culti-
vos microbiológicos realizados con las muestras tomadas a la enferma. El Tribunal de instancia, en el segundo y
tercero de sus fundamentos jurídicos, explica que debe descartarse todo posible error de diagnóstico, ya que los
informes periciales, incluido el de la acusación particular, reconocen lo correcto del diagnóstico y tratamiento y
concluye que la conducta de la Doctora acusada no puede ser objeto de reproche penal alguno ni siquiera a título
de culpa, en cuanto no ha habido ningún acto negligente al que anudar casualmente el resultado acaecido. Y se
añade que no se dio de alta a la niña tras la exploración sino que se esperó al resultado de la analítica, y con su
resultado, y comprobado externamente el buen estado general, se optó por darle de alta. Y se sigue razonando que
un tiempo mayor de observación tampoco hubiera evitado el resultado ya que transcurrieron varias horas hasta que
los padres detectaron una inquietud anormal en la niña y la presencia de manchas e incluso, se sigue diciendo, si
hubiera ingresado en observación en el Hospital, no ha quedado en absoluto acreditado que se hubiera podido
atajar la sepsis fulminante que le fue diagnosticada como causa de la muerte. Las explicaciones ofrecidas por el
Tribunal sentenciador para rechazar toda conducta penalmente relevante aparecen razonadas y razonables, sin que
existan datos o elementos en los hechos que se declaran probados que permitan sostener lo contrario.»
En el mismo sentido la SAP de Huelva, Secc. 2.ª, de fecha 26 de enero de 2000 –ARP 2000\174– razona: «Se-
gundo.– Circunscrita la acción enjuiciada al examen realizado en el Servicio de Cirugía Vascular, por la sucesiva deli-
mitación operada por los diversos sobreseimientos recaídos, debemos convenir que es negligencia médica punible
dejar de poner a disposición del paciente, en el juicio clínico de su enfermedad, los medios de atención, análisis y
estudio que permitan el actual estado de la ciencia, en relación con las concretas circunstancias concurrentes de
tiempo, lugar e intervinientes, para llegar a un correcto diagnóstico y consecuente tratamiento. Claro que no es punible
el error cometido en el diagnóstico, pero sí lo es confiar únicamente en la apreciación directa como juicio clínico,
cuando es claramente insuficiente para afecciones que, como la tromboflebitis, cursan de modo asintomático en el
66% de los casos y así está documentado (Manual de los Doctores G. G., E. y P.). Vamos a razonar la cuestión de la
mano de la STS 25 de mayo de 1999 (RJ 1999\5253) (Ponente Sr. Martín Canivell), fiel reflejo de la consolidada doc-
trina que ha ido perfilando los contornos de lo que puede estimarse actuación facultativa conforme a la lex artis ad hoc,
y aquello que se desvía de ésta. Ponderar las específicas condiciones del caso es elemental para llegar a conclusiones
válidas cualquiera que sea el juicio de valor final, y quizás sea el ahora analizado un supuesto poco necesitado de
especiales y concienzudos conocimientos médicos y jurídicos para convencerse, conforme a las reglas de experiencia
común, de la existencia de negligencia causal del trágico resultado de muerte, por más que se quiera achacar a la fa-
talidad y aleatoriedad de sucesos desafortunados un desenlace evitable y fácilmente de haberse prestado a tiempo las
pruebas complementarias mediante los recursos técnicos y de diagnóstico que los facultativos tenían a su disposición,
sin necesidad de tener que conformarse con el «ojo clínico», y menos el olfato, por los que la sensación subjetiva de
amplia experiencia profesional puede llegar a persuadir a quien se vale de ellos. No es preciso siquiera discrepar del
relato de hechos realizado por el juzgador de primer grado, valorando la prueba practicada, con inmediación, en el
acto de juicio oral, y con arreglo al artículo 741 LECrim, para llegar a la valoración contraria, y apreciar responsabilidad
causal del doctor O. L., Cirujano General del Servicio de Cirugía Vascular, al que le bastaron estos parámetros (que
«podía oler una tromboflebitis desde lejos», amparado en sus veinticinco años de experiencia, consta que dijo) para
descartar el diagnóstico cuyo estudio se pedía, tras juicio clínico de posibilidad realizado por Traumatólogo, que deri-
vó al paciente al Servicio de Cirugía Vascular para su más especializado estudio por Cirujano Vascular que finalmente
fue sustituido por aquel Cirujano General, responsable del Servicio, que examinó al paciente después de hacerlo el
MIR de Guardia. Pocas dudas ofrece, y así se expone rigurosamente por la sentencia apelada, que de haberse realiza-
do las pruebas analíticas al alcance del Servicio de Cirugía Vascular al que fue derivado, se habría llegado a un diag-
nóstico adecuado, con instauración del tratamiento correcto para la curación, con alto porcentaje de posibilidad de
ésta. El confiar en la apreciación clínica, sin contraste con pruebas técnicas de fácil realización, en un caso que venía
anunciado por Facultativo especialista de posible tromboflebitis y ya sabemos su difícil apreciación clínica constituyen
imprevisión y ausencia de cautelas profesionales que por tener carácter leve deben calificarse como falta de simple
imprudencia, sin infracción de reglamentos, con resultado de muerte, del art. 586 bis CP de 1973 (RCL 1973\2255 y
NDL 5670), vigente en la fecha de los hechos, siendo de más favorable aplicación el actual art. 621.2 CP por imponer
pena de multa de cuantía inferior.»
Finalmente, también en el mismo sentido la SAP de Huelva de 26 de enero de 2000 –ARP 2000\174– que se
expresa en el siguiente sentido: » Segundo.– Circunscrita la acción enjuiciada al examen realizado en el Servicio de
Cirugía Vascular, por la sucesiva delimitación operada por los diversos sobreseimientos recaídos, debemos convenir
que es negligencia médica punible dejar de poner a disposición del paciente, en el juicio clínico de su enfermedad,
los medios de atención, análisis y estudio que permitan el actual estado de la ciencia, en relación con las concretas
circunstancias concurrentes de tiempo, lugar e intervinientes, para llegar a un correcto diagnóstico y consecuente
tratamiento. Claro que no es punible el error cometido en el diagnóstico, pero sí lo es confiar únicamente en la
apreciación directa como juicio clínico, cuando es claramente insuficiente para afecciones que, como la trombofle-
bitis, cursan de modo asintomático en el 66% de los casos y así está documentado (Manual de los Doctores G. G.,
E. y P.). Vamos a razonar la cuestión de la mano de la STS 25 mayo 1999 (RJ 1999\5253) (Ponente Sr. Martín Cani-
vell), fiel reflejo de la consolidada doctrina que ha ido perfilando los contornos de lo que puede estimarse.
actuación facultativa conforme a la lex artis ad hoc, y aquello que se desvía de ésta. Ponderar las específicas condi-
ciones del caso es elemental para llegar a conclusiones válidas cualquiera que sea el juicio de valor final, y quizás sea
el ahora analizado un supuesto poco necesitado de especiales y concienzudos conocimientos médicos y jurídicos para
convencerse, conforme a las reglas de experiencia común, de la existencia de negligencia causal del trágico resultado
de muerte, por más que se quiera achacar a la fatalidad y aleatoriedad de sucesos desafortunados un desenlace evitable
y fácilmente de haberse prestado a tiempo las pruebas complementarias mediante los recursos técnicos y de diagnós-
tico que los facultativos tenían a su disposición, sin necesidad de tener que conformarse con el «ojo clínico», y menos
el olfato, por los que la sensación subjetiva de amplia experiencia profesional puede llegar a persuadir a quien se vale
de ellos. No es preciso siquiera discrepar del relato de hechos realizado por el juzgador de primer grado, valorando la
prueba practicada, con inmediación, en el acto de juicio oral, y con arreglo al art. 741 LECrim, para llegar a la valora-
ción contraria, y apreciar responsabilidad causal del doctor O. L., Cirujano General del Servicio de Cirugía Vascular,
al que le bastaron estos parámetros (que «podía oler una tromboflebitis desde lejos», amparado en sus veinticinco años
de experiencia, consta que dijo) para descartar el diagnóstico cuyo estudio se pedía, tras juicio clínico de posibilidad
realizado por Traumatólogo, que derivó al paciente al Servicio de Cirugía Vascular para su más especializado estudio
por Cirujano Vascular que finalmente fue sustituido por aquel Cirujano General, responsable del Servicio, que examinó
al paciente después de hacerlo el MIR de Guardia. Pocas dudas ofrece, y así se expone rigurosamente por la sentencia
apelada, que de haberse realizado las pruebas analíticas al alcance del Servicio de Cirugía Vascular al que fue deriva-
do, se habría llegado a un diagnóstico adecuado, con instauración del tratamiento correcto para la curación, con alto
porcentaje de posibilidad de ésta. El confiar en la apreciación clínica, sin contraste con pruebas técnicas de fácil rea-
lización, en un caso que venía anunciado por Facultativo especialista de posible tromboflebitis y ya sabemos su difícil
apreciación clínica constituyen imprevisión y ausencia de cautelas profesionales que por tener carácter leve deben
calificarse como falta de simple imprudencia, sin infracción de reglamentos, con resultado de muerte»
65
En la sentencia número 125/2005 de la AP de Badajoz –EDJ 2005/256296– se analiza un supuesto incar-
dinable en este apartado. Razona la sentencia «Del conjunto de la prueba practicada tanto en la fase de instrucción
como en el acto de la vista oral puede concluirse la inexistencia de mala práctica punible, de error o retraso en el
diagnóstico con la suficiente entidad para tener relevancia penal, tal y como puso de manifiesto la Sra Médico Fo-
rense en el segundo informe obrante las actuaciones, ratificado en el acto del juicio y sometido a contradicción
entre las partes, en el que dice que la circunstancia de no haberse realizado el diagnóstico de la mielopatía desde
el primer momento no parece estar relacionada con una mala «praxis», pues como se expresó en su informe prece-
dente la atención al enfermo fue correcta y adecuada en todo momento, con asistencia periódica y continuada
desde el primer día, poniendo a su disposición todos los medios diagnósticos y terapéuticos requeridos según la
sintomatología que iba presentándose, cumpliéndose en todo momento los protocolos de actuación. Que desde un
primer momento, a la vista del contenido del informe médico forense obrante a los folios 32 y ss. de la causa; (véa-
se la conclusión 4.ª del folio 37) era descartable la existencia de mal praxis medica, siendo la atención prestada al
lesionado, según la facultativo forense correcta y adecuada en todo momento, poniendo a disposición del mismo
todos los medios diagnósticos y terapéuticos disponibles, que para el caso de estimar que se produjo retraso en el
diagnóstico, el mismo no fue tardío sino acompasado al afloramiento de la sintomatología del paciente. Si el mismo
solo refería padecer dolor lumbar difícilmente cabria diagnosticar dolencias que se manifiestan a nivel cervical….
Que caso de entender que concurrió no retraso sino error en el diagnostico (por limitarlo a la lumbalgia inicial pese
a la manifestación ulterior sintomática de la mielopatía cervical), huelga repetir que los hachos no entrañarían rele-
vancia penal; como tampoco la tendría en el supuesto retraso; siendo claramente incardinables tales hechos y desde
el inicio de las actuaciones en el ámbito civil. Véase antepenúltimo párrafo del folio 289 en el que la acusación
particular califica los hechos como «grave error de diagnostico».
66
Repetimos, una vez sentada la relación de causalidad e imputación objetiva de dicho error con el resul-
tado perjudicial, de modo que la intervención culposa haya sido determinante o causante de dicho resultado lesivo,
haya generado un incremento de riesgo del resultado y, por consiguiente, no haya sido causado por la enfermedad
o padecimiento de forma irremediable (SS TS de 24 de noviembre de 1984 –EDJ 1984/6050–, de 22 de diciembre
de 1986 –EDJ 1986/8555–, de 4 de octubre de 1990 –EDJ 1990/8986–, etc.).
67
Por todas las SS TS de 6 de julio de 2006 –EDJ 2006/109.836, de 3 de octubre de 1997 –EDJ 1997/6352–,
de 13 de noviembre de 1992 –EDJ 1992/11.193– y de 14 de febrero de 1991 –EDJ 1991/1544–.
68
SSTS de 14 de febrero de 1991 –EDJ 1991/1544– y de 13 de noviembre de 1992 –EDJ 1992/11193–.
médico con o sin acierto, sino por el abandono, desidia o dejación de sus más ele-
mentales obligaciones 69.
4. Queda también fuera del ámbito penal por la misma razón, la falta de pericia
cuando ésta sea de naturaleza extraordinaria o excepcional, pero sí debe sancionarse
la equivocación inexcusable o la incuria sobresaliente, o sea, cuando la falta de pericia
sea de naturaleza extraordinaria o excepcional 70.
5. En esta materia no se pueden señalar principios inmutables al no poder rea-
lizarse una formulación de generalizaciones, siendo preciso una individualizada re-
flexión sobre el concreto supuesto enjuiciado. Por tanto, la determinación de la res-
ponsabilidad médica ha de hacerse en contemplación de las situaciones concretas y
específicas sometidas al enjuiciamiento penal huyendo de todo tipo de generaliza-
ciones.– Por ello y expresando una vez más la alta consideración que la Medicina y
la clase médica merecen por la trascendencia individual y social de su tarea y los
sacrificios, muchas veces inmensos, que su correcto ejercicio impone, hay que poner
de relieve que la imprudencia nace cuando el tratamiento médico o quirúrgico incide
en comportamientos descuidados, de abandono y de omisión del cuidado exigible,
atendidas las circunstancias del lugar, tiempo, personas, naturaleza de la lesión o
enfermedad, que olvidando la lex artis conduzcan a resultados lesivos para las per-
sonas 71.
TRIBUNAL CONSTITUCIONAL
A 11 de diciembre de 1989 –EDJ 1989/12004–
S 127/1990 –RTC 1990\127–
S 5 de julio de 1990 –EDJ 1990/7269–
S 118/1992 –EDJ 1992/8841–
S 16 de septiembre de 1992 –EDJ 1992/8841–
S 25 de marzo de 1993 –EDJ 1993/2984–
SS 19 de abril de 1993 –RTC 1993\131–, –RTC 1993\132–, –RTC 1993\133–,
–RTC 1993\134–, –RTC 1993\135–, –RTC 1993\136–, –RTC 1993\137–, –RTC
1993\138–, –RTC 1993\139–, –RTC 1993\140–
SS 14 de junio de 1993 –RTC 1993\200– y –RTC 1993\201–
SS 28 de junio de 1993 –RTC 1993\215.
69
SSTS de 17 de julio de 1982 –EDJ 1982/4994–, de 24 de noviembre de 1984 –EDJ 1984/6050–, de 22 de
diciembre de 1986 –EDJ 1986/8555–, de 27 de mayo de 1988 –EDJ 1988/4521–, de 13 de marzo de 1990 –EDJ
1990/2805–, de 4 de septiembre de 1991 –EDJ 1991/8418– y de 21 de abril de 1992 –EDJ 1992/3882–.
70
SSTS de 27 de mayo de 1988 –EDJ 1988/4521– y de 8 de junio de 1981-EDJ 1981/4635–.
71
SSTS de 5 de julio de 1989 –EDJ 1989/6864–, de 4 de septiembre de 1991 –EDJ 1991/8418–, de 8 de
junio de 1994 –EDJ 1994/5198–, de 29 de octubre de 1994 –EDJ 1994/9039–, y de 29 de noviembre de 2001 –EDJ
2001/55983–.
AUDIENCIAS PROVINCIALES
Guadalajara, Secc. 1.ª, S de 16 de octubre de 1996 –ARP 1996\954–
Cádiz, Secc. 3.ª, S de 21 de marzo de 1997 –ARP 1997\677–
Guipúzcoa, Secc. 2.ª, S de 17 de diciembre de 1998 –ARP 1998\5994–
Murcia, Secc. 3.ª, de 29 de diciembre de 1998 –ARP 1998\5188–
Islas Baleares, Secc. 1.ª, S de 3 de marzo de 1999 –ARP 1999\1207–
Granada, Secc. 1.ª, S de 10 de abril de 1999 –ARP 1999\1385–
Toledo, Secc. 2.ª, S de 5 de mayo de 1999 –ARP 1999\1684–
Las Palmas de G. C., Secc. 1.ª, S de 9 de julio de 1999 –EDJ 1999/35965–
Toledo, Secc. 1.ª, S de 16 de diciembre de 1999 –ARP 1999\4751–
Toledo, Secc. 1.ª, S de 16 de diciembre de 1999 –EDJ 1999/41849–
Huelva, Secc. 2.ª, S de 26 de enero de 2000 –ARP 2000\174–
Granada, Secc. 1.ª, S de 1 de abril de 2000 –EDJ 2000/16706–
Toledo, Secc. 1.ª, S de 25 de mayo de 2000 –EDJ 2000/15047–
Córdoba, Secc. 3.ª, S de 13 de junio de 2000 –ARP 2000/649–
Huelva, Secc. 2.ª, S de 1 de julio de 2000 –EDJ 2000/45746–
Salamanca, Secc. 1.ª, S de 23 de febrero de 2001 –EDJ 2001/4830–
Las Palmas de G. Canaria, Secc. 1.ª, S de 2 de marzo de 2001 –S/R–
Donostia–San Sebastián, Secc. 2.ª, S de 30 de julio de 2001 –S/R–
Oviedo, Secc. 7.ª, S de 9 de noviembre de 2001 –EDJ 2001/69108–
León, Secc. 3.ª, S de 9 de enero de 2002 –ARP 2002\95604–
Madrid, Secc. 17.ª, A de 8 de abril de 2002 –EDJ 2002/41885–
Islas Baleares, Secc. 1.ª, S de 28 de junio de 2002 –ARP 2002\621–
Palma de Mallorca, Secc. 1.ª, S de 28 de junio de 2002 –S/R–
León, Secc. 2.ª, S de 24 de febrero de 2003 –EDJ 2003/73642–
Burgos, Secc. 1.ª, S de 7 de marzo de 2003 –EDJ 2003/47229–
Soria, A de 5 de junio de 2003 –EDJ 2003/161997–
Madrid, Secc. 23.ª, A de 18 de junio de 2003 –S/R–
Tarragona, Secc. 2.ª, S de 20 de junio de 2003 –S/R–
Valladolid, Secc. 2.ª, S de 14 de octubre de 2003 –EDJ 2003/21150–
Huelva, Secc. 2.ª, S de 12 de diciembre de 2003 –EDJ 2003/–
Madrid, Secc. 17.ª, S de 6 de mayo de 2004 –EDJ 2004/122404–
Cádiz, Secc. 1.ª, A de 31 de mayo de 2004 –S/R–
Guadalajara, Secc. 1.ª, A de 17 de junio de 2004 –EDJ 2004/68912–
Madrid, Secc. 17.ª, A de 2 de julio de 2004 –EDJ 2004/146498–
Murcia, Secc. 4.ª, S de 27 de diciembre de 2004 –EDJ 2004/228809–
V. BIBLIOGRAFÍA
— Entre la omisión de socorro y la comisión por omisión. Las estructuras de los ar-
tículos 195.3.º y 196 del Código Penal, Manuales de Formación Continuada,
CGPJ, Madrid, 1999, 4.
— Medicinas alternativas e imprudencia médica, Bosch, Barcelona, 1999.
VENTAS SASTRE, ROSA, en su aportación a la obra Estudios Jurídico-Penales sobre genética
y biomedicina, libro homenaje al Prof. Sr. D. Ferrando Mantovani, Dykinson,
Madrid, 2005, p. 323.
WILSON J. D., Harrison, Principios de Medicina Interna, Vol. I y II, 12.ª Ed., McGraw-
Hill, Madrid, 1992.