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Mentalidad Victimista

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Mentalidad victimista, quejarse por todo sin hacer nada para cambiar

Las personas con mentalidad victimista se convierten en espectadores de su vida.


[Foto: Getty Creative]
Todos, en algún momento de nuestra vida, hemos sido víctimas de las
circunstancias. Las cosas a veces se tuercen. No salen como habíamos previsto.
La adversidad llama a nuestra puerta con peculiar insistencia. Los sueños se
rompen. Las soluciones se convierten en problemas…
En esos momentos, todos nos hemos quejado. Hemos pensado en nuestra mala
suerte. En las ironías del destino. Nos preguntamos por qué nos ha pasado justo a
nosotros. Nos auto compadecemos. Es normal. Necesitamos liberarnos de esa
frustración y renegociar nuestras esperanzas para alinearlas con la realidad. Pero
luego nos ponemos de pie. Recomponemos los pedazos rotos y seguimos adelante.
Algunas personas, sin embargo, se quedan atrapadas en ese bucle de
autocompasión y terminan cayendo en la trampa del victimismo.

Locus de control externo, cuando la culpa es de todos los demás


Las personas victimistas buscan problemas para cada solución.
Todos atravesamos momentos difíciles, afrontamos pérdidas y crisis, enfermamos
y fracasamos, pero hay personas que se quedan atascadas en esas situaciones
desarrollando una visión sombría del mundo. Entonces se convierten en víctimas
de sí mismas.
Las personas con una mentalidad victimista se quejan constantemente de
cuán difícil es su vida, pero si alguien les ofrece soluciones para cambiarla, se
aferrarán con uñas y dientes a su larga lista de “Sí, pero…”.
Son auténticos especialistas en buscar problemas para cada solución. Y si le
hacen notar esa actitud, es probable que respondan diciendo que no somos
capaces de entender cuán dura ha sido su vida y añadirán todo tipo de experiencias
para consolidar su posición de víctimas.
Detrás de la mentalidad victimista se encuentra un locus de control externo.
El locus de control son las creencias respecto a las causas de nuestras experiencias
y los factores a los cuales atribuimos nuestro éxito o fracaso.
Las personas con un locus de control externo creen que no tienen poder sobre
sus vidas y atribuyen sus éxitos o fracasos a factores externos que escapan
de su voluntad. Si su relación se rompe, echarán la culpa a su pareja. Si les echan
del trabajo, culparán a su jefe. Si fracasan en un proyecto, culparán a la sociedad.
No suelen hacer examen de conciencia ni se preguntan cómo han contribuido a lo
que ha pasado porque están convencidas de que son víctimas. La responsabilidad
no es suya. Creen que la vida está más allá de su control y que el mundo conspira
en su contra, poniéndoles los obstáculos mayores, las pruebas más desafiantes y
las desgracias más terribles.
Así terminan convenciéndose de que “la vida es muy dura”, que “no se puede confiar
en nadie” porque “todos están en mi contra” o que “la desgracia siempre está a la
vuelta de la esquina”. Frases que a menudo salpican sus conversaciones dejando
entrever una indefensión aprendida.
La indefensión aprendida se produce cuando estas personas se convencen
de que ya no tiene sentido luchar porque, hagan lo que hagan, no podrán
cambiar las circunstancias. Entonces se convierten en meros espectadores de su
vida. Se sientan al lado del camino a criticar y lamentarse de lo que les ocurre sin
mover un dedo para intentar mejorar la situación.

Los beneficios insospechados del victimismo


“Si crees que puedes, tienes razón. Si crees que no puedes, también tienes razón”
- Henry Ford [Foto: Getty Creative]
Jugar las cartas de la víctima puede aportar diferentes ventajas o ganancias
secundarias que, de cierta forma, reafirman esa actitud ante la vida y el mundo.
Uno de los principales beneficios de la mentalidad victimista es que estas
personas no tienen que responsabilizarse por nada ya que nada de lo que
sucede es culpa suya. De hecho, las creencias que apuntalan la mentalidad
victimista pueden llegar a actuar como un mecanismo de defensa que las protege
de la necesidad de tomar las riendas de su vida y asumir una actitud proactiva para
superar los obstáculos. Les dan la excusa para no luchar y rendirse en el lado
negativo de la vida.
Otra ganancia secundaria del victimismo se despliega en el ámbito de las relaciones
interpersonales. Quienes desempeñan el rol de víctima a menudo generan pena y
compasión en los demás, sentimientos que pueden usar a su favor para
manipularlos emocionalmente. Por eso,
No es inusual que las personas con una mentalidad victimista logren que los
demás orbiten a su alrededor, haciendo que se sientan culpables y
responsables por su cuidado y/o protección. Diferentes estudios también han
descubierto que a veces estas personas pasan de ser víctimas a
agresores asumiendo comportamientos pasivo-agresivos con los que manipulan y
someten a los demás.
Otra ventaja del rol de víctima consiste en que les da derecho a quejarse y
justificar sus salidas de tono o demandas excesivas. Las personas con
mentalidad victimista suelen llamar la atención sobre sus tragedias para excusar
cualquier comportamiento o actitud que normalmente no permitiríamos. Así también
logran minimizar nuestros problemas, haciendo que los releguemos a un segundo
plano, porque no son tan importantes o terribles como los suyos. Y, de paso, logran
que carguemos con su pesado fardo emocional.

El lado más oscuro del victimismo


“La pasividad puede ser un camino fácil, pero dudo de que sea un camino
honorable” – Noam Chomsky [Foto: Getty Creative]
Alimentar la mentalidad victimista no es una buena idea. Las personas con un
escaso sentido del control se exponen a un mayor riesgo de desarrollar
problemas de salud debido a que se cuidan mucho menos, como comprobaron
psicólogos de la Universidad Brandeis. También son más propensas a padecer
problemas psicológicos como la ansiedad y la depresión.
El victimismo termina convirtiéndose en una prisión de la que es muy difícil escapar.
Estas personas suelen rumiar mucho. Dan alas a los pensamientos negativos. Se
centran demasiado en su angustia y en los problemas, más que en buscar
soluciones. Ese estado, repetido un día tras otro, suele terminar afectando su
equilibrio emocional, por lo que no es extraño que reporten una menor
satisfacción con la vida y peores desempeños.
Otro problema de quienes asumen el rol de víctimas es que pueden atraer a su
vida a personas dispuestas a aprovecharse de ellas, en algunos casos cayendo
incluso en la violencia. Así cierran un mecanismo que se autoalimenta: por una
parte, los maltratadores buscan a personas más débiles y, por otra parte, la víctima
no cree que pueda conseguir algo mejor.
Un estudio realizado en la Universidad del Sur de California reveló que verse a uno
mismo como una víctima después de un trauma no es una buena idea. Tras haber
sufrido violencia sexual, el 11 % de las personas se vieron a sí mismas como
víctimas, mientras que un 25 % se catalogaron como sobrevivientes. La diferencia
no es meramente terminológica. Estas psicólogas comprobaron que quienes se
identificaban como víctimas informaban más emociones negativas, síntomas
de depresión y menor autoestima que quienes se veían a sí mismos como
“sobrevivientes”.

¿Cómo desactivar la mentalidad victimista?

“La vida rompe a todos, y después, muchos son fuertes en los lugares rotos” - Ernest
Hemingway [Foto: Getty Creative]
Dentro de las personas que encarnan el rol de víctima suele haber un profundo
dolor, pesimismo, desesperanza, miedo e ira. A menudo esa pena está
relacionada con traumas reales, auténticas tragedias y abusos. Otras veces es el
resultado de patrones y modelos aprendidos de los padres, que les transmitieron
esa visión desesperanzadora y hostil del mundo.
En cualquier caso, a quien asume la mentalidad victimista le cuesta mucho
darse cuenta de que se está poniendo una soga alrededor del cuello.
Psicólogos de la Universidad de Kansas comprobaron que las personas con un
locus de control externo reciben peor las críticas y correcciones cuando se
equivocan y tienen la tendencia a buscar excusas para atenuar el impacto
emocional negativo del fracaso y proteger su autoestima. Esa actitud defensiva las
encierra en un bucle pernicioso.
La buena noticia es que el victimismo no es una condena de por vida.
Hay que empezar por reconocer el diálogo interior. Si sueles ver tus problemas
como catástrofes, haces una tormenta en un vaso de agua y piensas que todo el
mundo está en tu contra, pero crees que no puedes hacer nada, es probable que
tengas el “modo víctima” activado.
Necesitas salir de ese sistema auto confirmatorio en el cual cada creencia
parece ser una prueba irrefutable de otra. Si crees que las personas te darán la
espalda, no confiarás en nadie y, por ende, jamás encontrarás un apoyo verdadero.
Aquello en lo que sueles creer suele terminar convirtiéndose en una profecía que
se autocumple.
Para cuestionar las creencias que se reafirman mutuamente debes abandonar la
necesidad de juzgar. Cuando no sientas el impulso de juzgarte como persona
podrás ver objetivamente esos pensamientos y darte cuenta de que se trata de
creencias desadaptativas que te hacen daño, te impiden desarrollar tu potencial y
te mantienen en la zona de la insatisfacción y el desencanto.
Abandonar la mentalidad victimista no implica olvidar todo lo ocurrido ni asumir que
no ha pasado nada, se trata de darle otro sentido a ese pasado, para que no siga
limitando tu presente y tu futuro. Se trata de despojarte de la identidad de víctima
con la que te has identificado durante tanto tiempo.
Para ello, necesitas encontrar el potencial para desarrollar otra identidad.
Necesitas reconocer que el rol de víctima es solo una máscara a través de la cual
te has relacionado con un mundo que quizá te fue hostil, pero que detrás de ella se
esconde una persona capaz de luchar y tomar las riendas de su vida.
Quizá no sea fácil. Crecer implica confrontarse. Luchar. Caer y recuperarse. Tomar
decisiones. Y asumir las consecuencias. Pero eso es mucho mejor que sentarte a
ver cómo transcurre tu vida.

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