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(Mario) Nelson Minello 2009

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EL ORDEN DE GÉNERO Y LOS ESTUDIOS DE MASCULINIDAD*

Nelson Minello Martini


El Colegio de México

1
Como dirían los abogados, yo estoy comprendido en “las generales de la ley”
cuando hablo sobre estos temas. Desde hace algún tiempo leo, intento
reflexionar, escribo algo sobre los problemas, las ventajas y las, quizás,
desdichas de los varones. Tengo muchas preguntas, pero me temo que pocas
respuestas. Estas últimas, por otra parte, deberán ser construidas
colectivamente.
Casi al finalizar la primera década del siglo XXI, quienes estudiamos a los
varones (o a los hombres, como se prefiera) contamos con un considerable
volumen de obras y realizar un “estado del arte” de la temática exigiría
bastante trabajo y reflexión.
Ya pasaron los tiempos cuando prácticamente sólo teníamos la
investigación valiosa y pionera de Matthew Gutmann. Ahora numerosos
autores y autoras han publicado libros, contribuido en compilaciones,
aportado sus trabajos en números monográficos en distintas revistas (por
ejemplo, La Ventana, Nueva Antropología, Desacato, El Cotidiano, Estudios
Sociales, y otras que escapan ahora a mi memoria; existe una asociación de
estudios de género de los hombres --que nos recibe cálidamente--, se
organizan reuniones nacionales e internacionales; en suma, se trabaja, se
estudia, se reflexiona y se produce conocimiento sobre el tema.
Es tarea imposible, dado su número, nombrar a todas las personas que

*
Esta conferencia fue ofrecida en el marco del III Congreso Nacional de Estudios de Género de
los Hombres, organizado conjuntamente por la AMEGH y la Universidad de Tamaulipas, del 23 al
25 de marzo de 2009, en Ciudad Victoria, Tamps.
1
participan en este afán, pero una buena muestra pueden ser los y las
participantes de este y los anteriores congresos de la AMEGH.
Si miramos hacia otros países de América Latina y el Caribe
también encontramos investigación sobre varones en prácticamente cada uno
de ellos. Hemos leído trabajos realizados en Colombia, Perú, Chile, Brasil, Puerto
Rico, Nicaragua, Cuba, Argentina, Uruguay... cuyos autores y autoras están
presentes en nuestras inquietudes académicas y políticas

2
Por un lado, debemos congratularnos de toda esta producción y esta pujante
preocupación por entender, encontrar el sentido del mundo masculino. Por
otro, aunque parezca paradójico, preocuparnos por una cierta ausencia de
reflexión teórica y epistemológica.
La inquietud sobre la producción teórica en estos temas no es nueva. La
han expresado en distintos momentos Lynn Segall, Andrea Cornwall y Nancy
Lindisfarne, Kenneth Clatterbaugh, Jeff Hearn y David Collinson, entre muchos
otros y otras.
Antes de adentrarme en el punto central de esta plática, una pequeña
digresión, para referirme a los conceptos de hegemonía y de patriarcado,
frecuentemente utilizados en esta reunión y, también, en muchos trabajos sobre
masculinidad.
Se habla de masculinidad hegemónica como sinónimo de dominante.
Sin embargo, en términos muy resumidos, por lo menos para Gramsci,
dominaba una clase mientras ejercía la función hegemónica (es decir,
señalaba didácticamente el rumbo) alguna de las capas o fracciones de
dicha clase (distinta según las épocas, condiciones y países), un grupo social
que no fuera propiamente una clase (un partido, los medios de comunicación,
etc.). Confundir dominación con hegemonía no sólo impide fundar una

2
contrahegemonía sino que podría ayudar a ocultar a la fracción más
importante de la dominación, con las consecuencias políticas inherentes.
También se habla de patriarcado para referirse a la sociedad en la que
vivimos. Sin embargo, esa categoría alude a una forma de organización de la
sociedad en determinadas épocas, muy distantes de las actuales. Acuñado
por Weber, el concepto –también dicho de manera sintética-- habla de una
dominación ejercida de acuerdo con la tradición, sobre bienes y personas. Ya
Gayle Rubin señaló que era un sistema del tipo ejercido por las tribus
mencionadas en el Antiguo Testamento; coincido con Vendrell (“La
masculinidad en cuestión...” Nueva Antropología, 2002) en que podría
considerarse patriarcal al pater familias romano, pero me parece que en
nuestra época de constitución de personas y ciudadanía, así como la
existencia de normas, y regulaciones jurídicas –por más imperfectas que éstas
fueran-- difícilmente podría pensarse en un régimen patriarcal.
Cierto es que algunas autoras (por ejemplo, Sally Alexander y Bárbara
Taylor “En defensa del patriarcado”, en el History Wokshop Journal) reivindican
el valor político que tiene la categoría para la lucha feminista. Pero me parece
que por un lado el valor político –si no se ajusta a lo real— no puede sustituir a la
construcción de conocimiento y, en segundo lugar, que el saber proporciona
más armas a la lucha política, sea feminista o de otra índole. La descripción o el
recurrir al “sentido común” no produce conocimiento y, muchas veces como
en este caso, oscurece la realidad. Hasta aquí la digresión.

3
Quiero volver ahora al punto que me llevó a pergeñar esta plática. El uso del
concepto de masculinidad. Connell –cuya producción y planteos son quizás los
más influyentes en América Latina— presenta una paradoja que, en buena
parte, origina estas reflexiones, al establecer que

3
La masculinidad no es un objeto lógico a partir del cual pueda producirse una ciencia
generalizadora

Y lo reafirma cuando a continuación escribe:


[...] Todas las sociedades tienen explicaciones culturales del género pero no todas
tienen el concepto de masculinidad (Connell, 2000 [1995]:103, subrayado agregado).

Me pregunto entonces, si la masculinidad no es un objeto lógico sobre el


cual pueda fundarse una ciencia generalizadora, que nos permita construir
conocimiento acerca de los hombres, ¿qué hacemos cuando analizamos las
masculinidades?
Ciertamente, podemos decir que Connell está equivocado (pero
deberemos fundamentarlo), o simplemente dejarlo de lado, negarlo. Pero
pienso que una opción sensata sería reflexionar sobre la afirmación; discutir con
ella, producir un nuevo conocimiento que refute la fuerte afirmación
connelliana, o concluir que tiene razón y que debemos corregir el derrotero
teórico.
En suma, aunque todas las sociedades están constituidas por personas
de sexo masculino y otras de sexo femenino, la categoría no es general. Me
parece una categoría frágil, discutible; me maravilla y, de alguna manera,
desconcierta que la utilicemos –me incluyo-- con tanta liberalidad.

4
Tenemos siempre presente (o tendríamos que tenerlo presente) que los actuales
estudios de masculinidad aparecieron fundamentalmente en países de cultura
anglosajona: Estados Unidos, Gran Bretaña, Australia...
Sabemos que las condiciones socioeconómicas, políticas y culturales son
muy distintas de las que reinan en nuestras naciones. Por principio de cuentas,
en aquellos países la desigualdad --económica, pero también social y cultural--
es menor; el imperio de la ley es mayor y el aparato judicial s más fuerte,

4
definido e independiente; la condición de persona y de ciudadano está
construida con bastante solidez; aunque existen diferentes comunidades en su
seno, la sociedad es mucho más homogénea; por último, pero no menos
importante, la relación con la divinidad –constituyente del individuo en buena
parte— es distinta.
Recordemos que varios de los autores hablan de la masculinidad
moderna como emergiendo en el ya lejano siglo XVI, con los cambios en la
sexualidad y la concepción del individuo y la individualidad, la creación de los
imperios marítimos, el crecimiento de las ciudades y las guerras religiosas
europeas
Mencionar la religión, en un mundo tan desacralizado puede parecer
poco importante. Sin embargo, en tanto la masculinidad es un proceso que
lleva ya varios siglos, la religión, sin duda, tuvo fuerte influencia en moldear un
imaginario colectivo que todavía está presente.
Destaca la circunstancia de que un sistema evangélico es individualista
mientras que el católico romano es comunitarista. No necesito hacer hincapié
en que los dos sistemas crearán y crean distinto tipo de persona. Y esto, en el
estudio de los hombres (y mujeres, por supuesto, y otro[s] género[s] que
pueda[n] existir) tiene consecuencias distintas para la dominación masculina.
En suma, nuestras coincidencias son que tanto los países donde surge el
concepto como los nuestros pertenecen al mundo occidental y están inmersos
en un sistema capitalista. Pero las diferencias económicas, sociales, culturales,
simbólicas, son enormes. Hay demasiadas cosas distintas como para no
preocuparnos. Sin embargo, en América Latina hemos adoptado
prácticamente sin mayores objeciones el planteo de la masculinidad. Vendrell
señala certeramente la fuente y la influencia de ese pensamiento:
el centro y cabeza visible de estas tendencias se encuentra en los Estados Unidos, que
cabe concebir como el mayor productor de sentido en el mundo contemporáneo de la
globalización, y cuya cultura académica, empeñada, como por otra parte es lógico,
[se propone responder] a las necesidades de la sociedad norteamericana. [...] El
resultado es la exportación de los men’s studies y de todos sus presupuestos teórico-
5
metodológicos al conjunto del globo, marcando una nueva agenda para la
investigación en ciencias sociales [...] tengan o no algo que ver los problemas
psicológicos de los varones de clase media norteamericana con los del resto del mundo
(“ La masculinidad en cuestión: reflexiones desde la antropología”, Nueva Antropología,
2002:36).

Nuestra tarea, considero, es reflexionar y criticar esos enfoques teóricos a


la luz de las condiciones de América Latina, para poder aplicarlos con
provecho en nuestros estudios y acciones políticas.

5
Cuando el pensamiento feminista acuñó –a mediados de la década de los
setenta del siglo pasado— la categoría “género”, se dio un gran paso adelante
para comprender fenómenos sociales –colectivos e individuales—que estaban
ocultos hasta esos momentos.
La mayoría de quienes estudiamos a los hombres adoptamos esa
categoría (por lo menos en el discurso). Pero posiblemente no reparamos en
que la misma no está exenta de dificultades.
Hawkesworth, en un fascinante artículo [“Confundir el género.
Counfounding gender”, Debate feminista, núm 20, 1999 [original en 1997]),
señala distintas formas y maneras y estilos en los que ha sido utilizada la
categoría género. Selecciono algunos ejemplos: ha sido
• Analizado como un atributo individual (Bem); una relación interpersonal
(Spelman), un modo de organización social (Firestone, Eisenstein).
• Descrito como un efecto del lenguaje (Daly, Speder) una cuestión de
conformismo conductual (Amundsen, Epstein); una característica estructural
• Ha sido denunciado como una cárcel (Cornell y Thruschwell) y en otro
extremo como esencialmente liberador (Irigaray)
• Para algunos es un fenómeno universal (Lerner) y para otros es una
consecuencia histórica de la sexualización cada vez mayor de las mujeres

6
en la modernidad (Riley)
Y Hawkesworth continúa en una larga lista, que permite ver claramente que
la categoría es entendida de muchas maneras, cada una de las cuales tiene
consecuencias epistemológicas, teóricas y metodológicas, sin hablar de las
políticas, distintas.
¿Hasta qué punto somos conscientes de estas diferencias? ¿Hasta qué
punto nos precavemos de aquellas que no compartimos? ¿Hasta qué punto
damos por sentado algo que todavía –como han señalado diversos autores y
autoras—está en construcción, es una versión Beta (para hablar en un lenguaje
más actual)?
Pienso que, ante tal diversidad (y, por qué no decirlo, cierta confusión)
conviene regresar a las formaciones primigenias de la categoría. Gayle Rubin
(1975) señaló que su objetivo era “llegar a una definición más desarrollada del
sistema sexo/género por una lectura algo idiosincrática y exegética de Lévy-
Strauss y Freud [en buena parte a la luz de Lacan]”, leídos a su vez desde el
pensamiento de Marx (y Engels) que proporciona “una economía y una política
de los sistemas de sexo/género”(136).
En otras palabras, estudiar la estructura de parentesco porque es “una
imposición de la organización cultural sobre los hechos de la procreación
biológica”;1 tener en cuenta el psicoanálisis, con Lacan, pues significa “el
estudio de las huellas que deja en la psique del individuo su conscripción en
sistemas de parentesco” y “describe la transformación de la sexualidad
biológica en los individuos al ser aculturados” (122) mientras el análisis marxista
de los sistemas sexo /género permite develar aquello que el concepto de
intercambio de mujeres oculta (la división social del trabajo).

1
Rubin(106) recuerda a Evans Pritchard cuando este habla del “matrimonio de mujer” de los
Nuer, donde “la paternidad [pertenece] a la persona en cuyo nombre se da la dote en
ganado para la madre. Así, una mujer puede estar casada con otra mujer y ser marido de [esa
mujer] y padre de sus hijos aunque, [evidentemente], no sea el inseminador”. Aquí es clara la
distinción entre sexo y género.
7
Posteriormente, Joan Scott en un artículo presentado en 1985 [“El género,
una categoría útil para el análisis histórico” en: J.S. Amelang y M. Nash (comps),
Historia y género: las mujeres en la Europa Moderna y Contemporánea, 1990],
diez años después del planteo seminal de Rubin, señala que el desafío es
de carácter teórico Requiere el análisis no sólo de la relación entre experencia
masculina y femenina en el pasado, sino también de la conexión entre la Historia
pasada y la práctica histórica actual. ¿Cómo actúa el género en las relaciones sociales
humanas? ¿Cómo da significado el género a la organización y percepción del
conocimiento histórico? Las respuestas dependen del género en tanto que categoría
analítica (27, subrayados agregados)

y expresa su conocida definición de género: un elemento constitutivo de las


relaciones sociales y una forma primaria de relaciones significantes de poder
(44), con cuatro elementos: símbolos culturalmente disponibles, conceptos
normativos, política e instituciones (estatales y sociales) y, en cuarto lugar, la
identidad subjetiva (45/46).
Scott destaca que ninguno de estos cuatro elementos opera sin los
demás, pero no lo hace simultáneamente ni como reflejo; de hecho, este
funcionamiento es parte de la investigación (47), al mismo tiempo que
reconoce que el nudo teórico está en las relaciones de poder.
Establecidos como conjunto objetivo de referencias, los conceptos de género
estructuran la percepción y la organización, concreta y simbólica, de toda la vida social
(48)

Insisto en destacar que en estas concepciones de género el individuo está


presente, pero también la sociedad. No hay un divorcio que privilegie uno u
otro de los términos.
En suma, podemos utilizar la categoría de diversas formas y maneras,
pero siempre sabiendo que: 1) para producir conocimiento debemos pensar
en ella como
categoría analítica, reflexionar en términos heurísticos; 2) es una categoría
relacional y, 3) tiene una estrecha relación con otros ejes de diferenciación
social. .

8
6
Regreso ahora a lo planteado al comienzo de estas reflexiones. La
masculinidad no es un objeto lógico del cual pueda producirse una ciencia
generalizadora.
Pero me temo que –sin desconocer a autores y autoras, (en número
cada vez mayor, por cierto), que comienzan a plantearse estos derroteros más
complejos-- una revisión somera en los trabajos sobre nuestro tema permite
apoyar la idea de que, por un lado, se habla generalmente de masculinidad (o
palabras similares), en segundo lugar que siempre se mienta al género, pero, en
tercer término, “orden de género” es una categoría poco empleada hasta el
momento.
Descartes y la filosofía de la Ilustración, lo tenemos presente, nos legaron
un pensamiento dicotómico; en las ciencias sociales la dualidad
individuo/sociedad continúa vigente. Están quienes ven a la sociedad como la
sumatoria o agregación de los individuos (o grupos sociales claramente
delimitados); el énfasis está puesto en la persona física; de hecho, no hay
prácticamente conflictos y las diferencias se resuelven mediante la
negociación (supuestamente entre iguales). Estamos aquellos que vemos a la
sociedad como algo más que el conjunto de seres humanos que la integran.
Hay individuos, grupos, estructuras, conflicto, relaciones de poder; los conflictos
se resuelven en una lucha por ese poder, productos de la vida social.
Para los primeros, el género es un atributo personal, que permite clasificar
a los seres humanos. Sus enfoques preferidos serán microsociales y la
metodología oscilará casi siempre entre el individualismo metodológico y la
etnometodología. (analisis micros sociales o particularistas)
Para los segundos, aquellos para quienes la sociedad es algo más
complejo que la pura agregación de individuos, la realidad social es una
9
construcción colectiva de sentido; lo real es creado y recreado a través del
proceso de institucionalización del comportamiento (y aquí tendríamos a
Durkheim, Marx, pero también Berger y Luckman y muchos otros). Quienes
estamos en esta posición analizamos estructuras estructurantes (para utilizar la
feliz fórmula bourdieusiana), nos preocupamos por la historia y, más que
contexto, buscamos las conexiones entre individuo y sociedad. Digo
conexiones y no contexto porque este último tiene una connotación de
entorno, algo que está fuera, mientras que la conexión supone enlace,
trabazón.
Cierto es que algunos enfoques en ciencias sociales privilegiaron la
estructura por encima de los individuos (quizás la formulación paroxística es la
de Althusser cuando sostiene que los hombres son los “portadores” de las
estructuras). Pero ni son todos ni siquiera mayoría y ya han sido suficientemente
criticados como para no usar la idea de estructura.2
Norbert Elias es uno de esos pensadores que fructuosamente se
negaron a reconocer una dicotomía individuo/sociedad. Sostuvo que la
sociedad puede verse como la
Imagen de muchas personas individuales que por su alineamiento elemental, sus
vinculaciones y su dependencia recíproca están ligadas unas a otras del modo más
diverso y, en consecuencia, constituyen entre sí entramados de interdependencia o
figuraciones con equilibrios de poder más o menos inestables del tipo más variado
como, por ejemplo, familias, escuelas, ciudades, capas sociales o estados (Elias,
Sociología fundamental, 1982[1970]:16)

Aquí no hay dicotomía sino unidad; no hay privilegio de una sobre otro sino una
relación donde la estructura, creada por los seres humanos, lo moldea pero
este influye sobre ella.
Elias nos habla además de un proceso –es decir, por un lado movimiento

2 Fernand Braudel define estructura de una manera amplia, que puede ser útil para nuestras
preocupaciones; el historiador francés sostiene que las estructuras son “aquello que en la masa
de una sociedad, resiste al tiempo, perdura, escapa a las incertidumbres y sobrevive con
obstinación y éxito”.

10
y, por otro, interdependencia— del desarrollo civilizatorio, a partir del control de
las emociones (Véase su obra El proceso de la civilización, originalmente de
1939). También nos habla en sus obras de su trabajo histórico y del privilegio a
una línea de larga duración, que permite comprender mejor el presente. Elias
analiza la interdependencia de procesos sociales y las relaciones de poder,
que contribuyen a configurar la realidad y darle sentido (véase Julia Varela
“Prólogo” en N. Elias, Conocimiento y poder, 1994). Nótese como estos planteos
eliasianos coinciden con los de Rubin y Scott acerca del género.
Pero volvamos a nuestro interés principal, el concepto de “orden de
género”, entendido como la construcción de género en una sociedad dada, y
de ”régimen de género” o el momento especifico de aquel orden en la
sociedad que queremos estudiar.
En otras palabras, con orden de género tendríamos la cartografía, por así
decir, de las relaciones generalmente conflictivas y en contradicción entre
varón—mujer, varón—varón, y mujer—mujer (véase De Barbieri “Sobre la
categoría género” Revista Interamericana de Sociología 1992). Es decir que el
orden de género nos mostraría la totalidad (Kósic) de todas las relaciones de
género en una sociedad y momento dados. El régimen de género, por su
parte, nos permitiría a quines estudiamos a los hombres, las relaciones varón—
varón en un momento determinado en el tiempo.
Agréguese a esto la visión de que la
La masculinidad, hasta el punto en que el término puede definirse, es un lugar
en las relaciones de género, en las prácticas a través de las cuales los hombres y
las mujeres ocupan ese espacio de género, y en los efectos de dichas prácticas
en la experiencia corporal, la personalidad y la cultura (Connell 2003, pág. 109).

Entendidos así, los estudios de los hombres nos obligarían no sólo a prestar
atención al individuo, a la persona que queremos estudiar, sino comprender su
vida como un proceso, donde intervienen no sólo la voluntad y elecciones
personales sino los antecedentes de su familia de origen, su historia educativa,
de trabajo, de amor y de sexualidad, conjuntamente con la organización

11
social, cultural y económica de la sociedad. Obtendríamos un continuo
individuo-sociedad que permitiría construir más y mejor conocimiento.
La tarea no es fácil. Resulta complicado entretejer individuo y sociedad,
más aún si, como señalé antes que planteaba Elias, las velocidades de los
procesos son distintas.
Tiempo atrás era frecuente encontrar trabajos de investigación que
tenían dos tercios de su volumen ocupado por el “marco teórico”, y el tercio
restante por el trabajo empírico, las conclusiones y la bibliografía.
No se trata, por supuesto, de repetir errores conocidos. Hay que inventar,
con la base de los autores y teorías adecuados, una forma de trabajo que
permita recrear ese, en palabras de Elias, “proceso civilizatorio” (que no era
lineal, por cierto).

7
Mi sugerencia final es la necesidad de conocer cuántos “orden de género”
existen en México. Tanto en el plano espacial --¿habría un orden de género
característicos del sureste y otro del norte y por lo tanto una dominación
masculina con características específicas en cada caso?—como en el histórico
--¿el orden de género posterior a la Revolución Mexicana es igual al del siglo
XXI?

Así como la economía y otras ciencias sociales elaboraron


regionalizaciones del país, así también deberíamos tener un mapa, por así
llamarlo, del orden de género en México.
Pienso que tal re-construcción del territorio mexicano visto con la lente
del género podría mostrarnos la situación actual de las relaciones de género
(su distribución desigual del poder, las contradicciones entre los géneros pero
también intragéneros, etcétera). Podríamos saber si la transición

12
colonia/independencia, la industrialización porfiriana, la Revolución de 1910, la
transformación de un México rural en otro urbano, o la metropolización de las
ciudades, etcétera, provocaron (o no) un orden de género distinto del
existente hasta ese momento.
Claro que la periodización que señalo arriba es sólo una propuesta;
podrían encontrarse otros cortes, más relacionados con el cambio en la
situación de las mujeres (como podrían ser la feminización de la fuerza de
trabajo, o los cambios en los derechos políticos, la transición de un Estado
natalista a otro propiciador del control de fecundidad, etcétera).
Esta periodización de género --que implica trabajo de archivo, sin olvidar
encuestas y trabajo cualitativo (entrevistas, historias de vida, etc.)— podría
ayudar a entretejer individuo y sociedad.
Pero, como dije al principio, tengo muchas preocupaciones y pocas
respuestas. Quise plantear mis dudas y exponer algunas sugerencias. Ustedes
tienen la palabra.

México, marzo de 2009

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