Apuntes de Profesor
Apuntes de Profesor
Apuntes de Profesor
UCCION
A LA
TEOLOG
IA
APUNTE
S PARA
LOS
ESTUDI
ANTES
PRIMER
A PARTE
LA
TEOLOG
IA
OBJETO
LECCION
PRIMERDE LA
A ASIGNA
TURA
OBJETO DE LA ASIGNATURA.
A
exclusivamente de mitos, esta teología ha de ser superada por la filosofía, que
supone una aproximación crítica a la realidad.
Para algunos autores griegos posteriores, teología comienza a
significar filosofía de la religión, equivalente a lo que hoy se entiende por teodicea.
Otros filósofos usan el término teología como sinónimo de metafísica (Proclo, siglo
VI).
En los escritores cristianos antiguos y los Padres clásicos de la
Iglesia, teología significa, según su sentido literal, la consideración de Dios Uno y
Trino, como algo distinto a la cristología o economía de la salvación. Se usa
también para designar cualquier comentario de la Sagrada Escritura, y es entonces
sinónimo de divina pagina o sacra pagina.
Con autores medievales como Pedro Abelardo (+1142) y San
Anselmo de Cantorbery (+1109), la teología significa ya ciencia de Dios o de la fe,
que conlleva un estudio y conocimiento ordenado de la Revelación divina.
Adquiere rango de disciplina académica en las recién creadas Universidades (la
Sorbona de París se funda en el siglo XII) y se diferencia claramente de la filosofía
y del derecho canónico, sin perder por eso en ningún momento su contenido
nocional.
Desde entonces se entiende por teología en la Iglesia la reflexión
sobre la Fe que conduce a una sistematización orgánica de las verdades reveladas,
según unos principios y un método propios.
3. Naturaleza de la filosofía.
Aunque la filosofía sirve para la vida, no es sin embargo una
actividad simplemente pragmática o utilitarista, como es, por ejemplo, la ciencia (Si
bien hay que decir que puede llegar un momento de su trabajo en el que el científico
no puede evitar ni dejar de lado preguntas fundamentales acerca del mundo y la
existencia humana).
El acto filosófico tiene mucho en común con el acto poético y el acto
religioso. No se aprende a filosofar como se aprende o asimila una técnica o una
mera habilidad práctica. La filosofía es una actividad desinteresada. El hombre
suele verse impelido hacia ella cuando una experiencia singular o llamativa provoca
en él una cierta sacudida existencial.
Entre esas experiencias se encuentran la de la muerte y la caducidad,
las aporías y tensiones que envuelven a la existencia humana, la experiencia del
amor, la del mal, las que llevan a preguntarse por qué es el ser más que la nada, etc.
Filosofía es entonces contemplación inquisitiva de la realidad, y
sabiduría última, que no debe confundirse con el simple conocimiento y mucho
menos con la información.
Esta actividad hace bien al hombre y le enriquece en un sentido
hondo, que no es material. En la visión platónica del gran banquete, que ocurre en
el "lugar supraceleste", se dice del alma que "se nutre a la vez que mira allí
gozosamente lo que verdaderamente existe" (Fedro 247 D).
La filosofía no progresa como lo hace la ciencia. Esta avanza
mediante la adición de nuevos conocimientos, mientras que cada filósofo toma de
nuevo en sus manos la reflexión. No es que no exista continuidad en la historia de
la filosofía perenne, pero cada filósofo comienza una etapa original que refleja su
personalidad propia y se hace las preguntas fundamentales.
Quien aspira a la filosofía total se apoya antes que nada en su razón,
pero echa mano también de todo lo que le pueda servir y venir bien en su búsqueda
de la verdad, como el que tiene hambre no es indebidamente selectivo en los
alimentos que acepta. El filósofo usa saber humano y conocimientos procedentes de
la tradición, del mito, de la religión y en general de fuentes suprarracionales. El
Sócrates platónico, al hablar de las verdades últimas que determinan la existencia
humana, no tiene reparo en confesar que no las sabe por sí mismo, sino "por
haberlas oído" (Fedón 61 D; Fedro 235 C; Timeo 20 D).
Estas informaciones no estrictamente racionales se ven sometidas,
como es lógico, a un suficiente control por parte de la razón filosófica.
A
singulares, que son el hecho de la Creación, el de la Revelación, el de la
Encarnación y el de la Iglesia. No son hechos exactamente en el mismo sentido
de la palabra. La Creación es un hecho primordial que escapa a todo esfuerzo de
nuestra imaginación, mientras que los demás son acontecimientos de los que
podemos tener y en verdad tenemos una determinada experiencia histórica,
aunque conserven en todo momento su carácter misterioso.
Pero estas cuatro realidades tienen que ver con el tiempo, lo
cual nos dice que el Cristianismo no es una mera religión de salvación por el
conocimiento ni se centra únicamente en ideales de contemplación mental de los
misterios divinos.
La Creación del mundo y del hombre por Dios en un acto libre
de su amor es fundamental en la cosmovisión cristiana, porque es el punto de
partida de la economía divina de salvación, es decir, constituye como el primer
acto del drama del pecado y de la redención humana.
El hecho de la Creación, que confesamos en el Credo como
una verdad de fe, establece además la relación correcta entre Dios y todo lo que
ha salido de sus manos. Quien confiesa esta verdad cristiana declara que el
mundo no es algo último o definitivo, y que no se explica a sí mismo ni por sí
mismo.
El Cristianismo es entonces no sólo una religión de redención
sino también una religión de Creación. La Creación es en efecto el presupuesto
de la Revelación, que se inicia precisamente con un relato sobre la creación del
mundo por Dios.
2. La Religión Revelada.
La religión cristiana se entiende a sí misma como una religión
revelada. Debe por lo tanto su existencia a una actuación libre de Dios, que va
más allá de la Creación. Es decir, no ha nacido a partir de iniciativas terrenas
realizadas por hombres más o menos excelentes. "La fe cristiana existe
únicamente porque existe la Revelación de Dios en la historia de Israel y en
Jesús el Cristo. El contenido de esa fe no puede el hombre llegar a conocerlo
por sí mismo, ni es capaz tampoco de deducirlo de los datos relativos al mundo o
a la sociedad" (J SCHMITZ. La Revelación, Barcelona 1990, 11-12).
La Revelación es la autocomunicación plena, definitiva e
irrepetible de Dios, comenzada en los tiempos del Antiguo Testamento y
finalizada por medio de Jesucristo. Dios autor de la Revelación es al mismo
tiempo su contenido, dado que la Revelación comunica misterios y doctrina,
reglas de vida y vida divina.
El Concilio Vaticano II (1962-1965) enseña lo siguiente:
"Dispuso Dios en su sabiduría revelarse a Sí mismo y dar a conocer el misterio
de su voluntad...
"Por esta revelación, Dios invisible habla a los hombres como
amigos, movido por su gran amor, y mora con ellos para invitarlos a la
comunicación consigo y recibirlos en su compañía.
"Este designio de la revelación se realiza con palabras y
gestos. Ambos se hallan intrínsicamente conexos entre sí, de forma que las obras
o gestos realizados por Dios en la historia de la salvación manifiestan y
confirman la doctrina y los hechos significados por las palabras, y las palabras
proclaman de su parte las obras y esclarecen el misterio contenido en ellas"
(Constitución Dogmática Dei Verbum, sobre la divina Revelación" n. 2).
Es afortunado que la palabra revelación posea un sentido en la
conversación corriente entre los hombres y se use generalmente para referirse a
situaciones nuevas y más o menos inesperadas, que provocan un cambio mayor
o menor en la vida. Aunque la Revelación de la que hablamos aquí es un
acontecimiento sobrenatural y único, no es necesario para aproximarse a él
prescindir completamente de lo que queremos decir en la vida ordinaria cuando
hablamos de revelación. Porque estas revelaciones de carácter profano no se
producen por nuestra voluntad sino que sobrevienen a nuestra vida sin haberlas
buscado, nos descubren nuevos aspectos de nosotros mismos o de los demás, y
nos ayudan por lo general a comprender mejor el mundo.
Fiel a su método expositivo, el Concilio Vaticano II no define
la Revelación, sino que la describe en términos sencillos y con apoyo en
expresiones y palabras tomadas directamente de la Sagrada Escritura. Esta
descripción destaca cinco aspectos en la Revelación:
a) es automanifestación de Dios
b) es Palabra
c) se lleva a cabo en la historia
d) es salvadora
e) posee naturaleza de don.
a) La Revelación es ante todo automanifestación de Dios. No
es la simple comunicación de un mensaje. Dios se revela a Sí mismo de modo
libre y gratuito. Nada compele a Dios a revelarse, y nadie puede conjurar a Dios
para que se revele.
La Revelación es por lo tanto misteriosa porque descubre y
vela al mismo tiempo los misterios divinos. Hace que el hombre conozca los
misterios pero estos continúan siendo incomprensibles para él. Conocemos que
Dios es Trino, pero no comprendemos cómo puede serlo. La finitud de la razón
humana no puede captar la infinitud del Ser divino.
b) La Revelación recibe en el Nuevo Testamento el nombre de
Palabra de Dios (cfr. Juan 1,1-14), y en el Antiguo Testamento se alude
directamente a esa denominación cuando se narran los oráculos de los profetas
que previamente han escuchado la voz divina.
El sentido externo del hombre a través del que se recibe
preferentemente la Revelación es en la Biblia el oído, más bien que la vista.
Sueños y visiones ocupan un lugar secundario en la manifestación de Dios,
aunque también son a veces cauces de Revelación (cfr. Isai 1,1; Daniel 2-10).
La fe viene ex auditu (Rom 10,17), es decir, mediante la audición de la Palabra
divina.
La Palabra de Dios viene al hombre sin que éste haya hecho
nada para encontrarse con ella o para recibirla. "No es buscada ni solicitada -
como cuando se la recaba de los sacerdotes paganos que prestaban su servicio en
los oráculos -, sino que se impone de repente, se apodera del receptor y
transforma su vida. La misma revelación en la palabra se basa en diferentes
experiencias fundamentales que se reflejan en los géneros literarios; por
ejemplo, se basa sobre todo en los dichos de los profetas de Israel, con su idea de
que la Palabra de Dios está en y detrás de las palabras de ellos; o en los textos
narrativos, que interpretan la acción y pasión del hombre como formas que
manifiestan la actuación de Dios; o en los dichos que transmiten preceptos y
normas, según los cuales los mandamientos son expresión de la voluntad de
Dios; o en los pasajes apocalípticos, que se entienden a sí mismos como palabras
en las que Yahvé Dios desvela su plan, hasta entonces oculto, para la historia" (J.
SCHMITZ, La Revelación 1990, 40).
La Revelación, Palabra o locución de Dios, transmite nociones
e ideas precisas, pues Dios es sumamente coherente y si habla es porque desea
decir algo y busca hacerse entender por aquellos a quienes dirige su mensaje
salvador. Este hecho no supone, sin embargo, que las palabras divinas sean
siempre claras de inmediato. A veces pueden ser oscuras y poseen más de un
sentido, de modo que necesitan interpretación.
La Palabra implica un Ser personal infinito que habla a otro
ser personal finito. Dios habla al hombre. La Palabra engendra por tanto una
libre relación entre ambos, que adquiere forma de pacto o Alianza. La idea de
Alianza es fundamental en la Biblia. Indica entre otras cosas que Dios se
compromete en la Revelación a ser Dios del pueblo elegido, a protegerle,
santificarle, y hacer de Israel un pueblo mesiánico, porque debe anunciar al
mundo el mensaje de salvación, y porque de él saldrá el Mesías, según la carne.
El pueblo de Israel se compromete a su vez a renunciar a la
idolatría y a no dar culto a falsos dioses, a amar y servir al Dios vivo "con todo
el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas" (Dt 6,5; Luc 10,27), y a
mantenerse como pueblo santo que sea luz de todas las naciones.
c) La Revelación es histórica. Es decir ocurre en el seno de la
historia humana, aunque no coincide sin más con esa historia. La historia no
tiene por sí misma carácter revelatorio. Pero Dios actúa en la historia, cuando lo
desea, con el fin de manifestarse en sucesos que son vehículo de su Revelación.
Por eso se dice en la Constitución Dei Verbum que Dios se revela no sólo con la
Palabra, sino también con acciones, obras y gestos que tienen lugar en la historia
humana. Este es el motivo de que la Biblia sea un libro histórico, aunque hay en
ella mucho más que una historia común.
El Dios Altísimo y del todo superior al mundo se muestra en
objetos, acontecimientos y personas de nuestro mundo, y se representa en ellos.
La divinidad se manifiesta en lo que llamamos teofanías o acciones, que indican
el poder divino ejercido a favor del pueblo de Israel. Claros ejemplos son la
aparición de Dios a Moisés en la zarza ardiente (Ex 3), las plagas enviadas a
Egipto para quebrantar la resistencia del Faraón (Ex 7-11), el paso del mar Rojo
por los hebreos (Ex 14), la entrega del Decálogo a Moisés en el Sinaí (Ex 19-
20), la Nube que cubría el arca de la Alianza y guíaba a los israelitas por el
desierto hacia la tierra prometida (Ex 40, 34-38), etc.
Por ser histórica, la Revelación se despliega gradualmente
hasta culminar en la predicación y la obra de Jesús. "En diversos momentos y de
muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros Padres por medio de los
Profetas. En estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo a quien
instituyó heredero de todo" (Heb 1, 1-2). La Revelación se va completando, por
tanto, a lo largo de la historia de Israel. El pueblo elegido y sus representantes
tienen viva conciencia de que las nuevas revelaciones que se suceden derivan del
mismo Dios Unico, que comenzó manifestándose a Abraham (cfr. Gen 12).
Siempre que Yahvé se revela a los sucesivos destinatarios de su Palabra se
identifica, por así decirlo, como el Dios activo desde antes en la historia de los
hebreos: "Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el
Dios de Jacob" (Ex 3,6).
La Revelación no debe entenderse nunca como un saber
oculto que solamente poseen unos pocos privilegiados, ni como una ciencia
misteriosa y arcana que divide a la humanidad en sabios e ignorantes, y mucho
menos como una creencia que autorice el fanatismo y la incomprensión hacia el
resto de los hombres por parte de aquellos que han recibido el mensaje divino.
Los profetas son servidores de la revelación y saben que, en último término, ésta
se dirige al pueblo de Israel como cauce hacia todos los hombres. La Revelación
es patrimonio de la humanidad entera a través de los creyentes, que tienen la
grave responsabilidad de darla a conocer.
La religión revelada puede denominarse una religión
profética, porque los profetas de Israel son los mediadores ordinarios de la
Palabra divina hasta la llegada de Jesucristo, que es el Profeta por excelencia.
Los profetas han sido elegidos por Dios para escuchar la Palabra, hacerla propia
con una vida según el querer divino, y traducirla, por así decirlo, al lenguaje
humano, para poderla comunicar a todos.
El profeta auténtico es en la Biblia un hombre que habla en
nombre de Dios, se pronuncia con gran autoridad, mantiene una conducta
coherente y se muestra capaz de desterrar la mentira y el error. Es un verdadero
reformador religioso, que tiene que sufrir a causa del mensaje divino que
predica. El profeta interpreta el presente a la luz de la Palabra, y anuncia las
promesas divinas que tendrán lugar más tarde en la historia o en el más allá
escatológico. La experiencia religiosa que implica la Revelación tiene lugar
primero en los profetas, y a través del testimonio de estos se extiende a quienes
lo aceptan no como palabra humana sino como venida de Dios.
La Revelación es siempre por tanto un acontecimiento
sobrenatural externo al hombre. No es una simple autocompresión del sujeto
humano como pecador y luego como redimido. Afirmar esto supondría decir
que la Revelación no viene de Dios sino del espíritu del hombre.
d) La Revelación es salvadora, es decir, apunta primariamente
a rescatar al hombre del pecado y a comunicarle la vida nueva de la gracia.
Todas las acciones divinas que liberan a los hebreos de sus enemigos temporales
simbolizan además la intención profunda y última de la manifestación de Dios,
que es vencer el mal moral, conceder una participación en la santidad divina, y
hacer posible un destino eterno de gozo y amor.
La Palabra revelada no busca entonces aumentar la ciencia
humana y los conocimientos profanos de la humanidad. Entrega a los hombres
lo que no pueden conseguir por sus propias fuerzas: la conversión del corazón, el
triunfo sobre el pecado, la adquisición de todas las virtudes,y la unión con Dios
en esta vida y sobre todo en la futura.
e) La Revelación es finalmente un don divino inestimable, al
que se refiere Jesús como algo precioso y único en algunas parábolas. "El Reino
de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo que, al encontrarlo
un hombre, lo vuelve a esconder y, por la alegría que le da, va, vende todo lo que
tiene y compra aquel campo.
"También es semejante el Reino de los cielos a un mercader
que busca perlas finas, y que al encontrar una de gran valor, va, vende todo lo
que tiene y la compra" (Mt 13, 44-46).
Ninguna ciencia ni riqueza humanas son comparables a la
Revelación y a lo que ésta supone para la vida del hombre. Dice San Pablo: "Lo
que era para mí ganancia, lo he considerado una pérdida a causa de Cristo. Más
aún: juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo
Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura para
ganar a Cristo" (Fil 3, 7-8).
La conciencia de haber recibido un don tan alto sin
merecimiento alguno por su parte, ha de mover al creyente al agradecimiento y
a la alegría.
4. Signos de Revelación.
En el despliegue divino de la Revelación sobrenatural tienen
importancia los milagros o signos sensibles, vinculados estrechamente a las
Palabras y obras de Dios. El milagro bíblico posee un origen transcendente y
encierra el poder de suscitar en el hombre que lo contempla la experiencia de lo
santo. No ha de entenderse como una violación de las leyes naturales sino como
una anticipación de los futuros nuevos cielos y nueva tierra. No son una simple
señal demostrativa que acompaña extrínsicamente a la Revelación, y no obligan
al hombre a creer, es decir, no le privan de ejercer libremente su capacidad de
respuesta. Ante los milagros se convencen los hombres y mujeres con
disposición creyente y se endurecen los incrédulos. "Jesús apoyó y confirmó su
predicación con milagros para excitar y robustecer la fe de los creyentes, pero no
para ejercer coacción sobre ellos" (Declaración Dignitatis Humanæ sobre la
libertad religiosa, n. 11).
Los milagros del Nuevo Testamento son como epifanías de la
gloria divina que se esconde en Jesús y una manifestación de que Él es más
poderoso que Satanás y que la muerte.
"Lo característico de los milagros de Jesús es su carácter de
señales. Son, lo mismo que su predicación, manifestaciones del reino de Dios
que comienza. La llegada del reino de Dios significa al mismo tiempo el
término del reino del demonio. Por eso los milagros de Jesús, como se ve sobre
todo en sus expulsiones de espíritus inmundos, forman parte de su lucha contra
Satán y del destronamiento de éste" (J. SCHMID, El Evangelio según San
Mateo, Barcelona 1967, 81).
"Cristo - dice el Decreto Ad Gentes - recorrió las ciudades y
aldeas curando todos los males y enfermedades, como prueba de la llegada del
Reino de Dios" (n. 12; cfr. Constitución Lumen Gentium, n. 5).
5. La Luz Interior.
Aunque hemos afirmado que la Revelación es un
acontecimiento externo, que adviene al hombre desde fuera, es decir, desde una
instancia divina transcendente, es al mismo tiempo algo que debe ser recibido
por un sujeto y por tanto ocurre también dentro de éste. La Revelación va
acompañada de una gracia iluminativa en la persona que la recibe y la acepta. El
Espíritu Santo produce en la mente y el corazón del hombre la capacidad de
comprender y asimilar la Palabra divina, de modo que pueda convertirse a Dios
y reconocer luego las sucesivas llamadas que se le dirijan. "El Paráclito, el
Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, os enseñará todas las
cosas, y os recordará todo lo que os he dicho" (Juan 14, 26).
Hay por tanto una cierta correspondencia o correlación entre
Revelación externa y revelación interna o acción de Dios en el corazón de quien
escucha la Palabra. "Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque
has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes, y las has revelado a los
pequeños" (Mt 11, 25). Después de la confesión de Cesarea, Jesús dice a Pablo:
"Bienaventurado tú, Simón Bar Jona, porque no es la carne ni la sangre quienes
te lo han revelado, sino mi Padre, que está en los cielos" (Mt 16, 17).
La Revelación de la que habla Jesús es sin duda una acción
interior del Padre, que permite a Pedro abrirse a la predicación exterior del Señor
y confesarle como el Cristo. Lo mismo se dice en el Evangelio de San Juan:
"Nadie puede venir a mí si el Padre, que me ha enviado, no le trae " (6, 44).
Estos pasajes y otros semejantes hablan de una atracción de la
gracia, de una iluminación íntima y de un testimonio recibido en el corazón y la
mente. "La Palabra no nos llega sola, sino con el soplo del Espíritu, que fija la
palabra y hace que permanezca en el alma" (R. LATOURELLE, Teología de la
Revelación, 6ª ed., Salamanca 1985, 475).
La objetividad de la Revelación ha de repercutir en la
subjetividad y en la vida de quien la acepta con sinceridad, de modo que se
traduzca en un conocimiento con imitación de Jesús, en una fuente de
justificación del pecado con cambio interior del pecador, en una doctrina de
salvación por la gracia con penitencia y arrepentimiento, en una adoración de la
Majestad divina con celo personal por su gloria.
7. Revelación e Iglesia.
La plenitud de la Revelación en Jesucristo se nos hace
presente en la Iglesia y a través de ella. El conocimiento de Jesús, su mensaje
salvador y sus obras son imposibles sin la Iglesia. La mediación de ésta no es
una pantalla que limite el acceso a Jesús sino que es, por el contrario, la única
vía posible para comunicar con Él.
La existencia de la Iglesia supone la Revelación, y la
Revelación misma no nos llega sino a través de la Iglesia. "La Iglesia no es una
sociedad que exista primero en sí misma, y a la que posteriormente, para su
constitución, se le conceda la revelación divina. Sino que la revelación es
absolutamente constitutiva para que exista la Iglesia. Ésta, según San Pablo, no
tiene otra razón de su existencia que el fundamento que Dios ha establecido en
Jesucristo por medio de su revelación... La revelación divina constituye a la
Iglesia como su forma de expresión. En consonancia con este hecho, la teología
designó ya desde antiguo a la Iglesia como creatura Evangelii, creación del
Evangelio, o como creatura Verbi, creación de la Palabra" (J. SCHMITZ, La
Revelación, 178-179).
La existencia de la Iglesia depende por tanto enteramente de la
acción reveladora de Dios en la historia, pero al mismo tiempo es indispensable
para que los hombres conozcan esa revelación. "La Revelación que Dios ha
hecho de Sí mismo al hombre en Cristo Jesús está custodiada en la memoria
profunda de la Iglesia y en las Sagradas Escrituras, y es constantemente
comunicada mediante una traditio viva y activa, de una generación a otra"
(Catechesi Tradendæ, n. 22).
Jesucristo es el misterio central que la Iglesia anuncia. La
presencia de Jesús en la Iglesia lo llena todo.
Le encontramos en el Culto como Señor que lo preside y lo
recibe. Le encontramos en los sacramentos, especialmente en la Sagrada
Eucaristía. Se halla presente en la Escritura, en la predicación cristiana y en la
catequesis.Se le encuentra asimismo en los Pastores, que le representan, y en
todos los hermanos en la fe.
La Iglesia es por todo signo de la llegada de la salvación en
Jesucristo. Lo es porque, por la fe en el Evangelio y los Sacramentos, realiza de
hecho la salvación, como lugar donde actúan Cristo y el Espíritu de Dios; porque
representa en el mundo la unión de los hombres con Dios y la unión de los
hombres entre sí; y porque se convierte para toda la humanidad, creyente o no
creyente, en señal visible de la llegada del Reino de Dios al mundo (cfr. R.
LATOURELLE, Cristo y la Iglesia, signos de la salvación, Salamanca 1971,
129-130).
La Iglesia es ella misma un signo de su propio origen divino.
Dice el Concilio Vaticano I: "A causa de su admirable propagación, de su
eminente santidad, de su inagotable fecundidad en toda clase de bienes, a causa
de su unidad católica y de su solidez inquebrantable, la Iglesia es por sí misma
un grande y perpetuo motivo de credibilidad y un testimonio irrefutable de su
misión divina" (DS 3013-3014).
La Iglesia como signo o motivo de credibilidad posee una
realidad objetiva y visible, que la hacen perceptible en su valor religioso por los
creyentes y también por todos los no creyentes de buena voluntad. En este
sentido es capaz de fortificar la fe de los fieles y de atraer a los que todavía no
creen. La fe se apoya por tanto en los signos que acompañaron la revelación
histórica de Cristo, y en el signo siempre presente y actual que es la Iglesia.
El Concilio Vaticano II enseña que "la Iglesia es en Cristo
como un sacramento o señal e instrumento de la íntima unión con Dios y de la
unidad de todo el género humano" (Constitución Lumen Gentium, n. 10).
La Iglesia tiene confiado por Dios el depósito de la
Revelación:"el oficio de interpretar auténticamente la Palabra de Dios escrita o
transmitida ha sido confiado únicamente al Magisterio vivo de la Iglesia, que
ejerce su autoridad en nombre de Jesucristo" (Constitución Dei Verbum, n. 10).
Son, por tanto, funciones de la Iglesia a) guardar el depósito
de la fe, y b) definir con autoridad y sin error su sentido correcto: "fideliter
custodire et infallibiliter declarare" (Concilio Vaticano I, DS 3020).
a) El Espíritu santo asiste permanentemente a la Iglesia, no
para revelarle nuevas doctrinas, sino para que conserve intacta la fe apostólica
hasta el fin de los tiempos. La Iglesia no está por encima de la Palabra divina,
sino que es su más fiel servidora y la primera oyente de esa Palabra.
La Iglesia enseña la revelación pública, que está completa
después de la muerte del último apóstol. El contenido de otras revelaciones
posteriores de carácter privado, como las ocurridas en apariciones de la Virgen,
no forma parte, estrictamente hablando, de lo que debe aceptar y creer un
cristiano en cuanto tal. "La aprobación que puede concederles la Jerarquía no
tiene otro valor que el de nihil obstat", aunque los fieles cristianos mostrarán
generalmente hacia esos hechos una actitud de piedad y de respeto (cfr. Y.
CONGAR, La Fe y la Teología, Barcelona 1970, 40).
b) La Iglesia ha sido dotada por Dios de un carisma o poder de
discernimiento que le permite formular la fe revelada sin equivocarse. Tiene por
tanto la función de definir la doctrina de la fe siempre que sea necesario, es
decir, cuando se deben proponer a todos los fieles formulaciones más completas
y precisas de los dogmas, cuando es conveniente proponer solemnemente una
verdad que se encontraba implícita en la Sagrada Escritura y la Tradición de la
Iglesia, o cuando hace falta explicar el recto sentido de las doctrinas cristianas,
para prevenir errores o interpretaciones incorrectas.
La infalibilidad de la Iglesia se extiende a todo lo que se halla
contenido en la revelación divina, y también a las demás verdades
necesariamente requeridas para mantener íntegro el depósito revelado (cfr.
Constitución Lumen Gentium, n. 25). Es decir, se extiende a lo formalmente
revelado y a lo que está conexo con lo revelado. Abarca, por ejemplo, doctrinas
como la de colegialidad episcopal o la sacramentalidad del Episcopado, y
actuaciones prácticas como la canonización de los santos o la aprobación
solemne de las reglas religiosas. La Iglesia también puede y debe calificar
moralmente hechos históricos como la guerra, la esclavitud, el racismo y otras
situaciones de injusticia.
La Revelación no deriva del pensamiento del hombre, pero
hace que el hombre piense y reflexione sobre Dios, sobre el mundo y sobre sí
mismo. La Iglesia crea las condiciones espirituales adecuadas para que la labor
teológica nunca falte entre los cristianos y contribuya al bien de todos sus hijos.
LECCION
CUARTA
OBJETO
DE LA
TEOLOG
IA
LECCION CUARTA.
OBJETO DE LA TEOLOGIA.
2) Objeto formal - Uno es el objeto formal "quod": lo que es propio de Dios. "Deus
sub ratione Deitatis" y el otro es el objeto formal "quo": luz intelectual bajo la que el
objeto es considerado. En este caso, la razón iluminada o guiada por la fe.
5. La razón en teología.
PRESUP
UESTOS
DE LA
TEOLOG
IA
LECCION QUINTA
LA FE
LECCION QUINTA.
LA FE.
1.Noción.
LECCION LA TEOLOGIA.
SEXTA
La teología puede definirse como la ciencia en la que la razón
del creyente, guiada por la fe teologal, se esfuerza en comprender mejor los
misterios revelados en sí mismos y en sus consecuencias para la existencia
humana.
La actividad teológica es "fides quærens intellectum": fe que
busca entender, impulsada no por una actitud de simple curiosidad, sino de amor
y veneración hacia el misterio. San Anselmo de Cantorbery (1033-1109), que es
el autor de esa expresión que indica la esencia de la teología, observa que "el
creyente no debe discutir la fe, pero manteniéndola siempre firme, amándola y
viviendo conforme a ella, puede humildemente, y en la medida de lo posible,
buscar las razones por las que la fe es así. Si consigue entender, lo agradecerá a
Dios; si no lo consigue, se someterá y la venerará" ( PL 158, 263 C ).
La fe es siempre presupuesto absoluto de la teología, no solo
porque es su materia prima, dado que la teología se hace a partir de la fe, sino
porque la buena teología se debe hacer desde dentro de la fe, y es así algo más
que una simple reflexión racional sobre los datos de la Revelación. Por eso
afirma San Agustín: "intellige ut credas, crede ut intelligas" ( has de entender
para creer y has de creer para entender) (Sermón 48, 7). Y otros autores
posteriores, San Anselmo entre ellos, dicen: " si no creeis, no entenderéis".
La teología es entonces desarrollo de la dimensión intelectual
del acto de fe. Es fe reflexiva, fe que piensa, comprende, pregunta y busca.
Trata de elevar dentro de lo posible el credere al nivel de intelligere, agrupando
el conjunto de verdades de fe en un sistema bien clasificado, orgánico y
coherente. Intenta construir intelectualmente lo revelado, según
encadenamientos de conceptos que manifiesten la conexión recíproca de todos
sus elementos, y relacionen efectos con causas y verdades derivadas con sus
principios. En el dogma trinitario, por ejemplo, la teología procurará explicar
entre otras cosas, por qué decimos los creyentes que el Padre es fuente y origen
de la Trinidad, y por qué la segunda procesión se puede expresar de tres modos
ortodoxos ( El Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo; procede del Padre a
través del Hijo; procede del Padre).
La teología aparece así como una huella o trasunto de la
ciencia divina ( "impressio divinæ scientiæ", STh 1,1,3 ad 2 ). "Apoyándose por
la fe en la solidez absoluta del conocimiento de Dios, pero también en la razón
humana y sus adquisiciones ciertas, el teólogo tiene esta audacia: intentar
ordenar e interpretar los datos múltiples de la creencia católica de modo que se
vean sus encadenamientos o sus raíces tal como Dios los ha dispuesto, y, por
tanto, tal como aparecen en la ciencia que él tiene de ellos. Trata de encontrar la
arquitectura de la obra de Dios. ¿Temeridad? no, si todo el trabajo se encuentra
dominado por la luz positiva de la fe". ( Y. CONGAR, La fe y la teología, 181 ).
La teología es, por tanto, una reflexión primero espontánea y
luego metódica, realizada por la mente cristiana en el ámbito de la Iglesia, en
torno a la Revelación de Dios y a las realidades iluminadas por ella. No es una
mera ciencia del espíritu, porque no se agota en una técnica más o menos
depurada de manejar y analizar conceptos. Tampoco es una tarea individual. Su
suelo y su sabia son la vida de la fe y de los misterios de la fe. Su sujeto último
es la Iglesia entera, a la vez beneficiaria y responsable del quehacer teológico.
4. La vía teológica.
A diferencia de la vía mística, la teología recorre, como hemos
dicho antes, la vía racional. Un filósofo clásico ha escrito: " Si un pagano culto
del siglo II hubiera sido invitado a expresar en pocas palabras la diferencia entre
su propia concepción de la vida y la cristiana, habría respondido que era la
diferencia entre logismos y pistis, es decir, entre una convicción razonada y la
fe" (Cfr. E. DODDS, Pagan and Christian in an Age of Anxiety, Cambridge,
1965, 120 ). Se trata, sin duda, de una observación correcta, pero sabemos ya
que no hemos de entenderla en sentido absoluto.
Porque fe y demostración no son incompatibles en todos sus
aspectos, y de hecho pueden convivir armónicamente en una misma persona
creyente. Afirmar otra cosa equivaldría a decir que la fe recta no necesita pensar
y que no debe hacerlo, como si la ortodoxia excluyera todo pensamiento
razonado. La teología cristiana, sin renunciar a su carácter de saber teologal, ha
dejado entrar en sus métodos a la demostración, y la lógica de los estoicos tanto
como la de Aristóteles han desempeñado un papel importante en su desarrollo
( Cfr. J. M.RIST, The Importance of Stoic Logic in the "Contra Celsum",
Neoplatonism, London, 1981, 64 - 78 ).
"Los filósofos paganos, por su parte, nunca despreciaron la
autoridad, ni siquiera en su pugna con el cristianismo. La autoridad acompañó
casi siempre el discurso racional de los griegos y llegó a ocupar un lugar
decisivo - abiertamente o de incógnito- en su argumentación de la verdad: tan
decisivo que convirtió de hecho la filosofía pagana en una religión. En esta
religión, el paganismo intelectual se va a alejar tanto de sus orígenes críticos
que, invocando una revelación propia ( Hermetismo, Oráculos, Saber teúrgico ),
planteará en su territorio la oposición entre razón y autoridad que nunca tuvo
lugar en el ámbito cristiano" (J. MORALES, Fe y demostración en el método
teológico de San Justino, Scripta Theologica XVII, 1985, 214-215). En los
siglos III y IV se presencia el hecho paradójico de que es la teología cristiana, y
no el pensamiento pagano, la que tiene que defender con gran frecuencia los
derechos olvidados de la razón ( Cfr. J.C.M.Van WINDEN, Le commencement
du dialogue entre la foi et la raison, Kyriakon I, Münster 1970, 213; J.
DANIÈLOU, Recherches de Sc. Religieuse 54, 1966, 305 ).
La teología es discursiva y metódica. Arranca de la fe y vive
dentro de ella, pero usa el esfuerzo humano y avanza paso a paso, en un saber
que necesita del tiempo para perfeccionarse y madurar. Es una meditación sobre
la fe de la Iglesia, tal como se expresa en la S. Escritura, los Símbolos, las
definiciones conciliares y los escritos de los Padres. No busca fundamentar su
objeto, sino comprenderle precisamente en su incomprensibilidad.
La teología es imperfecta y susceptible de progreso, porque
contiene aspectos de ciencia humana. Utiliza el pensamiento humano, que sirve
también de instrumento a toda ciencia y a la filosofía. Se mueve a veces, por
tanto, en el mismo espacio que ésta y afirma en ocasiones cosas que también la
filosofía podría decir con rigor, aunque en un sentido profano y del todo
diferente.
En la actividad teológica, la inteligencia creyente vuelve una y
otra vez sobre el contenido de la fe y engendra un movimiento del espíritu
encaminado a penetrar en la verdad divina. Percibe cada vez con mayor hondura
su claridad y su capacidad de iluminar y alimentar la inteligencia.
"Podemos decir que mientras el símbolo de la fe y el
catecismo se mueven en la línea de la proposición autoritativa y eclesial de la
verdad revelada, la teología se refiere en cambio a la comprensión de la verdad
propuesta, a la percepción intelectual de su contenido. De ahí que, como suele
decirse a menudo, el teólogo considere las verdades reveladas no formalmente ut
credibilia, sino ut intelligibilia, no desde la perspectiva del asentimiento, sino de
la comprensión de aquello a lo que el asentimiento debe ser prestado"
(J.L.ILLANES, Sobre el Saber teológico, Madrid, 1978,37).
La teología es por tanto una actividad de carácter intelectual y
no afectivo, aunque presupone amor y tendencia hacia los misterios
sobrenaturales. Su término no es directamente la unión con Dios, que es la meta
de la vía mística, sino una captación detallada y bien construída de la revelación,
es decir, un conocimiento desarrollado de la fe, que no produce ni implica por sí
mismo la contemplación ( Cfr. M.J.SCHEEBEN, Handbuch der Kath.
Dogmatik, Freiburg i. Br. 1873, n. 957; cit. J.L.Illanes, id.36 ).
Es propio de la labor teológica compenetrarse
intelectualmente con la verdad revelada, en un esfuerzo de comprensión que
lleva a defenderla y exponerla con íntima convicción y seguridad. El teólogo
procura además relacionar las verdades de fe con el resto de los conocimientos
humanos y los datos que proporciona un mundo real y creado por Dios, en el que
existen verdades relativas pero estimables, causas segundas junto a la causa
transcendente y fines intermedios junto al fin último.
El pensamiento humano seguirá dentro de la teología su
camino razonable. Dentro de la percepción creyente y en su beneficio, con
discernimiento, prudencia y sentido de la fe, el teólogo utilizará todas las
técnicas solventes de la razón, es decir, distinciones de conceptos, análisis de los
juicios, definiciones y divisiones, comparaciones y clasificaciones, inferencias,
razonamientos que buscan suministrar una explicación, deducciones, síntesis,
etc. Son todas ellas operaciones características de la ciencia y del proceso de
racionalización ( Cfr. D.CHENU, ¿Es ciencia la Teología?, Andorra, 1959,59 ).
Esta actividad respetuosamente inquisitiva dejará siempre en
el buen teólogo una saludable insatisfacción, que no debe herir su amor propio
sino fomentar su humildad. Porque significa que está en presencia de los
misterios insondables a los que alude San Agustín cuando advierte: "Si has
comprendido del todo es que no es Dios lo que has encontrado".
6. El consenso teológico.
Uno de los temas más interesantes que plantean hoy la
doctrina y la praxis del consensus theologorum en el marco de la eclesiología
contemporánea es el modo de facilitar su ayuda a los órganos de Magisterio.
Iniciativa muy importante ha sido la creación en 1969 de la
Comisión Teológica Internacional. Esta comisión fue solicitada al Papa por el
Sínodo de 27-X-1967. La idea de crearla tomó aliento en el Concilio Vaticano
II, donde, como es sabido, se dió una estrecha y fecunda colaboración entre
padres conciliares y teólogos. En el Vaticano II se ha iluminado y visto por
todos con rara viveza lo que ha sido siempre verdad en la historia de la Iglesia: la
función teológica es esencial en la proposición de la Fe. Pero no ha sido
solamente una experiencia. El mismo Concilio ha formulado su convicción
sobre el valor y la misión de la teología en repetidas ocasiones. Lo ha hecho, por
ejemplo, en la Constitución Lumen Gentium con las siguientes palabras: "El
Romano Pontífice y los Obispos, por razón de su oficio y la importancia del
asunto, trabajan celosamente con los medios oportunos para investigar
adecuadamente y para proponer de una manera apta esta Revelación" (n.25).
Los medios oportunos aludidos son precisamente, como muestra la elaboración
de los textos conciliares, la labor asesora de teólogos y exegetas ("In hoc alinea
affirmatur quod definitiones prædictæ cum Revelatione necessario concordant;
quod Romanus Pontifex et Episcopi definientes verbo Deo Scripto et traditio
conformari tenentur, ut explicat Gasser in Conc. Vat. I: Mansi 1216 D
"eosdem fontes habent quales habet Ecclessia"; et denique quod magisterium
media apta investigationis adhibere debet. Commissioni non placuit hic
consultationem "theologorum et exegetarum" vel peritorum explicite nominari,
sed simpliciter media apta indicari". Schema constitutionis De Ecclessia, Typis
pol. Vat. 1964, Relatio de n. 25, Antea n. 19, p. 98).
Igualmente, la Const. Dei Verbum dirá que "a los exegetas
toca aplicar estas normas ( la S. E. debe leerse con el mismo Espíritu con que fue
escrita, etc. ) en su trabajo para ir penetrando y exponiendo el sentido de la S.
Escritura, de modo que con dicho estudio pueda madurar el juicio de la Iglesia"
(n.12).
La actual Comisión Teológica Internacional se define como
un órgano oficial (no privado) de estudio científico, (no administrativo), que
debe trabajar con la "más absoluta fidelidad a la Iglesia y con plena comprensión
de las exigencias de nuestra época" ( Comunicado oficial de la 1º reunión de la
Comisión, Os. Rom. 10-X-1969). No forma parte de la Congregación de la fe,
aunque su presidente es el Cardenal Prefecto de dicha Congregación. La
Comisión "no trata problemas doctrinales particulares, como sería el examen de
un libro o de un artículo, sino que estudia los problemas doctrinales
fundamentales que son hoy más cruciales en la vida de la Iglesia"
( Comunicado...). Estudia cuestiones que le son sometidas por los órganos de la
Santa Sede, pero tiene también posibilidad de iniciativa. La Comisión transmite
directamente al Santo Padre los resultados de sus estudios, que son luego
enviados a la Congregación de la Fe.
Desde su creación en 1969, la Comisión ha publicado
importantes y orientadores documentos sobre temas como el Sacerdocio católico
(1970), la Unidad de la fe y el pluralismo teológico (1972), la Apostolicidad de
la Iglesia (1973), la Moral cristiana (1974), Magisterio y Teología (1975),
Promoción humana y salvación cristiana (1976), Cuestiones de Cristología
(1979), Dignidad y derechos de la persona humana (1983), La conciencia que
Jesús tenía de sí mismo (1985), etc.
En un discurso a la Comisión, el Papa Pablo VI justificaba la
creación de ésta con las palabras siguientes: "no nos juzgamos dispensados del
estudio sincero y severo de la Palabra de Dios...; no sólo no prescindimos de la
reflexión teológica, sino que la consideramos una función vital, intrínseca y
necesaria para el magisterio eclesiástico" (Os. Rom. 6-7 oct. 1969).
Juan Pablo II se ha expresado en términos similares en una
alocución dirigida a los teólogos de la Comisión en octubre de 1979. Dice el
Papa: "No sois solamente investigadores de las disciplinas teológicas, sino que la
suprema autoridad de la Iglesia os llamó para que, colaborando de diversas
formas en las cuestiones teológicas, ayudéis al magisterio, en primer lugar al
Romano Pontífice y a la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe.
Vuestra labor redunda también en beneficio de las Iglesias locales, que pueden
comunicarse hoy entre sí con mayor facilidad que antes" (Comisión Teológica
Internacional, Documentos 1970-1979, Madrid 1983, 265-266).
El consenso o la opinión mayoritaria de los teólogos de la que
hemos hablado al principio no posee un carácter absoluto, y podría haber
ocasiones excepcionales en que ese consenso no expresara con todo acierto la
verdad revelada o la interpretase incorrectamente. Un reflejo de esta posibilidad
se produjo en relación con el tema de los aspectos procreador y unitivo de los
actos conyugales. Un grupo de teólogos, designados por Pablo VI, emitió por
mayoría un dictamen, cuya tesis central fue corregida y desestimada por el Papa
en la Encíclica Humanæ Vitæ, en 1968.
TERCER
A PARTE
FUENTE
S DE LA
TEOLOG
IA
LECCION
SEPTIM
A
LA
SAGRAD
A
ESCRITU
RA
LECCION SEPTIMA
LA SAGRADA ESCRITURA
LA
TRADICI
ÓN
LECCION OCTAVA
LA TRADICION.
2. LA TRADICIÓN EN LA IGLESIA.
3. TRADICIÓN Y ESCRITURA.
La actividad magisterial más frecuente del Papa y de los Obispos es, sin
embargo, ordinaria. El Código de derecho canónico de 1983 se refiere al magisterio
episcopal con las siguientes palabras: "Los obispos que se hallan en comunión con la
cabeza y los miembros del colegio, tanto individualmente como reunidos en
conferencias episcopales o en Concilios particulares, aunque no son infalibles en su
enseñanza, son doctores y maestros auténticos de los fieles encomendados a su
cuidado" (canon 753; cfr. Const. Lumen Gentium, n. 25).
d) Hemos indicado más arriba que aunque tanto el Papa como los
Obispos individuales no hablan infaliblemente en el ejercicio ordinario de su
función docente, existen sin embargo condiciones bajo las que el magisterio
ordinario del colegio episcopal puede gozar del carisma de la infalibilidad.
"Solo aquello que está en el objeto primario puede ser definido como
dogma de fe. Las cuestiones que caen dentro del objeto secundario pueden ser
definidas como verdades, pero no como para ser creidas con fe divina" (F. A.
SULLIVAN, Magisterio, Dicc. de Teología Fundamental, 848).
Dice Juan Pablo II: " Estas dos funciones se complementan. El Papa y
los Obispos en unión con él son los primeros a quienes compete la tarea de anunciar
la fe y determinar la autenticidad de sus formas de expresión. En virtud de su
ministerio episcopal ellos corroboran la misión de los teólogos y ejercen respecto a
éstos una función reguladora" (Discurso en Friburgo, 13.6.1984).
LA TELOGIA
COMO
CIENCIA
LECCION DECIMA
LA
TEOLOG
IA,
CINENCI
AY
SABIDU
RÍA
LECCION DECIMA
LAS
DISCIPLI
NAS
TEOLOG
LECCION DECIMA SEGUNDA
TRABAJO FINAL