La Amante - Mary Ishakov
La Amante - Mary Ishakov
La Amante - Mary Ishakov
Mary Ishakov
Título: La amante
Primera Edición
Estados Unidos, 2020
Todos los derechos reservados.
Te dedico estas palabras desde el escenario que los humanos hemos
llamado vida.
Esta novela va más allá de las palabras, ya que es un tributo a aquellas
mujeres que han luchado hasta el final para vencer el cáncer.
Esta historia es dedicada para esa madre, hija, hermana, abuela y
aquellas personas que hemos perdidos, pero que siempre vivirán en
nuestros corazones.
La amante refleja los momentos duros que vive la protagonista por salir
sola y seguir adelante, aunque su mundo se está viniendo abajo.
Te enseña lecciones como el amor verdadero, la amistad y el perdón.
Sinopsis
Matrimonio perfecto, esposo abnegado, estabilidad económica
decente…
Absolutamente todo lo que el mundo desea.
¡Una total mentira!
Natalia conoce el verdadero rostro que esconde su esposo. El dolor de
una infidelidad duele, pero duele más fingir que todo está bien.
Un encuentro será el complemento ideal para salir de su castillo
imaginario antes de decir adiós por última vez.
Preludio
Tres años después…
Nunca fue bueno en decir adiós, todo lo contrario. Aunque pasó tanto
tiempo, siempre esperaba su regreso.
Todas las mañanas miraba con atención la ventana, donde ella se perdía
por horas mientras que él era ajeno a lo que sentía. Cuando la vio, supo lo
que era estar enamorado y que algunas veces la vida no era como las
novelas, en las cuales esperabas un final feliz.
Un viento frío estremeció su cuerpo y recordó la primera vez que la vio;
sus ojos reflejaban el miedo por conocer a la muerte, pero a la vez
contemplaba la escapatoria perfecta para ser feliz.
Quiso darle todo el amor que pudo entregarle, pero solo aumentó su
anhelo en irse.
¡Él era un estúpido!
Él no era Dios, solo era una persona común y corriente con deseos
egoísta por ver a la persona que amaba a su lado. Dejó a un lado las
margaritas que tanto amaba y le doy la espalda a la soledad. Dijo adiós
por enésima vez a la persona que una vez amó.
—¡Adiós, Natalia! —Suspiró con tristeza y buscó la salida.
La esposa perfecta
Manchester, Inglaterra, 2017
Richard cubrió su rostro. Los primeros rayos del sol entraron sin su
permiso por la ventana, despertándolo al instante. Se enderezó y restregó
sus ojos para despabilarse, de este modo se quitaría el sueño que aún
permanecía latente en su cuerpo. Buscó su teléfono para ver la hora, cuando
vio que una de sus margaritas perdía sus primeros pétalos.
Consciente del todo, tomó los pétalos que se caía y procedió a abrir la
ventana; un aire fresco estremeció todo su cuerpo mientras observaba con
tristeza cómo los pétalos se marchaban con el viento. Oyó una risa en su
mente. Richard divagó en su memoria y sintió un dolor en su corazón.
«—¿Por qué te gustan tanto las margaritas? —curioseó una mañana
mientras miraba afanada a Natalia, quien regaba las flores con mucho amor
—. Hay flores más hermosas. Las margaritas son tan simples.
Richard examinó las delicadas facciones de Natalia.
—Cuando tenía diez años, mi mamá murió de un infarto. —respondió
con tranquilidad—. Mi papá en aquel entonces, antes que falleciera mi
mamá, trabajaba en una floristería y todos los días le llevaba camelias.
Según él, significaban en el lenguaje de las flores: “Te amaré por siempre”.
Mi padre siempre se representaba como una dalia, que significa “Gracias
por estar siempre a mi lado”. En cambio, a mí me acuñó las margaritas, que
significan pureza e inocencia. —Sonrió al ver las flores que tenía en frente.
Richard la observó y luego vislumbró la tristeza en sus bellos ojos—.
Cuando mamá murió, mi papá quedó muy devastado, así que la habitación
donde ellos descansaron durante veinte años la llenó de puras dalias,
camelias y margaritas para que mi mamá nos llevara siempre hasta a la
eternidad. —Limpió sus lágrimas y sonrió—. Por eso, cuando me vaya,
quiero morir rodeada de flores. No es necesario que llenes la habitación de
margaritas, pero quiero aunque sea ver una mientras me voy de tu lado.
Richard caminó hacia donde ella estaba y buscó su mano. La besó con
cariño e intentó en lo posible no llorar.
—¡Está bien! —Sonrió enternecido—. Cuando te vayas de mi lado,
pondré margaritas y tulipanes, que en el lenguaje de las flores significa
“Amor eterno”. —Richard suspiró y la abrazó con fuerza—. Porque si te
vas, quiero que me lleves contigo aunque sea en espíritu. Nunca amaré a
alguien como te he amado a ti.
Sintió los sollozos de Natalia.
—Así será, cariño —musitó ella».
Miró con aburrimiento a las personas que estaban en la mesa. Por una
extraña razón, Richard se sentía ansioso y no sabía por qué. A cada
momento revisaba su teléfono como si esperara una llamada importante,
pero lo más divertido era es que no sabía de quién. Sintió la mano de su
prometida en su hombro. Con ese toque, volvió a su realidad. Esbozó una
sonrisa tranquila e intentó comer lo que tenía en su plato.
Su hermano mayor, Andrew, habló sobre sus planes de tener su primer
hijo con su esposa.
Todos en la mesa celebraron la decisión del mayor de la familia. Pese a
que hizo lo posible para sonreír con alegría, no estaba tan contento como
esperaba.
—¿Te sientes bien? —le susurró Amelia, preocupada, al ver la inquietud
en su cuerpo—. No has probado ni un bocado de tu comida y estás ansioso.
¿Te molesta algo?
Alzó la mirada cuando alguien rio.
—Debe estar nervioso por la boda —contestó Roxanne con una sonrisa
—. Cálmate, hermano. Tu boda será maravillosa.
Richard quiso responder, pero el repiqueo de su teléfono lo detuvo. Se
levantó y vio que era Natalia; escuchó la voz apagada de la fémina.
Alertado, se despidió con rapidez. Amelia se irguió con educación y lo
tomó de la mano.
—¿Adónde rayos vas? Estamos en la mitad de una cena y ya son casi las
ocho de la noche.
—Discúlpame, amor, pero una de mis pacientes no se siente bien y tengo
que verla. Me preocupa su estado de salud.
—¿Acaso no hay más médicos en el hospital? —Sé cruzó de brazos,
molesta—. ¿Por qué te tiene que llamar a ti?
Richard ojeó su reloj de mano, luego besó la mejilla de su prometida. El
tiempo era oro. Si jugaba a responderle todas las preguntas a su prometida,
tardaría demasiado.
Salió casi corriendo mientras escuchaba las palabras de su prometida,
quien estaba enfurecida, pero la ignoró.
Él le prometió Natalia que siempre estaría a su lado, así que cumpliría su
palabra.
Llegó a la casa de Natalia y vio que todas las luces estaban apagadas.
Tocó la puerta y después el timbre, mas nadie respondió. Richard puso la
mano en el pomo de la puerta y vio que estaba sin seguro. Gritó el nombre
de la mujer, pero solo el silencio fue su única respuesta.
Abrió todas las puertas de la casa, hasta que entró a la última habitación;
había una luz estaba encendida. Caminó con pasos suaves y atisbó a Natalia
en el suelo del baño. Su cuerpo se movió por sí solo y la ayudó a levantarse.
En el proceso, escrutó el golpe en su rostro. Una ira poco conocida inundó
el cuerpo del médico. Jamás había sentido rabia en su vida, sin embargo,
tenía unas ganas enormes de matar al cobarde de su marido.
—Ese maldito te hizo eso, ¿verdad? —gruñó—. Dime, ¿dónde está ese
maldito para matarlo?
Natalia se crispó y lo abrazó con brazos débiles. Richard la llevó hasta su
cama y puso una mano en su frente; ardía en fiebre. Quiso buscar uno de
sus medicamentos, pero un toque suave lo detuvo. La percibió tan débil y
tan pequeña, que sintió cómo su corazón se encogía.
«¿Quién puede ser tan cobarde como para golpear a un ángel?», pensó
con molestia.
Natalia sollozó y apretó con debilidad su brazo.
—¡No me dejes sola! —lloró en la oscuridad de su habitación—. Si te
vas, tengo miedo por que la muerte me vea sola e indefensa y me lleve.
Quédate a mi lado.
Richard se quedó helado ante sus palabras y la abrazó con fuerza. Natalia
gimoteó entre sus brazos y se estremeció del dolor. ¿Cuánto tiempo llevaba
con fiebre tendida en el frío suelo del baño? ¿Cuántas veces vomitó hasta
quedar tan débil? Eran tantas las preguntas que rondaban por la cabeza del
médico, pero ninguna tenía respuesta. Richard escuchó la respiración suave
de Natalia y la acostó en la cama. Salió de la habitación y buscó un pañuelo
con agua para ponerlo en la frente. Mientras buscaba en la cocina, vio una
foto de Natalia, quien estaba abrazada a un hombre. Supuso que era su
esposo. Quedó maravillado ante la belleza natural de Natalia; mostraba una
gran sonrisa y se notaba lo feliz que era en aquel instante. Escudriñó las
facciones del tipo y las grabó en su mente. Tomó la fotografía y rasgó la
parte donde salía él.
—Ella no merece estar con un maldito como tú —espetó antes de botar la
mitad de la foto en la basura.
Quiso sentirse culpable, pero sintió alivio al hacerlo.
Richard suspiró con pesadez. Se sentía cansado porque pasó casi en vela
toda la madrugada debido a las fiebres que sufría Natalia. Tocó sus labios y
sintió su corazón volverse loco de nuevo. Aún no entendía qué le sucedía.
Vislumbró a John entrar en su oficina. Era médico con especialidad en
pediatría. Pese a que eran amigos, eran más diferentes que el día y la noche.
John era el típico Golden boy; todas las mujeres suspiraban por él, y es que
tenía un aspecto agradable a la vista.
A veces Richard se sentía intimidado por la belleza del italiano.
John le extendió un café y lo recibió con agradecimiento. Estaba a punto
de dormirse, o quizá ya estaba dormido, solo que tenía los ojos abiertos.
John lo analizó en silencio, luego habló con sarcasmo y picardía:
—Estás enamorado de otra mujer que no es tu prometida, ¿cierto,
Richard? —Rio al ver cómo su amigo se ahogaba con el café—. ¿Quién te
gusta? ¿Acaso es una enfermera?
—¿Acaso bebiste ketotifeno[1] desde temprano? —respondió Richard,
apenado—. ¡Por supuesto que no! Es solo que me he encariñado mucho de
una paciente, solamente es eso. Le tengo cariño, hasta se podría decir que
algo de lástima, ¿sabes? —John esperó que se abriera más. El pediatra
también era un maravilloso psicólogo y consejero—. Era un paciente de
Estévez; ella está muy enferma. La primera vez que la vi, me conmoví
mucho. Estaba extremadamente delgada, triste y tan sola, que sentí la
necesidad de estar con ella. La animé para que se hiciera la quimioterapia.
Nadie estuvo con ella. Sin darme cuenta, empezamos siendo amigos,
porque la visitaba en su cuarto. —Suspiró—. Ayer ella me llamó; lloraba y
se notaba que sufría. Corrí hasta su casa. John, si tú la hubieras visto quizá
llorarías conmigo. Estaba casi moribunda en la taza del baño. Tenía fiebre y
temblaba. Además —golpeó la mesa con molestia—, tenía un gran golpe en
el rostro. —John abrió los ojos, sorprendido—. El maldito de su esposo la
golpeó.
—¿Y es que hijo de puta no sabe que su esposa está enferma? —
cuestionó, indignado.
Richard negó con la cabeza.
—Él no sabe que su esposa tiene cáncer y menos que está en etapa II. —
Sonrió con melancolía—. Ella es una mujer muy linda, dulce y frágil. Me
da ganas de abrazarla y no dejarla ir. Hoy en la mañana, mientras le
ayudaba a darle el desayuno, la besé. —Su amigo volvió a asombrarse—.
Solo fue un roce de labios. La verdad no sé cuál fue el motivo para hacerlo.
Solo hui, ni siquiera me despedí.
—¡Stop, my friend![2]—John hizo un alto con la mano para detener a su
mejor amigo—. ¿Acaso has perdido la razón? Te recuerdo tres cosas que tal
vez has olvidado, pero aquí me tienes para refrescarte la memoria. Primero,
estás a nada de casarte con una mujer muy hermosa y con la que llevas más
de dos años de relación. Segundo, la otra mujer es tu paciente. Y, por
último —suspiró con tristeza—, nadie te asegura que ella sobreviva a la
enfermedad. Así como puede vivir, también puede morir. ¿Estás preparado
para verla morir?
Richard se quedó en silencio por unos segundos. Sabía que su amigo
tenía la razón, pero no quería dejarla sola. Aunque le doliera verla irse,
sentía el deber de estar a su lado porque no quería perderla. Su único deseo
era mostrarle lo bello que era el mundo.
—Quizá no esté preparado para esto. Sin embargo, quiero estar a su lado,
no solo en las buenas, también en las malas. quiero darle color a su vida
antes de que se vaya para siempre.
John silbó ante las palabras de Richard.
—¡Hermano mío del alma! —Recogió su café y lo tiró a la papelera—.
Creo que te has enamorado de tu paciente. ¿Qué harás? Te haré una
pregunta que te hará la vida eterna o la condenación de tu alma: ¿qué harás
con Amelia?
—No lo sé, John.
Separó los párpados poco a poco; en los ojos de Richard encontró alegría.
Él tomó su mano y sonrió, emocionado.
La cabeza le dolía y sentía el cuerpo pesado. Se enderezó.
Con su mano tocó su seno izquierdo, después su seno derecho.
Ya no estaba.
Natalia lloró al sentir aquel vacío.
Richard decidió abrazarla por su llanto estremecedor.
Natalia alzó la mirada y volvió a sollozar.
—¿Tú crees que soy fea? —indagó con desosiego—. ¿Acaso no te doy
asco porque ya no tengo un pecho?, ¿porque no soy linda como en las fotos
que viste en mi casa?
Richard besó su mejilla y limpió sus lágrimas.
—Eres la mujer más bella que he visto en toda mi vida. No me importa si
te quedas con un brazo, si solo tienes un ojo, te pones verde o morada. La
Natalia que yo conozco es hermosa por dentro, y que otras personas no
vean tu belleza no significa que yo no lo haga. —Sonrió—. Así como
estás, Natalia, eres perfecta. Cuando te sientas triste, apóyate en mí y yo
seré tu fortaleza.
Natalia sonrió y apretó la mano de Richard.
—Gracias por darle color a mi vida.
El doctor llegó a darle algunas indicaciones a Natalia luego de la cirugía
y los efectos que podía causar. Richard escuchó atento mientras apretaba su
mano y le daba ánimos.
Escrutó la maleta y a Natalia con curiosidad.
—Me fui de la casa, pero no tengo a dónde ir —respondió con pena—.
Hace unos días llegó la amante de mi esposo y me dijo que ella estaba
embarazada de él. —Richard abrió los ojos, sorprendido. Natalia suspiró,
melancólica—. ¿Sabes? Le dije a Edward que nos divorciemos, pero él no
quiso. Está de viaje, mas sé que está con ella. Después de todo, llevan unos
años juntos. Ella es una mujer hermosa y yo... —Limpió sus pómulos—. No
me hagas caso. No obstante, Roxanne tiene razón: yo ya no soy tan linda
como antes.
—¿La amante de tu esposo se llama así? —inquirió Richard y negó con
la cabeza—. Qué mujer más ordinaria como para ir a decirte eso, pero
bueno, ya no te preocupes, pues desde ahora vivirás conmigo.
Ella se asombró.
—¿Y tu prometida? No quiero causar problemas. Estás a nada de casarte
y no quiero que tengas malos entendidos por mi causa.
—Descuida. Tengo una casa a las afueras de aquí, en una provincia. Mi
abuelo me la heredó. Además, será bueno que tomes aire fresco. ¿Qué
dices?
—Está bien, acepto.
Decisiones del corazón
Manchester, Inglaterra, 2020
Después del trabajo, Richard salió corriendo hasta la casa donde vivía
Natalia. Pese a manejar dos horas, cansado, y no le importaba. Ella siempre
lo recibía con una sonrisa y la comida caliente.
El ambiente en la vivienda era tan hogareño, así que se sentía tranquilo.
Era una lucha por irse de ese hogar, dado que le agradaba la compañía de
Natalia.
Una tarde, mientras buscaba la salida de su trabajo, vio que Amelia
estaba en la recepción del hospital. Richard salió a su encuentro y la abrazó.
Su prometida lo apartó, seria, y se cruzó de brazos.
—Necesitamos hablar, Richard.
Amelia tomó su taza de café y suspiró, molesta. Llevaba semanas que no
miraba a su novio. Entendía que él se mantenía ocupado, pero eso no
quitaba que él se olvidara de ella.
Richard esperó que Amelia hablara, porque si lo hacía primero,
empezarían a discutir y lo menos que deseaba era pelear.
—¿Dónde has estado toda esta semana? —masculló—. Llevo casi dos
semanas que no sé nada de ti; no contestas mis llamadas, me ignoras y
olvidas los planes de nuestra boda. No me digas que estás ocupado, porque
sé que estás saliendo a tu hora normal. Dime la verdad, Richard, ¿me estás
engañando? Te recuerdo que mi familia tiene ojos donde sea y yo puedo
descubrir en un abrir y cerrar de ojos con quién estás.
—¿Me estás amenazando? Porque si es así, te estás equivocando,
Amelia.
—No es una amenaza, es un aviso. —Amelia buscó la mano de Richard y
la apretó—. Estamos a un mes de casarnos. Siento que ya no tienes interés
en nuestra boda como antes. ¿Qué te está pasando? ¿Dónde está mi novio?
Sabes que soy una persona insegura y quiero saber si todavía me amas.
Richard recordó todos los momentos que había pasado al lado de Natalia,
la calidez que lo hacía sentir en su corazón. Sabía que aún quería a su novia,
pero se enamoraba de Natalia sin darse cuenta.
Richard suspiró y apretó las manos de Amelia.
—Amelia, la verdad es que deberíamos aplazar nuestra boda. —Atisbó la
rabia en los ojos de su prometida—. Estoy confundido y necesito pensar.
Perdóname, por favor.
Amelia apartó las manos y lo vio, seria.
—Dime la verdad, Richard Dixon, ¿estás enamorado de alguien más?
Él se quedó en silencio y asintió con la cabeza.
—¿Te enamoraste de aquella paciente que te llamó? Me cambiaste por
alguien que en cualquier momento se puede morir y que no vale la pena.
Se levantó de su asiento y la contempló con rabia.
—No vuelvas a expresarte así de ella —espetó—. Ella es una persona
fuerte que está llevando una enfermedad sola y quiero estar a su lado.
Llámalo amor, engaño o lo que sea, pero realmente quiero estar con ella. No
me preguntes por qué, ni yo tampoco lo sé. Perdóname, Amelia.
Se dio la vuelta y salió de la cafetería.
Se sentía mal por lo que había hecho.
Manejó hasta donde estaba Natalia y lo recibió un olor a galletas recién
horneadas.
Ella sonrió y Buzz ladró emocionado al verlo.
—¡Bienvenido a casa, Richard! —exclamó con una gran sonrisa.
Edward caminó con molestia por toda la casa y tiró algunas cosas por la
ira que sentía. La ropa de su esposa no estaba.
La llamó por décima vez, pero solo el buzón le respondía. Apretó las
manos y buscó entre sus objetos algo que le diera una pista sobre su
paradero.
Halló unos exámenes y los leyó con cuidado. Sus ojos se abrieron más de
lo debido al releer los resultados. Agarró las llaves y manejó como loco
hasta el hospital en donde se realizó las pruebas.
La recepcionista atendió al último paciente y Edward extendió los
papeles en su mesa. La mujer se quitó los anteojos y lo miró hastiada por su
actitud. Sonrió por educación, pero él sabía que era capaz de matarlo solo
con mirarlo fijamente.
—¿En qué puedo ayudarle, señor? —respondió, monótona, como si ya
estuviera harta de decir lo mismo.
—Disculpe, pero necesito que me diga algo acerca de esta paciente. —
Sonrió para que no pensara que era un sospechoso—. Es mi esposa. Ella se
cambiará de este hospital porque nos vamos a mudar a otro país. Por lo
tanto, necesito saber si necesita hacerse algún control o algo.
La mujer arrugó los labios y leyó los papeles, luego buscó algo en su
ordenador, que era más viejo que la persona que lo usaba.
Ella esbozó una sonrisa.
—Sí, la señora Williams fue dada de alta hace dos semanas debido a una
mastectomía que le realizaron. Tiene cita dentro de otras dos semanas para
su quimioterapia.
—¿Quimioterapia? —inquirió, confundido.
—¿Acaso no sabe lo que es eso, señor? —cuestionó con la burla en su
voz—. Su esposa tiene cáncer. A juzgar por lo que veo, lo tiene en etapa II.
El doctor Dixon, que es el que la está viendo, pidió dos semanas de
vacaciones, pero, si quiere, le puedo decir a otro médico que le explique los
exámenes.
—No, señora, solo quería saber eso. Mejor que termine de hacerse sus
estudios aquí y después hablamos del traslado. Muchas gracias por su
paciencia.
Se dirigió hacia la salida, pues sentía un vacío en su pecho.
Se subió al auto y se sorprendió al ver sus mejillas mojadas en el espejo
retrovisor. Llegó a su hogar, ingresó y se tiró en el sofá, entonces atisbó
algo brillante en el suelo. Se enderezó para alcanzarlo; era una sortija. Besó
el anillo.
En ese instante, alguien tocó el timbre de la puerta con intensidad.
Corrió, emocionado, pensando que era Natalia. Empezó a maquinar las
miles de disculpas y promesas para tener su perdón. Abrió y se encontró
con la sonrisa de Roxanne, la cual entró con confianza.
La siguió, confundido.
—¿Qué haces aquí? Si nos acabamos de despedir hace dos horas…
Roxanne lo abrazó y besó su mejilla.
—Es que el bebé y yo extrañamos mucho al papá. —Roxanne tocó su
mejilla y se apartó, confundida—. ¿Y por qué tienes los rojos? ¿Estuviste
llorando? ¿Qué te paso?
Se sentó en el sofá antes de sollozar. Roxanne acarició su espalda para
tranquilizarlo.
—Natalia tiene cáncer. No sé si va a morir o algo. Cuando regresé, no la
encontré. En el armario solo está la mitad de su ropa y me puse a buscar un
indicio de su paradero, en eso vi unos exámenes con su nombre. Sin perder
tiempo, fui a preguntar al hospital donde se los realizó y me dijeron lo de su
enfermedad. Necesito encontrarla.
—¿Y eso de qué te va servir? —resolló, seria—. ¿Acaso eres Jesús?,
¿que puedes sanar a los enfermos y levantar a los muertos? —Se irguió—.
¿Por qué mejor no miras esta enfermedad como una oportunidad para ser
feliz? Tu esposa está enferma, eso no te da la certeza de que viva.
—¿Te estás escuchando? —La observó, sorprendido por sus palabras—.
Algunas veces pienso si realmente tienes sentimientos. ¿Cómo puedes
desearle la muerte a alguien?
Roxanne se mordió el labio, apenada, y buscó su mano antes de
arrodillarse. De repente, Edward recordó el apellido del médico que atendía
a Natalia.
—Tu apellido es Dixon, ¿verdad? —Ella asintió—. ¿En qué trabajan tus
hermanos?
—El mayor, Andrew, es contador, como mi papá. Luego está Richard,
que es médico y tiene una especialidad en… —Pensó por unos segundos. El
corazón de Edward palpitó como loco—. ¡Ya recuerdo! —Chasqueó los
dedos—. Él es oncólogo. ¿Por qué, cariño?
—¿En dónde está tu hermano?, ¿Dónde puedo encontrarlo?
—No lo sé, mi amor. Desde hace semanas no sé absolutamente nada de
él. Creo que está fuera de la ciudad porque rompió el compromiso con su
novia y debe estar triste. ¿Por qué quieres verlo?
—Porque siento que él debe estar relacionado con la desaparición de
Natalia. Además, deseo verlo. Ese sujeto no se puede llevar a las personas y
más si está casada aún. —Se incorporó y llamó a alguien para que buscara
alguna información acerca de Richard—. Vamos a ver si regresa lo que no
es de él.
Un mes después…
Final de la primavera
Un mes después…
El viento meció las flores como una madre con su hijo antes de dormir.
Natalia se acurrucó en el pecho de Richard. Ella sostenía una margarita y un
tulipán en su mano. Buzz se apartó para ir a jugar a otro lado.
El día estaba cerca.
Natalia escrutó las flores y sonrió con tristeza.
—Gracias por amarme hasta el final, Richard. —Acarició su mejilla—.
¡Te amo, Richard!
Richard siempre había visto las margaritas como flores simples, ya que
no mostraban ninguna gracia como las rosas u otras flores, pero ese día le
pareció las flores más hermosas del mundo. Besó su frente y mojó con sus
lágrimas su rostro.
Y así se fue un 20 de junio de 2017 la mujer que amó hasta los tuétanos.
Natalia cumplió su sueño de irse entre margaritas.
Esa tarde nadie lloró, como él prometió. Decirle adiós fue la parte más
difícil para Richard, pues sabía que nunca más la volvería a ver.
John lo abrazó y su esposa sollozó sin cesar.
Llegó a casa en compañía de su perro, cuando vio a Edward en la puerta.
Richard se lamentó y Edward hizo lo propio sentado en el suelo.
—Acabamos de enterrar a Natalia. Ya no tienes nada que ver conmigo,
así que déjame en paz y mejor dale todo el amor que merecía ella a mi
hermana —espetó con frialdad antes de encerrarse en su hogar.
La casa ya no sería la misma sin su presencia.
Luego de una semana, guardó toda la ropa de Natalia en una maleta y
abrazó su camisa. Volvió a llorar con amargura. La extrañaba demasiado.
Un viento fuerte golpeó su ventana. Se acercó a ella y se sorprendió al
ver un gran arcoíris en el cielo.
—Así que esta es tu forma para hacerme sentir bien, ¿verdad, Natalia? —
Limpió sus lágrimas—. Está bien, mi capitana, que se haga como tú desees.
Epílogo
Manchester, Inglaterra, 2020
Richard guardó su ropa, al igual que las flores, las fotos y una camisa de
Natalia. Desde luego, para siempre llevarla con él. Buzz lo siguió de un
lado a otro. Su viaje era en la tarde. John lo ayudó con sus maletas.
Entretanto, su esposa cargaba a su hijo.
Richard miró con nostalgia el sitio donde pasó los ultimo meses en
compañía de Natalia. Intentó mostrarse fuerte, pero el sentimiento pudo
más con él. John intentó hablar para mejorar la tensión que estaba presente
en el auto y su esposa lo observó al saber que su amigo no tenía ánimos
para hablar.
—¿Podemos ir a un lugar antes de irnos al aeropuerto?
—Claro, amigo, por mí no hay ningún problema.
John se sorprendió al ver que había llegado al cementerio.
Quiso decir algo, sin embargo, supo que era mejor que ellos se
despidieran de nuevo. Richard caminó rápido porque conocía el
camposanto como la palma de su mano. Llegó a la parte donde ella
descansaba.
Besó la lápida y dejó una margarita y un tulipán, así como lo hizo por
más de tres años desde su partida.
—Sabes que siempre he sido muy llorón. —Sonrió y se limpió las
lágrimas—. Lamento tanto, querida, que ya no te venga a visitar como
siempre lo hacía. Me iré a los Estados Unidos, pues me dieron la
oportunidad, así que acepté. No te preocupes, mi amor. Me llevo a Buzz
conmigo; me hará compañía en estos momentos tan duros por los que estoy
pasando. Gracias por siempre visitarme en mis sueños. —Sollozó—. ¡Te
amo, Natalia! Eres lo mejor que me pudo pasar en este mundo. Cuando
inició la primavera, la odié, y debo confesar que dejé morir algunas flores
que estaban en el invernadero porque sentí que ya no tenía sentido que las
cuidara si tú ya no estabas para verlas. No obstante, después recordé el
amor que tenía hacia ellas, así que algunas se las di a mi mamá y a Ashley
para que sigan creciendo. —Richard se persignó y besó de nuevo la lápida a
la altura de su nombre—. Gracias, Natalia, por todo.
Richard se dirigió a la salida, cuando vio a Edward con unas rosas.
Apretó las manos y lo observó, molesto.
—Si vas donde Natalia, a ella no le gustará recibir esas rosas. A ella le
gustan las margaritas y no las rosas. Además, ¿qué haces aquí?
—Solo venía a pedir perdón y buscar la paz que tanto necesito —
respondió triste—. Le detectaron a mi hija leucemia y estamos esperando
un donante de medula ósea.
—Lamento por lo que están pasando ambos, pero estás recibiendo todo el
dolor que le hiciste sufrir a Natalia. Ahora es momento de que sufras con la
persona que más quieres. Y deja de traer rosas. Natalia no es Dios. Mejor
pide perdón en el lugar adecuado porque, a pesar de que ella te perdonó, yo
no lo haré.
Richard se dio la vuelta y siguió su camino hacia la salida.
John lo abrazó con fuerza, al igual que su esposa y su hermano, quien
había llegado tarde para despedirse de él. Abrazó a su sobrina y la llenó de
muchos besos. Abrazó a su mamá y a su papá, que lloraron al despedirse de
su hijo.
Adaptarse fue algo complicado para Richard, más al empezar una vida
nueva, algo nada fácil, pero tenía un trabajo estable ayudando en una
organización en la lucha del cáncer. Aunque los recuerdos de Natalia
seguían tan latentes como la primera vez, él sanó su corazón poco a poco.
Buzz ladró, emocionado, por salir a la calle. Richard también necesitaba
tomar algo de aire.
Vio en su camino una floristería. Llevaba un año desde que no entraba a
una. La campanita sonó y una señora lo saludó con amabilidad. escudriñó el
lugar, hasta que atisbó unas margaritas. Las olió y suspiró.
—No sé cómo hay personas que les puede gustar las margaritas si son tan
simples —comentó Richard con desgana.
—Yo creo que las margaritas son muy lindas y tienen un significado muy
hermoso, ¿no crees?
Richard se dio la vuelta. Su corazón se aceleró; era una mujer con el
cabello castaño largo, una sonrisa dulce y unos ojos verdes oliva llamativos,
pero con toque angelical. La desconocida rio en voz baja al hallarlo tan
perplejo.
—¿Natalia? ¿Eres tú? —murmuró.
Ella sonrió y le extendió un tulipán.
—Sí —respondió con amabilidad.
Hay personas que nacieron para estar juntas sin importar cuánto
tiempo pase…
Siempre habrá algo que los conecte.
Extra: A tu lado por siempre
Margarita: “Eres la más hermosa. Te quiero”.
En el lenguaje de las flores, la margarita simboliza la inocencia y la
pureza.
Tulipán: “Te prometo un amor sincero”.
En el lenguaje de las flores, el tulipán simboliza una declaración de
amor sincera.