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Cautivas

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En 1892, con motivo del IV Centenario del Descubrimiento de América, Ángel Della

Valle pintó La vuelta del malón cristalizando la imagen de un pasado reciente en el que
se expresaba la barbarie indígena. El cuadro escenificaba un malón de indios que
después de un saqueo exhibía los despojos de una iglesia profanada y una mujer blanca,
cautiva. La violencia de la representación en la que se afrentaban los símbolos cristianos
y se ponía de manifiesto el peligro que implicaba la posible violación a la mujer, y el
consecuente mestizaje, se enmarcaba en las ideas de la élite ilustrada de fin de siglo XIX,
atravesadas por los opuestos civilización y barbarie.
Esta representación podemos pensarla como punto de partida para establecer un recorrido
textual que se remonta a crónicas de la conquista del Río de la Plata en el siglo XVI y se
proyecta hasta la literatura del siglo XX. Lucía Miranda es la primera cautiva prototípica
que representará y se transformará a lo largo de toda
la literatura, es Eduarda Mansilla quien en 1860
escribe Lucia Miranda reelaborando los sucesos
ocurridos con las expediciones de los españoles en
el S. XV. Esta cautiva blanca llega a tierras
americanas para generar las disputas entre un
soldado español y un cacique indio. Este último la
secuestra y la toma como cautiva, dando comienzo
a la lucha entre blancos e indios.
Esteban Echeverria publica en 1937 “La cautiva” un poema extenso donde una mujer,
María y su esposo, Brian son capturados por un malón. La María de Echeverría podría
ser también una de las muchas mujeres cautivas cuya oscura acción en los toldos iba
transformando paulatinamente las sociedades indígenas fronterizas. Sin embargo, la carga
ideológica del poema caracteriza a María como un ser sublime cuyo fin mediato es salvar
al amante y salvarse a sí misma de los horrores de una posible mutación o mestizaje, que
en la perspectiva romántica podría interpretarse como pérdida de la pureza racial y
cultural.
En este sentido, cobra relevancia el concepto de frontera, como línea divisoria,
geográfica y simbólica, entre dos polos como argumento sobre el que se han asentado
propuestas de construcción nacional: civilización-barbarie. Es decir que en el afán de
extender los limites de la civilización y de la Nación se comenzó a ganar terreno en el
“desierto” o “Tierra Adentro” que es la denominación corriente en Argentina, durante
los siglos XVIII y XIX para aludir al vastísimo territorio por donde circulan las tribus
indias, donde se concentraban las tolderías. Es una extensión sin pueblos ni
ciudades, aunque sí con asentamientos relativamente fijos, ya que las tribus indias han
ido perdiendo su carácter nómade en los dos siglos anteriores.

Teniendo en cuenta estos elementos se propone hacer un análisis de los textos


trabajados, “El cautivo” de Jorge Luis Borges y “Carta N°65 de Una excursión a los
indios ranqueles” de Lucio Mansilla.
En "El cautivo", la línea fronteriza delimita claramente dos términos que contrastan y,
se excluyen a la vez. “El hombre, trabajado por el desierto y por la vida bárbara, ya no
sabía oír las palabras de la lengua natal." (BORGES, 2016, 21). A partir de la fórmula de
Domingo F. Sarmiento podemos asumir dichos términos como civilización y barbarie.
Como cautivo es un Otro -civilizado- entre los indios hasta que con ellos adquiera su
barbarie. Como hombre forzosa e ilusoriamente recuperado por los padres también es
alguien desconocido ya que, por un lado, el reencontrado es un bárbaro que ha olvidado
su lengua natal embrutecido por el desierto y la obligada convivencia con los indios; y,
por otra parte, los padres habían perdido un chico y recuperan (creen hacerlo) un adulto
de cuya identidad, además, ni siquiera están seguros hasta el hallazgo del cuchillito.
Cuando este adulto recuerda su procedencia lo hace a partir de un elemento que es
considerado bárbaro: el cuchillo. "Acaso a este recuerdo siguieron otros, pero el indio no
podía vivir entre paredes..." (Borges,2016,22). Inmediatamente el relato apura la decisión
del indio (ya no el cautivo), su único acto libre: su decisión de regresar a la barbarie. A
través de ello se convierte, por primera y única vez en el relato, en protagonista
responsable del destino que asume y que lo constituye.
En el texto “Una excursión a los indios ranqueles” la visión de Mansilla vino a cambiar
la percepción literaria de lo que había del otro lado de la frontera, ya que a diferencia de
Esteban Echeverría y José Hernández el indio y el gaucho comenzaron a verse de manera
diferente: “Nuestra pretendida civilización no es muchas veces más que un estado de
barbarie refinada” (Mansilla, 2006, 117). Esta cita pone en tensión estos dos conceptos
antagónicos que, de cierta forma, se dan la mano y no son tan opuestos a la hora de actuar
contra ese Otro diferente.
Mansilla en su relato, específicamente en la carta N°65 nos deja entrever esta nueva forma
de repensar al Otro, donde la frontera separa, pero vincula de alguna forma a esos dos
mundos que conviven. Él sabe que pertenece a la gran élite de la urbe, sin embargo, en su
monólogo, cuando dialoga con su conciencia expone: “tú has entrado en el mismo toldo
de un indio a quien un millón de veces has calificado de bárbaro, cuyo exterminio has
preconizado en todos los tonos, en nombre de tu decantada y clemente civilización, te ves
derrotado y no quieres confesar tu ignorancia. “(Mansilla, 2006, 491). En este sentido, el
autor sabe reconocer las falencias que tiene en torno a los quehaceres cotidianos y, pese
a ser un estudiado y viajado, no le bastaba para realizar los trabajos que los aborígenes
efectuaban en la fragua.
Los malones cobran relevancia cuando se habla de cautiva ya que fueron organizados
para actuar de un modo que les permita proveerse de lo necesario para la vida en el
“desierto”. Los ataques los realizaban a los poblados cerca de la frontera donde tomaban
como cautivos a mujeres y niños, los cuales eran necesario para el trabajo en los toldos y
la reproducción. En el relato de Mansilla aparecen dos mujeres que fueron cautivadas y
que viven en los asentamientos de los indios.
“Doña Fermina Zarate (…) la cautivaron siendo joven, tendría veinte años; ahora ya es
vieja” (Mansilla, 2006,492). Las mujeres casadas con indios encontraban más fácil su
vida en los toldos porque si regresaban a sus hogares originarios eran estigmatizadas por
haber tenido contacto carnal con un bárbaro. Muchas adoptaban esa forma de vida y por
más que se les permitía irse en algún momento, decidían quedarse porque se sentían parte
y, además, no se les permitía llevarse sus hijos. Cristina Iglesia habla de las cautivas como
una mancha ya que están contaminadas por estos seres barbaros y nunca lograrían la
reinserción en la sociedad.
También encontramos la contracara de Doña Fermina, que es la cautiva Petrona Jofré.
Esta mujer no se adapta a la vida en los toldos y se resiste a estar con esos hombres, sabe
que su cuerpo va a ser violentado y que esa mancha no se borra. Además, esta funciona
como mercancía, otra de las características que tenían las cautivas. “El indio pedía por
ella veinte yeguas, sesentas pesos bolivianos, un poncho de paño y cinco chiripáes
colorados.” (Mansilla,2006,494). Ambas cautivas son diferentes, esta última la podemos
considerar activa ya que tiene dominio sobre su cuerpo y no se deja entregar fácilmente
al indio. En cambio, Doña Fermina ya se adaptó a la vida en los toldos, es parte de esa
cultura y por más de tener la libertad de volver a su tierra de origen decide quedarse, en
este aspecto, se puede comparar con el cautivo del relato de J.L. Borges.

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