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El Pez de Oro

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El pez de oro

El anciano sabía que si lo soltaba perdería la oportunidad de venderlo y ganar un buen


dinero, pero sintió tanta pena por él que desenmarañó la red y lo devolvió al mar.
– Vuelve a la vida que te corresponde, pescadito ¡Mereces ser libre!
Cuando regresó a la cabaña su esposa se enfadó muchísimo al comprobar que se
presentaba con las manos vacías, pero su ira creció todavía más cuando el pescador
le contó que en realidad había pescado un pez de oro y lo había dejado en libertad.
– No me puedo creer lo que me estás contando… ¿Tú sabes lo que vale un pez de
oro? ¡Nos habrían dado una fortuna por él! Al menos podías haberle pedido algo a
cambio, aunque fuera un poco de pan para comer.
El buen hombre recordó que el pez le había dicho que podía concederle sus deseos, y
ante las quejas continuas de su mujer, decidió regresar al a orilla.
– ¡Pececito de oro, asómate que necesito tu ayuda!
La cabecita dorada surgió de las aguas y se quedó mirando al anciano.
– ¿Qué puedo hacer por ti, amigo?
– Mi mujer quiere pan para comer porque hoy no tenemos nada que llevarnos a la
boca ¿Podrías conseguirme un poco?
– ¡Por supuesto! Vuelve con tu esposa y tendrás pan más que suficiente para varios
días.
El anciano llegó a su casa y se encontró la cocina llena de crujiente y humeante pan
por todas partes. Contra todo pronóstico, su mujer no estaba contenta en absoluto.
– Ya tienes el pan que pediste… ¿Por qué estás tan enfurruñada?

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