Miranda y Tello Pág 145 A 157 La Mús Lat Los Nacionalismos
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Los nacionalismos:
¿una búsqueda de la identidad?
L os años aurorales del siglo xxaparecieron marcados por la impronta de las
corrientes nacionalistas que derivaron de las búsquedas del siglo xix por en-
contrar una voz propia para nuestros pueblos.
Cuando revisamos las vidas de algunos compositores como Heitor Villa-
Lobos, Óscar Lorenzo Fernández, Carlos Chávez, Silvestre Revueltas, Amadeo
Roldán, Alejandro García Caturla, Theodoro Valcárcel o Alberto Ginastera, y
de su irrupción en la vida musical de nuestro continente, nos queda la idea
de que todos ellos forjaron la corriente nacionalista, tan decisiva en la confi-
guración del perfil de la música latinoamericana del siglo xx, en un territorio
carente de vínculos con el resto del mundo y aun con los demás países del
continente.
Repasamos la historia musical de diversos países y no pareciera haber
huellas de que Heitor Villa-Lobos, en pleno 1920, estuviera enterado de que,
en Argentina, Alberto Williams y Julián Aguirre hubieran emprendido una
cruzada de conocimiento y estudio de la tradición popular; de que cuando
Manuel M. Ponce diera su histórica conferencia de 1913 sobre la importancia
de que la canción mexicana fuera el sustento de una arte nacional, hubiera
sabido de los empeños de Daniel Alomía Robles por recoger la canción folkló-
rica e indígena de los pueblos del Perú andino; de que Amadeo Roldán y
Alejandro García Caturla, que encontraron en “lo negro” la razón de la cuba-
nidad, tuvieran siquiera idea de que Luciano Gallet abordara la misma temá-
tica en el Brasil.
David P. Appleby ve el nacionalismo brasileño como una consecuencia
natural del rechazo a la dominación europea y como una reacción contra el
intento de las autoridades metropolitanas de suprimir las expresiones del na-
tivismo, ya expresados desde los tiempos coloniales, pero cuyas manifestacio-
nes puramente musicales sólo encontraron su madurez en tiempos posterio-
res. “La búsqueda de un estilo y un lenguaje musical para estas expresiones
tuvo que aguardar, al mismo tiempo, a la seguridad de poseer un nivel de
técnica entre los compositores de las Américas en el siglo xix, y a la gradual
liberación de una excesiva reverencia a todo lo europeo.” Rodolfo Arizaga
habla de una naciente vocación americanista y de “un interés por los temas
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146 LA MÚSICA en latinoamérica
del Nuevo Mundo aunque todavía no se tenga a mano el idioma preciso”, que
en Argentina encontraría su expresión en la obra de Arturo Berutti, Alberto
Williams y Julián Aguirre. Para Alejo Carpentier, la voz propia de Cuba pasó
por el doloroso trance de fundir verismo italiano y folklorismo autóctono en
la obra de Eduardo Sánchez de Fuentes y José Mauri antes de ser expresión
cabal en la de Amadeo Roldán y Alejandro García Caturla. Yolanda Moreno
Rivas ve en Manuel M. Ponce, el precursor del nacionalismo en México, el
resultado del encuentro entre “un pasado recalcitrantemente romántico” y el
“arte popular que se resumía en las costumbres musicales de la provincia
mexicana”. Enrique Pinilla percibe el surgimiento de una música nacional en
Perú como el producto de inconsecuentes saltos estilísticos o como la irresuel-
ta convergencia entre técnica de composición y elementos folklóricos. Pero
ninguno de estos autores —quizá con la sola excepción de Carpentier, quien
hace alusiones a obras y autores de algunos países latinoamericanos ajenos a
Cuba (menciona el Guatimotzin de Aniceto Ortega, por ejemplo)— ve el sur-
gimiento de una expresión artística nacional en concordancia con una nece-
sidad común de encontrar la identidad de nuestros pueblos en momentos
similares y coincidentes, aunque las condiciones materiales fueran distintas.
Tal vez entre los pocos estudiosos que intentaron entender nuestra música
desde una perspectiva continental se encuentran los compositores Roque Cor-
dero (Panamá) y Juan Orrego Salas (Chile). El primero, en su artículo “Vigencia
del músico culto”, ve como concordantes las obras de Villa-Lobos, del nicara-
güense Luis A. Delgadillo, del chileno Pedro Humberto Allende, del colombia-
no Guillermo Uribe Holguín, del uruguayo Eduardo Fabini y del mexicano
Manuel M. Ponce, y juzga que el “aspecto nacionalista en la obra de estos com-
positores, pese a las limitaciones inherentes en la explotación del material fol
klórico, ya mostraba un gran progreso sobre las generaciones anteriores, cuyo
nacionalismo residía más en el título pintoresco de sus obras que en el conte-
nido musical de las mismas…”. El segundo asienta que la música latinoameri-
cana sólo fue posible gracias a la fusión de las grandes tradiciones de la música
erudita de Europa con el patrimonio del Nuevo Mundo.
Pareciera que la idea de crear un arte “nacional” no fue asunto exclusivo
de algún país latinoamericano en particular. El “nacionalismo”, esa postura
que buscaba establecer principios de identidad para nuestros pueblos, vestido
de tonalidad, de cromatismo, de impresionismo (eran los lenguajes afines a la
estética del romanticismo), de politonalismo, de neomodalismo y aun de ato-
nalismo (es decir, de “modernidad” en la más amplia acepción de la palabra)
no sólo fue una tendencia que se desarrolló en Argentina, Brasil, Cuba y
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[…] ya que los rusos nos han enseñado a realizar obra folklorista, y nos han
mostrado la importancia que esto tiene, y ya que nosotros en nuestro pueblo
poseemos como ellos los elementos necesarios para la realización de una
obra semejante en su índole, y que así tendremos una escuela propia, una
escuela mexicana que se distinga por sí misma de todas las demás, realicé-
mosla.
150 LA MÚSICA en latinoamérica
durante más de un tercio del siglo xx, su estética siguió siendo la del xix.
Alberto Williams (1862-1952), venerado como el progenitor de la música
nacional argentina, ejerció una influencia fundamental en todo el país duran-
te su larga vida. Después de ser discípulo de César Frank en París, retornó a
su tierra natal a “saturarme con la música de la tierra, para no sentirme un
extranjero en ella. […] a aprender las canciones y danzas de nuestros gauchos
[…] intérpretes nativos vibrantes de hueyas, gatos, zambas, vidalitas, tristes y
décimas…”. El rancho abandonado para piano (1890), una pieza que recoge
esos aires gauchescos plasmados en un pianismo romántico, fue la obra que
despegó su vertiente nacionalista y que se resume en sus nueve sinfonías, en
sus suites argentinas para conjunto de cámara (1923) y en su extensa obra
para piano poblada por esas danzas que recogió en las pampas argentinas. La
obra de Williams está inspirada en esa argentinidad de la que habla Ricardo
Rojas, es decir, en la suma de esencias constituida “por un territorio, por un
pueblo, por un estado, por un idioma y por un ideal que tiende a definirse
mejor cada día”. Como Villa-Lobos, como Chávez, Williams fue un organiza-
dor, un promotor y un educador. Fundó el Conservatorio de Música de Bue-
nos Aires y escribió diversos textos de teoría y cultura musical.
Julián Aguirre (1864-1924) pasó sus primeros años en Madrid, donde fue
discípulo de Emilio Arrieta. Fue uno de los primeros en estudiar el folklor
musical argentino —escribió un gran número de piezas de aire popular al
modo pampeano, en las cuales rememora la nostalgia de los tristes, o con las
cadencias de la música pentafónica del norte argentino y sus Aires nacionales
argentinos, sus Aires criollos, sus Aires populares, sus Evocaciones indias, sus
Canciones argentinas se volvieron emblemáticas del nacionalismo argentino—,
pero también abordó la música popular urbana, en especial los ritmos milon-
gueados con sus quiebros compadritos. “La obra de arte debe ser el resultado
de una intuición, al mismo tiempo que de un trabajo crítico y reflexivo”, era
su lema de trabajo. El fruto fue uno de los catálogos más sinceros de creación,
que contribuyó a la definición del perfil de la música argentina y latinoame-
ricana del siglo xx. Como Williams, Aguirre plasmó en su obra el criollismo
que Ricardo Rojas preconizaba como signo esencial de la cultura argentina.
Esta etapa del nacionalismo que alcanza a los años treinta estuvo signada
por una manera de hacer arte nacionalista: si se exceptúa a Villa-Lobos y, en
cierto sentido, a Chávez, la mayor parte de los compositores introdujeron en
sus obras la cita directa del material folklórico. Un ejemplo es el nicaragüense
Luis A. Delgadillo (1887-1962), quien rindió tributo a los diversos países lati-
noamericanos que visitó o en los cuales vivió. Su Sinfonía mexicana (1929)
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