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Santarelli, Adrián

GO : cómo formar grupos de oración / Adrián Santarelli. -


1a ed . - Vicente López : Comunidad Belen, 2020.
Libro digital, Amazon Kindle

Archivo Digital: descarga y online


ISBN 978-987-46580-4-3

1. Espiritualidad Cristiana. I. Título.


CDD 242.7

Diseño de cubierta:
Juan Pablo Cambariere

Primera edición: 2019

ISBN 978-987-46580-4-3

Reservados todos los derechos.


Queda prohibida la reproducción parcial o total
de esta obra por cualquier medio o procedimiento.

Conversión a formato digital: Libresque


Llega un momento de la vida espiritual en la que sentimos la necesidad de
crecer junto a otros, de vivir la fe en comunidad. Ser comunidad de fe y amor
de Dios es el punto de llegada, y un punto de partida pueden ser los grupos de
oración. Es en ellos donde la Palabra de Dios se encarna y el corazón se
ensancha, según el corazón de Dios, a una dimensión sin fronteras.

En este libro encontraremos los aspectos fundamentales para iniciar y


recorrer un camino de fe junto a otros. Pretende dar elementos para poder ser
testigos de la mística interna que el Espíritu Santo imprime en aquellos que se
abren de corazón a la acción de su Gracia.

Un grupo puede congregarse según diversas espiritualidades. Si son


auténticas, llevan por distintos caminos al único Dios. GO. Cómo formar
grupos de oración, inspirado en la espiritualidad cristiana, puede ayudar
también a quienes deseen formar grupos interreligiosos.

Si tenés deseo de formar un grupo de oración, podemos darte orientación en


cualquier lugar donde estés a través de la página

www.comunidadbelen.org
ADRIÁN SANTARELLI

Nació en Buenos Aires, Argentina. Estudió en el Colegio Episcopal San


Agustín, de la diócesis de San Isidro, y se ordenó sacerdote diocesano en
1982.

Es licenciado en Misionología en la Universidad Urbaniana de Roma, Italia.

Colaboró en las obras misionales pontificias y ayudó a formar el equipo


nacional de los grupos misioneros. Formó parte de la misión de la diócesis de
San Isidro en la ciudad de Holguín, Cuba, donde vivió diez años.

A su regreso a la Argentina, funda la Comunidad Belén y anima la


espiritualidad de la Alianza de la Paz en todo el mundo.

Desde el 2007, es párroco de Santo Tomás Moro en Vicente López. Predica


retiros y cursos donde desarrolla un vasto ministerio de sanación.

www.parroquiasantotomasmoro.com
www.comunidadbelen.org
www.oracionsanta.org
A todos aquellos que me enseñaron a orar orando juntos.

Gracias a Ivana, María Jesús y Teresa parte viva de este


libro
Índice

Cubierta
Portada
Créditos
Sobre este libro
Sobre el autor
Dedicatoria
Introducción
Reconocer la voz de Dios
Vivir es convivir
Tomar un camino exige una decisión
1. La oración cristiana su naturaleza y sus formas
La oración
La oración cristiana
Orar es escuchar a Dios
El Espíritu Santo ora en nosotros
Orar sin cesar
Orar como Jesús nos enseñó
Formas de oración
La bendición
La adoración
La petición
La acción de gracias
La alabanza
La intercesión
Expresiones de la oración
El canto en la oración
Oración contemplativa
Otros modos de vivir la Alianza con Dios: la oración litúrgica y la
Lectio Divina
2. Comunidad cristiana y Grupo de Oración
La comunidad cristiana
El grupo de oración (GO)
Cómo elegir un grupo de oración
Aspectos fundamentales del grupo de oración
Etapas en la formación de un grupo de oración
Otros aspectos del grupo de oración
Sugerencias para desarrollar los encuentros
Textos bíblicos que iluminan las actitudes en el grupo de oración
Algunos consejos de Pablo a las comunidades cristianas
Dones y carismas de la Iglesia
Frutos del Espíritu Santo
Grupo de oración como cuerpo
3. Los frutos de la oración en comunidad
El amor de Dios: Santa Teresa de Jesús
El amor a los hermanos
Permanecer en el amor
Conciencia de universalidad
Grupo de oración, parte del pueblo de Dios
La perseverancia nos salva
Un testimonio inspirador: los monjes de Tibhirine
De grupo a comunidad
María, Madre de la humanidad
La Espiritualidad de la Alianza de la Paz
Oraciones
Bibliografía y lecturas de referencia
INTRODUCCIÓN

“‘Grupos de oración’ o ‘escuelas de oración’ son hoy uno


de los signos y uno de los acicates de la renovación de
la oración en la Iglesia, a condición de beber en
las auténticas fuentes de la oración cristiana”

(CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA 2689).

“Solamente el Espíritu Santo da a ciertos


fieles dones de sabiduría, fe y discernimiento,
dirigidos al bien común que es la oración”

(CIC 2690).

Entre las personas que tuvieron en su vida fuertes experiencias con Dios,
sin duda Abraham ocupa un lugar de privilegio, destacado incluso por la
revelación judeocristiana. Cuando tenía 99 años el Señor se le presentó y lo
invitó a creer en un solo Dios, con la promesa de una gran descendencia y
una extensión de tierra inabarcable a pesar de que Abraham era estéril y
también nómade. Dios lo invitaba a forjar así un pacto de fe y de obediencia
con todas las naciones que surgirían de su semilla. Dios le proponía formar
un pueblo de Alianza.
Abraham dejó todo y se dispuso a seguir esa voz, esa promesa, ese sueño
que el mismo Dios le revelaba, sin mayor seguridad que la fe en aquello que
escuchaba en su corazón. Así comienza la peregrinación no solo de un
hombre y su familia, sino la de un pueblo a lo largo de la historia hasta
nuestros días. Este pueblo porta en el centro de su ser el misterio de Dios, que
quiere comunicarse con la humanidad y desea realizar su obra de salvación
para todos los pueblos contando con aquellos que en la fe le abren su
corazón.
La salvación que Dios ofrece es obra de su misericordia. Dios, por pura
Gracia, nos atrae para unirnos a Él y envía su Espíritu a nuestros corazones
para hacernos sus hijos, para transformarnos, y para volvernos capaces de
responder con nuestra vida a ese amor (Evangelii Gaudium, N°112).
Y así como Dios hizo una alianza con Abraham, también la renueva
permanentemente con su pueblo y con toda la humanidad y nos invita a vivir
alianzados por la fe y el amor, aún en el dolor. Los hijos de Abraham
vivieron y viven su fe en Dios como el Bendito Pueblo de Dios en Alianza de
Paz con todas los Pueblos de la tierra.
También nosotros estamos invitados a vivir la fe como pueblo, en
comunidad, haciendo de la fe una experiencia de comunión, no anónima sino
personal, con rostros concretos.
Este pueblo de alianza comenzó con las doce tribus de Israel. Cada una
tenía su identidad, particularidad, función, en el pueblo de Dios; sin embargo,
todas estaban unidas, incluso sorteando las dificultades para vivir plenamente
esa comunión.
La unidad en la diversidad siempre será una tarea a realizar con la Gracia
de Dios.
El profeta llama a la unidad diciendo: “¿No tenemos todos un mismo
Padre? ¿No nos ha creado un mismo Dios? ¿Por qué nos portamos
deslealmente unos contra otros, profanando el pacto de nuestros padres?”
(Mal 2, 10). Jesús en su oración pide: “Padre, que todos sean uno, como Tú y
yo somos uno” (Jn 17, 21-23).
Este libro quiere dar herramientas para que puedas formar una pequeña
comunidad de oración, un grupo de oración (GO), reconociendo la variedad
de posibilidades que ofrece la espiritualidad cristiana.
También te ayudará a ver que solo se puede programar el comienzo del
grupo y no mucho más, porque está llamado a dejarse guiar por el Espíritu
Santo que, recorriendo un camino de fidelidad con Él, lo irá llevando a la
verdad completa e irá mostrando la obra, siempre original e irrepetible, a
quienes se dejan guiar.
Por eso estas páginas, más que una estructura externa, pretenden orientar a
quienes tomen la decisión de vivir su fe en una pequeña comunidad llamada
grupo de oración, iluminando su camino para que puedan ser testigos de la
mística interna que el Espíritu Santo imprime en aquellos que se abren de
corazón a la acción de su Gracia. Como dice el Catecismo de la Iglesia, el
alma que quiera avanzar en la perfección debe “mirar en las manos que se
pone, porque cual fuere el maestro tal será el discípulo, y como fuera el padre
será el hijo” (San Juan de la Cruz 2690).
RECONOCER LA VOZ DE DIOS

La oración es una de las tantas formas que tenemos los creyentes de


relacionarnos de manera personalísima con Dios. Un encuentro movido por la
fe y apoyado en la esperanza, que da frutos de amor. Si creemos en estos
frutos y en el bien que nos produce la oración, podemos preguntarnos,
entonces, si la oración es un vínculo personal con Dios, ¿por qué no oramos
más? ¿Por qué no ponemos más interés en orar mejor y por qué no orar con
otros?
VIVIR ES CONVIVIR

Desde el instante en el que somos concebidos, nos encontramos inmersos en


una comunión de personas. Apenas nacemos, la vida nos pone en contacto
con otros seres humanos y comenzamos una experiencia por entero
comunitaria. Nadie puede nacer ni criarse solo.
La conciencia de esta realidad como seres sociales se nos va revelando
naturalmente. Es algo que podemos observar en los niños, quienes, de manera
espontánea, y casi como por un impulso vital, se relacionan con otros niños a
través del juego. Así crecemos y nos desarrollamos. Quiere decir que vivir y
convivir se nos manifiestan como natural, con todo lo que esto implica: con
riquezas y carencias, con alegrías, deseos, dolores y, fundamentalmente, con
preguntas que tampoco podemos responder solos. Vamos entrando así en esa
plena relación con el mundo que nos rodea, a la vez que reconocemos la
intensidad de nuestro propio mundo interior.
Cuántas veces nos deslumbramos con personas que poseen grandes
talentos; cuántas veces la naturaleza nos sorprende con sus paisajes o su
poderío. Imaginemos entonces lo que significa encontrar a Dios, en quien
“vivimos, nos movemos y existimos”, más aún si descubrimos que Él nos
busca y despierta en nosotros el deseo de encontrarlo. ¡Cuánto se nos podrá ir
revelando, cuánto por conocer y crecer en la fuerza de Aquel que es dínamo
de todo lo que existe! Sin duda, se trata de una búsqueda fascinante, que ha
conquistado la vida de millones de personas de todas las religiones a lo largo
de la existencia de la humanidad.
Cada persona es un universo que no llega a poder reconocerse totalmente.
Al igual que la vida se encuentra en constante devenir y cambio, el
encuentro con Dios acompañará de manera diferente los distintos tiempos de
nuestra vida.
Es importante saber que la fe no es solo una actitud natural o la simple
confianza de aceptar algo, sino también un don divino, y que nuestra
experiencia con Dios depende de la disposición y la apertura de nuestro
corazón. Dios puede representar para nosotros una gran pregunta y una gran
invitación a buscarlo. La fe se encuentra en el comienzo de nuestra
experiencia de Dios.
TOMAR UN CAMINO EXIGE UNA DECISIÓN

A menudo tomamos decisiones para mejorar nuestra vida o alcanzar


determinados objetivos, como, por ejemplo, edificar y sostener un
matrimonio y una familia, criar responsablemente a nuestros hijos, buscar un
nuevo empleo, terminar nuestros estudios para tener mejores oportunidades,
incorporar una rutina de ejercicios, dietas o cambios de hábitos para estar más
saludables, comenzar un entrenamiento extremo para alcanzar el mejor lugar
en una competencia. Estos propósitos no se pueden dar sin decisión, empeño
y perseverancia.
Muchas de nuestras búsquedas a veces desfallecen en el intento, quizás
porque les falta la profundidad de la convicción, por inconstancia o
simplemente al dispersarnos en otros objetivos. Ocurre que, muchas veces, la
motivación inicial desaparece, nos cansamos y abandonamos la búsqueda, o
terminamos reemplazando nuestros objetivos por otros muy rápidamente.
Avanzar en este deseo de entablar una amistad con Dios, y profundizar la
relación con Él a través de la oración, implicará un camino de decisión y
transformación.
La obra es suya, Él es creador. En Él está el poder, en nosotros el querer.
Él solo necesita nuestra disposición y nuestra entrega, pero a su vez nos llama
para construir su pueblo, el pueblo de Dios. En la experiencia de fe de Israel
Dios elige a Abraham para formar un pueblo, a Moisés para liberar a ese
pueblo de sus esclavitudes, a los profetas para dar la palabra apropiada a lo
largo de su historia, y así vemos cómo en este pueblo todos tienen una misión
diferente y complementaria, y a su vez necesaria para que cada uno sea un
instrumento de Dios para los demás.
Quien va abriendo el corazón al amor de Dios se va reconociendo parte
viva de la comunidad.
Esta comunión involucra a toda la humanidad. Jesucristo entrega su vida
por todos, su camino es para todos y nos invita a recorrer ese camino con
todos.
Los cristianos respetan las distintas vías por las cuales el hombre busca a
Dios. Para el cristiano el camino es Jesucristo, que revela al Padre único de
toda la humanidad con palabras y gestos, enseñando que la ley primera debe
ser el amor a Dios y a todos los que Él ama.
A continuación, veremos algunos aspectos que nos ayudarán a comprender
mejor el camino y la oración cristiana.
1
LA ORACIÓN CRISTIANA SU NATURALEZA
Y SUS FORMAS

LA ORACIÓN

Cada una de las diversas religiones que hay en el mundo se caracteriza por
una forma particular de comprender a Dios y cada una ha elaborado un modo
peculiar de vincularse con Él, entenderlo y seguirlo. Las culturas de cada
lugar ciertamente han marcado las diferencias entre unas y otras. En líneas
generales, podemos dividirlas en tres grupos:
Aquellas que se unen a Dios invocando las fuerzas de la naturaleza. Son
las religiones animistas.
Las que buscan a Dios por medio de la palabra de textos que se
consideran sagrados, como es la Thorá para los judíos, la Biblia para los
cristianos o el Corán para los musulmanes, o textos sapienciales como
Sutras Upanishads Veda para los hindúes.
Por último, las que lo buscan por medio del silencio interior, como la
actitud propicia para entrar en comunión con el misterio que nos
trasciende.
Este modo propio de vincularse y dirigirse a Dios es considerado como
oración.
LA ORACIÓN CRISTIANA

Habitualmente decimos que el hombre busca a Dios como busca la felicidad,


como busca responderse las preguntas transcendentales de la vida y, en ese
camino de búsqueda, Dios también fue saliendo al encuentro del hombre.
Entre la búsqueda del hombre hacia Dios y la obra del Espíritu Santo se
fueron gestando las religiones. En el cristianismo se reconoce a Cristo como
la plenitud de la revelación de Dios a la humanidad.
Las religiones abrahámicas enfatizan que es Dios el que busca al hombre
para comunicarse y vivir en comunión con Él. Cuando el apóstol Pedro
confiesa a Jesús como el Hijo de Dios en Mt 16, 17, el propio Jesús
manifiesta que esa verdad no ha sido inducida de una realidad humana, sino
revelada por el Padre que está en los cielos: “Esto no te ha sido revelado por
la carne ni la sangre, sino por mi Padre, que está en los cielos”.
La oración cristiana está centrada en Cristo. Muchos dicen que el
cristianismo es la religión del rostro de Dios. ¿Qué significa? Jesús nos revela
que quien lo ve a Él ve al Padre que lo envió (Jn 14, 9), por lo tanto, sus
palabras y sus gestos nos revelan a Dios.
El centro del cristianismo no es una persona del pasado, sino el Hijo de
Dios hecho hombre por obra del Espíritu Santo en el seno de la Virgen María,
que murió por nuestros pecados y resucitó para que viviéramos por siempre
con Él y en Él. La oración cristiana, por tanto, tiene como centro a Cristo y
busca el encuentro con el Cristo vivo.
Muriendo en nombre de toda la humanidad, entregó su Espíritu a toda la
humanidad. De modo tal que la oración cristiana está siempre motivada por el
Espíritu Santo, que Jesús derramó sin medida desde la cruz.
Testigos de esto fueron los discípulos en Pentecostés (Hch 2, 1-13). A
partir de esa experiencia única, ellos comenzaron a sentir que sus corazones
se iluminaban, y sus mentes reconocían la presencia del Espíritu y
permanecían en oración. Recibieron esta efusión del Espíritu Santo y
pudieron vivir como testigos de la Gracia que Jesús resucitado les otorgaba
para vivir cristianamente. En el Espíritu comprendieron y vivenciaron esa
comunión con Jesús.
Dado que obra sin medida, no podemos explicar fácilmente cómo obra el
Espíritu Santo. San Pablo trata de describirlo cuando nos dice que lo hace de
muchas maneras: en toda la creación. Nos cuenta que, cuando oramos, nos
unimos a Dios Padre gracias al Espíritu Santo que Jesús ha derramado en
nuestros corazones (capítulos 5 a 8 de Carta a los Romanos).
Para acoger este don de Dios en la oración, es preciso dejarnos cuestionar
nuestra forma de entender las cosas. La oración purifica el ego, que deforma
la realidad, nos distrae y nos impide conectar profundamente con Él desde
nuestro yo más auténtico. El Papa Francisco se ha referido a este plano
inauténtico como la “mundanidad”. En muchas de sus homilías nos advierte
que se trata de una conducta que “anestesia el alma” (Misa del 5 de marzo de
2015, Santa Marta) y “nos lleva a una doble vida” (Misa del 17 de noviembre
de 2016, Vaticano).
Nos dice también que la “mundanidad” se sana tomándole el gusto al aire
puro del Espíritu Santo, que nos libera de estar centrados en nosotros
mismos, escondidos en una apariencia religiosa vacía de Dios (Evangelii
Gaudium, N°97). Para ello es necesario volver a entregar nuestra confianza
en el Señor y no en nosotros mismos.
ORAR ES ESCUCHAR A DIOS

Orar no es solo hablar, también es conectar desde nuestro espíritu y escuchar


a Dios en el corazón. Una oración basada únicamente en decir cosas a Dios,
sin escuchar nada de Él, es como ir a visitar a un amigo y hacer un monólogo.
Es, sencillamente, no llevarnos nada de ese encuentro.
Dios es palabra viva y eficaz (Heb 4, 12-13). Cuando oramos vamos en
busca de esa palabra que nos salva. La Iglesia recomienda siempre la lectura
de la Palabra de Dios como fuente de la oración cristiana; a través de ella
Dios se nos revela en las Escrituras. A Dios le hablamos cuando oramos, a
Dios escuchamos cuando leemos su Palabra.
Abrirnos a Dios nos hace esperar en su Palabra, en su acción
transformadora, en su salvación. Sin embargo, esta obra de Dios puede no
venir en los tiempos que esperamos o imaginamos. Por eso, para tratar con
Dios se requiere una disposición confiada en recibir aquello que Él quiere
realizar en nosotros.
Es importante, entonces, preparar nuestro espíritu para ser la tierra fértil en
la que nuestra oración eche raíces, brote y dé frutos. Tal como Jesús explica
en la parábola del sembrador: “Jesús comenzó a enseñar de nuevo a orillas
del mar. Una gran multitud se reunió junto a él, de manera que debió subir a
una barca dentro del mar, y sentarse en ella. Mientras tanto, la multitud estaba
en la orilla. Él les enseñaba muchas cosas por medio de parábolas, y esto era
lo que les enseñaba: «¡Escuchen! El sembrador salió a sembrar. Mientras
sembraba, parte de la semilla cayó al borde del camino, y vinieron los pájaros
y se la comieron. Otra parte cayó en terreno rocoso, donde no tenía mucha
tierra, y brotó en seguida porque la tierra era poco profunda; pero cuando
salió el sol, se quemó y, por falta de raíz, se secó. Otra cayó entre las espinas;
estas crecieron, la sofocaron, y no dio fruto. Otros granos cayeron en buena
tierra y dieron fruto: fueron creciendo y desarrollándose, y rindieron ya el
treinta, ya el sesenta, ya el ciento por uno». Y decía: «¡El que tenga oídos
para oír, que oiga!»”. (Mc 4, 1-9).
La semilla es la palabra de Dios, como nos explica el Evangelio de Lucas:
“La parábola quiere decir esto: La semilla es la Palabra de Dios. Los que
están al borde del camino son los que escuchan, pero luego viene el demonio
y arrebata la Palabra de sus corazones, para que no crean y se salven. Los que
están sobre las piedras son los que reciben la Palabra con alegría, apenas la
oyen; pero no tienen raíces: creen por un tiempo, y en el momento de la
tentación se vuelven atrás. Lo que cayó entre espinas son los que escuchan,
pero con las preocupaciones, las riquezas y los placeres de la vida, se van
dejando ahogar poco a poco, y no llegan a madurar. Lo que cayó en tierra
fértil son los que escuchan la Palabra con un corazón bien dispuesto, la
retienen, y dan fruto gracias a su constancia.” (Lc 8, 11-15).
Muchas veces Dios pondrá la Palabra, pero nos puede encontrar distraídos
como a los del camino, o con piedras en el corazón que nos impiden
comprenderlo. Otras veces las tentaciones del mundo nos quitan el fervor que
la Palabra pudo habernos revelado. Aunque si nos encontramos leyendo este
libro, es porque alguna semilla ha comenzado a dar su fruto. Tener una vida
de oración nos ayuda a ser tierra fértil, a remover las piedras y cortar las
espinas. Dispone el alma para que su reino venga a nosotros.
EL ESPÍRITU SANTO ORA EN NOSOTROS

Aunque somos nosotros que abrimos nuestro espíritu a Dios, no somos


nosotros quienes oramos, sino que es el Espíritu Santo quien ora en nosotros.
La oración es un corazón que se abre a la búsqueda de Dios, el cual nos
espera para compartir su amor. Cuando Jesús dice: “Separados de mí no
pueden hacer nada” (Jn 15, 5), se refiere también a su Espíritu. Del mismo
modo, cuando le preguntan con qué poder realiza todo lo que hace, dirá que
lo hace con el poder del Espíritu Santo. En el Evangelio de Lucas, vemos
cómo Jesús se mueve guiado por el Espíritu Santo, por ejemplo, cuando va al
desierto (Lc 4, 1-13) o al ser presentado en el templo (Lc 2, 27). Es el
Espíritu el que guía su vida. De la misma manera, nosotros estamos invitados
a que nuestras vidas sean guiadas por el mismo Espíritu.
María la llena de Gracia concibe al Hijo por obra del Espíritu Santo. Ese
mismo Espíritu guiará también toda su vida hasta Pentecostés, donde el
Espíritu será derramado sobre los discípulos que forman la Iglesia naciente, el
nuevo Cuerpo de Cristo, signo de la humanidad renovada por el Espíritu. Por
tanto, no hay renovación posible del ser humano sin la acción del Espíritu
Santo. Sólo Él puede hacer nuevas todas las cosas y, por ende, nuestras vidas.
Quiere decir que el Espíritu mueve, inspira, une al creyente con Dios y a
los creyentes entre sí.
El Espíritu abre nuestro oído interior para escuchar la voz de Dios en el
corazón. Será también el que nos dará discernimiento para formar un GO y
descubrir la obra de Dios en ese grupo.
En la Carta Encíclica Redemptoris Missio, el Papa Juan Pablo II dice que
el Espíritu Santo es el protagonista principal de la misión de la Iglesia. Es
quien nos hace capaces de recibir y contemplar las palabras y las obras de
Dios, de darle gracias y adorarlo, tanto en comunidad como en la intimidad
del propio corazón. Por esto, cada oración debe comenzar pidiendo al
Espíritu Santo para que sea Él en nosotros.
ORAR SIN CESAR

Son muchas las maneras en que podemos dialogar con Dios: en la oración
personal, generando un espacio para tener un encuentro individual con Él. En
la oración comunitaria, compartiendo un encuentro junto a otras personas. Y
finalmente en la oración litúrgica, de manera más formal y preestablecida,
cuyos ritos encierran un significado específico.
También existe otra forma de mantener un diálogo personal y permanente
con Dios, y se refiere a esa conversación que surge espontáneamente desde la
conciencia, que es como el sagrario íntimo desde el cual dialogamos con
Dios. Jesús dirá (Mc 7, 20-23) que es desde dentro del corazón del ser
humano que puede surgir lo bueno o lo malo que hay en el mundo. Es por eso
que quien cultiva la oración interior en la conciencia ayudará a que brote lo
mejor de sí, abrirá la puerta que el Espíritu Santo inspire hacer la voluntad de
Dios, seguir su Palabra. Este diálogo espontáneo y tan fructífero nace de
nuestro deseo de mantenernos en oración y se manifiesta en las distintas
formas de vivir en comunión con Dios. Es lo que Pablo expresa cuando dice:
Oren sin cesar y en cada momento (1 Tes 5, 17). En toda circunstancia
recurran a la oración y a la súplica, acompañados de acción de gracias (Flp 4,
6).
Este sagrario interior, al mismo tiempo que va descubriendo a Dios, se va
transformando y purificando. Poco a poco, empezamos a tamizar toda nuestra
vida preguntándonos si esto será voluntad de Dios, o si Dios querrá esto para
mí, o qué me querrá decir Dios con esto que me sucede.

Es importante, entonces, reconocer aquello que habitualmente nos cuesta


tanto percibir, que es la presencia permanente de Dios en y con nosotros. El
Espíritu Santo es la luz de nuestras conciencias: “El Señor está cerca de
quienes lo invocan, de quienes lo invocan en verdad” (Sal 145, 18).
San Pablo agregará una característica no menor a esta oración constante y
es la alegría: “Estén siempre alegres, oren sin cesar, den gracias a Dios en
toda situación, porque esta es su voluntad para ustedes en Cristo Jesús” (1
Tes 5, 16-18). Además de la alegría, Pablo señala la gratitud: es todo un
aprendizaje el aprender a vivir agradecidos. Pareciera que esta comunión
interior con Dios permanente nos regala la alegría y la gratitud. Pero Pablo
nos aconsejará también que esta oración sea perseverante: “Dedíquense a la
oración: perseveren en ella con agradecimiento” (Col 4, 2).
Transitando nuestra vida con un Dios vivo y presente podemos ayudarnos
mucho entre nosotros, aun en las dificultades. Pablo también nos dice: “No se
inquieten por nada; más bien, en toda ocasión, con oración y ruego, presenten
sus peticiones a Dios y denle gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo
entendimiento, cuidará sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús”
(Flp 4, 6-7). Nos invita a no inquietarnos en ninguna ocasión y a que, en toda
circunstancia, recurramos a Dios para que su paz tome nuestros corazones,
más allá de lo que podamos comprender por nosotros mismos ya que Dios
sobrepasa nuestras capacidades.
También invita a orar con confianza: “Por eso les digo: Crean que ya han
recibido todo lo que estén pidiendo en oración, y lo obtendrán” (Mc 11, 24).
Un ejemplo gracioso puede iluminar esta confianza. Recuerdo a un sacerdote
que, ante una gran sequía, invitó a la comunidad para pedir la lluvia. Viendo
llegar a los pobladores, les dijo que no iba a rezar la misa porque todos
venían sin fe, ante lo cual la gente le preguntó cómo sabía que no tenían fe.
Entonces él respondió: porque si vienen a la celebración a pedir con fe que
Dios mande la lluvia, tendrían que haber venido con paraguas. Algo de esto
nos quiere decir Pablo con estar seguros de que Dios siempre estará haciendo
algo en nosotros. La primera carta de Juan refuerza este pensamiento: “Y si
sabemos que Dios oye todas nuestras oraciones, podemos estar seguros de
que ya tenemos lo que le hemos pedido” (1 Jn 5, 15). Jesús mismo instaba a
pedir con fe: “Si ustedes creen, recibirán todo lo que pidan en oración” (Mt
21, 22).
Sabemos que donde hay amor está Dios, y donde se alimenta la esperanza
o se fortalece la fe Él también está presente. ¡Cuántas veces hemos sido un
instrumento para fortalecer el amor, la fe y la esperanza de otros! Dios puede
utilizarnos como instrumento de su providencia para llegar a nuestros
hermanos.
Dios ha querido valerse de la humanidad para entregar su amor, su
asistencia a sus hijos. Incluso también nos recomendará el saber reconocer
nuestras faltas y ayudarnos a perdonarnos unos a otros, pues esto sana mucho
el corazón y las relaciones entre las personas: “Por eso, confiésense unos a
otros sus pecados, y oren unos por otros, para que sean sanados. La oración
del justo es poderosa y eficaz” (Sant 5, 16).
La oración se va transformando en frutos de caridad, es su regalo más
precioso. Dios quiere que nuestra vida de oración alcance el corazón de
Jesús, de modo que nuestro corazón sienta como siente el de Jesús. Lo dijo
San Pablo en su Carta a los Filipenses: “Tengan entre ustedes los mismos
sentimientos de Cristo Jesús” (Flp 2, 5).
Esta transformación es uno de los frutos más importantes para todo
cristiano. No hay momento ni lugar determinado para orar. Si bien es bueno
tener espacios y tiempos especiales de oración, en todo momento y lugar
podemos orar. Dios quiere que nos mantengamos en permanente diálogo con
Él y del mismo modo como lo hacemos con un amigo, a corazón abierto, con
confianza, intimidad y sencillez. Dios nos invita a orar con el corazón de par
en par, hablándole, escuchándolo y dejándonos transformar.
ORAR COMO JESÚS NOS ENSEÑÓ

En el Evangelio de Lucas (Lc 11, 1-12), los discípulos observan a Jesús y,


atraídos por su oración silenciosa, en cierto momento le dicen:

Maestro, enséñanos a orar.

Entonces Jesús les enseña a orar con el Padre Nuestro, una maravillosa
síntesis del modo en el que Dios quiere que vivamos nuestra vida:
santificando su Nombre, haciendo su voluntad y pidiendo el pan de cada día.
Nos enseña también a vivir reconciliados, perdonando y dándonos el perdón,
y a vencer la tentación librándonos del mal. Esta oración nos pone en una
actitud reverencial, adorante, necesitada y transformadora de Dios Padre, en
nosotros y con toda la humanidad.
Jesús enseña a orar en plural cuando nos dice:

Cuando oren, digan: Padre Nuestro…

De manera que, cuando oramos en soledad, no lo hacemos solo por


nosotros mismos, sino que estamos orando por todos y con todos. Si Jesús dio
la vida por la humanidad, entonces ese Padre Nuestro debería ser un abrazo a
la humanidad entera, con sus diferencias, pero a la vez con la unidad que
tiene delante de Dios, que ama todo lo que ha creado.
Es así como el Padre Nuestro nos invita a reconocer que la oración
personal tiene una dimensión universal y valorar la oración en común,
rezando en unión con otros y por otros, ya que en esa comunión y tal como lo
prometió Jesús, donde dos o tres se reúnan en su nombre Él estará allí, en
medio de ellos (Mt 18, 20).
Por eso es importante aprender a orar con otros, generando un espacio para
hacer presente a Jesús y vivir la comunión con Él. Pero como la oración no es
una fórmula sino un Espíritu, con el Padre Nuestro Jesús no solo nos enseña
una oración: nos transmite una actitud, invitándonos a vivir de acuerdo con lo
que ella propone.
Efectivamente, la oración auténtica despierta en quienes la practican una
ardiente caridad, que los empuja a colaborar en la misión de la Iglesia y al
servicio de sus hermanos para mayor gloria de Dios.
En varios pasajes del Evangelio Jesús nos dice que se debe orar con
frecuencia y nos exhorta concretamente a pedir a Dios: “Pidan y se les dará”
(Mt 7, 7). “Pidan y recibirán” (Jn 16, 24). “Lo que pidan al Padre, alegando
mi nombre, Él se lo dará” (Jn 15, 16; 14, 13).
Es bueno aclarar que Dios lo dará a su manera, pues Él ve mucho más de
lo que nosotros sabemos y conoce nuestro verdadero bien. Insiste
diciéndonos que Dios siempre responde a nuestras súplicas: “Dará cosas
buenas al que se las pida” (Mt 7, 11). “Cualquier cosa que pidan en su
oración crean que ya la han recibido y la obtendrán” (Mc 11, 24).
Tanto en lo personal como en lo grupal, debemos transitar nuestro propio
camino en la oración dejándonos conducir siempre por el Espíritu Santo, que
nos guía, a través de Cristo, al Padre. Por esto hay que aprender a pedir al
Espíritu Santo, que nos ayudará a hacerlo como conviene.
FORMAS DE ORACIÓN

El Espíritu Santo puede, libremente, suscitar muchas maneras de orar. Vamos


a enumerar algunas más frecuentes.

LA BENDICIÓN
Es una manifestación de gratitud, alabanza y admiración. Expresa la base de
la oración cristiana: el encuentro de Dios con el hombre. En ella, el don de
Dios que se da al hombre y la predisposición a recibirlo los convocan y los
unen.
La oración de bendición es la respuesta del hombre a los dones de Dios:
porque Dios bendice su corazón y puede, a su vez, bendecir a Aquel que es la
fuente de toda bendición. Dios derrama bendiciones y nosotros lo
bendecimos por recibirlas. “Bendito sea el Señor Dios de Israel” (Lc 1, 68);
“Entren por sus puertas dando gracias, entren en sus atrios con himnos de
alabanza; alaben al Señor y bendigan su Nombre” (Sal 100, 4); “Cuando
hayas comido y te hayas saciado bendecirás al señor tu Dios por la buena
tierra que Él ha dado” (Dt 8, 10).1

LA ADORACIÓN
Surge cuando nos reconocemos como criaturas ante el Creador, exaltando,
por medio de ella, la grandeza del Señor que nos creó y la omnipotencia del
Salvador que nos libera del mal.
Cuando adoramos, reconocemos con humildad nuestra pequeñez ante la
inmensidad de Nuestro Creador. Es el silencio respetuoso ante la presencia
omnipotente de Dios. Los Magos adorando al niño (Mt 2, 11).
LA PETICIÓN
Mediante la oración de petición mostramos la conciencia de ser criaturas de
Dios, y de no ser ni nuestro propio origen, ni dueños de nuestras adversidades
ni nuestro fin último.
Como pecadores, sabemos que nuestro accionar, muchas veces, nos aparta
de Dios y, en este sentido, la petición es un retorno hacia Él.
La petición de perdón es el comienzo de una oración justa y pura. La
humildad de reconocernos pecadores, el pedir perdón y la confianza en la
misericordia de Dios nos devuelven a la luz de la comunión con el Padre y su
Hijo Jesucristo, y de los unos con los otros. Tanto la celebración de la
Eucaristía como la oración personal comienzan con la petición de perdón.

Cuando participamos del inmenso amor de Dios, entendemos que


cualquiera de nuestras necesidades puede convertirse en objeto de petición.
“Pidan y se les dará” (Mt 7, 7).

LA ACCIÓN DE GRACIAS
Toda alegría y toda pena, todo acontecimiento y toda necesidad pueden ser
motivo de oración de gracias. Expresa nuestra gratitud hacia Dios. Es
reconocer que la vida es don de Dios. Brother David Steindl-Rast habla
mucho de esta dimensión proponiéndonos “vivir agradecidos”.
“Que todas tus obras te dan gracias y tus fieles te bendigan” (Sal 145, 10).

LA ALABANZA
La alabanza es una forma totalmente desinteresada de dirigirse a Dios, que
reconoce de la manera más directa que Dios es Dios. Lo bendice por Él
mismo y le da gloria, no por lo que hace, sino por lo que es. Mediante la
alabanza, el Espíritu Santo se une a nuestro espíritu para que podamos dar
testimonio de ser hijos de Dios. “Aclamen todos los pueblos, aclamen al
Señor con gritos de alegría” (Sal 47, 1-2). “Mi alma canta la grandeza del
Señor”, El Magnificat (Lc 1, 46).

LA INTERCESIÓN
La intercesión es una oración de petición en favor de otro. En ella está
presente la Santísima Trinidad, ya que se reza al Padre a través y con su Hijo
Jesucristo, y con el poder y la guía del Espíritu Santo, pidiendo a Dios que
derrame su Gracia sobre otras personas por las cuales rezamos.

Esta forma de orar nos acerca a la oración de Jesús, intercesor por


excelencia, quien en su paso por este mundo intercedió incesantemente ante
el Padre en favor de todos los hombres.
En el Evangelio de Juan podemos ver cómo Jesús oraba por sus discípulos
y por todos aquellos que creyeran en Él (Jn 17, 6-26), su mayor muestra de
amor y misericordia al pedir por aquellos que lo habían condenado momentos
antes de su muerte (Lc 23, 34).
La oración de intercesión es lo propio de un corazón conforme con la
misericordia de Dios, que no busca su interés sino el de los demás, rezando
incluso por aquellos que le hacen mal.
EXPRESIONES DE LA ORACIÓN

Las diversas formas de oración pueden, a su vez, expresarse de distintas


maneras. La tradición cristiana reconoce cuatro manifestaciones, que tienen
en común el recogimiento del corazón. Todas surgen del corazón inspirado
por el Espíritu Santo:

la oración vocal o de palabra o recitada


el canto en la oración
la meditación
la oración contemplativa
el silencio interior

LA ORACIÓN VOCAL, DE PALABRA O RECITADA


Se expresa a través de palabras mentales, recitadas, en voz alta o en silencio.
Por medio de Su Palabra, Dios se comunica con el hombre y, por medio de
las palabras, nuestra oración toma forma.

La necesidad de asociar los sentidos a la oración interior responde, por un


lado, a nuestra naturaleza humana, como necesidad de expresar exteriormente
nuestros sentimientos, y por otro a una exigencia divina, ya que Dios busca
adoradores en espíritu y en verdad. Ciertamente la palabra es un don de Dios.
Jesús devuelve la voz a un mudo (Mt 9, 32-34). La palabra tiene poder
creador, lo que decimos crea las condiciones para que se realice. “Por la
Palabra, todo fue hecho” (Jn 1, 3; Jb 38, 8-11). La palabra tiene un valor
sagrado, dentro y fuera de la oración, pues debe ser vehículo del obrar de
Dios. La oración vocal puede ser cantada –el canto es una forma de oración
vocal– y puede ir unida al júbilo. San Agustín valora el canto en la oración
diciendo que cantar a Dios es orar dos veces.

EL CANTO EN LA ORACIÓN
Estas palabras mentales o vocales pueden expresarse también a través de la
música. Desde siempre cantar ha sido un recurso maravilloso para ayudarnos
a orar: en la liturgia cristiana los cantos en la misa, las alabanzas en las
iglesias evangélicas, los cantos gregorianos en los monasterios, etc. No solo
en el cristianismo, sino también en otras religiones, el canto sagrado ocupa un
lugar preponderante.
Por otra parte, hemos escuchado mucho sobre los frutos terapéuticos de la
música en el desarrollo espiritual y psicológico de las personas, de modo que,
independientemente de si cantamos bien o mal, es importante tener en cuenta
que la música mueve nuestro interior y es, muchas veces, manifestación de
nuestra comunicación con el Espíritu Santo. Coloca a nuestro ser en un
estado más elevado, y se moviliza nuestro espíritu, nuestra mente, nuestro
cuerpo además de nuestra voz.
El papel de las canciones y de la música sagrada es central en todas las
religiones del mundo, ya que se vinculan a la espiritualidad. Ciertamente, en
la relación con Dios, llega un momento en el que se acaban las palabras y una
melodía puede decir mucho más que las expresiones verbales. Y muchas
veces, sin una letra específica, la música o el canto comienzan a surgir del
corazón de quien ora o contempla, convirtiéndose en algo más perfecto que
una sucesión de conceptos racionales que tratan de hilar una frase o una idea.
Así, la música adecuada activa el espíritu, exacerba nuestros sentimientos y
potencia el sentido de las palabras. Provoca una profunda comunión con Dios
y genera vida e innumerables frutos espirituales, incluso la conversión.
Los salmos oraciones del Pueblo de Dios son una excelente manera de
llevar la oración personal en nuestra vida cotidiana; los salmistas cantaban
cuando se encontraban tristes o preocupados, cuando sentían miedo, cuando
estaban agradecidos, por la mañana, por la tarde o por la noche. Así lo dice el
salmista: “Cantaré eternamente la misericordia del Señor” (Sal 88).
La misericordia se convierte en un canto, como dice el Papa Francisco. El
haber sido “misericordiado por Dios” genera un agradecimiento eterno que se
transforma en un canto eterno.
San Agustín, quien vivió una dura lucha interior entre su gran sensibilidad
musical y su preocupación por comprender si el placer que producía la
belleza de la música distraía la atención al texto sagrado, nos dejó este
consejo: “No te preocupes por las palabras, como si estas fuesen capaces de
expresar lo que deleita a Dios. Canta con júbilo. Este es el canto que agrada a
Dios, el que se hace con júbilo. ¿Qué quiere decir cantar con júbilo? Darse
cuenta de que no podemos expresar con palabras lo que siente el corazón. En
efecto, los que cantan, ya sea en la siega, ya en la vendimia o en algún otro
trabajo intensivo, empiezan a cantar con palabras que manifiestan su alegría,
pero luego es tan grande la alegría que los invade que, al no poder expresarla
con palabras, prescinden de ellas y acaban en un simple sonido de júbilo. El
júbilo es un sonido que indica la incapacidad de expresar lo que siente el
corazón. Y este modo de cantar es el más adecuado cuando se trata del Dios
inefable. Porque, si es inefable, no puede ser traducido en palabras. Y, si no
puedes traducirlo en palabras y, por otra parte, no te es lícito callar, lo único
que puedes hacer es cantar con júbilo. De este modo, el corazón se alegra sin
palabras y la inmensidad del gozo no se ve limitada por unos vocablos.
Cantadle con maestría y con júbilo”.
Hay distintas formas de cantar y distintos tipos de música; algunas
canciones son de alabanza, otras de meditación, otras de agradecimiento u
ofrecimiento a Dios. Y existen aquellas que nos sirven para interiorizar
determinada palabra y quedarnos alrededor de ella repitiéndola y sintiendo
cómo va resonando en nuestro interior, como podrían ser las jaculatorias. Es
una frase con contenido espiritual que se repite en presencia de Dios para
gustar y orar con ella y va penetrando en lo más profundo de nuestro ser.
No es indispensable que la música tenga letra, también puede ayudarnos a
liberar la mente una melodía que simplemente vaya sumergiéndonos en un
estado de comunión con Dios. Sabemos que nuestro cerebro produce ondas y
que la música genera ondas en el cerebro, de manera que existen algunos
tipos de música que alteran y otros que armonizan; por eso, es muy
importante que la oración, si va a ser acompañada de una música instrumental
o un canto, lleve a la persona a vivir un encuentro con Dios sin distracciones.
Es recomendable incorporar música en los GO. Algunos integrantes
podrán tocar un instrumento; otros guiar el canto o acompañarse de música
grabada. Lo importante es involucrarse con la música, orar y dejar que el
Espíritu Santo se manifieste en el canto. En este sentido reconocemos que
hay música ungida (música que nos ayuda a entrar en comunión con Dios).
Si una música nos dispersa o altera puede que no sea la adecuada. También
aquí habrá que descubrir aquel tipo de música con el que más se identifica el
grupo. Una elección acertada une a las personas, armoniza la oración y a los
integrantes, ayuda a elevar el espíritu hacia Dios. También en esto hay un
tiempo, hasta encontrarse en el Espíritu y cantar en oración.

LA MEDITACIÓN
La meditación manifiesta una búsqueda en la que intervienen el pensamiento,
la imaginación, la emoción y el deseo. Generalmente inspirada por la lectura
de un texto (la Biblia, imágenes sagradas u otros textos litúrgicos), tiene por
objeto la apropiación creyente de la realidad considerada, para vivirla en la
realidad de nuestra vida.
Esta movilización es necesaria para profundizar en nuestras convicciones
de fe, propiciar la conversión de nuestro corazón y fortalecer la voluntad de
seguir a Cristo. La meditación nos permite descubrir los movimientos que
agitan nuestro corazón y discernir tratando de comprender el porqué y el
cómo de la vida cristiana, adherirnos y responder a lo que el Señor nos pide.
Los métodos de meditación presentan gran diversidad, pero un método es
una guía; lo importante es conocer y gustar el Espíritu Santo.

ORACIÓN CONTEMPLATIVA
La contemplación es un don de Dios. Nosotros podemos crear la disposición
a Dios para encontrarla. Una manera de disponernos a ella es a través del
silencio amoroso en Dios. La contemplación tiene un valor de revelación,
pues la moción fundamental en este tipo de oración viene por iniciativa del
Espíritu Santo. Como solo Dios concede esta Gracia, hay que buscar la
disposición a ella. Centramos nuestra atención en la presencia de Dios en
nuestro interior. La práctica de la oración contemplativa tiene por objeto
desapegarnos de nuestros pensamientos para poder abrirnos a una realidad
nueva. Es escucha, silencio, unión con Cristo y es comunión de amor.
¿Cómo adentrarnos en esta oración contemplativa?

Silencio interior
Vale la pena profundizar sobre esta práctica pues produce frutos importantes
de transformación interior, y cambia verdadera y paulatinamente nuestra
manera de apreciar la realidad. A través de la práctica de la contemplación se
ha hecho cada vez más evidente como camino de tolerancia y compasión.
Crea puentes en el espíritu de gente de diferentes creencias, entre pobres y
ricos, entre aquellos que sufren a causa del conflicto y de la división. La
experiencia contemplativa crea comunidad. Es un lugar de encuentro para el
diálogo interreligioso, pues muchos llegan a Dios por medio del silencio.
La contemplación no es un método de relajación, ni un fenómeno
parapsicológico, ni una técnica. Es un modo de orar y, por lo tanto, una forma
de relacionarnos, ya que cuando nos disponemos a ella, lo que buscamos es la
relación con Dios.
Esta oración tiene sus raíces en el silencio. En diversos pasajes del
Evangelio vemos que Jesús se retiraba para hablar con su Padre (Lc 6, 12; Mt
14, 23; Mc 1, 35, 36; Mc 6, 46; Jn 6, 15). En la contemplación dejamos de
prestar atención al flujo normal de nuestros pensamientos, a cualquier cosa
que percibimos –una emoción, un ruido exterior, algo que tengamos que
hacer, un recuerdo–, y nos abrimos a otro nivel de interioridad para entrar en
la dimensión espiritual de nuestro ser.
Para quien desee recorrer este camino, será necesario tener momentos de
silencio interior e intentar la oración de quietud. En ese silencio vamos
sintiendo con intensidad la presencia de Dios expandiendo la dimensión
espiritual de nuestro ser. Y así como lo percibimos en nuestro interior,
comenzamos paulatinamente a descubrirlo en nuestras cosas de todos los
días, generando mayor lucidez y sensibilidad ante la realidad.
Esta dinámica de la oración contemplativa lleva a una transformación de la
personalidad, a un cambio en la manera de percibir la realidad y responder
frente a ella. La paz, la calma, el bienestar y la disposición a Dios que se va
experimentando constituyen los frutos de esta oración transformante. Si
tenemos paciencia, en algún momento Dios se manifiesta. Santa Teresa de
Ávila decía que la paciencia todo lo alcanza, este no es un camino para
impacientes.
Todas las formas de comunicarnos con Dios son igualmente valiosas, pero
es importante valernos de todo nuestro ser para relacionarnos con Él a través
de la palabra, de la emoción, de nuestro cuerpo, nuestro pensamiento,
nuestras acciones, nuestras capacidades y a través del silencio. El cultivo del
silencio interior es la mejor oportunidad que podemos darle a Dios para que
actúe en nuestro espíritu. Y cuanto mayor sea ese silencio, más profunda será
la manera de relacionarnos con los demás y nuestra transformación, y mayor
disposición tendremos para escuchar a Dios y a los demás.2
OTROS MODOS DE VIVIR LA ALIANZA CON DIOS: LA
ORACIÓN LITÚRGICA Y LA LECTIO DIVINA

ORACIÓN LITÚRGICA
La liturgia celebra el misterio pascual de Cristo en el tiempo de la Iglesia y es
una obra de la Santísima Trinidad. La Iglesia actualiza el acontecimiento
histórico de la muerte y resurrección de Cristo en cada celebración litúrgica y
lo realiza desde la Iglesia de los apóstoles hasta nuestros días. El Espíritu
Santo recuerda y actualiza en la liturgia la salvación de Jesucristo y su poder
transformador. En ella apresura la venida del Reino preparando a la Iglesia
peregrina para la participación plena de Cristo (Ap 19, 9): “En los cielos y
tierras nuevas preparados por Dios para la humanidad” (Ap 21, 1-2).
¿Cuáles son las celebraciones litúrgicas? Los sacramentales, el oficio
divino o liturgia de las horas, y las formas de piedad o expresiones de
religiosidad popular.

Los sacramentales
Son signos sagrados que expresan gracias que ayudan a la santificación de la
vida. Pueden ser objetos bendecidos, el encomendarse en el momento de la
oración con una oración o devoción particular, el uso de un aceite bendecido
o el uso del agua bendita.

El oficio divino o liturgia de las horas


Es un conjunto de oraciones (salmos, antífonas, himnos, lecturas bíblicas)
estructuradas que se rezan en el transcurso del día. Es la oración pública de la
Iglesia en la cual los fieles ejercen el sacerdocio real de los bautizados según
la forma establecida por la Iglesia en la liturgia de las horas. Es la oración de
Cristo con su mismo cuerpo al Padre.
“La Iglesia recomienda a los laicos que recen el oficio divino, bien con los
sacerdotes reunidos entre sí o incluso solos” (CIC 1174-1175).
Los miembros de un GO pudieran tener el hábito de participar juntos, por
ejemplo, de alguna Eucaristía y, luego, ir a rezar, o bien comenzar su
momento de oración con la oración de una hora litúrgica.

Formas de piedad o expresiones de la religiosidad popular


Algunas formas de piedad de los fieles son propias de la religiosidad popular
de cada lugar, como por ejemplo una peregrinación, la visita al santuario, el
vía crucis, el Rosario etc., y todas ellas pueden ser incorporadas a la vida de
cada GO conforme a su contexto.
Cuando el catecismo nos habla acerca del proceso formativo de un
creyente, incorpora este aspecto de la siguiente manera: “Además de la
liturgia sacramental y de los sacramentales, la catequesis debe tener en cuenta
las formas de piedad de los fieles y de religiosidad popular. El sentido
religioso del pueblo cristiano ha encontrado, en todo tiempo, su expresión en
formas variadas de piedad en torno a la vida sacramental de la Iglesia: tales
como la veneración de las reliquias, las visitas a santuarios, las
peregrinaciones, las procesiones, el vía crucis, las danzas religiosas, el
rosario, las medallas, etc.” (CIC 1674).

Lugar de la celebración litúrgica


La mayoría de los cristianos estamos acostumbrados a ir al templo, que es el
lugar donde se reúnen los fieles para celebrar el culto divino. Ahora bien, el
culto en espíritu y verdad (Jn 4, 24) de la Nueva Alianza no está ligado a un
lugar exclusivo. Toda la tierra es santa y ha sido confiada a los hijos de los
hombres. Cuando los fieles se reúnen en un mismo lugar, lo fundamental es
que ellos son “las piedras vivas”, reunidas para la edificación de un “edificio
espiritual” (1P 2, 4-5). El cuerpo de Cristo resucitado es el templo espiritual
de donde brota la fuente de agua viva. Incorporados a Cristo por el Espíritu
Santo somos “el templo de Dios vivo” (2 Co 6, 16).
La característica que tiene la celebración litúrgica es que, aun cuando se
celebra individualmente, se participa de la comunión.
Puede ser privada o pública como expresamos al comienzo del libro, hay
tres estadios de la oración:

La oración personal: Rezar solo es necesario e importante.


La oración en grupos pequeños: Es el tema de este libro y significa orar
con otros, formar un grupo de personas que comparten el deseo de vivir
la voluntad de Dios y de ayudarse a discernirla, entre quienes se cultiva
la confianza, la intimidad, la libertad de expresión y con quienes, poco a
poco, se va encontrando un método y un estilo propios para comunicarse
con Dios.
La oración en comunidad: Es la que experimentamos sobre todo en la
asamblea litúrgica cuando participamos de los sacramentos,
especialmente de la Eucaristía del domingo. Vivimos la oración
comunitaria en la misa o, en el caso de los evangélicos, en su asamblea
dominical.
Cada uno de estos estadios cubre distintos aspectos y ninguno puede suplir
a los demás. Así como el encuentro con un amigo nos aporta una experiencia
distinta de la que solemos tener cuando nos reunimos con un grupo o
asistimos a una fiesta, del mismo modo estos tres estadios de la oración son
igualmente importantes y complementarios y ninguno puede sustituir al otro.
Cada uno de nosotros es parte de un grupo, y el grupo, una parte de la gran
comunidad que ora. Puede suceder que la oración litúrgica no nos alcance
porque nos proponga un esquema preestablecido, un orden, un ritmo, o por
estar preparada para una asamblea más grande y no tan personalizada. El
grupo no debería quedar encerrado solo en su experiencia de fe. Un GO es
una pequeña comunidad que está llamada a abrirse a todos.
Jesús formó la comunidad de los apóstoles en intimidad, como un GO
reducido; sin embargo, ellos estaban llamados a formar la ecclesía (asamblea
o gran comunidad), que se reúne para orar, para vivir la caridad, para celebrar
al Señor, para abrir el corazón a esa vida de la Iglesia en su totalidad.
Por otra parte, la oración litúrgica comparte aspectos con el GO, porque
cuando asistimos a esa asamblea lo hacemos para orar, para cantar, para pedir
perdón, para escuchar la Palabra de Dios, para ofrecer nuestra vida, para
participar de la presencia de Cristo en nosotros y, finalmente, para comulgar
expresando ser un solo cuerpo con esa comunidad mayor. Del mismo modo,
cuando el grupo pequeño se reúne, debería experimentar ser uno en Cristo en
comunión con toda la Iglesia. Así, al orar en comunidad, el grupo se abre a
una dimensión mayor.
Tenemos que aceptar el desafío de convivir con aquellos a quienes no
conocemos muy bien ni tan profunda e íntimamente, para contribuir al
enriquecimiento de esa comunidad más grande (parroquia o movimiento) con
lo que nuestro pequeño grupo pueda aportar. El grupo se nutre de esa
comunión y, a su vez, la enriquece.
Por lo tanto, la oración personal, la oración en grupo y la oración litúrgica
deben convivir en armonía. Conformando un esquema de retroalimentación
como sano diálogo que complemente y enriquezca nuestro vínculo con Dios
en todas sus dimensiones.

LECTURA ORANTE DE LA PALABRA (LECTIO DIVINA)


Orar con la Palabra es un método muy antiguo de la Iglesia.
La primera fase consiste en seleccionar y leer un pasaje de la Biblia, y
elegir de ese texto alguna palabra, expresión o frase sobre la cual nos
quedamos reflexionando y meditando acerca de qué quiere decir o decirnos.
En este primer paso de la lectura orante de la Palabra se lee el texto en su
contexto, es decir, leer la Palabra teniendo en cuenta el momento y las
circunstancias particulares en la que fue escrita. Es lo que los alemanes
denominan “Sitz im Leben”: no hay texto sin contexto.
Debemos sumergirnos en el contexto y estudiar lo que dice, porque no
podemos tomar un texto escrito hace dos mil años creyendo que está diciendo
lo mismo que nuestra cabeza interpreta hoy, dos mil años después. Es la
razón por la cual algunas Biblias ofrecen citas y notas a pie de página para
ubicar al lector en el tiempo y el espacio en el que esos acontecimientos
sucedieron y fueron plasmados. Se recomienda prestar atención al aspecto
semántico (las palabras que se utilizan, las repeticiones, etc.), al aspecto
histórico (el contexto sociocultural) y al religioso (qué le dice Dios al pueblo
en esa situación concreta). De ese modo, leemos “el texto” con más atención
Luego de la lectura, viene la meditación (Meditatio). Aquí nos centramos
en lo que la Palabra quiere decirme a mí aquí y ahora, en mi realidad. Como
María, que guardaba todo en su corazón y meditaba en ello, en esta etapa
internalizamos y desmenuzamos la Palabra, tratamos de darle contenido y
guardarla. Repetirla, descubrirla y dejar que cale en nuestro corazón.
Luego viene la oración (Oratio). Es el momento en el que respondemos a
Dios y tal vez a reconocer lo que me invita a vivir y a cambiar la mirada para
modificar aquello que podamos mejorar.
Por último, la contemplación, el momento de gustar la Palabra, de
quedarnos en silencio como quien contempla un paisaje, de descansar en la
presencia de Dios con esa Palabra.
Quien ha hecho la Lectio puede preguntarse que cambio trae en su vida esa
Palabra, qué cambiaría de su realidad. Sin embargo, cuando una verdad ha
sido comprendida por la mente y amada en el corazón, tiene un poder
transformador en sí misma, el encuentro con Dios nunca nos deja igual que
antes y su Gracia siempre es transformadora.
La Lectio Divina nos da un orden, ya que a veces pasa que nos detenemos
demasiado en la lectura y el estudio y le dediquemos un espacio menor a la
meditación o a la oración. Este método nos permitirá ordenar el tiempo y los
pasos de la oración para obtener mejores frutos.
La idea es que podamos quedarnos con esta experiencia de acercamiento e
internalización de la Palabra para vivirla. Que nos quedemos meditando,
callando… dejando que la Palabra obre en sí misma haciendo silencio
interior, que nos hable no razonándola sino escuchándola, permitiendo que la
Gracia de Dios trabaje en nuestro interior, germine y dé sus frutos. Es así
como la oración se hace vida, se incorpora al día a día y reluce en nuestra
acción cotidiana y en nuestras actitudes con los demás.
Otro aspecto interesante de la Lectio es que nos permite experimentar
cómo la Palabra nos habla de muchas maneras distintas. A los sacerdotes, por
ejemplo, suele sucederles que meditan la lectura del domingo para preparar
sus homilías de la misa matutina y, cuando vuelven a leerla para la
celebración de la noche, aparecen nuevos aspectos y predican algo diferente o
complementario de lo que predicaron por la mañana. Esto sucede porque la
Palabra nunca nos dice solo una cosa. Y esa es su verdadera maravilla.
En ese sentido, cuando se lee en grupo, este aspecto se vuelve aún mas rico
porque la Palabra no resuena en un solo integrante, sino que hace impacto en
muchos y a cada uno le dice algo diferente. Es como el sol, que cuando
ilumina una única planta esta se nutre y florece y refleja su color, pero
cuando alumbra el jardín entero cada una da su color propio. Así, la misma
Palabra en el corazón de cada uno, como el sol en cada flor, refleja la infinita
riqueza y variedad que reside en cada uno.
En la Lectio escucho a Dios, recibo la Palabra con un corazón como el de
María, la entrego y la dejo que fecunde mi tierra, para que pueda dar el fruto
de la oración, la contemplación y la acción.
Hasta aquí hemos visto las distintas formas de oración. A continuación,
veremos el valor de la comunión y la necesidad de una comunidad de fe que
desee crecer en el amor. Y como una verdadera comunidad es un don de Dios
que hay que saber pedir, solo lo podrá tener quien esté maduro para valorarlo,
cuidarlo y comprometerse.

1 Se puede profundizar en este tema leyendo el Catecismo Iglesia Católica (CIC 1077 al 1083).
2 El padre John Main OSB (1926-1982) ha hecho un enorme aporte en la recuperación de esta
experiencia de oración bajo la tradición contemplativa cristiana. Quienes quieran profundizar en el
tema pueden consultar su bibliografía (véanse algunos títulos en la cita bibliográfica) o en la página
web de la Comunidad Mundial para la Meditación Cristiana. También el P. Thomas Keating o
Francisco Jalics.
2
COMUNIDAD CRISTIANA Y
GRUPO DE ORACIÓN

LA COMUNIDAD CRISTIANA

Todos tenemos experiencia de comunidad. Desde el momento en que


nacemos, vivenciamos en el seno familiar la primera forma natural e
indiscutible de comunidad. En nuestra etapa escolar y en la de nuestros hijos,
somos parte de una comunidad educativa conformada por padres, docentes y
alumnos. También al concurrir a un club o a una asociación. Incluso nuestro
barrio o vecindario es una comunidad en todo el sentido del término, así
como lo son muchos otros ámbitos sociales que frecuentemos. Es que hemos
sido creados por Dios para vivir en comunión y tendemos, en forma natural, a
participar en esa vida comunitaria.
Jesús inicia su ministerio eligiendo doce apóstoles –número que recuerda
las doce tribus de Israel– como una clara expresión de que la fe se vive en
comunidad. De este modo, nos invita a sentir el gozo de ser pueblo de Dios.
Una comunidad es un grupo de personas unidas por Dios para llevar una
vida en común, una vida basada en la permanente ayuda y respeto mutuos.
Guiada por el Espíritu, vela por el bien y el crecimiento de todos sus
miembros.
En este sentido, la comunidad cristiana es la expresión de aquellos que se
ayudan a vivir en Jesucristo, un Cristo vivo y resucitado en el centro de esa
comunidad. Su gracia vital se nos da en los sacramentos. Nos unimos a Él y a
su Iglesia por medio del bautismo, que no solo nos otorga el título de “hijos
de Dios”, sino que nos incorpora a una familia y a una comunidad con
testigos. De aquí la importancia de los padrinos en el bautismo y la
confirmación, o de los testigos en el matrimonio, ya que aportan su
dimensión comunitaria. La Iglesia es comunión, y siempre hace parte de la
comunidad a cada cristiano. Jesucristo resucitado es el que está dándose a la
comunidad a través del Espíritu Santo, que nos inspira la fe, la esperanza y el
amor.
Los primeros cristianos vivían una profunda vida de comunidad: “Todos
los creyentes se mantenían unidos y ponían lo suyo en común: vendían sus
propiedades y sus bienes, y distribuían el dinero entre ellos, según las
necesidades de cada uno. Íntimamente unidos, frecuentaban a diario el
Templo, partían el pan en sus casas, y comían juntos con alegría y sencillez
de corazón; ellos alababan a Dios y eran queridos por todo el pueblo. Y cada
día, el Señor acrecentaba la comunidad con aquellos que debían salvarse”
(Hech 2, 44-47).
Una verdadera comunidad cristiana orientada al bien común no puede
existir si no posee la íntima convicción de que todos sus miembros integran
una gran familia y son hijos de un mismo Padre Celestial. La comunidad
convocada por la fe en Jesucristo, animada por el Espíritu Santo para vivir en
el amor de Dios Padre.
EL GRUPO DE ORACIÓN (GO)

El GO es una partícula de todo el cuerpo de Cristo, una comunidad orante


conformada por personas que se reúnen con la conciencia compartida de un
Jesús vivo y resucitado, en la que se alientan recíprocamente en la fe, la
esperanza y el amor. Una fe que se nutre de la Palabra de Dios y una
esperanza que se fortalece compartiendo las diversas situaciones de la vida.
La existencia de los GO no es nueva en la Iglesia. Nacieron después de la
resurrección de Jesús, incluso antes de Pentecostés, cuando estaban reunidos
los apóstoles y ciento veinte discípulos. Según relatan las Escrituras “Todos
ellos, íntimamente unidos, se dedicaban a la oración, en compañía de algunas
mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos” (Hech 1, 14). Este
pasaje revela la importancia de orar en comunidad para unirnos y
sostenernos, en especial en tiempos difíciles, como lo fue ese crucial primer
momento que les tocó vivir a los discípulos luego de la muerte de Jesús.
En este sentido, en Evangelii gaudium (EG N° 77) el Papa Francisco deja
entrever que los GO pueden responder a una necesidad que, en estos días,
presenta la Iglesia. En la exhortación apostólica mencionada nos dice:
“Reconozco que necesitamos crear ‘espacios motivadores y sanadores’ para
los agentes pastorales, lugares donde regenerar la propia fe en Jesús
crucificado y resucitado, donde compartir las propias preguntas más
profundas y las preocupaciones cotidianas, donde discernir en profundidad
con criterios evangélicos sobre la propia existencia y experiencia, con la
finalidad de orientar al bien y a la belleza las propias elecciones individuales
y sociales”.
El Papa se refiere a los agentes pastorales, que son las personas que
trabajan en la Iglesia y que también necesitan estos espacios para poder
enriquecer su fe en Jesús, crucificado y resucitado. Crucificado, porque a
ellos les toca cargar las cruces de la vida de los otros, de la Iglesia y del
mundo —a veces, sobrellevando situaciones difíciles—, y hasta los propios
pecados de la Iglesia. Y resucitado, porque Él es la esperanza que alumbra la
salvación, que queremos transmitir y que estamos queriendo vivir.
El Papa menciona tres aspectos:

En primer lugar, nos habla de espacios en los que se comparten las


propias y más profundas preguntas (siempre nos haremos preguntas). El
ser humano se caracteriza por la profundidad de sus pensamientos y de
sus cuestionamientos sobre el mundo, la vida y su propia existencia.
Pero no solo por esas cuestiones trascendentales, sino también por los
aspectos más simples, aunque no menos complejos, de compartir las
preocupaciones cotidianas, en las que Dios está tan presente y en las
cuales es preciso que aprendamos a percibirlo.
En segundo lugar, de discernir en profundidad con criterios evangélicos
sobre la propia existencia y experiencia, es decir, de poner tanto las
preguntas más hondas como las preocupaciones cotidianas de nuestra
vida bajo la luz de la fe.
El tercer aspecto se refiere a encauzar al bien y la belleza las propias
elecciones individuales y sociales, a encontrar una orientación sobre
cómo vivir de la mejor manera el llamado que Dios nos hace.

A continuación, en el párrafo 78 nos alerta sobre algunas “tentaciones”.


Nos dice que, muchas veces, confundimos la vida espiritual con momentos
que, si bien nos hacen experimentar cierto alivio o bienestar, a menudo no
terminan de alimentar ni el encuentro con los demás ni el compromiso con el
mundo ni la pasión evangelizadora. Como decía Pablo: si el Espíritu Santo
pasa por nuestra vida, lo reconoceremos por sus frutos.
El Papa destaca tres frutos para discernir si esa oración fue profunda:

Si realmente nos abrió al encuentro con los demás.


Si nos tornó comprometidos con el mundo para transmitir el amor de
Dios que descubrimos.
La pasión evangelizadora, que supone llevar el Evangelio a aquellos que
no lo viven.

También el Papa Francisco nos previene de tres peligros que pueden


empobrecer nuestra espiritualidad:

el individualismo
la crisis de identidad
la caída del fervor

El individualismo
Es un fenómeno que invade los niveles más altos de la cultura y que exalta un
ideal egoísta, donde el individuo por sí solo decide qué es bueno y qué es
malo, niega la validez del bien común y es parte de un pensamiento libertario.
En una audiencia del 21 de junio de 2017 el Papa invitaba a combatir el
individualismo exagerado dando el ejemplo de aprender a jugar en equipo;
por lo tanto, debemos crecer en nuestra espiritualidad no solo como
individuos, sino como comunidad. La espiritualidad genuina reclama crecer
en comunidad. El otro me quita de la zona de confort y me interpela. Es una
ocasión para transformar mi vida según el Evangelio.
Dios es amor, pero amor en relación. Jesús no fue un maestro aislado, sino
que reunió a sus discípulos en comunidad y les enseñó a vivir, además de la
relación con Él, el vínculo entre ellos.
“El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de
consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y
avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales” (EG N°2).

La crisis de identidad
La identidad del cristiano está dada por la obra del Espíritu Santo en su vida.
A Jesús le fue revelada su identidad por el Padre tanto en el Bautismo como
en la Transfiguración en el Tabor (Mt 17, 1-9). Si Jesús no hubiera ido a orar,
si no hubiera sido un hombre de oración escuchando ante todo la voz del
Padre como Palabra primera, se hubiera confundido. Jesús pudo estar firme
en Getsemaní (Lc 22, 39-46), a pesar de sus angustias de muerte, gracias a
que tenía clara su identidad y su camino. De tal manera que pudo decirle al
Padre: “Aparta de mí este dolor, pero no se realice conforme a lo que yo
deseo, sino a lo que Tú quieres”.
En esta decisión personal tan fuerte queda clara la dimensión comunitaria
de su vida, pues todo lo haría para salvar a sus hermanos, confiando en los
caminos que el Padre tenía para realizarlos. Esto revela a un hombre que vive
con entereza su identidad y su destino.

La caída del fervor


Francisco hace un fuerte llamamiento a todos los bautizados para que, con
fervor y dinamismos nuevos, lleven a los otros el amor de Jesús en un estado
permanente de misión. El Papa invita a recuperar la frescura original del
Evangelio encontrando nuevos caminos y métodos creativos, y a no encerrar
a Jesús en nuestros esquemas aburridos. Para ello propone una conversión
pastoral y misionera.
Cuando se pierde el fervor, la espiritualidad puede convertirse en
ideología, y la misión, en un fanatismo proselitista. Entrarían aquí todas las
críticas que Jesús hizo a los fariseos (Mt 15, 14; 23, 16), que habían caído en
posturas muy rígidas. En cambio, por esa misma falta de comunión con Dios,
otros sostienen posturas demasiado laxas al predicar un Evangelio que no
interpela a nadie ni transforma nada en la sociedad.
El GO debe estar atento a estas tentaciones y ayudarnos a crecer
espiritualmente, a cuestionarnos juntos, y a compartir y permanecer en el
camino animando mutuamente nuestro fervor. El grupo va adquiriendo
progresivamente un lugar en el corazón. Comienza a transformarse
ayudándonos a reconocer nuestras máscaras, a compartir nuestra verdad,
nuestros deseos, nuestras búsquedas, fracasos y dolores. Todo eso se pone en
común y se ora en comunión. Pues, en la medida en que tengamos personas
en quienes confiar, podremos ayudarnos a ir viviendo una conversión sincera
en el Espíritu de Dios.
CÓMO ELEGIR UN GRUPO DE ORACIÓN

Un GO es una pequeña comunidad orante que busca a Dios. Y Dios también


nos busca a nosotros. Si tenemos intención de formar un grupo, es importante
rezar para descubrir con quiénes hacerlo. Así Él nos irá revelando quiénes
son aquellos a quienes nos está poniendo en el camino para crecer y formar
esa comunidad. Esto requiere tiempo y paciencia, pero es el mejor comienzo:
esperar que nos sea revelado.
El propio Jesús es el más perfecto modelo de esa búsqueda. El Evangelio
de Lucas (Lc 6, 12-16) nos relata que Jesús se retira de noche para rezar en la
montaña y, al hacerse de día, llama a sus discípulos y elige a los doce.
Aunque todos eran muy diferentes, y sin que su elección tuviera,
aparentemente, una lógica humana, Él, con inspiración divina, reconoce por
el Espíritu a aquellos que debían ser elegidos y llamados.
Jesús nos elige y nos llama, y del mismo modo es el Espíritu Santo el que
nos ayuda a discernir quiénes son aquellas personas que el Padre pone junto a
nosotros para que oremos y vivamos esa intercesión como una misión
importante dentro de la Iglesia.
Debemos orar para discernir quiénes están llamados a caminar con
nosotros. Tal vez debamos darnos un tiempo de prueba, ya que nuestro
discernimiento puede no ser perfecto. Y una vez que comenzamos, debemos
reconocer a qué ha sido llamado el grupo y cuál debe ser su estilo de reunión,
oración y misión.
Del mismo modo que Jesús pasó la noche orando, tal vez tengamos que
pasar “nuestra noche”, entendiéndola como un tiempo de discernimiento en el
Espíritu de Dios, un tiempo en el que quizá no tengamos claridad desde el
principio. Esa “noche” alude también a que la oración no siempre es
reconfortante, evidente e inmediata, y que, al igual que Jesús, cada uno de
nosotros pasa por momentos de oscuridad en espera de tiempos de mayor
claridad. El día y la noche se suceden siempre. Así, la vida del que crece en
relación con Dios también debe transitar sus noches, que preparan los días
nuevos.
Es importantísimo, entonces, darnos ese tiempo y poner nuestra intención
de conformar un GO en manos de Dios, confiando plenamente en la guía del
Espíritu Santo.
ASPECTOS FUNDAMENTALES DEL GRUPO DE ORACIÓN

Como espacio donde vibra el amor de Dios en Jesucristo y lugar de reunión


en el que cultivamos la fe alentándonos y rezando unos por otros, todo
GO cuida los siguientes aspectos:

UNIÓN CON OTROS Y COMUNIÓN CON DIOS


El deseo de Dios es lo que nos acerca y nos hace establecer una comunión
con nuestro Padre Dios. Pero en todo GO es imprescindible que, además de
esa unión con Dios, exista una entrañable unión entre las personas que lo
integran, basada en la confianza, la transparencia y la apertura de corazón,
necesarias para crecer y caminar juntos.
El grupo alienta la búsqueda de un Dios que llama a cada uno a vivir la fe
en comunidad. Y si bien lo llama a cada uno por su nombre, lo invita a
caminar con los otros. El propio Jesús caminó junto a los doce y los invitó a
seguir caminando juntos.
Este aspecto de vivir la fe en comunidad el Papa Francisco lo destaca
también en la relación con las demás denominaciones cristianas, con quienes,
a pesar de no estar en una plena comunión doctrinal, compartimos la misma
pasión por Jesucristo. “La unidad de los cristianos se realiza caminando
juntos, con el encuentro, la oración y el anuncio del Evangelio” (Basílica de
San Pablo 25-01-17).
Al respecto, vale destacar las experiencias de oración en común, entre
cristianos de distintas denominaciones, que se están produciendo hoy.

FORMACIÓN
Así como ampliamos y compartimos nuestro conocimiento ejercitando y
fortaleciendo la oración, vamos aprendiendo distintas formas de
comunicarnos con Dios y experimentamos su presencia en nuestro interior y
en la dinámica del grupo. Y, tal como lo hacemos en este libro, nos dejamos
ayudar por el magisterio o enseñanza de la Iglesia a través de sus documentos
o exhortaciones.
¿Cuáles son las fuentes principales de la formación cristiana?

la Palabra de Dios
el Magisterio de la Iglesia
textos de la liturgia, devociones particulares
escritos de autores de espiritualidad
la vida de cada uno con su sabiduría personal

La Palabra de Dios
Es la fuente principal, porque es inspirada por el Espíritu Santo. Por medio de
ella Dios habla, porque es viva y eficaz.

El Magisterio de la Iglesia
Son documentos, cartas, encíclicas, exhortaciones, enseñanzas de los Papas,
teólogos o maestros de espiritualidad reconocidos que, interpretando la
Palabra de Dios, brindan una enseñanza tomada de ella y actualizada a los
tiempos y situaciones que vivimos.

Textos litúrgicos
Son los que están en la Lex orandi de la Iglesia, o sea, aquellas oraciones de
tiempos antiquísimos que han ido quedando y son utilizadas en las liturgias.
Ellas ayudan a abrir el corazón a Dios.

Autores de espiritualidad
Nos ayudan a crecer en la comprensión del misterio de Dios. Son libros y
pensamientos que podemos compartir cuando nos encontramos con el grupo
y cuya validez se pondrá de manifiesto en la acogida que puedan lograr en él.

La vida de cada uno, con su sabiduría personal


Dios depositó su mayor riqueza en el corazón de cada persona. Debemos
escucharnos y, además, ser responsables de lo que decimos, a fin de que el
grupo se constituya en un lugar sagrado donde cada uno dé lo mejor para
enriquecimiento de todos.
Sabiendo que también el mal está en el corazón humano, debemos
cuidarnos de aquellas espinas que crecen en él y no permiten una comunión
plena. Aquí tener en cuenta la Parábola del Sembrador (Mt 13, 1-23) nos
ayudará a advertir cómo cuidar la Palabra de Dios en el corazón de cada uno.
“Hoy pongo delante de ti la vida y la felicidad, la muerte y la desdicha” (Deut
30, 15). Jesús enseña que es de dentro de nosotros de donde salen el bien y el
mal. Por tanto, esto que somos cada uno de nosotros también es la tierra de la
que emerge la palabra, donde nacen las verdaderas oraciones. El
conocimiento de uno mismo también es fuente de sabiduría.

LA INTERCESIÓN
La oración de intercesión, como mencionamos en el capítulo 1, es una
petición en favor de otro u otros para conseguir un bien y constituye un
aspecto central en todo GO. A medida que el grupo crece y se consolida, sus
integrantes van teniendo disposición a abrirse, y es entonces cuando se
suscitan la confianza y la oración espontánea. Se va formando en el grupo un
espacio para compartir dolores, preocupaciones, agradecimientos y
esperanzas, orando unidos, unos por otros, como expresión de un profundo
amor fraterno de solidaridad y de confianza en Dios Padre. También se van
rezando peticiones de otras personas, situaciones sociales para confiarlas al
cuidado de Dios.
La intercesión no es simplemente de palabra y hacia afuera, sino, por el
contrario, significa estar en medio, intermediar con fe y confianza pidiendo la
intervención misericordiosa de Dios sobre aquel por quien oramos,
colaborando así con el plan salvífico de Dios. Es tomar los anhelos de Dios
de querer salvar al mundo y el anhelo humano de querer redimirse. Por tanto,
se transforma en una manera de estar en comunión con Dios y con nuestro
prójimo. La oración de intercesión debe estar siempre inspirada por el
Espíritu Santo.
La intercesión es agradecimiento y alegría por la existencia de nuestros
hermanos y por lo que Dios obra en ellos. En toda oración debemos pedir lo
que deseamos; pero, como Jesús en Getsemaní, saber decir: “Que no se haga
nuestra voluntad, sino la de Dios”. “En primer lugar, doy gracias a mi Dios
por medio de Jesucristo, a causa de todos ustedes, porque su fe es alabada en
el mundo entero” (Rom 1, 8). “¡No dejo de dar gracias a Dios por ustedes,
por la gracia que él les ha concedido en Cristo Jesús!” (1 Cor 1, 4). “Yo doy
gracias a Dios cada vez que los recuerdo” (Fil 1, 3).
Interceder no es solo pedir, sino entrar en el corazón de Dios y ver en él a
nuestros hermanos. Es una experiencia de común unión fraterna, y a su vez
piadosa, de aquel que se pone en presencia del Padre como hijo necesitado, y
nos ayuda a vivir con el corazón de Pablo, quien exhorta a tener el mismo
sentir unos con otros: “Porque, así como en un solo cuerpo tenemos muchos
miembros con diversas funciones, también todos nosotros formamos un solo
Cuerpo en Cristo, y en lo que respecta a cada uno, somos miembros los unos
de los otros. Conforme a la Gracia que Dios nos ha dado, todos tenemos
aptitudes diferentes. El que tiene el don de la profecía que lo ejerza según la
medida de la fe. El que tiene el don del ministerio que sirva. El que tiene el
don de enseñar que enseñe. El que tiene el don de exhortación que exhorte. El
que comparte sus bienes que dé con sencillez. El que preside la comunidad
que lo haga con solicitud. El que practica misericordia que lo haga con
alegría” (Rom 12, 4-8).
La intercesión es una clara expresión de que todos estamos en función de
todos poniendo en práctica el amor y la compasión, que es lo que mueve la
oración. También expresa que somos un solo cuerpo y nos asistimos unos a
otros. Ser compasivo es “estar próximo” y la compasión es “sentir con el
otro”. Cuando nos entregamos de este modo a Jesús vivo y resucitado,
experimentamos el verdadero amor de Dios y por nuestros hermanos. Todos
los cristianos estamos llamados a ser intercesores.

La intercesión en las Sagradas Escrituras


Muchos son los ejemplos de intercesión que podemos encontrar en el
Evangelio. El más ilustrativo y emocionante tal vez sea el de la muerte de
Lázaro, donde Jesús invita a Marta y, a través de ella, a la multitud a creer:
“Jesús le dijo: ‘¿No te he dicho que, si crees, verás la gloria de Dios?’.
Entonces quitaron la piedra de donde había sido puesto el muerto. Y Jesús,
alzando los ojos a lo alto, dijo: ‘Padre, gracias te doy por haberme oído. Yo
sabía que siempre me oyes; pero lo dije por causa de la multitud que está
alrededor, para que crean que tú me has enviado’. Y habiendo dicho esto,
clamó a gran voz: ‘¡Lázaro, ven fuera!’. Y el que había muerto salió, atadas
las manos y los pies con vendas y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les
dijo: ‘Desátenlo para que pueda caminar’” (Jn 11, 1-44).
Otro vívido ejemplo de intercesión es la historia del funcionario romano
que pide por su criado: “Cuando Jesús terminó de hablar a la gente, se fue a
Cafarnaún. Vivía allí un capitán romano que tenía un criado al que estimaba
mucho, el cual estaba enfermo y a punto de morir. Cuando el capitán oyó
hablar de Jesús, mandó a unos ancianos judíos a rogarle que fuera a sanar a
su criado. Ellos se presentaron a Jesús y le rogaron mucho diciendo: ‘Este
capitán merece que lo ayudes, porque ama a nuestra nación y él mismo hizo
construir nuestra sinagoga’.
Jesús fue con ellos, pero cuando ya estaban cerca de la casa, el capitán
mandó unos amigos a decirle: ‘Señor, no te molestes, porque no soy digno de
que entres en mi casa; por eso no me consideré digno de ir a verte
personalmente. Basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará. Porque
yo, que no soy más que un oficial subalterno, pero tengo soldados a mis
órdenes, cuando digo a uno: Ve, él va; y a otro: Ven, él viene; y cuando digo
a mi sirviente: ¡Tienes que hacer esto!, él lo hace’. Al oír estas palabras, Jesús
se admiró de él y, volviéndose a la multitud que lo seguía, dijo: ‘Yo les
aseguro que ni siquiera en Israel he encontrado tanta fe’. Cuando los enviados
regresaron a la casa, encontraron al sirviente completamente sano” (Lc 7, 1-
10).

El poder de la intercesión
Sobre la intercesión en particular nos habla el Papa Francisco en la
exhortación EG N° 281-282. Allí describe con claridad la fuerza misionera y
la importancia de la intercesión como una forma de amor a los demás.
Porque buscamos el bien del prójimo, pedimos por él y entonces nos
sumamos al deseo del otro con nuestro propio corazón, la intercesión es sentir
con el otro (Rom 12, 9-16), es una expresión de nuestro amor por los demás
que nos lleva directamente al corazón amoroso de Dios. Tal como expresa
San Pablo: “En todas mis oraciones, siempre pido con alegría por todos
vosotros [...] porque os llevo dentro de mi corazón” (Fil 1, 4.7).
Es importante invocar y ponernos en la presencia del Espíritu Santo,
principal actor en la oración de intercesión, pidiéndole que actúe con su poder
en nuestros pedidos. Él orienta nuestra intercesión y la hace efectiva
dirigiendo nuestras intenciones (Ef 6, 18).
Algunos modos de interceder
Al interior del grupo: Algunos lo llaman “baños de Gracia”. Es cuando
todo el grupo, con el gesto de las manos, intercede por uno de los
miembros y sus intenciones. Se puede también elegir a alguien del
grupo, y se colocan las manos sobre el hombro, la espalda o tomando las
de la persona por la que estamos intercediendo (puede realizarse in situ
o a distancia). En la intercesión es necesario identificarse con la persona
o con la situación por la que estamos pidiendo, y eso solo se logra a
través del poder y la Gracia del Espíritu Santo.

Cuando se trata de personas conocidas a través de fotos, pueden


ponerlas bajo una cruz o imagen sagrada y encomendarlas a Dios
nombrándolas.

Cuando el grupo o algunos de sus miembros van a visitar a alguien que


transita una situación particular. La visita nos recuerda la visitación de
María: teniendo ella una gran misión por vivir, sube a visitar y a orar
con su prima Isabel y las dos saltan de alegría.

Recen por mí: La oración por la Iglesia, sus miembros y el mundo, con
sus situaciones temporales.

Una comunidad que intercede unida experimenta la acción que el Espíritu


Santo realiza en aquellos que interceden. Mientras abrimos una ventana para
buscar la luz, esa luz también nos invade, nos colma y se convierte en luz de
nuestras propias vidas.

ESPACIO DE CONVERSIÓN Y TRANSFORMACIÓN


La primera llamada de Jesús en el Evangelio de Marcos es a la conversión:
“Arrepiéntanse, conviértanse y crean en la Buena Noticia” (Mc 1, 15). Invita
a creer en el poder transformador del Evangelio. Quienes están en un GO
encarnan también el llamado de Jesús a dejar las redes y a seguir a Aquel que
nos enseña a ser pescadores de hombres para vivir de un modo nuevo nuestra
humanidad.
Como lo expresa el propio Evangelio de Marcos (Mc 1, 17), la vida en
Cristo es un camino de conversión permanente hacia Dios, un llamado
centrado en el mandamiento principal: “Escucha, Israel; el Señor nuestro
Dios, el Señor uno es; amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda
tu alma, con toda tu mente, con toda tu fuerza, y amarás a tu prójimo como a
ti mismo…” (Mc 12, 29-31). Nuestro camino está centrado en ir entregando a
Dios todo nuestro ser. Alguien ha interpretado este texto no tanto como una
obligación a cumplir, sino como un regalo que se nos ha dado cuando
escuchamos a Dios, pues amar a Dios de esa manera es una Gracia que va
operando en aquel que escucha cada vez más profundamente la voz de Dios.
En la medida en que va escuchando la voz de Dios y aprendiendo a
discernirla, un GO va transformando su modo de ver, de pensar, de sentir y
de obrar. La clave de esa transformación es la del Amor de Dios cumpliendo
la profecía de Jeremías, que dice: “Esta es la Alianza que estableceré con la
casa de Israel, después de aquellos días —oráculo del Señor—: pondré mi
Ley dentro de ellos y la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos
serán mi Pueblo” (Jer 31, 33).
Si queremos crecer en la vida espiritual, tarde o temprano nos
confrontaremos con lo que debemos cambiar. Esto significa transformar
conductas renunciando al pecado.
La conversión es la medicina más saludable que obrará la Gracia de Dios.
Hay que ser fuertes para dejarnos interpelar por la Verdad, que nos quiere
hacer libres.

CORRECCIÓN FRATERNA
Si tu hermano comete un pecado —dijo Jesús—, corrígelo a solas, si te
escucha, lo habrás salvado. En caso de que no tome en cuenta tus palabras,
entonces debes volver a intentarlo, pero esta vez acompañado por uno o dos
testigos. Si aun de ese modo no te escucha, compártelo con la comunidad (Mt
18, 15-18). De eso se trata la corrección fraterna. Jesús enseñó a sus
discípulos que debían aprender a corregirse sus errores entre ellos, pues la
vida de la comunidad en la tierra reflejará la vida de comunión en el cielo.
Por eso dijo también que todo cuanto sea atado en la tierra queda atado en el
cielo. La corrección no debe estar motivada en la forma de ser de una persona
que nos resulte molesta a nosotros, sino en el hecho de que esa persona no
esté obrando evangélicamente. Lo importante es ayudar a nuestro hermano.
Además, debe hacerse en nombre de Dios, que quiere ver sanos física y
espiritualmente a sus hijos. Y enmarcarse en el amor al prójimo como a uno
mismo. Si estuviéramos equivocados, ¿acaso no nos gustaría que alguien nos
corrigiera bien para regalarnos una vida mejor? Por eso es muy importante no
solo aprender a corregir a los demás, sino también a dejarnos corregir. Y eso
requiere confianza mutua, delicadeza y sencillez de corazón. En un GO,
puede ocurrir que alguien tenga una cierta palabra de conocimiento, lo cual es
un don de Dios para ayudar a caminar en la voluntad de Dios a un hermano o
a uno mismo.
Cada vez que me tocó vivir esa experiencia, me di cuenta de que Jesús
nunca nos puede dañar, corrige sin humillar y, fundamentalmente, cuidando
el buen nombre de aquel a quien corrige. Cuando nos corrigen
amorosamente, si bien la verdad puede dolernos, ella siempre nos ayuda. Hay
actitudes que se oponen a la corrección fraterna:
Cuando un grupo difama a alguien sin que ese alguien se entere. Hablar
mal de una persona a sus espaldas es lo opuesto a la corrección fraterna.
Lo mismo ocurre con la actitud de señalar a otros. No olvidemos que el
demonio es el acusador de nuestros hermanos.
No hay corrección fraterna cuando se hiere la autoestima o la estima
pública del hermano.
Tampoco lo son el reclamo o queja contra él.

La corrección fraterna es una verdadera escuela de fraternidad. Hay que


tener en cuenta que, tal vez, no hemos sido bien corregidos de pequeños y
justamente por eso estemos demasiado sensibles a la corrección que nos
hagan los demás. En cuanto a la materia sobre la cual hacer la corrección,
tendrá que estar relacionada con el camino evangélico que lleva el grupo.
Solo la prudencia indicará aquello que haya que corregir, puesto que hay
ámbitos de la vida privada en los que no podemos intervenir. Por ejemplo, no
le toca al grupo cuestionar las dinámicas propias de la vida familiar de cada
miembro, ya que responden a aspectos muy personales e involucran a otras
personas fuera del GO. Esto excepto en el caso en que la persona pida ayuda
y se pueda poner en oración. De más está decir que lo que señalamos como
cualidad imprescindible de un GO, es decir, la confidencialidad, juega en este
punto un papel central. Pidamos siempre la caridad del Espíritu Santo para
que sea Él quien la realice, y nosotros solo seamos instrumentos humildes de
su amor. Si no existe este amor, es mejor no hacerla.

MISIÓN
La formación de un GO es una misión en sí misma. El grupo se reúne para
escuchar la voz, la voluntad de Dios en la vida de cada uno. Conocer la
voluntad de Dios es conocer la propia misión. La voluntad de Dios no solo se
discierne con la oración, sino también en el encuentro con los demás. El GO
ayuda a vivir y compartir con el otro haciéndose carne de sus alegrías y,
sobre todo, de sus dolores.
El Papa Francisco, en Evangelii gaudium (EG N° 270), alerta sobre la
tentación de ser cristianos “periféricos”, de ir por la vida sin acercarnos lo
suficiente al prójimo de manera de no involucrarnos con su problemática de
vida. Y nos alienta a dirigir a él nuestra mirada. Compartir nuestra vida en
profundidad nos regala la dicha de sentirnos pueblo, de pertenecer a un
cuerpo unido que se sostiene y se acompaña. También nos enseña que mirar
al otro es mirar a Dios.
El amor por los demás es una fuerza espiritual que nos ayuda a
encontrarnos con Dios y a descubrirlo a través de lo que compartimos. La
misión es el modo de dar el Amor. “Un misionero entregado experimenta el
gusto de ser un manantial, que desborda y refresca a los demás” (EG N° 272).
Dice San Juan Pablo II en la encíclica Redemptoris missio (RM N°2): “La
fe se fortalece dándola”. Un GO es una luz en medio del pueblo y está
llamado a irradiar en la caridad a aquel que los reúne y es “Luz para alumbrar
a las naciones”.
El GO irá reconociendo la misión que Dios le revela según su designio y
conforme al dinamismo del grupo como pequeña comunidad en Cristo. El
Espíritu Santo irá descubriendo la misión como grupo y la misión particular,
según el estado de vida personal.
La misión de la Iglesia se desarrolla en tres dimensiones: el cuidado
pastoral de aquella parte de ella que ayuda a crecer a los discípulos de Jesús
para que se hagan misioneros. La nueva evangelización hacia aquellos
cristianos que han perdido el vigor de su fe, como por ejemplo aquellos que
cita el Evangelio de Lucas (Lc 15, 3-7), que habiendo sido parte del rebaño se
apartan y esto hace necesario dejar las noventa y nueve ovejas para buscar a
la perdida. Y la tercera dimensión, ad gente, encarnada en el llamado que
Jesús les hace a los discípulos: “Vayan, pues, y hagan discípulos en todas las
naciones…” (Mt 28, 19).
Estas tres dimensiones se pueden vivir tanto en ámbitos territoriales como
en sectores más vulnerables, en áreas culturales, en el mundo de la
comunicación, del medio ambiente o en el diálogo sobre temáticas sociales o
políticas, con no creyentes o en el mundo interreligioso.
ETAPAS EN LA FORMACIÓN DE UN GRUPO DE ORACIÓN

Ya hemos mencionado que es posible que un GO no se concrete en el mismo


momento en que es convocado. Es importante que no pase tanto tiempo en
reconocer a los que deben participar de él, por lo que resulta necesario tener
en cuenta los distintos estadios por los que sería esperable que atravesara:

reconocimiento del llamado


pertenencia
identidad
GO abiertos y cerrados
perseverancia

RECONOCIMIENTO DEL LLAMADO


Es la etapa inicial de la formación del grupo, el momento en el que un grupo
de personas reconoce el mismo deseo de orar juntos. También puede ser
iniciativa de una persona que invita a otras porque, a modo del Evangelio,
reconocerá a quienes está llamando el Señor.
Es importante que el grupo tenga en cuenta que se está formando y pueda
darse el espacio para su conformación. No obstante, será conveniente que
esta etapa no sea muy extensa.
Algunas personas han iniciado un GO y no se han sentido como esperaban,
o bien no han podido congeniar con el resto del grupo. Esto puede ser indicio
de que no se ha hecho un buen discernimiento, por lo que cada uno debe
tener la libertad de poder dejarlo: siempre el grupo será una elección libre y
personal movida por la Gracia.
PERTENENCIA
Es importante que todo GO pertenezca a una comunidad mayor de referencia,
sea una parroquia, un movimiento, etc. Es esencial, también, que reconozca
con firmeza esa pertenencia para evitar que el grupo pierda su foco, su
referencia o incluso que se diluya. Formar parte de un cuerpo nos contiene y
nos nutre.
Este vínculo entre personas puede ser histórico, es decir, en el que cuenta
mucho el tiempo que llevan reuniéndose. Por ejemplo, después de haber
compartido un retiro, pueden seguir manteniendo una pertenencia afectiva.
Entonces, es interesante encauzar esa relación para que, haciendo un
discernimiento de la voluntad de Dios, sus integrantes reconozcan a qué están
llamados.
Podemos identificar dos tipos de pertenencia: una activa, que se da cuando
un grupo trabaja intensa y concretamente por un fin, y una pertenencia
espiritual, cuando pertenecemos a una corriente de Gracia o movimiento y,
desde allí, participamos y nos enriquecemos en el marco de una parroquia,
movimiento, asociación o determinada espiritualidad.
Si somos un cuerpo, debemos tener una pertenencia, de manera de no ser
un grupo aislado. Tenemos que buscar y reconocer nuestra identidad de
pertenencia en el cuerpo de la Iglesia, o en este Templo de la humanidad que
Dios va edificando piedra sobre piedra. Es por esto que la Iglesia se
encuentra dividida en diócesis, para que, en última instancia, siempre
tengamos un punto de referencia, que pueda estar dado por las parroquias o
bien por el obispo diocesano y su Consejo Diocesano de Pastoral.

IDENTIDAD
Los grupos, en general, se forman a partir de algunas experiencias de fe
vividas dentro de una parroquia, un movimiento o una espiritualidad. Y, sin
duda, cada grupo enriquecerá esos ámbitos mayores, lo cual conformará su
identidad, que nunca será copiar sino beber de la particularidad con la que
Espíritu Santo guía a esa parte del pueblo de Dios.
Es importante que cada GO tenga su identidad, y sea fiel a Dios y a la
comunidad de pertenencia reconociendo su carisma, su espiritualidad y su
misión. Dios no hace dos cosas iguales, es muy creativo; por eso, no se trata
de copiar, sino de escuchar y discernir en comunidad. Y aunque esto lleve un
tiempo, es necesario recorrer el camino.
Para ello, al momento de formar un GO, tengamos en cuenta los siguientes
aspectos:

Darle un nombre acorde a la espiritualidad del grupo, conforme a una


parte de la Palabra de Dios o a un motivo que los haya convocado.
Definir el estilo de las reuniones, el modo de orar y de ser. Buscar su
propio camino: puede ser una devoción, una obra, un proyecto, un
propósito.

A cada grupo le llevará un tiempo consolidar su identidad. Finalmente,


cuando puede entender su misión, es decir, el propósito del llamado de Dios,
alcanza su punto de madurez.
Jesús peregrinaba por los pueblos predicando de manera pública y abierta a
todo aquel que quisiera oír; sin embargo, había cosas de las que solo hablaba
en la intimidad con sus doce apóstoles. Así, un GO ya maduro toma
conciencia de ser una comunidad de fe convocada por Jesús para una misión
que le está siendo encomendada.

Hay GO cerrados y abiertos:


GO cerrados
No significa que estén cerrados al mundo, sino que su formación se decide y
sus integrantes se eligen para hacer un camino de fe, de encuentro con el
Señor, desde la confianza mutua, la apertura del corazón y la propia intimidad
con Jesús, y entre ellos dejan a la Gracia obrar la conversión que cada uno
debe realizar. Estos cambios profundos solo pueden darse en el marco de una
comunidad en la que vamos construyendo la confianza y la confidencialidad.
No se puede abrir el corazón a cualquier persona, por buena que pueda ser,
sino a quien conocemos y en quien confiamos.
Fue lo que ocurrió entre el Señor y los doce apóstoles, a quienes no llamó
como grupo exclusivo, sino que los formó en la intimidad para que llevaran
esa experiencia de fe y amor entre ellos y con Él a todo el mundo. El aula de
un curso es cerrada, pero aquellos que se encuentran en su interior se están
formando en un camino. Los integrantes de un equipo de fútbol necesitan
trabajar juntos para aprender a jugar juntos. Así también las doce tribus de
Israel eran diversas, pero, unidas, formaban el único Pueblo de Dios.

GO abiertos
Son aquellos cuyos miembros invitan a sus encuentros a orar a otros. Son
grupos que, por ejemplo, preparan una adoración en alguna comunidad
parroquial o en un determinado lugar con cierta periodicidad, y realizan
encuentros abiertos para orar en unión con aquellos que llegan. Este grupo
debe tener guías con alguna experiencia de oración.

LA PERSEVERANCIA
Así como para el logro de cualquier propósito debe estar presente esta
capacidad de ser consecuentes y sostener la voluntad, en un GO es
fundamental perseverar no solo hasta lograr su consolidación, sino también
como condición indispensable para que pueda dar frutos.
Ningún fruto se produce de manera inmediata. Jesús dice que, por la
perseverancia, salvaremos nuestras vidas (Lc 21, 19).
OTROS ASPECTOS DEL GRUPO DE ORACIÓN

Tiempo
El proceso de formación del grupo no tiene un tiempo fijo predeterminado, ya
que cada uno posee una dinámica diferente. De hecho, puede suceder que, al
comienzo, algún integrante pueda dejarlo o que se sumen otros, hasta que se
logre la conformación definitiva, su consolidación, estabilidad y confianza.

Cantidad de integrantes
Tampoco está determinada, y hay que saber que no es necesario esperar
reunir a varias personas, sino que basta con empezar, aunque sea con dos o
tres, e ir invitando a otras a incorporarse. Tengamos en cuenta que lo
fundamental es generar profundidad e intimidad; por eso, lo ideal es que el
grupo no sea muy numeroso. Puede tomarse como referencia a los apóstoles
de Jesús, que son doce.

Confidencialidad
Al consolidarse, se irá dando una amistad donde se compartirá el amor
mutuo, la lealtad, la honestidad y la confianza. Por eso, es imprescindible
establecer la absoluta confidencialidad acerca de las intimidades que se
confían al grupo, ya que, a medida que se avanza en el conocimiento
profundo del otro, aumenta la proximidad. Hay que generar la confianza
necesaria para abrir el corazón, caminar juntos en la oración y entregarse con
la tranquilidad de estar cuidados y amados por Dios y por el grupo.
SUGERENCIAS PARA DESARROLLAR LOS ENCUENTROS

La oración comenzará poniéndose el grupo en presencia de Dios e invocando


al Espíritu Santo para que descienda sobre él y sea quien guíe la oración. Se
puede hacer alguna oración que el grupo elija.

LA LECTURA DE LA PALABRA
No puede faltar la lectura de la Palabra. La Iglesia existe para evangelizar;
por lo tanto, un GO no puede desconocer el Evangelio, que es la Palabra viva
y eficaz de Dios en la vida de sus hijos.

EL ESPACIO FÍSICO
Los GO se pueden reunir en distintos espacios, convenientemente en la
iglesia, en la casa de alguien, si el tiempo es propicio, al aire libre y, también,
en algunas oportunidades, pueden elegirse lugares de retiro espiritual.
Deberían ser sitios que garantizaran el cobijamiento espiritual, la unción del
Espíritu y la libertad de expresión dentro del grupo. Por ejemplo, si se desea
cantar, que sea un espacio que no moleste a nadie que se encuentre cerca, a
fin de que el GO pueda vivir cierta intimidad entre sí y con Dios. Algo
fundamental es que sea un lugar tranquilo, ya que se requiere privacidad. Y
que sea favorable a todos los integrantes para garantizar su presencia.

LA DURACIÓN
En cuanto a la duración de los grupos, es variable. Algunos perduran un
tiempo determinado o hasta lograr un propósito particular, mientras que
otros se mantienen toda la vida. Respecto del horario establecido, es
recomendable también que sea de conveniencia de todos.

LUGAR (LOCALIDAD)
Respecto al lugar como localidad y horario establecido es recomendable que
sea favorable a todos para garantizar la presencia de los integrantes.

FRECUENCIA DE LOS ENCUENTROS


Dependerá de cada grupo, pero es importante mantener una continuidad en
las reuniones, y que todos acepten la frecuencia con que se desean reunir.
Una periodicidad semanal o quincenal sería lo ideal. Se sugiere evitar
interrupciones.

LA ORACIÓN PERSONAL
Hay que orar todos los días, no solo con el grupo. Es muy importante que
aprendamos a orar con otros, pero para ello debemos hacerlo también en
soledad. Así la oración en común dará más frutos. Si oramos únicamente
cuando estamos con otros, no podremos crecer en la oración, y si no
participamos en la oración en común, nuestra capacidad de diálogo con Dios
puede verse empobrecida. También es importante la participación en la vida
litúrgica de la comunidad de referencia.

EL TIEMPO DE REUNIÓN
Depende de la necesidad del grupo y del punto de espiritualidad que este
vaya alcanzando. Tiempo mínimo: una hora pura de oración. Hay grupos que
pueden elegir compartir algo antes o al finalizar la reunión, pero deberán
cuidar el tiempo de oración. Por eso, hace bien acordar un horario de cierre.

EL RENUNCIAMIENTO
El GO es un espacio de conversión, de dejar atrás lo que nos aparta de Dios,
el pecado, para vivir de la Gracia.
Es importante que la espiritualidad sea semejante para no enfrentar
disgustos. Para ello, se debería conversar antes de adherir al GO. La
convivencia entre los miembros incluso mostrará aspectos de algunos que
podrían incomodar a otro u otros. Sin embargo, esto no debe asustar, pues
“cristiano no se nace, cristiano se hace”. Del mismo modo, en el grupo
también podemos decir “santo no se nace, santo se hace”, un hacer que es
obra de Dios y no nuestra. En consecuencia, las diferencias de carácter entre
unos y otros reclaman prudencia, paciencia y confianza en el obrar divino, así
como en el amor que viven y comparten.
Es muy cierta la afirmación que dice que “el amor todo lo soporta”. Sin
embargo, hay personas que tienen muchas heridas en el alma y puede ser
difícil conciliar con ellas. Recuerdo un GO en el que había alguien que no
guardaba la necesaria confidencialidad y solía hablar fuera del grupo de cosas
atinentes a él. Lógicamente, a medida que los integrantes se enteraban,
lentamente lo iban abandonando. Entonces me consultaron sobre la situación
y yo sugerí que hablaran con la persona en cuestión. Y ocurrió que esa
persona, justamente a causa de sus heridas, no supo reconocer su falta. Al
contrario, se justificaba diciendo que lo había hecho “para ayudar”.
Finalmente, el grupo tuvo que tomar la difícil resolución de pedirle que se
alejara.
En otra oportunidad, una persona que evidenciaba una inmadurez
psicológica bastante severa y sus necesidades afectivas irresueltas, aunque
con buenas intenciones, obligó al grupo a decidir su disolución debido a sus
intervenciones desatinadas y a las incomodidades que generaba fuera de las
reuniones. Felizmente, con el tiempo, algunos miembros formaron un nuevo
grupo.
Este tipo de situaciones deben ser resueltas conforme al Evangelio, donde
Jesús habla de la “corrección fraterna” (Mt 18, 15-20).
Los que siempre faltan o nunca cumplen con las consignas pueden suscitar
distracciones en el resto. De ahí la importancia de que encuentren un grupo
acorde a sus posibilidades reales.

DISCERNIMIENTO ESPIRITUAL
La oración es un movimiento de Dios en nosotros. Al comenzar un encuentro
de oración, debemos pedir que el Espíritu Santo la guíe. En el desarrollo del
encuentro, es indispensable que estemos atentos, por la fe, a reconocer lo que
nos viene de Él. Y cuando el encuentro finalice necesitamos dedicarle un
tiempo exclusivamente a preguntarnos qué ha obrado Dios en nosotros. La
pregunta se hará con mucho respeto, ya que no debemos tomar el nombre de
Dios en vano y, si le atribuimos algo que no le es propio, estaremos no solo
dañando la vida espiritual del grupo, sino también ofendiéndolo a Él.
No le temamos a un silencio respetuoso si no tenemos la certeza de que se
trata de inspiraciones divinas. Aquí es importante tener cuidado con aquellos
que se creen iluminados, cuya soberbia espiritual los hace suponerse dueños
de la verdad y con derecho de acaparar la opinión de los demás.
A discernir también se aprende. Así como podemos educar el oído para la
música, la palabra para la expresión o el cuerpo para la destreza física, así
también el espíritu humano aprende, con el tiempo y la Gracia de Dios, a
reconocer las cosas espirituales, las del Espíritu Santo. Para ello es preciso un
adecuado entrenamiento. Recordemos que San Ignacio de Loyola habla de
ejercicios espirituales, que nos ayudan a ejercitar las potencias del espíritu
para el diálogo con Dios.
Dijo Jesús a Nicodemo (Jn 3, 1 ss) que hay que nacer del Espíritu Santo, de
lo alto, y esta es una Gracia que se recibe. Para ser discípulo de Cristo, no
basta con cumplir las normas morales. Se requiere escuchar la voz del
Maestro y confiar en su Gracia. El Espíritu Santo es como el viento, que
sopla donde quiere y su rumor se oye, pero no sabemos de dónde viene ni
adónde va. Así también el GO es un espacio de Gracia para reconocer la voz
del Espíritu. La Iglesia toda está guiada por Él. En su carta apostólica
Gaudete et Exsultate, el Papa Francisco previene del pelagianismo, que es
aquella inclinación a confiar solo en las propias fuerzas y no tanto en la
Gracia de Dios.
Al terminar la reunión, debe haber un momento para que los miembros
compartan de qué modo ha vivido cada uno la acción del Espíritu Santo a fin
de hacer juntos un discernimiento comunitario. A veces, podrán reconocer
una palabra para todo el grupo; otras veces, para alguien en particular; otras
acerca de una situación que se viva como comunidad o sociedad. El
discernimiento crecerá con una vida habitual de oración, con el trato
frecuente y la meditación de la Palabra de Dios y, también, con la formación
de la conciencia y el reconocimiento de los engaños del mal espíritu, que en
ocasiones podría guiarnos.
Un texto del Evangelio muy significativo relata el momento en que Jesús
se dirige al desierto luego de ser bautizado y allí es tentado por el demonio.
“Después de ser bautizado Jesús, el Espíritu le empuja al desierto y
permanece allí cuarenta días, siendo tentado por Satanás. Estaba entre los
animales del campo y los ángeles le servían” (Mc 1, 12-13). Pero Jesús
recibió al Espíritu y se dejó guiar por él. En cambio, nosotros, que también
estamos bautizados, no sabemos reconocer sus inspiraciones.
Podemos pensar que, si nos dejamos guiar por el Espíritu Santo, todo
resultará fácil. Pero incluso para el propio Jesús la experiencia fue ardua y
sintió desolación. A pesar de ello, experimentó la tentación y reconoció que
debía aprender a discernir el buen espíritu del malo. Aprendió a escrutar la
Palabra de Dios, pues el demonio lo confundía con la misma Palabra pero
sacada de contexto. A su vez, fue tentado en su necesidad de alimentarse, o
de ganar poder, o incluso de situarse por encima del Padre. Del mismo modo,
debemos aprender a reconocer qué invitaciones provienen de Dios y deben
acogerse y cuáles deben rechazarse.
En su lucha en el desierto Jesús salió fortalecido y pudo sentir con mayor
claridad el llamado del Padre, conforme a la voluntad del que lo envió y no
según sus propios deseos. En este sentido, el grupo es un espacio de “ir al
desierto” a vivir juntos la comunión y el trato con Dios. Y discernir Su
voluntad para nosotros en los tiempos que corren. A esto llamamos “discernir
los signos de los tiempos”, poder entender lo que Dios está diciendo para
cada época y circunstancia del mundo.
TEXTOS BÍBLICOS QUE ILUMINAN LAS ACTITUDES EN EL
GRUPO DE ORACIÓN

MARTA Y MARÍA
En Betania, una aldea situada a unos 2,5 km al este de Jerusalén, vivían
Lázaro, Marta y María, con quienes Jesús compartía una profunda amistad.
Él podía descansar en esa relación. Quizás no sea secundario destacar el
significado que algunos atribuyen, en arameo, al término “Beth anya”: casa
de frutos. Sin ninguna duda, la amistad es uno de los frutos más importantes
de la vida.
La relación de Marta, María y Lázaro con Jesús era de amistad y, también,
de un discipulado. Esto nos hace pensar que un GO debe ser un lugar donde
demos buenos frutos de amistad mutua en Jesús y de escucha al maestro
como buenos discípulos. Lo que veremos en este Evangelio es cómo Jesús
destaca la actitud de María, que está receptiva y atenta a la palabra del
Maestro. Se trata, además, de un texto revolucionario, pues reconoce que las
mujeres pueden ser discípulas de un Rabí. Hasta la época de Jesús, ninguna
podía serlo.
Jesús entra de repente en casa de Marta y María y las encuentra tal como
son. Del mismo modo, en el GO Jesús también nos encuentra tal como
somos. Y esta enseñanza de Jesús con Marta y María, a quienes quería mucho
y visitaba frecuentemente, es la manera como Jesús nos formará para vivir
bien este grupo. Él le dice a una de las mujeres: “Marta, Marta, te inquietas y
te agitas por muchas cosas y, sin embargo, pocas cosas son necesarias. O,
más bien, una sola lo es. María eligió la mejor parte, que no le será quitada”
(Lc 11, 41-42).
Jesús no reprocha a Marta por estar abocada a sus quehaceres, sino que le
expresa su pena por no hacerse un lugar para lo verdaderamente importante.
Igualmente, cada GO debe saber elegir la mejor parte. Está bien tener tiempo
para contarnos nuestras cosas, compartir un café, un desayuno; pero el
Evangelio nos señala: “Elijan la mejor parte, que no les será quitada”.
¿Cuál es la mejor parte? Sin duda la que eligió María, quien escucha
sentada a los pies del Maestro. Por ello, es indispensable que el GO sea un
espacio de escucha y comunión, en el que todos se dispongan a ver al
Maestro.

EMAÚS: UN MODELO DE GO EN CAMINO


Las vivencias de estos discípulos permiten reconocer un camino que va desde
la desintegración a la reintegración como comunidad. Observemos cómo, en
un primer momento, estos hombres, que eran sus discípulos, se mostraron
desilusionados. La noticia de la crucifixión del Maestro fue un golpe
emocional tan negativo que quedaron sin saber qué hacer, pues habían
depositado en Él todas sus esperanzas.
Las emociones tienen por cualidad ponernos en movimiento. Así es como
vemos, desde el principio, a los peregrinos de Emaús. Cómo tanta gente
camina con su desilusión a cuestas.
Movidos por su desilusión se dirigen a Emaús apartándose de Jerusalén,
lugar en el que se encontraba reunida la comunidad creyente a la que
pertenecieron. Durante el camino, comentaban largamente lo mal que estaba
todo. Los peregrinos de Emaús nos muestran hoy el camino que parte de la
desilusión, de la fractura interior, hasta alcanzar la esperanza.
Muchos grupos comienzan un GO como una búsqueda desde el dolor.
“Aquel día iban dos de ellos a un pueblo llamado Emaús, que distaba
setenta estadios de Jerusalén, y conversaban entre sí sobre todo lo que había
pasado. Y sucedió que, mientras ellos conversaban, el mismo Jesús se acercó
y siguió con ellos; pero sus ojos estaban retenidos para que no le conocieran.
Él les dijo: ‘¿De qué discutís entre vosotros mientras vais andando?’. Ellos se
pararon con aire entristecido. Uno de ellos llamado Cleofás le respondió:
‘Eres el único residente de Jerusalén que no sabe las cosas que estos días han
pasado en ella’. Él les dijo: ‘¿Qué cosas?’. Ellos le dijeron: ‘Lo de Jesús el
Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras delante de Dios y
de todo el pueblo; cómo nuestros sumos sacerdotes y magistrados lo
condenaron a muerte y le crucificaron. Nosotros esperábamos que sería Él el
que iba a liberar a Israel; pero, con todas estas cosas, llevamos ya tres días
desde que esto pasó. El caso es que algunas mujeres de las nuestras nos han
sobresaltado, porque fueron de madrugada al sepulcro y, al no hallar su
cuerpo, vinieron diciendo que hasta habían visto una aparición de ángeles,
que decían que él vivía’” (Lc 24, 13-25).

El maestro camina con sus discípulos


Cuando Jesús sale al encuentro, los llama “caminantes”.
Jesús les pregunta sobre qué vienen charlando. Ellos por primera vez se
detienen, “con semblante triste”, y relatan la vivencia que los ha afectado tan
profundamente.
Es propio de la pedagogía del Resucitado no comenzar el encuentro con
discursos aleccionadores imponiendo la propia visión de las cosas, sino con
preguntas. Esta dinámica del Maestro es totalmente aplicable al GO.
Un paréntesis sobre la desilusión. ¿Quién se desilusiona? Con seguridad,
aquel que estaba ilusionado. ¿Quién es capaz de desengañarse? Con
seguridad, también, el que estaba engañado. La dialéctica ilusión-desilusión
somete al alma a un proceso doloroso que la previene de aceptar cualquier
novedad de naturaleza positiva. Es preferible mantenerse encerrado en lo
malo pero conocido que volver a abrir el corazón para lastimarse nuevamente
en lo profundo.
Aquí aparece la delicadeza de Jesús, que no pretende insuflarles optimismo
ni entusiasmo desde afuera. Más bien, les da pie para que saquen toda la
amargura que han acumulado dentro. Ellos, al hacerlo, realizan una auténtica
“catarsis” o purificación. Sacan afuera todo el pus de la amargura que habían
acumulado a causa de su frustración.
Al GO es común acudir con nuestros esquemas de dolor, en los que nos
quedamos muchas veces encerrados. Sin embargo, todo camino supone
abrirnos a la perspectiva nueva del Evangelio.

Escucha de la Palabra
Después que ellos han podido expresarse sin condicionamientos, Jesús
retoma la iniciativa y realiza una relectura de los mismos hechos que ellos
han relatado, pero interpretados desde un punto de vista nuevo, el punto de
vista de la resurrección. Jesús es el auténtico intérprete, capaz de explicar el
sentido profundo de los acontecimientos, de hacerles encontrar vida,
esperanza y victoria donde solo veían destrucción, muerte y derrota. Al
asumir el punto de vista de la resurrección, la interpretación del Resucitado
transforma los hechos brutos de la historia en historia de salvación.
El GO va aprendiendo a leer la vida desde la palabra del Resucitado, que es
Señor de la historia.

Comunión
Los discípulos se abren a dar hospitalidad a un “extranjero”. Su súplica
carece, a primera vista, de toda lógica. ¡Quédate con nosotros! ¿Por qué?
¿Para qué? ¡Simplemente, porque es el atardecer y el día se acaba!
Evidentemente, no se trata de una lógica pragmática, se trata de la lógica del
corazón, que en cada día que pasa percibe lo pasajero de la vida, la fugacidad
del existir y el morir, y anhela la comunión como anticipo de la eternidad.
Luego de aceptar su invitación, Jesús vuelve a asumir la iniciativa y toma
el pan, que bendice, parte y reparte. Entonces sí lo reconocen. Se abren los
ojos de la vista porque previamente se han abierto los del corazón, luego de
arder durante un largo rato.
El GO aprende a recibir la Palabra, primero como algo de afuera y,
lentamente, como Palabra encarnada en sus propias vidas y en la historia.

Comprensión de la Palabra
No es posible acceder al punto de vista de la resurrección si no hay apertura
cordial. Ellos mismos reconocen que les ardía el corazón cuando Jesús les
hablaba por el camino y les explicaba las Escrituras. Ahora han entendido
que todo lo sufrido contenía en sí el germen de la esperanza.
En un GO vamos aprendiendo también a incluir las partes dolorosas de la
vida dentro del camino de la fe. Dios no se ausenta en los momentos de dolor
(Lc 24, 26).

Desaparición de Jesús. Soltar


Jesús ha desaparecido. No es posible apoderarse de Él. Su visión fue fugaz y
los remite nuevamente al camino. Una vez más se ponen en movimiento, solo
que la dirección es ahora inversa. Conversión significa, justamente, “invertir
el camino” (metanoia), “cambiar de dirección”. Sus pasos invierten el
camino, porque su corazón ha cambiado la amargura y la derrota por la
esperanza.
Este es uno de los frutos del GO: ir convirtiendo, a veces en grandes pasos,
a veces en pequeños giros, el sentido de nuestras vidas.

Regreso y anuncio
Después de hacer una experiencia personal tan profunda, vuelven a la
comunión. Ahora sí tienen el corazón dispuesto a reencontrarse para
compartir la alegría de la fe con sus hermanos. Se han convertido en testigos
y anunciadores.
En el GO toda transformación suscita un anuncio. Los discípulos de Emaús
nos enseñan a encontrarnos con Cristo vivo y resucitado en cada encuentro,
fuente y centro de nuestra comunión.
Tomemos este ejemplo para reconocer cómo Jesús nos habla en nuestro
grupo, y nos va explicando lo que necesitamos entender a la luz de su Palabra
y con profunda fe en su presencia.
ALGUNOS CONSEJOS DE PABLO A LAS COMUNIDADES
CRISTIANAS

Veamos cómo el apóstol Pablo ilustra la dinámica de una comunidad y nos da


las claves para la formación de un GO: “Por lo tanto, hermanos, yo los
exhorto por la misericordia de Dios a ofrecerse ustedes mismos como una
víctima viva, santa y agradable a Dios: este es el culto espiritual que deben
ofrecer. No tomen como modelo a este mundo. Por el contrario,
transfórmense interiormente renovando su mentalidad, a fin de que puedan
discernir cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno, lo que le agrada, lo
perfecto.
En virtud de la Gracia que me fue dada, le digo a cada uno de ustedes: no
se estimen más de lo que conviene; pero tengan por ustedes una estima
razonable, según la medida de la fe que Dios repartió a cada uno. Porque, así
como en un solo cuerpo tenemos muchos miembros con diversas funciones,
también todos nosotros formamos un solo Cuerpo en Cristo, y en lo que
respecta a cada uno, somos miembros los unos de los otros. Conforme a la
Gracia que Dios nos ha dado, todos tenemos aptitudes diferentes. El que tiene
el don de la profecía que lo ejerza según la medida de la fe. El que tiene el
don del ministerio que sirva. El que tiene el don de enseñar que enseñe. El
que tiene el don de exhortación que exhorte. El que comparte sus bienes que
dé con sencillez. El que preside la comunidad que lo haga con solicitud. El
que practica misericordia que lo haga con alegría.
Amen con sinceridad. Tengan horror al mal y pasión por el bien. Ámense
cordialmente con amor fraterno, estimando a los otros como más dignos. Con
solicitud incansable y fervor de espíritu, sirvan al Señor. Alégrense en la
esperanza, sean pacientes en la tribulación y perseverantes en la oración.
Consideren como propias las necesidades de los santos y practiquen
generosamente la hospitalidad.
Bendigan a los que los persiguen, bendigan y no maldigan nunca.
Alégrense con los que están alegres y lloren con los que lloran. Vivan en
armonía unos con otros, no quieran sobresalir, pónganse a la altura de los más
humildes. No presuman de sabios. No devuelvan a nadie mal por mal.
Procuren hacer el bien delante de todos los hombres. En cuanto dependa de
ustedes, traten de vivir en paz con todos. Queridos míos, no hagan justicia
por sus propias manos; antes bien, den lugar a la ira de Dios. Porque está
escrito: ‘Yo castigaré. Yo daré la retribución’, dice el Señor. Y en otra parte
está escrito: ‘Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de
beber’. Haciendo esto, amontonarás carbones encendidos sobre su cabeza. No
te dejes vencer por el mal. Por el contrario, vence al mal haciendo el bien”
(Rom 12, 1-21).
No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de
Dios, porque escrito está: ‘Mía será la venganza y la retribución’” (Deut 32,
35). “Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber,
pues haciendo esto harás que le arda la cara de vergüenza” (Prov 25, 21-22).
Pablo señala que la comunidad puede ser un culto vivo, santo y agradable a
Dios. Nos exhorta a reformar nuestro pensamiento. En verdad, un grupo tiene
que ayudarnos a cambiar nuestro modo de pensar, a buscar y poder discernir
cuál es la voluntad de Dios, qué es lo agradable y lo perfecto para Él.
DONES Y CARISMAS DE LA IGLESIA

Pablo también nos habla sobre la diversidad de dones y carismas.


El don es algo habitual, en tanto que el carisma es una Gracia especial del
Espíritu Santo, muchas veces temporal, otorgado para la edificación de la
Iglesia, el bien de los hombres y las necesidades del mundo.
Los carismas están al servicio de la comunidad y, ejercitados a través de
los dones con espíritu de humildad, solidaridad generosa y servicio
desinteresado, no dejan de redundar en Gracia para quien los posee y para
quienes son beneficiarios de ese carisma de una u otra manera. Son ejemplos
la sanación, el don de lenguas y la profecía, entre otros. Todos tenemos
dones, pero no todos recibimos carismas.
San Pablo dice que nuestros dones y carismas están llamados a unirse unos
con otros para formar la coyuntura del cuerpo y lograr la comunión (1 Cor
12). Menciona algunos carismas, como la sanación, la prédica y el gobierno,
y nos dice que no los usemos aislados, que nos invita a ponerlos en común
con los demás, sin sentirnos exclusivos, sabiendo que nuestro carisma
necesita también del carisma de otros y que es preciso ponerlo al servicio de
los demás.
Los dones son “regalos” que nos hace el Espíritu Santo, como
disposiciones permanentes que tornan al hombre dócil para seguir los
impulsos del Espíritu Santo. Son aquellas Gracias que nos hacen vivir la vida
cristiana completando y llevando a su perfección las virtudes en nuestras
vidas.
San Pablo nos habla de aquel que tiene bienes que los reparta con orgullo,
y lo mismo quien posee sabiduría, el don de la profecía o el que sabe
interpretar mejor la Palabra de Dios, el que enseña o el que exhorta a ayudar a
los demás a vivir esa Palabra en el momento preciso, impulsando a otro a
mudar su actitud, a cambiar radicalmente su mirada.
El exhorto es esa fuerza que empuja a un individuo o a un grupo a tomar la
decisión de hacer algo en particular, por ejemplo, acudir a colaborar a una
zona que ha sufrido una inundación. Sucede igual con cualquier otra
situación coyuntural que impulse al grupo a hacer algo, es decir que ese
impulso se transforma en acción.
San Pablo nos invita a entender que toda acción del creyente se basa en la
acción previa de Dios en Cristo. Los cristianos estamos llamados a responder
en una fe que se manifieste en la vida y en el servicio.
Los carismas pueden aparecer dentro de un grupo y es importante darles
espacio para evaluar luego si ayudan o no. Incluso es posible que contribuyan
a encontrar un signo más fuerte de la presencia de Dios en ese grupo.
También nos habla de amar con caridad fraternal, de cuidarnos unos a
otros sin ser perezosos y sí gozosos en la esperanza; de bendecir a quienes
nos persiguen, y no pagar mal por mal, porque son expresiones de lo que es la
vida en el amor y cualidades que van enriqueciendo la experiencia del grupo.
El apóstol nos muestra una “fotografía” de lo que probablemente era la vida
en su comunidad. Desea hablarle al grupo como a un cuerpo. Y dado que el
GO es una comunidad, dejemos que San Pablo hable a nuestro GO como un
pequeño cuerpo.
Los dones son Gracias, producto de la inhabitación del Espíritu en los
creyentes, que se reciben en la oración. Los carismas son esos dones
ejercidos en favor de alguien o algunos. El GO experimentará estos dones y
estos frutos en el correr del tiempo, y dentro de lo que podemos considerar el
misterio de Dios, su revelación y autocomunicación con las personas.
FRUTOS DEL ESPÍRITU SANTO

La Iglesia enumera doce “frutos”, como perfecciones que forma en nosotros


el Espíritu Santo. Estas son la caridad, el gozo espiritual, la paz, la paciencia,
la perseverancia, la bondad, la benignidad, la mansedumbre, la fe, la
modestia, la templanza y la castidad. De ellos, la caridad es la máxima
expresión del amor, como acto de amor de Dios y del prójimo. San Pablo se
refiere a los frutos del Espíritu Santo en una comunidad o en la vida de una
persona: “Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad,
bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley” (Gál 5,
22-23).
Y dice: “Aunque yo hablara todas las lenguas de los hombres y de los
ángeles, si no tengo amor, soy como una campana que resuena o un platillo
que retiñe. Aunque tuviera el don de la profecía y conociera todos los
misterios y toda la ciencia, aunque tuviera toda la fe, una fe capaz de trasladar
montañas, si no tengo amor, no soy nada.
Aunque repartiera todos mis bienes para alimentar a los pobres y entregara
mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, no me sirve para nada.
El amor es paciente, es servicial; el amor no es envidioso, no hace alarde,
no se envanece, no procede con bajeza, no busca su propio interés, no se
irrita, no tiene en cuenta el mal recibido, no se alegra de la injusticia, sino que
se regocija con la verdad.
El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.
El amor no pasará jamás. Las profecías acabarán, el don de lenguas
terminará, la ciencia desaparecerá; porque nuestra ciencia es imperfecta y
nuestras profecías, limitadas.
Cuando llegue lo que es perfecto, cesará lo que es imperfecto.
Mientras yo era niño, hablaba como un niño, sentía como un niño,
razonaba como un niño; pero cuando me hice hombre, dejé a un lado las
cosas de niño. Ahora vemos como en un espejo, confusamente; después
veremos cara a cara. Ahora conozco todo imperfectamente; después conoceré
como Dios me conoce a mí. En una palabra, ahora existen tres cosas: la fe, la
esperanza y el amor, pero la más grande de todas es el amor” (1 Cor 13, 1-
13).
San Pablo menciona los carismas que se daban en la comunidad haciendo
una comparación y estableciendo que el mayor don es el amor, que nos
conduce a la caridad como el más importante de los frutos del Espíritu Santo.
GRUPO DE ORACIÓN COMO CUERPO

Un pensamiento favorito de San Pablo es el de la Iglesia como cuerpo (1 Cor


12, 12-27). Las partes del cuerpo no disputan entre sí ni se envidian unas a
otras ni discuten sobre su importancia relativa. Cada una realiza su propia
función, por humilde que sea. Pablo cree que la comunidad cristiana debería
ser así. Cada miembro tiene algo que hacer y solo cuando cada uno aporta su
propia contribución funciona el cuerpo de la comunidad como es debido.
Nos dice que cada uno recibe Gracias diferentes, no hay entonces
uniformidad en un grupo. Por el contrario, la pluralidad y la diversidad sin
duda lo enriquecen. Que es justamente lo que lo hace más interesante.
Un GO, entonces, nunca será un cuerpo inerte, ni todos sus integrantes
serán ni se sentirán iguales. Habrá diversidad y, en la medida en que avance
lo propio, se irán dando también esos dones.
3
LOS FRUTOS DE LA ORACIÓN EN
COMUNIDAD

EL AMOR DE DIOS: SANTA TERESA DE JESÚS

Es de esperar que el grupo vaya creciendo en la oración y que suscite


distintos modos de orar. Por ello, tendremos en cuenta las diversas formas de
hacerlo. Apelaremos a una maestra de oración como Santa Teresa de Ávila en
el libro Las Moradas. Allí Teresa compara nuestra alma con un castillo de
grandísima riqueza. Ese castillo somos nosotros mismos para el Señor, es
como el mundo secreto entre Dios y el alma. En él hay moradas,
habitaciones. Teresa habla de siete moradas, siete niveles en los cuales se
puede establecer la intimidad con Dios, hasta llegar a la intimidad más
profunda:

Primera morada: La oración vocal, de palabra o recitada.


Segunda morada: La oración mental.
Tercera morada: La meditación.
Cuarta morada: El silencio.
Quinta a séptima moradas: El camino de contemplación, donde la
persona ya es guiada solo por Dios.
Los distintos niveles de las moradas expresan el crecimiento en la relación
de amor, hasta llegar a la pura donación de sí mismos a Dios y a los demás,
es decir, al momento en que ya no se distingue la relación con Dios de la
relación con los hermanos. El que ama a Dios no puede dejar de amar a todos
aquellos a quienes Dios ama ni de darse a todos como Dios se da. Esto hace
santa a la persona. No se encierra en sí misma, sino que el amor que recibe la
lleva a salir de sí hacia los demás.
En este castillo hay solo una puerta, la de entrada, y esa puerta es la
oración. Se trata de una invitación a ingresar y a vivir dentro de ese hogar
donde nos espera Dios, a entrar al encuentro de quien nos habita.
No existen ventanas ni puerta de salida, solo las moradas (las
habitaciones). Y hay que moverse dentro, pero sin distraerse. Las
habitaciones no están decoradas; no hay cuadros ni adornos ni mobiliario,
porque la riqueza está en uno mismo, en la relación interpersonal con Dios.
Un castillo interior para explorar, fortalecer, embellecer y cuidar.
Hacia el final del libro, Santa Teresa dice que toda casa tiene cimientos y
que, aun cuando esos cimientos no se vean, son el sostén de la edificación. Y
que el cimiento de la relación con Dios es la relación con el otro.
La séptima morada es el grado supremo de la vida espiritual. Todos
estamos llamados a la íntima comunión con Dios, a la plenitud de velar Su
rostro, a la unión con Él, y a todos se nos da la Gracia. Solo en Dios
podremos alcanzar la plenitud absoluta y siempre estaremos en movimiento
de aproximación hacia el centro de comunión con Él.
¿Cuál es la voluntad de Dios? La unión con Dios y con los hermanos. El
carisma cristiano es el amor fraterno: “En esto conocerán que son mis
discípulos” (Jn 13, 35). A Dios se le sirve cuando se ama entrañablemente al
hermano.
El camino de oración encuentra dificultades. Pero las dificultades no
surgen de afuera, sino del corazón del hombre, de un corazón no redimido. Al
crecer espiritualmente, puede haber momentos de oscuridad y sequedad
cuando algo ya no satisface, pero aún no ha llegado la Gracia de ese nuevo
estadio de crecimiento. Ocurre como cuando tenemos una fiesta, que nos
compramos ropa y nos predisponemos con anticipación. Aquí podemos hacer
referencia a la parábola de las Vírgenes prudentes (Mt 25, 1-13), que llenaron
sus lámparas, se prepararon, aunque no sabían cuándo llegaría el esposo. La
vida de oración nos dispone a un encuentro cada vez más profundo sin saber
en qué momento se dará el gozo de ese encuentro.
Por otro lado, la oscuridad que a veces podemos sentir ¿no surge, muchas
veces, por exceso de luz? Cuando Jesús vivió el desamparo en el Huerto de
los Olivos, donde experimentó la tristeza de la muerte y el no
acompañamiento de sus amigos, y también en el instante del grito en la cruz:
“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mt 27, 46), en ambos
casos el acto de fe lo lanzó sin ningún tipo de seguridad humana a los brazos
del Padre. Y en este acto, nada quedó en Él y todo quedó en la luz de Dios.
Podemos reconocerlo cuando dice: “Padre, en tus manos encomiendo mi
espíritu” (Mt 27, 46). En ese acto de suma trascendencia pone toda su
oscuridad en la luz del Padre. Y así la pérdida de las cosas de este mundo
pasa a ser la invitación a saltar a la luz de lo eterno.
Del mismo modo, cuando sentimos que no manejamos nada en este
mundo, en realidad estamos siendo invitados a percibir la luz, que trasciende
y no transcurre porque es eterna.
Siempre que el grupo avanza en la oración y la convivencia, pueden
emerger sombras en el corazón y heridas en el alma. La luz desnuda las
sombras, es decir que se revela todo aquello que aún no está transformado
por la Gracia. En la oración vamos confrontando con esta realidad como si
fuéramos al desierto de nuestro corazón, para comparecernos y confrontarnos
con lo que somos. Y dado que no siempre estamos dispuestos a reconocer
nuestras sombras, nuestros miedos, nuestras heridas y los dolores guardados
en nuestro yo profundo, es muy importante tener una comunidad que nos
ayude a transitar esos caminos. El propio Jesús buscó la compañía de sus
amigos en el Getsemaní.
La vida en comunidad también deja entrever las dificultades de la
convivencia, de modo que tenemos que ser fuertes para dejarnos purificar y
convertir, aprender a convivir, entender la voluntad de Dios y discernir. Es
justamente la oración la que nos lleva al discernimiento. Como Marta y María
(Lc 10, 28-42), no se trata de hacer una cosa y dejar otra, sino de reconocer lo
más importante, que es la voluntad de Dios en cada momento de nuestra vida.
Hacer la voluntad de Dios es lo que no nos será quitado jamás; todo lo
demás pasará, pero lo que demanda Dios perdurará. En este sentido, estamos
llamados a buscar lo alto desde lo bajo, desde nuestra propia naturaleza,
desde lo que somos. Con humildad frente a nosotros mismos y a los demás.
Esa es la virtud que, según Santa Teresa de Ávila, más nos ayudará.
EL AMOR A LOS HERMANOS

En este camino de oración de Santa Teresa, que trata del amor con Aquel que
nos ama, por sobre todas las cosas llegaremos amar a Dios, cultivaremos el
amor a Él. Sin embargo, cuando Jesús habla del primer mandamiento, el más
importante, nos habla de amar al prójimo como a nosotros mismos.
Alguien le preguntó alguna vez a Jesús: “¿Quién es mi prójimo?” y Jesús
lo iluminó con la siguiente parábola, para ejemplificar cuál debía ser el modo
de vivirlo. Detengámonos en este texto: “Y entonces, un doctor de la Ley se
levantó y le preguntó, para ponerlo a prueba: ‘Maestro, ¿qué tengo que hacer
para heredar la Vida eterna?’. Jesús le preguntó a su vez: ‘¿Qué está escrito
en la Ley? ¿Qué lees en ella?’. Él le respondió: ‘Amarás al Señor, tu Dios,
con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu
espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo’. ‘Has respondido exactamente’, le
dijo Jesús; ‘obra así y alcanzarás la vida’.
Pero el doctor de la Ley, para justificar su intervención, le hizo esta
pregunta: ‘¿Y quién es mi prójimo?’. Jesús volvió a tomar la palabra y le
respondió: ‘Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos
bandidos, que lo despojaron de todo, lo hirieron y se fueron, dejándolo medio
muerto. Casualmente bajaba por el mismo camino un sacerdote: lo vio y
siguió de largo. También pasó por allí un levita: lo vio y siguió su camino.
Pero un samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él, lo vio y se
conmovió. Entonces se acercó y vendó sus heridas, cubriéndolas con aceite y
vino; después lo puso sobre su propia montura, lo condujo a un albergue y se
encargó de cuidarlo. Al día siguiente, sacó dos denarios y se los dio al dueño
del albergue, diciéndole: Cuídalo, y lo que gastes de más te lo pagaré al
volver. ¿Cuál de los tres te parece que se portó como prójimo del hombre
asaltado por los ladrones?’. ‘El que tuvo compasión de él’, le respondió el
doctor. Y Jesús le dijo: ‘Ve y procede tú de la misma manera’” (Lc 10, 25-
37).
Jesús le enseña quién es el prójimo. En el GO nos hacemos prójimos unos
a otros y así nos ayudamos y crecemos juntos compartiendo las
circunstancias de la vida de cada uno. Sin embargo, la parábola habla de
alguien que va por el camino y encuentra a un necesitado. Qué importante es
estar atentos al “camino” de cada día en las calles de la vida. Allí también
hacemos experiencia de Dios y de aquello que tenemos para compartir en el
grupo. Los samaritanos no se hablaban con los judíos y el que se detiene es
un samaritano, con lo cual Jesús nos hace ver que el Evangelio no se restringe
al ámbito del templo, sino que es un modo de ser en las circunstancias de lo
cotidiano. Allí está Dios, y en el GO compartimos, oramos, nos dejamos
iluminar por su Palabra y su presencia, y así también crecemos e iluminamos
juntos la realidad.
La vida de oración nos lleva a la caridad y la caridad está expresada
cuando Jesús dice: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. Él no nos dice
quién es nuestro prójimo, sino que nos invita a hacernos próximos a todo el
que sufre y nos necesita. Ama haciéndote próximo (prójimo) de los que
caminan por el mundo.
Si oramos juntos, el Señor creará mayor proximidad entre nosotros y nos
ayudará a sentirnos más próximos de los demás. El caminar junto a otros nos
regala una mayor sensibilidad para estar abiertos al corazón del otro. El GO
es, en cierto sentido, un laboratorio de amor, una pequeña escuela de amor.
La vida de oración otorga siempre el fruto de la caridad.
La comunidad juánica vive este mandamiento diciendo que aquel que ama
a su hermano permanece en la luz, pero el que lo aborrece está en tinieblas (1
Jn 2, 10-11).
Este amor, dirá Juan, tiene que manifestarse con hechos: “No amemos solo
de palabra, sino con obras y de verdad” (1 Jn 3, 18). En esta misma línea Juan
refuerza ese mandamiento del amor diciendo que a Dios nadie lo ha visto
jamás, pero si nos amamos unos a otros Dios permanece en nosotros y su
amor se perfecciona en nosotros (1 Jn 4, 12). Tan unido está el amor a Dios y
a los demás que Juan dirá que si alguien asegura: “Yo amo a Dios” y
aborrece a su hermano, es un mentiroso, porque el que no ama a su hermano,
a quien ha visto, no puede amar a Dios, a quien no ha visto (1 Jn 4, 20).
PERMANECER EN EL AMOR

“Como el Padre me ha amado a mí, también yo los he amado a ustedes.


Permanezcan en mi amor” (Jn 15, 9). Jesús dice “como el Padre me ha
amado”, o sea, Él es testigo del amor que el Padre nos tiene. Un GO se
experimenta amado por Dios, cobijado en el amor del Padre. Bajo esta divina
y permanente asistencia, el GO sabe que el Padre es fiel, que está y estará.
“Que su amor permanece para siempre” (Sal 19, 9). Su trono se encuentra por
encima de las cosas y es más firme que cualquiera de ellas. Por eso, en el
grupo reconocemos que Dios es fiel y que Él permanece a través de las
generaciones.
La voz del Padre ha confirmado a Jesús en dos oportunidades. En el
Bautismo y en el Tabor, Jesús escuchó la voz del Padre, que decía: “Este es
mi Hijo muy amado”, y en ese amor se apoyó para entregar su vida hasta la
muerte en la cruz. Por eso Jesús puede decir: “Como el Padre me ama, así
también yo los he amado”. Ese amor del Padre estaba en el Hijo, y así como
los hijos beben del amor de sus padres, esa era la fuente principal donde Jesús
bebía para darse a sus hermanos con un amor total. Jesús invita a sus
discípulos a permanecer en su amor y los apóstoles se quedaron junto a Él.
También el GO está llamado a permanecer unido en ese amor.
Siempre que nos proponemos algo, si ese compromiso lo hacemos junto a
otros, tenemos mayores garantías de cumplirlo que si estuviéramos solos.
Muchas veces, solos nos vence la pereza o las distracciones; en cambio la
comunidad nos ayuda a permanecer en la fe y el amor de Dios. Pablo les
recomienda a los corintios: “Estén alertas. Permanezcan firmes en la fe. Sean
fuertes” (1Cor 16, 13).
También en la carta a los Gálatas los invita a permanecer firmes en la
palabra que recibieron sin dejarse confundir, a vivir según la inspiración del
Espíritu Santo (Gál 5, 16 ss.).
Un GO se basa en la búsqueda del amor de Dios. Pero ese amor no nos
saca del mundo sino, por el contrario, hace del otro nuestra referencia para
vivir. Y para ello es necesario permanecer en ese amor. Pero ese permanecer
está expuesto a algunas tentaciones, por ejemplo cuando la persona se busca
más a sí misma que a Dios, cuando está detrás de lo último que aparece o de
cada persona que pase por su vida, distrayéndose así del llamado que Dios le
hace. Comparto una reflexión que leí hace un tiempo acerca de lo que el
filósofo alemán Martin Heidegger (1889-1976) decía sobre la existencia
inauténtica. Él menciona tres características de la existencia banal, que
transcribo a continuación:3

La falsa curiosidad: “Consiste en un afán de novedades. El sujeto salta


de una cosa a otra sin profundizar en ninguna”. Un ejemplo en la
actualidad es cuando, por querer enterarnos de algo y presumir de ese
conocimiento, decimos lo primero que encontramos sin investigar,
desconociendo qué hay más allá de ese algo que inicialmente nos
interesó. Y estamos satisfechos porque, en apariencia, sabemos más que
los demás.

La charlatanería: “Consiste en hablar de las cosas sin comprenderlas. En


repetir lo que se dice y se oye”. La moda. Alude a lo primero que nos
viene a la mente cuando se habla de algo. A repetir lo que los demás
dicen creyendo que, si lo dicen los demás, debe ser cierto. Y como no
investigamos y, en cambio, confiamos en que la persona que lo dijo es
un modelo a seguir, se va haciendo un círculo vicioso, de donde luego
salen los rumores absurdos o las tendencias ridículas.

La ambigüedad: “Consiste en que no se sabe qué se comprende y qué


no. Todo tiene aspecto de genuinamente comprendido, pero en el fondo
no lo está”. La ambigüedad se hace presente, mayormente, en las
conversaciones. Cuando al no prestar suficiente atención al tema que se
trata no comprendemos las cosas, pero nos ponemos una máscara ante
los demás para que no se den cuenta de nuestro desinterés. Tememos
preguntar porque nos avergüenza parecer incultos, sin saber que, si no
preguntamos, nunca podremos romper el círculo que se forma con la
falsa curiosidad y la charlatanería.

En un GO debemos aprender a orar juntos. Podemos terminar esta sección


pidiéndole a Dios tal como hicieron Santa Teresa y San Agustín, que también
tuvieron que aprender a orar. Hagámonos eco de sus oraciones:

Oración de San Agustín


Señor Jesús, que me conozca a mí
y que te conozca a Ti.
Que no desee otra cosa sino a Ti.
Que me odie a mí y te ame a Ti.
Y que todo lo haga siempre por Ti.
Que me humille y que te exalte a Ti.
Que no piense nada más que en Ti.
Que me mortifique, para vivir en Ti.
Y que acepte todo como venido de Ti.
Que renuncie a lo mío y te siga solo a Ti.
Que siempre escoja seguirte a Ti.
Que huya de mí y me refugie en Ti.
Y que merezca ser protegido por Ti.
Que me tema a mí y tema ofenderte a Ti.
Que sea contado entre los elegidos por Ti.
Que desconfíe de mí
y ponga toda mi confianza en Ti.
Y que obedezca a otros por amor a Ti.
Que a nada dé importancia sino tan solo a Ti.
Que quiera ser pobre por amor a Ti.
Mírame, para que solo te ame a Ti.
Llámame, para que solo te busque a Ti.
Y concédeme la Gracia
de gozar para siempre de Ti. Amén.

Alma, buscarte has en mí


Santa Teresa de Ávila
Alma, buscarte has en Mí,
y a Mí buscarme has en ti.
De tal suerte pudo amor,
alma, en mí te retratar,
que ningún sabio pintor
supiera con tal primor
tal imagen estampar.
Fuiste por amor criada
hermosa, bella, y así
en mis entrañas pintada,
si te perdieres, mi amada,
Alma, buscarte has en Mí.
Que yo sé que te hallarás
en mi pecho retratada,
y tan al vivo sacada,
que si te ves te holgarás,
viéndote tan bien pintada.
Y si acaso no supieres
dónde me hallarás a Mí,
No andes de aquí para allí,
sino, si hallarme quisieres,
a Mí buscarme has en ti.
Porque tú eres mi aposento,
eres mi casa y morada,
y así llamo en cualquier tiempo,
si hallo en tu pensamiento
estar la puerta cerrada.
Fuera de ti no hay buscarme,
porque para hallarme a Mí,
bastará solo llamarme,
que a ti iré sin tardarme
y a Mí buscarme has en ti.
CONCIENCIA DE UNIVERSALIDAD

Cuando estamos delante de Dios, Dios nos va contagiando su corazón.


“Tengan los mismos sentimientos de Cristo” (San Pablo). “Les daré un
corazón nuevo, les infundiré mi Espíritu” (Ez 36, 26). No podemos dejar de
tener presentes a todos aquellos que, a través de diversas formas y creencias,
buscan al mismo Dios. Volver a la raíz de Dios, a las verdades centrales y
originarias, implica pensar que la religión tiene el poder de aglutinar y de
unir.
Para ello, es importante saber que lo que más daña esa unidad es el
fundamentalismo, una noción que hace referencia al fanatismo en una
práctica o una doctrina, y que se manifiesta en una actitud intransigente hacia
aquellos que no comparten la misma creencia o convicción. Este fenómeno se
da no solo en el plano religioso, sino también en el político, el económico, el
social, etcétera. El fundamentalismo daña toda convivencia.
Generalmente, la mentalidad fundamentalista pretende aplicar preceptos y
normas —que incluso hasta pueden manar de textos sagrados— de una
manera estricta, sin considerar contexto ni época.
Cuando hablamos de la globalización y del peligro de la atomización de la
cultura, nos resulta difícil pensar en algo que nos ayude a mantenernos en
unión. Pero un cristiano lleva el corazón de Cristo, entonces el llamado de
Dios y de María es tener los mismos sentimientos que Cristo. Él supo valorar
la fe de una cananea aun sabiendo que ella pertenecía a un pueblo pagano que
adoraba ídolos, se acercó a la prostituta y la redimió pues fue ella testigo de
su resurrección, invitó al financista Mateo a pesar de saber que abusaba del
pueblo. Jesús tuvo una vida de permanente inclusión y siempre trató de
superar toda separación, ruptura o grieta. Él construyó una Alianza de Paz, y
vivir en Alianza de Paz es vivir con ese corazón inclusivo de Dios, tratando
de superar las diferencias. No se trata de un esfuerzo humano, sino de una
Gracia que Dios nos da en este tiempo que nos toca vivir, en este mundo cada
vez más interconectado que nos obliga a convivir en la diversidad.
¿Qué será, entones, aquello capaz de unir a la humanidad y a las
religiones? ¿Cuál es el fundamento que nos ayudará a encontrar siempre un
punto de comunión con los demás? Si Dios es amor, y el amor a Dios y al
prójimo es el principal mandamiento que Jesús nos enseñó, empecemos
entonces por el amor.
En la búsqueda de esta unión, la Iglesia propuso estudiar los puntos en
común entre las distintas religiones y abrir espacios de encuentro, oración,
diálogo y cooperación. Frente a la complejidad de la tarea, Juan Pablo II
invitó a reunirnos para orar, a estar con quien está por encima de todo y a
quien cada uno busca desde su propia religión. El Papa Francisco continuó
ese camino cuando nos propuso que siguiéramos estudiando, pero mirando a
la cima, para vernos en Aquel que todo lo creó y lo redimió, orando en
comunión con las otras religiones.
En ese sentido, el GO cristiano no puede dejar de sentir, en su corazón, el
mismo deseo de Jesús de querer salvar a la humanidad toda. Así, cuando
oremos, debemos hacerlo en comunión con aquellos que también estén
orando, no solo dentro del cristianismo, sino con las demás religiones y con
toda la humanidad. Compartiendo el mismo corazón, la misma sinceridad, el
mismo anhelo de bien para el mundo y el mismo deseo de entrar en profunda
comunión con Dios.
El cristiano siente, reconoce y valora a todas las personas que, desde sus
propias creencias —ya sea por el lugar en el que han nacido o por la religión
que han elegido—, están buscando a Dios con un corazón sincero. Por ello,
no podemos rezar encerrados o encerrando a Cristo en nuestro pequeño GO
ni en nuestra única religión cristiana, sino verlo tal como es: como aquel que
quiere abrazar con su amor a toda la humanidad. Por eso es que, al estar en
oración, también sentimos la comunión con todos aquellos que están en
oración en los cinco continentes y de la forma en que cada uno invoca y
busca al único Dios creador del cielo y de la tierra.4
GRUPO DE ORACIÓN, PARTE DEL PUEBLO DE DIOS

Para poder hablar del concepto de Pueblo de Dios, le daremos la palabra al


Papa Francisco en su catequesis del 12 de junio de 2013, punto 1.
“¿Qué quiere decir ‘Pueblo de Dios’? En primer lugar, significa que Dios
no pertenece de manera propia a ningún pueblo; porque es Él quien nos
llama, nos convoca, nos invita a ser parte de su pueblo, y esta invitación está
dirigida a todos sin distinción, porque la misericordia de Dios ‘quiere la
salvación para todos’ (1 Tim 2:04). Jesús no les dice a los apóstoles ni a
nosotros que formemos un grupo exclusivo, de élite. Jesús dice: ‘Vayan y
hagan que todos los pueblos sean mis discípulos’ (cf. Mt 28, 19). San Pablo
afirma que, en el pueblo de Dios, en la Iglesia, ‘no hay ni judío ni griego…
porque todos ustedes son uno en Cristo Jesús’ (Gál 3, 28). Me gustaría decir a
aquellos que se sienten lejos de Dios y de la Iglesia, a los que son temerosos
o a los indiferentes, a los que piensan que ya no pueden cambiar: ‘¡El Señor
también te está llamando a ti a ser parte de su pueblo y lo hace con gran
respeto y amor! ¡Él nos invita a ser parte de este pueblo; pueblo de Dios!’”.
El Papa habla de promover una “cultura del encuentro”, que no es paz
social ni acuerdo exterior, sino cultivar (cultura) y descubrirnos mutuamente
(encuentro).
“¿Cuál es la ley del pueblo de Dios? Es la ley del amor. Amor a Dios y
amor al prójimo, según el nuevo mandamiento que nos ha dejado el Señor
(cf. Jn 13, 34). Un amor, sin embargo, que no es sentimentalismo estéril o
algo vago, sino reconocer a Dios como único Señor de la vida y, al mismo
tiempo, aceptar al otro como un verdadero hermano, superando divisiones,
rivalidades, incomprensiones, egoísmos; las dos cosas van de la mano.
¡Cuánto camino todavía tenemos que recorrer para vivir de manera concreta
esta nueva ley, la del Espíritu Santo que obra en nosotros, la de la caridad, la
del amor!”
De todos modos un creyente, sea de la religión que fuere, jamás puede
olvidar que ese único Dios que está por encima de todo y lo transciende todo
ama y cuida todo lo que existe. Eso significa que un GO tiene siempre el
corazón abierto a toda la humanidad, porque es servidor del corazón de Dios.
Nunca debemos perder de vista que somos servidores y cuidadores de la casa
común.5
LA PERSEVERANCIA NOS SALVA

Es probable que, en nuestro camino de oración, transitemos desiertos, esos


momentos de aridez en los que nos parece no sentir a Dios, y no estemos
motivados, o incluso caigamos de lleno en el aburrimiento. También puede
suceder que prioricemos otras ocupaciones o actividades y dejemos en un
segundo plano nuestro encuentro con el grupo. No es infrecuente que uno no
pueda reunirse, que otro esté complicado, y como consecuencia la fecha se
cambie o la cita se postergue para el siguiente encuentro previsto. Las
vacaciones o los recesos también suelen ser un motivo para discontinuar o
dilatar el tiempo entre cada reunión. Nos vamos entibiando.
Sin embargo, estas pruebas son parte de la vida, ya que son muchos los
compromisos que asumimos y también muchos los que dejamos. Es
fundamental la convicción con que vivamos el encuentro con el GO: si lo
sentimos como un llamado a “estar con Dios”, pocas cosas serán más
importantes y debemos cuidar la frecuencia y el compromiso. Aunque no
estén todos presentes, el Señor sí lo estará. Si lo que debilita nuestra
convicción es cierta tibieza espiritual, el no sentir, pensemos que ese es un
signo de que estamos necesitándolo. Es justamente en esos momentos cuando
más debemos perseverar y esforzarnos por mantenernos en oración como una
expresión de nuestra fidelidad a Dios. Deseamos permanecer en su presencia
incluso en esas etapas de la vida en las que no lo situamos en primer lugar o
no logramos sentir esa comunión profunda con Él.
Perseverar significa ser firmes y constantes, tanto en la intención como en
la ejecución de algo. La constancia no solo es clave para lograr que todo
grupo de oración vea sus frutos, sino que nos salva de la pereza, de la
oscuridad y del desierto que nos produce estar alejados de Dios.
Es muy importante, además, no solo orar en unión junto a nuestro grupo y
según nuestra creencia, sino también interesarnos por conocer los
fundamentos de las demás religiones, asistir a sus formas de culto, compartir
un diálogo de fe con ellos, sentir con su corazón y reconocer cómo viven a
Dios y cómo podemos caminar juntos a pesar de las diferencias, de manera
que nuestro espíritu esté ligado a la humanidad toda, porque Cristo dio la
vida por el mundo entero. En la Eucaristía —centro, fuente y culmen de
nuestra oración cristiana— está presente Cristo, diciendo: “Tomen, esto es mi
cuerpo, que será entregado por ustedes y por las multitudes, y es mi sangre,
derramada para la salvación de todos”.
Nuestra oración tiene que ser no solo “por el mundo”, sino “con todos los
que oran en el mundo”. Porque si la oración de Cristo fue por la salvación del
mundo entero, nuestra oración, inspirada por Jesucristo, tiene que ser también
por el mundo entero. Lo dice la coronilla de la Divina Misericordia: “Ruega
por nosotros y por el mundo entero”. Esta cualidad de la misericordia de Dios
derramada por el mundo ha de estar en el corazón de cada creyente y de cada
GO.
La perseverancia es uno de los frutos del Espíritu Santo. Pidámosla
especialmente como fruto de nuestra oración, de modo de embellecer y
enriquecer nuestra amistad con Dios, con nuestro prójimo y con nuestros
hermanos del mundo entero.
“Que la Iglesia sea un lugar de la misericordia y de la esperanza de Dios,
donde todo el mundo pueda sentirse acogido, amado, perdonado y alentado a
vivir según la vida buena del Evangelio. Y para sentirse recibido, amado,
perdonado, animado. La Iglesia debe tener las puertas abiertas para que todos
puedan venir, y nosotros debemos salir de esas puertas y anunciar el
Evangelio” (catequesis del Papa Francisco del 12 de junio de 2013).
UN TESTIMONIO INSPIRADOR: LOS MONJES DE TIBHIRINE

En mayo de 1996, el mundo recibe la noticia de la muerte violenta de siete


monjes trapenses, todos ellos franceses, que vivían en el Monasterio Notre
Dame del Atlas en Tibhirine, Argelia. Estos monjes habían llegado como una
comunidad de oración a compartir su vida cristiana en un contexto
musulmán. Querían compartir su fe en un diálogo constructivo y una
convivencia fecunda entre cristianos y musulmanes. Su misión era una
misión de universalidad: mostrar que el amor de Dios se ofrecía a todos, que
existían caminos para unir a personas de culturas, razas y religiones distintas.
Era un mensaje de cercanía interreligiosa desde lo sencillo, desde la oración,
desde la ayuda al otro, ya fuera cristiano, musulmán o quien se acercara
necesitado. No buscaban convertirlos; se trataba del intercambio, de ayudar a
esa gente y de demostrar que la convivencia de los hermanos era posible.
Esta comunidad de monjes estaba inserta en un contexto político de mucha
violencia e intolerancia, el panorama de la Iglesia en Argelia era sombrío y
preocupante.
La situación política del país les imponía cerrar las puertas del monasterio
y vivir traicionando su vocación. Los monjes empezaron a recibir amenazas,
lo que les exigió hacer un discernimiento entre todos sobre la permanencia en
el lugar. No se trataba de defender los muros del monasterio, sino de entender
su misión en el corazón del pueblo del que eran parte. Decidieron quedarse
en el lugar donde Dios así lo había querido. En marzo de 1996 fueron
secuestrados y, dos meses después, asesinados.6

EL MODELO DE LOS MONJES DE TIBHIRINE PARA UN GO


La vida religiosa es modelo radical de vida cristiana. La vida monástica
expresa la radicalidad de la oración y de la comunión. Si bien este libro está
dedicado a laicos que desean vivir su fe en profundidad y en comunidad, el
testimonio de vida que estos monjes nos ofrecen puede servirnos de luz y
guía, máxime cuando han sido testigos que llegaron a dar la vida por Cristo.
¿Quiénes eran estos monjes?
Comunidad orante en medio de un pueblo orante, los unía la búsqueda de
Dios, una comunidad centrada en Cristo, contemplativos que vivían en medio
de un pueblo necesitado —con todo lo que esto implicaba— no solo por
elegir vivir en un lugar donde la religión es diferente, sino también por la
adversidad de la situación política del país. Esta comunidad era una casa
abierta de oración.
¿Qué nos une como GO a estos monjes mártires?

Nos une el deseo de Dios


Una comunidad monástica se convoca por personas que tienen el deseo de
conocer y amar más a Dios. Un GO se convoca con el mismo anhelo. Buscar
a Dios en comunidad.

Nos une la identidad con Cristo


Ellos se identificaron con Cristo, con sus mismos sentimientos, se dejaron
transformar y comprendieron la voluntad del Padre. El GO se identifica con
Cristo, camino de conversión que se recorre con los ojos fijos en Él.

Nos une el querer formar comunidad


Buscar y crecer con otros. Si bien un monje deja el mundo de los negocios
para enfocar toda su atención en la búsqueda de Dios, lo hace en una
comunidad, pues Jesús nos propone ir de dos en dos, sea para evangelizar
como para orar, pues nos dice: “Si dos de ustedes se unen en la tierra para
pedir algo, mi Padre, que está en el cielo, se lo concederá” (Mt 18, 19). Así,
la oración compartida no solo es escuchada por Dios, sino que también
ayudará a madurar a quien ora. Así como Jesús formó a los doce apóstoles y
les enseñó a estar con Él y a enseñar a otros el Evangelio, de la misma
manera quien participa en un GO será ayudado por el grupo a vivir el
Evangelio permaneciendo en Jesús vivo y resucitado.

Nos une hacer un camino de oración


Los monjes eran una comunidad orante contemplativa. Su oración silenciosa
no se cierra sobre sí mismos, sino que se expande acompasando los latidos
del corazón de Dios para ser “presencia” en el prójimo. El GO es comunidad
orante y su oración es fecunda cuando se hace eco del corazón de Cristo en su
realidad.

Nos une estar abiertos al encuentro con otras religiones y experiencias


religiosas
El prior del monasterio Christian Chergé escribió, muchos años antes de su
muerte: “Cuando uno se pone lealmente a la escucha de otro pueblo en
oración, descubre que las actitudes y las palabras más simples de la expresión
espiritual ignoran las fronteras de las religiones. Esto se traducirá en una
conexión profunda en la oración con otros hombres y otros creyentes. Sé que
hay allí una comunión que sobrepasa las fronteras”.
El GO se convertirá en una comunidad que encarna a la Iglesia en salida
—como dice el Papa Francisco—, que crea y construye puentes de diálogo e
intercambio, porque el amor de Dios sobrepasa las fronteras.

Nos une el discernimiento


Los monjes de Tibhirine se encontraron ante una encrucijada muy difícil.
Ellos, en comunidad, reconocieron la misión de vivir con sus hermanos
musulmanes. Y desde la oración y la convivencia cotidiana, su identidad de
orantes contemplativos los hacía compartir la lectura tanto de la Biblia como
del Corán, así como las fiestas e incluso el dolor y la enfermedad. Habían
logrado ser, más que buenos vecinos, buenos amigos.
La situación política del país les imponía cerrar las puertas del monasterio
y vivir traicionando su vocación. Entonces tuvieron que hacer un profundo
discernimiento, disponerse a la escucha de la voluntad de Dios y del otro y
tomar la decisión, a la vez personal y comunitaria, acerca de si permanecer en
el lugar o irse por el peligro de muerte. Uno por uno dio su sí a la idea de
seguir en el lugar al que los había destinado Dios. Decidieron entonces seguir
viviendo con las puertas abiertas, aun cuando de ese modo ponían en riesgo
sus vidas. Un GO es un espacio de discernimiento, tanto de la vocación del
grupo como de las decisiones particulares de sus miembros.

Nos une la valentía ante la adversidad (parresía)


Los monjes decidieron quedarse, con lo cual pusieron en riesgo sus vidas.
Pero a la vez dieron testimonio superior de la fe, que es el martirio. Los
mártires de Tibhirine fueron beatificados el 8 de diciembre de 2018 y la
Iglesia de Argelia expresó con motivo de la beatificación: “Estos nuevos
beatos nos han sido dados como intercesores y modelos de vida cristiana, de
amistad y de fraternidad, de encuentro y de diálogo. Que su ejemplo nos
ayude en nuestra vida de hoy. Desde Argelia, su beatificación es para la
Iglesia y el mundo un impulso y una llamada a construir juntos un mundo de
paz y de fraternidad”. Formar parte de un GO es un llamado a construir un
mundo de paz y fraternidad.

Nos une el testimonio de amor (martiria)


Es el fruto inmediato de la unión transformante con Dios que vivieron en
comunidad. Decía Charles de Foucauld: “Que con solo vivir, anuncie el
Evangelio”. Los monjes así lo compartieron entre sus hermanos musulmanes.
El objetivo de un GO no es encerrarse o apartarse del mundo, sino buscar el
modo de vivir mejor con Dios en el mundo para ser testimonio creíble de
nuestro tiempo.
DE GRUPO A COMUNIDAD

En su carta apostólica Gaudete et Exsultate, el Papa Francisco habla del


camino espiritual y la santidad. Sus palabras nos ayudarán a reconocer de qué
modo un grupo que se reúne a orar puede transformarse y transformarnos en
una verdadera comunión de fe, amor y santidad.
“Es muy difícil luchar contra la propia concupiscencia y contra las
asechanzas y tentaciones del demonio y del mundo egoísta si estamos
aislados. Es tal el bombardeo que nos seduce que, si estamos demasiado
solos, fácilmente perdemos el sentido de la realidad, la claridad interior, y
sucumbimos.
La santificación es un camino comunitario, de dos en dos. Así lo reflejan
algunas comunidades santas. En varias ocasiones la Iglesia ha canonizado a
comunidades enteras que vivieron heroicamente el Evangelio o que
ofrecieron a Dios la vida de todos sus miembros. Pensemos, por ejemplo, en
los siete santos fundadores de la Orden de los Siervos de María, en las siete
beatas religiosas del primer monasterio de la Visitación de Madrid, en san
Pablo Miki y compañeros mártires en Japón, en san Andrés Kim Taegon y
compañeros mártires en Corea, en san Roque González, san Alfonso
Rodríguez y compañeros mártires en Sudamérica. También recordemos el
reciente testimonio de los monjes trapenses de Tibhirine (Argelia), que se
prepararon juntos para el martirio. Del mismo modo, hay muchos
matrimonios santos, donde cada uno fue un instrumento de Cristo para la
santificación del cónyuge. Vivir o trabajar con otros es sin duda un camino de
desarrollo espiritual. San Juan de la Cruz decía a un discípulo: estás viviendo
con otros ‘para que te labren y ejerciten’ [104].
La comunidad está llamada a crear ese ‘espacio teologal en el que se puede
experimentar la presencia mística del Señor resucitado’ [105]. Compartir la
Palabra y celebrar juntos la Eucaristía nos hace más hermanos y nos va
convirtiendo en comunidad santa y misionera. Esto da lugar también a
verdaderas experiencias místicas vividas en comunidad, como fue el caso de
san Benito y santa Escolástica, o aquel sublime encuentro espiritual que
vivieron juntos san Agustín y su madre santa Mónica: ‘Cuando ya se
acercaba el día de su muerte -día por ti conocido, y que nosotros
ignorábamos-, sucedió, por tus ocultos designios, como lo creo firmemente,
que nos encontramos ella y yo solos, apoyados en una ventana que daba al
jardín interior de la casa donde nos hospedábamos […]. Y abríamos la boca
de nuestro corazón, ávidos de las corrientes de tu fuente, la fuente de vida
que hay en ti […]. Y mientras estamos hablando y suspirando por ella [la
sabiduría], llegamos a tocarla un poco con todo el ímpetu de nuestro corazón
[…] de modo que fuese la vida sempiterna cual fue este momento de
intuición por el cual suspiramos’ [106].
Pero estas experiencias no son lo más frecuente, ni lo más importante. La
vida comunitaria, sea en la familia, en la parroquia, en la comunidad religiosa
o en cualquier otra, está hecha de muchos pequeños detalles cotidianos. Esto
ocurría en la comunidad santa que formaron Jesús, María y José, donde se
reflejó de manera paradigmática la belleza de la comunión trinitaria. También
es lo que sucedía en la vida comunitaria que Jesús llevó con sus discípulos y
con el pueblo sencillo.
Recordemos cómo Jesús invitaba a sus discípulos a prestar atención a los
detalles.
El pequeño detalle de que se estaba acabando el vino en una fiesta.
El pequeño detalle de que faltaba una oveja.
El pequeño detalle de la viuda que ofreció sus dos moneditas.
El pequeño detalle de tener aceite de repuesto para las lámparas por si el
novio se demora.
El pequeño detalle de pedir a sus discípulos que vieran cuántos panes
tenían.
El pequeño detalle de tener un fueguito preparado y un pescado en la
parrilla mientras esperaba a los discípulos de madrugada.

La comunidad que preserva los pequeños detalles del amor [107], donde
los miembros se cuidan unos a otros y constituyen un espacio abierto y
evangelizador, es lugar de la presencia del Resucitado que la va santificando
según el proyecto del Padre. A veces, por un don del amor del Señor, en
medio de esos pequeños detalles se nos regalan consoladoras experiencias de
Dios: ‘Una tarde de invierno estaba yo cumpliendo, como de costumbre, mi
dulce tarea […]. De pronto, oí a lo lejos el sonido armonioso de un
instrumento musical. Entonces me imaginé un salón muy bien iluminado,
todo resplandeciente de ricos dorados; y en él, señoritas elegantemente
vestidas, prodigándose mutuamente cumplidos y cortesías mundanas. Luego
posé la mirada en la pobre enferma, a quien sostenía. En lugar de una
melodía, escuchaba de vez en cuando sus gemidos lastimeros […]. No puedo
expresar lo que pasó por mi alma. Lo único que sé es que el Señor la iluminó
con los rayos de la verdad, los cuales sobrepasaban de tal modo el brillo
tenebroso de las fiestas de la tierra, que no podía creer en mi felicidad’ [108].
En contra de la tendencia al individualismo consumista que termina
aislándonos en la búsqueda del bienestar al margen de los demás, nuestro
camino de santificación no puede dejar de identificarnos con aquel deseo de
Jesús: ‘Que todos sean uno, como tú Padre en mí y yo en ti’ (Jn 17, 21).
En oración constante.
Finalmente, aunque parezca obvio, recordemos que la santidad está hecha
de una apertura habitual a la trascendencia, que se expresa en la oración y en
la adoración. El santo es una persona con espíritu orante, que necesita
comunicarse con Dios. Es alguien que no soporta asfixiarse en la inmanencia
cerrada de este mundo, y en medio de sus esfuerzos y entregas suspira por
Dios, sale de sí en la alabanza y amplía sus límites en la contemplación del
Señor. No creo en la santidad sin oración, aunque no se trate necesariamente
de largos momentos o de sentimientos intensos. (Exhortación apostólica
Gaudete et Exsultate, N° desde 140 al 147)7.
MARÍA, MADRE DE LA HUMANIDAD

Los primeros creyentes, desde el envío del Espíritu Santo, aprendieron a vivir
la fe en comunidad. Así los había formado el Maestro y perseveraron en la
oración con María, la Madre de Jesús, quien continúa acompañando la
oración de los hijos de Dios. Al pie de la cruz, Jesús confía al discípulo a su
propia Madre: “He aquí a la Madre”. La señala como Madre de una nueva
humanidad y, por eso, el discípulo la recibe en su casa, tal como nosotros
seguimos recibiéndola.
El 10 de mayo de 2017 el Papa Francisco dice en su catequesis: “No somos
huérfanos: tenemos una Madre en el cielo, que es la Santa Madre de Dios”.
María es Madre; todo lo que sufrió su Hijo lo sufrió Ella y todo lo que salvó
su Hijo ella también quiere que llegue a ser salvado. Fue muy fuerte la
expresión que utilizó Juan Pablo II en enero de 1985, en su visita a la ciudad
de Guayaquil, en Ecuador, cuando dijo que María fue espiritualmente
crucificada con su Hijo crucificado, y que su papel como corredentora no
terminó después de la glorificación de su Hijo.
María, invitada a ser servidora de los planes de Salvación de Dios para este
mundo, dispone la totalidad de su ser entregando a Dios Padre todo lo que es:
“Hágase en mí según tu Palabra…” (Lc 1, 38). Así ella se convierte en
modelo de entrega a la voluntad del Padre. Jesús enseñó a pedir de la misma
manera cuando rezamos la oración del cristiano junto a todos los hijos de
Dios del mundo entero: “Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”.
María enseña cómo vivir esta oración. Ella acompaña a la Palabra, que es su
Hijo, con actitud silenciosa, contemplativa, meditativa, en todas las
circunstancias de su vida, dejando que sea la Palabra la que manifieste su
destino y su poder sanador y salvador.
Así como María dio a luz a la Palabra desde su propio vientre, sabe
también cuidarla para que dé todo su fruto, aun en el momento en que el
grano de trigo tiene que ser puesto en la tierra y morir para dar su fruto pleno
y verdadero. “Si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo;
pero si muere, da mucho fruto” (Jn 12, 24). Así también María, por esa
Gracia del Espíritu Santo, ayudará a que todo el Pueblo de Dios viva esa
Palabra que el Padre pone en cada uno y cuidará para que pueda dar frutos de
vida eterna. Su misión de Madre dura hasta el momento en que, junto con su
Hijo, presente a toda la familia humana en los brazos del Padre.
En los albores de la teología cristiana, la Iglesia proclamó el dogma de
María la Madre de Dios. Poco tiempo atrás el Papa Francisco instituyó la
fiesta de María Madre de la Iglesia, para destacar que desde el cielo ella
acompaña el camino de los hijos en la tierra a fin de que alcancemos la cima
para la que fuimos creados. Es frecuente que, en los GO,
tengamos devociones dedicadas a Ella, o que de su mano meditemos los
misterios de nuestra salvación, como sucede por ejemplo con el rosario.
Existen GO surgidos de una revelación privada reconocida por la Iglesia, y
esos mensajes, en ciertos casos, sirven para ayudarnos a comprender mejor la
Palabra revelada. Para quienes siguen alguno de estos grupos, es bueno saber
que ninguna revelación privada añade nada al contenido de lo revelado en los
Libros Sagrados de la Biblia, pero ayudan a interpretar y actualizan el mismo
mensaje de la Palabra de Dios, que es viva y eficaz.
Sin embargo, por ser inspirados por el Espíritu Santo, forman parte de la
misma Palabra, que dice que el Espíritu Santo nos guiaría a la Verdad
completa.
María Madre de la Humanidad es la Madre que quiere que sus hijos vivan
unidos, no solo entre los que están dentro de una parroquia, grupo o
movimiento, sino entre todos sus hijos, cristianos, ortodoxos, católicos,
evangélicos, aunque podamos tener diferencias. La Madre siempre ayuda a
unir a los hijos. Jesús dio su vida por toda la humanidad, María abraza esa
misma humanidad sin dejar fuera de su abrazo a quienes profesan otras
religiones, invitando a que cada uno con su propia identidad viva en Alianza
de Paz y amor. Sabiendo que Dios Padre desde Noé hizo Alianza con toda la
creación y la fue renovando sucesivamente con el pueblo de Dios, el cual
debe ser signo de toda la humanidad creyente.
El modelo de los monjes de Tibhirine es un buen testimonio de esta
unidad, pues ellos eligieron vivir su fe cristiana de un modo fraterno en un
contexto musulmán.
LA ESPIRITUALIDAD DE LA ALIANZA DE LA PAZ

La espiritualidad distingue a un grupo o comunidad, porque toda


espiritualidad inspira la forma de ser, de vivir y de relacionarnos con el
mundo. Esta identidad mueve y conmueve a vivir la vida de determinada
manera.
La espiritualidad de la Alianza de Paz nace en Belén al nacer el Salvador,
Dador de Paz. Surge una estrella que convoca a todos los pueblos,
representados por los Magos venidos de Oriente y donde los ángeles cantan
“¡Gloria a Dios en el cielo y en la tierra Paz!”. Es un llamado a esta
humanidad herida, dividida, empobrecida, que necesita la Gracia de la
unidad, la Gracia de dejarse transformar, para poder reparar lo que el mal ha
dañado.
María es la que se dispone a acoger esa Gracia del cielo haciéndose sierva
de Dios, servidora del Señor.
Cada espiritualidad debe ser transformante del corazón y los vínculos.
Nuestro tiempo ha tomado conciencia de que las decisiones de unos inciden
siempre sobre otros, como habitantes de esta casa común que es el mundo.
Así nuestra espiritualidad debe ser inclusiva de todas las espiritualidades que
lo habitan.
Esto no significa comulgar con todos ni uniformar todo, sino convivir en
paz buscando lo que nos une. Una unidad difícil, pero respetuosa de las
diferencias. Hay cosas que pueden parecer imposibles y, sin embargo, son
necesarias.
La paz, ante todo, es un Don de Dios y hay que pedirlo para el mundo
entero. A continuación, ofrecemos dos formas de orar que nos ayudan a pedir
esta paz: una es la “Oración santa”, una oración para orar en unión con las
demás religiones. Es una “rueda de luz”, que a medida que se va adorando se
va pidiendo por cada uno de los continentes para que Dios los asista en la fe,
en el amor y en el dolor. Es una oración común para todas las religiones, que
ya ha sido rezada en varios encuentros interreligiosos y cuenta con la
aprobación de la Iglesia católica.
Y hay otra oración, “Santo Rosario, Rosario Oración santa”, para que los
cristianos oren a la sangre de Cristo, que fue derramada por toda la
humanidad. Al rezar el cristiano esta oración, pide para que esa sangre de
Cristo redima a los hombres y mujeres de todos los pueblos, naciones,
culturas y religiones.
Alianza de la Paz
Bendito Pueblo de Dios

“Oración Santa”
Para rezar uniéndonos como hermanos,
respetando las diferencias de la creencia en Dios.

“Unión de las Religiones”


Para alabar a Dios,
Mismo Padre de Amor,
Por la Paz, para la
“Salvación de la Humanidad”

La Oración Santa es “Alianza de la Paz”.


La “Alianza de la Paz” es la suma de todas
las Alianzas de Dios con los Hombres

La Oración Santa comienza a orarse a partir


del símbolo de la Paloma de la Paz

INVOCACIÓN

Invoco la Corona del Trono del Nombre de Dios

“Bendito Sea Dios, tu Señor


que Asiste tu corazón
en tu Fe, en tu Amor,
en tu dolor,
Eleva tu vida a EL
desde hoy,
para que habite Dios,
Dueño y Señor”

“Por La Paz,
por el suministro de La Paz,
porque La Paz de Dios Sea”

“Bendito Seas por Siempre Señor”


Amén

Se ora por el Continente Americano


Primera decena:
Primera cuenta: Bendito sea Dios, mi Señor
Segunda cuenta: Bendito sea Dios, tu Señor
Tercera cuenta: Bendito sea Dios
Cuarta cuenta: Mi Señor, tu Señor
Quinta cuenta: Bendito seas por siempre, Señor
Sexta cuenta: Bendito sea Dios, mi Señor
Séptima cuenta: Bendito sea Dios, tu Señor
Octava cuenta: Bendito sea Dios
Novena cuenta: Mi Señor, tu Señor
Décima cuenta: Bendito seas por siempre, Señor

En la cuenta sola se ora:

Gloria a Dios en el Cielo y en la tierra Paz a los hombres que Ama el Señor.

Se ora por el Continente Europeo


Segunda decena:

Primera cuenta: Bendito sea Dios, mi Señor


Segunda cuenta: Bendito sea Dios, tu Señor
Tercera cuenta: Bendito sea Dios
Cuarta cuenta: Mi Señor, tu Señor
Quinta cuenta: Bendito seas por siempre, Señor
Sexta cuenta: Bendito sea Dios, mi Señor
Séptima cuenta: Bendito sea Dios, tu Señor
Octava cuenta: Bendito sea Dios
Novena cuenta: Mi Señor, tu Señor
Décima cuenta: Bendito seas por siempre, Señor

En la cuenta sola se ora:


Gloria a Dios en el Cielo y en la tierra Paz a los hombres que Ama el Señor.

Se ora por el Continente Africano


Tercera decena:

Primera cuenta: Bendito sea Dios, mi Señor


Segunda cuenta: Bendito sea Dios, tu Señor
Tercera cuenta: Bendito sea Dios
Cuarta cuenta: Mi Señor, tu Señor
Quinta cuenta: Bendito seas por siempre, Señor
Sexta cuenta: Bendito sea Dios, mi Señor
Séptima cuenta: Bendito sea Dios, tu Señor
Octava cuenta: Bendito sea Dios
Novena cuenta: Mi Señor, tu Señor
Décima cuenta: Bendito seas por siempre, Señor

En la cuenta sola se ora:

Gloria a Dios en el Cielo y en la tierra Paz a los hombres que Ama el Señor.

Se ora por el Continente Asiático


Cuarta decena:

Primera cuenta: Bendito sea Dios, mi Señor


Segunda cuenta: Bendito sea Dios, tu Señor
Tercera cuenta: Bendito sea Dios
Cuarta cuenta: Mi Señor, tu Señor
Quinta cuenta: Bendito seas por siempre, Señor
Sexta cuenta: Bendito sea Dios, mi Señor
Séptima cuenta: Bendito sea Dios, tu Señor
Octava cuenta: Bendito sea Dios
Novena cuenta: Mi Señor, tu Señor
Décima cuenta: Bendito seas por siempre, Señor

En la cuenta sola se ora:

Gloria a Dios en el Cielo y en la tierra Paz a los hombres que Ama el Señor.

Se ora por el Continente Oceánico


Quinta decena:

Primera cuenta: Bendito sea Dios, mi Señor


Segunda cuenta: Bendito sea Dios, tu Señor
Tercera cuenta: Bendito sea Dios
Cuarta cuenta: Mi Señor, tu Señor
Quinta cuenta: Bendito seas por siempre, Señor
Sexta cuenta: Bendito sea Dios, mi Señor
Séptima cuenta: Bendito sea Dios, tu Señor
Octava cuenta: Bendito sea Dios
Novena cuenta: Mi Señor, tu Señor
Décima cuenta: Bendito seas por siempre, Señor

En el símbolo de la Paloma de la Paz se ora nuevamente:

Bendito seas por Siempre, Señor

En la cuenta sola se ora:

Gloria a Dios en el Cielo y en la tierra Paz a los hombres que Ama el Señor.
A continuación, se oran tres cuentas:

Bendito Sea Dios, mi Señor.


Bendito Sea Dios, tu Señor.
Bendito Sea Dios.

En la cuenta sola se ora:

Gloria a Dios en el Cielo y en la tierra Paz a los hombres que Ama el Señor.

En la imagen de la paloma de la paz se ora nuevamente:

Bendito seas por Siempre, Señor.


Santo Rosario (Rosario – Oración) - Oración Santa

Por el Amor de Dios.


Por La Santa Sangre de nuestro Señor Jesús El Cristo,
por La Paz,
por el Suministro de La Paz,
para La Salvación de la Humanidad

Se inicia
Por la señal de la santa cruz +
de nuestros enemigos +
líbranos, Señor, Dios nuestro +
En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo +
Amén

INVOCACIONES

Invoco la Corona del Trono del Nombre de Dios en Su Divino Amor


Invoco la Gloria de Nuestro Señor Jesucristo en Su Divino Amor
Invoco el Corazón Triunfante de Nuestro
Señor Jesucristo en Su Divino Amor

Oración

“Bendito Sea Dios, tu Señor


que Asiste tu corazón
en tu Fe, en tu Amor,
en tu dolor.
Eleva tu vida a ÉL
desde hoy,
para que habite Dios,
Dueño y Señor”

“Por La Paz,
por el Suministro de La Paz,
porque La Paz de Dios Sea”

“Bendito Seas por Siempre Señor”


Amén

Se inicia en la unión:

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.


Como era en un principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.
Amén
Ave María
Padre Nuestro

En cada una de las diez cuentas de la primera decena se ora:

“Bendito Sea Dios Mi Señor”

Al llegar a la cuenta sola se ora:

Gloria a Dios en el Cielo y en la tierra Paz a los hombres que Ama el Señor
Invoco el Corazón Triunfante de Nuestro Señor Jesucristo en Su Divino
Amor
Ave María
Padre Nuestro

Aquí termina la primera decena, se regresa al inicio para orar


en unión con las tres religiones y sus derivaciones
uniendo los cinco continentes.

Se ora por el Continente Americano:

Bendito Seas por Siempre Señor

Se ora nuevamente la primera decena:

Primera cuenta: Bendito sea Dios, mi Señor


Segunda cuenta: Bendito sea Dios, tu Señor
Tercera cuenta: Bendito sea Dios
Cuarta cuenta: Mi Señor, tu Señor
Quinta cuenta: Bendito seas por siempre, Señor
Sexta cuenta: Bendito sea Dios, mi Señor
Séptima cuenta: Bendito sea Dios, tu Señor
Octava cuenta: Bendito sea Dios
Novena cuenta: Mi Señor, tu Señor
Décima cuenta: Bendito seas por siempre, Señor

En la cuenta sola se ora:

Gloria a Dios en el Cielo y en la tierra Paz a los hombres que Ama el Señor.

En las diez cuentas siguientes (segunda decena) se ora:

“Bendito Seas Dios Mi Señor”

Al llegar a la cuenta sola se ora:


Gloria a Dios en el Cielo y en la tierra Paz a los hombres que Ama el Señor.
Invoco el Corazón Triunfante de Nuestro Señor Jesucristo en Su Divino
Amor
Ave María
Padre Nuestro

Se vuelve a la primera cuenta de la segunda decena para orar


por el Continente Europeo:

Primera cuenta: Bendito sea Dios, mi Señor


Segunda cuenta: Bendito sea Dios, tu Señor
Tercera cuenta: Bendito sea Dios
Cuarta cuenta: Mi Señor, tu Señor
Quinta cuenta: Bendito seas por siempre, Señor
Sexta cuenta: Bendito sea Dios, mi Señor
Séptima cuenta: Bendito sea Dios, tu Señor
Octava cuenta: Bendito sea Dios
Novena cuenta: Mi Señor, tu Señor
Décima cuenta: Bendito seas por siempre, Señor

En la cuenta sola se ora:

Gloria a Dios en el Cielo y en la tierra Paz a los hombres que Ama el Señor.

En las diez cuentas siguientes (tercera decena) se ora:

“Bendito Seas Dios Mi Señor”

Al llegar a la cuenta sola se ora:


Gloria a Dios en el Cielo y en la tierra Paz a los hombres que Ama el Señor.
Invoco el Corazón Triunfante de Nuestro Señor Jesucristo en Su Divino
Amor
Ave María
Padre Nuestro

Se vuelve a la primera cuenta de la tercera decena para orar


por el Continente Africano:

Primera cuenta: Bendito sea Dios, mi Señor


Segunda cuenta: Bendito sea Dios, tu Señor
Tercera cuenta: Bendito sea Dios
Cuarta cuenta: Mi Señor, tu Señor
Quinta cuenta: Bendito seas por siempre, Señor
Sexta cuenta: Bendito sea Dios, mi Señor
Séptima cuenta: Bendito sea Dios, tu Señor
Octava cuenta: Bendito sea Dios
Novena cuenta: Mi Señor, tu Señor
Décima cuenta: Bendito seas por siempre, Señor

En la cuenta sola se ora:

Gloria a Dios en el Cielo y en la tierra Paz a los hombres que Ama el Señor.

En las diez cuentas siguientes (cuarta decena) se ora:

“Bendito Seas Dios Mi Señor”

Al llegar a la cuenta sola se ora:


Gloria a Dios en el Cielo y en la tierra Paz a los hombres que Ama el Señor.
Invoco el Corazón Triunfante de Nuestro Señor Jesucristo en Su Divino
Amor
Ave María
Padre Nuestro

Se vuelve a la primera cuenta de la cuarta decena para orar


por el Continente Asiático:

Primera cuenta: Bendito sea Dios, mi Señor


Segunda cuenta: Bendito sea Dios, tu Señor
Tercera cuenta: Bendito sea Dios
Cuarta cuenta: Mi Señor, tu Señor
Quinta cuenta: Bendito seas por siempre, Señor
Sexta cuenta: Bendito sea Dios, mi Señor
Séptima cuenta: Bendito sea Dios, tu Señor
Octava cuenta: Bendito sea Dios
Novena cuenta: Mi Señor, tu Señor
Décima cuenta: Bendito seas por siempre, Señor

En la cuenta sola se ora:

Gloria a Dios en el Cielo y en la tierra Paz a los hombres que Ama el Señor.

En las diez cuentas siguientes (quinta decena) se ora:

“Bendito Seas Dios Mi Señor”

En la unión se ora:
Gloria al Padre, y al Hijo y al Espíritu Santo.
Como era en un principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos.
Amén.

Se vuelve a la primera cuenta de la quinta decena para orar


por el Continente Oceánico:

Primera cuenta: Bendito sea Dios, mi Señor


Segunda cuenta: Bendito sea Dios, tu Señor
Tercera cuenta: Bendito sea Dios
Cuarta cuenta: Mi Señor, tu Señor
Quinta cuenta: Bendito seas por siempre, Señor
Sexta cuenta: Bendito sea Dios, mi Señor
Séptima cuenta: Bendito sea Dios, tu Señor
Octava cuenta: Bendito sea Dios
Novena cuenta: Mi Señor, tu Señor
Décima cuenta: Bendito seas por siempre, Señor

En la unión se ora:

“Bendito Seas por Siempre Señor”

Se inicia el final del Santo Rosario (Rosario – Oración) - Oración Santa

En la cuenta sola se ora:

Gloria a Dios en el Cielo y en la tierra Paz a los hombres que Ama el Señor
Invoco el Corazón Triunfante de Nuestro Señor Jesucristo en Su Divino
Amor
Ave María
Padre Nuestro

En las tres cuentas sucesivas se ora:

“Bendito Sea Dios Mi Señor”

En la cuenta sola se ora:

Gloria a Dios en el Cielo y en la tierra Paz a los hombres que Ama el Señor
Invoco el Corazón Triunfante de Nuestro Señor Jesucristo en Su Divino
Amor
Ave María
Padre Nuestro

En la Cruz se ora:

Invoco el Corazón Triunfante de Nuestro Señor Jesucristo en Su Divino


Amor
“Vence
Vence
Vence”

“Por Su Santa Sangre,


por Su Santa Sangre,
por Su Santa Sangre, hemos sido Salvados”

“Por La Paz,
por el Suministro de La Paz,
porque La Paz de Dios Sea”

“Bendito Seas por Siempre Señor”

“Será Ser
Se Sea
Ser Dei”

Se vuelve a la primera cuenta luego de la unión


para orar por las otras Religiones:

En la cuenta sola se ora:

Gloria a Dios en el Cielo y en la tierra Paz a los hombres que Ama el Señor

Primera cuenta: Bendito sea Dios, mi Señor


Segunda cuenta: Bendito sea Dios, tu Señor
Tercera cuenta: Bendito sea Dios

En la cuenta sola anterior a la Cruz, se ora:

Gloria a Dios en el Cielo y en la tierra Paz a los hombres que Ama el Señor

En la cruz se cierra con una misma Oración en Alabanza al Padre:

“Bendito Seas por Siempre Señor”


3 http://jaide112.blogspot.com/2005/11/heidegger.html.
4 Para quien desee profundizar en esta materia, la Iglesia ha dejado un documento del Concilio
Vaticano II que se llama Nostra Aetate, en el que reconoce que las demás religiones también reflejan
esa única luz que, para nosotros, se encuentra plenamente en Jesucristo, una luz que alumbra a todo
hombre y mujer que vienen a este mundo.
5 Para aquellos que quieran profundizar en el tema, las siguientes citas del catecismo reflejan la
relación entre la Iglesia católica y las demás religiones: “Esta afirmación no se refiere a los que, sin
culpa suya, no conocen a Cristo y a su Iglesia: ‘Los que sin culpa suya no conocen el Evangelio de
Cristo y su Iglesia, pero buscan a Dios con sincero corazón e intentan en su vida, con la ayuda de la
gracia, hacer la voluntad de Dios, conocida a través de lo que les dice su conciencia, pueden conseguir
la salvación eterna’” (CIC 847). “Aunque Dios, por caminos conocidos solo por Él, puede llevar a la fe,
‘sin la que es imposible agradarle’ (Hb 11, 6), a los hombres que ignoran el Evangelio sin culpa propia,
corresponde, sin embargo, a la Iglesia la necesidad y, al mismo tiempo, el derecho sagrado de
evangelizar” (CIC 848).
6 Quien desee acercarse un poco más a la historia de estos monjes puede ver la película francesa “De
dioses y hombres” (2010), dirigida por Xavier Beauvois.
7 Recomendamos complementar con la lectura de Exhortación apostólica Gaudete et Exsultate, N° 149
hasta 157.
ORACIONES
Credo
Creo en Dios, Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra. Creo en
Jesucristo, su único Hijo, Nuestro Señor, que fue concebido por obra y gracia
del Espíritu Santo, nació de Santa María Virgen, padeció bajo el poder de
Poncio Pilatos, fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos,
al tercer día resucitó de entre los muertos, subió a los cielos y está sentado a
la derecha de Dios, Padre todopoderoso. Desde allí ha de venir a juzgar a los
vivos y a los muertos. Creo en el Espíritu Santo, la santa Iglesia Católica, la
comunión de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección de la carne
y la vida eterna. Amén.

Padre nuestro: Jesús nos enseñó a rezar: (Mateo 6, 5-15).


Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a
nosotros tu reino; hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como
también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en
tentación, y líbranos del mal. Amén.

Avemaría
Dios te salve María, llena eres de gracia, el Señor es contigo, bendita Tú
eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa
María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de
nuestra muerte. Amén.
Gloria
Gloria al Padre y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora
y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Gloria: Oración de Belén


¡Gloria Dios en el Cielo y en la tierra Paz a los hombres que Ama el Señor!

Oraciones al Espíritu Santo (Cardenal Verdier)


Espíritu Santo,
Amor del Padre y del Hijo,
Inspírame siempre
lo que debo pensar,
lo que debo decir,
cómo debo decirlo,
lo que debo callar,
cómo debo actuar,
lo que debo hacer,
para gloria de Dios,
bien de las almas
y mi propia Santificación.
Espíritu Santo,
Dame agudeza para entender,
capacidad para retener,
método y facultad para aprender,
sutileza para interpretar,
gracia y eficacia para hablar.
Dame acierto al empezar,
dirección al progresar
y perfección al acabar.
Amén.

Tú que me aclaras todo,


Espíritu Santo, Tú que me aclaras todo,
que iluminas todos los caminos para que yo alcance mi ideal.
Tú que me das el don Divino de perdonar y olvidar el mal que
me hacen y que en todos los instantes de mi vida estás conmigo.
Quiero en este corto diálogo agradecerte por todo y confirmar que nunca
quiero separarme de Ti, por mayor que sea la ilusión material.
Deseo estar contigo y todos mis seres queridos en la gloria
perpetua. Gracias por tu misericordia para conmigo y os míos. Gracias,
Dios mío.

Rosario del Espíritu Santo


Este rosario cuenta con siete grupos de siete cuentas, perlitas o rosas (un
grupo por cada don) y una perla grande por cada grupo de perlitas y un grupo
más pequeño de tres perlitas acompañadas de dos más grandes. Y se reza de
la siguiente forma:

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.


Se comienza con el Credo y el Padre Nuestro (se los reza una sola vez).
Luego, en cada cuenta grande (Perla o Rosa), se reza la oración al Espíritu
Santo (cada vez que inicia una secuencia de siete perlas pequeñas) y
enseguida se medita sobre el don correspondiente, siempre respetando el
orden dado más abajo.
En cada perla o rosa pequeña se repite
V: Ven, Espíritu santo con tu don de... (se nombra el don que
corresponde).
R: Ven, Espíritu Santo.

Luego de reza el gloria, y se vuelve rezar la oración del Espíritu Santo,


reiniciando la secuencia de siete perlas, con el siguiente don.

En la última perla grande, después de rezar el Gloria, se reza la Jaculatoria

En las tres últimas perlitas se invoca:

1. Ven Espíritu Santo, aumenta nuestra Fe.


2. Ven Espíritu Santo, aumenta nuestra Esperanza.
3. Ven Espíritu Santo, aumenta nuestra Caridad.

En la última perlita se reza el Gloria.

El orden es: don del Temor de Dios, don de la Piedad, don de la Fortaleza,
don del Consejo, don de la Ciencia, don del Entendimiento, don de la
Sabiduría.

Orden de los dones del Espíritu Santo:

El don del Temor de Dios


Nos llena con un soberano respeto por Dios y nos hace que a nada
temamos más que a ofenderlo por el pecado. Es un temor que se eleva, no
desde el pensamiento del infierno, sino del sentimiento de reverencia y filial
sumisión a nuestro Padre Celestial. Es el temor principio de sabiduría, que
nos aparta de los placeres mundanos que podrían, de algún modo, separarnos
de Dios. “Los que temen al Señor tienen corazón dispuesto, y en su presencia
se humillan” (Ecl 2, 17).

El don de la Piedad
Suscita en nuestros corazones una filial afección por Dios como nuestro
amorosísimo Padre. Nos inspira, por amor a Él, a amar y respetar a las
personas y cosas a Él consagradas, así como aquellos que están envestidos
con su autoridad, su Santísima Madre y los Santos, la Iglesia y su cabeza
visible, nuestros padres y superiores, nuestro país y sus gobernantes. Quien
está lleno del don de Piedad no encuentra la práctica de la religión como
deber pesado sino como deleitante servicio. Donde hay amor no hay trabajo.

El don de la Fortaleza
Fortalece el alma ante el miedo natural y soporta hasta el final el desempeño
de una obligación. La fortaleza le imparte a la voluntad un impulso y energía
que la mueve a llevar a cabo, sin dudarlo, las tareas más arduas, a enfrentar
los peligros, a estar por encima del respeto humano, y a soportar sin quejas el
lento martirio de la tribulación aún de toda una vida. “El que persevere hasta
el fin, ese se salvará”. (Mt. 24, 13).

El don de la Ciencia o el Conocimiento


Permite al alma darles a las cosas creadas su verdadero valor en su relación
con Dios. El conocimiento desenmascara la simulación de las creaturas,
revela su vacuidad y hace notar sus verdaderos propósitos como instrumentos
al servicio de Dios. Nos muestra el cuidado amoroso de Dios aún en la
adversidad, y nos lleva a glorificarlo en cada circunstancia de la vida.
Guiados por su luz damos prioridad a las cosas que deben tenerla y
apreciamos la amistad de Dios por encima de todo. “El conocimiento es
fuente de vida para aquel que lo posee” (Prov. 16, 22).

El don del Consejo


Dota al alma de prudencia sobrenatural, permitiéndole juzgar con prontitud y
correctamente qué debe hacer, especialmente en circunstancias difíciles. El
Consejo aplica los principios dados por el Conocimiento y el Entendimiento a
los innumerables casos concretos que confrontamos en el curso de nuestras
diarias obligaciones como padres, docentes, servidores públicos y ciudadanos
cristianos. El Consejo es sentido común sobrenatural, un tesoro
invalorable en el tema de la salvación. “Y por encima de todo esto, suplica al
Altísimo para que enderece tu camino en la verdad” (Ecl. 37, 15).

El don del Entendimiento


Nos ayuda a aferrar el significado de las verdades de nuestra santa religión.
Por la fe las conocemos, pero por el entendimiento aprendemos a apreciarlas
y a apetecerlas. Nos permite penetrar el profundo significado de las verdades
reveladas y, a través de ellas, avivar la novedad de la vida. Nuestra fe deja de
ser estéril e inactiva e inspira un modo de vida que da elocuente testimonio
de la fe que hay en nosotros. Comenzamos a caminar dignos de Dios en todas
las cosas complaciendo y creciendo en el conocimiento de Dios.

El don de la Sabiduría
Abarcando a todos los otros dones como la caridad, abraza a todas las otras
virtudes; la Sabiduría es el más perfecto de los dones. De la Sabiduría está
escrito: “Todo lo bueno vino a mí con Ella y riquezas innumerables me
llegaron a través de sus manos”. Es el don de la Sabiduría el que fortalece
nuestra fe, fortifica la esperanza, perfecciona la caridad y promueve la
práctica de la virtud en el más alto grado. La Sabiduría ilumina la mente para
discernir y apreciar las cosas de Dios, ante las cuales los gozos de la tierra
pierden su sabor, mientras la Cruz de Cristo produce una divina dulzura de
acuerdo con las palabras del Salvador: Toma tu cruz y sígueme, porque mi
yugo es suave y mi carga ligera.

Santo Rosario
En la antigüedad, los romanos y los griegos solían coronar con rosas a las
estatuas que representaban a sus dioses, como símbolo del ofrecimiento de
sus corazones. La palabra “rosario” significa “corona de rosas”.
Siguiendo esta tradición, las mujeres cristianas que eran llevadas al
martirio por los romanos, marchaban por el Coliseo vestidas con sus ropas
más vistosas y con sus cabezas adornadas de coronas de rosas, como símbolo
de alegría y entrega por el encuentro con Dios. Por la noche, los cristianos
recogían sus coronas y por cada rosa, recitaban una oración o un salmo por el
eterno descanso del alma de las mártires.
La Iglesia recomendó rezar el rosario, que consistía en recitar los ciento
cincuenta salmos de David, y luego sugirió suplantarlos por ciento cincuenta
Avemarías para que pudieran rezarlo las personas que no sabían leer. A
este “Rosario corto” se le llamó “el Salterio de la Virgen”.
A finales del siglo XII, a Santo Domingo de Guzmán se le apareció la
Virgen con tres ángeles y le dijo que la mejor arma para convertir a las almas
duras era el rezo de su salterio. En otra ocasión, en Notre Dame, en París, la
Virgen se le apareció y le dijo que cambiara su sermón mientras le entregaba
un libro con imágenes, en el cual le explicaba lo mucho que gustaba a Dios el
Rosario de Avemarías, porque le recordaba ciento cincuenta veces el
momento en que la humanidad, representada por María, había aceptado a su
Hijo como Salvador.
Dado que el Rosario es una forma de oración que combina la reflexión
meditativa de los misterios de la vida de Cristo y María, a través de los
siglos la feligresía católica, bajo la inspiración del Espíritu Santo y con la
guía de la Iglesia, realizó diferentes selecciones en cuanto a qué misterios se
meditan y qué oraciones son las que se utilizan para acompañarlas.
La forma más conocida del Rosario es la que se reza de la siguiente
manera:

1. Hacer el signo de la cruz y rezar el símbolo de los apóstoles o el acto de


contrición.
Señal de la cruz
Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos líbranos, Señor,
Dios nuestro.
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Acto de contrición
Pésame Dios mío, me arrepiento de todo corazón de haberos ofendido.
Pésame por el infierno que merecí y por el Cielo que perdí; pero mucho
más me pesa porque pecando ofendí, a un Dios tan bueno y tan grande
como Vos. Antes querría haber muerto que haberos ofendido y
propongo firmemente no pecar más y evitar todas las ocasiones
próximas de pecado. Amén
2. Anunciar el primer misterio. Rezar el Padrenuestro.
3. Rezar diez Avemarías, Gloria y Jaculatoria.
4. Anunciar el segundo misterio. Rezar el Padrenuestro.
5. Rezar diez Avemarías, Gloria y Jaculatoria.
6. Anunciar el tercer misterio. Rezar el Padrenuestro.
7. Rezar diez Avemarías, Gloria y Jaculatoria.
8. Anunciar el cuarto misterio. Rezar el Padrenuestro.
9. Rezar diez Avemarías, Gloria y Jaculatoria.
10. Anunciar el quinto misterio. Rezar el Padrenuestro.
11. Rezar diez Avemarías, Gloria y Jaculatoria.
12. Rezar el Padrenuestro.
13. Rezar tres Avemarías y Gloria.
14. Rezar la Salve.

Misterios del Rosario

Misterios gozosos (lunes y sábados)


1. La Encarnación del Hijo de Dios.
2. La Visitación de Nuestra Señora a Santa Isabel.
3. El Nacimiento del Hijo de Dios.
4. La Purificación de la Virgen Santísima.
5. La Pérdida del Niño Jesús y su hallazgo en el templo.

Misterios dolorosos (martes y viernes)


1. La Oración de Nuestro Señor en el Huerto.
2. La Flagelación del Señor.
3. La Coronación de espinas.
4. El Camino del Monte Calvario.
5. La Crucifixión y Muerte de Nuestro Señor.

Misterios gloriosos (miércoles y domingos)


1. La Resurrección del Señor.
2. La Ascensión del Señor.
3. La Venida del Espíritu Santo.
4. La Asunción de Nuestra Señora a los Cielos.
5. La Coronación de la Santísima Virgen.

Misterios luminosos (jueves)


1. El Bautismo de Jesús en el Jordán.
2. La Autorrevelación de Jesús en las bodas de Caná.
3. El anuncio del Reino de Dios invitando a la conversión.
4. La Transfiguración.
5. La institución de la Eucaristía.

Jaculatorias para el Santo Rosario

Puede usarse una de estas dos:


María, Madre de gracia, Madre de misericordia, defiéndenos de nuestros
enemigos y ampáranos ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.
Oh Jesús, perdónanos nuestros pecados, sálvanos del fuego del infierno
y guía todas las almas al Cielo, especialmente, a aquellas que necesitan
más de tu misericordia. (Oración de Fátima).

Salve
Dios te salve, Reina y Madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza
nuestra. Dios te salve. A Ti llamamos los desterrados hijos de Eva, a Ti
suspiramos, gimiendo y llorando, en este valle de lágrimas. Ea, pues, Señora,
abogada nuestra, vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos, y después
de este destierro, muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre. ¡Oh
clementísima, oh piadosa, oh dulce Virgen María!
Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios, para que seamos dignos de
alcanzar las promesas de Nuestro Señor Jesucristo. Amén.

Coronilla de la Divina Misericordia

Santa María Faustina Kowalska recibió una visión de un ángel enviado por
Dios para castigar a cierta ciudad. Ella comenzó a pedir misericordia, pero
sus rezos eran impotentes. Repentinamente, tuvo una visión de la Santísima
Trinidad y sintió dentro de sí el poder de la gracia de Jesús. Al mismo tiempo
se encontró rogando a Dios por misericordia con unas palabras que oyó en su
interior. El Señor le dijo: “Alienta a las personas a decir la Coronilla que te he
dado... Quien la recite recibirá gran misericordia a la hora de la muerte. Los
sacerdotes la recomendarán a los pecadores como su último refugio de
salvación. Aun si el pecador más empedernido hubiese recitado esta
Coronilla al menos una vez, recibirá la gracia de Mi infinita Misericordia.
Deseo conceder gracias inimaginables a aquellos que confían en Mi
Misericordia”.
“Escribe que, cuando digan esta Coronilla en presencia del moribundo, Yo
me pondré entre mi Padre y él, no como Justo Juez, sino como
Misericordioso Salvador”.

Cómo rezarlo:
Se utiliza un Rosario común de cinco decenas:
1. Comenzar con un Padre Nuestro, Avemaría y Credo.
2. Al iniciar cada decena (cuentas grandes del Padre Nuestro), decir:
“Padre Eterno, te ofrezco el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad
de Tu Amadísimo Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, para el perdón de
nuestros pecados y los del mundo entero”.
3. En las cuentas pequeñas del Ave María: “Por Su dolorosa Pasión, ten
misericordia de nosotros y del mundo entero”.
4. Al finalizar las cinco decenas de la coronilla se repite tres veces: “Santo
Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, ten piedad de nosotros y del mundo
entero”.

Oración de Abandono (Charles de Foucauld)


Padre mío,
me abandono a Ti.
Haz de mí lo que quieras.

Lo que hagas de mí te lo agradezco,


estoy dispuesto a todo,
lo acepto todo.
Con tal que Tu voluntad se haga en mí
y en todas tus criaturas,
no deseo nada más, Dios mío.

Pongo mi vida en Tus manos. Te la doy, Dios mío,


con todo el amor de mi corazón,
porque te amo,
y porque para mí amarte es darme,
entregarme en Tus manos sin medida,
con infinita confianza,
porque Tu eres mi Padre. Amén.

Oración Simple (San Francisco de Asís)


Oh, Señor, hazme un instrumento de Tu Paz .
Donde hay odio, que lleve yo el Amor.
Donde haya ofensa, que lleve yo el Perdón.
Donde haya discordia, que lleve yo la Unión.
Donde haya duda, que lleve yo la Fe.
Donde haya error, que lleve yo la Verdad.
Donde haya desesperación, que lleve yo la Alegría.
Donde haya tinieblas, que lleve yo la Luz.
Oh, Maestro, haced que yo no busque tanto ser consolado,
/sino consolar;
ser comprendido, sino comprender;
ser amado, como amar.
Porque es:
Dando , que se recibe;
Perdonando, que se es perdonado;
Muriendo, que se resucita a la Vida Eterna. Amén.
Para orar en unión con otras religiones

Oración del Pueblo Judío


Shemá Israel (‘Escucha, Israel’) una de las principales oraciones de la
religión judía, proclamación de fe que afirma la creencia judía en un solo
Dios y en la obediencia de su pueblo, Israel, a sus Mandamientos.
La Shemá comprende los textos bíblicos de Deuteronomio 6: 4-9;
Deuteronomio 11:13-21 y Números 15:37-41. Se reza al amanecer y al
atardecer.

Oración
Oye, Israel Adonai es nuestro Dios, Adonai es Uno
Bendito sea el nombre de la gloria de Su reino por siempre jamás.
Amarás a Adonai, tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo
tu fuerza.
Y estas palabras que yo te ordeno hoy, estarán sobre tu corazón:
Las enseñaras a fondo a tus hijos, y hablarás de ellas al estar estando en tu
casa, y al andar por el camino, al acostarte y al levantarte.
Las atarás como señal sobre tu mano, y serán por recordatorio entre tus
ojos.
Las escribirás en las jambas de tu casa, y en tus portones.

Shemé Israel Adonai Elohéinu Adonái Ejád

Oración del Pueblo Musulmán


Al-Asmā’ al-Husnà, “los nombres más hermosos”, también llamados
los noventa y nueve nombres de Dios el rosario musulmán,son las formas de
referirse a Dios en el Islam.
En su mayor parte son epítetos que hacen referencia a atributos divinos. La
existencia de los 99 nombres se debe a un hadiz (dicho atribuido al profeta
Mahoma): “Dios tiene noventa y nueve nombres, cien menos uno. Quien los
cuente entrará en el Paraíso. Él es el singular, y le gusta el non (número
impar)” (hadiz de Abu Hurairah). Aunque existe otro hadiz atribuido al
Profeta en el que se detallan cuáles son los 99 nombres, los eruditos
musulmanes afirman que la lista no es obra de Mahoma sino de los
transmisores del hadiz. Los nombres han sido extraídos del Corán y de la
Suna.

Los Nombres sublimes

1. Al-lah Dios
2. Ar Rajmán El Compasivo con toda la creación Ar-Raḥmān
3. Ar Rajim El Misericordioso con los creyentes Ar-Raḥīm
4. Al Málik El Rey Al-Malik

5. Al Cudús El Santísimo Al-Quddūs


6. As Salam La Paz As-Salām
7. Al Mumin El Dispensador de seguridad Al-Muʾmin
8. Al Muhaimin El Custodio Al-Muhaymin
9. Al Aziz El Todopoderoso Al-ʿAzīz
10. Al Yabar El Dominador Al-Jabbār
11. Al Mutakábir El Supremo Al-Mutakabbir
12. Al Jálik El Creador Al-Khāliq
13. Al Bari El Iniciador Al-Bāriʾ
14. Al Musáwir El Formador Al-Muṣawwir
15. Al Gafar El que perdona Al-Ghaffār

16. Al Cahar El Victorioso Al-Qahhār


17. Al Wahab El Dadivoso Al-Wahhāb
18. Ar Razak El Proveedor Ar-Razzāq
19. Al Fataj El que abre los corazones a la fe y el conocimiento Al-Fattāḥ
20. Al Alim El Omnisciente Al-ʿAlīm
21. Al Cábid El Restrictivo Al-Qābiḍ

22. Al Básit El Pródigo Al-Bāsiṭ


23. Al Jáfid El que da humildad Al-Khāfiḍ
24. Ar Rafi El Enaltecedor Ar-Rāfiʿ
25. Al Muiz El que otorga honores Al-Muʿizz
26. Al Mudil El Humillador Al-Muzill
27. As Samí El Omnioyente As-Samīʿ
28. Al Basir El Omnividente Al-Baṣīr
29. Al Jakam El Juez Al-Ḥakam
30. Al Ádel El Justo Al-ʿAdl
31. Al Latif El Sutil Al-Laṭīf
32. Al Jabir El Bien Informado Al-Khabīr

33. Al Jalim El Indulgente Al-Ḥalīm


34. Al Adim El Grandioso Al-ʿAẓīm
35. Al Gafur El Absolvedor Al-Ghafūr
36. Ach Chakur El Recompensador Ash-Shakūr
37. Al Alíi El Sublime Al-ʿAlī
38. Al Kabir El Grande Al-Kabīr
39. Al Jafid El Preservador Al-Ḥafīẓ
40. Al Muquit El Preponderante Al-Muqīt
41. Al Jasib El que tiene en cuenta todas las cosas Al-Ḥasīb
42. Al Yalil El Sublime Al-Jalīl
43. Al Karim El Generoso Al-Karīm

44. Ar Raquib El Vigilante Ar-Raqīb


45. Al Muyib El que responde las súplicas Al-Mujīb
46. Al Wasi El Vasto Al-Wāsiʿ
47. Al Jakim El Sabio Al-Ḥakīm
48. Al Wadud El Afectuoso Al-Wadūd
49. Al Mayid El Majestuoso Al-Majīd

50. Al Baiz El Resurrector Al-Bāʿith


51. Ach Chahid El Testigo Ash-Shahīd
52. Al Jak La Verdad Al-Ḥaqq
53. Al Wakil El Amparador Al-Wakīl
54. Al Cawí El Fuerte Al-Qawiy
55. Al Matín El Firme Al-Matīn
56. Al Walí El Protector Al-Walī
57. Al Jamid El Loable Al-Ḥamīd
58. Al Mujsí El Calculador Al-Muḥṣī
59. Al Mubdí El Originador Al-Mubdiʾ
60. Al Muid El Restaurador Al-Muʿīd

61. Al Mují El que da la vida Al-Muḥyī


62. Al Mumit El que quita la vida Al-Mumīt
63. Al Jay El Siempre Vivo Al-Ḥayy
64. Al Caiyum El Autónomo Al-Qayyūm
65. Al Wáyid El Constante Al-Wājid
66. Al Máyid El Ilustre Al-Mājid
67. Al Wájid El Único Al-Wāḥid
68. As Samad El Absoluto Aṣ-Ṣamad
69. Al Cádir El Determinador Al-Qādir
70. Al Múctadir El que dispone todos los asuntos Al-Muqtadir
71. Al Mucádim El Auspiciador Al-Muqaddim

72. Al Muájir El que pospone Al-Muʾakhkhir


73. Al Áwal El Primero Al-ʾAwwal
74. Al Ájir El Último Al-ʾAkhir
75. Ad Dáhir El Manifiesto Aẓ-Ẓāhir
76. Al Batin El Oculto Al-Bāṭin
77. Al Waali El Amo Al-Wālī

78. Al Mutaal El Sublime Al-Mutaʿāl


79. Al Barr El Bondadoso Al-Barr
80. At Tawab El que se vuelve hacia quien lo busca At-Tawwāb
81. Al Muntaquim El Vengador Al-Muntaqim
82. Al Afúu El que perdona los pecados del que se arrepiente Al-ʿAfū
83. Ar Rauf El Clemente Ar-Raʾūf
84. Málikul Mulk El Soberano Supremo Mālik-ul-Mulk
85. Dul Yalali wal Ikram El poseedor de la majestuosidad y la generosidad Dhū-l-Jalāli wa-
l-ʾikrām
86. Al Múcsit El Equitativo Al-Muqsiṭ
87. Al Yami El Reunidor Al-Jāmiʿ

88. Al Ganí El Opulento Al-Ghanī


89. Al Mugní El Suficiente Al-Mughnī
90. Al Mani El que priva Al-Māniʿ
91. Ad Dar El Creador de lo que hace daño Aḍ-Ḍārr
92. An Nafi El Creador de lo bueno An-Nāfiʿ
93. An Nur La Luz An-Nūr
94. Al Hadi El Creador de la guía Al-Hādī
95. Al Badí El Iniciador Al-Badīʿ
96. Al Baqui El Eterno Al-Bāqī
97. Al Wáriz El Heredero Al-Wārith
98. Ar Rachid El Maestro Infalible Ar-Rashīd

99. As Sabur El Paciente


BIBLIOGRAFÍA Y LECTURAS DE
REFERENCIA

La Biblia
Catecismo de la Iglesia Católica (CIC)
Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium (EG) El anuncio del Evangelio
sobre el mundo actual, Papa Francisco, 2013
Carta Encíclica Redemptoris Missio - La permanente validez del mandato
misionero, Papa Juan Pablo II, 1990.
Mente abierta, corazón abierto. La dimensión contemplativa del
Evangelio, Thomas Keating, O.C.S.O.
Breve manual instructivo para la formación de grupos de oración, María
Reina de la paz.
Oren alzando unas manos limpias. La Oración de intercesión, Cyril John,
Servicio de Publicaciones de la R.C.C.E.
Una palabra hecha silencio. Guía para la práctica cristiana de la
meditación, Jhon Main, Ediciones Sígueme.
Una palabra hecha camino. Meditación y silencio interior, Jhon Main,
Ediciones Sígueme.
Comunidad mundial para la meditación cristiana.
Lectura y comentarios de textos del libro Las Moradas, Padre
Maximiliano Hérraiz
Monjes Mártires de Argelia Artesanos de Paz, Bernardo de Olivera
Editorial: Talita Kum 2016.
Exhortación Apóstolica Gaudete et Exsultate, El llamado a la Santidad en
el mundo actual, Papa Francisco, 2018.

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