Scorsese
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Dossier: Infancias
El formalista
Por principio de cuentas, antes de hablar de aquello que define a un cineasta como formalista,
hagamos una retrospectiva a la evolución de aquello que ha sido bautizado como «lenguaje
cinematográfico». Como bien sabemos, el cine clásico tenía cierto código para hacer que el
espectador se sumergiera en el relato mientras miraba la película. Buscaba esconder, a como diera
lugar, la presencia de la cámara (optaba por angular la posición de la cámara en 45º grados entre
plano y plano; evitaba la mirada directa a la cámara o cercana al eje del lente; el corte solía hacerse
en continuidad para disimularlo; y la cámara no se movía, a menos que su impulso estuviera
justificado «dramáticamente»), con la intención de enfocar la atención del espectador únicamente en
el relato representado, y así, evitar que tomara consciencia de que lo que estaba frente a sus ojos era
una película. Con la llegada de la Nouvelle vague, este mecanismo del cine clásico comienza a
cuestionarse. Ahora el nuevo cine deviene autoconsciente de sí mismo, pues los movimientos de
cámara abundan y no tienen una justificación dramática; son, más bien, una marca estilística. El
sonido comienza a tomar mayor protagonismo en la construcción de atmósferas del filme, y la
función del montaje no solo es la de articular la película, sino también la de distanciar al espectador
haciendo evidente el corte. A todo esto, vale la pena recordar la definición que Pasolini hace sobre el
cine de poesía:
La cámara, entonces, se escucha, por buenas razones: el alternarse de objetivos diversos, un lente de
25 o 300 sobre el mismo rostro, el despilfarro del zoom, con sus objetivos altísimos, que están
encima de las cosas, dilatándolas como panes con demasiada levadura, las tomas continuas a
contraluz y fingidamente casuales, con sus deslumbramientos en la cámara, los movimientos de
cámara en mano, los travellings exasperados, los montajes equivocados por razones expresivas, las
junturas irritantes, las inmovilidades interminables sobre una misma imagen, etc., etc., todo este
código técnico nació casi por no soportar las reglas, por una necesidad de libertad irregular y
provocadora, por un diversamente auténtico o delicioso gusto por la anarquía…[2]
Este fragmento, nos sirve precisamente como punto de partida referencial para pensar el estilo
fílmico de Martin Scorsese, que fácilmente encaja en la definición que Pasolini. Ahora bien, respecto
a su estilo de puesta en cámara, me resulta indispensable hablar sobre su movilidad, pues es bien
sabido por todos que su cámara siempre viaja con virtuosismo. Y hay que decirlo, Scorsese no
mueve la cámara únicamente porque sí o tan solo para seguir personajes. No, él mueve la cámara,
casi siempre, de forma independiente a la acción, o sea a la «puesta en escena». De esta forma, la
presencia de la cámara se hace más evidente en la película, pues deja de ser solamente el medio de
registro de la imagen, para pasar a revelarse «descaradamente» como el mecanismo enunciador del
filme; es decir, se convierte en un ente narrador con inteligencia propia y autoconsciente de su
función expresiva. En cuanto a su metodología al momento de rodar, se sabe que Scorsese privilegia
el lugar de la cámara antes que todo lo demás, y es por esa razón que es considerado como uno de
los pocos cineastas contemporáneos cuyo estilo formal desborda siempre a la narrativa de sus
películas.
También, es sabido que Scorsese llega al rodaje con todo ya dibujado de antemano, para darse una
idea muy cercana a cómo se articularía la película en el montaje final. Respecto a esto, nos es
pertinente apoyarnos en lo dicho por la cineasta argentina Celina Murga, en Cahiers du cinéma nº
641, publicado en enero de 2009, quien presenció la metodología de Scorsese al momento de rodar.
En su artículo, Murga describe a un director que mientras se encuentra en el set, todo lo piensa en
términos de montaje: primero se preocupa por el lugar de un plano en el ordenamiento general de la
película y, posteriormente, pasa a dirigir la mirada del actor en función del contracampo siguiente,
convirtiendo su rodaje en «una obra en la que cada peón ocupa su lugar bajo la batuta del
arquitecto».
Por otro lado, en el libro Mis placeres de cinéfilo, Scorsese habla sobre su metodología en el set al
momento de rodar una escena. A diferencia del ya famoso sistema de rodaje conocido como «máster
con protecciones» (en el que se busca la acumulación de planos desde distintos ángulos para después
buscar su estructuración en el montaje), Scorsese opta por buscar la manera única de filmar una
escena, privilegiando a los elementos puramente cinematográficos. En la metodología de Scorsese ya
está pensado de antemano el montaje, y lo que busca es dotar de un carácter único a cada plano,
pensando en su posterior yuxtaposición con los demás. Labor bastante compleja que requiere un
rigor de artesano. Sin embargo, como resultado, sus películas tienen una manufactura muy superior
al resto, pues su concepción y ejecución se dio en términos puramente cinematográficos. Respecto a
esto, acudiré a citar a Thelma Schoonmaker, la editora de la mayoría de las películas de Martin
Scorsese:
Él se apasiona con el montaje, con el efecto que puede producir la yuxtaposición de dos imágenes.
Es algo que le obsesiona, y se puede ver en sus guiones dibujados. Ya desde este estadio se puede
percibir que tiene un verdadero sentido del montaje. Ha estudiado mucho a Eisenstein. Para él, la
película se hace en esta fase. El rodaje es como la cantera de la película, sus cimientos. Pero el
montaje le permite dar una vida y una forma a la película, modelar la interpretación de los actores,
destacar algunos movimientos de cámara, experimentar con estilos muy nuevos… [3]
NOTAS:
[1] Martin Scorsese, Mis placeres de cinéfilo: recopilación de textos, entrevistas, filmografía, Paidós, p. 109.
[2] Pier Paolo Pasolini, El cine como semiología de la realidad, México, editorial UNAM, p. 28.
[3] Martin Scorsese, op. cit., p. 123.
[4] Ibíd., p. 124.