Location via proxy:   [ UP ]  
[Report a bug]   [Manage cookies]                

Figueroa

Descargar como doc, pdf o txt
Descargar como doc, pdf o txt
Está en la página 1de 25

1

Violencia, neoliberalismo y protesta popular en América Latina.

Carlos Figueroa Ibarra1

I. Introducción
En un artículo publicado en 1978, cuando se avizoraba el eclipse de las dictaduras
militares latinoamericanas, Guillermo O’Donnell describió las tensiones de lo que él llamó
el Estado burocrático autoritario. Dado que éste no escapaba a la condición general de
todo Estado (expresión de relaciones de dominación, y por tanto expresión
institucionalizada de la coerción), necesitaba de las mediaciones necesarias para velar la
coerción: los mecanismos del consenso. En una democracia, afirmaba esperanzado, casi
siempre era posible apelar a la nación (que apelaba a su vez a una homogenización de las
diferencias sociales y políticas a través del “nosotros”), a la ciudadanía (que apelaba a la
homogeneización de las mismas diferencias a través de la igualdad jurídica y política y la
posibilidad de defensa jurídica frente al poder del Estado), y finalmente, a lo popular, que
convertía a los menos favorecidos en interlocutores del Estado a través de su demanda de
“justicia sustantiva”, de la cual derivaban obligaciones estatales. En tanto que estas tres
mediaciones eran posibles en la democracia y muy poco posibles en las dictaduras, el
Estado burocrático autoritario era una “forma subóptima de la dominación burguesa”
(1997:72, 88).
En las dos últimas décadas del siglo XX, las dictaduras militares se desvanecieron.
En buena parte de la región surgieron sistemas de democracia representativa, en los cuales
pudieron verse algunas novedades: la disminución sustancial de la cuota de poder de las
fuerzas armadas, las elecciones no fraudulentas, la desaparición parcial del terrorismo de
Estado, las posibilidades de la rotación electoral, la gradual sustitución de la cultura del
terror por la cultura democrática.
La visión elitista y reformista de la transición a la democracia se vio favorecida,
pues la forma más generalizada del tránsito del autoritarismo a la democracia política fue a
través del pacto y la reforma. Las características de dicha transición hicieron perdurar los
atavismos autoritarios encarnados en hábitos represivos y la pervivencia de protagonistas
1
Sociólogo. Profesor Investigador en el Posgrado de Sociología del Instituto de Ciencias Sociales y
Humanidades de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla.
2

de la guerra sucia. Además, la instauración de la institucionalidad democrática se hizo casi


paralelamente a la sustitución del modelo desarrollista de acumulación capitalista por el
modelo neoliberal. La gran paradoja del desmantelamiento de las dictaduras militares en la
región, en tanto se vio acompañada de la continuidad y profundización del neoliberalismo,
reside en que no resolvió la crisis que provocaba en ellas la ausencia de las tres grandes
mediaciones que hemos mencionado antes.
En el momento climático del Estado benefactor y del keynesianismo, Marshall se
atrevió a imaginar la justicia distributiva como algo ligado a la ciudadanía y a la vez, a ésta
última como instrumento de lucha contra las desigualdades económicas (Ciriza, 2001, pp.3
y 4). El neoliberalismo ha invertido diametralmente este sueño: hoy la desigualdad social
desciudadaniza y la desciudadanización reproduce ampliadamente a la injusticia. El
neoliberalismo camina en sentido contrario a lo que es la democracia en su definición
mínima: el conjunto de reglas, valores e instituciones que garantizan la existencia de la
ciudadanía.
Por varias razones, el neoliberalismo es fuente y nuevo contexto de la violencia que
hoy vive América Latina. Profundiza la injusticia social y con ello los conflictos sociales,
construye un Estado que privilegia las penas y condenas del delito en lugar de su
prevención; al mismo tiempo debilita la presencia estatal en la sociedad y crea los vacíos
por donde se cuelan crimen organizado, delincuencia común y poder y justicia informal. Y
todo este contexto contribuye a la crisis de legitimidad que ha sido la base de rebeliones y
protestas populares de los últimos años en la región.

II. Neoliberalismo, globalización imperialista y desigualdad social


El inicio del desmantelamiento de las dictaduras militares se vio precedida -en la
década de los setentas- por la caída de las exportaciones latinoamericanas como
consecuencia de la crisis internacional, lo cual evidenció el fin del modelo de sustitución de
importaciones y desarrollo capitalista asentado en el mercado interno. Otros rubros
-turismo, remesas familiares de inmigrantes, maquila, acaso el narcotráfico- son hoy el
soporte de buena parte de las economías latinoamericanas y síntomas de la profundización
de su dependencia. La crisis de la deuda externa en los ochenta (“la década perdida”) se
3

originó con la aparición de créditos vencidos en el contexto de una disminución de la


capacidad exportadora (Libreros, 2001: 99-100).
Esta crisis profunda se combinó con el auge mundial de las recetas neoliberales
-contextualizadas por la globalización- que supuestamente resolverían dicha crisis:
desmantelamiento del Estado benefactor,2 disminución del proteccionismo y apertura de los
mercados nacionales, reorganización espacial de la producción, movilidad extraordinaria de
capitales, innovación tecnológica que provocó desempleo y abatimiento de los salarios,
flexibilización laboral, represión al descontento social y laboral, flujos migratorios
extraordinarios, apertura y explotación de los recursos naturales, lucha feroz por recursos
naturales estratégicos y por ello mismo, necesidad de presencia imperial en territorios
también considerados estratégicos (López, 2001, p.3; Sarmiento, 2001, p. 85).
La globalización nos indica que la tajante separación entre lo interno y lo externo
no existe ya. Pero la globalización que hoy vivimos tiene un carácter imperialista. Por
imperialismo entendemos la expansión política, militar, ideológica y cultural de un Estado
o de un grupo de Estados con el propósito de hegemonizar territorios, controlar recursos
naturales, expoliar a enormes masas humanas, y con todo ello reproducirse ampliadamente.
Ilustra la anterior aseveración un dato proporcionado por una investigación dirigida por
Pablo González Casanova: la transferencia neta de excedente financiero desde la periferia
al centro del sistema capitalista se triplicó entre el período 1972-1976 y el comprendido
entre 1992 y 1995 (Vilas, 2000, pp.21-23).
En la América Latina del siglo XXI, la soberanía de sus naciones se encuentra
desvirtuada -además de las debilidades provocadas por la deuda externa y el
neoliberalismo- al menos por tres signos ominosos de carácter imperial: el Acuerdo de
Libre Comercio de las Américas (ALCA), el Plan Puebla-Panamá y el Plan Colombia. El
ALCA, que tendría que entrar en vigor en 2005, está pensado como uno de los instrumentos
esenciales de la dominación estadounidense en la región. Para los Estados Unidos de
América, contar con un mercado estable se ha convertido en una prioridad estratégica, dado
su papel de principal comprador en el mercado internacional, lo que a su vez es una de las
explicaciones de su enorme déficit en su balanza cambiaria (Libreros, 2001, p. 97).
2
Este rasgo estaría reservado a aquellos países en los cuales la versión latinoamericana del Estado benefactor
se observó: México, Costa Rica, Venezuela, Chile, Argentina, Uruguay. Hablar del desmantelamiento de
dicho tipo de Estado en Centroamérica (con la excepción mencionada), Bolivia, o Haití, sería un abuso del
teérmino que rayaría en el ridículo.
4

La gran concentración industrial comercial, financiera, portuaria y de comunicaciones


que se encuentra en la costa este de los Estados Unidos, la más grande del planeta, podría
ser una de las explicaciones esenciales de lo que en México se llama el Plan Puebla-
Panamá. Igual que en el siglo XIX, los Estados Unidos de América siguen necesitando,
para enfrentarse al desafío de la globalización y a la competencia entre potencias, una vía
expedita hacia el Pacífico, ahora con mayor razón, dado que Asia se ha convertido en uno
de los polos del dinamismo económico mundial. Así pues, el imperio estadounidense
necesita corredores viales a lo largo del territorio mexicano que los comuniquen hacia el sur
y hacia el Océano Pacífico, canales y vías secas de comunicación interoceánica en cada uno
de los países centroamericanos y en el istmo de Tehuantepec que suplan la obsolescencia
del Canal de Panamá, infraestructura portuaria en todas las costas que dan hacia el Mar
Caribe, corredores de maquilas en México, Centroamérica y el Caribe, garantías del
dominio de la biodiversidad y por tanto de las reservas ecológicas en Mesoamérica, el
Caribe y la cuenca amazónica.3
Si el Plan Puebla-Panamá se encuentra indisolublemente asociado al proyecto de
integración continental que persigue el ALCA, igualmente sucede con la llamada
Iniciativa Regional Andina y el Plan Colombia. Particularmente éste último sería un
proyecto integral de “limpieza de obstáculos” y vencimiento de resistencias, no sólo en
Colombia, sino en la región que la circunda, a efecto de poder implantar el ALCA en 2005
(Estrada, 2001, p. 37; Caycedo, 2001, p. 202). De acuerdo con diversos especialistas, el
Plan Colombia es una iniciativa imperial que va mucho más allá del país que le da su
nombre, pues pretende controlar la parte norte de Sudamérica 4, y en general a buena parte
de la región amazónica, la cual -como se sabe- es una de las más ricas del mundo en
petróleo y biodiversidad. Por ello mismo, si en el pasado “la amenaza soviética” o la
“subversión comunista internacional” fueron los factores que sirvieron como pretexto para
la intervención imperialista, hoy el narcotráfico y el terrorismo (en particular, después del

3
En este tema el autor simplemente suscribe lo expresado por el economista Andrés Barreda en las extensas
conferencias que sobre el Plan Puebla Panamá ha impartido durante el primer y segundo semestre de 2001, en
el Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades de la Benemérita Universidad de Puebla.
4
Se trata del “triángulo radical”, como es llamado por Petras (2001, p. 159), y que estaría constituidao por la
Venezuela gobernada por Hugo Chávez, la Colombia con una poderosa fuerza insurgente y el Ecuador con un
palpitante movimiento indígena. El cuadro se completaría con la inestabilidad política en Perú, la creciente
movilización social en Bolivia y la emergente protesta social en la Argentina, que tendría a final de 2001 su
expresión climática.
5

11 de septiembre de 2001) serían los enemigos a vencer que justificarían o legitimarían la


intervención estadounidense en cualquier parte del mundo.5
Datos del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) mostraban
el desolador panorama de la desigualdad humana a fines del siglo XX: las 225 personas
más ricas del mundo poseían en 1998 la misma riqueza que 2,500 millones de seres
humanos. La riqueza de aquellos 225 magnates equivalía a la del PIB acumulado de los 48
países menos desarrollados del planeta (Ameglio y Fracchia, 1999, p. 1). En América
Latina, según datos de la CEPAL, el número de pobres -en términos absolutos- pasó de 130
millones en 1970 a 203 en 1990 (un aumento del 64%), mientras que la proporción de
personas en estado de pobreza alimentaria relativa pasó de 41% en 1980 a 47% en 1990.
Según datos del Banco Mundial, entre 1980 y 1989, la proporción de personas en pobreza
alimentaria absoluta pasó de 26.5%% a 31.5% del total de la población en la región. Los
pobres alimentarios relativos aumentaron en 59 millones, mientras los pobres alimentarios
absolutos lo hicieron en 42 . Al relacionar estos datos con el incremento poblacional
ocurrido en el mismo lapso, para obtener la incidencia marginal de la pobreza –proporción
de la pobreza en la población que se añadió al total demográfico-, se supo que ésta
ascendía a 70.2% y 54% respectivamente. Las estimaciones que se hacían indicaban que
entre 1990 y 2000 el número de pobres en la región crecería de 203 a 232 millones. Ello
implicaría que entre 1970 y 2000 los pobres aumentarían en 200 millones,
aproximadamente (Boltvinik, 1996, pp.32-33).
Datos aportados por los documentos de las delegaciones nacionales del Foro de Sao
Paulo indican que en 1997, en México, el déficit total de empleos alcanzaba los 20 millones
de puestos de trabajo. La Confederación Patronal Mexicana (COPARMEX) indicaba que
un año antes el salario mínimo había alcanzado su nivel más bajo desde 1935. Sólo 35% de
los trabajadores ganaba más de dos salarios mínimos (unos 200 dólares), otro 30% ganaba
entre 1 y 2, el 20% recibía menos de uno y el 15% no recibía ninguno.
En Brasil, las cifras oficiales reconocían, a fin de siglo, 80 millones de pobres, 30 de
los cuales lo eran en términos absolutos. Los trabajadores informales representaban el 50%
de los 55 millones que constituían la población económicamente activa. En Uruguay 11%

5
Esta parece ser una coincidencia básica en los ensayos de Estrada, Sarmiento, Libreros, Petras, Caycedo y
Vargas Velásquez incluidos en e el volumen compilado por Jairo Estrada Álvarez (Estrada, 2001). Otro
ensayo del analista colombiano Alejo Vargas Velásquez (2001a) reitera la misma aseveración.
6

de la población vivía en el desempleo abierto e igualmente un 11% vivía bajo la línea de la


pobreza, mientras que en el campo tal porcentaje alcanzaba el 43%. En Venezuela el
número de pobres absolutos había aumentado en 40% desde el inicio de la implantación de
las políticas neoliberales. En 1998, el 26% de los 5 millones de hogares de dicho país
vivían en pobreza extrema y los salarios reales promedio tenían el 57% de su valor en 1990.
Aun en Chile, donde la polarización y la pobreza no ha sido tan cruda como en otras partes
de la región, en la última década del siglo XX la pobreza extrema aumentó y la diferencia
de ingreso entre el quintil más rico y el más pobre de la población pasó de 14 veces a 15.3
(Salinas, 2001).
Entre 1998 y 2000, en Colombia se perdieron un millón de empleos y el desempleo
abierto llegaba a 20.5% mientras otro 60% estaba constituido por los trabajadores
informales. Entre 1993 y 1999, el porcentaje de pobres entre la población total del país
(42.3 millones) pasó de 51.7 a 56.3, mientras en el campo pasó de poco más de 70% a casi
80%. A principios del siglo XXI, la otrora próspera Argentina tenía una deuda externa de
147 mil millones de dólares (50% del PIB), la cual consumía el 22 % del gasto público en
pagos de intereses. El 10% más pobre obtenía el 1.5% del PIB mientras el 10% más rico
obtenía el 35%. La suma de desempleados y subempleados ascendía al 31%, tenía a 11
(33%) de sus 36 millones de habitantes viviendo debajo de la línea de pobreza, y a 2.5
millones (7%) en calidad de indigentes.6
En síntesis, en cada uno de los países de la región la pobreza arroja datos
alarmantes. Más aún -al decir de una analista argentina-, a los “pobres estructurales” habría
que agregar ahora dos nuevas categorías de pobres que reflejarían la debacle de las clases
medias: los “nuevos pobres” y los “pobres de nuevo” (Aguilar, 2001, p. 5). Es esta
situación la causa común de fenómenos contradictorios como los que nos ocuparan en las
siguientes páginas.

III. De represiones y ausencias: la paradoja del Estado en Latinoamérica.


La reducción de la acción del Estado para paliar la miseria, la profundización de la
pobreza en las décadas de los ochenta y los noventa, han dejado sin esperanzas a los pobres
de la región. El control social se ha relajado no sólo porque el Estado se ha ausentado
6
Pereira, 1999, p. 6; Ramírez, 2001 (a), p.4; Sarmiento, 2001, p. 66-67; Libreros, 2001, p. 98; Rajland, 2001,
p.12; Ciriza, 2001, p. 5.
7

(porque no está presente o porque carece de legitimidad), sino también porque familia y
escuela se han visto desmantelados en las áreas de pobreza (Briceño, s/f, p. 125). La
mayoría de los Estados latinoamericanos parecen combinar sus vacíos estatales o
“aestatalidades” en la gestión de la seguridad y la justicia social, con sus presencias
punitivas a través de policías corruptas y asociadas al crimen organizado. En el lado de la
sociedad civil, la creciente marginalidad adopta una forma perversa de rebelión, de tal
manera que no resulta extraño que la violencia urbana sea calificada ya como “el devenir
siniestro y policiaco de la lucha de clases” (Ciriza, 2001, p. 1).
América Latina se convirtió en los años ochenta y noventa en la segunda región con
más violencia delincuencial en el mundo: en 1994 su tasa de homicidios alcanzó a ser de
28.4 por cada 100 mil habitantes, después de la África subsahariana, que en 1990 tenía una
tasa superior a 40 por cada 100 mil habitantes. Las tasas de homicidios por cada 100 mil
habitantes subieron en los años ochenta de manera espectacular en Perú y Colombia, en 379
y 337% respectivamente, lo cual puede explicarse por las guerras internas que observaron
estos países. En términos absolutos, a fines de los ochenta y principios de los noventa,
Colombia tenía una tasa de 89.5 (más del doble que la región más violenta del mundo),
seguida de lejos por Brasil (19.7), Perú (11.5) y Ecuador (10.3). Es importante resaltar que
a principios de los noventa del siglo XX, en Brasil y Uruguay la tasa de homicidios había
subido en alrededor de 70%, en Ecuador el 60%, en Argentina y Venezuela entre 23 y 30%
(Dammert, 2001, pp.3-4). En Guatemala, según datos del PNUD, en un lapso bianual la
violencia delincuencial aumentó en la capital del país en un 14% (Palma, s/f, p. 4). En este
momento sólo podemos señalar la coincidencia en el tiempo entre el comienzo del proceso
neoliberal en la región con un aumento significativo de la violencia delincuencial.
Es cierto que la pobreza no necesariamente genera delincuencia y el riesgo de una
afirmación en sentido contrario supone la criminalización de la pobreza. En Venezuela y
Brasil los índices más bajos de homicidios se encuentran en los estados más pobres
(Briceño, 1997, p. 55). Sin embargo, es importante decir que la pobreza unida a otros
factores siempre es un excelente caldo de cultivo para la criminalidad. El crimen
organizado recluta a sus infanterías entre los jóvenes que viven en la pobreza. En el
contexto de una sociedad con poco espacio de movilidad social, por las escasas e inestables
oportunidades de trabajo, las bandas de narcotraficantes, secuestradores o sicarios, tienen
8

en expolicías a sus cuadros medios y en los jóvenes provenientes de las poblaciones,


favelas, limonadas, barrios y pueblos jóvenes a sus agentes operativos.
Por lo demás, la violencia delincuencial tiene en los espacios de pobreza uno de sus
escenarios privilegiados. En la Venezuela del fin de siglo XX, la precaria presencia del
Estado en los barrios, el trazo irregular de las calles, la densidad poblacional, favorecían la
acción delincuencial, dificultaban la de la policía y el 80% de las víctimas de los
homicidios vivía allí (Briceño, 1997, pp. 55 y 59). 7 En Río de Janeiro las tasas de
homicidios de las zonas pobres eran tres o cuatro veces superiores a las de clase media o
media alta. A mediados de los noventa del siglo XX, el 41% de las víctimas de homicidios
en la ciudad de México eran obreros y trabajadores (Briceño, 1999, p. 400).
Se desprende de lo dicho antes que las ciudades son el otro ámbito privilegiado de la
violencia delincuencial. Con excepción de Brasil, donde el porcentaje de victimas de actos
delincuenciales es prácticamente el mismo en las ciudades pequeñas que en las grandes
(aproximadamente el 40%), en Argentina, Chile, Ecuador, México, Perú, Uruguay y
Venezuela las diferencias entre ciudades pequeñas y grandes oscila entre 10 y 20 puntos
(Dammert, 2001, pp. 5-6). En el último lustro del siglo XX, en Guatemala, el 35% de los
delitos violentos se cometían en la capital del país, que tenía el 10% de la población total
(Palma, s/f, p.6). A fines del siglo XX, la mitad de los homicidios cometidos en Venezuela
ocurrían en Caracas, mientras que en Brasil, tal modalidad de crimen se concentraba en las
grandes ciudades del sur (Sao Paulo, Río de Janeiro) (Briceño, 1999, pp. 399-400). En
1995, 79 de cada 10 mil habitantes de Río de Janeiro murieron de forma violenta (Sperberg
y Happe, 1999, p. 9). En Medellín, Colombia, entre 1987 y 1996, la violencia mató a 14
hombres por una mujer, alrededor del 60% de las muertes masculinas fueron por causas
violentas y esta cifra representaba una pérdida de la esperanza de vida de hasta 12 años de
los hombres respecto de las mujeres (Fernández Moreno, 2001).
La corrupción los cuerpos policíacos en América Latina, la impunidad con la que
ejercen la violencia extralegal y el hecho de que no tengan fronteras definidas con la
delincuencia organizada (el narcotráfico principalmente), a menudo los convierten en uno
de los factores de la inseguridad pública y en enemigos de la población. 8 La policía militar
7
Esta afirmación de Briceño puede ser extendida a las favelas de Río de Janeiro, las limonadas en Guatemala,
las poblaciones en Santiago de Chile.
8
Al citar al investigador brasileño Bento Rubiao, Sperberger y Happe (1999, p.14) afirman: “...la policía en
Río no cumple funciones de auxilio hacia las víctimas, sino que representa para los favelados el “inimigo No.
9

en Río de Janeiro se ha visto involucrada en masacres de favelados y de niños de la calle


(Pereira, 1999, p. 3), así como otros cuerpos policíacos han organizado los famosos
escuadroes da morte que se han asociado al narcotráfico (Soares, 1999, p. 4). Según datos
de diversas organizaciones de derechos humanos, en México las policías municipales y las
judiciales estatales acumulan el 55 de las denuncias nacionales por violación a los derechos
humanos. Entre las quejas presentadas ante la Comisión de Derechos Humanos del Distrito
Federal, entre 1993 y 1997, el 95% tenían que ver con anomalías y delitos cometidos por
las autoridades judiciales y policiales (Alvarado, 1999). Habría que agregar que la
corrupción beneficia esencialmente a los altos mandos policíacos, pues los oficiales medios
y la tropa frecuentemente se quejan de bajos salarios y pobre equipamento.9
El Estado latinoamericano se vuelve una eficiente maquinaria represiva, en
especial, cuando se enfrenta a movimientos de oposición y subversión. Los mismos Estados
que fueron implacablemente eficientes en la represión en Guatemala, El Salvador,
Argentina, Uruguay y Brasil, se comportan hoy de manera inversa con el crimen
organizado y la delincuencia común.10 En Colombia, en el año 2000, se asesinó a un
dirigente sindical cada tres días, se registraron 10 asesinatos políticos y una desaparición
forzada diarios, así como una masacre (más de 5 víctimas en un hecho) cada dos días. Ese
mismo Estado permitía 3 mil secuestros al año y 30 mil homicidios de los cuales sólo el
12% se debía a motivos políticos; así mismo, la impunidad respecto de la delincuencia se
calculaba en 90% (Sarmiento, 2001, p.75). En Brasil, un país donde las ausencias estatales
son notables, datos de la Comisión Pastoral de la Tierra indican que entre 1989 y 2000,
fueron encarcelados 1,898 trabajadores rurales, mientras que entre 1988 y 2001 fueron
asesinados otros 1,517 (Souza, 1999).
En México, el 90% de un total de 520 acciones militares y de control -observadas
entre 1998 y 1999- se concentraron en el sur del país, y sólo en Chiapas se calculaba que el

1”
9
Tavares (2001, p. 8) habla de movilizaciones de policías civiles y militares en 10diez estados brasileños en
los meses de junio y agosto de 1997, así como de huelgas de policías entre 1997 y 2001 en los estados de Río
Grande del Sur, Sao Paulo, Minas Gerais, Pernambuco, Río de Janeiro, Alagoas, Bahía y Tocantins. En años
recientes, también hemos visto movilizaciones y huelgas semejantes en la ciudad de México.
10
Es necesario resaltar el caso de Guatemala, en donde en medio del crecimiento rampante del crimen
organizado y la delincuencia común, el aparato de la guerra sucia no ha sido desmantelado. Más aúun, los
oficiales más connotados de la inteligencia contrainsurgente tienen una red de lealtades recíprocas que es
conocido como La Cofradía. La Cofradía (típica manifestación del poder invisible) era a principios del siglo
XXI uno de los grupos de poder invisible más influyentes en el país. Véase Vela, 2001.
10

ejército concentraba contra el zapatismo entre 50 y 60 mil efectivos (30% del total). En ese
mismo período, de un total de 319 acciones armadas registradas, el 42% la realizaron los
grupos paramilitares y/o civiles armados, mientras que 313 activistas sociales fueron
asesinados (Ameglio y Fracchia, 1999). Todo ello contrastaba con el hecho de que si en
1990 se consignaba el 14.3% de las averiguaciones, en 1996 sólo se hacía en un 6%, la
ineficiencia en la persecución del homicidio era de un 50% y en otros delitos de 80 y 90%
(Alvarado, 1999, p. 3).
Entre 1990 y 1997, en Argentina, la probabilidad de condena de los delincuentes 11
se redujo de 2.9 a 2.3, y en Buenos Aires tal caída fue de 5.9 a 3.9%. El 52% de la
población de las principales ciudades dijo que la policía hacía mal su trabajo (Dammert, p.
13, 16). En Caracas otra encuesta reveló que el 81% de la gente consideraba la actuación de
las policías entre regular y muy mala (Briceño et al, 1999, p. 340). Una encuesta más
realizada en Caracas en 1997 reveló que el 86% de la población consideraba la eficacia de
los juzgados entre regular, mala o muy mala. La desconfianza era tal que de manera
sorprendente sólo un 33% de los heridos con arma blanca y el 14% de quienes lo habían
sido con arma de fuego, presentaron su denuncia ante las autoridades respectivas (Briceño,
1997, p. 60). El resultado de todo esto se expresa en el hecho de que el 42% de los
encuestados estaban de acuerdo en que la gente tiene derecho a hacerse justicia por mano
propia. Es interesante notar que este porcentaje crecía en los barrios a 53% (Briceño et al,
1997, p. 209-210).
La ineficacia de la justicia genera que diversos sectores de la población se planteen
la posibilidad de hacer justicia por mano propia. Encuestas diversas indican que
aproximadamente dos tercios de la población manifestaba su derecho a matar para defender
a su familia en Caracas, Santiago de Chile, Bahía y San Salvador. El matar para defender la
propiedad era aceptado en un 60% en Caracas, en un 49% en Santiago de Chile, y en un
40% en Bahía y en San Salvador. La “limpieza social” (exterminio de delincuentes, que
implica el uso de los escuadrones de la muerte) era aceptada en un 20% en Caracas, y en un
16% en Bahía y en San Salvador (Briceño, et al, 1999, p.341).
Las ausencias estatales parecen ser resueltas de distinta manera según la clase o
sector social que las viven. Las clases medias y altas han acudido a las empresas de

11
Probabilidad de arresto multiplicado por la probabilidad de sentencia.
11

seguridad privada para garantizar la seguridad de barrios y countries, mientras que un


sector más bajo de las mismas usa la “vigilancia privada informal”, denominada
guachimanismo en Venezuela (Aguilar, 1999, p.8; Romero, 2001). 12 En diversas ciudades
de América Latina, las noticias también dan cuenta de la organización autónoma de los
vecinos de barrios populares para efectuar rondas nocturnas que los resguarden de la
delincuencia. En el campo, una de las manifestaciones más importantes de la justicia por
mano propia ha sido el linchamiento. En México, Guatemala, El Salvador, Haití, Brasil,
Venezuela, entre otros países, el linchamiento es un suceso más o menos frecuente. En
espacios abigarrados por la articulación de la diversidad étnica y la pobreza, el vacuum
estatal parece acentuarse. La ilegitimidad estatal se combina con formas alternativas de
legalidad (Vilas, 1999, p.5) o legalidad informal, códigos y valores comunitarios que son
ajenos al Estado. Acaso sea ésta una de las explicaciones de por qué en México casi el 47%
de los linchamientos observados entre 1987 y 1998 fueron en los estados de alta densidad
indígena, como Oaxaca, Chiapas y Guerrero, y que en Guatemala el 75% de los
linchamientos fueron cometidos en el seno de las comunidades indígenas del país (IIJ/URL,
2000, p.6).13
Un análisis comparado de la aestatalidad en los barrios miserables de Santiago de
Chile y Río de Janeiro (Sperberger y Happe, 2001), muestra cómo la mayor presencia del
Estado en servicios y seguridad (en Chile) origina que a diferencia de Santiago, los
traficantes de drogas dominen barrios enteros en Río de Janeiro. Las favelas parecen ser
aldeas cerradas y autosuficientes, las pandillas asumen el papel de policía, los favelados
sienten más confianza hacia los miembros de las quadrilhas (bandas) que hacia la policía.
En síntesis, el neoliberalismo ha profundizado las deficiencias seculares de los Estados
latinoamericanos y ha debilitado al Estado en ámbitos en los que el mayor gasto social del
modelo desarrollista lo hacía tener presencia. Son estas ausencias en las cuales brotan las

12
La palabra viene de guachman, versión castellanizada de la palabra inglesa watchman (vigilante).
13
El vacío estatal fue aludido por el Procurador de los Derechos Humanos en Guatemala como la causa
primordial de los linchamientos: “Yo creía que se debían (los linchamientos) a la guerra, por las masacres y el
genocidio, pero ahora estoy seguro que se deben a la justicia, que es inoperante y lenta” Al menos en el caso
guatemalteco, la explicación resulta incompleta si solamente se queda ahí. Como dice Carmen Aída Ibarra,
una analista guatemalteca, la cultura del terror y de la violencia también cumplen un papel: “Los códigos
éticos de los guatemaltecos son de autoritarismo y violencia... además la guerra de 36 años tocó la mente y el
corazón de los guatemaltecos. La violencia se convirtió en algo normal, la vida perdió valor”. Véase Figueroa
Ibarra (2000).
12

manifestaciones perversas de la rebelión: el crimen organizado y el crecimiento de la


delincuencia común.

IV. Los ritmos y rasgos de la protesta popular


Obviamente la protesta popular ha mostrado en la región otro tipo de expresiones.
Sin embargo, por alguna razón, no pocos estudios tienden a subestimar el rol de la sociedad
civil, de las multitudes y de los levantamientos en los procesos políticos. Hace algunos
años, un estudioso estadounidense hizo tal reproche a los que se dedicaban a estudiar las
transiciones a la democracia (Munck, 1991). Ejemplo de este tipo de estudios es el libro de
Julio Cotler y Romeo Grompone dedicado al ascenso y caída del fujimorato (Cotler y
Rompone, 2000), pues el descontento social es sólo el telón de fondo y exceptuando una
mención ocasional a la Marcha de los Cuatro Suyos (p. 62), la protesta popular parece
como un lejano y sordo murmullo.
Sin embargo, el rol de la protesta y del movimiento popular en la caída del
fujimorato no puede ser desdeñado. Desde 1992 se produjeron marchas, manifestaciones y
paros de carácter regional, en los que se exigía la reinstalación de los gobiernos regionales
disueltos por Fujimori. Ante los rigores del autoritarismo fujimorista y de su política
neoliberal, estudiantes demandaron respeto a la autonomía universitaria mientras
trabajadores de la construcción, de la salud y maestros exigieron mejores salarios y
condiciones de trabajo. Trabajadores petroleros, portuarios y telefónicos realizaron
ambiciosas campañas nacionales en contra de las privatizaciones que obligaron al régimen
a restringir el derecho constitucional al referéndum (Pole y Rénique, 2001) .
Al retomar las tradiciones de lucha popular acumuladas a lo largo de todo el siglo,
en julio de 1999 la Central General de Trabajadores del Perú (CGTP) convocó a la primera
Marcha de los Cuatro Suyos; en agosto de ese año sucedieron nuevas protestas populares,
y en enero de 2000, en el contexto del inicio de la campaña de Fujimori por un tercer
mandato, sindicatos, confederaciones campesinas, organizaciones estudiantiles, frentes
regionales y partidos políticos de la oposición reunieron a 30 mil personas en el centro de
Lima. En marzo del 2000 se realizó la segunda Jornada Nacional de Protesta y el Paro
Cívico. En la noche del 6 de abril -cuando Fujimori fue reelecto-, una concentración de 50
mil personas dio inicio a tres días de las más grandes manifestaciones que se habían visto
13

en contra del régimen. El ascenso de la rebelión tuvo un punto culminante en la segunda


Marcha de los Cuatro Suyos, en vísperas de la tercera asunción de Fujimori, en julio de
2000. La noche anterior a la inauguración del tercer mandato, una gran marcha reunió en
las calles de Lima a unas 100 mil personas. En noviembre, habiendo salido ya Fujimori de
Perú, se realizó exitosamente otra Jornada Nacional de Protesta seguida por una huelga
campesina de 72 horas. Cuando Fujimori envió su renuncia desde Tokio, las organizaciones
populares ya habían anunciado una huelga general que habría de iniciarse el 25 de
noviembre. (ibid.,).
Lo sucedido en Perú es uno de los momentos culminantes de la multitud en la
historia reciente de América Latina. El primero de ellos parece ser el carachazo, del 27 y
28 de febrero de 1989, cuando el anuncio de las medidas de austeridad económica inició lo
que se ha llamado un ciclo u ola de protesta popular o social (López Maya; Salamanca,
1999). La rebelión que comenzó en Caracas pronto se extendió a otras ocho ciudades del
interior del país, donde la población saqueó centros y establecimientos comerciales,
construyó barricadas, cerró calles, quemó transportes colectivos, autos y neumáticos, y
creó con ello un caos que sólo pudo ser contenido por un despliegue represivo, el cual en
una semana, según cifras oficiales, mató a 300 personas (López Maya, op. cit., p. 220).
Pero tal contención no minó el clima de la rebelión en los años siguientes. Si en el período
de 1989-90 se observaron 675 actos de protesta popular, tal cifra fue elevándose cada año
hasta llegar a 1,096 en 1993-94, para declinar luego a 561, 534 y 550 entre 1994 y 1997. Al
menos hasta 1994, los cierres de calles, las tomas de establecimientos y las marchas fueron
las expresiones de lucha más observadas (López Maya, op. cit, p. 223; Salamanca, op. cit.,
p. 245).
Otro momento notable en la historia de las luchas populares de la América Latina de
los últimos años es el proceso desencadenado con el alzamiento zapatista de enero de 1994,
en Chiapas. Acaso la clave del gran éxito del movimiento zapatista en el segundo lustro de
la última década del siglo XX fue haberse reconvertido aceleradamente de una guerrilla
que buscaba el poder en un vasto movimiento social de gran convocatoria. Puede decirse
sin temor a equivocaciones que no ha habido guerrilla más exitosa en América Latina (lo
que incluye a las FARC de Colombia con sus 20 mil efectivos y 60 frentes en todo el país),
14

porque habiendo realizado una precaria guerra de guerrillas de doce días tuvo efectos
políticos de gran envergadura.
Como sucedió en Venezuela, el alzamiento zapatista desencadenó un ciclo de
protesta popular. Dos autores (Ameglio y Frachia, 1999, p.73-79) registraron -entre 1994 y
1999- más de 82 mil acciones de lucha social (cartas, plantones, denuncias, bloqueos,
boicots, marchas, enfrentamientos armados). Los datos de los autores permiten determinar
que el número de acciones de lucha social contra el gobierno mexicano se elevó a 6,742
hechos durante 1994. En 1995 y 1996, tales hechos ascenderían aproximadamente a 12,140
y 12,221, lo que implicaría un crecimiento de 100% en relación al año del levantamiento
zapatista. La efervescencia popular disminuiría en un 20% en 1997 (9,818) y seguiría
descendiendo hasta llegar en 1999 a los niveles de 1994 (6,345).
El tercer momento cumbre de las luchas sociales más recientes en América Latina
indudablemente es el Argentinazo, como coloquialmente se denominan los levantamientos
populares sucedidos en Argentina el 19 y 20 de diciembre de 2001. Es demasiado pronto
todavía para saber si este alzamiento generará un ciclo de protestas populares de mayor
envergadura. Pero sí se puede decir que dicho levantamiento es culminación de un ciclo
acumulativo de extraordinarias experiencias de luchas populares contra las medidas de
austeridad económica preconizadas por el neoliberalismo. Algunos autores (Laufer y
Spiguel, 1999; Iñigo y Cotarelo, 1999) consideran que un ciclo de protesta popular
comenzó a partir de la pueblada de Santiago del Estero el 16 de diciembre de 1993.14 Pero
otro autor (Federico Schuster) ha hecho un recuento de protestas que arrancan en 1989, en
coincidencia con el inicio de la implantación franca del neoliberalismo en el país (Scribano,
1999, p.50; Laufer y Spiguel, 1999, p. 15).
Entre 1989 y 1996 se registraron 1,734 protestas, de las cuales el 51% tenía una
matriz sindical (ibid.,). Entre 1989 y 1990 comenzaron a aparecer los saqueos; éstos
culminarían con el motín de Santiago del Estero, en 1993, y abrirían paso a un ascenso de
las manifestaciones de protesta callejera, que tendrían otros dos momentos climáticos en las
puebladas de Cutral Co, Plaza Hincul (Neuquen) y Libertador General San Martín (Jujuy).
Entre 1992 y 1999 se observaron nueve huelgas por rama a nivel nacional, generales a nivel
provincial y generales a nivel nacional. En 1996 comenzaron a cobrar relevancia los cortes
14
En Argentina se le llama pueblada a las rebeliones masivas de carácter urbano (Laufer y Spiguel, 1999,
pp.18, 30).
15

de ruta y aparecieron los piqueteros (grupos pequeños constituidos generalmente por


desempleados) como principales protagonistas de dichos cortes.
Es importante destacar que los cortes de ruta, una de las formas de lucha más
importantes de los últimos años en Argentina, se realizaron en aquellas provincias y
ciudades del país en las que el nivel de necesidades básicas insatisfechas (NBI), el déficit
ocupacional y la desocupación eran significativos. La desocupación iba desde un 12.5% en
Neuquen y Plottier hasta un 26.8% en Gran Rosario, y pasaba por un 17 y 19% en el Gran
Buenos Aires, Gran La Plata, Mar del Plata y Batán, Gran Cordova, Jujuy y Palpalá, Bahía
Blanca, Santa Fe y Santo Tomé. Las poblaciones con mayor número de cortes de ruta
fueron también ciudades donde el NBI alcanzaba porcentajes notables (entre el 25 y 48%):
Cruz del Eje, Belén, Orán y Monteros. También fueron lugares en donde se observaron
reducción en la participación electoral, mayor polarización social y privatizaciones de
empresas públicas (Iñigo y Cotrelo, 1999; Scribano, 1999, 53-55).
El Argentinazo de diciembre de 2001 resulta notable, no sólo por tratarse del clímax
de las luchas de obreros en activo y despedidos, empleados públicos despedidos, sectores
populares afectados por las alzas de precios, contenciones salariales y privatizaciones,
jubilados reducidos en su calidad de vida, sino porque después de años de una hegemonía
política sustentada en el control de la inflación y la paridad con el dólar (Bonet, 2002), las
clases medias se unieron a la protesta con motivo de la retención de sus ahorros (el
Corralito). Esa alianza circunstancial de distintos sectores populares (piqueteros y
caceroleros) en una pueblada de nivel nacional -independientemente de las provocaciones
que haya montado el menemismo-, convirtió la creciente crisis económica en una
significativa ingobernabilidad y en una afirmación de lo popular después de décadas de
haber sido desmantelado éste, en el contexto de la guerra sucia observada entre 1976 y
1982.15
En Guatemala, la guerra sucia destruyó o debilitó el tejido social de la resistencia
antineoliberal. En la década de los setenta se desarrolló un notable movimiento popular
articulado en torno a lo sindical sin el cual resulta inexplicable el alzamiento guerrillero
posterior. Cuando las medidas neoliberales se empezaron a implantar en el país, tal
15
Los distintos autores de los artículos que componen el Cuaderno No. 7 de La FISyP en Buenos Aires,
coinciden en destacar meritoriamente y no peyorativamente, esta participación de las clases medias en el
Argentinazo y en resaltar el flujo popular después de que este fue cortado por la guerra sucia (Gambina et al,
2002)..
16

movimiento había sido desarticulado mediante el terrorismo de Estado más cruento de


América Latina. Los años noventa observaron un crecimiento del movimiento de los
pueblos indígenas y de los derechos humanos, mientras el movimiento sindical no se
recuperaba del descabezamiento observado años atrás (Figueroa Ibarra, 1999).
En Colombia, las medidas precursoras del neoliberalismo ensayadas durante el
gobierno de Alfonso López Michelsen (1974-1977) provocaron el Paro Cívico Nacional de
1977. Éste inició un ciclo de protesta popular que tendría en 1978 su momento climático,
por el número de huelguistas (el mayor de dicha década) y por el número de paros cívicos,
el mayor registrado entre 1958 y 1981. Sin embargo, en la década de los ochenta, pese a las
medidas de carácter neoliberal que empezó a tomar el gobierno de Belisario Betancur,
probablemente debido a la escalada de violencia, la protesta popular no adquirió los nivles
de 1977 y 1978. Aún así, pese a la ausencia de paros cívicos -como los observados entre
1977 y 1978- en el quinquenio 1981-1985 el número de huelguistas para cada año estuvo
entre los 700 y casi 900 mil. Entre 1988 y 1991, se observó otro repunte huelguístico que
involucró anualmente entre 900 mil y más de un millón de huelguistas, para decrecer en un
50% en los años siguientes (Medina, 1999, pp.113-114, 123).
Así pues, desde los albores del neoliberalismo, sus rigores provocaron todo tipo de
actos de resistencia. Los contextos y causas desencadenantes fueron diversos en los países
de la región. En México, Venezuela, Argentina, Chile y Uruguay es evidente que el
neoliberalismo desmanteló beneficios sociales y calidad de vida propios de la versión
latinoamericana del Estado benefactor. El anuncio de medidas de austeridad y
encarecimiento de la vida, por un presidente que como candidato había ofrecido lo
contrario, precipitó el Caracazo en Venezuela y el inicio de las puebladas en Argentina. La
confiscación temporal de cuentas bancarias desencadenó el Argentinazo de 2001. El
anuncio de que Fujimori se reelegiría por tercera vez inició el ascenso de la protesta
popular en Perú. La reforma del artículo 27 de la Constitución, que daba por finalizado el
reparto agrario y permitía la venta y la renta del ejido, fue uno de los hechos que alentaron
la rebelión zapatista en Chiapas, en 1994 (Stahler-Sholk, 2001).
Dos autores, Walton y Shefner, constataron que entre 1976 y 1989 se observaron en
la región 80 campañas de protesta contra la austeridad (Almeida, 2001, p. 1). En el período
comprendido entre 1996 hasta agosto de 2001, la revisión de algunos diarios
17

latinoamericanos y estadounidenses dio cuenta de 281 campañas y 969 protestas en toda la


región (ibid.,).16 Las proporciones de tales campañas tuvieron un comportamiento
oscilatorio con cúspides que significativamente son cada vez más grandes que la anterior:
en 1997, 1999 y 2000. De igual manera, el epicentro de las protestas pasó de Perú,
Argentina, República Dominicana, Brasil, Bolivia y Venezuela, en los ochenta y principios
de los noventa, hacia Ecuador, Colombia, Honduras, Nicaragua y El Salvador, entre 1996 y
2001 (Almeida, op. cit., pp. 5-6).
Ciertamente nuevos actores y nuevas expresiones de lucha han surgido en todo este
proceso. El desmantelamiento de industrias y el decaimiento de productos de
primoexportación ha desaparecido antiguos sujetos. El mercado del narcotráfico ha hecho
surgir a otros. En Bolivia, en el Chapare, la población pasó de 5 mil a 35 mil familias y a
200 mil personas, en veinte años, que viven de la producción y comercialización de la coca.
El incremento poblacional se nutrió de los masivos despidos en las minas -los legendarios
mineros bolivianos prácticamente han desaparecido-, de la población campesina expulsada
por las sequías en las altas mesetas en Los Andes, y de los contingentes de desocupados
que las ciudades expulsaron. Esta multitud abigarrada ha constituido a los cocaleros, que
han sido en los noventa uno de los ejes del movimiento popular boliviano (Gironda, 2001,
p. 393-396). Los cocaleros del Putumayo, Guaviare y de la Baja Bota Caucana, en
Colombia, han encabezado un fuerte movimiento para que los reconozcan como
movimiento social y no como simples delincuentes (Ramírez, 2001b). Surgido de
tradiciones de lucha campesina desde los años setenta del siglo XX, nutrido con exobreros
industriales que perdieron su trabajo y de marginales residentes en las periferias urbanas, el
Movimiento de los Sin Tierra (MST), se convirtió en los noventa en la parcela más
conocida e influyente del movimiento social brasileño (Souza, 1999). En el Ecuador, las
distintas etnias agrupadas en el Consejo Nacional Indígena (CONAI), se convirtieron en los
últimos años del siglo XX en el epicentro en una poderosa fuerza social que tuvo que ser
tomada en cuenta para restablecer la gobernabilidad. A partir del segundo lustro de los
ochenta, como ya se ha dicho, el movimiento étnico resultó ser la gran novedad en
Guatemala, como también sucedió con los mapuches en Chile.

16
El autor del trabajo que consigna estos datos define a las campañas como luchas extensas contra una
política específica de austeridad y a la protesta como los sucesos individuales que se observan en una
campaña (marchas, cortes de ruta, huelgas etc.,).
18

Exobreros y exmineros convertidos en luchadores agrarios, trabajadores rurales y


marginales urbanos con demandas campesinas, burócratas, estudiantes, pueblos indígenas,
desempleados, ambientalistas, mujeres: tales son algunos sujetos del abigarrado
movimiento de protesta social en América Latina. Las formas de expresión de la protesta
incluyen también novedades además de los ya antiguos cacerolazos: marchas a caballo y
con machetes que evocan al imaginario zapatista y villista, tambores y cornetas propias de
las porras deportivas, crucifixiones, desnudamientos públicos, perforaciones de piel y
extracciones de sangre, ollas populares, marchas del silencio, apagones, bocinazos, misas
procesiones y rezos, marchas carnavalescas, todas ellas manifestaciones lúdicas que se
alternan con el drama de los motines, rebeliones, cortes de ruta, huelgas y la represión del
Estado que le suceden. En medio de todo, esta diferenciación, drama y manifestaciones
lúdicas, los obreros parecen seguir jugando un papel significativo. Entre las 281 campañas
de protesta contra la austeridad observadas entre 1996 y 2001, el sujeto más activo fue la
clase obrera con su participación en el 56% de dichas campañas (Almeida, 2001).
La abigarrada composición, su desigual nivel de propuesta política
alternativa y la rebelión popular han tenido igualmente un desigual efecto político y social
en las distintas sociedades en las que se han observado. El alzamiento zapatista en Chiapas
tuvo entre sus consecuencias un nivel de dotación de tierras sin precedentes en una región
en la que la reforma agraria se había escamoteado o aplicado con morosidad: en 1994 las
organizaciones campesinas tomaron 698 predios de entre 2 y 33 hectáreas y entre 1995 y
1996 las autoridades agrarias tuvieron que entregar más de 250 mil hectáreas invadidas a
través de la indemnización de sus antiguos propietarios. Los efectos del alzamiento
zapatista también cambiaron la geografía electoral a nivel municipal en las regiones
aledañas al levantamiento, y pese a que después el zapatismo pregonó el abstencionismo
electoral, lo que facilitó al partido gobernante (PRI-Partido Revolucionario Institucional)
retomar el control, lo hizo con un número de votos cada vez más reducido (París, 2001). En
Brasil, los efectos del crecimiento del MST también son impresionantes. Entre 1974 y
1984 el país observó 115 asentamientos, mientras que entre 1985 y 1989 tal cifra se elevó a
615, para disminuir a 478 en el quinquenio siguiente, y subir a 2,750 entre 1995 y 1999,
para totalizar casi 4 mil asentamientos rurales en el período (Fernández, 1999; Souza 1999).
19

Si bien el proceso de constitución programática de los movimientos populares en América


Latina es incompleta, no pueden desdeñarse sus impactos políticos. En Venezuela, el
Caracazo abrió un ciclo de protesta popular que puso en crisis terminal al sistema de
partidos políticos y a la institucionalidad acordada en el Pacto de Punto Fijo de 1959,
además de abrirle el paso al fenómeno del chavismo. En Ecuador, el movimiento de los
pueblos indígenas interrumpió un período presidencial y generó una crisis de
gobernabilidad que obligó a la Casa Blanca a intervenir para frenar un proceso de
consecuencias impredecibles. En Perú, fue un factor sustancial en el fin del fujimorato. En
Argentina, la creciente protesta popular desde 1993 precipitó la primera caída del arquitecto
del neoliberalismo, Domingo Cavallo, en 1996, terminó con la presidencia de De la Rúa y
de Rodríguez Saa y ha generado un proceso en el cual la legitimidad de la mayoría de los
partidos políticos y del Estado se encuentra en entredicho. En México, el zapatismo marcó
el principio del fin de la hegemonía del salinato y junto a la oposición de izquierda y de
derecha fue un factor sin el cual no se explica la conclusión de las siete décadas de
hegemonía priísta.

V. Conclusiones
Cabe iniciar la parte final de este trabajo planteando que las esperanzas puestas a
fines de los años setenta en la democracia representativa, como “forma óptima de la
dominación burguesa” en América Latina, no se vieron cumplidas. En un mundo
globalizado en el cual la soberanía es redefinida incluso en los países centrales, la
reivindicación de la nación, que las políticas económicas de las dictaduras militares habían
desvirtuado, no se observó. Más aún, al profundizar las políticas económicas neoliberales,
las democracias representativas surgidas en la región profundizaron su desmantelamiento.
El balance de la restauración de la ciudadanía en el contexto de los regímenes
posdictatoriales, también es magro. El surgimiento de nuevas formas de autoritarismo que
se visten de democracia, la persistencia de la represión política, sobre todo, en los
momentos de rebelión, la existencia de poderes invisibles (narcotráfico y resabios de la
guerra sucia), las institucionalidades informales que desvirtúan a las formales, la
intensificación de las ausencias estatales merced al neoliberalismo, el surgimiento de
poderes y actos de justicia informales en campos y ciudades, el crecimiento desenfrenado
20

de la pobreza urbana y rural, el incremento del crimen organizado y la delincuencia común


en los cascos urbanos, el énfasis en el recurso punitivo para frenar la delincuencia, la
demanda de significativos sectores sociales para que los derechos ciudadanos se maticen
en el caso de los delincuentes, son todos factores de violencia y desciudadanización para la
mayor parte de la población en América Latina.
Ciertamente, como hemos intentado demostrar en este trabajo, lo popular es un
hecho crecientemente significativo en la región. Pero esta presencia creciente no
necesariamente se da en un juego de interlocución que provee al Estado de insumos para
negociar la satisfacción de la “justicia sustantiva”. Más bien lo popular está surgiendo en
América Latina en el contexto de un creciente y contradictorio espíritu antiestatal y
antipartidos políticos y en el marco de crecientes dificultades del Estado para resolver las
demandas sociales.17
Es imprescindible mencionar la novedad de la protesta popular en América Latina
en cuanto a sujetos y formas de lucha. Pero como justamente ha sido señalado (Poole y
Renique, 2001), también resulta imprescindible no exagerarla. Detrás de las grandes
movilizaciones populares en Perú que culminaron con la caída de Fujimori, se encuentra la
recuperación de una larga trayectoria de la izquierda peruana que arranca desde los años
veinte (ibid.,). Las grandes marchas cocaleras en Bolivia se nutren de la vigorosa
experiencia sindical y de lucha de los ya prácticamente desaparecidos mineros, lo que se
expresa en la Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia
(CSUTCB). Las asambleas populares, la revocabilidad, el rendimiento de cuentas, formas
de democracia directa y organización de los piqueteros en Argentina, proviene de las
mejores tradiciones del movimiento obrero (Laufer y Spiguel, 1999, pp. 33-36). Detrás del
MST en Brasil, se encuentran la acumulación de la memoria de las luchas campesinas,
metalúrgicas y de las comunidades eclesiales de base, y no es una casualidad que los
referenciales político-ideológicos e íconos de dicho movimiento sean Ernesto Che Guevara,
Mao Tse Tung, Fidel Castro, Lenin y Marx (Souza, 1999).
Aun en medio de grandes rupturas con el pasado, no es posible negar matrices y
raíces de ciertos movimientos sociales. El zapatismo es el resultado de un movimiento
17
“Que se vayan todos” dicen en Argentina y no faltan los que se llaman “autoconvocados” en rechazo a
todas las organizaciones políticas y sociales (Barrios, 2001). Falta ver si este rechazo es consistente; o como
ha sucedido en ocasiones anteriores, si no implica necesariamente una reformulación del sistema de partidos
políticos. En Venezuela se tiene un caso en que dicha reformulación si se observó.
21

guerrillero que nació recuperando las tradiciones y líneas ideológicas de las insurgencias de
los años sesenta y setenta (Tello, 2000). La eclosión del movimiento étnico en Guatemala a
partir de los noventa, resulta inexplicable sin la labor organizativa de las organizaciones
revolucionarias o insurgentes iniciada en la segunda mitad del siglo XX y sin la gran
rebelión campesina que dichas organizaciones encabezaron entre 1979 y 1981.
Concluimos pues que la continuidad en lo popular, en medio de sus novedades, es
un reflejo de la persistencia de los grandes conflictos políticos y sociales de la región que se
observan pese a los cambios políticos. La institucionalidad posdictatorial en América
Latina está en crisis, porque la democracia política que sucedió a las dictaduras no ha
podido resolver lo popular.
Y seguirá observando trances semejantes a los que estamos observando mientras
este hecho no tenga una resolución sustancial.

Bibliografía.

Aguilar, María Ángela 1999. “Pobreza e inseguridad. ¿Dos caras de la misma moneda?
¿Vulnerabilidad versus inseguridad?” Ponencia presentada en el XXII Congreso de la Asociación
Latinoamericana de Sociología (ALAS), Concepción Chile, 12-16 de octubre de 1999.

Almeida, Paul 2001. “Los movimientos populares contra la austeridad económica: América Latina
1996-2001”. Ponencia presentada en el congreso de la Latin American Studies Association
(LASA), Washington D.C., septiembre 6-8 de 2001.

Alvarado, Arturo 1999. “Cambio político, inseguridad pública y deterioro del estado de derecho en
México”. Ponencia presentada en el XXII Congreso de la Asociación Latinoamericana de
Sociología (ALAS), Concepción Chile, 12-16 de octubre de 1999.

Barrios, María Gabriela 2001. “El ejercicio de la violencia legítima en el Estado Neoliberal. La
represión al movimiento de protesta social, el caso de Corrientes”. Ponencia presentada en el XXIII
Congreso de la Asociación Latinoamericana de Sociología (ALAS), Antigua, Guatemala, 29 de
octubre-2 de noviembre de 2001.

Bonet, Alberto 2002. Proyecto de investigación de tesis de doctorado. Posgrado de sociología del
Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla.
Puebla, México.

Briceño-León, Roberto, “Violencia y desesperanza. La otra crisis social de América Latina”.


Revista Nueva Sociedad, No. 164, Caracas, Venezuela.

Briceño-León, Roberto 1997. “Buscando explicaciones a la violencia”. Revista Espacio Abierto,


(Vol. 6, No. 1), Caracas.
22

Briceño-León, Roberto, Alberto Camardiel, Olga Avila, Edoardo de Armas y Verónica Zubillaga
1997. “La cultura emergente de la violencia en Caracas”. Revista Venezolana de Economía y
Ciencias Sociales, Vol. 3, No. 2-3, abril-septiembre.

Briceño-León, Roberto 1999. “Ciudad, violencia y libertad”. Revista Fermentum, No. 26,
septiembre-diciembre, Mérida, Venezuela.

Briceño-León, Roberto 1999. “Ciudad, violencia y libertad”. Revista Fermentum, No. 26,
septiembre-diciembre, Mérida, Venezuela.

Caycedo Turriago, Jaime 2001. “Una guerra social de la globalización”, en Estrada Álvarez, Jairo.
Plan Colombia. Ensayos Críticos. Facultad de Derecho, Ciencias Políticas y Sociales. Universidad
Nacional de Colombia. Bogotá.

Ciriza, Alejandra 2001. “Las paradojas de la ciudadanía bajo el capitalismo global. De consensos y
violencias”. Ponencia presentada en el XXIII Congreso de la Asociación Latinoamericana de
Sociología (ALAS), Antigua, Guatemala, 29 de octubre-2 de noviembre de 2001.

Cotler, Julio y Romeo Grompone 2000. El fujimorismo. Ascenso y caída de un régimen autoritario.
Instituto de Estudios Peruanos, Lima.

Dammert, Lucía. “Violencia criminal en la Argentina de los 90’s. Diagnósticos y desafíos”.


Ponencia presentada en el congreso de la Latin American Studies Association (LASA),
Washington D.C., septiembre 6-8 de 2001.

Espacio de Reflexión y Acción Conjunta 1999. Militarización , Represión e Impunidad


(ERACMRI) 1999. “El costo humano de la guerra de “exterminio selectivo” en México: 1994-
1999. Avance exploratorio analítico de las luchas sociales.” Cuaderno de reflexión y acción no-
violenta, No. 3. México D.F. (Verano ), pp. 62-120.

Estrada Álvarez, Jairo (ed) 2001. Plan Colombia. Ensayos Críticos. Facultad de Derecho, Ciencias
Políticas y Sociales. Universidad Nacional de Colombia. Bogotá.

Estrada Álvarez, Jairo 2001. “Elementos de economía política”, en Estrada Álvarez, Jairo (ed).
Plan Colombia. Ensayos Críticos. Facultad de Derecho, Ciencias Políticas y Sociales. Universidad
Nacional de Colombia. Bogotá.

Fernández Moreno, Sara Yaneth 2001. “Muertes violentas en Medellín, expresión de la negación al
derecho a la salud y a la vida”. Ponencia presentada en el XXIII Congreso de la Asociación
Latinoamericana de Sociología (ALAS), Antigua, Guatemala, 29 de octubre-2 de noviembre de
2001.

Figueroa Ibarra, Carlos 1999. “Paz, neoliberalismo y protesta popular en Guatemala”. En Margarita
López Maya (editora), Lucha popular, democracia, neoliberalismo: protesta popular en América
Latina en los años de ajuste. Editorial Nueva Sociedad, Caracas.

Figueroa Ibarra, Carlos 2000. “Violencia y cultura del terror. Notas sobre una sociedad violenta”.
Revista Bajo el Volcán, No. 1. Posgrado de Sociología del Instituto de Ciencias Sociales y
Humanidades, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Puebla, México.
23

Gambina, Julio, Beatriz Rajland, Daniel Campione, Pablo Imen, Gonzalo Rodríguez, Ariel Wilkins
y Oscar Sotolano 2002. Rebeliones y Puebladas. Cuaderno No. 7 (2ª. Serie) de la Fundación de
Investigaciones Sociales y Políticas (FISyP). Buenos Aires.

Gironda C., Eusebio 2001. Coca inmortal. Plural editores, La Paz, Bolivia.

Instituto de Investigaciones Jurídicas de la Universidad Rafael Landívar (IIJ/URL). Una


aproximación a la “barbarie” de los linchamientos en Guatemala. Guatemala, julio del 2000.

Iñigo Carrera, Nicolás y María Celia Cotarelo (1999). “Formas de la protesta social en la Argentina
de los 90”. Ponencia presentada en el XXII Congreso de la Asociación Latinoamericana de
Sociología (ALAS), Concepción, Chile, 12-16 de octubre de 1999.

Laufer Rubén y Claudio Spiguel 1999. “Las ‘puebladas’ argentinas a partir del ‘santiagueñazo de
1993. Tradición histórica y nuevas formas de lucha”, en Margarita López Maya (editora), Lucha
popular, democracia, neoliberalismo: protesta popular en América Latina en los años de ajuste.
Editorial Nueva Sociedad, Caracas.

Libreros Caicedo, Daniel 2001. “Nuevo modelo de dominación colonial”, en Estrada Álvarez, Jairo.
Plan Colombia. Ensayos Críticos. Facultad de Derecho, Ciencias Políticas y Sociales. Universidad
Nacional de Colombia. Bogotá.

López, Ernesto 2001. “Las ’nuevas amenazas’: consideraciones conceptuales”. Ponencia presentada
en el congreso de la Latin American Studies Association (LASA), Washington D.C., septiembre 6-
8 de 2001.

López Maya, Margarita 1999. “La protesta popular venezolana entre 1989 y 1993 (en el umbral del
neoliberalismo)”, en Margarita López Maya (editora), Lucha popular, democracia, neoliberalismo:
protesta popular en América Latina en los años de ajuste. Editorial Nueva Sociedad, Caracas.

Mancano Fernandes, Bernardo 1999. “La territorialización del Movimiento de los Trabajadores sin
Tierra en Brasil (MST)”. En Margarita López Maya (editora), Lucha popular, democracia,
neoliberalismo: protesta popular en América Latina en los años de ajuste. Editorial Nueva
Sociedad, Caracas.

Medina, Medófilo 1999. “El neoliberalismo en Colombia y las alternativas de las luchas sociales
1975-1998”, en Margarita López Maya (editora), Lucha popular, democracia, neoliberalismo:
protesta popular en América Latina en los años de ajuste. Editorial Nueva Sociedad, Caracas.

Munck, Gerardo 1991. “Social Movementes and Democracy in Latin America. Theoretical Debates
and Comparative Perspectives”. Paper presented at the XVI International Congress of the Latin
American Studies Asociation, April 4-6, 1991, Washington D.C.

O’Donnell, Guillermo 1997. Contrapuntos. Ensayos escogidos sobre autoritarismo y


democratización. Editorial Paidós, Buenos Aires,-Barcelona-México.

Palma Ramos, Danilo A s/f. La violencia delincuencial en Guatemala: un enfoque coyuntural.


Universidad Rafael Landívar, Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales. Guatemala, C.A.
24

París Pombo, María Dolores 2001. “Violencia institucional y derechos indígenas en Chiapas”.
Ponencia presentada en el XXIII Congreso de la Asociación Latinoamericana de Sociología
(ALAS), Antigua, Guatemala, 29 de octubre-2 de noviembre de 2001.

Pereira Leite, Marcia 1999. “Qual ciudadania se estamos em guerra?” Ponencia presentada en el
XXII Congreso de la Asociación Latinoamericana de Sociología (ALAS), Concepción, Chile, 12-16
de octubre de 1999.

Petras, James 2001. “Consideraciones geopolíticas”, en Estrada Álvarez, Jairo. Plan Colombia.
Ensayos Críticos. Facultad de Derecho, Ciencias Políticas y Sociales. Universidad Nacional de
Colombia. Bogotá.

Pole, Deborah y Gerardo Renique 2001. Movimiento Popular, transición democrática y la caída de
Fujimori.Ciberayllu-ISSN:15279774,
www.andes.Missouri.edu/Especiales/DPGRCaidaFujimori.html.

Rajland, Beatriz 2001. “El incumplimiento de los mandatos populares, como ejercicio de violencia
de la dominación”. Ponencia presentada en el XXIII Congreso de la Asociación Latinoamericana de
Sociología (ALAS), Antigua, Guatemala, 29 de octubre-2 de noviembre de 2001.

Ramírez, Guillermina 2001. “Exclusión social en Venezuela. Reto y desafío de una promesa de
cambio”. Ponencia presentada en el XXIII Congreso de la Asociación Latinoamericana de
Sociología (ALAS), Antigua, Guatemala, 29 de octubre-2 de noviembre de 2001. (a)

Ramírez, María Clemencia 2001. “Construction and Contestation of Criminal Identities: the Case of
the Cocaleros in the Putumayo and Baja Bota of Cauca”. Ponencia presentada en el congreso de la
Latin American Studies Association (LASA), Washington D.C., septiembre 6-8 de 2001. (b)

Romero Salazar, Alexis 2001. “La vigilancia privada informal: una respuesta de las clases media a
la violencia delincuencial”. Ponencia presentada en el XXIII Congreso de la Asociación
Latinoamericana de Sociología (ALAS), Antigua, Guatemala, 29 de octubre-2 de noviembre de
2001.

Salamanca, Luis 1999. “Protestas venezolanas en el segundo gobierno de Rafael Caldera: 1994-
1997”, en Margarita López Maya (editora), Lucha popular, democracia, neoliberalismo: protesta
popular en América Latina en los años de ajuste. Editorial Nueva Sociedad, Caracas.

Salinas Figueredo, Darío 2001. “Gobernabilidad, democracia y procesos sociales en América


Latina”. Ponencia presentada en el congreso de la Latin American Studies Association (LASA),
Washington D.C., septiembre 6-8 de 2001.

Sarmiento Anzola, Libardo 2001. “Conflicto, intervención y economía política de la guerra”, en


Estrada Álvarez, Jairo. Plan Colombia. Ensayos Críticos. Facultad de Derecho, Ciencias Políticas y
Sociales. Universidad Nacional de Colombia. Bogotá.

Scribano, Adrián 1999. “Argentina ’cortada’: cortes de ruta y visibilidad social en el contexto de
ajuste”, en Margarita López Maya (editora), Lucha popular, democracia, neoliberalismo: protesta
popular en América Latina en los años de ajuste. Editorial Nueva Sociedad, Caracas.
25

Soares, Francisca Verginia 1999. “As faces múltiplas do crime. Gerando um novo paradigma: o da
nova violencia no Rio de Janeiro”. Ponencia presentada en el XXII Congreso de la Asociación
Latinoamericana de Sociología (ALAS), Concepción, Chile, 12-16 de octubre de 1999.

Souza, María Antonia de 1999. “MST: después de la conquista de la tierra, la lucha contra la
exclusión social”. Ponencia presentada en el XXII Congreso de la Asociación Latinoamericana de
Sociología (ALAS), Concepción, Chile, 12-16 de octubre de 1999.

Sperberger F., Jaime y Barbara Happe 1999. “Violencia y delincuencia en barrios pobres de
Santiago de Chile y Río de Janeiro”. Ponencia presentada en el XXII Congreso de la Asociación
Latinoamericana de Sociología (ALAS), Concepción, Chile, 12-16 de octubre de 1999.

Tello Díaz, Carlos 2000. La rebelión de las Cañadas. Origen y ascenso del EZLN. Ediciones Cal y
Arena, México D.F.

Vargas Meza, Ricardo 2001. “Cultivos ilícitos, y proceso de paz”, en Estrada Álvarez, Jairo. Plan
Colombia. Ensayos Críticos. Facultad de Derecho, Ciencias Políticas y Sociales. Universidad
Nacional de Colombia. Bogotá.

Vargas Velásquez, Alejo 2001. “El Plan Colombia y la Iniciativa Regional Andina: equivocada
respuesta al problema insurgente y poca eficacia en la lucha contra el narcotráfico.” Manuscrito
inédito, Bogotá. (a)

Vargas Velásquez, Alejo 2001. “Los efectos sobre la guerra y la paz”, en Estrada Álvarez, Jairo.
Plan Colombia. Ensayos Críticos. Facultad de Derecho, Ciencias Políticas y Sociales. Universidad
Nacional de Colombia. Bogotá.

Vela, Manolo 2001. “Guatemala: democratización y servicios de inteligencia”. Ponencia presentada


en el XXIII Congreso de la Asociación Latinoamericana de Sociología (ALAS), Antigua,
Guatemala, 29 de octubre-2 de noviembre de 2001.

Vilas, Carlos 1999. “(In)justicia por mano propia: linchamientos en México”. Ponencia presentada
en el XXII Congreso de la Asociación Latinoamericana de Sociología (ALAS), Concepción, Chile,
12-16 de octubre de 1999.

Vilas, Carlos 2000. “¿Globalización o Imperialismo?” Revista Estudios Latinoamericanos, No. 14,
Centro de Estudios Latinoamericanos de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la
Universidad Nacional Autónoma de México. México D.F., julio-diciembre.

También podría gustarte